Seguimos tropezando en la misma viñeta. Nos pasó hace cinco años con esta obra maestra y nos ha vuelto a suceder otra vez. Cerramos nuestra lista de lo mejor de 2014 con unas cuantas deudas lectoras, y resulta que entre ellas se encontraban dos o tres de los mejores cómics del curso pasado; historias que por méritos propios deberían de haber estado en cualquier nómina de elegidos. Fue el caso de la desasosegante historia de Backerf, e igualmente injustificable (ahora a agua pasada lo sabemos) es la ausencia en cualquier selección de los mejores cómics de 2014 del nuevo trabajo del gran Antonio Altarriba y de un maestro como Keko. Porque Yo, asesino es un cómic
mayúsculo. Bien lo han sabido ver nuestros vecinos.
Enrique Rodríguez ramírez es un profesor universitario de Historia del Arte que pone en práctica sus investigaciones acerca de la estética de la violencia mediante una serie de asesinatos selectivos minuciosamente escenografiados y ejecutados con un ánimo de trascendencia más aplicable a una obra de arte que a un homicidio casual o ritual. Con un matrimonio al borde de la ruptura y una carrera docente e investigadora marcada por las presiones políticas, las míseras disputas docentes y las guerras por las subvenciones públicas que determinan el estatus académico en el escalafón universitario, el profesor Enrique Rodríguez desahoga sus inclinaciones artísticas, su talento como creador de "obras únicas", eligiendo víctimas al azar a las que asesina ceremoniosamente y con una intención claramente estética.
Por derecho propio, entonces, Yo, asesino es una obra de serie negra. Un thriller habitado por asesinos, cómplices, víctimas y detectives; una historia cargada de misterio, intriga y casos sin resolver que hará las delicias de cualquier amante del género. Pero el trabajo de Altarriba y Keko es mucho más que un cómic noir al uso...
Para contextualizar su “ensayo” acerca de la violencia, el arte y el dolor, Antonio Altarriba sitúa su historia en el País Vasco actual, la Facultad de Letras de Vitoria-Gasteiz. Ya han pasado los años de plomo de la actividad criminal de la banda terrorista ETA y la radicalización abertzale de la sociedad vasca. Aquellos años de violencia psicológica, social y física en los que las víctimas del terrorismo debían convivir además con la falta de empatía de su entorno y el hostigamiento político de la mayoría nacionalista. En este escenario contemporáneo, en el que aún pervive una fuerte politización y presión institucional, Altarriba sitúa a su peculiar protagonista y álter ego, un yo asesino, que Keko recrea con los rasgos físicos del propio Altarriba; también catedrático universitario en la Universidad del País Vasco en su vida real.
A lo largo de su trayectoria creativa, Keko (José Antonio Godoy) ha
labrado una reputación como artista de culto al margen de cualquier
tendencia comercial gracias a su muy personal dibujo expresionista, su
dominio del claroscuro y cierta inclinación por personajes e historias
marginales, cuando no extremos. Esta claro que no había un dibujante mejor a la hora de ponerle viñetas al elaborado y complejo guión de
Altarriba. Es más, en un giro visual muy oportuno para la historia, Keko
ha “sofísticado” su dibujo para Yo, asesino,
dotándole de un detallismo y un tratamiento hiperrealista (obtenido en
parte gracias a la manipulación de material fotográfico) que nos
permiten hablar de cierto manierismo visual, donde antes primaban cierta
inclinación hacia el cubismo y el ya señalado expresionismo (insistiendo en esa linea que ya anticipara con brillantez en La protectora). Oscuridad y
sentimiento barroco para dar vida a una historia cargada de tragedia
existencial.
Dentro del contexto profundamente violento del cómic descubrimos una de las tesis básicas de este cómic: la muerte como fenómeno imprevisible o improvisado puede ser un arte y un acto creativo, pero los crímenes políticos, ideológicos o institucionales (interesados, en definitiva) son puro y cruel ensañamiento:
Matar por nada es revolucionario... / Pone en evidencia las interesadas razones que la política, la religión, la filosofía o la psicología han encontrado para que sigamos asesinádonos... Para que parezca que tiene sentido hacerlo... / Son justificaciones de conveniencia... Nunca motivaciones justas... / En este mundo matar por nada constituye, en el fondo, una acción pacifista... / Al menos mucho más honesta que matar por la patria...
¿Es entonces Yo, asesino una reivindicación de la naturaleza violenta de todo ser humano ("La pulsión asesina (...) constituye la esencia de nuestro carácter, reflejo del deseo de poder, resorte último de la supervivencia") o es tan sólo la escenificación plástica del aparato teórico que explica, por así decirlo, "la representación del dolor en el arte" (o el cómic) contemporáneo? ¿Exaltación estética de la violencia o crítica social implícita (y pacifista) hacia la dictadura sanguinaria de las ideologías? En un momento de la historia el protagonista conversa con Edurne, su alumna y joven amante, acerca del reciente asesinato de Carlos Alarcón, su máximo rival teórico:
- No me voy a escandalizar... Ni te voy a reprochar nada... Sabes que comparto tus teorías sobre el arte... Y creo en la pulsión asesina como fuente de creatividad.
- Son teorías esteticas... Escribo sobre ello... Investigo sobre ello... Pero eso no significa que vaya por ahí matando a mis colegas...
- ¿Ah no...? Decir una cosa y hacer otra supone incoherencia... Es una impostura intelectual... Si no recuerdo mal, tú mismo escribiste un artículo sobre ello...
- Vamos, Edurne, no seas chiquilla... Nadie lleva sus ideas hasta las últimas consecuencias... Al menos en algunos terrenos...
En el cómic, Enrique le está mintiendo a su amante, se está protegiendo. Quizás, como autor, Altarriba no lo esté haciendo. Desde este punto de vista, podríamos leer Yo, asesino como un objeto artístico, una novela gráfica que supone la ejemplificación ficcional de esa "teoría estética" de Antonio Altarriba (alias Enrique Rodríguez) y Keko. Un cómic que, detrás de su despliegue de erudición, esconde un desahogo y una crítica despiadada contra todos los ámbitos de la kultur contemporánea: la endogamia corrosiva e inmovilizante de la Universidad española; la política cultural errática, caprichosa y corrupta de las instituciones regionales y nacionales; o la vacuidad mercenaria y superficial de ciertas manifestaciones del arte contemporáneo (ejemplificadas en Abel y Omar, la pareja de performers gays que hacen acto de presencia en las páginas finales del cómic).
El ejercicio narrativo en primera persona adquiere, de este modo, unos
tintes autorrefenciales que permiten leer la obra como un juego de
espejos en el que realidad y ficción terminan por confundirse. El
sentido último de la obra adquiere connotaciones irónicas insospechadas y
una profundidad conceptual que concreta los planteamientos teóricos del
profesor protagonista acerca de la violencia en la propia obra de arte que venimos analizando, este cómic titulado Yo, asesino, que el lector tiene entre manos. Pura vanguardia, el continente y el contenido reflejándose el uno sobre el otro.