lunes, enero 30, 2012

La novela gráfica de Javier Coma.

Recientemente, hemos vuelto a repasar algunos capítulos de la Historia de los comics de Toutain (1983-84), que coordinó Javier Coma, y que es todo un compendio de saber enciclopédico e historiográfico. Estábamos documentándonos para unos artículos que tenemos entre manos, de los que ya les hablaremos más adelante.
El hecho es que nos acercamos a su capítulo 32, el dedicado a la cómic-novela (a Chaykin, Corben y demás), y cuando empezamos a releer el artículo "Rutas de pioneros hacia el Eldorado de la comic-novela" (firmado por el propio Coma), nos llevamos una sorpresa que nos hizo sonreír; reparamos en algo que, como entenderán en un minuto, no nos había llamado la atención cuando leímos el artículo hace muchos años. Comienza así (la negrita tramposa es nuestra):
Desde fines de los años setenta, y con la permanente aceleración en la etapa inmediata, comenzó a institucionalizarse industrialmente una nueva vía en los comics, la del libro, que se adjuntaría así a los tradicionales senderos de las inserciones en la prensa y de las publicaciones en comic-books específicos del medio. Hacía ya mucho tiempo que tal vía era empleada en Europa de forma sistemática, y no hay duda de que la experiencia europea influía en la retrasada iniciativa norteamericana, pero entre una y otra existió una sustancial diferencia de relación causa-efecto. Los editores franco-belgas habían impulsado la fórmula del libro de comics en razón a recomercializar aquellos relatos serializados a través de las revistas de la especialidad. A la inversa, la comic-novela norteamericana respondió a las tentativas de diversos creadores por ampliar sus libertades expresivas. De ahí que los autores europeos se movieran generalmente a remolque de sus editoriales en lo concerniente al planteamiento de sus obras como libros y no como acumulación fenomenológica de sucesivas entregas. De ahí que la industria norteamericana no hiciera casi sino seguir los pasos de guionistas y dibujantes que protagonizaron la etapa experimental de la "graphic novel" o comic-novela.
Hoy día, la industria de la narrativa dibujada en Estados Unidos utiliza la comic-novela con múltiples objetivos. Ensaya la rentabilidad de un producto, el libro, con precio de venta mucho más elevado que el de un cómic-book. Proporciona al lector abundante tiempo de lectura, no sólo por el muy superior número de páginas, sino también por el doble recurso a textos muy extensos y a ilustraciones con gran formato e intenso contenido gráfico. Cubre nuevos sistemas de comercialización, destacando el de la venta directa que la Marvel y la D.C. ya probaban hacia 1973. Se enfrenta a la creciente competencia de las versiones norteamericanas de los libros de comics uropeos. Intenta conquistar al público adulto en virtud de la mayor disposición de éste a la adquisición de un libro que a la de un cómic-book, de manifiesta reputación infantil o, a lo más, juvenil. Elude las imposiciones de la censura sobre los comic-books, siguiendo así el camino abierto por las revistas de comics diferenciadas voluntariamente de aquéllos en su mayor formato, tipo magazine, y en su impresión interior a blanco y negro. Amplía la rentabilidad de personajes y series previa y masivamente promocionados por los propios comic-books o los magazines de comics a blanco y negro (además por sus tránsitos a cine y televisión), dotándoles de un nuevo sector de público... (Historia de los comics, 1983-84: 885-886)
¿Les suena de algo? No queremos ser manipuladores, Javier Coma no está hablando de la actual "novela gráfica", sino de esos trabajos híbridos, a medio camino entre el cómic y la novela (basados en "textos muy extensos [e] ilustraciones con gran formato e intenso contenido gráfico"), que se pusieron de moda a finales de los 80 al rebufo del éxito de revistas como Heavy Metal y Epic Illustrated por un breve lapso de tiempo, aunque nunca llegaran a tener suficiente continuidad: hablamos de obras como Atmósfera Cero o Red Tide (sobre un texto de Raymond Chandler), de Jim Steranko; Tarzan of the Apes, de Burne Hogarth; Empire, de Howard Chaykin o His Name Is Savage, de Gil Kane. Lo curioso, es que entre los primeros representantes de esta comic-novela, el mismo Coma menciona al señor Will Eisner y una tal A Contract with God... pareciera que las palabras de don Javier estuvieran escritas antesdeayer, ¿no les parece?
El caso es, lo han descubierto, darle vueltas a la madeja de la "novela gráfica", de nuevo: ¿mercado, simple formato o movimiento? Que cada uno aguante su vela.

miércoles, enero 25, 2012

Breves en castellano con espíritu fanzinero y vocación adulta.

