En febrero de
2017 murió Jiro Taniguchi, uno de los genios recientes del cómic y uno
de los autores más influyentes e imitados de las últimas décadas.
Desde que
descubriéramos su obra gracias a El Caminante (1990) o El almanaque
de mi padre (1994), Taniguchi siempre ha sido un refugio al que volver; un
guionista y dibujante privilegiado cuya prolífica obra mantiene siempre unos
niveles de calidad altísimos. Se le considera, de hecho, uno de los padres de
la llamada nouvelle manga (una etiqueta, nos parece, demasiado etérea e
imprecisa, que intenta abarcar el cruce de influencias comicográficas entre
Japón y Europa).
Con contadas
excepciones y sin seguir el orden cronológico editorial japonés, casi toda su
producción está ya publicada en español. Ponent Mon editó en 2016 uno de sus
últimos trabajos, Tomoji (2014); y en este 2017 hemos visto como Planeta
se ha atrevido con la reedición de uno de sus primeros cómics, Hotel Harbour
View (1983), y Ponen Mont ha vuelto a hacerlo por partida doble con la
también reedición de Sky Hawk (sobre el guión de Natsuo Sekikawa, 2002)
y con Venecia (2014); una de las últimas obras publicadas en vida por el
genio japonés junto a Los guardianes del Louvre (2014).
Una de las
curiosidades que esconde la edición de Tomoji de Ponent Mon en sus
páginas finales es la entrevista que Thomas Hantson le hizo al propio Taniguchi
en agosto de 2014. En ella, descubrimos la peculiar visión que el propio autor
tenía de su propia obra y sus opiniones acerca de Tomoji. En uno de los
pasajes, confiesa "me doy cuenta de que jamás he tratado realmente el amor
en mis libros anteriores. Esta es, salvo a lo mejor Los años dulces, la
primera vez que lo hago". Poco después admite que es "posible que los
mangas de acción que hacía antaño ya hayan quedado atrás. En retrospectiva,
diría que La cumbre de los dioses es sin duda mi última obra en la que
las expresiones se muestran con pasión, y en la que el aspecto gráfico así los
muestra".
Aunque en su
producción (sobre todo en sus comienzos) encontramos obras con un elemento de
acción, si hay un rasgo que sobrevuela casi toda la obra de Taniguchi en su
capacidad para mostrar aspectos intangibles de la naturaleza humana y su
relación con el entorno: el paso del tiempo y la añoranza hacia el pasado, los
afectos sutiles, la mirada curiosa del paseante, el viajero o el turista... Por
eso, sorprende que un autor tan contenido y contemplativo utilice un concepto
como "pasión" para referirse a algunos de sus cómics. Ni
siquiera en Tomoji, el drama costumbrista de una mujer cuya biografía
está recorrida por infortunios y adversidades, existe un acercamiento trágico o
pasional a la existencia. Las páginas de este cómic están surcadas, de nuevo,
por miradas nostálgicas y un profundo y agradecido (también dolorido)
vitalismo.
Pero si hay
algo que diferencia a Tomoji de otros cómics de Taniguchi, más allá de
esa presencia del tema amoroso que señala, es su acercamiento a un Japón que va
camino de desaparecer: el de los paisajes rurales de la era Taishō, un periodo
de transición entre dos momentos decisivos en la historia del país (las eras
Meiji y Shōwa), en el que el antiguo Japón casi feudal dejó paso a la nación
mucho más urbanita e industrializada que iba a tomar parte en la Segunda Guerra
Mundial.
El virtuosismo
gráfico de Taniguchi, su meticuloso preciosismo artesanal, pocas veces a
brillado con más luz y belleza que en las estampas naturales de este libro.
Como sucede habitualmente en el manga, las primeras páginas de cada uno de sus
seis capítulos están coloreadas (como si de una introducción al paisaje
narrativo se tratara), para a continuación dejar paso al preciosista y diáfano
blanco y negro que caracteriza el "estilo Taniguchi"; con esos
entramados y minuciosos rayados/sombreados que aportan a sus escenarios un aire
casi hiperrealista.
Los rostros de
sus personajes (como siempre, bastante semejantes entre ellos) desprenden una
humanidad apacible, un gesto de resistencia ante las pesadumbres de la
existencia que se personifica como nadie en la figura de la protagonista del
relato. Tomoji Uchida fue una mujer valiente y espiritual en un momento en el
que las mujeres no lo tenían fácil en una sociedad tan tradicional y
conservadora como era (y sigue siendo) la nipona. Fue la fundadora del budismo
Shinnyo-en (una variante del budismo Shingon) y responsable junto a su marido
Ito Shinjo de la proliferación de numerosos templos dedicados a esta práctica
en Japón.
Jiro Taniguchi
y su mujer eran asiduos a uno de esos templos Shinnyo-en en las cercanías de
Tokio, y fue allí donde le propusieron embarcarse en la biografía de Tomoji;
contó para ello con la ayuda del guionista Miwako Ogihara. Sin embargo, el
dibujante tomó una decisión sorprendente: en su relato prescindiría de
alusiones religiosas explícitas o de los hechos mismos que hicieron de Tomoji
Uchida una figura relevante. En vez de eso, se enfrentaría al trabajo como el
biógrafo de una niña que superó con humildad cuanto obstáculo se le planteó en
la vida (y fueron muchos) hasta hacerse a sí misma y convertirse en una figura
admirable: "...decidí privilegiar un ángulo narrativo que mostrara el
recorrido vital que cinceló la personalidad de Tomoji y que finalmente le llevó
a escoger el camino de la espiritualidad", aclara Taniguchi en la
entrevista.
Pero a veces la
Historia no es suficiente ("... no se puede hacer un manga sólido basado
en simples hechos biográficos"), así que en su perfil el el célebre mangaka
idea experiencias, construye encuentros imaginarios y entrecruza
acontecimientos sociohistóricos traumáticos con la naturalidad de un maestro;
como esas secuencias del gran terremoto que asoló Tokio en 1923 y cuyas
reverberaciones perduran en la memoria del Japón actual, de la misma manera en
que en su día alcanzaron incluso a las apacibles zonas rurales de la región de
Yamanashi, en las que se sitúa el relato. Porque las páginas de Tomoji
son también un fresco costumbrista en el que se recrean los antiguos oficios y
el folclore de de un contexto muy localizado: descubriremos en ellas una forma
de vida sencilla, basada en el duro trabajo de agricultores, artesanos y
pequeños mercaderes, una realidad que se movía al ritmo de los elementos, las estaciones
y las puestas de sol; y que, como decíamos antes, prácticamente ha desaparecido.
Tomoji es un
acercamiento humanista y humano a la experiencia de vivir, una biografía
entreverada de ficción en la que las tradiciones rurales, el lento paso de las
estaciones y la majestuosidad de los paisajes dibujan un fresco lleno de
sosiego y resignación. En su cómic, Tamaguchi construye uno de sus mejores
retratos femeninos y, al mismo tiempo, nos invita a sumergirnos en una
espiritualidad japonesa que siempre ha estado imbuida de respeto por el pasado
y adoración reverencial a los elementos de la naturaleza.