lunes, enero 11, 2016

Lo mejor de 2015: quince cómics (más uno) que no deberían perderse

Como cada año, esos Reyes Magos multiculturales y reivindicativos que tan bien nos caen, nos han dejado en el zapato la lista de cómics imperdibles publicados en 2015 en nuestro país. Este curso el inventario tiene tintes inmobiliarios y está sazonado de experimentos visuales, fantasía mutante y una pizquita de reivindicación socio-política. Sin orden ni preferencia, nuestros quince cómics favoritos (más bonus track) del 2015 han sido.
Aquí (Salamandra Graphic), de Richard McGuire: pura vanguardia contemporánea rescatada de 1989. Seguimos con las paradojas en un cómic que a través de un plano fijo y múltiples transiciones espacio-temporales, lleva la secuenciación a su expresión mínima prácticamente sin abandonar una habitación, la que da título al cómic: ese "aquí", que no "ahora". Cuando McGuire publicó su primera versión de Aquí en el volumen 2 del Raw de Art Spiegelman y Françoise Mouly, aquel ejercicio fascinante parecía arte más que cómic (muy en la línea de lo que buscaban sus editores). Era cómic de ciencia-ficción. Ahora, en los tiempos de la novela gráfica, el nuevo Aquí de McGuire, redibujado, coloreado y mucho más redondo y cerrado, lo hemos redescubierto con entusiasmo lectores de cómic, de novela y amantes de la cultura en general. Es un libro que desborda todas las normas de la narrativa secuencial comicográfica y que invita a pasearse con deleite por sus páginas una y otra vez; a buscar conexiones insospechadas y detalles que emergen en cada nueva lectura; o, simplemente, a dejarse maravillar ante el genio de McGuire. Una joya preciosa.
La casa (Norma Editorial), de Daniel Torres: cómic didáctico, libro de historia ilustrado o catálogo animado de arquitectura, lo cierto es que en La casa Daniel Torres se ha embarcado en una labor ciclópea: la de revisar la historia de las viviendas humanas desde el origen de la civilización hasta nuestros días; y lo mejor es que ha salido bien parado de la empresa. En su combinación de diagramas, textos explicativos, apuntes históricos y recreaciones comicográficas de episodios históricos ficcionalizados, La casa se lee con el interés que suscita la narración costumbrista de un ojo atento (que nos recuerda a la mirada limpia y apasionada de Zweig) y la curiosidad con la que se afronta un texto didáctico cargado de historia y anécdotas. Las casi 600 páginas de la obra son un tour de force que lectores curiosos y amantes de la historia sabrán agradecer en su justa medida. Un volumen impresionante (en todos los sentidos).
La casa (Astiberri), de Paco Roca: tres hermanos, la muerte del padre y la vieja casa de campo familiar conforman la materia narrativa sobre la que Paco Roca construye su relato más intimista y personal. La casa es una reflexión, con un fuerte componente autobiográfico, acerca del paso del tiempo, la construcción del recuerdo y las deudas filiales. Paco Roca ha alcanzado una depuración en su narración comicográfica que lo sitúa ya al nivel de los grandes maestros del medio: con una naturalidad pasmosa y una "puesta en escena" casi invisible, el valenciano experimenta con los silencios y con una organización de la página que, gracias a su formato apaisado, facilita el empleo de microsecuencias internas e itinerarios de lectura imprevistos. La casa es una declaración de amor al padre, un relato  emocionante y contagioso que se lee con avidez, pero que deja un poso profundo en nuestro recuerdo.
El mundo a tus pies (Astiberri), de Nadar: había muchos ojos puestos en Nadar después de su aclamada irrupción con esa novela gráfica de vidas cruzadas y mirada social que fue Papel estrujado. El mundo a tus pies ha satisfecho, cuando no superado, todas las expectativas. Hablan muchos ya de crónica generacional y cómic-testimonio de una época y una crisis. A través de los tres relatos que se despliegan en sus páginas, Nadar nos habla de una juventud de la que él forma parte; una generación de jóvenes, más preparados y cualificados que nunca, que se ve abocada a sobrevivir en trabajos de mierda o a huir en estampida de este país, en busca de un futuro incierto, preferible en todo caso a morirse de hambre o seguir viviendo en casa de sus padres hasta los cincuenta. El mundo a tus pies es el espejo de un fracaso, narrado y dibujado con realismo y verosimilitud. Una novela gráfica que duele y que, ahora mismo, respira mucha más verdad que cualquier Telediario.
Rituales (Astiberri), de Álvaro Ortiz: Ortiz ha publicado en este 2015 su obra más redonda (y circular) hasta la fecha. Lo que en un primer instante parece una colección de historias cortas, termina por engarzarse en una red de relatos cruzados que se enhebran gracias a la presencia extravagante de una estatuilla tribal de barro adornada con un gigantesco falo cuya aparición desencadena circunstancias impredecibles para los protagonistas de cada relato: por sus páginas y embrujos pasearán desde estudiantes de bellas artes obsesionados con pisos abandonados, institutrices decimonónicas llenas de lascivia a biógrafos de Caravaggio que se pierden en su propia búsqueda... El de Ortiz es un cómic divertido, lleno de intriga y estupendamente dibujado por un autor que, detrás de su agradable esquematismo caricaturesco, esconde sucios misterios y un inquietante juego de historias cruzadas enhebradas por una maldición muy chunga. Imaginación desbordada la de Rituales.
Chapuzas de amor (La Cúpula), de Jaime Hernández: no hay que leer la gran novela río que Jaime Hernandez lleva más de treinta años construyendo para emocionarse con Chapuzas de amor, es cierto. Sus páginas encierran tanta vida, tanta realidad dialogada y tanta tragedia latente, que incluso el lector desavisado se contagiará de las peripecias de Hopey, Maggie y el resto de la tribu que habita las costas fronterizas de la California mítica y mágica reinventada por el menor de los Hernandez Bros. Chapuzas de amor funciona como tebeo aglutinador y pegamento narrativo de los episodios que han ido dando forma a Locas, la serie que Jaime lleva construyendo desde principios de los años 80. En un juego de saltos temporales, flashbacks y anticipaciones narrativas, en el libro confluyen algunos acontecimientos vitales de Hopey y su familia, que nos ayudarán a entender su existencia como personajes con un pasado, y que nos conducirán hasta su presente como individuos ficcionales cargados de vida. Una pieza más en el puzzle maestro de un maestro del cómic.
Patria (Turner Publicaciones), de Nina Bunjevac: aunque sólo fuera por el puntillismo minucioso influido por la ilustración clásica de su dibujo, ya valdría la pena disfrutar de Patria. Pero si añadimos que en sus páginas Bunjevac narra en primera persona la actividad terrorista de su padre durante los tiempos de la dictadura de Tito, los alicientes se acumulan para empujarnos a recorrer unas páginas repletas de historia, sufrimiento y confesión. Sin sentimentalismos ni nostalgias por los tiempos pasados, Patria se acerca a un territorio espinoso en el que la ética, la geografía y la política tejen un manto capaz de ahogar cualquier experiencia personal o etapa de crecimiento: la vida de Nina Bunjevac y la de su madre y hermanos es tan traumática como excepcional; una de esas existencias únicas que bien merecen ser relatadas y que están esperando a una audiencia de lectores curiosos e inteligentes.
El árabe del futuro: Una juventud en Oriente Medio (1978-1984) (Ediciones Salamandra), de Riad Sattouf: para muchos (paséense por los premios saloneros de este año), el mejor cómic de 2015. Estemos de acuerdo o no, resulta innegable que el señor Sattouf ha firmado una obra mayor (aún por concluir). Repasar la historia trágica del Oriente Próximo de los Sadam Hussein, Muamar el Gadafi y Háfez al-Ásad (con Ronald Reagan de nefasto invitado especial) en clave de humor no es cosa menor, o es cosa mayor, que diría algún intelectual contemporáneo. El árabe del futuro tiene tal cantidad de ideas y gags por página, tanta imaginación en el desarrollo de cada capítulo, que es difícil contener la risa aún cuando en sus páginas se está poniendo el foco sobre algunos de los sucesos políticos más desgraciados del S.XX. Ayuda que, en su particular revisión de su biografía personal y familiar, el autor haya adoptado la mirada del niño, el punto de vista de un chavalín árabe que tuvo la ocurrencia de nacer adornado con unos dorados bucles de angelito. A veces no hay más que contar las cosas como realmente pasaron para seducir a las audiencias; es lo que hace Sattouf con una gracia infinita.