Las vacaciones navideñas nos han regalado, por encima de todo, tiempo, tiempo para la lectura y para el descanso. Entre las muchas páginas que hemos pasado, están las de algunos tebeos españoles que nos gustaría mencionar.
Entre los miembros del mundo fanzinero actual, pocos hay más divertidos, echados pa'lante y gamberros que los chicos de Malavida. Dos de sus miembros destacados, la señorita Iru y Moratha, se han puesto serios. Lo han hecho con motivo de la adaptación al cómic de La escarcha sobre los hombros, una novela de Lorenzo Mediano. El resultado es un tebeo ágil, emocionante y muy, muy maño. Narra una historia inserta en un ideario clásico de amores imposibles, venganzas y diferencias de clases. Pero, al mismo tiempo, consigue arraigarse en un tiempo histórico y una realidad local (nacional, diríamos), en la que todos reconocemos a una España que nos gustaría olvidar: la de los pueblos alimentados por el rencor, por la envidia, la disputa y la lucha fratricida. Esa España que el franquismo se encargó de cebar y que tan bien servía a sus afanes intimidatorios y a su búsqueda de sumisiones: la desconfianza y el miedo siempre han creado súbditos fieles. Por todo esto, La escarcha sobre los hombros, se lee como un cuento de amores imposibles, un cuadro de costumbres y una leyenda de bandoleros, que nos recuerda a historias y romances que escuchamos y leímos de críos. Por todo ello, hemos disfrutado de su lectura.

Entre la nueva generación de narradores españoles dentro del cómic, encontramos a un buen número de ellos que se alimentan de un cruce bastardo entre la fantasmagoría y el cuento popular. La sombra de Burton y Gorey es alargada; la esencia los Clowes, Burns o Cooper también se percibe detrás de sus viñetas. Muchos de ellos son narradores llenos de ideas y potencial, gente con espíritu fanzinero e irreverente, dispuesta a desafiar las tendencias en el cómic español: la estética humorística de Bruguera, nuestro underground de "línea chunga", la pulcra línea vanguardista herencia Max-Pere Joan, etc. Nos referimos, ya se lo imaginan, a autores como Jali, Ana Galvañ, Brais Rodríguez o Alberto Vázquez. Y también a Lola Lorente, cuyo estilo nos recuerda mucho al último de los mentados.
Acabamos de leer su Sangre de mi sangre y reconocemos en sus páginas el olor a tragedia que recorría trabajos de Vázquez, como Psiconautas o el Evangelio de Judas. Tiene Lola Lorente, no obstante, suficiente personalidad y su trabajo una buena colección de personajes, como para hacerse valer por encima de comparaciones. Sangre de mi sangre es una historia de adolescentes y niños atrapados por su mundo interior, por sus recuerdos y por esas obsesiones de la niñez de las que resulta imposible escapar. Su galería de personajes, los Ralfi, Celine, Amanda y Adrián son niños hipersensibles anclados en la represión y en su incapacidad para aceptarse como son; en consecuencia, para aceptar sus designios.
El universo que consigue tejer Lola Lorente alrededor de ellos crece página a página, en toda su negritud y extrañeza surreal, hasta convertirse en una gran red que sus habitantes llaman "Urbanización Carnelia" y que llega a extenderse sobre la historia como un presagio de tintes góticos, apoyado en nuestro miedo a la muerte de los seres queridos, al olvido y al paso del tiempo. Sangre de mi sangre le augura también un largo recorrido a su autora, esperemos que, como en este caso, ese camino esté lleno de secretos y revelaciones.

jueves, enero 19, 2012

Las tetazas de Bastien y demás.

La monda. Estábamos actualizando nuestros "Blogs by the author", ahí al lado, y hemos pasado un rato tonto la mar de divertido, así sin venir a cuento.
Resulta que, además de descubrir que los mundos de Sfar son múltiples y menguantes (algo muy propio de un personaje que vive instalado en la prolijidad creativa), que a Manuele Fior le gustan los espacios amplios y luminosos, como sospechábamos, o que el arte de Igort tiene tantas ramificaciones como bifurcaciones tiene su blog, además de todo eso, decíamos, nos hemos llevado una sorpresa morrocotuda con el bueno de Bastien Vives.
Resulta que, después de predicar sus dotes de poeta visual y de jalear su profunda sensibilidad afectiva, después de anunciarle como el nuevo profeta de las emociones huidizas, nos pasamos por su página y descubrimos que en los últimos tiempos el señor Vives se ha lanzado a una divertidísima progresión torácica, que arranca con una irresistible colección de muy bien dotadas damiselas musculadas:
Para terminar desembocando en una hilarente serie de pechugonas hipertróficas llenas de encanto y posiblidades metamórficas. Mucho cachondeíto e incorrección política las del señor Bastien. ¡Bien por él, que no cesen!

lunes, enero 16, 2012

Cinco centímetros por segundo, de Makoto Shinkai. El paso de la vida, la luz del tiempo.

