martes, febrero 03, 2015

Enrique Marty y dibujos a tutiplén en el DA2

Acaba de concluir la exposición sobre la trayectoria de Enrique Marty en el DA2 de Salamanca (su ciudad de origen). Conocíamos el eclécticismo artístico de Marty a través de vídeos, fotografías y alguna escultura que se había incluido en muestras colectivas anteriores. Sin embargo, no habíamos tenido la ocasión de acercarnos a una recopilación tan amplia de trabajos suyos como la que se ha mostrado en esta ya finalizada exposición bajo el título Terapia de grupo, acto de fe, cuarto oscuro.
Como se anunciaba en su epígrafe y se desarrollaba en el catálogo de la muestra, las obras del autor salmantino se estructuraron sobre tres ejes (o "Actos"). En el "Acto I: Cuarto oscuro", se nos mostraba "el mundo de las obsesiones, del miedo y la megalomanía o la sed de poder"; "Acto II: Terapia de grupo", "recogía obras en las que Marty aborda las relaciones por las cuales los seres humanos se constituyen en sujeto y, en particular, la 'economía de esas relaciones de poder' -como afirmaría Focault-, ejercidas por instituciones como la 'familia' y los 'amigos' sobre nosotros o los otros"; finalmente, "Acto III: Acto de fe", nos invitaba a recorrer aquellos trabajos que "tratan básicamente de creencias, convicciones, sentimientos religiosos o, incluso, fantasmagorías y esueños de circo".
En realidad, muchas de las obras de Marty presentes en la muestra podrían haberse desplazado de una categoría a otra sin desentonar. Batantes de ellas mantienen ciertas constantes temáticas y conceptuales que tienen que ver con un acercamiento desesperanzado a la visión del hombre como ser social, y a esclavitud respecto a convenciones e imposiciones culturales. El autor plasma su mirada sobre el absurdo de la existencia a través de diferentes soportes artísticos y una variedad sorprendente de técnicas plásticas y escultóricas.
Precisamente, sus esculturas, hombrecillos contrahechos dotados de una solemnidad patética (Escena al azar, Los bastardos, Modelos de gente fácilmente ofendible o Rezad, rezad, P.I.G.S.), nos recuerdan a los "ejércitos" alienados de Juan Muñoz, pero también al desgarrado existencialismo expresionista de Giacometti o al cruel absurdo neodadaísta de algunas esculturas antropomórficas de Oppenheim como Attempt to Raise Hell. En el caso de la serie "Excena exterior revelada" las piezas adquieren un carácter mucho más marcadamente alegórico, con referencias simbólicas a la tópica literaria (Vanitas vanitatum, Memento mori, Ars moriendi) y a la historia del arte, desde el Barroco y el Romanticismo al Étant Donnés de Duchamp.
Los cuadros, fotografías y vídeos de Marty funcionan también como espejos de la sociedad y la familia. El espectador se contempla en ellos y recibe el reflejo matizado de sus propias miserias y frustraciones, sin adornos o filtros embellecedores. Las imágenes que observamos en Terapia de grupo, acto de fe, cuarto oscuro hurgan en las heridas hasta hacerlas sangrar, nos devuelven una visión esperpéntica de la realidad que termina por resultar mucho más real que la realidad misma.
La segunda exposición presente en el DA2 consistía (consiste, de hecho, ya que tienen ustedes la ocasión de visitarla hasta el 8 de febrero) en una estimable selección de Dibujo contemporáneo en la Colección DKV. Entre las muestras elegidas por la compañia aseguradora para su colección itinerante se hallan algunos de los dibujantes e ilustradores con más futuro de nuestro país; y sobre todo encontramos razones para afirmar que el arte plástico contemporáneo ha recuperado la fe en el dibujo y ha hallado en él una de las vías más fructíferas e inspiradas de su propducción.
Más allá de los diferentes enfoques y estilos, la exposición reivindica el protagonismo que vuelve a tener hoy el dibujo, que reside precisamente en su sencillez extrema, en la humildad de un procedimiento que contrasta con el mundo que nos rodea, donde reina la desmesura tecnológica y el exceso de artificio. Frente a todo ello, el discurso de la comisaria, Alicia Ventura, defiende la resistencia y la fascinante capacidad de atracción del dibujo.
En ella podemos disfrutar de ejemplos figurativos como las irónicas y sutiles reconstrucciones grupales de Rosana Antolí, la doméstica fragilidad naïve de Andrea Canepa, los grafitos insinuantes y elípticos de Agustín Bayón, el lánguido romanticismo de los retratos de Marina Puche o las escenografiadas arquitecturas interiores de Saelia Aparicio. No faltan referencias abstractas y conceptuales, como las que encontramos en las delicadas hojas de humo de Señor Cifrian, en la intelectualizada propuesta de Ignacio Uriarte, en la colección de acrílicos de José Medina Galeote o en la muy inteligente deconstrucción acumulativa conceptual de Almudena Lobera.

