lunes, agosto 13, 2012

Barcazza, de Francesco Cattani. La claridad

Nos encontramos por primera vez con Francesco Cattani en el excelente catálogo de Canicola, su editorial italiana. Y allí ojeamos también por vez primera las páginas luminosas y acuáticas de Barcazza, la premiada obra que acaba de publicar Sins Entido en nuestro país.

Abrimos la primera página y nos topamos con el título y dos planchas elaboradas con un trazo nervioso, semiabocetado (muy De Crecy o Sfar). Es una falsa impresión. El dibujo de Cattani se caracteriza por una línea clara (clarísima) firme y sin modulaciones. Uno de esos trabajos precisos y meticulosos que parecen obra de un delineante, como es el caso de los Anders Nilsen o Sammy Arkham. Cattani prescinde totalmente de tramas y sombreados, y fía toda la fuerza de su dibujo preciosista al poder de la línea desnuda. Son, en consecuencia, las páginas de Barcazza una fuente de luz, de luminosidad estival (la historia se desarrolla entre chapuzones veraniegos y villas situadas en calas rocosas), y escenario para espacios desnudos y atmósferas contemplativas.

Y es que Barcazza es uno de esos cómics donde, en realidad, no pasa nada, pero, como en la obra de otros creadores contemporáneos afines (escritores como Richard Yates o Raymond Carver -se puede ser contemporáneo y estar muerto-, y directores como Abbas Kiarostami o Atom Egoyan), se presiente todo. También lo hacen Tomine o el Porcellino en el mundo del cómic. El ejercicio narrativo consiste en seleccionar un instante preciso en la vida de un personaje, de un grupo de personajes en este caso, y desvelarnos a través de sus actos esos matices de la personalidad, esos secretos de la biografía, que permanecen ocultos al observador externo. Algo así como un extracto del día a día, un concentrado (significativo) del slice of life.

Comienza Barcazza, como hemos señalado, con una escena veraniega más o menos habitual: lo que parecen los miembros de una familia disfrutan de un día en alta mar en una lancha junto a un pequeño atolón de riscos, desde los que los niños saltan y se zambullen en el agua. Los adultos toman el sol y charlan en la barca, sin perder de vista las correrías acuáticas de los menores. Así de normal todo y, sin embargo, la escena y las conversaciones entre los personajes alumbran segundas lecturas y dejan entrever la estructura profunda de la realidad. Ya desde estas primeras secuencias, no hemos podido evitar acordarnos de esa magistral película de Michelangelo Antonioni que es La aventura, una historia llena de elipsis y misterios que también habla de paseos en yate, islotes rocosos y baños en alta mar.

La segunda parte de la obra se desarrolla en el contexto de una preciosa casa costera de muros encalados, aislada del interior por acantilados y arrecifes de rocas. El escenario ideal para el aislamiento y para la paz interior, pero también para la cocción de inquinas y la ebullición sexual. Cattani recurre al silencio cargado de emotividad de los espacios vacíos, a las transiciones lentas, a los planos de detalle y a sigilosos zooms espaciales y "movimientos de cámara" subjetivos que sitúan al espectador en la posición del voyeur que espía por el ojo de buey de un camarote (o de un muro blanco en medio de la nada). Y sobre nuestras cabezas, un cielo como un mar que proyecta una luz blanquísima.

lunes, agosto 06, 2012

Pop en Pucela.

