Retomamos el asunto del arte urbano y las intervenciones. Lo hacemos, además, con gusto, porque vamos a hablar de amigos de esta página.
Desde hace unos meses, un colectivo de artistas sorianos que responde al nombre de Latidos del olvido, se ha propuesto rescatar el recuerdo y restaurar las sombras que, junto al musgo y el escombro, se esconden entre los muros de los viejos pueblos castellanos abandonados o antiguas fábricas desmanteladas. El colectivo lo forman Javier Arribas, Paye Vargas, Enrique Rubio y Diego Llorente; cada uno de ellos maneja un lenguaje artístico, una mirada diferente a la hora de abordar lo que ellos denominan la “crea-ocupación" de dichos lugares abandonados. La profesora de historia Eva Lavilla nos deja adivinar la motivación que dirige los pasos de este proyecto colectivo, cuando señala que:
Habría que inventar un nuevo término para los lugares que ya no nos pertenecen, los que abandonamos o de los que hemos sido expulsados.
Marc Augé acuñó el de los no lugares para esos espacios de la postmodernidad en los que el ser queda en suspenso, donde la transitoriedad corroe la esencia del individuo (si es que tal cosa existe de forma objetiva). No nos gusta el concepto de arqueología industrial, demasiado emparentado con el espíritu romántico de la ruina porque sólo rescata aquello que es estéticamente bello e institucionalmente útil; las antiguas estaciones de ferrocarril y las fábricas de ladrillo con sus hermosas chimeneas son ahora centros cívicos de la democracia postindustrial. ¡Tan hermosas que han borrado definitivamente las huellas de la explotación y el hollín!
Sin embargo aquí hay una apuesta clara por el feísmo, que es una experiencia estética e intelectual tan fértil como la contemplación de la más bella de las arquitecturas. Lo que un día fue lugar de trabajo es hoy umbral hacia otra dimensión. Entramos a las tripas de la sociedad, accedemos al laberinto de puertas desvencijadas y mobiliario arrumbado. No sólo pasado y abandono pretérito. El ruido nos anuncia el encuentro con seres fagocitados por la voraz alimaña, hombres desdibujados que recorren nuestras ciudades como espectros en su búsqueda de un refugio. Tenemos miedo.
Marc Augé acuñó el de los no lugares para esos espacios de la postmodernidad en los que el ser queda en suspenso, donde la transitoriedad corroe la esencia del individuo (si es que tal cosa existe de forma objetiva). No nos gusta el concepto de arqueología industrial, demasiado emparentado con el espíritu romántico de la ruina porque sólo rescata aquello que es estéticamente bello e institucionalmente útil; las antiguas estaciones de ferrocarril y las fábricas de ladrillo con sus hermosas chimeneas son ahora centros cívicos de la democracia postindustrial. ¡Tan hermosas que han borrado definitivamente las huellas de la explotación y el hollín!
Sin embargo aquí hay una apuesta clara por el feísmo, que es una experiencia estética e intelectual tan fértil como la contemplación de la más bella de las arquitecturas. Lo que un día fue lugar de trabajo es hoy umbral hacia otra dimensión. Entramos a las tripas de la sociedad, accedemos al laberinto de puertas desvencijadas y mobiliario arrumbado. No sólo pasado y abandono pretérito. El ruido nos anuncia el encuentro con seres fagocitados por la voraz alimaña, hombres desdibujados que recorren nuestras ciudades como espectros en su búsqueda de un refugio. Tenemos miedo.
Uno de sus miembros fundadores, Javier Arribas, por ejemplo, llena las paredes y los muros abandonados de rabiosos trazos expresionistas, que recrean literalmente las sombras de personas que pudieron proyectarse sobre ese mismo espacio; su pintura es natural, orgánica, invade las paredes con agua y barro, o construye sus esculturas con materiales prestados de la naturaleza y amasados con espíritu póvera. No sorprende que sus intervenciones hayan ocupado, entre otros espacios, los muros de La Tabacalera, esa fábrica enorme que ha transformado el madrileño barrio de Embajadores en un nuevo Berlín vanguardista.
Son ya dos las revistas que el colectivo Latidos del olvido ha publicado recogiendo sus intervenciones artísticas, junto a un buen numero de textos críticos y literarios, que ayudan a conformar y confirmar su propia poética creativa. La última, "Carne: materia prima".
A nuestro segundo invitado ya lo conocen ustedes, porque hemos hablado de él aquí en numerosas ocasiones. Nos referimos al pintor-escultor, grafitero e ilustrador cántabro Pejac. Volvemos a traerle a colación porque su crecimiento artístico en los últimos tiempos no está pasando desapercibida entre la crítica y el público.
Después de su aparición en las páginas de Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, su actividad ha sido frenética y la calidad de su propuesta multidisplinar creciente. No ha abandonado la intervención urbana, es más, la ha extendido hasta las "costas" de París, los raíles de estaciones semi-abandonadas o su serie "Arte urbano desde casa". Pero es que, además, la línea más clásica de su producción (la de las ilustraciones sobre papel, las esculturas de pequeño tamaño y el collage) está viviendo un periodo brillante de inspiración y excelencia simbólica, gracias a series y motivos como el de las "medusas", que ha vertebrado su reciente exposición "La cara oculta" con la galería mallorquina Fran Reus, y que ha coleccionado críticas entusiastas.
Completa Pejac su actividad frenética con proyectos de ilustración llenos de sensibilidad y poesía, como la que encierra a un pájaro en la jaula de papel de libreta, para la agencia Mimuik, o la que libera a toda una bandada en la portada del último disco de la banda Haddoks Orphans. Talento desatado y creatividad sin bridas, los de Pejac.
Ya ven, imaginación y arte urbano para unos tiempos difíciles. La mirada crítica encauzada con barro y gesto airado o con ácida inteligencia simbólica. Afortunadamente, los caminos del arte son libres e inescrutables. Mientras haya gente capaz de ver más allá del muro blanco, de la pared que enclaustra y encierra, seguirá habiendo esperanza.