martes, enero 27, 2015

Mi amigo Dahmer, de Derf Backderf. Yo vi nacer al monstruo

Si en El asesino de Green Green River, de Jeff Jensen y Jonathan Case, se analizaba la figura del asesino en serie desde el punto de vista del detective y de la investigación criminal, Mi amigo Dahmer, de Derf Backderf se acerca al mismo tema desde una postura no menos original al intentar indagar en las razones de la "locura", los factores personales, familiares y sociales que conducen a un adolescente aparentemente normal y anodino ("Nunca noté nada raro en él", decían sus profesores) a convertirse en un monstruo con 17 asesinatos y otros cargos atroces (canibalismo, necrofilia o abuso de menores) en su haber.
Como el cómic de Jensen y Case, Mi amigo Dahmer no se centra en la actividad criminal de su protagonista, ni exhibe las escenas sangrientas de su biografía, sino que opta por un acercamiento mucho más psicológico y sociológico que puramente forense o sensacionalista. Ambos cómics comparten otro punto esencial, además. Las dos historias están contadas por narradores que tuvieron una implicación más o menos directa en la biografía de los dos asesinos: Jeff Jensen, el guionista de El asesino de Green Green River es el hijo de Tom Jensen, protagonista del cómic y el detective que finalmente detuvo a Gary Ridway, el asesino de Green River; por su parte, Deff Backderf, autor de Mi amigo Dahmer, fue -como anticipa el título- compañero de clase y "amigo" de Jeffrey Dahmer, el Carnicero de Milwaukee que protagoniza esta novela gráfica.
Ahí se acaban las diferencias entre ambas obras. El dibujo de Jonathan Case es realista y frío en su afán por dotar de objetividad visual a un trabajo que busca adentrarse en la guerra psicológica entre asesino e investigador. El estilo de Derf Backderf está claramente influenciado por el underground de Crumb, Shelton y compañía, y funciona con eficiencia a la hora de situar la historia en un contexto temporal muy concreto: el de los años 70 y su relativa laxitud con las drogas, la sexualidad, la cultura y las relaciones sociales. En cierto modo, Backderff explica la degeneración del protagonista en base a la falta de atención y control institucional y familiar que permitió que un adolescente de 16 años pasara de forma "desapercibida" por diversas fases disfuncionales (aislamiento social, sadismo, alcoholismo y psicopatía) hasta llegar a su degeneración total. Desde la mirada horrorizada y el terror indisimulado hacia el Otro, el cómic de Dahmer intenta buscar explicaciones, entender en la medida de lo posible los procesos interiores de la enfermedad mental y la actitud del entorno ante el enfermo:
Si un solo adulto hubiera dado un paso adelante y hubiese dicho: "Eh, este chico necesita ayuda"... / ...¿Se podría haber salvado a Dahmer? ¿Se podría haber evitado el sangriento final de sus víctimas? No estoy diciendo que hubiera tenido una vida normal... / Probablemente habría pasado el resto de su vida adormecido con antidepresivos y viviendo en el cuarto extra de casa de su padre. Una vida triste y solitaria que Dahmer habría aceptado gustosamente antes que el futuro infernal que le esperaba.
La historia de Mi amigo Dahmer está narrada desde la voz de su autor Derf Backderf, pero el punto de vista principal es el del asesino. Seguimos sus movimientos y actuaciones desde una cámara sólo en apariencia objetiva. A partir de recuerdos propios y ajenos, testimonios de testigos y conocidos, confesiones del propio Dahmer, registros policiales y noticias de prensa, el autor reconstruye el relato de la adolescencia del psicópata completando la información de primera mano de su relación directa con él. De este modo, la historia nos ofrece un cuadro mucho más amplio y abierto del que el narrador podría haber completado por si solo; y el punto de vista, por tanto, tiene más recorrido que esa primera persona de un Derf Bakderf adulto que intenta ajustar cuentas con su pasado.
Se observa, de hecho, cierta incomodidad y sentimiento de culpa en el relato respecto a la materia narrada: la caída en desgracia, el tobogán hacia la locura del protagonista, que el narrador observó en primera persona sin llegar a intervenir en modo alguno. ¿Se podía haber evitado de alguna manera la espiral de sangre y horror? ¿Existió algún punto de inflexión en el que alguien debería haber actuado para evitar futuras consecuencias trágicas? La narración reparte culpas entre la familia de Dahmer, sus compañeros y profesores, la policía y la sociedad del momento, y el autor asume su parte de responsabilidad, aunque racionalice la culpabilidad desde la limitada responsabilidad del adolescente:
A menudo me pregunto por qué nunca dije nada. Por qué no intenté ayudar a Dahmer. Tienes que recordar que esto era 1976. Uno no se "chivaba" de un compañero. Era algo que no se hacía. Además, mis amigos y yo eramos críos de pueblo ensimismados en nuestras propias vidas, no nos enterábamos de nada. / Y ninguno teníamos ni idea de lo que estaba pasando de verdad por su cabeza. / Mejor sería preguntarse... / ...¿Dónde narices estaban los adultos?
El relato, con inteligencia, se detiene en el instante en el que Dahmer ya se ha convertido en un monstruo, en el que ya no hay vuelta atrás después de su primer asesinato (aunque tardaríaa en volver a matar casi diez años). Los títulos de los capítulos crean un itinerario lleno de significado: "Prólogo", "El chico raro", "Una vida secreta", "El club de fans de Dahmer", El nacimiento del monstruo", "Fundido en negro". Después de tan brillante elipsis, en el "Epílogo", Backderf y sus amigos recuerdan en una cafetería los años del instituto entre risas, rememoran sus despreocupadas crueldades adolescentes, sin saber aún que uno de sus compañeros, el raro de Dahmer de quien y con quien se reían todos, se había convertido en uno de los asesinos en serie más terribles de la historia de Estados Unidos.
Desasosegante, terrorífico y muy recomendable. Sí, llegamos tarde, pero este cómic también debería haber estado en esta lista.