Dicen que cinco centímetros por segundo es la velocidad a la que cae la flor del cerezo desde su rama.
Nos gustó tanto el cómic de Manuele Fior basado en ella, que decidimos dedicarle un rato a la cinta de Makoto Shinkai en la que, según habíamos leído, se había inspirado. Inspiración libre, pero con un espíritu común.
Cinco mil kilómetros por segundo y Cinco centímetros por segundo comparten una organización narrativa apoyada en cinco capítulos, en el caso del cómic, y en tres, en el de la película, que bien podrían funcionar como episodios independientes, como ejercicios autónomos de nostalgia narrativa y de desarraigo sentimental. Comparten también cierto aire contemplativo, que en el caso de la película de Shinkai se integra con naturalidad dentro del arte narrativo japonés, con su deleite taoísta por el paso del tiempo al ritmo de las estaciones y la observación de la naturaleza, mientras que en el cómic del italiano, estaba más relacionado con los contrastes de luz y color que diferencia a las culturas mediterráneas de las del norte de Europa. En tercer lugar, ambos relatos tienen en común una línea temática que tiene que ver con la separación, con la pérdida y con la elección de itinerarios vitales.
La estética visual de Cinco centímetros por segundo combina un diseño de personajes en esa línea del manga sentimental para chicas (shojo), que tanto nos recuerda a series como Candy Candy, con una recreación de paisajes soberbia, llena de detalles realistas y verosimilitud contextual. Una mezcla explosiva (por muy habitual que sea), que consigue, no obstante, esquivar parcialmente el territorio de la afectación o la cursilería (en la que, apesar de todo, cae la cinta en alguna que otra ocasión; sobre todo en las ensoñaciones espaciales del segundo episodio o en el infumable karaoke del tercero) gracias a un tratamiento de la luz realmente brillante y a un ritmo sosegado, casi hiperestésico. Debido a ello, el paso de las estaciones, la climatología y los escenarios naturales y urbanos, adquieren un papel protagonista en la película a la hora de trasmitir su carga lírica.
La historia de Takaki Tōno y Akari Shinohara, o la de Takaki Tōno y Kanae Sumita, nos remiten a unas vidas cualesquiera, y nos recuerdan las bifurcaciones innumerables que salpican la existencia del ser humano, las elecciones que conforman nuestro destino. Takai, Akari y Kanae se conocen en la adolescencia, ese periodo en el que cada tropezón duele como un derrumbamiento, se separan y se vuelven a encontrar cuando ya es demasiado tarde. La película de Makoto Shinkai se recrea en los momentos de la angustia previos a ese encuentro que se presume definitivo ("Extracto de flor de cerezo"), en los de inseguridad personal y ausencia de certezas ("Cosmonauta") y en la separación definitiva y ese tan triste "y cada uno siguió su camino" ("Cinco centímetros por segundo").
En fin, que no estamos seguros de que la cinta de Shinkai nos haya gustado tanto como la versión comiquera de Fior, pero una cosa sí es cierta, el cuerpo se nos ha quedado casi igual de nostálgico y pesaroso que con aquella. Un ejemplo de que no hay que dejar de ver algo de anime de vez en cuando; puede ser bueno hasta para el alma.

lunes, enero 09, 2012

Los hijos de octubre, de Nikolai Maslov. Paisajes nevados.

