Abre uno Golem por una página al azar y le salta a la cara el Akira de Katsuhiro Otomo en versión 3.0, como un alien japonés y futurista.
El cómic italiano de Lorenzo Ceccotti es un ejercicio de frenesí visual que fagocita muchos rasgos icónicos del manga de ciencia ficción clásico: su gestualidad y ruido cinético, la profusión tecnológica, cierta tendencia al horror vacui o la combinación entre los pasajes contemplativos y las escenas de violencia vertiginosa.
Los temas planteados en Golem también nos remiten a la poética temática de los Otomo, Shirow, Urasawa o el cine de Miyazaki: una distopía tecnológica de ciudades futuristas sometidas a los intereses de grandes corporaciones y totalitarismos autocráticos fuertemente militarizados; hackers digitales transmutados en fuerzas rebeldes de resistencia; genios científicos renegando de su sumisión al sistema; ciudadanos sometidos a la hipnosis catódica de las pantallas, etc. El argumento de Golem nos resulta familiar, como una versión actualizada de algo conocido: comenzando por esa figura del niño-demiurgo convertido en semilla nuclear que ya descubríamos en Akira.
Ceccotti, subyugado por la influencia de la estética manga, es un dibujante muy dotado. Dentro del barroquismo cibernético de su propuesta visual (apoyada por una paleta de colores vibrantes y satinados), las viñetas de Golem discurren a un ritmo vertiginoso y la narración (con sus claves ocultas y cierto cripticismo en aras del suspense) avanza con una engañosa facilidad. El abundante entramado cinético y
la proliferación de señalética y capas digitales superpuestas para la creación de
"diálogos virtuales" entre sus personajes (en cómplice interacción con el
lector) proporciona densidad a la trama y ayuda a la creación de ambiente dentro de la historia.
Resulta brillante el modo en que este cómic actualiza el recurso japonés
de los insertos hiperrealistas o el empleo esporádico de páginas
dibujadas en un estilo gráfico diferente al del resto de la obra (en
algunos mangas en blanco y negro, por ejemplo, se aplica color a las
primeras páginas). Ceccotti recurre a grandes páginas-viñeta sangradas,
que elabora con estilos pictóricos heterogéneos, pero con una carga
significativa importante para el relato: en las primeras planchas, por
ejemplo, recurre a una imagen cercana al expresionismo abstracto,
con el fin de mostrar actividades del subconsciente y la experiencia onírica del personaje; después, a medida que la historia va tomando
forma y se consolida, el autor se adentra en un pictoricismo más figurativo: en ocasiones expresionista y angustioso (como un Bacon contemporáneo); más romanticista y simbólico, en otras.
Sin embargo, como bien señala Adriano Ercolani en el epílogo de la obra, seríamos injustos si limitáramos el valor de este cómic a su parentesco con el manga. Estaríamos dejando de lado su bagaje cultural y la originalidad de su propuesta. Obviaríamos, por ejemplo, las múltiples referencias culturales y alusiones a cineastas como Tarkovski o Ridley Scott; las ya señaladas influencias del arte pictórico y tantas referencias a la postmodernidad y al pensamiento filosófico contemporáneo; o las múltiples claves simbólicas que se incluyen en sus imágenes y en la nomenclatura de nombres propios, alusiones topográficas, etc.
El principal mérito de Golem reside en la habilidad de su autor para crear una ficción convincente dentro de sus propios parámetros imaginarios. El universo ficcional de la obra diseña una sociedad futurista no muy alejada de aquella que crearon Orwell o Huxley en sus distopías, pero angustiosamente verosímil si nos atenemos a la deriva de este capitalismo actual, alimentado por sociedades consumistas, sobreexcitadas, manipulables y entregadas a los caprichosos designios de las grandes corporaciones. Las construcciones urbanas futuristas de Ceccotti, sus proyecciones tecnológicas y biónicas, así como las claves de convivencia y los ritos sociales que gobiernan los actos de sus protagonistas, son tan convincentes como cualquier pesadilla económico-política de esas que nos asaltan diariamente desde las pantallas de nuestros televisores. De fondo, descubrimos el imaginario sempiterno de Blade Runner y las fabulosas construcciones ficcionales de Moebius, pero no hay que dejarse engañar, más allá de influencias y préstamos, Golem es una obra vigorosa: un cómic de ciencia ficción cargado de argumentos y méritos propios.