martes, enero 20, 2015

Super Flemish, de Sacha Goldberger. Nobleza superheroica

De entre las cada vez más frecuentes "apropiaciones" artísticas comiqueras que nos han llegado últimamente, la que más nos ha interesado y divertido (por su depuración técnica, por su revisionismo paródico y por la mezcla entre intenciones pop y presentación academicista) ha sido Super Flemish, del fotógrafo francés Sacha Goldberger.
En sus retratos, Goldberger adopta una mirada irónica que abarca la composición, la iluminación, el atuendo y la interpretación de sus modelos, convenientemente disfrazados de superhéroes al estilo de los retratos flamencos del S.XVI. El shock del anacronismo provoca en el espectador una mirada perpleja al mismo tiempo que divertida, e invita a una reflexión acerca de conceptos como la heroicidad, la jerarquización social o el valor de la fama a lo largo de la historia.
No es la primera incursión del fotógrafo en el universo superheroico. En 2006, Goldberger llevó a cabo una serie de retratos humorísticos de su abuela húngara Federika con la terapéutica intención de levantarle el ánimo a sus 91 años. La colección, titulada Mamika ("abuela" en húngaro) hace gala de un sentido del humor desatado y de una puesta en escena rutilante de las "aventuras y gestas" de esta superheroina nonagenaria. Todo ello con una cuidadísima puesta en escena y una realización perfecta, que Goldberger debe en gran parte a su formación publicitaria.
En cierto modo, el trabajo de Sacha Goldberger nos recuerda aquellas otras ficciones fotográficas de Pablo García y Erwin Olaf que ya comentamos en su día con motivo de aquella exposición en el DA2 de Salamanca. Ya lo ven, cada vez más, el cómic y su mitología convertidos en materia prima para otros discursos artísticos.

martes, enero 13, 2015

Je suis...