El hombre sin talento (Gallo Nero Ediciones), de Yosiharu Tsuge: el acontecimiento comicográfico del año. Después de muchos intentos, pese a las constantes reticencias por parte de su autor, al fin, Gallo Nero ha conseguido llevarse el “japo” al agua y regalarnos la edición española uno de los trabajos más emblemáticos del genio nipón. El hombre sin talento es un cómic semiautobiográfico en el que Tsuge nos relata sus momentos de dudas como autor de cómics, una ocupación sin futuro ni prestigio incluso en aquel tiempo en el que él llegó a ser un dibujante medianamente apreciado en su país. Antes de aceptar el destino que le convirtió en maestro de maestros, el protagonista de nuestra historia intentó ganarse la vida como comerciante de cámaras viejas reparadas o como vendedor de antigüedades y piedras ornamentales (un “arte” que en Japón se denomina suiseki). El hombre sin talento refiere esos años de penurias y pobreza profunda, una época en la que Tsuge se sintió al borde del precipicio como marido, padre y artista: un hombre sin futuro. Quién se lo iba a decir.
Cómics (1986-1993) (Fulgencio Pimentel), Julie Doucet: no nos olvidemos, esta historia empieza en 1986... La rabia y el bochorno. En los años ochenta y noventa parecía inverosímil que alguien, una mujer, recuperara el testigo autoconfesional de Crumb para desnudarse (literalmente) ante el lector y contarle sus vergüenzas e intimidades más sórdidas. Julie Doucet, casi una adolescente entonces, lo hizo y nos dejó a todos en estado de shock. Por eso, la recopilación ahora de Fulgencio Pimentel en un orgulloso volumen de pastas duras y foto de autora en portada se ha vivido entre sus viejos lectores como todo un acontecimiento (no olvidemos que con Doucet nos movíamos en el terreno de los minicómics autoeditados, el fanzine y las historias cortas desperdigadas en revistas y antologías). Cómics (1986-1993) es un acontecimiento al nivel del del japonés de unas líneas más arriba. Las historias de descubrimiento, desamor, rabia y epifanía de Julie Doucet son una pista para entender el cómic contemporáneo y la novela gráfica; esta mujer es una pionera y merece un respeto, o un homenaje como es este cómic antológico.
Cráneo de Azúcar (Reservoir Books), de Charles Burns: y, al fin, con Cráneo de azúcar, Burns completa su trilogía y cierra el círculo de pesadillas tintinescas, pildoras antidepresivas y flashbacks de adolescencia punk que había comenzado con Tóxico y La colmena. Ya desde su formato de álbum, la trilogía juega al despiste y a la ironía ácida: desde luego, la historia de pesadilla de su protagonista Doug poco tiene que con el género de aventuras que tradicionalmente se asocia al formato francobelga. A partir de una estructura reticulada regular que abunda en cartelas de texto y asociaciones cromáticas, Burns despliega una narración plagada de enigmas, rupturas temporales y líneas de relato paralelas apoyadas en cambios estilísticos, que consiguen desconcertar al lector en cada página. Cráneo de azúcar cierra el círculo y cierra las puertas que se han ido abriendo a lo largo de la serie, pero nos deja con esa semilla de inquietud y desasosiego que los cómic Burns consiguen plantar en nuestra cabeza. Por algo este tipo es uno de los genios del cómic contemporáneo.
Cruzando el bosque (Sapristi Cómic), de Emily Carroll: la joven Emily Carroll tiene el don de los viejos contadores de cuentos. Las historias de Cruzando el bosque encogen el corazón y asustan tanto como debían de hacerlo aquellos primeros cuentos crueles de Andersen, Perrault o los Hermanos Grimm o las viejas murder ballads inglesas; historias destinadas a crear modelos de conducta y a empujar a niños y adultos descarriados por la senda correcta. La diferencia es que, aunque comparta el mismo tono que aquellas, Carroll prefiere hechizar al lector con su fecunda imaginación, en vez de castigarle con didactismos morales. Por lo demás, como en aquellas historias viejas, este libro nos invita a entrar en acogedoras cabañas de madera protegidas por el fuego del hogar, sólo para abandonarnos luego en medio de bosques tenebrosos o palacios habitados por fantasmas y lobos sanguinarios. El dibujo de Emily Carroll también evoca imágenes de otro tiempo, con sus pinceladas sueltas y expresivas, y el uso expresionista del color cargado de intenciones. Cruzando el bosque es una colección de cuentos de los de antes, sí, pero donde Disney puso príncipes azules, hadas y princesas con final feliz, Carroll nos devuelve los monstruos que se esconden debajo de la cama y amenazan con robarnos la infancia.
Por sus obras le conoceréis (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: se propone Jacobs en su cómic una tarea de esas para las que algunos requieren milenios de esfuerzo y proselitismo: completar su propia "biblia", un texto muy poco sagrado que explique la formación del Universo con su peculiar y muy marciana cosmogonía de dioses, bestias mitológicas y aparición de la vida. No es cosa de una semana, desde luego. Para llevar a cabo tamaña empresa, Jacobs se apoya en su fascinante dibujo, un híbrido del underground más clásico, el lowbrow de los Fort Thunder (con Matt Brinkman a la cabeza) y el mitológico imaginario sideral del mítico Jack Kirby. El resultado es una obra cargada de humor e ironía, un trabajo lleno de matices apoyado en un dibujo fecundo, texturizado, y felizmente abigarrado. Alguien debería dejarle a Jacobs reescribir la historia según sus propias reglas.
Lose (DeHaviland Ediciones), de Michel DeForge: DeForge vive en una realidad paralela o, al menos, en sus cómics dibuja una realidad paralela. En las diferentes entregas de su fanzine Lose, lleva ya varios años contándonos historias de hormigas, personajillos deformes e historias de amor adolescente con giros “lynchianos”, pero no ha sido hasta este año cuando DeHaviland lo ha presentado en sociedad en nuestro país, con la edición de un tomo recopilatorio de Lose de algunas de sus mejores relatos cortos (en Estados Unidos la compilación se publicó bajo el título de A Body Beneath). Sin duda es una oportunidad excelente para curiosear en la trayectoria de un artista que, pese a su juventud, ha ido creciendo estilísticamente desde sus primeros trabajos en 2007. Estamos ante uno de esos jóvenes creadores (junto a los Schrauwen, Shaw o Kago) que están reescribiendo desde el presente la Vanguardia Clásica que el cómic nunca tuvo. No pierdan de vista a DeForge, sus naturalezas mutantes y ciudades alienadas merecen la pena de veras.
¡Oh, diabólica ficción! (La Cúpula), de Max: más que un cómic, esta colección de viñetas y reflexiones publicadas en El País, y recopiladas ahora en un único volumen estructurado de forma orgánica, componen un ensayo gráfico sobre el acto creativo y la naturaleza de la obra artística. Con su capacidad para el icono simbólico y la reflexión metadiscursiva, Max nos conduce con humor y mucha ironía por entre los andamios de la construcción literaria y comicográfica; siempre convencional, siempre artificiosa. Nuestra guía será una urraca parlanchina, trasunto de la inspiración y, por tanto, de la voz misma de su creador. A través del discurso del ave (de su elocuencia torrencial) y de sus conversaciones con el lector y con el propio autor, Max nos está en realidad revelando sus procedimientos creativos, sus inquietudes y los secretos que han hecho de él uno de los dibujantes de cómic internacionales más sólidos e inteligentes de las últimas décadas.
Sol Poniente (Edicions de Ponent), de Joaquín López Cruces y Mª Isabel Santisteban: de acuerdo, no es una novedad, pero como joya escondida del cómic español, merece estar en esta lista. De hecho, cuando la editorial Cajal lo publica por vez primera en Almería en 1990 en una edición limitadísima, el libro se convierte casi de inmediato en objeto de coleccionista y material descatalogado. Por eso, hay que agradecerle a Edicions de Ponent que haya recuperado ahora esta historia de exilio, desencanto de postguerra y secretos bohemios. Siempre hemos dicho que Joaquín López Cruces es el último gran romántico del cómic español, su trazo fino, preciso y preciosista, dibuja escenarios perfectos y personajes vivos como una filigrana cargada de detalles y emoción. El guión de Santiesteban revela la historia de un secreto en tres actos, tres relatos que se entrecruzan para contar otra historia, la de la familia Humet, la de sus fantasmas y recuerdos silenciados. Ya era hora de que Sol Poniente dejara de ser también un secreto.

