miércoles, febrero 10, 2016

Rafael Pellicer, ilustrador, en Córdoba

Si pasean por las callejuelas del barrio de San Francisco-Ribera cordobés, llegarán a la pintoresca Plaza del Potro. Allí, se encuentra el Museo de Bellas Artes de Córdoba, en el antiguo edificio del Hospital de Caridad, compartiendo patio y edificio con el Museo Julio Romero de Torres.
El espacio en sí, un edificio señorial del S.XV, ya merece una visita, pero si se dan mucha prisa y llegan antes del 21 de febrero, podrán además disfrutar de una estupenda exposición de grabados del pintor e ilustrador Rafael Pellicer (1906-1966).
Aunque nació en Madrid, Pellicer creció en una familia de fuerte arraigo cordobés. Hijo de escritor y pianista, mamó el arte desde la cuna; fue sobrino de Julio Romero de Torres (casado con su tía carnal Francisca Pellicer). Durante su infancia y juventud, su formación pictórica discurrió entre la Escuela de Artes de Córdoba y la Escuela de San Fernando (de la que llegaría a ser académico). En Madrid completó sus estudios pictóricos y adquirió la formación que le llevaría a ser un reputado grabadista. Impartió su magisterio en la Escuela de Artes Graficas y en la Escuela Central de Bellas Artes de Madrid
A lo largo de su carrera, Pellicer fue merecedor de numerosos premios nacionales e internacionales gracias a su talento en el arte del grabado y el aguafuerte. En la exposición cordobesa se muestran algunas de sus obras galardonadas, como El relojero (1932), El cerero (1936) o Cantores (1945).
En su estilo observamos la transición desde un realismo ligeramente caricaturesco con cierto barniz cubista (Cocktail, 1934), hacia el realismo costumbrista minucioso y perfeccionista de obras como Cantores o escenas rurales como Pueblo bajo la nieve (1942).
El trabajo de Pellicer es un disfrute para el observador atento: su trazo finísimo y delicado da forma a ilustraciones de esas que nos mantienen pegados al cristal, rumiando la certeza de que el talento también puede estar al servicio de la paciencia. Les dejamos aquí el tríptico con la información de la exposición, por si llegan tarde al evento.

miércoles, febrero 03, 2016

El lienzo, de Jean-François Laguionie. Óleos animados

Se abre el telón: la pantalla del cine encuadra el marco de un lienzo. Es un paisaje de reminiscencias románticas: entre las ramas de un bosque frondoso y oscuro, se adivina un majestuoso castillo esmeralda sobre un risco; sus ocupantes se congregan animados en una de sus terrazas, mientras, a sus pies, un río rojizo discurre entre el jardín del palacio y la grisácea pared rocosa que llena la esquina superior derecha del cuadro.
La cámara entra lentamente en el lienzo y en un zoom lateral nos presenta a Lola, nuestra guía y narradora, la joven que nos introduce en el pequeño gran universo del cuadro que habita: un mundo de elegantes personajes pintados, de otros a medio acabar y de pobres esbozos, convertidos en parias pictóricos. La ficción arranca con esta jerarquía abusiva tan cercana a la realidad. Los Pintados habitan en el castillo y, desde su atalaya de lujo y perfección, miran com desprecio a los Amedias que habitan en el jardín y persiguen con saña a los Bocetos hasta empujarlos hacia el bosque tenebroso. 
El lienzo (2011) es una película de animación dirigida por Jean-François Laguionie, una cinta que parece un cuadro fauve o, mejor aún, uno de esos lienzos maravillosos de Franz Marc llenos de gatos amarillos y caballos azules. Sus personajes corren entre bosques morados de flores amarillas, árboles azul marengo y ríos de color vino; en sus rostros verdes y naranjas creemos adivinar las figuras estilizadas y festivas de un genio del dibujo como Lorenzo Mattotti. Es cierto, durante buena parte del metraje de El Lienzo nos acordamos del italiano y de su magisterio en el uso del color, de sus lápices serpenteantes y de su pintura pastel. A esto de aquí abajo nos referimos:
Es cierto que la película de Laguionie es en ocasiones irregular y que no consigue mantener el ritmo frenético de sus primeros minutos a lo largo de todo su metraje, pero también lo es que ni en sus momentos más digresivos deja de fascinar visualmente, con su despliegue cromático y sus guiños constantes a la historia del arte; y a la figura del pintor-mago creador de vida. El lienzo es un gran espectáculo visual. Pura magia animada.
También es un prodigio técnico en el que tiene cabida incluso la combinación de imágenes reales con las animadas. En la trama de El lienzo, los personajes buscan a su creador, reivindican su derecho a estar vivos, a existir aunque sólo sea como personajes de ficción, como pinturas acabadas. Es un tema repetido una y mil veces en la narrativa del S.XX, el de unos personajes "pirandellianos" en busca de autor. En su persecución existencial, los protagonistas nos descubren paisajes fascinantes y preciosas geografías pictóricas, como esa Venecia en perpetuo carnaval que los personajes recorren en un bucle danzarín. Al mismo tiempo, la obra de Laguionie es una excusa para reflexionar sobre el acto pictórico y para que los personajes conversen entre ellos acerca de su sobreentendida naturaleza ficcional. El ejercicio metanarrativo facilita constantes juegos visuales y la creación de espacios paradójicos y atractivos recorridos circulares, semejantes a aquellos que inventara el gran Escher.  
Quizás no pueda presumir de la rutilante sofisticación de esa nueva animación digital que representan Disney y su juguete Pixar, pero, sin duda, en las imágenes de El lienzo hay verdadera magia y mucho mucho arte. 