Verano pop, oigan. No acabamos de hablar de lo de Hockney en Bilbao y volvemos ya con otro evento expositor, en Valladolid esta vez.
Resulta que desde el 19 de junio y hasta el 19 de septiembre, tendremos la oportunidad de ver una exposición de lo más granado del Pop Art estadounidense en la Sala Municipal de Exposiciones del Museo de Pasión, en Pucela. "This is Pop Art", se llama la muestra, y recoge algunos de los trabajos más conocidos de Andy Warhol, Keith Haring, Robert Indiana, Roy Lichtenstein, Steve Kaufman, el fotógrafo Bert Stern y el genial, y muy reivindicado en los últimos años, Robert Rauschenberg. De varios de ellos, hemos hablado en numerosas ocasiones en este blog. Ahora tenemos la oportunidad de contemplar en vivo más de 90 obras clave del movimiento.
El POP ART, cuyos orígenes habría que buscar en el dadaísmo, muestra los rasgos esenciales asociados al ambiente cultural de los años sesenta y al sentir de una sociedad consumista que idolatra a las estrellas de Hollywood y convierte a los mass media en testigos imprescindibles de un mundo que empieza a sentirse global. Las firmas comerciales -como Kellog´s, Heinz o Campbell- pasan de las estanterías de los supermercados a las paredes de las galerías de arte, acuñando códigos de una nueva era. La American way of live, la modernidad propulsada por los medios de comunicación masivos, el consumo desbordante en el mundo del próspero capitalismo tejían nuevos conceptos de cultura y ruptura.
El Pop Art se apropia de técnicas plásticas propias de los medios de comunicación masivos, como el comic, la fotografía y los distintos procedimientos derivados de ella -ampliaciones y yuxtaposiciones, collages, fotomontajes-, y el cartel publicitario, con sus diferentes técnicas visuales -acumulación, oposición, supresión-. La utilización de la pintura acrílica, derivada de los colores planos del cartel, el cultivo de la bidimensionalidad, el recuso del dibujo nítido y la utilización del gran formato son otras tantas características del pop-art americano.
La serigrafía se convierte en una de las técnicas más empleadas entre los artistas pop, por la libertad de creación que permite, la posibilidad de realizar trabajos de forma más rápida y porque permite al artista realizar gran número de obras, lo que se adapta al concepto de trabajo de repetición.
De casi todo ello encontraremos ejemplos en el Museo de Pasión: desde las Merilyns de Warhol o sus latas Campbell, al apropiacionismo viñetero de Lichtenstein, los collages de Rauschenberg o ese Love de Indiana que ya se ha convertido en icono del diseño tipográfico y la moda. Y todo ello presentado bajo el formato de serigrafías, litografías, collages, fotografías o grabados, las técnicas reproductivas favoritas del Pop Art, por su naturaleza seriada y la asequibilidad económica que aportaban a la obra. Recordemos que uno de los argumentos básicos del Pop residía precisamente en esa naturaleza popular y accesible de la obra: el arte al alcance del pueblo, junto al objeto de consumo introducido en el museo y convertido en obra de arte. En esta muestra se prescinde de óleos y acrílicos, aunque la obra de Lichtenstein y Rauschenberg, por ejemplo, reuna muchas obras relizadas con estas técnicas, en pos de piezas seriadas (por otro lado, mucho más fáciles de reunir, claro).
Otra de las virtudes de la exposición reside en el espacio elegido para la misma: una antigua iglesia que multiplica los matices simbólicos y ofrece un marco de lectura irónico a muchas de las obras representadas en sus salas. Es refrescante estudiar los diez cuadros de la serie Apocalypse, la serie de obras de Keith Haring elegidas para la exposición (que realizó junto al escritor beat William Burroughs en 1988), en un edificio que otrora servía para ensalzar y dar cobijo a casi todo lo que sus cuadros, profundamente antirreligiosos, critican: un ataque abierto y cruento contra la iconografía religiosa y el insoportable peso moralizante y punitivo que la religión tiene en la vida de las personas (más aún en la de un homosexual como él). Algo similar sucede con la ubicación de Saint Apollonia, de Andy Warhol, en los muros del rellano de la escalera que conduce al piso superior. Trasgresión Pop en estado puro.
Una exposición muy recomendable para todos los amantes del Pop Art, y una ocasión inmejorable para constatar la supervivencia de tantos y tantos iconos nacidos a la vera de un movimiento que, hace unas décadas que parecen siglos (así de rápido avanza el arte y el mercado que todo lo fagocita), fue el summum de la provocación.

lunes, julio 30, 2012

Viajes por la Red. "Tebeosferando" y aclarando líneas.