jueves, diciembre 31, 2015

I Love this Part, de Tillie Walden. El amor en los tiempos del iPod

Nuestra historia termina y empieza así:
Tillie Walden is a cartoonist and illustrator born in 1996 from Austin, Tx. Her first book, The End of Summer, came out from Avery Hill Publishing in July 2015. Tillie loves cats, architecture, and going to bed at 8pm every night.
Si no supiéramos que Tillie Walden no tiene 20 años cumplidos, nos faltarían elementos de juicio para entender y acercarnos a I Love this Part. No porque su arte y narrativa presenten algún tipo de inmadurez adolescente, que no es el caso, sino porque su discurso es jovencísimo y a los que ya doblamos su edad nos enseña a entender el salto generacional que se ha producido en las últimas décadas. Y es que I Love this Part es un relato intimista, poético y honesto del amor en estos tiempos de comunicación multitecnológica a jornada completa. 


Como decimos, no parece que Walden acabe de empezar en esto. Su talento como dibujante y colorista demuestra una madurez sorprendente. Su estilo costumbrista y su dominio de la acuarela están cargados de profundidad lírica; y su imaginación como narradora depara, igualmente, momentos evocadores y elipsis reveladoras.
La niñez y adolescencia son periodos de formación, descubrimiento y, muchas veces, desconcierto. A través de los ojos del niño el mundo se ve enorme. Walden, sin embargo, opta por el enfoque opuesto: en I Love this Part las dos niñas protagonistas, como sucede también en la niñez, crean su propia realidad, ellas son las únicas protagonistas de su propia historia, de sus confidencias y secretos, de sus charlas intrascendentes sobre vídeojuegos y del modo en que estas conversaciones tejen poco a poco su futuro... El entorno, el paisaje y la ciudad son sólo escenarios de ese gran teatro que es hacerse mayor. Por eso, la opción gráfica de Walden de convertir a sus dos protagonistas en gigantes que recorren sus escenarios vitales como si no existiera nadie más en el mundo, está cargada de sentido y profundidad metafórica. Sólo cuando empiezan a crecer, cuando descubren los sinsabores de la vida y las relaciones, las niñas que están dejando de serlo se representan con una talla normal en un mundo normal.


Además de todo esto, I Love this Part es una belleza visual. La expresividad de sus personajes y la majestuosidad de sus arquitecturas y paisajes (coloreados en un bitono violeta, primero, y gris, después) dejan adivinar el talento y la inteligencia de una autora de la que vamos a hablar mucho y bien. Atentos, editores.