miércoles, enero 27, 2016

Bienvenida, colección

No somos muy de perseguir primicias, pero el anuncio que leíamos ayer en 20 minutos, merece altavoces. Extractamos la noticia.
Resulta que la Wellcome Collection de Londres, que recoge uno de los catálogos de imágenes más amplios del mundo (Wellcome images), ha decidido ofrecer toda su colección de archivos de forma online y gratuita, para uso y disfrute público; siempre que sea sin fines comerciales (aunque el acceso con fines pedagógicos, académicos o divulgativos, sí está permitido).
La dimensión del asunto adquiere perspectiva si señalamos que la Wellcome Collection incluye más de 100.000 fotografías, ilustraciones, dibujos y grabados de todo tipo (artístico, científico, histórico, etc.) y que las descargas permitidas son en altísima definición (300 pp). Lo dice Ánxel Grove en su artículo:
Desde 40 grabados de Goya, hasta centenares de manuscritos de textos tibetanos de budismo; desde miles de fotos de época sobre la vida social, deportiva o política del pasado hasta imágenes científicas de última generación... La colección de imágenes que está online desde hace unos días contienen, según explican los gestores de la colección, "dos mil años de la cultura de la humanidad". El viaje por la web, añaden, garantiza que, "ya se trate de la medicina o la magia, lo sagrado o profano, la ciencia o la sátira, usted encontrará más de lo esperado".
En una exploración rápida entre los fondos de este museo que se define a sí mismo como "The free destination for the incurably curious", nos hemos encontrado maravillas como éstas que les dejamos aquí (en baja definición). Imagínense lo que puede llegar uno a encontrar con un poco de paciencia:
Noticias así bien merecen difusión. Bienvenidas sean.

