lunes, abril 04, 2011
Buendolor 2, de Nofu. Muestrario de historietas patológicas.
lunes, marzo 28, 2011
Hair Shirt, de Patrick McEown. Indie-cómics con perros peludos.
Nos enrollamos. Decíamos que Hairshirt es un tebeo muy indie, porque sus personajes llevan una vida que ni los antiguos bohemios franceses, muy de novela de Nick Hornby o de Douglas Coupland: todos son artistas y músicos, amigos de las performance, viven en ruinosas casas con descuidado encanto, tienen trabajos basura de subsistencia (que no consiguen anular sus profundas inquietudes intelectuales) y, casi todos, esconden traumas infantiles de los que darían para escribir un cómic, como Hair Shirt. En el fondo, no lo dudamos, es el tipo de vida que lleva (o ha llevado) Patrick McEown. Da un poco de envidia. Dentro de su monotonía indisimulada, la cosa pinta fascinante: es el tipo de existencia que, a base de películas independientes y libros malditos, ha terminado por adquirir cierto rango icónico y mitológico para los hijos de aquella fallida Generación X y derivaciones post-grunge.
Patrick McEown escribe muy bien, sus diálogos suenan vivos y agudos (en muchos momentos ingeniosos); lamentablemente, en la vida vida vulgar y ordinaria el ser humano pocas veces es capaz de verbalizar con esa claridad y brillantez los conflictos interiores: por eso, en algunos pasajes, la prosa de McEown huele a filtro artístico en detrimento de la fluidez del relato. Es cierto, además, que, en ocasiones, se crea cierta confusión entre las transiciones oníricas, los recuerdos y el momento presente, pero como observará el lector con el devenir de la historia, este aspecto narrativo puede estar justificado por esa misma fragilidad de nuestro recuerdo. En ese sentido, el contexto de la acción, podría leerse como un entorno simbólico, una figuración geográfica de la inestabilidad emocional de los personajes principales:
Quién sabe, el día en que se oigan a los New Pornographers en los discotecones ibicencos, quizás este buen tebeo de McEown llegue a ser un superventas. Mientras llega ese momento, pasaremos los periodos de nostalgia soñando que estamos en una fiesta shoegazing en cualquier ático canadiense, al ritmo de The Great Lake Swimmers.
lunes, marzo 21, 2011
Operación muerte, de Shigeru Mizuki. ¿Era necesario llegar a ese punto?
lunes, marzo 14, 2011
The Secret of Kells. Filigranas celtas.
Pero si hay algo que determina la fuerza y el valor de esta película es su apartado gráfico: las imágenes que configuran The Secret of Kells son de una belleza magnética. Alimentadas del mismo simbolismo iconográfico celta que mencionábamos antes, la película se construye sobre un trabajo artístico lleno de matices y sensibilidad. Su esteticismo se basa en la adaptación de la figuración a patrones geométricos y diseños similares a los que se empleaban para ilustrar los códices medievales. De este modo, gracias a la filigrana y el modelo decorativo recurrente, el espectador tiene la sensación de estar viendo como las miniaturas creadas por aquellos pacientes amanuenses cobran literalmente vida ante sus ojos. Los perifollos, los trenzados, los patrones geométricos se trasforman en edificios y bosques de un verde luminoso; los personajes se dibujan a partir de ángulos, trapecios y esferas Y el espectador, asiste embobado a la danza de esas miniaturas llenas de vida que bailan al ritmo de una historia repleta de folclore y misterio. Todo un prodigio visual el que nace dentro de este Libro de Iona, el Libro de Kells.
lunes, marzo 07, 2011
Daytripper, de Fábio Moon y Gabriel Bá. Morirse por un sueño.
La estricta estructura narrativa de Daytripper condiciona determinantemente nuestra lectura. Sabemos lo que tenemos que esperar al final de cada capítulo y somos, por tanto, "lectores inductivos" a lo largo de todo el cómic. Nos vemos envueltos en otra prolepsis al modo y estilo de otra crónica de muchas muertes anunciadas. La lectura no pierde interés por ello, precisamente porque la excusa funeraria no es más que eso, una excusa para intentar entender la vida del personaje principal, con todos sus recovecos y accidentes. Además, no podía ser de otro modo, Daytripper esconde sorpresas (ninguna existencia es lineal, ¿no creen?), narrativas y gráficas, dentro de su relato, incluido algún capítulo-puente que funciona como coda para una comprensión completa de un texto que, entre sus muchos ingredientes, utiliza el factor onírico como condimento esencial: "¡El sueño era sobre mi vida! ¡Y yo estaba en él! podía verme a mí mismo como en una película / Estaba todo dispuesto para mí y parecía tan sencillo / Era muy feliz porque lo tenía todo muy claro / Sentía que era tan real".