Esta semana les vamos a remitir a páginas ajenas, pero sin eludir la responsibilidad de lo escrito.
Hace algunos meses, los amigos de Tebeosfera nos invitaron a participar en su (con las decenas de artículos publicados, ya se puede decir) excelente, ambicioso e ilustrativo nuevo número digital, dedicado al tratamiento de la figura femenina y del sexo en el cómic. Todo un honor a la vista del listado de articulistas que han participado y la categoría de los documentos aportados. Nos ofrecieron varias posibilidades temáticas, entre ellas, un caramelo con sabor a Ware-Clowes-Burns, que es el que finalmente nos llevamos a la boca y estuvimos rechupeteando durante unas semanas. Escribimos un artículo largo largo, sobriamente titulado "Mujeres y sexo en la obra de Charles Burns, Daniel Clowes y Chris Ware".
Les invitamos a acercarse a él desde su último párrafo (que nosotros sepamos, el ensayo no entiende de spoilers):
Charles Burns, Daniel Clowes y Chris Ware, tres formas de considerar la figura femenina y el sexo (mostrado, en cada caso, como objeto de pecado y fuente de problemas, como motivo de frustraciones personales e insatisfacción y como espejo de las más diversas psicopatologías). Tres nombres básicos para entender la eclosión contemporánea del cómic, a través de la novela gráfica, y su consolidación como vehículo artístico narrativo abierto a nuevos temas y posibilidades expresivas. Y en definitiva, tres formas afines de entender el mundo de las viñetas desde diferentes poéticas que, en los tres casos, han creado escuela y cuentan con legión de seguidores.
Unos días antes de que este artículo apareciera en la blogosfera, otro blog amigo, La Línea Clara, nos invitó también a abrir el periodo vacacional a ritmo de recomendaciones estivales: tres lecturas para que nuestros lectores y afines pudieran acompañar sus horas de tumbona y visitas monumentales con buenas páginas viñeteras. Así, junto a las sugerencias de entendidos tan bien documentados como el Tío Berni o Juan F. Molinera, nosotros tiramos de dos tebeos que nos han gustado en los últimos tiempos (y de los que ya hemos hablado aquí) y de un clásico-moderno, viajero y experimental, como El fotógrafo, uno de nuestros cómics favoritos de los últimos años, y una obra que nunca nos cansaremos de recomendar. Pasen y lean nuestra mini-lista de "Cómics veraniegos para aclarar la línea".

martes, julio 24, 2012

David Hockney y su artística vejez tecnológica.