miércoles, enero 20, 2016

El mundo a tus pies, de Nadar. Crónica generacional

Nuestro país, en una sangría que sólo puede tener consecuencias nefastas, sigue perdiendo a sus jóvenes más preparados. Lo más jodido es que la frase va sonando ya a tópico manido. En los últimos años, la falta de oportunidades empuja a miles de trabajadores cualificados a “huir” de España para ganarse el sustento. Se acuerda uno en estos momentos de tantos y tantos voceros que en los años de espejismo y bonanza gritaban indignados contra esos inmigrantes que nos quitaban nuestros trabajos; esperemos que no haya muchos como ellos ahora en los países que acogen a nuestros emigrantes.
De ello y de muchas otras cosas habla El mundo a tus pies, de Nadar (Pep Domingo), uno de los cómics más lúcidos, impactantes e inteligentes de este curso recién concluido. Reconocer el valor de Nadar como cronista generacional algún día será un lugar común, porque es innegable que en su trabajo el castellonés radiografía con precisión quirúrgica algunas de las desgracias que aquejan a nuestra sociedad contemporánea: paro, superficialidad, ausencia de expectativas, soledad, hartazgo, corrupción o abandono. Los tres relatos que conforman El mundo a tus pies se acercan a estos temas con honestidad desnuda y sin ánimo doctrinario, para dibujar un cuadro pesimista del desespero de una generación a la que le vendieron un país de las maravillas que ha resultado ser atrezzo y cartón piedra; y que ahora se cae a pedazos. Carlos y Miriam, David y Sara son jóvenes de entre 20 y 35 años que huyen de su futuro y tratan de sobrevivir en un presente asfixiante que huele a abandono.
Aunque El mundo a tus pies tiene un componente literario en la creación del ritmo narrativo y el desarrollo de sus episodios, el libro se construye en gran parte gracias a secuencias totalmente gráficas cargadas de emoción; escenas mudas que conjugan transiciones de planos abiertos con primeros planos de detalle, para subrayar la importancia de las pequeñas cosas: los gestos, las miradas perdidas o los objetos cotidianos.
Esta riqueza compositiva, junto a la habilidad de Nadar para levantar diálogos verosímiles y certeros (por la rabia y el realismo que encierra es descorazonadora la discusión entre el padre y la hija del tercer episodio), ayudan a crear una obra moderna, cargada de intensidad, que mira hacia el presente con ojo crítico y alguna dosis de sarcasmo.
Además, Nadar dibuja muy bien. Su estilo de línea clara realista, minucioso y perfeccionista, se alimenta de un gusto por la planificación y la luz (casi cinematográficos, a veces) y una construcción de personajes y escenarios detallista y efectiva. Nos recuerda el trazo del español al de Adrian Tomine, otro autor joven lleno de talento y ya maestro en el arte del costumbrismo social, aunque si nos apuran, tenemos la sensación de que la capacidad para la gestualidad y la fisonomía del español están incluso por encima de la de aquel; algo que no deja de impresionar si tenemos en cuenta que El mundo a tus pies es sólo la segunda "obra larga" de Nadar, después de aquel revelador relato de vidas cruzadas y perdedores que fue Papel estrujado (2013).


Ya se lo contábamos aquí hace unos pocos días, El mundo a tus pies es por méritos propios uno de los cómics importantes del 2015. Una de esas lecturas que nos sitúan delante del espejo y nos invitan a reflexionar sobre quiénes somos, dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí; una forma inmejorable de soltar lastre, o compartir bilis, que tanto da.