Habrá que segir de cerca a esta pareja de creadores que parecen uno (hasta comparten blog). Aunque sólo sea para estar seguros de que este Daytripper no lo hemos soñado.
lunes, febrero 28, 2011
Exit Through The Gift Shop, de Banksy. Bromas, documentales y tiendas de regalos.
Vamos a intentar reconducir nuestros dos posts anteriores en un tercero de síntesis: la tercera vía. Deséennos esta vez algo más de suerte que la que tuvieron otros.
En los últimos años no sólo los cómics se han puesto de moda entre las tribus fashionistas, también lo han hecho el aloe vera, la música indie, el sushi japonés, las rotondas y... los documentales.
De hecho, los documentales ya no son lo que eran. Queremos decir que ya no son sólo lo que solían ser, sino muchas otras cosas. Dice la RAE (que también está más limpia y esplendorosa que nunca), que un "documental" es:
1. adj. Que se funda en documentos, o se refiere a ellos.
2. adj. Dicho de una película cinematográfica o de un programa televisivo: Que representa, con carácter informativo o didáctico, hechos, escenas, experimentos, etc., tomados de la realidad. U. t. c. s. m.
La primera es una de esas definiciones feas y sosas que abundan en nuestra biblia de la palabra. La segunda se nos hace más propicia para nuestros fines posteadores del día. En wikipedia, que es la nueva RAE pangeática de los nuevos buenos tiempos, bajo la entrada "documental" se esconden tesoros de los Lumière, experimentos de Vertov y los esquimales de Flaherty.
Como decíamos, en estos días extraños de industrias en hundimiento y bancarrota de sectores culturales (que dicen por ahí), se pueden ver acontecimientos tan singulares como una cola de individuos esperando para pagar por ver un documental... en un cine. Es curioso: en la era de la divinización de la imagen trivial y de la falacia convertida en noticia, resulta que el ciudadano está ansioso por presenciar un poco de genuina realidad y espera hasta para pagar por ello. La sala de cine convertida en celda de aislamiento y tanque de oxígeno, así en una sola estancia.
El interés ante la película "fundada o referida en el documento" ha provocado, lógicamente, dos fenómenos paralelos: uno de proliferación y otro de búsqueda. El género documental se ha convertido en un territorio artístico per se; lleno de experimentación, posibilidades y ramificaciones.
Dejando a un lado la larga lista de subcategorías wikipédicas, tenemos que hablar, por ejemplo, del "falso documental": ese que se rueda desde las técnicas y recursos propios del documental, pero que no disimula su falta de verdad o que la cobija detrás de la ironía y la ruptura de la ilusión. Orson Welles y Woody Allen son pauta y referencia, con sus Fraude (1973) y Zelig (1983), más falsos los dos que un discurso de Franco (y mucho más lúcidos e inteligentes también). Más recientemente, también han aparecido buenos ejemplos de la falsedad, como esa película que debería ser de visionado obligatorio entre alumnos, profesores y padres de alumnos en nuestros institutos, Entre los muros (2008), de Laurent Cantet, sólo parcialmente falsa, pero muy verosímil; el falso biopic sobre Joaquin Phoenix que es I'm Still Here (2010), de Casey Affleck o las pelis de Borat (aunque no estamos seguros de si éstas son en realidad documentales o versiones fílmicas hipertrofiadas de la cámara indiscreta, al más puro estilo Summers).
En 2005, Werner Herzog rizó el rizo con su Grizzly Man y se sacó de la manga un documental verdadero que parece falso. Un nuevo género lleno de posibilidades, la vuelta de la tortilla con forma de oso gigante. Hablaban de ello hace tiempo en el Rockdelux, pero no fue en esta crítica, seguro.