viernes, diciembre 18, 2015

Chapuzas de amor, de Jaime Hernández. La gran novela chicana, en ABC Color

El fin de semana pasado publicamos en el suplemento cultural del ABC Color de Paraguay una reseña dedicada a Chapuzas de amor, de Jaime Hernandez; un trabajo perturbador y conmovedor a partes iguales. Una obra que se integra dentro de las grandes novelas río que estos dos hermanos están construyendo para la posteridad de la narrativa comicográfica. Chapuzas de amor es una novela gráfica de madurez, aglutinadora y completista; una historia que se disfruta sobremanera si conocemos los referentes que la justifican y el contexto narrativo en el que se integra; pero que también admite una lectura aislada, que será un hallazgo para el afortunado recién llegado. De todo ello hablamos en nuestro artículo "La gran novela chicana".
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
Se menciona con frecuencia la dificultad de enfrentarse a una obra, la de Jaime y Beto Hernandez, en la que, como en la vida misma, todo está interrelacionado y es interdependiente. Durante su carrera como dibujantes de cómics, los dos hermanos han construido sendos cómics-río al estilo de otros grandes autores literarios que han hecho pivotar su narrativa alrededor de un espacio ficcional, eje rector de sus entregas novelescas: el Macondo de Gabriel García Márquez, el condado de Yoknapatawpha en la obra de Faulkner, la Comala mágica y trágica de Juan Rulfo o la ciudad de Santa María en algunos libros de Juan Carlos Onetti. Son, como las llama Luis Mateo Díez, las "geografías de la imaginación", espacios de ficción que funcionan como microcosmos de realidad.
Las historias de Beto Hernandez transcurren en diferentes momentos de la historia de Palomar, un pueblo de la frontera estadounidense-mexicana, como hay miles; Jaime Hernandez sitúa a sus "Locas" en el barrio californiano de Hoppers y luego dentro de un Los Ángeles reconstruido y reinventado. En esos dos escenarios, tan vívidos y llenos de humanidad, los hermanos Hernandez despliegan su muestrario de personajes y les hacen vivir a través del tiempo, en sendas epopeyas fronterizas que, dentro de su componente ficcional (enloquecido, a veces), transpiran verdad y algunas dosis de biografía propia. Realismo mágico.
Con estos datos en mente, enfrentarse a una obra como Chapuzas de amor (como lo fue hacerlo a Penny Century en su día), sin haber leído previamente los diferentes episodios de su serie Locas, puede parecer un ejercicio complejo por la falta de una narrativa contextualizadora; ya que los personajes de Chapuzas de amor, son los mismos que habitan en ese gran cómic-río que Jaime ha ido construyendo a lo largo de su vida artística. Es más, en este cómic, se nos descubren algunos secretos de las historias biográficas de Maggie, Hopey, Reno y compañía; se rellenan huecos de información que explican sus reacciones y comportamientos en diferentes episodios de la saga. Y, pese a todo ello, esta obra, no necesita contextos, ni referentes para emocionar. Como bien señala una de las críticas promocionales en la contraportada del libro:
No es necesario haber leído la historia de los hermanos Hernandez para apreciar la hazaña, pero para los que lo han hecho, es imposible llegar al final sin derramar gruesos lagrimones. Es así de bueno, desgarrador e impresionante, todo en su justa medida.
Así de bueno es Chapuzas de amor, sí, tanto que su lectura conmueve aunque no conozcas a sus protagonistas, aunque te tires de cabeza in media res a bucear entre los fragmentos de vida de sus personajes. Tan bueno es que empuja al lector a querer saber más de las vidas que muestra y le incita a leer con avidez por primera vez, o a releer con interés renovado, las circunstancias existenciales que rodean y contextualizan cada uno de los siete episodios que conforman este libro.
Como sucede siempre en la obra de Jaime Hernandez, los capítulos de Chapuzas de amor no están organizados cronológicamente, ni construyen una línea de relato única. Se trata de siete episodios que esbozan fragmentos de vida, brochazos biográficos, no tanto de la existencia de un solo personaje (aunque Maggie sea la principal protagonista de esta historia), sino de toda una comunidad. Dentro de este uso maestro de la elipsis, la galería de personajes que ha construido Hernandez en su saga aparece explícita o implícitamente representada en cada episodio y acontecimiento, sus acciones tienen efectos inmediatos en la acción directa, pero, al mismo tiempo, funcionan como causas latentes e influencia de acontecimientos futuros (algunos de los cuales ya conocemos como lectores quienes hemos leído los volúmenes de Locas). Interrelación e interdependencia.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
No hacen falta excusas para embarcarse en la lectura de una obra maestra, pero en ocasiones un estímulo o acicate es un buen aliado. Si no conocían a Jaime Hernandez o a su hermano Gilbert (Beto), quizás la publicación este año de Chapuzas de amor pueda ser ese empujón definitivo que les ayude a sumergirse en una narrativa gráfica compleja, rica y mágica que supone uno de los momentos cumbres del cómic moderno. Atrévanse.

viernes, diciembre 11, 2015

Entrevista a Javier Olivares en SER Soria

Esta semana hemos entrevistado nada menos que a don Javier Olivares para nuestro programita radiofónico "Cómics en la Biblioteca" en la SER. Junto a Chema Díez y Eva Lavilla, hemos hablado con él de su reciente Premio Nacional, del impacto que los últimos galardones recibidos por Las Meninas han tenido en su trayectoria, de su trabajo junto a Santiago García y de la relación entre cómic y arte. Una paleta llena de matices para una charla en la que Olivares nos ha puesto las cosas muy fáciles gracias a su oratoria fecunda.
Compruébenlo aquí.

jueves, diciembre 03, 2015

Los grafiti reflectantes de Ray Bartkus

Hemos hablado aquí de arrozales artísticos, de chorros de agua con efecto pictórico y de muros vivos, pero hasta ahora no nos habíamos topado con grafiti reflectantes como los del lituano Ray Bartkus (residente en Nueva York).
El arte urbano está alcanzando unos niveles de virtuosismo desconocidos. Gracias a la difusión digital y el alcance de las redes sociales, la captación del arte efímero se ha convertido en un valor al alza: no importa que la obra perezca si existe un testigo. ¿No es esa, de hecho, la esencia misma del arte? La obra única e irrepetible; cuánto más si añadimos el instante único. Resulta que al final, señores como Beuys y Vostell iban a tener razón: la obra de arte sólo existe una vez. O quizás, en este caso, al que deberíamos citar es a Gustave Verbeek, que al parecer tenía el mismo buen ojo (torcido) que Barktus.
Nos gusta el trabajo de Bartkus por su poesía y, lo admitimos, porque su esteticismo mural es sólo una excusa para mirar más allá. Todo un reto para estos tiempos en los que tanto cuesta abandonar la superficie.
Vía boredpanda

miércoles, noviembre 25, 2015

Por sus obras le conoceréis, de Jesse Jacobs, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2015/11/18/por-sus-obras-le-conocereis-de-jesse-jacobs-mundos-en-creacion/
Hace unos días publicábamos un artículo dedicado a Jesse Jacobs en Culturamas. Por sus obras le conoceréis es uno de los cómics más sorprendentes, vanguardistas y reconfortantes de este año. Un tebeo libre y ambicioso en el que Jacobs crea su propio modelo cosmológico y una muy personal cosmogonía de dioses y divertidos personajillos mitológicos. Dentro de esa corriente de autores a medio camino entre el underground, el arte low brow y la devoción por Jack Kirby a los que Santiago García llamó "los primitivos cósmicos", Jacobs es un dibujante con un discurso original y un lenguaje visual barroco y deslumbrante.
Les dejamos, sin más, con nuestro artículo: "Por sus obras le conoceréis, de Jesse Jacobs. Mundos en creación".