lunes, enero 11, 2016

Lo mejor de 2015: quince cómics (más uno) que no deberían perderse

Como cada año, esos Reyes Magos multiculturales y reivindicativos que tan bien nos caen, nos han dejado en el zapato la lista de cómics imperdibles publicados en 2015 en nuestro país. Este curso el inventario tiene tintes inmobiliarios y está sazonado de experimentos visuales, fantasía mutante y una pizquita de reivindicación socio-política. Sin orden ni preferencia, nuestros quince cómics favoritos (más bonus track) del 2015 han sido.
Aquí (Salamandra Graphic), de Richard McGuire: pura vanguardia contemporánea rescatada de 1989. Seguimos con las paradojas en un cómic que a través de un plano fijo y múltiples transiciones espacio-temporales, lleva la secuenciación a su expresión mínima prácticamente sin abandonar una habitación, la que da título al cómic: ese "aquí", que no "ahora". Cuando McGuire publicó su primera versión de Aquí en el volumen 2 del Raw de Art Spiegelman y Françoise Mouly, aquel ejercicio fascinante parecía arte más que cómic (muy en la línea de lo que buscaban sus editores). Era cómic de ciencia-ficción. Ahora, en los tiempos de la novela gráfica, el nuevo Aquí de McGuire, redibujado, coloreado y mucho más redondo y cerrado, lo hemos redescubierto con entusiasmo lectores de cómic, de novela y amantes de la cultura en general. Es un libro que desborda todas las normas de la narrativa secuencial comicográfica y que invita a pasearse con deleite por sus páginas una y otra vez; a buscar conexiones insospechadas y detalles que emergen en cada nueva lectura; o, simplemente, a dejarse maravillar ante el genio de McGuire. Una joya preciosa.
La casa (Norma Editorial), de Daniel Torres: cómic didáctico, libro de historia ilustrado o catálogo animado de arquitectura, lo cierto es que en La casa Daniel Torres se ha embarcado en una labor ciclópea: la de revisar la historia de las viviendas humanas desde el origen de la civilización hasta nuestros días; y lo mejor es que ha salido bien parado de la empresa. En su combinación de diagramas, textos explicativos, apuntes históricos y recreaciones comicográficas de episodios históricos ficcionalizados, La casa se lee con el interés que suscita la narración costumbrista de un ojo atento (que nos recuerda a la mirada limpia y apasionada de Zweig) y la curiosidad con la que se afronta un texto didáctico cargado de historia y anécdotas. Las casi 600 páginas de la obra son un tour de force que lectores curiosos y amantes de la historia sabrán agradecer en su justa medida. Un volumen impresionante (en todos los sentidos).
La casa (Astiberri), de Paco Roca: tres hermanos, la muerte del padre y la vieja casa de campo familiar conforman la materia narrativa sobre la que Paco Roca construye su relato más intimista y personal. La casa es una reflexión, con un fuerte componente autobiográfico, acerca del paso del tiempo, la construcción del recuerdo y las deudas filiales. Paco Roca ha alcanzado una depuración en su narración comicográfica que lo sitúa ya al nivel de los grandes maestros del medio: con una naturalidad pasmosa y una "puesta en escena" casi invisible, el valenciano experimenta con los silencios y con una organización de la página que, gracias a su formato apaisado, facilita el empleo de microsecuencias internas e itinerarios de lectura imprevistos. La casa es una declaración de amor al padre, un relato  emocionante y contagioso que se lee con avidez, pero que deja un poso profundo en nuestro recuerdo.
El mundo a tus pies (Astiberri), de Nadar: había muchos ojos puestos en Nadar después de su aclamada irrupción con esa novela gráfica de vidas cruzadas y mirada social que fue Papel estrujado. El mundo a tus pies ha satisfecho, cuando no superado, todas las expectativas. Hablan muchos ya de crónica generacional y cómic-testimonio de una época y una crisis. A través de los tres relatos que se despliegan en sus páginas, Nadar nos habla de una juventud de la que él forma parte; una generación de jóvenes, más preparados y cualificados que nunca, que se ve abocada a sobrevivir en trabajos de mierda o a huir en estampida de este país, en busca de un futuro incierto, preferible en todo caso a morirse de hambre o seguir viviendo en casa de sus padres hasta los cincuenta. El mundo a tus pies es el espejo de un fracaso, narrado y dibujado con realismo y verosimilitud. Una novela gráfica que duele y que, ahora mismo, respira mucha más verdad que cualquier Telediario.
Rituales (Astiberri), de Álvaro Ortiz: Ortiz ha publicado en este 2015 su obra más redonda (y circular) hasta la fecha. Lo que en un primer instante parece una colección de historias cortas, termina por engarzarse en una red de relatos cruzados que se enhebran gracias a la presencia extravagante de una estatuilla tribal de barro adornada con un gigantesco falo cuya aparición desencadena circunstancias impredecibles para los protagonistas de cada relato: por sus páginas y embrujos pasearán desde estudiantes de bellas artes obsesionados con pisos abandonados, institutrices decimonónicas llenas de lascivia a biógrafos de Caravaggio que se pierden en su propia búsqueda... El de Ortiz es un cómic divertido, lleno de intriga y estupendamente dibujado por un autor que, detrás de su agradable esquematismo caricaturesco, esconde sucios misterios y un inquietante juego de historias cruzadas enhebradas por una maldición muy chunga. Imaginación desbordada la de Rituales.