Acabamos de leer, con unos años de retraso (si es que tal cosa puede darse en el acceso al conocimiento), las historias de Nikolai Maslov en Los hijos de octubre. Nos han gustado. Hasta que José Alaniz y Fantagraphics publicaron hace un año Komiks. Comic Art in Russia, para algunos de nosotros las viñetas no parecían tener mayor presencia en el ex-país de los zares. En su obra, Alaniz le dedica todo un capítulo a Maslov, comenta la polémica y limitada difusión del autor en su propio país y lleg a decir que "el ejemplo de Maslov revela hasta que punto ha cambiado y ha saltado por los aires la percepción que los rusos tienen de sí mismos -lo que significa ser ruso- después de la caída del comunismo".
Porque las historias de Nikolai Maslov, en realidad, sólo hablan de fracasos, como suponemos que sucede en su autobiografía, que aún no hemos leído pero que estamos deseando conocer. Tampoco creemos que las historias cortas de Maslov sean otra cosa que eso, de hecho, retazos autobiográficos y fragmentos de un mundo que el autor conoce bien: el de la Rusia postcomunista atomizada y miserable, la gélida miseria siberiana y la devastación social de un mundo rural corroído por el alcohol y la pobreza.
La edición de Norma editorial, dentro de su colección Graphic Journal, cuenta además con tres textos de apoyo, casi tan interesantes como el propio trabajo de Maslev, a la hora de conocer la biografía del propio artista, su contexto político y económico, y el estado actual de la Rusia rural. La introducción al cómic, "Siempre rusos", de José A. Zorrilla, comienza así:
Asegura una leyenda urbana que el nacimiento del cómic ruso tuvo lugar cuando un guardia de noche de Moscú, Nikolai Maslov, entró en la librería Pangloss y le propuso a su dueño, el mítico Emmanuel Durand, Manu, escribir un libro, "Una jeunesse soviétique", primer acto del libro que tienes en las manos. Manu aceptó y durante tres años dio a Maslov los doscientos dolares al mes que necesitó para completar su obra.
Zorrilla nos ayuda a entender a ese guardian nocturno que deja su trabajo por una utopía necesaria, y nos ayuda a entender la rara iluminación de su gesto dentro de un universo cultural ruso que a lo largo de la historia ha estado jaspeado por otras personalidades iluminadas por la fuerza de una misión ulterior, como Tolstoi o Chéjov.
La presente edición completa el cuadro biográfico y social con dos artículos finales, "Nikolai Maslov, una experiencia biográfica", de Rafael Poch-de-Feliu (corresponsal de La Vanguardia en Rusia durante veinte años), y "El mapa de Petrovitch", de Emmanuel Carrère, que dibuja su recorrido personal por los subterráneos de la vanguardia artística moscovita contemporánea y cómo llegó a saber de un tal Maslov que ha vivido siempre de espaldas a cualquier panorama intelectual.
Sin duda, el trabajo de Nikolai Maslov sería siempre una rara avis dentro de cualquier escena cultural. Sus dibujos a carboncillo muestran la inocencia del aprendiz sin pretensiones, del amateur dotado para el paisaje, pero a veces torpe e irregular. Su mirada es silente e inocente como la de un niño. No hay cargas morales, ni doctrina en las historias del artista, sino contemplación resignada y paciente relato al ritmo de la vida. La mirada del hombre común con un lapiz en la mano.
En "El barine del bosque", un padre recuerda la fecha de cumpleaños de un hijo que ya no está y recorre física y mentalmente los escenarios compartidos, los momentos vividos y disfrutados entre ambos. El lector asiste a la escenificación de su tristeza, al recuerdo docil e intenso de sus paseos por el bosque; el lector se siente, por un instante, tan sólo como ese anciano al que sólo le resta la muerte, pero que se agarra con fuerza a la vida a través de su lúcida memoria. "Una noche" es la pesadilla alcohólica, probablemente vivida por el propio Maslov, de un vigilante nocturno que, atenazado por una vida solitaria y por un trabajo alienante, se refugia en el vodka; el único amigo fiel que han tenido generaciones enteras de rusos empobrecidos, desocupados y abrumados por recuerdos bélicos, el verdugo final de sus vidas. El mortífero destilado reaparece en el relato "La partida de mi colega", lleno de patetismo y trágicos presagios, o en "Un hijo", que hace una descripción cruel y desesperante de degradación etílica de la juventud rusa en los entornos rurales. "La hija" funciona como narración-espejo y nos ofrece la imagen paciente y sumisa de las mujeres jóvenes rusas en aquel mismo contexto.
El cómic de Maslov es, en definitiva, la historia del hijo pródigo que vuelve a su casa para constatar que ya no queda nada ("El espía"), que las casas de madera están caídas, que las gentes que las habitaban están muertas o han huido, y que lo único que permanece inmune al paso del tiempo y de los hombres son los paisajes nevados esteparios, los bosques solemnes de pinos y abedules, y los antiguos campos de cultivo conquistados ahora por la nieve: la naturaleza majestuosa e inaccesible que asiste al triste derrumbe del ser humano. Gracias a cómics como "Los hijos de octubre" podemos nosotros contemplar las ruinas del antiguo imperio bolchevique, desde el otro lado del mundo, y aprender del pasado.

sábado, diciembre 31, 2011

Cómics del 2011, the very best

Estamos en época de recortes, y a nosotros nos han afectado tanto, que vamos a reducir nuestro habitual resumen anual a la lista de los nueve cómics que más nos han gustado a nosotros este curso. Hay un poco de todo, desde clásicos semidesaparecidos y recuperados en nuestro país, a glorias del underground redescubiertas, o jóvenes valores nacionales e internacionales. Frente a la sensación que teníamos en temporadas anteriores, este año lo hemos visto claro: la edición de cómics ha sentido la crisis en el número de novedades editadas y (a la espera de un nuevo informe ministerial acerca de la situación del cómic en España) suponemos que en el número de ventas. Dicho lo cual, este año también hemos leído grandes tebeos. Nuestros favoritos, sin mayor orden ni concierto, son:

Cuadernos ucranianos, de Igort (Sins Entido): la crónica del italiano es una auténtica andanada con metralla periodística y puntería de cronista a la linea de flotación de la memoria histórica europea. Igort recupera una tragedia silenciada, un genocidio amparado por la ideología oscurantista del monstruo estalinista, y nos la escupe a la cara en forma de dato objetivable y relato biográfico tristemente subjetivo. Cómic e ilustración, crónica y relato, para descubrirnos la miseria moral y física que sacudió al pueblo ucraniano entre 1931 y 1935, cuando en pro de la colectivización y la riqueza socializada, Rusia dejó morir de hambre (mató de hambre de forma sistemática y planeada, en realidad) a cientos de miles de sus ciudadanos.

