lunes, julio 03, 2006

Charles Burns. En el lado oscuro de la viñeta.

Calentita aún, esta reseña salió ayer domingo en el Culturas.
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“Me siento como un marciano”, decía Charles Burns en una entrevista reciente. De hecho, siempre ha sido un artista anómalo, un dibujante ajeno a tendencias estilísticas. Tradicionalmente ubicado por la crítica como autor underground, Charles Burns comenzó a desarrollar su obra en los años 80; cuando el cómic underground de los Crumb, Shelton o Spain parecía una reminiscencia de otros tiempos y bastante antes de la aparición de Bagge, Clowes o el resto de autores de la nueva generación underground (aunque, sin duda, el estilo de Burns está más cerca de Clowes que del trazo abigarrado de los comix de los años 60 y 70).
Ahora, con la edición española de Agujero negro en un único tomo, los lectores españoles tienen la ocasión perfecta para sumergirse en la realidad dislocada que dibujan los cómics del americano. Después de diez años de edición continuada, Burns publicó el último capítulo de Agujero negro el año pasado (el público español ha podido seguir la serie completa en los 13 comic-books publicados por La Cúpula) y, casi inmediatamente, Paradox Press recopiló toda la obra en un único volumen de pastas duras y cuidadísima edición. Automáticamente, la crítica americana se volcó en elogios para con el trabajo de Burns. Finalizada la saga y observada en conjunto, Agujero negro adquiere la dimensión de una “obra mayor”, una novela gráfica que encuentra su sitio en las estanterías de las librerías junto a los Maus o Jimmy Corrigan, más que en los cajones de las tiendas de comic-books americanos. Con motivo del vigésimo quinto Salón del Cómic de Barcelona, La Cúpula ha recurrido a una versión más modesta (con pastas blandas) de la edición americana para el mercado español. El éxito parece garantizado y, aunque en realidad se trate de material reeditado, Agujero negro repetirá su presencia (ahora como tomo único) en muchas de las antologías del 2006.

Pero, ¿por qué debería todo aficionado al cómic tener esta obra inclasificable en un lugar de privilegio entre sus estantes? Burns es un alquimista de los géneros populares. En su mortero artístico caben desde el cine de terror de serie B, a las novelas pulp de serie negra o los
cómics de la E.C. En su búsqueda de la fórmula filosofal, el artista de Milwaukee ha trabajado con una serie de ingredientes temáticos más o menos estables, algunos de ellos auténticos cliches culturales del arte popular contemporáneo: el joven universitario idealizado, el sexo como excitante de la culpabilidad, el rock and roll transmutado en símbolo de identidad generacional, el miedo irracional a la diferencia, etc. En definitiva, los ingredientes de la realidad del propio Burns, o mejor dicho, de su realidad adolescente allá por los años 60.
Casi todos ellos vuelven a aparecer en Agujero negro, pero lo hacen formando un tejido espeso en el que cada hilo se entrecruza una y mil veces con el resto. Es difícil concretar el desarrollo de esta obra en un único tema; Agujero negro cuenta con muchos y muy variados niveles de lectura. Se trata, obviamente, de una obra de tránsito generacional, una visión extrema de los rigores de la pubertad y, a la vez, de un análisis desesperanzado de la alienación constrictiva en que vive el estadounidense medio. A través de la lente deformante de Burns, se nos ofrece la imagen de una sociedad aséptica y temerosa ante lo que no encaja en sus moldes prefabricados, pero claramente incapaz de controlar los parásitos endógenos que la consumen en una metástasis de consecuencias previsibles. En este sentido hay que interpretar la enfermedad epidémica de trasmisión sexual que produce horribles mutaciones entre los adolescentes de Agujero negro (convirtiéndolos inmediatamente en una clase estigmatizada). “Me podía haber limitado a hacer una obra de adolescentes que se rebelan, se escapan de casa y todo eso, pero quería forzar la trama hacia situaciones más extremas. Por esa razón incluí las mutaciones y las trasformaciones. O quizá no fue más que una excusa para dibujar a una chica desnuda con cola, no lo sé.” La ironía de Burns que, por otro lado, sazona el conjunto de su obra, nos sitúa en esa órbita trasgresora en la que se mueve su arte.
Su dibujo, cada vez más perfeccionista, cada vez más oscuro y denso (híbrido genial de algunas influencias reconocidas y reconocibles como el underground y la línea clara), colabora decisivamente a la hora de crear la atmósfera perversa que tensa los acontecimientos de esta pesadilla coral. Y es que, el lector nunca acaba de sentirse cómodo en su tránsito a través del tunel que cruza Agujero negro. Burns elude cualquier tipo de autocomplacencia y evita posicionarse a favor o en contra de sus personajes. Es el lector quien debe extraer un juicio moral, componer su esquema de lectura definitivo. La alternancia de puntos de vista entre un capítulo y otro es nuestra única antorcha en este difícil recorrido por el subsuelo de la realidad. Eliminada la apariencia, la cáscara superflua, son los personajes, esos jóvenes desubicados y llenos de dudas, los que que nos proporcionan el único asidero en un viaje lleno de turbulencias. En Agujero negro, el fin de la adolescencia, esa pequeña muerte biológica, adquiere un barniz existencial. El hecho trivial se vuelve trascendente, universal, y deviene en una pesadilla de la que es imposible despertar. Así, a través de la extraña belleza de sus imágenes hipnóticas, Burns modela su universo bizarro y magnético; sepan que una vez que hayan entrado en él, no encontrarán salida posible. Ustedes tienen la última palabra.

2 comentarios :

Yorkshire dijo...

Bellísimo artículo que te ha salido, señor Gato... Estamos hablando de una obra que podría calibrarse entre las 5 mejores de los últimos 30 años.

Es una revelación... Nada vuelve a ser lo mismo después de leerla.

Mi experiencia fue muy turbadora: miedo, curiosidad obscena, ternura, asco, sorpresa y pavor, sexo y sexual...

Bueno, bueno, Sigmund Freud haría tomos y tomos con mi psique torturada :)

Little Nemo's Kat dijo...

Pues sí, tiene usted razón. En mi caso fue una lectura tardía (nunca seguí los comic-books de La Cúpula, por lo fatigosos que me resultaban los plazos infinitos entre uno y otro); llegué al cómic a partir de la edición norteamericana de Pantheon y tengo que admitir que, como a usted, me resultó pasmante, toda una revelación de lo mucho que quedaba por hacer dentro del cómic.