Chapuzas de amor (La Cúpula), de Jaime Hernández: no hay que leer la gran novela río que Jaime Hernandez lleva más de treinta años construyendo para emocionarse con Chapuzas de amor, es cierto. Sus páginas encierran tanta vida, tanta realidad dialogada y tanta tragedia latente, que incluso el lector desavisado se contagiará de las peripecias de Hopey, Maggie y el resto de la tribu que habita las costas fronterizas de la California mítica y mágica reinventada por el menor de los Hernandez Bros. Chapuzas de amor funciona como tebeo aglutinador y pegamento narrativo de los episodios que han ido dando forma a Locas, la serie que Jaime lleva construyendo desde principios de los años 80. En un juego de saltos temporales, flashbacks y anticipaciones narrativas, en el libro confluyen algunos acontecimientos vitales de Hopey y su familia, que nos ayudarán a entender su existencia como personajes con un pasado, y que nos conducirán hasta su presente como individuos ficcionales cargados de vida. Una pieza más en el puzzle maestro de un maestro del cómic.
Patria (Turner Publicaciones), de Nina Bunjevac: aunque sólo fuera por el puntillismo minucioso influido por la ilustración clásica de su dibujo, ya valdría la pena disfrutar de Patria. Pero si añadimos que en sus páginas Bunjevac narra en primera persona la actividad terrorista de su padre durante los tiempos de la dictadura de Tito, los alicientes se acumulan para empujarnos a recorrer unas páginas repletas de historia, sufrimiento y confesión. Sin sentimentalismos ni nostalgias por los tiempos pasados, Patria se acerca a un territorio espinoso en el que la ética, la geografía y la política tejen un manto capaz de ahogar cualquier experiencia personal o etapa de crecimiento: la vida de Nina Bunjevac y la de su madre y hermanos es tan traumática como excepcional; una de esas existencias únicas que bien merecen ser relatadas y que están esperando a una audiencia de lectores curiosos e inteligentes.
El árabe del futuro: Una juventud en Oriente Medio (1978-1984) (Ediciones Salamandra), de Riad Sattouf: para muchos (paséense por los premios saloneros de este año), el mejor cómic de 2015. Estemos de acuerdo o no, resulta innegable que el señor Sattouf ha firmado una obra mayor (aún por concluir). Repasar la historia trágica del Oriente Próximo de los Sadam Hussein, Muamar el Gadafi y Háfez al-Ásad (con Ronald Reagan de nefasto invitado especial) en clave de humor no es cosa menor, o es cosa mayor, que diría algún intelectual contemporáneo. El árabe del futuro tiene tal cantidad de ideas y gags por página, tanta imaginación en el desarrollo de cada capítulo, que es difícil contener la risa aún cuando en sus páginas se está poniendo el foco sobre algunos de los sucesos políticos más desgraciados del S.XX. Ayuda que, en su particular revisión de su biografía personal y familiar, el autor haya adoptado la mirada del niño, el punto de vista de un chavalín árabe que tuvo la ocurrencia de nacer adornado con unos dorados bucles de angelito. A veces no hay más que contar las cosas como realmente pasaron para seducir a las audiencias; es lo que hace Sattouf con una gracia infinita.
El hombre sin talento (Gallo Nero Ediciones), de Yosiharu Tsuge: el acontecimiento comicográfico del año. Después de muchos intentos, pese a las constantes reticencias por parte de su autor, al fin, Gallo Nero ha conseguido llevarse el “japo” al agua y regalarnos la edición española uno de los trabajos más emblemáticos del genio nipón. El hombre sin talento es un cómic semiautobiográfico en el que Tsuge nos relata sus momentos de dudas como autor de cómics, una ocupación sin futuro ni prestigio incluso en aquel tiempo en el que él llegó a ser un dibujante medianamente apreciado en su país. Antes de aceptar el destino que le convirtió en maestro de maestros, el protagonista de nuestra historia intentó ganarse la vida como comerciante de cámaras viejas reparadas o como vendedor de antigüedades y piedras ornamentales (un “arte” que en Japón se denomina suiseki). El hombre sin talento refiere esos años de penurias y pobreza profunda, una época en la que Tsuge se sintió al borde del precipicio como marido, padre y artista: un hombre sin futuro. Quién se lo iba a decir.
Cómics (1986-1993) (Fulgencio Pimentel), Julie Doucet: no nos olvidemos, esta historia empieza en 1986... La rabia y el bochorno. En los años ochenta y noventa parecía inverosímil que alguien, una mujer, recuperara el testigo autoconfesional de Crumb para desnudarse (literalmente) ante el lector y contarle sus vergüenzas e intimidades más sórdidas. Julie Doucet, casi una adolescente entonces, lo hizo y nos dejó a todos en estado de shock. Por eso, la recopilación ahora de Fulgencio Pimentel en un orgulloso volumen de pastas duras y foto de autora en portada se ha vivido entre sus viejos lectores como todo un acontecimiento (no olvidemos que con Doucet nos movíamos en el terreno de los minicómics autoeditados, el fanzine y las historias cortas desperdigadas en revistas y antologías). Cómics (1986-1993) es un acontecimiento al nivel del del japonés de unas líneas más arriba. Las historias de descubrimiento, desamor, rabia y epifanía de Julie Doucet son una pista para entender el cómic contemporáneo y la novela gráfica; esta mujer es una pionera y merece un respeto, o un homenaje como es este cómic antológico.
Cráneo de Azúcar (Reservoir Books), de Charles Burns: y, al fin, con Cráneo de azúcar, Burns completa su trilogía y cierra el círculo de pesadillas tintinescas, pildoras antidepresivas y flashbacks de adolescencia punk que había comenzado con Tóxico y La colmena. Ya desde su formato de álbum, la trilogía juega al despiste y a la ironía ácida: desde luego, la historia de pesadilla de su protagonista Doug poco tiene que con el género de aventuras que tradicionalmente se asocia al formato francobelga. A partir de una estructura reticulada regular que abunda en cartelas de texto y asociaciones cromáticas, Burns despliega una narración plagada de enigmas, rupturas temporales y líneas de relato paralelas apoyadas en cambios estilísticos, que consiguen desconcertar al lector en cada página. Cráneo de azúcar cierra el círculo y cierra las puertas que se han ido abriendo a lo largo de la serie, pero nos deja con esa semilla de inquietud y desasosiego que los cómic Burns consiguen plantar en nuestra cabeza. Por algo este tipo es uno de los genios del cómic contemporáneo.