En los años 60 David Hockney se convirtió en la cara elegante, británica y sofisticada del pop artístico, un movimiento que entre sus credenciales presentaba, precisamente, su adscripción al suelo firme y a la trivializción mundana y serial del objeto artístico.
Sin embargo, las lujosas piscinas californianas del creador inglés y sus retratos de millonarios gustaron mucho entre la intelligentsia estadounidense y, por ende, a la vanguardia crítico-artística del momento (que desde unos años antes seguía con obnubilación la inercia del stardom pictórico post-impresionista-abstracto). Pese a su detallismo y a lo identificables que eran los personajes de sus retratos, la pintura de Hockney nunca desentonó dentro del ideario pop: sus cuadros mostraban escenas convencionales de la clase alta, cuadros costumbristas de la jet set, pero al espectador se le aparecían tan fríos y seriados como una colección de botes de sopa Campbell; porque, en el fondo, el modo de vida que representaban, su exaltación aparentemente exitosa del cacareado triunfo del sueño americano, escondía el mismo fracaso de la insatisfación y la rutina que atenazaban al resto de la población, al ciudadano de a pie convencional. Las piscinas turquesas y los lujosos cuartos de estar que presidían el lienzo ofrecían, en principio, imágines idealizadas, realizaciones pecuniarias del deseo obrero, pero sus personajes resultaban tan fríos (gélidos) y carentes de atractivo, que el espectador terminaba compadeciéndose de ellos más que envidiándolos. El conjunto nos recordaba más a la soledad de Hopper que al festivo brochazo de Lichtenstein o a la realidad licuada y colorida de Rosenquist.
Después, Hockney evolucionó desde el realismo pop de sus inicios hacia propuestas más acordes con los tiempos, dentro del trabajo con fotomontajes fotográficos a partir de polaroids y el esquematismo pictórico que marcaban los preceptos del pop más ortodoxo.
En 2001, el Hockney crítico y amante de la pintura nos sorprendió con una obra fascinante, uno de los estudios sobre la historia del arte más interesantes que hemos podido leer, El conocimiento secreto. Una obra que intenta explicar con el uso de técnicas ópticas y mecánicas, como la cámara oscura, la sorprendente evolución técnica que pareció experimentar la pintura renacentista italiana y flamenca en apenas dos décadas. Cómo, a partir de 1430, maestros consagrados del retratismo (los Giorgione, Holbein o Campin), consiguen que sus cuadros evolucionen desde un realismo que conservaba parte del hieratismo del último gótico, hasta un preciosismo basado en el detalle mimético, cuasi-hiperrealista. Para Hockney fue el empleo de lentes y artificios mecánicos lo que facilitó esta evolución sin precedentes (por lo súbito y repentino) dentro del mundo del arte.
Ahora, y hasta el 30 de septiembre de este año, tenemos la ocasión de acercarnos a otra faceta de la figura de David Hockney, gracias a la exposición "David Hockney: una visión más amplia", que ocupa varias salas de exposiciones del Museo Guggenheim de Bilbao. Se trata de un recorrido por la fecunda producción que ha ocupado al artista en sus últimos años: una vuelta a sus orígenes ingleses, a partir de la revisitación paisajista de la campiña de su Inglaterra natal. Parte de la exposición está compuesta por una prolija colección de óleos que, si bien demuestran que Hockney sigue conservando una mano excelente para la pintura, aportan más bien poco a su producción precedente. Cuadros con un aire nostálgico pastoril que demuestran su apego a la tierra y su amor por el condado de Yorkshire que le vio crecer.
Hay también abundantes muestras, sin embargo, de cierta evolución expresionista a partir de estos mismos motivos, que se ejemplifica a la perfección en obras como los excelentes Tala de invierno (2009) o La llegada de la primavera en Woldgate (2011); con una paleta de colores refulgentes que nos recuerdan a la brillantez impresionista de Van Gogh o al exacerbado cromatismo antinatural del fauvismo.
Son sorprendentes, asimismo, muchos de los cuadros de Hockney realizados mediante un iPad y ampliados a posteriori a tamaño de lienzo. Hockney es, y ha sido siempre, un autor "moderno", un hombre abierto a ese mismo empleo "tecnológico" y mecánico que, en El conocimiento secreto, él mismo alababa en los pintores del quattrocento. Por eso, a nadie que haya seguido su trayectoria (que comprende trabajos como diseñador, ilustrador o escenógrafo), puede sorprender su incursión en el mundo de la tecnología digital y el vídeo arte en alta definición que se puede contemplar en algunos de sus trabajos expuestos ahora en el Guggenheim. En sus "cuadros" ampliados sobre dibujos hechos con iPad se observa su capacidad como dibujante, la rapidez de su trazo, su certeza en la elección de efectos y paletas digitales, y se demuestra a las claras el talento artístico de uno de los pintores esenciales del S.XX y, ahora, del S.XXI.

Además, si aún quedara algún espectador insatisfecho con todo esto, le restaría la oportunidad de disfrutar in situ de La autopista de Pearblossom (1986) una de las obras esenciales de la fotografía de las últimas décadas.

martes, julio 17, 2012

Viajes cantábricos, musiqueos y pintxos a fuego negro.

Regresamos de una escapada norteña cargada de turisteo gastronómico, visitas culturales y festivales con aíres de gran evento: The Cure y sus maratones góticos, las ceremonias electro-religiosas de unos Radiohead amasados por miles de devotos, la borrachera de felicidad rockabilly de los Corizonas...
Entre medias, Bilbao te ofrece la posibilidad de disfrutar de una gastronomía de lujo (en todos los sentidos, incluido el pecuniario) y de unas barras de pintxos que parece catálogos de arte contemporáneo (en el mejor de los sentidos). Así, entre croquetita de bacalao y canutillo de idiazábal con aceite de trufa, nos hemos acordado de ese cómic-recetario que publicó la Editorial Everest hace tres o cuatro años: se llamaba A fuego negro y, como anunciaba el subtítulo en portada ("Pintxos y viñetas"), sus páginas mostraban una combinación sorprendente de recetas de alta cocina y cómic. Esta obra ganó el Gourmand World Cook Award al libro más innovador en su edición de 2009.
Los protagonistas son Edorta Lamo e Iñigo Cojo a los fogones (cocineros afamados en el arte de la tapa euskaldún, premiados y reconocidos en multitud de ocasiones por sus pintxos y tapas), Amaia García a la dirección, Mikel Alonso a la fotografía y Bruno Hidalgo a los lápices. "A fuego negro" es también el restaurante donostiarra donde Iñigo Cojo y Edorta Lamo ponen en práctica y ofrecen a sus clientes el proyecto que presentan en su cómic. Las viñetas del libro describen/narran/ilustran recetas llenas glamour e ironía, muy en la línea de la nueva alta cocina española de los Ferrá Adriá o Carme Ruscalleda (la cocina experimental e innovadora de una España que ya empieza a parecer lejana e inasequible): sugerencias tan apetitosas como el vaso de karrakelas, manzana verde y txakolí o el risotto crujiente, txuri black de idiazabal y txipirón, ¡ñam!
Los dibujos de Bruno Hidalgo nos recuerda en su trazo a los trabajos de Migelanxo Prado, sus historias son entretenidas y dinámicas y, casi siempre, están bien engarzadas en el conjunto de un trabajo que, pese a su extravagancia conceptual, se lee y disfruta con la naturalidad de un buen paseo gastronómico por el barrio viejo de Bilbao, San Sebastián o Vitoria.
Aprovechen el verano para viajar, comer y deleítar el oído, que cada vez nos va quedando menos espacio para el capricho. Y consuélense, cuando ya ni el derecho al placer nos dejen los mismos que se sacian y se ríen de nosotros con la boca abierta llena de langosta, al menos nos quedará el lujo de la lectura.