No hacen falta demasiadas palabras...

...pero entre tanto ruido, hemos leído algunes reflexiones lúcidas

...y aplaudimos iniciativas valientes y necesarias:

http://www.orgulloysatisfaccion.com/charlie/

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(Actualización: 25/01/2015) 

Seguimos leyendo sobre un tema que, creemos, no se debería olvidar tan pronto. Les proponemos algunos textos más para entender y reflexionar:

martes, enero 06, 2015

Lo mejor de 2014. Nuestro listón de Reyes

Dicen que es sano cambiar de tradiciones de tanto en cuanto (sobrellevando el grado de esquizofrenia que la propia afirmación implica, suponemos), pero si hay algo de lo que nadie parece dispuesto a prescindir durante estas fechas es de esa mortificante y al mismo tiempo placentera afición de hacer listas que inunda blogs, revistas y canales televisivos cada comienzo de año. No vamos a ser máso menos que otros; así que, otra vez, les regalamos nuestra selección de los mejores cómics de 2014 en riguroso y subjetivo desorden:
Fabricar historias (Reservoir Books-Random House), de Chris Ware: cerrábamos 2012 recomendandoles la edición americana de Building Stories, del maestro Ware, y cerramos este 2014 haciendo lo propio con la inmaculada adaptación al español de la misma. Sin medias tintas, si exceptuamos a Robert Crumb, Ware es probablemente el autor de cómics más importante e influyente del momento. De hecho, más que como dibujante, deberíamos atender a su influencia en el arte, el diseño, la ilustración y la narración comicográfica actual. Del mismo modo, Fabricar historias es mucho más que un cómic o una obra única. La caja de Ware es todo un tratatum comicographicum; una colección de narraciones gráficas en diferentes formatos que, detrás del retrato biográfico y psicológico de la joven coja protagonista, nos permite viajar al futuro del cómic y no enseña algunas de las vías que seguirán futuros autores en la consolidación de la llamada novela gráfica. Objeto artístico y obra maestra.
La Gran Guerra (Reservoir Books – Random House), Joe Sacco: otro cómic que tampoco es un cómic, pero que, en este caso, nos remite a los antecedentes del cómic: a las columnas talladas, los frisos y tapices secuenciados de la Historia del Arte. Joe Sacco, asentado en su papel de dibujante excelso, ha decidido "condensar" todas las atrocidades de la Primera Guerra Mundial en un dibujo-trayecto de más de siete metros, en el que desarrolla los trágicos acontecimientos de la Batalla del Somme. El resultado es un ejercicio fascinante elaborado con una minuciosidad de amanuense: una enorme secuencia dibujada que consigue transmitir el desasosiego de la derrota, al mismo tiempo que funciona como cuadro de costumbres en el mismo frente de las trincheras. Un objeto de colección y un cómic "diferente". 
Cuadernos rusos (Ediciones Salamandra), de Igort: el pasado resuena como una explosión en la obra de Sacco, pero sangra de verdad en la de Igort. Últimamente leemos sus cómics con el estómago encogido. Si ya no era fácil sobreponerse la exhibición de atrocidades estalinistas que relataba en Cuadernos ucranianos con la escrupulosa exactitud del cronista, su trabajo en Cuadernos rusos es todavía más lacerante. Aunque sea tan sólo por la proximidad cronológica de lo que en él se relata. Igort nos acerca a un conflicto muy presente: el que se desarrolla entre Rusia y Ucrania, entre rusos y chechenos, entre la historia soviética y sus repúblicas convalecientes. A partir del asesinato de la periodística y defensora de los derechos humanos Anna Polistkóvskaya, Igort nos empuja hacia las alcantarillas del estado, el dinero y el fundamentalismo. Como quien escribe un diario ilustrado, se nos muestran las torturas y asesinato impunes y se nos "invita" a escuchar sobrecogidos los testimonios en primera persona de las verdaderas víctimas de un conflicto en el que los únicos que parecen sobrevivir son los que cada vez recuerdan menos a seres humanos.
Las guerras silenciosas (Norma Editorial), de Jaime Martín: lo confesamos, de la larguísima nómina de autores que dibujaban en El Víbora, Jaime Martínez fue uno de nuestros favoritos; seguíamos sus aventuras de extrarradio y pillaje en Sangre de Barrio y Los primos del parque con fervor adolescente. Siempre nos pareció que sus historias destilaban honestidad y mucha verdad. Desde hace unos años, Martín ha adoptado un tono más serio y trascendente, pero no ha perdido nunca aquella honestidad que tantas veces sonaba a confesión autobiográfica. Eso sí, cada vez dibuja mejor. Nos gustó su Lo que el viento trae, pero lo ha hecho aún más Las guerras silenciosas. En él, nos relata nada menos que las "batallitas" de la mili de su padre en el norte de África. Batallitas en nada inocentes que se escondían detrás del soterrado y frío conflicto de la disputa colonial entre Marruecos y España (a veces más sangriento de lo que la Historia nos suele recordar). Y al mismo tiempo que "escuchamos" al padre de Jaime Martín contándonos su historia, en un recurso muy "spiegelmaniano", asistimos a la creación de la historia, a la tramoya y el proceso de construcción del cómic, desvelados por el propio Jaime Martín, quien, como personaje de su propio cómic, nos descubre sus dudas, sus conversaciones privadas con los protagonistas reales y las horas de dibujo en la mesa hasta completar Las guerras silenciosas.