Cruzando el bosque (Sapristi Cómic), de Emily Carroll: la joven Emily Carroll tiene el don de los viejos contadores de cuentos. Las historias de Cruzando el bosque encogen el corazón y asustan tanto como debían de hacerlo aquellos primeros cuentos crueles de Andersen, Perrault o los Hermanos Grimm o las viejas murder ballads inglesas; historias destinadas a crear modelos de conducta y a empujar a niños y adultos descarriados por la senda correcta. La diferencia es que, aunque comparta el mismo tono que aquellas, Carroll prefiere hechizar al lector con su fecunda imaginación, en vez de castigarle con didactismos morales. Por lo demás, como en aquellas historias viejas, este libro nos invita a entrar en acogedoras cabañas de madera protegidas por el fuego del hogar, sólo para abandonarnos luego en medio de bosques tenebrosos o palacios habitados por fantasmas y lobos sanguinarios. El dibujo de Emily Carroll también evoca imágenes de otro tiempo, con sus pinceladas sueltas y expresivas, y el uso expresionista del color cargado de intenciones. Cruzando el bosque es una colección de cuentos de los de antes, sí, pero donde Disney puso príncipes azules, hadas y princesas con final feliz, Carroll nos devuelve los monstruos que se esconden debajo de la cama y amenazan con robarnos la infancia.
Por sus obras le conoceréis (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: se propone Jacobs en su cómic una tarea de esas para las que algunos requieren milenios de esfuerzo y proselitismo: completar su propia "biblia", un texto muy poco sagrado que explique la formación del Universo con su peculiar y muy marciana cosmogonía de dioses, bestias mitológicas y aparición de la vida. No es cosa de una semana, desde luego. Para llevar a cabo tamaña empresa, Jacobs se apoya en su fascinante dibujo, un híbrido del underground más clásico, el lowbrow de los Fort Thunder (con Matt Brinkman a la cabeza) y el mitológico imaginario sideral del mítico Jack Kirby. El resultado es una obra cargada de humor e ironía, un trabajo lleno de matices apoyado en un dibujo fecundo, texturizado, y felizmente abigarrado. Alguien debería dejarle a Jacobs reescribir la historia según sus propias reglas.
Lose (DeHaviland Ediciones), de Michel DeForge: DeForge vive en una realidad paralela o, al menos, en sus cómics dibuja una realidad paralela. En las diferentes entregas de su fanzine Lose, lleva ya varios años contándonos historias de hormigas, personajillos deformes e historias de amor adolescente con giros “lynchianos”, pero no ha sido hasta este año cuando DeHaviland lo ha presentado en sociedad en nuestro país, con la edición de un tomo recopilatorio de Lose de algunas de sus mejores relatos cortos (en Estados Unidos la compilación se publicó bajo el título de A Body Beneath). Sin duda es una oportunidad excelente para curiosear en la trayectoria de un artista que, pese a su juventud, ha ido creciendo estilísticamente desde sus primeros trabajos en 2007. Estamos ante uno de esos jóvenes creadores (junto a los Schrauwen, Shaw o Kago) que están reescribiendo desde el presente la Vanguardia Clásica que el cómic nunca tuvo. No pierdan de vista a DeForge, sus naturalezas mutantes y ciudades alienadas merecen la pena de veras.
¡Oh, diabólica ficción! (La Cúpula), de Max: más que un cómic, esta colección de viñetas y reflexiones publicadas en El País, y recopiladas ahora en un único volumen estructurado de forma orgánica, componen un ensayo gráfico sobre el acto creativo y la naturaleza de la obra artística. Con su capacidad para el icono simbólico y la reflexión metadiscursiva, Max nos conduce con humor y mucha ironía por entre los andamios de la construcción literaria y comicográfica; siempre convencional, siempre artificiosa. Nuestra guía será una urraca parlanchina, trasunto de la inspiración y, por tanto, de la voz misma de su creador. A través del discurso del ave (de su elocuencia torrencial) y de sus conversaciones con el lector y con el propio autor, Max nos está en realidad revelando sus procedimientos creativos, sus inquietudes y los secretos que han hecho de él uno de los dibujantes de cómic internacionales más sólidos e inteligentes de las últimas décadas.
Sol Poniente (Edicions de Ponent), de Joaquín López Cruces y Mª Isabel Santisteban: de acuerdo, no es una novedad, pero como joya escondida del cómic español, merece estar en esta lista. De hecho, cuando la editorial Cajal lo publica por vez primera en Almería en 1990 en una edición limitadísima, el libro se convierte casi de inmediato en objeto de coleccionista y material descatalogado. Por eso, hay que agradecerle a Edicions de Ponent que haya recuperado ahora esta historia de exilio, desencanto de postguerra y secretos bohemios. Siempre hemos dicho que Joaquín López Cruces es el último gran romántico del cómic español, su trazo fino, preciso y preciosista, dibuja escenarios perfectos y personajes vivos como una filigrana cargada de detalles y emoción. El guión de Santiesteban revela la historia de un secreto en tres actos, tres relatos que se entrecruzan para contar otra historia, la de la familia Humet, la de sus fantasmas y recuerdos silenciados. Ya era hora de que Sol Poniente dejara de ser también un secreto.