lunes, julio 09, 2012

Podría ser peor, de Ana Galvañ. Lo perverso y lo cándido.

Hace años ya que conocemos, seguimos y disfrutamos en la web del trabajo de Ana Galvañ (léase Elmyra Duff). Siempre nos ha extrañado que el talento visual, el humor ácido y la agudeza de sus trabajos no empujaran a ningún editor a apostar por ella, a la hora de proponerle una historia larga o, al menos, recopilar sus relatos dispersos (aparecidos en su blog, en Dos Veces Breve, Barsowia, etc.) en un único volumen. Ha tenido que ser una editorial recién llegada, la muy activa y atrevida Ultrarradio, la que nos haya dado el gustazo y se haya decidido lanzarse a por el segundo de los propósitos mentados.
Podría ser peor compila, como acabamos de decir, trabajos de Ana Galvañ previamente publicados en otras publicaciones periódicas y fanzineras, pero también incluye dos relatos inéditos, los excelentes "El amigo pusilánime" (una historia de personajes acomplejados con vuelta de tuerca) y "Oniaeh" (una de esas pesadillas marcianas que tanto abundan en la obra de la autora). Junto a ellos, el cómic recoge un muestrario de historias cortas que reúnen casi todas las "marcas de fábrica" de la narrativa de Ana Galvañ: encontramos pantomimas del relato psicológico y la digresión intelectual (como sucede en "Constanax 20 mg" o en "El balcón"), manipulaciones paródicas de modelos genéricos ("La leyenda de Jimmy Rowland"), cuadros sociales cargados de acidez y mala uva ("Que hago con mi perro", "Mi amigo el minotauro", "Ramona no sufras más" o "Noche de rock"), o jugueteos surrealistas con aire de pesadilla gótica infantil ("Todo era un sueño", "Verde era mi valle" o "Evaristo Hundlebert"), que nos conducen ineludiblemente hacia el imaginario artístico de directores de cine como Tim Burton o David Lynch, dibujantes de cómics como Jali, Carlos Vermut y Alberto Vázquez, o los japoneses Shintaro Kago y Suehiro Maruo, e ilustradores como Edward Gorey, Aleksandra Kopff y alguno más. Referencias y más referencias, influencias y ascendentes (deberíamos mencionar también a Daniel Clowes, claro), para intentar entender, para aprehender verbalmente, el espíritu que se encierra en la narrativa de Ana Galvañ; consecuencias de una poética aún breve pero rica en referencias intertextuales.
Pero no se equivoquen, si hay algo de lo que puede presumir ostentosamente la obra de esta joven autora es de no tener complejos (como demuestra la utilización cohesiva de viñetas de su serie web "Alguien dijo", al principio de cada historia) y de poseer una voz propia y una enorme personalidad. La tienen sus dibujos, en parte candorosos, en parte perversos, que fagocitan sin prejuicios manga, ilustración clásica, surrealismo pop y cartoon, en proporciones diversas según los requerimientos de la historia (sic. "Constanax 20 mg"). Y la tienen sus relatos, cargados de ironía y reflexión, pero presididos todos ellos por atmósferas inquietantes y giros narrativos inesperados, para crear un efecto de distanciamiento con la realidad que, paradójicamente, nos atrae hacia el interior de la historia como un imán con espinas.
Ahora, sólo esperamos que, algún día, Ana Galvañ se ponga de largo y algún editor valiente se atreva a pedirle la mano.

lunes, julio 02, 2012

Programación de los cursos de verano leoneses.

