Ahora que se acaba el verano, qué lejos y utópicos resuenan los planes que nos propusimos en el mes de julio; como siempre sucede, por otro lado. Y mira que esta vez empezamos el verano conciezudos, con las buenas sensaciones de aquel congreso y el regalito que teníamos a vuelta de correo esperándonos en casa.
Resulta que nuestro amigo Truchafrita se las apañó para que llegaran a nuestras manos todos sus tesoros fanzineros y comiqueros. Una colección de sus Cuadernos Gran Jefe y de esas irreverentes gacetillas-panfleto-noticieras de una página que son los Robot. Grandes alegrías transatláticas.
Casi a la vez, como en una suerte de señal místico-comiquera, leímos a través de los chicos de Entrecómics, este artículo de El País Colombia titulado "El boom de la historieta en Colombia" y, claro, de nuevo el bueno de Truchafrita andaba por ahí (con fotografía incluida dedicada a su Cuadernos Gran Jefe #8). Se refería el escrito a la edición reciente en Colombia de cuatro novelas gráficas reseñables y se hacía el escribiente la pregunta que da título al artículo:
No me detendré en un recuento histórico del cómic en nuestro país (los interesados pueden consultar las fechas capitales de este desarrollo en el Museo Virtual de la Historieta Colombiana: quiero más bien intentar responder a la pregunta: ¿a qué se debe el boom mediático de los últimos días en torno a las viñetas colombianas? Lo primero que habría que decir es que, en parte, esto tiene que ver con cuatro novelas gráficas de alta calidad escritas y dibujadas por autores nacionales publicadas en los últimos seis meses: ‘Bastonazos de ciego’, de Andrezzinho; ‘Parque del poblado’, de Joni b; y las dos versiones de ‘Virus tropical’ (en edición completa para Argentina y tercera entrega para Colombia) de ‘Power Paola’.
Para responder a su interrogante, Enrique Lozano repasaba la difícil situación editorial colombiana, en la que los cómics alcanzan unos precios inasequibles debido a injerencias políticas y una falta de sensibilidad cultural absoluta:
Los honorables congresistas que sancionaron la Ley 98 de diciembre de 1993, mejor conocida como la Ley del Libro, decidieron que la carga impositiva de los cómics debería estar al mismo nivel de la de la industria pornográfica o la de los juegos de azar. Esto significa que la historieta, desde la óptica legal, es vista exclusivamente como una fuente de entretenimiento personal y cuyo aporte a la cultura y la sociedad es inexistente.
A continuación, el autor analiza la situación entre delicada y esperanzada del cómic en Colombia y menciona a varios de los autores que luchan denodadamente por cambiar esta situación. Entre ellos, lo hemos señalad0, Álvaro Vélez, Truchafrita, “el fanzinero más juicioso de este país”.
Habíamos oído hablar de él hace ya bastante tiempo, gracias a un amigo viajero con buen gusto y mejor criterio; conocíamos y visitábamos su blog, leíamos sus cómics online y nos lo habíamos cruzado en varias ocasiones digitales a partir de otras páginas blogosféricas. Le teníamos ganas a sus Cuadernos, por eso los recibimos como un regalo apetecido.
En estos días en los que la autobiografía se ha convertido en fenómeno genérico (una marca esencial de la autorreferencialidad postmoderna), en estos años de Jeffrey Browns, canadienses de la Quarterly y epígonos de Crumb, sorprende la poca atención que le hemos prestado y los pocos rastros que nos llegan de nuestros hermanos de lengua de la otra Ámerica, la que nos es más próxima y más fraternal por tradición, historia y cultura. ¿Qué cómics se están haciendo ahora mismo en Argentina, en Chile, en Centroamérica, en Colombia...?
Truchafrita despeja parcialmente esa incógnita desde sus cuadernos en primera persona, unas viñetas llenas de honestidad que, filtradas por la subjetividad de una mirada culta e inquieta, desvelan la trastienda agitada de un país que intenta reponerse de viejos traumas y afronta nuevos retos. Y, al lado de Truchafrita y sus Cuadernos Gran Jefe, casi casi desde el principio, la Editorial Robot, con sus heterodoxas gacetillas (recientemente compiladas en El Libro de Robot), que nos hablan de cómics, cultura y realidad.
Pero no son los Cuaderno Gran Jefe crónicas políticas, ni siquiera históricas, no nos malinterpreten. Son "slice of life colombiano" en estado puro. En aquellos primeros ejemplares fanzineros (minicómics en blanco y negro, autoeditados con pulcritud), hablaba Álvaro de su permanente relación de amor con la música, de la llegada del televisor a su niñez, de su padre... Al hacernos partícipes de sus pequeñas anécdotas y reflexiones cotidianas, de sus confidencias, en definitiva, nos parece estar escuchando a un amigo que nos habla desde lejos, desde otro continente, con el que compartimos gustos y puntos de vista (la afinidad cronológica predispone a otro tipo de afinidades, suponemos), con el que resulta fácil charlar de la vida, en definitiva.
Luego, a partir de los números 4 y 5, llegarían los cambios editoriales, el aumento de tamaño, las portadas en color, la implicación de la alcaldía... De fondo, siempre un mismo concepto, la reflexión autobiográfica sincera, irónica y autocrítica, la conversación con el lector desde el aquí (que es Medellín) y el yo (que no el ahora). Truchafrita nos habla de su pasado: de sus días de escuela, descubrimos en los números 5 y 7 cómo se iba al colegio en el Medellín de los ochenta (y resulta que aquella realidad no era tan diferente de la nuestra); nos habla de sus noches de fiesta en la agitada Colombia de los noventa, en el número 6, y ahí sí que nos alegramos, con escalofrío de alivio, de no haber visto pistolas, de no haber oído "balaseras" o haber sentido que la vida a nuestro alrededor parecía algo tan volatil. En los últimos volúmenes aparece también la figura del conejo Chimpandolfo, broma, alterego y excusa autorial para adentrarse coloquialmente en temas más trascendentes y espinosos, como las drogas, el paso del tiempo o la sexualidad. Un nuevo amigo para la plática del Cuaderno.
Todo desde un dibujo caricaturesco muy personal, estilizado y anguloso, basado en un cartoon sintético (casi troquelado) que, pese a sus pocos registros faciales y físicos, se revela muy descriptivo, expresivo y dinámico. El estilo de Truchafrita nos recuerda a nosotros a la indagación gráfica que están llevando a cabo algunos autores jóvenes en nuestro país, como Esteban Hernández, por ejemplo.
En fin, ya lo decíamos al principio, se nos planteaba el verano ambicioso y abarcador, pero como siempre nos ha faltado energía para tanto plan. Menos mal que al menos hemos disfrutado de buenas lecturas; entre otros, gracias a Truchafrita y sus muy recomendables Cuadernos Gran Jefe.
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