Acabamos de regresar de Inglaterra y hemos tenido la oportunidad de leer Jinchalo de Matthew Forsythe, una rareza sin palabras, pero cargada de una preciosa imaginería onírica, que continúa las aventuras de la niña protagonista otro de sus cómics, Ojingogo.
Tenemos que reconocer que la primera vez que nos topamos con los dibujos de Forsythe, pensamos que estábamos delante de la obra de una vieja (joven) conocida, Laura Park. El estilo de ambos se acerca a la mímesis en algunos momentos, los dos rebosan de talento visual y tienen la extraña capacidad de crear personajes empáticamente adorables.
Jinchalo es, como hemos dicho, un tebeíto extraño: es una de esas obras pequeñas, editadas con mimo, que parecen convertirse en objeto de colección y motivo de relectura constante, más que en tebeos de estantería. Más peliagudo es describir su contenido. Si les decimos que la aventura de su pequeña protagonista coreana se sitúa a medio camino entre las divertidas bufonadas animales de Trondheim, el surrealismo psicodélico de Woodring, el desvarío polimórfico de Cooper, la imaginería fantástica del cine de Miyazaki y la mirada infantil sobre la espiritualidad japonesa del NonNonBa de Mizuki, probablemente nos manden a freir tofu, pero les aseguramos que la mezcla señalada se acerca bastante a lo descrito.
Jinchalo significa en coreano algo así como "¿de verdad?" y a lo largo de sus páginas nos hacemos esa misma pregunta en multitud de ocasiones. En ellas se nos relatan los desvaríos gastronómicos y las alucinaciones (no sabemos si puramente digestivas) de una adorable niña que, ante los ojos sorprendidos del lector, devora nigiris, incuba huevos mágicos, pasea con su pulpo de compañía, vuela el pico de pelícanos gigantes y envejece con la misma facilidad que vuelve a rejuvenecer. En este sentido, la historia de Jinchalo nos recuerda a esos recorridos psicodélicos de Frank o Jim, en los que, justo cuando parece que empiezas a hilar un argumento o una línea de coherencia temática, te topas de bruces con el salto alucinado y la bifurcación surrealista, que tanto le gustan Jim Woodring. El placer de la inconsciencia inesperada.
Jinchalo se lee, se recorre, más bien, en un suspiro, y no es de esos cómics que compensan la inversión si únicamente hablamos en términos de tiempo de lectura, sin embargo, será un capricho gozoso, y desde ese momento muy rentable, para todos aquellos que disfrutan del cartoon orientalizado, el surrealismo amable y la miniatura ilustrada.