miércoles, noviembre 18, 2015

Fuera [de] Margen: Tranvase y modernidad. Un cómic de Martin Rowson

Este mes hemos tenido el placer de publicar un artículo en una revista que nos encanta: Fuera [de] Margen; que en su edición en español dirige Ana G. Lartitegui. En algunos de sus últimos números, la publicación nos ha sorprendido, por ejemplo, con acercamientos monográficos a temas como "La creación y el medio digital", "La escritura literaria" o "El color". Hace unos meses, sus artífices nos invitaron a participar en un número dedicado a "Las adaptaciones", y a revisar en él un cómic de 2014 que nos sorprendió gratamente por su virtuosismo y originalidad: nos referimos a Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (Impedimenta), de Martin Rowson; la adaptación comicográfica de la novela clásica de Laurence Sterne, del S.XVIII.
El cómic de Rowson es un ejemplo de adaptación compleja, libre, pero respetuosa; radical como la obra de Sterne, pero enriquecida con las tradiciones clásicas de la literatura y del cómic (desde sus orígenes decimonónicos, al underground); un trabajo moderno (posmoderno, más bien), exigente, lleno de guiños y cargado de talento gráfico y narrativo.
Les dejamos aquí los primeros párrafos de nuestro texto, que pueden descargarse completo y ya editado aquí:

Vida y opiniones de Tristram Shandy de Laurence Sterne es una obra inclasificable dentro de la literatura europea, no sólo de su época. Ya a mediados del siglo XVIII anticipó muchos de los rasgos esenciales de la novela moderna y la sensibilidad posmoderna. Su empleo de la metaficción y la hacen de esta novela un trabajo “moderno”, en el sentido más amplio de la palabra. No es extraño, de hecho, que una gran parte de la crítica literaria rechace la idea de lo posmoderno como movimiento contemporáneo, aludiendo a ejemplos como Tristram Shandy, para señalar la existencia de una tradición cultural de la “metaficción” muy anterior a estos nuevos tiempos. Para críticos como Jean Baudrillard, Frederic Jameson o Jürgen Habermas la Posmodernidad no sería sino una fase última de decadencia para unos, de repetición irónica para otros– de la Modernidad.

Dicho esto, ¿cuáles son los rasgos modernos de Tristram Shandy? ¿Qué es lo que une a Laurence Sterne con escritores como Thomas Pynchon, Michael Chabon o Jonathan Lethem?

La lengua inglesa está marcada por una gramática y una sintaxis relativamente simples que incide en los periodos breves, las oraciones simples y un sistema de puntuación dominado por el punto (full stop, period). La gramática que teje las páginas de Vida y opiniones de Tristram Shandy es, sin embargo, ejemplo de todo lo contrario: en la novela abundan las frases inacabables; las subordinaciones encadenadas; el uso obsesivo de la puntuación. El resultado es un ejercicio continuado de digresión en el que las frases nunca terminan de completar las expectativas; y en el que el material explicativo y la información parentética acaban por convertirse en contenido diegético. Lo curioso es que la sintaxis sinuosa y acumulativa de Tristram Shandy no es en realidad otra cosa que un espejo formal de la propia estructura del libro y de su misma materia narrativa...
 http://www.revistasculturales.com/articulos/164/fuera-de-margen/1860/1/transvase-y-modernidad-un-comic-de-martin-rowson.html

jueves, noviembre 05, 2015

Originales y arquitecturas superheroicas

Aunque no hablemos mucho de ello por aquí, de vez en cuando seguimos gastándonos algún euro en vicios duros como el coleccionismo de originales y la adquisición fetichista de ilustraciones. Hay que admitir que, desde que el cómic "es arte" y cosa de prestigio, cada vez es más difícil hacerse con páginas que no nos descontrolen la balanza mensual: ¿qué hipster no quiere una joyita underground para adornar su baño o un superhéroe que le proteja de las pesadillas desde la cabecera de su cama?
El otro día, precisamente, caíamos en la cuenta de qué poquitos originales hemos comprado, después de tantos años, sobre el tema superheroico. Es más, al guardar con mimo la última página que hemos adquirido, nos hemos dado cuenta de que la mayoría de las páginas originales de Marvel que tenemos, en realidad, tienen mucho más que ver con las alucinantes arquitecturas urbanas y ciudades míticas que crean sus talentosos artistas, que con sus personajes, grupos y universos heroicos propiamente dichos.
Un juego de agudeza visual. Les presentamos aquí cuatro de esas láminas y les retamos a que adivinen a qué cómics y artistas pertenecen...
 
Difícil, ¿verdad? Retomaremos el tema en alguna próxima ocasión para hablarles de muros y más originales, enmarcados esta vez.

miércoles, octubre 28, 2015

Maestros del anime: Miyazaki, sensibilidad y magia (en ABC Color)