Sin título (2008-2011), de Rayco Pulido (Ediciones de Ponent): el tebeo del canario Rayco Pulido es una de las sorpresas del año, un tebeo moderno, postmoderno, más bien, intelectual, y, sorprendentemente, divertido e irónico, al mismo tiempo; un cómic que también es una fotonovela. Sin título es la historia de cómo se hizo otra historia, Pie de trinchera: una narración que en su esqueleto incluye su propia crítica y revela sus propios defectos, sin excusas y con mucho sarcasmo narrativo. Pie de trinchera es un thriller de corrupciones policiales, emigración ilegal y relaciones a punto de fracasar. Sin título es una fotonovela de las conversaciones entre el autor del cómic y el crítico implacable que saca todos sus defectos a la luz. Casi nada. 

Un adiós especial, de Joyce Farmer (Astiberri): demoledor el libro de la señora Farmer, una vieja gloria del feminismo underground setentero, que ha impresionado al mundo de la cultura con su descarnado retrato confesional de la vejez, el deterioro y la muerte que nos acecha a todos a la vuelta de nuestra biografía; todo ello, con un estilo tan underground y áspero como la misma historia a la que da forma. El retrato de los ancianos Lars y Rachel, y de su hija Laura, nos relata el declive de aquellos y la desesperación de ésta, con la frialdad del biógrafo y la honestidad resignada del moribundo. En Un adiós especial, asistimos a la degradación de los cuerpos y la asunción del paso del tiempo como parte de la existencia. Joyce Farmer, relata el día a día de la pareja protagonista en un slice of life repleto de pequeños triunfos cotidianos, batallas perdidas para siempre y retos titánicos que hacen de sus protagonistas auténticos héroes épicos de andar por casa. 

Cinco mil kilómetros por segundo, de Manuele Fior (Sins Entido): Fauve d'Or en el Festival de Angoulême, la obra del italiano Manuele Fior esconde algunas de las páginas visualmente más luminosas, románticas y cargadas de nostalgia de este año que ahora se nos acaba. Es la suya una historia de encuentros, desamores y reparaciones; un relato que nos habla del paso del tiempo, de las ocasiones perdidas y de esos trenes que pasan una o dos veces en la vida, para nunca más volver, y que, al parecer de este tebeo, resulta que existen de verdad. Nos gusta Cinco mil kilómetros por segundo porque nos sentimos identificados con las dudas de sus personajes y con la nostalgia infinita que despiertan sus páginas acuareladas, que a veces huelen a mediterráneo y otras se sienten tan frías como un paisaje nórdico nevado. Nos gusta, porque los giros argumentales de sus cinco episodios se parecen a las encrucijadas sentimentales a las que todos nos hemos tenido que enfrentar en alguna ocasión. 

Penny Century, de Jaime Hernandez (La Cúpula): las aventuras fronterizas de don Jaime, su colección de féminas descontroladas, parecen abocadas a la locura narrativa y al relato dislocado. Bendita arritmia. En realidad, todo forma parte de un plan escrupulosamente trazado: el de la creación de la saga más perfecta jamás ideada de personajes femeninos de papel (con permiso de su hermano Beto). Penny Century, Maggie, Hopey y todo el ejército de luchadoras que protagonizan Penny Century están tan vivas como pueda estarlo el lector; repasam0s sus biografías como el que escucha un relato amigo, o el relato de un amigo. Descubrimos los pequeños detalles de las vidas de Maggie y Hopey que nos ayudan a entender el porqué de sus comportamientos pretéritos o que nos ayudarán a comprender sus actos futuros. En definitiva, con cada nuevo episodio de las Locas de Jaime Hernandez, entendemos un poco mejor su universo poliédrico y nos parece que todo encaja en el puzzle con la precisión exacta que caracteriza a todavida imperfecta. 

Frank, de Jim Woodring (Fulgencio Pimentel): no pudo abrirse mejor el año. Por fin, llegó a nuestro país la obra del estadounidense en la edición que merecía. Jim Woodring es el mejor ejemplo del "otro underground", el que se aparta de la trasgresión social y del escupitajo irreverente: el underground mutante y polimórfico, el que se alimenta del surrealismo lisérgico, la fabula animal deformada y el subconsciente alterado. Frank es un perro, pero podría ser cualquier otro animal, incluido un ser humano; el mundo que habita es una metáfora de nuestra realidad amoral y corrupta, pero al mismo tiempo, se nos ofrece como el universo gráfico de las mil y una fantasía caricaturescas: mientras Alicia terminaba de pensárselo, Frank le quitó de las manos la seta alucinógena y se la tragó para siempre, sin importarle el billete de vuelta. En su mundo todo es posible y nunca estamos seguros de que el entrañable animalillo vaya a estar seguro, de que de sus paseos, de sus encuentros y de sus aventuras vaya a salir indemne. Tampoco lo hace el lector. 