Luego están los documentales que hablan de la realidad, pero lo hacen desde una intención narrativa. Aquellos que detrás del relato de acontecimientos, la aportación de datos o los testimonios de los protagonistas, encierran una intención estilística narrativo-simbólica; que se descubre, como siempre, en las eleciones autoriales: en el montaje, en la búsqueda de momentos climáticos, en las referencias cruzadas, etc. Hemos visto en las últimas décadas historias y cuentos preciosos con una apariencia documental: como la luminosa y casi mística El sol del membrillo (1992), de Erice; el ejemplo de dedicación y amor a la pedagogía que es Hoy empieza todo (1999), de Bertrand Tavernier; el grito agónico que se escucha a lo lejos en el El cielo gira (2005), de Mercedes Álvarez; o ese canto a la vida y a la utopía que es el Man on Wire (2008), de James Marsh. Y el Crumb de Zwigoff que les comentábamos el otro día, por supuesto.
Muy populares son también los llamados "documentales de denuncia", juguetes autopromocionales, en ocasiones, discursos cargados de demagógia, en otras, pero, casi siempre, bofetadas sonoras en toda la cara de ese capitalismo bienpensante neoliberal que nos ha conducido hacia un armagedón del que, ahora dicen, sólo nos pueden sacar ellos. Hablamos y pensamos en trabajos como Una verdad incómoda (2005), de Davis Guggenheim; Super Size Me (2004), de Morgan Spurlock o, desde luego, en Michael Moore y sus combativas Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11.
Algunas otras cintas golpean en la conciencia del espectador con menos ruido, pero haciendo mucha más sangre. Nos acordamos ahora de S-21: La máquina de matar, del camboyano Rithy Panh, o de cómo la memoria histórica y el perdón posterior no son incompatibles, pese a lo que muchos preconizan.
Pero aquí habíamos venido a hablar de arte y de grafitis, si recuerdan bien. Sucede que hace unos días hemos tenido la suerte de ver Exit Through The Gift Shop, el documental de Banksy, y que quieren ustedes que les digamos, no podemos dejar de darle vueltas. Lo comentaba el otro día un amigo de esta casa en los comentarios, es una de esas obras que "motiva largas conversaciones en la barra del bar". Por de pronto, porque resulta difícil discernir si lo que hemos visto es un falso documental, un documental verdadero que parece falso, un ejercicio de denuncia social o una incursión clandestina de algún comando revolucionario neomaoísta en el mundo del arte. Para todo eso da y para bastante más.
Como señala el propio Banksy al comienzo de la cinta, Exit Through the Gift Shop comienza con unas intenciones, pero evoluciona de manera muy diferente. Es un trabajo sobre el arte urbano, sí, pero también es una obra al servicio de un personaje único, Thierry Guetta, el francés emigrado a Los Ángeles que se dedicó durante años a grabar con una cámara portatil todo cuanto le rodeaba y que, por puro azar (el encuentro con un primo suyo, el grafitero francés Invader), terminó convertido en el cronista del arte urbano de las últimas décadas. El documental nos cuenta sus andanzas, cámara al hombro, al lado de gente como Monsieur André, Shepherd Fairey, Ron English, Zevs o el propio Banksy, hasta que, finalmente, termina convertido él mismo en artista superventas de la vanguardia neo-pop-urbana contemporánea, bajo el nombre de Mr. Brainwash. Como lo oyen. El cuento de hadas del arte contemporáneo pasado a fotogramas (o chips digitales, que lo mismo da).
El propio Guetta desmenuza su camino hacia el éxito de forma detallada y exhaustiva: su determinación propia de un iluminado que se siente destinado a cotas más altas, su relación ambigua y parasitaria con el mundo del grafiti y sus creadores, su tardía fe inquebrantable en el arte urbano, su apuesta definitiva por la gloria con la exitosa exposición "Life Is Beautiful"...
En el fondo, como sospechan, todo huele a gran broma, a artificio inteligente trufado de sospechas y muchas preguntas. No dudamos de la existencia de Thierry Guetta ni de la de sus miles y miles de horas grabadas con material intrascendente y ocasionales hallazgos documentales. Tampoco de que el resultado de su aparición en el documental pueda tener que ver con ciertas dosis de azar y algo de fe irracional en su propio talento, pero hasta ahí llegamos: sólo nos creemos la mitad de esta gran película. El brillante objeto artístico que es Exit Through the Gift Shop consigue esquivar con éxito los puntos más turbios del proceso de glorificación de Guetta (sus nunca claros tejemanejes financieros, su intempestiva intromisión dentro de la clandestinidad grafitera o, especialmente, la misteriosa aparición de su obra casi de la nada) y nos sumerge en un mar de suposiciones: ¿Es Banksy el autor último de las obras de Guetta o, lo que es lo mismo, es Guetta un sosías del propio Banksy? ¿Existe Banksy realmente o está su leyenda forjada a partir de un esfuerzo colectivo estudiado al milímetro? ¿Es Banksy (un tipo capaz de añadir a sus talentos el de la dirección de una gran película como ésta) el gran genio del arte contemporáneo o es simplemente un prestidigitador del icono y del golpe de efecto? ¿Son el arte postmoderno y sus ramificaciones urbanas un símbolo esteticista de la oquedad contemporánea y de la falta de contenidos de sus objetos artísticos?