Acabamos de publicar en el suplemento cultural de ABC Color un texto largo dedicado a Hayao Miyazaki y su obra. En él, analizamos algunos de los temas y motivos más recurrentes de sus películas y, de alguna manera, intentamos rendir homenaje a un maestro que se jubila después de firmar algunas de las cintas de animación más maravillosas de la historia del cine. El Suplemento completa nuestra aportación con un estupendo texto de Julián Sorel titulado "Sin miedo a volar".
Les dejamos aquí las páginas impresas del artículo, "Hayao Miyazaki, magia y sensibilidad", y el texto correspondiente.
Caja mágica
Una de las peores noticias de los últimos años, en términos puramente artísticos, fue el anuncio de la jubilación de Hayao Miyazaki en 2013. La llegada del director japonés a las pantallas occidentales en 1997, con el estreno mundial de La Princesa Mononoke, se vivió como un acontecimiento que los espectadores disfrutamos entre la sorpresa entusiasta y la fascinación ante lo desconocido. ¿Se podía hacer eso con dibujos animados? Casi inmediatamente, los grandes festivales y eventos cinematográficos empezaron a hacerse eco de ese nuevo cine de animación japonés que se acercaba a la fantasía con una sensibilidad hasta entonces desconocida. El Studio Ghibli, que el director fundó junto a su amigo Isao Takahata en 1985, se convirtió en una caja mágica de la que regularmente salía una joya de anime destinada a hacer historia y a hipnotizar a su cada vez más ingente legión de admiradores en el mundo entero.
Además de por su perfección y pericia técnica, las películas del mago Miyazaki brillan por dos rasgos esenciales: una imaginación desbordante que le permite crear asombrosos mundos de ficción y un gusto por el detalle que garantiza la verosimilitud de dichos universos, no importa cuán fantasiosos lleguen a parecer.
El detalle, el proceso o el gesto son componentes básicos de las cintas del director japonés. Sus personajes no se comportan como simples entes animados, sino que responden a pálpitos humanos. La niña ensoñada que se aburre mientras reposta el hidroavión de Porco Rosso, sopla a la mosca que se posa sobre el ala, ésta resbala hacia abajo antes de reemprender el vuelo; el pequeño incidente (anecdótico, trivial y, por eso mismo, absolutamente realista) saca a la muchacha de su ensoñación.
En la emocionante Mi vecino Totoro (1988), la niña Mei, en su desesperación ante los negros presagios comunicados por un telegrama, se aferra a una mazorca de maíz, convertida en símbolo de su afecto y de sus esperanzas. Abrazada a la panocha, corre, llora y se pierde en los mundos tenebrosos de sus miedos recién descubiertos. El espectador asiste conmovido a ese gesto de humanidad, a su desamparo. Vida animada.
Proceso y detalle
A Hayao Miyazaki siempre le ha gustado recrearse en los procesos artesanos e industriales o, tan sólo, en las faenas domésticas. Las construcciones, máquinas e ingenios de sus películas (sean éstos castillos andantes, fábricas metalúrgicas, hidroaviones, bicis voladoras o fortalezas defensivas) funcionan porque encierran un diseño y una elaboración artesanal o mecánica minuciosa. Han sido creados por alguien. Sus películas no se conforman con el resultado, nos muestran el proceso: en Nausicaä del Valle del Viento (1984) descubrimos a los habitantes del valle reparando sus molinos de viento, o revisando sus plantaciones en busca de hongos tóxicos; contemplamos a las mujeres milanesas diseñando, construyendo y montando las piezas del avión que pilotará el personaje principal de Porco Rosso (1992); al igual que son mujeres quienes trabajan en la gigantesca forja de la Ciudad de Hierro en La Princesa Mononoke; en Mi vecino Totoro, asistimos a la limpieza y restauración exhaustiva de la casa de campo que va a ocupar la familia protagonista y en Nicky, la aprendiz de bruja (1989), el pan y las empanadas de arenque se cocinan en hornos de leña cuyas ascuas vemos preparar antes de la cocción. Y, como colofón, en su última película, El viento se levanta (2013), Miyazaki ofrece un recorrido diacrónico por la historia de la ingeniería aeronáutica japonesa con un lujo de detalles mecánicos y una precisión tecnológica que apabullan al espectador.
El gusto por el detalle ayuda a dotar de verosimilitud a las construcciones ficcionales del maestro japonés: sus texturas presentan una proximidad casi física. El agua de las cintas de Miyazaki se puede beber, es fresca y apetecible, fluye cristalina por los arroyos de Mi vecino Totoro o se agita amenazante y tempestuosa en El viaje de Chihiro (2001). La madera cruje o crepita en El Castillo Ambulante (2004) en cada vaivén de la ciclópea construcción; el metal rechina con cada martillazo en las forjas de La Princesa Mononoke y con cada vuelta de tuerca de los mecánicos que construyen los aviones en El viento se levanta; el polvo revolotea y adquiere vida a base de escobazos en Mi vecino Totoro, como lo hace la harina en la tahona de Nicky, la aprendiz de bruja.
Vida animada
El realismo del detalle al servicio del relato. Miyazaki construye sus ficciones desde un entramado de realidad en el que la ficción comienza siempre a partir de una chispa que termina incinerando la historia. Una suerte de realismo mágico nipón. Todos reconocemos el mundo (en ocasiones gracias a referencias literarias o a la cuentística popular) que habitan los personajes de Miyazaki: sus ciudades, sus escenas campestres, sus parajes naturales. Sin embargo, la imaginación del creador enriquece esos escenarios realistas a base de fantasía: mediante la recurrencia a criaturas y a fenómenos mágicos que se integran con absoluta normalidad dentro de ese plano de realidad. Son en muchos casos elementos deudores de la espiritualidad japonesa: el animismo sintoísta que dota de vida a la multitud de dioses y espíritus que habitan los universos humanos y divinos. Sólo el espectador vive instalado en la sorpresa. En los mundos de la factoría Ghibli, las personas, los animales y los seres mágicos conviven con absoluta naturalidad, como si habitaran en un melting pot de ensueño.
Esta cohabitación de mundos, nunca enfrentados, unida a la sensibilidad exquisita de Miyazaki, facilita la creación de momentos bellísimos: como esa estela de hidroaviones caídos en combate que asciende hacia el cielo en Porco Rosso; la secuencia de la Princesa Nausicäa hechizada por la lluvia de esporas tóxicas en la Jungla Tóxica; o las escenas del Espíritu del Bosque sanando a Ashitaka en el corazón de la espesura en La Princesa Mononoke. Detrás de la fantasía y la magia, las cintas del artista japonés encierran una carga simbólica, no siempre trasparente, que resguarda valores positivos como la amistad o el amor filial, junto a códigos entroncados con el imaginario espiritual nipón: la memoria de los antepasados y el culto a los espíritus, el respeto a la naturaleza (el agua y el viento son omnipresentes en sus películas) y a las criaturas animales frente a la industrialización urbanita, la búsqueda interior y el ensueño como factores de superación, etc.
Donde se cocinan los sueños
Pero si hay un tema que sobrevuela la filmografía de Miyazaki, ese es el de la infancia como espacio de fantasía, como refugio secreto en el que se cocinan los sueños. Ese es el tema vertebral de cintas como El viaje de Chihiro, pero se repite de forma más o menos directa en casi todas sus películas. La infancia es el refugio que nos salva de los errores de la edad y de la monotonía existencial que encuentra su caldo de cultivo en las grandes ciudades y en las ocupaciones rutinarias que realizan los adultos. Por eso, la infancia se asocia normalmente a contextos rurales y al mundo de la naturaleza, unos escenarios que se cargan de valores positivos y se refuerzan con el peso del folklore y de los oficios tradicionales. En estos espacios, Miyazaki crea a su vez otros refugios habitacionales (el refugio dentro del refugio) en los que sus personajes se protegen de las amenazas exteriores, lugares que nos remiten a nuestros propios espacios de cobijo ante el miedo: en ese sentido funcionan la casa en el bosque de la pintora amiga de Nicky o la acogedora habitación abuhardillada de la panadería en Nicky, la aprendiz de bruja; o el montón de heno dentro del vagón en el que ésta se refugia a dormir durante una tormenta, en la misma película. Los encontramos en todas sus películas, como encontramos en casi todas ellas a personajes positivos y espirituales que se imponen a la mezquindad y bajezas humanas, para salvar al mundo del destino que parecen escribir sus propios habitantes.
Aunque cualquier excusa es buena para repasar su filmografía, ahora que sabemos que no va a volver a hacer más películas (no está aún claro si el Studio Ghibli seguirá los pasos de su fundador), el cine de Hayao Miyazaki se antoja más necesario que nunca: sus historias, cargadas de valores positivos, tienen la extraña cualidad de hacernos sentir mejor con nosotros mismos, las imágenes de sus películas encierran una calidez analgésica y sus construcciones fantásticas son un refugio excelente para esquivar, durante casi dos horas, los peligros de la edad. Ya le echamos de menos.