Pagando por ello, de Chester Brown (La Cúpula): el cómic menos recomendable de la temporada para leer en familia. El Chester Brown menos autoindulgente del mundo, en estado catártico y autoconfesional, nos revela que no cree en el amor romántico y que su elección vital para tratar los asuntos de la satisfacción sexual es la prostitución pura y dura. No lo hace por provocar, aunque pueda llegar a sonrojar al lector en alguna de sus páginas. Cómo insinúa su amigo Seth, Chester Brown a veces parece un robot, o un ordenador, no porque carezca de sentimientos, sino porque o no los demuestra extrovertidamente o porque los somete a un raciocinio escrupuloso. El puterío de Brown es una elección polémica, más o menos rebatible, pero nunca irreflexiva. Pagando por ello, además de ser un discreto muestrario de todos y cada uno de sus encuentros lúbricos con profesionales del sexo, es un libro respetuoso con las personas implicadas en su trama (Brown nunca muestra abiertamente el rostro de ninguna de las mujeres con las que compartió cama, nunca cotillea al respecto o desnuda intimidades más allá de las obvias). Es, además, como suele ser habitual en su autor, un ejercicio de honestidad narrativa y una buena fuente de debate, llena de argumentos, reflexiones, testimonios personales y razones, también muy personales. Repetitivo en ocasiones, poderoso en sus planteamientos y siempre interesante, el de Brown es uno de los acontecimientos comicográficos del año, seguro. 

Tóxico, de Charles Burns (Random House Mondadori): vuelve el hombre. Burns es garantía de éxito, hasta cuando hablamos únicamente de la primera entrega de una serie de tres. En este primer álbum (que es el formato que ha elegido para su historia) ya aparecen todos los ingredientes de Burns en estado degustable: sus personajes enfermizos y mutantes, una atmósfera oscurantista cargada de presagios lyncheanos, un personaje protagonista que parece cada vez más desorientado, juegos narrativos que cruzan la realidad, la ficción, el sueño y el recuerdo sin ofrecer claves interpretativas... y un dibujo cada vez más virtuoso, lleno de matices, guiños icónicos (empezando por su personaje-Tintín) y registros estilísticos. Se lee Tóxico y le entra a uno una inquietud que no se sabe si se debe a lo truculento de la historia o a los nervios de la espera hasta que llegue la segunda entrega. 

Logicomix, de Apostolos Doxiadis y Christos Papadimitriou (Sins Entido): doble salto sin red. Un cómic sobre la búsqueda de los fundamentos matemáticos que se encierran detrás de la Lógica, tomando como punto de partida la biografía del filósofo y matemático Bertrand Russell. Así, sin anestesia, no parece el más fascinante de los planteamientos. Sin embargo, la habilidad de Papadimitriou y de Doxiadis reside precisamente en hacernos disfrutar, no sólo del relato de acontecimientos de una biografía tan atípica como la del inglés, sino de los vericuetos más científicos y teóricos de la "aventura": la búsqueda de la lógica, del álgebra universal y sus efectos sobre los protagonistas, que circulan por los mismos caminos que conducen a la locura. Logicomix, además, muy en la línea de las novelas gráficas contemporáneas (post-Maus), incluye la narración de otra narración: la de cómo se hizo Logicomix. La de cómo Doxiadis, Papadimitriou, Alecos Papadatos (el dibujante de la historia) y Annie di Donna (la colorista), se embarcaron en un proyecto comicográfico que, en teoría, desafiaba todas las leyes de la lógica... editorial.

lunes, diciembre 26, 2011

Cosas de miedo.

