lunes, diciembre 05, 2011
Hablando de ratones y mujeres iraníes en la radio.
lunes, noviembre 28, 2011
El paréntesis, de Élodie Durand. Dramas de cabecera
El paréntesis, de Élodie Durand ha sido el premio revelación de Angoulême de este año; además, obtuvo el Premio BD 2011 de los lectores del diario Libération. De las dos cosas se nos informa en la tira promocional del libro. No nos extraña tanto reconocimiento, El paréntesis es un muy buen tebeo.Un buen amigo nuestro nos comentaba hace poco que cada vez que le regalamos un cómic, tiene que armarse de valor antes de lanzarse a su lectura, porque casi todos cuentan unos dramas de aúpa. La verdad es que estaba en lo cierto: si reflexionamos un poco y pensamos en los cómics adultos (llámenlos de autor o novelas gráficas, o como les apetezca) que más éxito han tenido en los últimos años, también los que más nos han gustado, es verdad, lo cierto es que, en un alto porcentaje, se trata de cómics de temática trágica, dramática o melodramática; o de esos que ahora llaman "de contenido humano". Mucha muerte, enfermedad, complejo, depresión, angustia, patología y trauma infantil en primera persona. Viñetas a prueba de llanto.
A veces nos da por pensar que vamos a terminar haciendo callo, que algún día nos hartaremos y nos pondremos a leer tebeos de género y obras cómicas. Que estamos empezando a cansarnos de tanto dolor expuesto, autocompasión y flagelo emocional. Entonces, llega a nuestras manos un cómic como El paréntesis y decidimos que tampoco está mal observar los peligros de la existencia a través de ojos ajenos, que uno llega a aprender y a empatizar con el prójimo, precisamente, gracias a estos ejercicios autoconfesivos o a estos relatos de resistencia. Al final, suponemos, se trata de que la historia, cómica, trágica o tragicómica, esté bien contada y nos sorprenda, por su honestidad, por su técnica, por sus recursos narrativos o por lo que sea...
La obra de Élodie Durand que motiva esta reflexión, tiene un poco de todo lo que hemos comentado. Se trata de la historia de Judith, una joven veinteañera a la que le detectan un pequeño tumor, después de sufrir varios ataques agudos de epilepsia. En realidad, El paréntesis es la historia de la propia Durand y su enfermedad, por vía interpuesta de su personaje. Esa es la razón principal de que el cómic respire verosimilitud y de que las peripecias terribles de su protagonista se sientan como pequeños fragmentos de vida (de drama) absolutamente reales. Conocemos el final de la historia antes de leerla, Élodie nos lo hace saber con este cómic años después de su enfermedad. Sin embargo, el proceso, el recorrido de sus episodios de amnesia, sus dolores y sus miedos, resulta interesante per se como para arrastrarnos al interior de su peligrosa aventura.

Dentro de ese intento por reconstruir una narración a base de rememoraciones fragmentarias y el relato ajeno de su propia enfermedad (el que construyen con sus recuerdos sus padres, su hermana y sus amigos, en realidad, quienes sufrieron su tragedia conscientemente, en primera persona, mientras ella se arrastraba hacia las sombras de la desmemoria y la enfermedad), decíamos, dentro de ese intento por crear una narración coherente, El paréntesis está repleto de soluciones imaginativas y metáforas visuales; no en la línea icónica de David B. o Marjan Satrapi, sino más bien en la dirección de intentar dotar a procesos mentales y verbales de carga visual: Durand intenta que seamos conscientes de sus momentos de incapacidad mental o de afasia a partir de mecanismos comicográficos deliberadamente simplistas o imperfectos (espacios en negro, repeticiones aleatorias, trazados geométricos, leitmotivs, deformaciones cuasi-surrealistas de los personajes, etc.). Algunas de sus páginas nos devuelven la imagen distorsionada de un espejo curvo, la realidad filtrada por un cerebro dañado, invadido por un pequeño tumor que, no obstante, lo deforma todo. Lo cierto es que el recurso funciona y consigue impregnar a su historia de emoción sincera. Y como siempre, terminamos cayendo en la trampa de la narración: nos la creemos y la sentimos como propia.
Ya ven, una vez más, nos hemos dejado arrastrar hacia los fangos de la tragedia autobiográfica, una vez más, el vigor de la historia ha pesado más que nuestra placidez anímica. A ver cómo se lo explicamos a nuestro amigo.lunes, noviembre 21, 2011
Granadas de mano llenas de papel
lunes, noviembre 14, 2011
Un adiós especial, de Joyce Farmer. Malditos años.