miércoles, octubre 21, 2015

Sonrisas de Bombay, de Susanna Martín y Jaume Sanllorente. Un viaje de ida

A todos nos sucede que alguna vez nos vemos postergando el visionado de una película o la lectura de un libro o un cómic que sabemos que tenemos que ver o leer, que queremos ver o leer, pero que, por alguna razón, nos genera un sentimiento que interpretamos como pereza. Sucede que, en muchos casos, esa dejadez es en realidad otra cosa mucho más cercana a la cobardía, al miedo a que le saquen a uno de su zona de confort y le enfrenten al aprieto intelectual o, aún peor, al abismo de la conciencia y de la desigualdad. Algo así nos ha sucedido con Sonrisas de Bombay, la novela gráfica de Susanna Martín sobre la gran aventura de Jaume Sanllorente, que Norma publicó hace ya unos años y que no hemos leído hasta ahora.
Se trata de un cómic de viajes y de un libro de testimonio, una especie de crónica con conciencia y agradecimiento, que bebe de las mismas fuentes comicográficas que han inspirado a tantos jóvenes artistas contemporáneos: la crudeza histórica del Maus de Spiegelman filtrada por el simbolismo de la imagen; él testimonio biográfico sin amortiguador de Marjan Satrapi en Persépolis; y el acercamiento curioso y agudo a la "otredad" que lleva a cabo Guy Delisle en sus cómics de viaje. Sonrisas de Bombay tiene un poco de todos ellos, de los que también adopta la elección de cierto esquematismo gráfico; en este caso, una línea clara suelta y ligera, dotada de gran capacidad descriptiva y evocadora.
Estuvimos en la India hace casi diez años. Uno viaja a ese país que parece un continente con la certidumbre de que no saldrá indemne; probablemente será lo más cerca que estemos de otro planeta. Se sabe de antemano, en la India nos toparemos de bruces con la Miseria y la Desigualdad, y nuestra conciencia occidental tendrá que lidiar cara a cara con el tercer mundo y la realidad despiadada. Todos regresamos sacudidos de la India, a algunos el combate de conciencias les cambia la vida y, a unos pocos, el impacto les transforma en héroes. Es el caso de Jaume Sanllorente que viajó por primera vez al Indostán hace algo más de diez años (casi como nosotros). De su figura y obra se ha inspirado Susanna Martín para escribir y dibujar Sonrisas de Bombay.
El título del cómic es el nombre de la ONG que Jaume fundó en la ciudad para dar una segunda oportunidad a los cientos de miles de niñas prostitutas y niños de la calle que se multiplican en la India como entes invisibles condenados a la calamidad. En sus páginas se nos relatan la visicitudes y obstáculos que el periodista tuvo que afrontar desde el día que regresó de su primer viaje y decidió que su vida iba a comenzar de cero: como en las grandes epifanías, Jaume abandonó su cómoda, pero estresante realidad barcelonesa, para sumergirse en la otra realidad caótica, exuberante y violenta de la India. 
En el arranque de la historia, Babu, un joven estudiante que se benefició de los proyectos de la organización Sonrisas de Bombay, se entrevista con su fundador para completar su trabajo universitario de sociología. El recurso narrativo (similar al que Spiegelman empleara en Maus) permite que el propio Jaume (o Jaumeji, como le llaman los indios en señal de respeto) nos cuente su historia en primera persona, a partir de un gran flashback que constituye el material narrativo de dicha entrevista. En sus confesiones, el protagonista no elude ningún episodio, por muy descarnado que resultara en su día: asistimos a su primer contacto con Dharavi, el gigantesco poblado chabolista de Matunga, microcosmo de violencia, enfermedades y prostitución infantil, un espacio de supervivencia más que de vida; Jaume nos cuenta su visita a Kamathipura, el barrio de las niñas prostitutas, la antigua y triste "zona de descanso" de las tropas coloniales británicas; relata el ex-periodista también su enfrentamiento con las mafias y las constantes amenazas que recibe por parte de los temerosos habitantes locales que repudian el contacto con la casta de los "intocables".  Y, sobre todo, Jaume nos habla de la felicidad, de la plenitud vital  que el contacto con los desfavorecidos, con los parias de la tierra, le ha proporcionado a lo largo de todos estos años.

Es cierto que, en algunos momentos, el cómic no puede evitar cierta carga sentimental o el empleo de recursos simbólicos que parecen caer en lugares comunes del relato confesional y la espiritualidad, sin embargo, cuando se cuenta una historia tan extraordinaria como la de Jaume Sanllorente, cuando se relata con la honestidad y limpieza con la que lo hace Susanna Martín, el resultado sólo puede ser una novela gráfica emocionante y reconfortante como esta Sonrisas de Bombay. Una historia necesaria, que no quiere decir fácil.