Nunca hemos sido fans del cine de terror. Lo pasamos tan mal con, la por otro lado estupenda, El resplandor, que decidimos que preferíamos ir al cine a reír, a llorar, a pensar o a deleitar la vista. Pese a lo dicho, estamos a puntito de acabar con la primera temporada de American Horror Story, una de las triunfadoras de la temporada en la parrilla televisiva serial estadounidense. Entretenida y bastante tópica, aunque hay que reconocerle que en algunos momentos te da unos buenos sustos.
Se trata, en realidad, de una serie con complejo de batidora: desde su primer capítulo parece un grandes éxitos del cine de terror Hollywoodiense. La mezla incluye una proporción variable de cada ingrediente: tenemos una pizca de fenómeno paranormal, a lo Poltergeist; una buena ración de casquería con receta de La matanza de Texas; dos docenas de psicópatas de la marca El silencio de los corderos; bastantes kilos de muertos-no-muertos y cadáveres vengativos de la variedad transgénica Viernes Trece-Pesadilla en Elm Street, etc. El famoso tutum revolutum que en este caso (aún sospechando que la fórmula no da mucho más de sí) funciona como producto de entretenimiento y hormigueo nervioso.
Lo cierto es que, por otras razones, da mucho más miedo otra serie que estamos también a punto de concluir (que por ser más antigua y llevar años clausurada, hemos podido disfrutar a nuestro ritmo). Hablamos de Carnivàle, la genial producción de HBO, creada por Daniel Knauf (alias Wilfred Schmidt, alias Chris Neal); guionista para Marvel de algunos números de Iron Man y The Eternals.
El miedo que produce Carnivàle va más allá de órganos sanguinolientos, zombies antropófagos y psicópatas desquiciados (aunque alguno aparece en sus dos temporadas). La serie (algunos de cuyos mejores capítulos fueron dirigidos Roberto García, hijo de don Gabriel y también director de varios capítulos de Los Soprano o de la excelente In Treatment) nos sitúa en los años de la Gran Depresión del 29, en el contexto de un circo itinerante, una parada de los monstruos con tintes sociales.
El horror que se asoma centímetro a centímetro desde el primero de sus episodios tiene que ver precisamente con la misma humanidad imperfecta, y por eso tan real, de sus personajes. No conocemos sus antecedentes, pero nos tememos lo peor; descubrimos poco a poco su presente y nos espantamos de su miseria moral, de su situación extrema y de lo poco que valen los valores cuando se pasa hambre. Se mezcla este terror a la decadencia, con una buena dosis de filosofía arcaica de lo sobrenatural (y de profecía bíblica, que monta tanto). Miedito interior, desasosiego y presentimiento, como el que sufrimos en los tremebundos episodios de la primera temporada, "Babylon" y "Pick a Number". ¿A quién se le ocurre cortar la serie en la segunda temporada? A veces la televisión, sus audiencias y la programación de las cadenas son todo un poltergeist.
Ahora, para miedo, miedo, el que dio en su día el señor Junji Ito y su obsesión en espiral ¡Cómo nos gustó Uzumaki! Nos hemos acordado de él gracias a unos estupendos gifts animados que descubrimos hace poco en esa web llena de sorpresas que es Who killed Bamby? Tirando del hilo, hemos llegado hasta Kade (RDJism), un joven tailandés que, si en verdad resulta ser el último hacedor de la animación, merece desde ya toda nuestra admiración. Denle vueltas a las espirales, pero no se asusten. Ah, y feliz Navidad.

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lunes, diciembre 19, 2011

Cuadernos ucranianos, de Igort. Crónicas desde el horror.

A nuestro país, de Igort nos han llegado noticias con cuentagotas: 5, el número perfecto; Baobab; algunas historias sueltas en revistas y antologías, y poco más. Nosotros nos trajimos de un lejanísimo viaje transalpino un trabajo que firmó con Massimo Carlotto, titulado Dimmi che non vuoi morire; y debemos confesar que, años después, aún espera en la montaña de pendientes.
En un vistazo superficial, los trabajos de Igort pueden dan cierta pereza visual: su estilo es sobrio y solemne, a veces simbólico, otras casi expresionista; sus personajes parecen tallas góticas en madera y casi nunca se recrea en un dinamismo excesivo en sus secuenciaciones. Nos recuerda un poco a los dibujos de ese Andrés Rábago, Ops, El Roto. Recientemente, Sins Entido ha publicado Cuadernos ucranianos, una obra de Igort ante la que el lector no debe sentir pereza ninguna, porque se trata de un cómic sobresaliente.
Ya hemos señalado alguna vez que hay historias que por su veracidad o por la tragedia insoportable que se encierra tras su reconstrucción ficcional, resultan casi irrebatibles en el terreno emocional. Es cierto que una mala narración puede llegar a arruinar cualquier búsqueda de empatía, pero no lo es menos que toda ratificación histórica le añade a una historia un plus de credibilidad y capacidad de perturbación. Es el caso de esta obra. Desde la primera página, Igort se encarga de dejar claro que en su relato no hay más ficción que la de la reconstrucción ordenada de los hechos históricos: el artificio está en la forma, no en lo relatado. La batería de datos, nombres propios, fechas y testimonios que sostienen la crónica modelada por Cuadernos ucranianos es el resultado de la estancia del autor ("Relación de un viaje que duró casi dos años") en el escenario del "crimen", la Ucrania postsoviética, uno de tantos cadáveres geográficos que reflotaron putrefactos de las profundidades de la antigua URSS.
Hubo un tiempo en que en Occidente se observaba a la Rusia comunista con cierta indulgencia, sus líderes parecían inofensivos ancianos seniles de otro tiempo y sus figuras históricas (Lenin y, sobre todo, Stalin) no parecían más que eso, figuras históricas. A esta percepción contribuyó gente como el Pulitzer Walter Duranty, el corresponsal del New York Times en Moscú, un periodista arribista y adulador que ayudó a afianzar "un culto a la personalidad del dictador incluso en Occidente". El trabajo en los últimos lustros de historiadores y personajes de la cultura como Nikita Mijalkov (Quemado por el sol) o Martin Amis (Koba el temible), nos han ayudado a levantar el velo y a dejar a la vista la evidencia tenebrosa: Stalin se sienta al lado de Hitler o Pol-Pot en el podio de los monstruos genocidas de la historia reciente.
Igort aporta algo más de luz a dicha evidencia, revelando un drama histórico sobre el que en los anales históricos recientes se ha hablado poco o nada: el genocidio practicado sobre los kulaks (campesinos poseedores de tierras) ucranianos entre 1931 y 1934, una matanza que se dio en llamar la deskulakización.
Con el fin de conseguir incorporar a la rebelde Ucrania ("con una fuerte tradición campesina compuesta por pequeños y medianos terratenientes") al plan de colectivización bolchevique, Stalin y sus generales trazan un plan sistemático que consiga doblegar al país, "aniquile sus impulsos independentistas y destruya su identidad": se trataba de aislar a Ucrania y cortar sus medios de producción y sustento. Mediante el arresto de los cabezas de familia, la deportación sistemática de kulaks y la posterior requisación de bienes, animales, cosechas y alimentos, la región cayó en una hambruna tan brutal que hizo aumentar exponencialmente a hambruna, la violencia y provocó terribles episodios de canibalismo; la población de kulaks pasó de los 5,6 millones de 1928 a los 149.000 de 1834.
En su intento de ilustrar lo inenarrable, Igort maneja un doble registro artístico: para su enumeración de datos históricos y para la ordenación de los acontecimientos (apoyada en numerosos documentos oficiales de la época), el italiano recurre a ilustraciones de apoyo sobre textos ágiles e informativos. Pero además, entre cifras espeluznantes y espeluznantes referencias, el autor incluye varios relatos comicográficos reducidos, de naturaleza biográfica. Se trata de episodios fidedignos sobre las vidas de esos testigos que Igort se encontró en su travesía, y que tuvieron a bien desnudarse vitalmente ante sus preguntas en indagaciones.
Las vidas de los Serafina Andréyevna, Nicolái Vasílievich o María Ivánovna no intentan funcionar, ni mucho menos, como ejemplos ilustrados de una tesis o como pruebas del delito. Son simple y llanamente confesiones descarnadas, a tumba abierta, de auténticas tragedias personales; ejemplos en carne viva del derrumbe existencial que asola a este planeta que habitamos, con una frecuencia cíclica y machacona. Cuando leemos sus retratos de resistencia y lucha infructuosa, pareciera que estuviéramos presenciado algunas de aquellas vidas de santos y hagiografías iluminadas de nuestro adoctrinamiento pasado (que tanto gustaban a ese otro pequeño y miserable dictadorcillo nuestro), eso sí desprovistas del resplandor místico y la aureola santificante. Tragedias sin excusas las de estos pobres hombres y mujeres ucranianos que sobrevivieron al monstruo y a sus plagas, y se agarraron a la vida, para constatar que al final de la misma, no había nada más que una tumba hecha de barro y heces.
No nos extraña que el Igort narrador deambule por su propia obra en estado perpetuo de congoja y estupor. En ese mismo estado nos deja con su último subrayado:
Una noticia reciente: van a colocarse numerosos retratos gigantes de Stalin en las principales plazas de Moscú a partir del 1 de abril de 2010. "Que saga sonriendo," aconsejan los dirigentes del revivido partido comunista. Y esto no es, por desgracia, una inocentada.