Come prima (Ediciones Salamandra), de Alfred: un viaje, dos hermanos y cientos de deudas que saldar. La nueva novela gráfica de Alfred hurga en la historia familiar de unos personajes carcomidos por el pasado y nos deja echarle un vistazo a la caja negra de los hermanos Giovanni y Fabio. Su reencuentro será el punto de partida de un relato que nos invita a reflexionar acerca de las elecciones vitales y las consecuencias que cada nuevo viraje en el camino comporta.Come prima es la historia de un viaje que, como suele suceder, muestra una doble vía, geográfica y psicológica, a la vez que estructura narrativamente el relato. El dibujante francés aprovecha este tránsito para desplegar su eclecticismo gráfico, jugar con la temporalidad del relato y deleitarnos con un empleo poderosamente simbólico del paisaje, en el que es uno de los mejores y más líricos cómics de este 2014.
La entrevista (Ediciones Salamandra), de Manuele Fior: como ya hiciera en Cinco mil kilómetros por segundo, el italiano nos demuestra que lirismo y suspense no están reñidos. Con unos recursos narrativos no muy diferentes de los que hemos mencionado en el cómic de Alfred (uso simbólico del paisaje, variedad gráfica, anisocronías, etc.), Fior construye una historia de ciencia-ficción con comienzo y espíritu costumbristas. Sorprende que un cómic que destaca por la calidad de sus diálogos, lo haga también por su uso maestro de los silencios y las elipsis a la hora de hacer avanzar el relato con inteligencia y naturalidad. Y es que, detrás de su original argumento y de la red de relaciones que conecta a sus personajes, La entrevista es un cómic que invita a una reflexión filosófica comprometida y serena.
Unahistoria (Ediciones Salamandra) de Gipi: cerramos el círculo de las novelas gráficas con poso lírico (y el del catálogo de Salamandra) con la nueva obra maestra de un maestro. Gipi es uno de los narradores avezados de este S. XXI. Su obra está llena de ejemplos en los que el italiano pone a prueba al lector gracias a un manejo innovador del lenguaje comicográfico que, a pesar de la tentadora invitación luminosa de sus acuarelas, no admite la contemplación pasiva. Los cómics de Gipi son exigentes y simbólicos, su uso de la temporalidad es deliberadamente enrevesada y fragmentaria; y la variedad de estilos gráficos que esgrime tiene siempre una razón de ser en el conjunto de cada trabajo. En Unahistoria se nos invita nada menos que a navegar por el interior de la mente de su protagonista: a desenredar la madeja de su pasado y su locura, al mismo tiempo que intentamos entender por qué las guerras de otros tiempos (las de su bisabuelo, por ejemplo) suelen dejar víctimas colaterales incluso muchas décadas después. El nuevo cómic de Gipi es un trabajo preciosista, profundo y conmovedor. Una tentación para lectores atrevidos.
He visto ballenas (Astiberri), de Javier Isusi: seguramente el mayor defecto de He visto ballenas sea la equidistancia (un tanto surbayada y forzada) en su insistencia por igualar el dolor y el peso de las victimas del largo tránsito terrorista generado por la banda asesina ETA. Pero quizás de ese punto de partida, de esa búsqueda de neutralidad, surja también la mayor de las virtudes de la obra de Isusi: la ausencia de juicios morales, a favor de la historia. He visto ballenas es un alegato único y diáfano en contra de la violencia, cualquier tipo de violencia; y es el relato trágico de los efectos de las armas en las víctimas que las sufren. A través de su galería de personajes (miembros de la ETA y el GAL, hijos de asesinados, sicarios, curas, familiares de presos, etc.) y su relación directa o indirecta con el mundo del terrorismo, Isusi construye una historia cargada de emociones y conducida con un pulso narrativo firme y medido. La intrahistoria de esos personajes, su lucha diaria por seguir hacia adelante y superar la carcoma del dolor que no cesa, favorecen un relato clásico, que penetra directo en la epidermis del lector. Una historia de mérito.