martes, octubre 13, 2015

¡Oh diabólica ficción!, de Max. La depuración del lenguaje

Max (Francesc Capdevila) es uno de los nombres esenciales en la historia del cómic español. Así, sin matices.
Desde aquellos comienzos influidos por el underground, primero, y por la línea clara francobelga estilizada de autores como Chaland, después, el trabajo de Max ha sufrido un proceso de depuración formal y conceptual que tiene mucho que ver con el magisterio Chris Ware que todo lo invade en los últimos tiempos. Pero estaríamos siendo injustos si equiparáramos a Max con otros discípulos de Ware; como éste, el barcelonés es un pionero de la forma, un verdadero vanguardista, que en paralelo al norteamericano ha rastreado en la tradición clásica para crear un lenguaje propio y un estilo que ya es marca registrada. Nos recuerda su ejemplo y su evolución a la de otro autor fundamental del cómic español, aunque mucho más olvidado que Max: hablamos de Federico del Barrio, un creador que viró desde el asombroso virtuosismo gráfico de trabajos como El artefacto perverso o Lope de Aguirre (la conjura) a la estilización máxima de las dos obras que publicó bajo el pseudónimo de Silvestre, Relaciones y Simple; dos cómics en los que el autor reflexionaba acerca de las posibilidades narrativas del cómic y la metaficción comicográfica.
Desde que creara al mítico Bardín, el superrealista en 1999, Max tampoco ha dejado de moverse hacia un cómic conceptual y postmoderno, anclado en recursos como la autorreferencialidad, la interdiscursividad y la ironía. Desde entonces (podríamos incluso retrotraernos a publicación de El prolongado sueño del Sr. T), sus cómics se han vuelto mucho más intelectuales e introspectivos. Vapor, por ejemplo, funcionaba como ejercicio de indagación metafísica y reflexión existencial a través de su protagonista Nicodemo, un eremita impaciente en busca de respuestas acerca de su propia existencia y el mundo material que nos rodea. A través de su alterego ficcional, Max despliega con humor e inteligencia su colección de reflexiones cruzadas por referencias filosóficas, históricas y artísticas (con una buena dosis de cultura pop en ellas).
El último cómic de Max, ¡Oh diabólica ficción!, continúa en esa misma línea de exploración formal y conceptual, para indagar, en este caso, en el sentido último del concepto artístico, abarcando nociones como las de creación, inspiración y valía cultural. En su búsqueda metaficcional, el Max-autor dialoga con sus personajes, con el lector y con sus diferentes alteregos (representados o simbólicos) repartidos por las páginas del tebeo.
La mayoría de las historias cortas que componen ¡Oh diabólica ficción! aparecieron publicadas en diferentes momentos en El País Semanal entre 2013 y 2015, aunque el volumen recoge también páginas inéditas y algunos dibujos e ilustraciones recogidos en otros medios. Paradójicamente, es ahora, después de las correspondientes fases de recopilación, ampliación y edición, cuando la obra alcanza una coherencia y una profundidad conceptual que se diluía parcialmente con la publicación fragmentaria periódica de los diferentes episodios. Leída como obra total, ¡Oh diabólica ficción! resulta una reflexión lúcida y afilada acerca de los procesos comunicativos (creación, recepción, interpretación, metalenguaje…) que rodean a los textos literarios y comicográficos. Todo ello expuesto de forma simbólica gracias a la presencia de una urraca-narrador (que ya aparecía en Vapor en una de sus múltiples representaciones), personaje de fábula que nos guiará con sus circunloquios, engaños y parábolas por entre los recovecos del relato.
El hecho de que la historia esté conformada a partir de fragmentos y episodios que se presentan como historias cortas, condiciona que la sensación de totalidad del texto dependa en gran medida de una participación activa por parte del lector a la hora de descifrar la ironía y el humor que recorre la obra. Ese es uno de los grandes méritos de ¡Oh diabólica ficción!, se trata de un cómic exigente y abierto, una reflexión intelectual que nace de la abstracción y de la carga simbólica que proyectan los animales sabios y las recreaciones icónicas que lo habitan. El dibujo de Max, con un acabado redondo y perfeccionista, proyecta una ingenuidad amable, pero engañosa, que contribuye de forma esencial a estirar el mencionado componente irónico-humorístico de la obra. Nada resulta ser lo que parece en los “cuentos” de la urraca protagonista, ni siquiera ella misma, que se presenta primero bajo el nombre de Mr. Brown, como Ismael después, para enmendarse a sí misma apenas unas páginas después: “Permítanme que me presente. Soy el Diablo Cuentacuentos. Estoy con ustedes desde la noche de los tiempos, trabajando a la sombra”.
En última instancia, sus parlamentos, fábulas y parábolas resultan tan engañosos y convencionales como lo es toda ficción, y es en esa autoconsciencia ficcional donde reside la magia de ¡Oh diabólica ficción!, porque en el fondo el éxito de su mensaje sólo depende de que exista un lector dispuesto a traspasar la ficción y a participar en el diabólico juego de espejos de Max:
¿Les he hablado ya alguna vez de mi fascinante, compleja, intrincada e inabarcable personalidad? Ya saben que soy urraca y soy demonio… divina y diabólica a un tiempo… femenina y masculina por igual. Pero no acaba aquí la cosa, porque aún hay más… sí, mucho más…

jueves, octubre 08, 2015

Matt Madden, Drawn Onward y 20 Lines Project. Más experimentos

Como muchos otros, llegamos a Mat Madden gracias a su 99 Ways to Tell a Story (99 ejercicios de estilo, en español) su homenaje al modelo Oulipo y al gran Raymond Queneau; quien casi un siglo antes había escrito sus Ejercicios de estilo, en el que contaba una misma historia de 99 formas diferentes. El propio Madden es el máximo representante estadounidense de Oubapo, el Taller de la Historieta Potencial versión comicográfica. Confesamos que hemos utilizado 99 Ways to Tell a Story en muchas ocasiones en nuestras clases, y que su exposición visual de los diferentes “matices discursivos” resulta una herramienta pedagógica excelente para acercar a los chavales a conceptos teóricos como el del punto de vista, el género o la voz narrativa. A partir de ese momento, seguimos con interés los trabajos del dueto que forman Madden y su mujer, la también dibujante Jessica Abel, con quien vive en Francia; sin duda, dos de los nombres importantes en la eclosión del cómic independiente desde finales de los 90.
Volvemos ahora al dibujante estadounidense con una excusa doble: la publicación este 2015 de su minicómic Drawn Onward y la exposición 20 Lines Project, que permanecerá en la Galería etHALL hasta el 07 de noviembre, y que se inauguró con motivo del Barcelona Gallery Weekend.

Drawn Onward es un cómic muy en consonancia con las inclinaciones experimentales y los constantes juegos narrativos de Matt Madden, ya que el autor ha hecho nada menos que una historia reversible (o capicúa).
Tenemos que reconocer que nos hicimos con este tebeíto con formato de comic-book de 32 páginas atraídos por una portada que nos recordaba a otra portada de una historieta ya clásica. En ella, un personaje torturado escapaba de sus sombras pasadas en el andén de un metro que podría ser el de Nueva York. La portada de Drawn Onward repite el mismo contrapicado de aquella secuencia, que mostraba las vigas de techo en perspectiva, y en ella también un personaje se aleja de otro; si bien, en este caso lo hace con una sonrisa burlona en la boca. Son los dos protagonistas de la historia: la joven narradora, una dibujante de cómics, y el extraño que un día la aborda en un tren.
Con estos elementos, Madden construye un relato circular que literalmente se muerde la cola; un ejercicio de simetría narrativa (nada que ver con esta otra simetría formal vanguardista y alucinante) que consigue ser algo más que simple artificio gracias a la habilidad de Madden para el ritmo secuencial y al peso de un guión que le aporta matices e indicios a la historia, y que consigue que su cierre no sea en falso. No desvelamos más detalles, estamos seguros de que Drawn Onward formará parte de alguna antología con lo mejor de 2015 en fechas no lejanas.
20 Lines Project es una exposición comisariada por Jorge Bravo, el máximo responsable de la siempre interesante etHALL barcelonesa, una galería que nunca pierde de vista al lenguaje del cómic entendido como material artístico y fuente de inspiración.
En realidad, no conocíamos la faceta artística de Matt Madden, pero no nos ha sorprendido descubrir que se mueve en un territorio lindante con el arte conceptual, la cinética y el esbozo. El norteamericano es un tipo polifacético y prolijo: compagina su condición de dibujante con la de docente, traductor y editor, además de artista. 20 Lines Project está inspirada en el trabajo del autor Oulipo Harry Mathews: el escritor se dedicó durante un periodo de su vida a escribir 20 líneas de prosa cada mañana, siguiendo el consejo de Stendhal “escribe 20 líneas al día, seas un genio o no”.
Con la misma filosofía con la que Madden trasvasó la obra de Queneau al cómic, ahora ha puesto en práctica el experimento de Mathews realizando diferentes dibujos compuestos por únicamente 20 líneas. Son las planchas que se han podido ver en la exposición de etHALL.
Ya ven que con Matt Madden no hay tiempos muertos o espacio para el aburrimiento. No le perderemos de vista, como hasta ahora.