lunes, diciembre 12, 2011

Dante y el manga, en Culturamas.

Esta semana, escribimos nuestro post por la vía interpuesta de nuestra colaboración con Culturamas. En este caso, nos hemos soltado con un articulito acerca de la versión en manga de La divina comedia, de Dante, que han publicado los chicos de Herder Editorial. Les hablamos de la divertida política de promoción y ediciones de la casa, y aprovechamos que el río pasa por el purgatorio, para reflexionar brevemente acerca del manga y su heterogeneidad temática. Así, como en una turmix viñetera.

El meollo, aquí.

lunes, diciembre 05, 2011

Hablando de ratones y mujeres iraníes en la radio.

Uno corto y sonoro para aliviar la carga de texto de los últimos posts; que en la diversificación está el gusto, dicen.
Hace unas semanas les dábamos cuenta de nuestro fichaje radiofónico para hablar de cómics: se trataba de elaborar pequeñas píldoras sonoras de motivación a la lectura, sobre tebeos presentes en el catálogo de la Biblioteca Pública local. El altavoz: la cadena SER Soria en su sesión de mediodía, con Chema Díez al micrófono. Charlas para todos los públicos, para profanos en la materia y potenciales lectores. Les dijimos también que, para no aburrirles demasiado, no colgaríamos todos los podcasts en el blog, que dosificaríamos las entregas, mostrando alguno sólo de vez en cuando. Hoy les soltamos una sesión doble.
Hace unas semanas, en un par de programas cercanos en el tiempo, tuvimos la ocasión de charlar sobre dos de los cómics esenciales de las últimas décadas: el Maus de Art Spiegelman y Persépolis de Marjan Satrapi; dos obras superlativas a las que cada vez les quedan menos críticos (y eso que a doña Satrapi no le faltaron hace un tiempo). La historia pone a cada obra en su sitio. Y como de historia íbamos a hablar, en la mini-charla sobre Persépolis nos acompañó nuestra amiga, la profesora de historia Eva Lavilla. El resultado, lo pueden escuchar aquí.