jueves, diciembre 31, 2015

I Love this Part, de Tillie Walden. El amor en los tiempos del iPod

Nuestra historia termina y empieza así:
Tillie Walden is a cartoonist and illustrator born in 1996 from Austin, Tx. Her first book, The End of Summer, came out from Avery Hill Publishing in July 2015. Tillie loves cats, architecture, and going to bed at 8pm every night.
Si no supiéramos que Tillie Walden no tiene 20 años cumplidos, nos faltarían elementos de juicio para entender y acercarnos a I Love this Part. No porque su arte y narrativa presenten algún tipo de inmadurez adolescente, que no es el caso, sino porque su discurso es jovencísimo y a los que ya doblamos su edad nos enseña a entender el salto generacional que se ha producido en las últimas décadas. Y es que I Love this Part es un relato intimista, poético y honesto del amor en estos tiempos de comunicación multitecnológica a jornada completa. 


Como decimos, no parece que Walden acabe de empezar en esto. Su talento como dibujante y colorista demuestra una madurez sorprendente. Su estilo costumbrista y su dominio de la acuarela están cargados de profundidad lírica; y su imaginación como narradora depara, igualmente, momentos evocadores y elipsis reveladoras.
La niñez y adolescencia son periodos de formación, descubrimiento y, muchas veces, desconcierto. A través de los ojos del niño el mundo se ve enorme. Walden, sin embargo, opta por el enfoque opuesto: en I Love this Part las dos niñas protagonistas, como sucede también en la niñez, crean su propia realidad, ellas son las únicas protagonistas de su propia historia, de sus confidencias y secretos, de sus charlas intrascendentes sobre vídeojuegos y del modo en que estas conversaciones tejen poco a poco su futuro... El entorno, el paisaje y la ciudad son sólo escenarios de ese gran teatro que es hacerse mayor. Por eso, la opción gráfica de Walden de convertir a sus dos protagonistas en gigantes que recorren sus escenarios vitales como si no existiera nadie más en el mundo, está cargada de sentido y profundidad metafórica. Sólo cuando empiezan a crecer, cuando descubren los sinsabores de la vida y las relaciones, las niñas que están dejando de serlo se representan con una talla normal en un mundo normal.


Además de todo esto, I Love this Part es una belleza visual. La expresividad de sus personajes y la majestuosidad de sus arquitecturas y paisajes (coloreados en un bitono violeta, primero, y gris, después) dejan adivinar el talento y la inteligencia de una autora de la que vamos a hablar mucho y bien. Atentos, editores.