Dudas razonables, todas ellas, que ya han hecho correr ríos de tinta. Vean ustedes la película y nos dicen que piensan. Y si lo de escribir en blogs ajenos no les motiva demasiado, se nos lanzan a la calle y lo plasman en un muro, que, ya lo saben, el éxito espera a la vuelta de la esquina.
lunes, febrero 21, 2011
Pejac y BLU, alumbrando la ciudad
En realidad, no importa la herramienta o el vehículo artístico que emplee Pejac (grafiti, carboncillo, collage, óleo o viñetas), su técnica, su personalidad estilística, es fácilmente reconocible. La obra de este artista se mueve casi siempre en el campo de la metonimia y de la asociación simbólica inteligente; el trasvase entre el referente y la representación, planteado siempre desde una mirada crítica social. El mensaje de la forma, el símbolo que grita.
lunes, febrero 14, 2011
Crumb, la película. El underground verdadero
lunes, febrero 07, 2011
Pebble Island, de Jon McNaught. Puntillismo contemplativo
Nos hemos traído, de un viaje fugaz a las Islas Británicas, un cómic diferente, un tebeíto que entraría en la categoría de los minicómics, junto a otros como éste, este otro o aquel, aunque más por su reducido tamaño, que por su edición, primorosa ésta; muy alejada del habitual carácter artesanal de las autoediciones semiamateur de aquellos primeros minicómics de finales de los 90.
Pebble Island, de Jon McNaught es un precioso tebeíto de pastas duras en el que no pasa nada. Bueno, pasa la vida. Por eso, sus viñetas mínimas son casi paisajísticas, además de eso, pequeñas y puntillistas; dibujadas con unos apacibles tonos pastel que intentan captar la luz, las horas del día y los elementos de la naturaleza, de un modo similar al que perseguían aquellos maestros de la pincelada impresionista de finales del XIX.
El cómic de McNaught cae en el lago remansado de lo contemplativo. Pebble Island es un lugar solitario en el que los niños no tienen más aventuras que las que se viven junto a un coche abandonado; una isla llena de paisajes insólitos alumbrados por lavadoras abandonadas, bunkers vacíos y ovejas que murieron hace mil años. Todavía no lo saben, pero en Pebble Island, ver una película puede llegar a ser toda una aventura, de Indiana Jones, pongamos.
El delicado trabajo de Jon McNaught rezuma aires ilustrativos. Nos recuerda sobremanera, con esas pequeñas viñetas pintadas más que dibujadas, a otros trabajos que también olían a trasvase pictórico. Nos acordamos de Shaun Tan, por supuesto, pero también de Renée French, dos amantes del trazo delicado, de la belleza satinada y de las viñetas pequeñas, llenas de evocación simbólica.En su sencilla, pero elegante, página web hay sobradas muestras de todo ello. Como en una isla de guijarros brillantes. A veces el disfrute y la belleza llegan dados de la mano, en silencio.
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Más imágenes y adquisiciones en Nobrow.
domingo, enero 30, 2011
Una vida errante, de Yoshihiro Tatsumi. ¡Estáis equivocados! ¡El gekiga no es eso!
Durante las pasadas navidades “pagamos” algunas de las deudas lectoras que le debíamos a las viñetas en los últimos tiempos. Una de las más importantes es la que teníamos contraída con Yoshihiro Tatsumi y su inmenso (en todos los sentidos) Una vida errante.
Cuando en 1994 la empresa líder del negocio de manga de segunda mano, Mandarake, le ofrece a Tatsumi dibujar su autobiografía para reivindicar la noción de cómic gekiga y explicar la importancia de los kashibon (manga de alquiler) en el desarrollo de la industria manga después de la Segunda Guerra Mundial. En el epílogo de su obra, señala el autor:
Pero la vida de un hombre como yo, tan ordinaria y vulgar como cualquier otra, no podía ser de interés para el lector. Está bien, algo de vanidad sí que tengo. ¿Y quién no? Sin embargo, carezco de talento para exagerar y abrillantar la realidad de tal manera que mi vida parezca una epopeya.