Habitaciones íntimas (Bang Ediciones), de Cristina Spanó: evanescente, ligero y delicado, así es este cómic de la italiana Cristina Spanó. Sucede a veces que los detalles y las anécdotas triviales dejan en nuestra biografía una huella más profunda que los grandes gestos o los acontecimientos solemnes. Habitaciones íntimas es la colección de esos pequeños episodios existenciales que modelan de forma trascendente la biografía de su personaje principal, la niña Camilla que al final del cómic ya es mujer. El estilo suelto, modulado y sutil de Spanó, contribuye a dotar a su historia de una atmósfera vaporosa y lírica, que nos sitúa en el territorio intangible de los recuerdos y la imaginación. Lo tonos pastel y las pinceladas sueltas y sinuosas de Habitaciones íntimas además colaboran a crear una atmósfera cargada de nostalgia y recuerdo en la que todos nos encontramos de un modo u otro, y en la que todos participamos con la emoción de nuestra propia experiencia.
Aquel verano (La Cúpula), de Jillian Tamaki y Mariko Tamaki: un padre camina por la noche entre árboles en dirección hacia un casa de campo tenuemente iluminada. Lleva a su hija apaciblemente dormida en brazos. No hay mejor metáfora de la protección, de ese refugio al que todos desearíamos escapar de vez en cuando. Con esa escena se abre Aquel verano, la premiada novela gráfica de las hermanas Tamaki, la historia de un verano en la vida de las niñas Rose y Windy durante sus vacaciones anuales en el bucólico pueblecito de Awago Beach. El verano, otro paraíso perdido que sólo los niños entienden en su plenitud. Viviremos Aquel verano entre chapuzones y juegos infantiles, descubriremos los pequeños secretos de Awago Beach junto a sus protagonistas, y al mismo tiempo sospecharemos con ellas que los años y el tiempo no nos hacen más libres, sino más serios y tristemente solemnes. Jillian y Mariko Tamaki son dos autoras tan sensibles y perceptivas que desde la primera página consiguen sumergir al lector en su historia de pequeñas aventuras estivales y despertar en él sentimientos olvidados que, no obstante, casi todos compartimos. Concluida la lectura, parece imposible que los personajes de Aquel verano no existan de verdad fuera de sus páginas y nos tendrían que convencer con un mapa en la mano de que  Awago Beach no es más que un refugio de ficción. Sólo entonces echaremos una lagrimita de nostalgia reprimida.
Ojo de Halcón 7-12. Pequeños aciertos (Panini Cómics), de Matt Fraction y David Aja: otros que repiten (que deben repetir) entre lo mejor del año; por cortesía de Panini y su segundo tomo recopilatario de unos comic-book llamados a "reinventar" (por enésima vez) la estética/poética superheroica de las grandes editoriales norteamericanas. Matt Fraction tiene la llave del suspense; sus guiones combinan la acción más efervescente con dosis milimetradas de comedia y tragedia. Los diálogos de los personajes están cargados de calle y los escenarios de la acción huelen a pizza, perritos calientes, basura y humedad. ¡Y qué decir de la versión flat design retropop de Ojo de Halcón que ha creado David Aja! Es un prodigio de sincretismo icónico y sofisticación visual y narrativa. Además, en este tomo recopilatorio se incluye el "comic-book del perro", uno de los mejores tebeos de superhéroes que leerán ustedes en años. No se había visto nada igual desde Orwell y su granja o Tolstoi y su caballo: señalética pura y dura para contarnos una historia de héroes desde el punto de vista de un can. Un portento de imaginación y clase en la era post-Ware.
La enciclopedia de la Tierra Temprana (Impedimenta), de Isabel Greenberg: una historia que se lee como los niños oían los cuentos de sus abuelos sentados junto a la lumbre, con la cara iluminada. Greenberg dibuja su cómic como si fuera una orfebre, o una tejedora de tapices, o una ilustradora de otra época. Así, con mimbres entresacados del folclore, de la tradición oral y de la cuentística popular, La enciclopedia de la Tierra Temprana conforma una historia de historias, una cosmogonía de ficción habitada por sus propios dioses y reyes, surcada por desconocidas geografías inhóspitas y al arbitrio de unas leyes que no parecen existir más que en la fantasía caleidoscópica que da forma a sus páginas. El cómic de Greenberg es una pequeña enciclopedia de ficción popular, una colección de cuentos que, a escala, nos muestra la deriva de seres humildes, niños, hombres y mujeres, que intentan luchar contra un destino adverso. Como nos contaban nuestros abuelos.
Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (Impedimenta), de Martin Rowson:  el Tristram Shandy, de Laurence Sterne, anticipó a mediados del siglo dieciocho algunos de los rasgos esenciales de la novela moderna: la autorreferencia, la ironía, la digresión infinita o el empleo rupturista de la cesura. Fue, como señala el mismo Martin Rowson (convertido en personaje "invitado" de su personal revisión del libro de Sterne), "la primera gran antinovela sobre el acto mismo de escribir una novela". Adaptar al cómic una obra de este calibre era un reto mayúsculo, del que el británico Martin Rowson sale airoso gracias a su extremado ingenio y a su inusual talento gráfico (como también lo hiciera en su día el brillante Michael Winterbottom con la correspondiente adaptación cinematográfica). Rowson recurre a un estillo de dibujo deudor de la ilustración clásica inglesa (Gillray, Cruikshank, Rowlandson) y el underground de los 60, para ilustrar minuciosamente la gestación y nacimiento accidentado del mutilado caballero Tristram Shandy. Como sucede en la obra original, el cómic de Rowson abunda en rupturas narrativas, interrupciones y audacias textuales (y visuales, en este caso), que sorprenden al lector desprevenido a cada paso de un relato que nunca parece llegar a arrancar. Con inteligencia,Vida y opinions de Tristram Shandy, caballero revela conscientemente su naturaleza comicográfica y además de jugar con el metalenguaje, nos remite en no pocos momentos a la historia clásica del cómic universal; en un guiño al mismo tiempo postmoderno y respetuoso con la inclasificable novela original. Un "anticómic" muy exigente, complejo e increíblemente dibujado.
Las Meninas (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: Santiago García nos cuentan a Velazquez a través de Foucault, a traves de la mirada múltiple, con la palabra redoblada en imágenes, en viñetas. Reflexiones biográficas en torno al genio, a la diferencia entre el oficio y el arte, a la búsqueda de la inspiración. Y para ilustrar la vida y obra del más clásico y genial de nuestros pintores, Las Meninas esgrime el genio del más heterodoxo y vanguardista de nuestros dibujantes, don Javier Olivares, el Murnau del cómic español. Espejos y más espejos. El de García y Olivares es un cómic que se adentra en la Historia del Arte con un sombrero postmoderno de ala ancha y que recurre al cuadro mítico del genio sevillano para hablar en realidad del arte español y de España. Las Meninas se construye como un tapiz de relatos fragmentados (digresiones explicativas, metarrelatos paródicos, autorreferencia y mucha interdiscursividad) que, a base de ironía e inteligencia, consigue pintar un gran cuadro del proceso creativo, de Velazquez y de su huella posterior. Hasta llegar a este cómic que tenemos entre manos.
La técnica del perineo (Diábolo Ediciones), de Ruppert y Mulot: traía este tándem de artistas franceses cierta fama de malditismo. Lo anunciaban los críticos más avezados, sus obras se mueven entre el experimento, el riesgo calculado y la ruptura de esquemas. Su cómic publicado en España durante este curso hace gala de todo ello y nos crea unas expectativas enormes. La técnica del perineo es un estudio acerca de la seducción, la sexualidad y la construcción personal; filtrado todo ello por el papel que las nuevas tecnologías y el arte tienen como motores sociales. En cierto sentido, el cómic de Ruppert y Mulot está conectado con esa idea del sexo como secreto, como puerta misteriosa que abre espacio a riesgos y placeres desconocidos, que el maestro Kubrick ya explorara en la inquietante Eyes Wide Shut. Quizás ha sido ese atrevimiento (temático y narrativo, que no formal) el que haya provocado que el público y la crítica de nuestro país hayan pasado de puntillas por un cómic que hubiera merecido mucha más atención. Lástima. En el riesgo está el placer, dicen. 
Arséne Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: el cómic más sorprendente, transgresor y vanguardista de este 2014. Olivier Schrauwen utiliza la figura de su abuelo para embarcarnos en un viaje psicodélico e imprevisible por la biografía improbable de su antecesor. Aunque en realidad la peripecia argumental no es sino una excusa estupenda para desplegar todo un catálogo de acrobacias narrativas y experimentaciones comicográficas. El belga nos está acostumbrando al más difícil todavía. Cada uno de sus cómics es un ejemplo más de que no todo está dicho o hecho en el mundo del arte. En los tres tomos que necesitó para desglosar la historia de su abuelo Arsene (de los cuales Fulgencio Pimentel ya ha publicado dos), Olivier Schrauwen reinventa el uso del color, el montaje y las transiciones entre viñetas desde una óptica postmoderna que actualiza instrumentos y técnicas de las vanguardias clásicas (imágenes surrealistas, metáforas desplazadas, efectos cinéticos, giros dadaístas, etc.) para construir su lenguaje. Que nadie lo dude, Arsène Schrauwen es un viaje al futuro del cómic entendido como manifestación artística. Necesario. 
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(Actualización: 07-abril-2015)