Rompiendo una buena costumbre, este año no estaremos junto a José Manuel Trabado en sus cursos leoneses estivales, pero les recomendamos fehacientemente que ustedes no se los pierdan. El programa, con ponentes como Jesús Jiménez Varea, Luis Alberto de Cuenca o Javier Zabala, pinta tan estupendo como siempre; su título: "Culturas pop y arte de autor en el cómic, ilustración y cine de animación". El curso ha empezado hoy mismito y dura hasta el viernes, por cierto.




lunes, junio 25, 2012

Jinchalo, de Matthew Forsythe. Indigestiones de sushi.

Acabamos de regresar de Inglaterra y hemos tenido la oportunidad de leer Jinchalo de Matthew Forsythe, una rareza sin palabras, pero cargada de una preciosa imaginería onírica, que continúa las aventuras de la niña protagonista otro de sus cómics, Ojingogo.
Tenemos que reconocer que la primera vez que nos topamos con los dibujos de Forsythe, pensamos que estábamos delante de la obra de una vieja (joven) conocida, Laura Park. El estilo de ambos se acerca a la mímesis en algunos momentos, los dos rebosan de talento visual y tienen la extraña capacidad de crear personajes empáticamente adorables.
Jinchalo es, como hemos dicho, un tebeíto extraño: es una de esas obras pequeñas, editadas con mimo, que parecen convertirse en objeto de colección y motivo de relectura constante, más que en tebeos de estantería. Más peliagudo es describir su contenido. Si les decimos que la aventura de su pequeña protagonista coreana se sitúa a medio camino entre las divertidas bufonadas animales de Trondheim, el surrealismo psicodélico de Woodring, el desvarío polimórfico de Cooper, la imaginería fantástica del cine de Miyazaki y la mirada infantil sobre la espiritualidad japonesa del NonNonBa de Mizuki, probablemente nos manden a freir tofu, pero les aseguramos que la mezcla señalada se acerca bastante a lo descrito.
Jinchalo significa en coreano algo así como "¿de verdad?" y a lo largo de sus páginas nos hacemos esa misma pregunta en multitud de ocasiones. En ellas se nos relatan los desvaríos gastronómicos y las alucinaciones (no sabemos si puramente digestivas) de una adorable niña que, ante los ojos sorprendidos del lector, devora nigiris, incuba huevos mágicos, pasea con su pulpo de compañía, vuela el pico de pelícanos gigantes y envejece con la misma facilidad que vuelve a rejuvenecer. En este sentido, la historia de Jinchalo nos recuerda a esos recorridos psicodélicos de Frank o Jim, en los que, justo cuando parece que empiezas a hilar un argumento o una línea de coherencia temática, te topas de bruces con el salto alucinado y la bifurcación surrealista, que tanto le gustan Jim Woodring. El placer de la inconsciencia inesperada.
Jinchalo se lee, se recorre, más bien, en un suspiro, y no es de esos cómics que compensan la inversión si únicamente hablamos en términos de tiempo de lectura, sin embargo, será un capricho gozoso, y desde ese momento muy rentable, para todos aquellos que disfrutan del cartoon orientalizado, el surrealismo amable y la miniatura ilustrada.

lunes, junio 18, 2012

3 relatos. La historia secreta del hombre gigante, de Matt Kindt. Creerse enorme.