Tiene razón el artista cuando comenta que los ingredientes de su existencia no tienen una naturaleza épica, sin embargo, las más de 800 páginas que conforman Una vida errante conforman toda una epopeya, la de la historia del manga e, indirectamente, la de cómo Japón consiguió salir de la depresión post-bélica.
A través de un relato autobiográfico lineal en tercera persona (Tatsumi cambia su nombre real por el de Hiroshi Katsumi, al igual que hace con el de algunos personajes principales, con el fin de obtener cierta postura de distanciamiento), el autor da buena cuenta de los principales acontecimientos históricos y culturales que acontecieron en Japón a partir de 1945: se refiere a la irrupción del cine occidental, al cambio de mentalidad política (e imperial) que sacudió a los habitantes de las islas, habla de cómo Estados Unidos pasa de ser el enemigo a convertirse en un modelo idealizado cultural y, sobre todo, habla de cómo surge el manga y cómo crece hasta convertirse en la principal oferta de ocio japonés.
Por las páginas de Una vida errante pasan algunas de las grandes estrellas de la historia del cómic nipón, Fujio Fujiko, Sampei Shirato, Takao Saito, Yoshiharu Tsuge y, sobrevolándolos a todos, como un fenix, el gran Osamu Tezuka, que directa o indirectamente protagoniza un buen numero de páginas de la obra.
De un modo informal y honesto, Tatsumi se sincera con el lector, al que relata sus preocupaciones artísticas, sus quebrantos íntimos, sus éxitos editoriales y sus fracasos. Lo hace siguiendo la cronología de su carrera artística desde esos primeros triunfos que suponían la publicación en los concursos de manga de revistas como Manga To Yomimo o Manga Shonen, hasta su consagración profesional y la creación del Taller Gegika junto a reconocidos mangakas como Masaaki Sato o Masahiko Matsumoto; un periodo de actividad febril en el que Tatsumi publicaba simultáneamente obras en cuatro y cinco cabeceras a la vez, además de compaginar su labor como dibujante con la de editor de Rascacielos o Muso (las revistas del Taller Gekiga).
Pero, ¿qué es el gekiga, la gran aportación de Tatsumi a la historia del manga y la principal fuente de sus dudas artísticas? Después de la guerra, el cómic japonés creció orientado hacia un lector infantil, era un manga básicamente humorístico. Tatsumi tenía en mente una idea diferente: en su opinión, el cómic podía funcionar como un vehículo artístico adecuado para un público adulto; desde ese nuevo enfoque, cualquier referencia externa podía ser válida. Tatsumi no dejó de asimilar influencias de sus grandes aficiones, el cine francés y norteamericano, la nueva literatura hard-boiled estadounidense (Dashiel Hammett, Ross Mac Donald o Raymond Chandler): “Voy a pasar del humor para hacer una obra monumental con mucha acción / una obra que se salga de los cánones del manga. Un ‘manga’ que no es ‘un manga’. Será un experimento.”
Es cierto que la lectura de Una vida errante no es la mejor manera de introducirse en el mundo del manga: para el nuevo lector, la enumeración de autores, la constante peregrinación de Tatsumi por revistas y editoriales puede conducir a cierta confusión. Es el precio de la minuciosidad del autor, de su compromiso con la realidad. Por otro lado, como ya hemos señalado, Mi vida errante no relata, solamente, la “epopeya” del creador, el camino hacia la fama (una fama en la que Tatsumi nunca se recrea), sino una biografía que rezuma verdad por los cuatro costados. Con avergonzada discreción el dibujante revela episodios ciertamente íntimos de su vida personal: su tortuosa pero emocionada relación con su hermano enfermo, su despertar sexual, sus primeras relaciones con mujeres, etc.; no podría ser de otro modo, en realidad, pese a la devoción obsesiva de Yoshihiro Tatsumi por el manga, la vida es un recorrido complejo, surcado de dificultades y marcado por las relaciones personales. El autor lo sabe bien y reconoce que para que un trabajo de este tipo sea verosímil, el lector debe disponer de toda la información.
Por eso, no crean que estamos exagerando si les decimos que Una vida errante nos ha parecido una obra monumental. Una vida de artista da para eso, desde luego.