Dice Robert Crumb que Un adiós especial es uno de los mejores cómics que ha "leído en su vida, junto con Maus" y que le conmovió hasta hacerle "saltar las lágrimas". Seguro que incluso le recordó a sus primeras obras de creación y a las de sus colegas de generación, añadimos nosotros: aquellos trabajos underground de los últimos años sesenta, que no reparaban en correcciones políticas o medias tintas a la hora de aproximarse a temas difíciles, controvertidos o, directamente, desagradables. Hablamos de los cómics del propio Crumb, cargados de acidez y mala leche detrás de su ironía y humor negro, o de los comix cafres de Clay Wilson; también, desde luego, de aquellas primeras autoras underground, las Trina Robbins, Roberta Gregory o Aline Kominsky (Señora Crumb, a la postre).
Dicen que los grandes temas de la literatura universal (de la narrativa en definitiva) no son más de cuatro o cinco: el amor, la muerte, la búsqueda, el paso del tiempo... Sucede que el arte suele jugar a la recreación ficcional, al artificio, a la idealización estética. En pocas ocasiones se nos acerca a esos tópicos del tempus fugit y del vanitas vanitatis con la crudeza con la que nos los muestra esta obra.
Cada tropezón, cada enfermedad añadida de Lars y Rachel es una pequeña tragedia que se nos antoja irreversible y que nos aproxima, como lectores, hacia un sino inevitable que también nos observa a nosotros desde la distancia. Ahí nace la fuente de las emociones que despierta esta obra en todos los que a ella se acercan; el dolor que encierran sus páginas y que su dibujo quebradizo e imperfecto transmite al lector es al mismo tiempo, la razón de su éxito. lunes, noviembre 07, 2011
Bruselas. Cómics, cervezas y Jean Van Roy.
lunes, octubre 31, 2011
Cinco mil kilómetros por segundo, de Manuele Fior. De lo que pudo haber sido.
De entre todos los crossovers y what ifs que a uno se le ocurren, seguramente no haya ninguno tan importante en el plano personal como aquellos que afectan a nuestro pasado sentimental: ¿Qué hubiera sido de nuestra vida si no nos hubiera abandonado aquella chica? ¿si nos hubiéramos decidido a ir algo más lejos con aquella otra? ¿o, simplemente, si hubiéramos reunido el valor de agarrarle la mano aquel día? Suena a ejercicio de autoflagelo, pero también a reto de madurez: la asunción de las responsabilidades que se derivan de nuestros actos (que extrañas suenan estas palabra en estos tiempos que corren), el reconocimiento de las causas y los efectos que toda decisión conlleva. Después de todo, como decía con insistencia machacona uno de los personajes de Perdidos, "siempre hay una elección"; en gran medida somos los artífices de nuestro itinerario biográfico.
lunes, octubre 24, 2011
Logicomix en Culturamas.
Regresamos a Culturamas de la mano de Christos H. Papadimitriou, Apostolos Doxiadis y su muy heterodoxo Logicomix, un cómic que pretende nada menos que orientarnos entre los nombres y sucesos que determinaron el nacimiento de la lógica matemática contemporánea. A partir de la biografía de Bertrand Russell, Logicomix nos ofrece un ejercicio narrativo ambicioso y un itinerario histórico-científico alrededor de las obsesiones y la locura de los genios que en el S.XX cambiaron las corrientes del pensamiento matemático. Casi nada.lunes, octubre 17, 2011
Penny Century, de Jaime Hernandez. ¡A mí, mujeres!
Hay que reconocer que en las lista de "damnificados" después del advenimiento de la novela gráfica, dos de los que mejor parados han salido han sido los Hernandez Bros. No porque no estuvieran ya haciendo lo que hacen antes de la etiqueta de marras (a favor de la cual nos pronunciamos), sino porque con el nuevo formato su obra alcanza una dimensión adecuada y la magnitud que le corresponde.
Las historias que componen el trabajo de Jaime Hernandez invitan a la paranoia lectora: cambios radicales y constantes en el punto de vista, flashbacks y anacronías a bocajarro, paréntesis narrativos, metarrelatos, bromas estilísticas, introducción fantasma de personajes, etc. Sin embargo, a poco que uno esté familiarizado con su obra, o incluso después de unas cuantas decenas de páginas dentro de un mismo libro, el lector se da cuenta de que, debajo de la historia y de las aventuras sólo aparentemente triviales de sus personajes, existe una intrahistoria, una estructura profunda que cohesiona todos y cada uno de los episodios creados por Jaime Hernandez hasta la fecha. Es como si el autor tuviera todas las piezas del puzzle en su cabeza y se las fuera revelando al lector con cuentagotas. Penny Century supone un nuevo y brillante capítulo de esa misma historia, una pieza más (muchas en realidad) del puzzle.