Después de aquella historia llena de claves codificadas, ironía narrativa y jugueteos desestructurados que fue Super Spy, teníamos ganas de echarle un ojo a la última historia de Matt Kindt publicada ya hace casi un año en nuestro país: 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante.
Arranca la narración contándonos la historia de Marge y Butchie a través de la mirada de aquella; un relato en primera persona, contado desde la vejez, cargado de nostalgia, dolor y reproche; una de esas historias tan americanas de reclutamientos, viudas jóvenes y huérfanos con sensación de pérdida. Hasta aquí, todo más más o menos normal, dentro de los límites emocionales de la historia. Sucede, sin embargo, que este primer relato no es sino el marco, la chispa desencadenante, de la verdadera historia que se desarrolla en las páginas de la obra: la de Craig Pressgang, el hombre gigante.
Cada uno de los tres relatos que dan título al volumen, de hecho, responde a un episodio de esa misma historia. Aunque quizás sería mejor decir que cada uno de ellos nos cuenta la misma historia desde un punto de vista diferente. Entre todos intentan conformar una personalidad compleja, completar un perfil vital creíble a partir de la elaboración descriptiva y la multiplicidad de los puntos de vista: la verdad depende de quién te la cuente, parece decir Matt Kindt. Así, en el primer relato asistimos al nacimiento de Craig a través de los ojos de Marge, su madre. Se trata de un episodio en el que el protagonista se presenta como un "cuerpo extraño", como un pobre sustituto de la figura amada, que no llega nunca a ocupar el hueco dejado por él. En el segundo relato es Jo, su mujer, quien nos cuenta la historia del hombre gigante, la historia de su distanciamiento sentimental y físico, la del nacimiento de su hija Iris y la de cómo a medida que Craig aumenta en centímetros se va alejando del suelo y de una existencia humana ordinaria. Es precisamente Iris, su hija, nuestra guía a través del último relato del cómic. El de la búsqueda de las huellas del tiempo, el pasado de un hombre al que su hija apenas llegó a conocer y con el que nunca pudo mantener otra relación que la que tendrían un insecto diminut0 y un elefante; una búsqueda fracasada antes de comenzar.
Matt Kindt enriquece su relato de relatos con una sobredosis de imaginación y docenas de detalles dirigidos a enriquecer la personalidad del protagonista y construir el edificio de su pasado. A fin de cuentas, la experimentación narrativa y la búsqued de soluciones ingeniosas parecen ser dos de las marcas de identidad del norteamericano. En Super Spy el proceso de deconstrucción del relato principal se apoyaba en la fragmentación aleatoria de la historia y en su decodificación en forma código secreto que debía ser descifrado por el lector. Un divertido experimento lleno de retos. Ahora, el proceso deconstructivo se basa en la mencionada planificación de los tres puntos de vista y en el apoyo interdiscursivo de la multitud de documentos, recortes de periódico, garabatos infantiles y mapas arquitectónicos (todos ellos ficcionales, por supuesto), que Matt Kindt inserta estratégicamente entre las páginas de su narración. La subjetividad del punto de vista reforzada por el trozo de papel, por el frío recorte. Otra solución ingeniosa, sin duda.
Y sin embargo, 3 relatos. La historia secreta del Hombre Gigante no acaba de funcionar del todo, al menos, no lo hace en la misma manera en que lo hacía Super Spy. No conseguimos entrar en la historia de Craig Pressgang como lo hacíamos en la red bélica de confabulaciones y espionaje de su anterior cómic. Y además nos divierte menos que aquella: se trata de un relato más ordinario y sentimental, menos lúdico. Así, aunque podemos leer la historia del gigantismo de Craig desde el plano simbólico de su aislamiento sentimental y social, en el fondo, el relato de su enfermedad no deja de resultar extravagante, como también lo es la progresiva ramificación del relato (la intromisión de la CIA, el triunfo artístico de Jo, etc.). Puede ser que el mundo de los gigantes de ficción y su imaginario estén ya tan llenos de Gullivers o gigantes ahogados, como el del inquietante relato de J. G. Ballard (que les recomendamos fervientemente), que la entrada de nuevos iconos de lo mastodóntico invite a la injusta comparación constante.
Dicho lo cual, una vez más, Matt Kindt demuestra que es uno de los autores norteamericanos contemporáneos que no debemos perder de vista. Sus historias están siempre llenas de hallazgos y sorpresas narrativas, de giros inesperados y soluciones brillantes. Nos gusta su osadía y su afán experimentador, nos gusta hasta cuando lo que hace nos gusta menos que otras veces. Ya es decir.

martes, junio 12, 2012

Marina y Zap están vivos.

Bueno, en realidad todavía no se han despertado del todo, pero empiezan a cobrar vida en una Isla Flotante y alrededores, gracias a manos tan hábiles como las de Raquelilla: