Dedica Miller el cómic a Teo Van Gogh, aquel cineasta experimental holandes asesinado en 2004 por un demente islamista fanatizado. El dato es incidental, pero explica parcialmente el espíritu con el que el dibujante ha abordado las páginas de su tebeo: repartir estopa a diestro y siniestro contra todo lo que suene a media luna, sin matices ni miramientos, el desahogo maniqueo que libera la rabia acumulada. La excusa argumental, los ataques terroristas del 11-S y sus ramificaciones. Los personajes, un supehéroe sin prejuicios y una villana heroica unidos en su batalla contra el Islam (así en general) y en la salvaguardia de los valores norteamericanos, un justiciero-asesino sanguinario, cargado de razones, "educado" por el Mossad y unos arabes malos malísimos criados por hienas y profesores coránicos diabólicos, por lo menos. El resultado, como suele ser habitual en estos ejercicios artísticos viscerales basados en el molde genérico de la venganza y la Ley del Talión, es hueco como un tunel de metro que no lleva a ninguna parte. No lleva, desde luego, a la reflexión, ni al disfrute (por lo obvio de la propuesta). Quizás sólo Frank Miller se sentirá mejor despues de su pequeña vendetta de guionista enmascarado.
A nosotros nos duele la deriva que el estadounidense ha tomado en los últimos tiempos. Es cierto que en sus obras (no hay más que repasar Sin City) los concepto de venganza y justicia al margen de la ley se repiten de forma insistente; pero también lo es que, hasta los personajes más despreciables de Miller, mantenían cierta ética personal y que sus actuaciones, por muy barbáricas que fueran, se justificaban por las leyes internas de una poética nihilista y profundamente ficcional, que se arraigaba en la mitología heroica del cómic clásico y de la épica literaria. Frank Miller es uno de los autores esenciales de la historia del cómic. El regreso del Señor de la Noche vale un triunfo. Elektra Asesina es un prodigio de la deconstrucción del género superheroico. Y Ronin es un cómic tan complejo como inteligente. Sin embargo, al contrario que a algunos críticos afilados, su DK2 nos dejó fríos y llenos de aburrimiento; sin ánimo de ser oportunistas, nos dio la sensación de que anunciaba una deriva errática que, esperemos, no haya encontrado su confirmación definitiva en la obra que ahora nos ocupa. Nos dolería tener que recurrir a la tan manida excusa de "no pasa nada, sólo es un cómic", precisamente para disculpar el decepcionante trabajo de uno de esos artistas que consiguió empujar al cómic fuera del gueto del menosprecio artístico.
Evidentemente, incluso en esta obra, la habilidad gráfica del Miller dibujante sigue manifestándose en secuenciaciones audaces y en cuadros visuales deslumbrantes, por su estilo personalísimo, por su manejo de la luz y de la cámara (esos escorzos imposibles). No obstante, hasta en el campo del dibujo percibimos cierta tendencia a la retórica y a la autocomplacencia. Pareciera que Miller, sabedor de su talento, llegara incluso a recrearse en algunas escenas de lucha (como la que abre el cómic) que se ven alargadas innecesariamente o en ciertas sobreelaboraciones narrativas de secuencias no demasiado relevantes para el conjunto de la historia. En el mundo del arte a este fenómeno se le denomina manierismo.
En Holy Terror Frank Miller instrumentaliza su talento como guionista (siempre ha mostrado tendencia hacia el verbo grandilocuente, pero algunos de los diálogos de Holy Terror rozan el bochorno y como dibujante en forma de desahogo hacia un objetivo concreto e indiscriminado que abarca todo un universo ideológico: en el mismo saco de su desprecio incluye a Obama, al Islamismo, a los terroristas, a Michael Moore y las ONGs, a cierto tipo de inmigración... El Tea Party y Guantánamo ya tienen su tebeo.
Nos consolamos con la idea de que malos días (malas etapas) los tiene cualquiera. Si NY y Estados Unidos han sabido despertarse con entereza de la pesadilla terrorista y curarsus heridas, no entendemos por qué Frank Miller iba a ser menos. Queremos que nos devuelvan su antiguo talento, su inteligencia, su osadía y su falta de prejuicios.