Después de décadas de transposición de anhelos, suplantación de sexualidades y ocupación genérica indebida, llegó por fin el día, el momento de la verdad, la ascensión de la artista a su mesa de dibujo:
El mundo del cómic para adultos estaba hasta los años setenta bastante dominado por los hombres y tanto los lectores como los autores eran fundamentalmente hombres. Por ello, como se trataba de entretener y atraer a los lectores, el cómic recreaba en imágenes las fantasías eróticas y de aventura de los hombres. En ellos, las mujeres aparecíamos casi siempre como objetos de deseo, dibujadas con todo lujo de detalles y gran carga erótica. Las protagonistas podían ser inteligentes pero sus cuerpos debían ser jóvenes, perfectos y sexys. Los papeles asignados eran el de novias eternas o compañeras de viaje del protagonista; rara vez dueñas de su vida o protagonistas de aventuras propias (María Antonia Díez Balda).
Llegaron los años 70, pero antes habían fluido los 60 entre mayos alterados y revueltas filantrópico humanistas. Un panorama, el de los últimos 60, que había fecundado de trasgresión bastantes de los escenarios de evolución social; ya se sabe, el abono de la reivindicación y las luchas por la igualdad, que casi siempre tiene sus frutos. Los movimientos del mayo del 68 (en Europa) y el espíritu trasgresor que surge en las universidades norteamericanas, empujado por el ímpetu hippy y los desmanes de la administración de turno, generan una inercia positiva hacia la eclosión de “las voces silenciadas” (razas desfavorecidas, minorías sociales y… mujeres). La aparición del movimiento underground bebe de esas fuentes y come de ese abono (perdonen ustedes la imagen). Desde el underground se privilegia la contracultura, la protesta contra la injusticia social, el desprecio hacia el orden establecido; se anhela la libertad en un sentido global: libertad de elección personal, libertad de pertenencia a un colectivo, libertad ante la asunción de compromisos sociales y libertad creativa. Ahí situamos el nacimiento del comix underground.
Nada en el arte surge desde la nada, sin embargo. Aunque el underground es un movimiento ajeno a las estructuras e instituciones locales o estatales, lo cierto es que las primeras voces discrepantes se circunscriben a los contextos universitarios de finales de los sesenta: aquellos alumnos que habían crecido con los cómics de la E.C. y que vieron con fastidio su desaparición y se sumaron a los lectores contrariados de revistas críticas como MAD (también de la E.C.); los mismos estudiantes que (influidos por los autores corrosivos de aquella, los Wally Wood, Jack Davis o Joe Orlando) decidieron comenzar sus propios fanzines. Así, aunque el underground (como su propio nombre indica) naciera “fuera” de los contextos sociales canalizados, lo cierto es que suma su inercia expansiva a (y se alimenta de) toda una serie de iniciativas que tenían lugar dentro de los cauces más o menos oficiales, aunque en proceso de desbocamiento.
Cuando aparece el mítico ZAP Comix de Crumb (¡esas terceras ediciones de 30 ctms que aún se pueden conseguir en el e-bay!), se recibe como un envío profético por parte de aquellos círculos estadounidenses de clase media-baja que retaban al “stablishment” con su aceptación explícita y franca de la sexualidad, las drogas o el pacifismo militante. Al éxito de ZAP siguen multitud, centenares, de revistas underground, en muchos casos elaboradas por los mismos dibujantes y artistas: los Shelton, Moscoso, Griffin, etc. Y tanto en los contextos universitarios como en las “cuevas” del underground, una de las causas merecedoras de lucha era la del surgimiento de una voz femenina reivindicativa y trasgresora. La lucha por la liberación sexual y los derechos de la mujer escribe sus páginas más gloriosas en este momento de agitación socio-cultural. Las primera generación de dibujantes de cómics con una dedicación continuada y sistemática surge, igualmente, en este periodo:
En 1970 Trina Robbins y un colectivo feminista confeccionaron el único número de It Ain’t Me Babe, el primer “underground” escrito enteramente por mujeres. La relación de Trina con el colectivo político fue inestable (el colectivo rechazó su irónico título original para la revista, All Girl Thrills, por considerarlo degradante para las mujeres; la dibujante lo utilizaría para su segunda revista), pero Babe siguió siendo una fuente de inspiración para otras mujeres dibujantes. Los primeros trabajos de Trina (…) eran toscos en comparación con los de las estrellas masculinas de la época, pero tenían una gracia visual que funcionaba bien en contraste con el feminismo de línea dura de sus relatos (Bill Sherman, Historia de los comics).
Efectivamente, la labor de Trina Robbins fue pionera y trasgresora: casi cualquier tema era susceptible de aparecer parodiado en sus páginas, y del mismo modo que a sus partenaires masculinos (“las estrellas masculinas de la época”), tampoco le temblaba el lápiz a la hora de abordar cuestiones políticamente incorrectas. Lo observamos en su publicación más conocida Wimmen’s Comix, en la que, entre otras, aparecieron historias de Aline Kominski (la actual mujer de Robert Crumb), Lee Marrs o la propia Trina Robbins. A Wimmen’s Comix, siguieron otras publicaciones como Tits ‘n Clits o Twisted Sisters y autoras tan conocidas como Roberta Gregory o una jovencísima Phoebe Gloeckner (que comenzó a publicar en los últimos coletazos de popularidad del fenómeno underground).
Me replicarán ustedes, con razón, que todos estos nombres no suenan mucho incluso hoy en día en que algunas de ellas como Roberta Gregory o Phoebe Gloeckner están recién publicadas en nuestro país. Es cierto, continúa existiendo un vacío injusto alrededor de estas primeras autoras, cuya relevancia, aunque sólo fuera por su importancia historiográfica, debería haberse subrayado en muchas más ocasiones. Sin embargo, no me negarán ustedes, que su papel se ve reconocido en el éxito indudable de autoras muy posteriores, como Julie Doucet o Debbie Dreschler, que pertenecen a la hornada post-underground de los 90 y que conviven de tú a tú con sus colegas masculinos. La puerta se abrió en los 70, que no se nos olvide. Veremos en próximas entregas quiénes y cómo la atravesaron.
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Mujeres y cómics (VI): los 80, atención a la diversidad.
Mujeres y cómics (VI): los 80, atención a la diversidad.