viernes, diciembre 18, 2015

Chapuzas de amor, de Jaime Hernández. La gran novela chicana, en ABC Color

El fin de semana pasado publicamos en el suplemento cultural del ABC Color de Paraguay una reseña dedicada a Chapuzas de amor, de Jaime Hernandez; un trabajo perturbador y conmovedor a partes iguales. Una obra que se integra dentro de las grandes novelas río que estos dos hermanos están construyendo para la posteridad de la narrativa comicográfica. Chapuzas de amor es una novela gráfica de madurez, aglutinadora y completista; una historia que se disfruta sobremanera si conocemos los referentes que la justifican y el contexto narrativo en el que se integra; pero que también admite una lectura aislada, que será un hallazgo para el afortunado recién llegado. De todo ello hablamos en nuestro artículo "La gran novela chicana".
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
Se menciona con frecuencia la dificultad de enfrentarse a una obra, la de Jaime y Beto Hernandez, en la que, como en la vida misma, todo está interrelacionado y es interdependiente. Durante su carrera como dibujantes de cómics, los dos hermanos han construido sendos cómics-río al estilo de otros grandes autores literarios que han hecho pivotar su narrativa alrededor de un espacio ficcional, eje rector de sus entregas novelescas: el Macondo de Gabriel García Márquez, el condado de Yoknapatawpha en la obra de Faulkner, la Comala mágica y trágica de Juan Rulfo o la ciudad de Santa María en algunos libros de Juan Carlos Onetti. Son, como las llama Luis Mateo Díez, las "geografías de la imaginación", espacios de ficción que funcionan como microcosmos de realidad.
Las historias de Beto Hernandez transcurren en diferentes momentos de la historia de Palomar, un pueblo de la frontera estadounidense-mexicana, como hay miles; Jaime Hernandez sitúa a sus "Locas" en el barrio californiano de Hoppers y luego dentro de un Los Ángeles reconstruido y reinventado. En esos dos escenarios, tan vívidos y llenos de humanidad, los hermanos Hernandez despliegan su muestrario de personajes y les hacen vivir a través del tiempo, en sendas epopeyas fronterizas que, dentro de su componente ficcional (enloquecido, a veces), transpiran verdad y algunas dosis de biografía propia. Realismo mágico.
Con estos datos en mente, enfrentarse a una obra como Chapuzas de amor (como lo fue hacerlo a Penny Century en su día), sin haber leído previamente los diferentes episodios de su serie Locas, puede parecer un ejercicio complejo por la falta de una narrativa contextualizadora; ya que los personajes de Chapuzas de amor, son los mismos que habitan en ese gran cómic-río que Jaime ha ido construyendo a lo largo de su vida artística. Es más, en este cómic, se nos descubren algunos secretos de las historias biográficas de Maggie, Hopey, Reno y compañía; se rellenan huecos de información que explican sus reacciones y comportamientos en diferentes episodios de la saga. Y, pese a todo ello, esta obra, no necesita contextos, ni referentes para emocionar. Como bien señala una de las críticas promocionales en la contraportada del libro:
No es necesario haber leído la historia de los hermanos Hernandez para apreciar la hazaña, pero para los que lo han hecho, es imposible llegar al final sin derramar gruesos lagrimones. Es así de bueno, desgarrador e impresionante, todo en su justa medida.
Así de bueno es Chapuzas de amor, sí, tanto que su lectura conmueve aunque no conozcas a sus protagonistas, aunque te tires de cabeza in media res a bucear entre los fragmentos de vida de sus personajes. Tan bueno es que empuja al lector a querer saber más de las vidas que muestra y le incita a leer con avidez por primera vez, o a releer con interés renovado, las circunstancias existenciales que rodean y contextualizan cada uno de los siete episodios que conforman este libro.
Como sucede siempre en la obra de Jaime Hernandez, los capítulos de Chapuzas de amor no están organizados cronológicamente, ni construyen una línea de relato única. Se trata de siete episodios que esbozan fragmentos de vida, brochazos biográficos, no tanto de la existencia de un solo personaje (aunque Maggie sea la principal protagonista de esta historia), sino de toda una comunidad. Dentro de este uso maestro de la elipsis, la galería de personajes que ha construido Hernandez en su saga aparece explícita o implícitamente representada en cada episodio y acontecimiento, sus acciones tienen efectos inmediatos en la acción directa, pero, al mismo tiempo, funcionan como causas latentes e influencia de acontecimientos futuros (algunos de los cuales ya conocemos como lectores quienes hemos leído los volúmenes de Locas). Interrelación e interdependencia.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
No hacen falta excusas para embarcarse en la lectura de una obra maestra, pero en ocasiones un estímulo o acicate es un buen aliado. Si no conocían a Jaime Hernandez o a su hermano Gilbert (Beto), quizás la publicación este año de Chapuzas de amor pueda ser ese empujón definitivo que les ayude a sumergirse en una narrativa gráfica compleja, rica y mágica que supone uno de los momentos cumbres del cómic moderno. Atrévanse.