No es de recibo, estamos en ello, pero dejar fuera estos dos cómics era un "crimen":
Mi amigo Dahmer (Astiberri), de Derf Backderf: pocas veces tenemos la ocasión de recibir información acerca de la vida de un asesino de boca de un testigo directo. Derf Backderf fue compañero de clase de "el Carnicero de Milwaukee", cuando éste sólo era un adolescente disfuncional y rarito; es decir, cuando la solución parecía posible, pero nadie hizo nada. Mi amigo Dahmer es un documento pavoroso porque conocemos la historia y las consecuencias que esa dejación colectiva de responsabilidades tuvo en la vida de Jeffrey Dahmer y sus muchas víctimas. Backderf emplea el dibujo underground que tan en boga estaba en los años en que se desarrolla la historia, para completar un relato desasosegante y terrorífico que, literalmente, nos describe el nacimiento de un monstruo.
Yo, asesino (Norma Editorial), de Antonio Altarriba y Keko: más violencia, más asesinatos sangrientos, pero con una coartada radicalmente diferente. Altarriba y Keko nos regalan una de las reflexiones más certeras de los últimos tiempos acerca de la violencia, el dolor y su reflejo en el arte. En el fondo, la historia del profesor de Estética del Arte que elige a sus víctimas al azar y las asesina con la ceremoniosa minuciosidad del artista que prepara su lienzo, puede leerse igualmente como una crítica contra la violencia sistemática y organizada de instituciones sociales, políticas y fuerzas de seguridad contra el ciudadano de a pie. Pero, al mismo tiempo, Yo, asesino funcionaría también como desahogo autoral, una lúcida reflexión acerca de la impostura del arte contemporáneo y la inoperancia de los organismos educativos y culturales en nuestro país. Más allá de otros paralelismos obvios, no es casual el parecido físico del catedrático protagonista, Enrique Rodríguez Ramírez, con el propio Antonio Altarriba; gracias todo ello a un Keko que, con su trazo minucioso y su maestría en el uso del claroscuro, parece en permanente estado de gracia.