Continúa creciendo la galería de alienados sociales de don Daniel Clowes, en este caso gracias a Mister Wonderful último cómic publicado. Leímos parte de la obra en su edición digital para el New York Times Magazine; pero, como se avisa en la información editorial, aquello sólo era el anticipo del material que ahora vemos compilado en formato de novela gráfica: un tomo apaisado de pastas duras, algo más largo que la edición de Ice Haven, pero tan cuidado como aquella. Suponemos que su publicación inminente entrará dentro de los planes editoriales de Random House Mondadori España.
Al grano. Si Wilson era la cara más antipática de los sociópatas made in Clowes, Marshall, o Mister Wonderful, resulta ser el prototipo estrella de sus personajes acomplejados, pusilánimes y ciclotímicos: un pringadillo en toda regla, que diría alguno. En este sentido, algún amante de la categorización social se atrevería a aventurar que Mister Wonderful no es sino el reverso de Wilson. En realidad, nos parece a nosotros, los dos personajes juegan en la misma liga: la que conforman los personajes alienados de Clowes, su tribu de anomalías sociales, de criaturas modeladas en carne de frenopático.
Seguimos comparando. Mientras que en Wilson Clowes describía a su personaje mediante una relato expresionista basado en brochazos narrativos, episodios dispersos sólo parcialmente articulados por la misma odiosa naturaleza del protagonista y las continuas variaciones estilísticas (continuando la línea experimental de Ice Haven), Mister Wonderful responde a un modelo narrativo ortodoxo: el del relato lineal. Como suele hacer, Clowes sitúa la acción in media res, Marshall espera en un café la llegada de su cita a ciegas. A partir de ese instante asistimos a la exhibición de sus paranoias e inseguridades. Como lectores, soportamos las dudas de Marshall con la paciencia resignada de quien asiste a la previsible crónica de un fracaso anunciado (aunque tendrán ustedes que leer la obra para constatar que hay de cierto en dicha previsión). La ostentación de incompetencia está abocada al desastre. Lo comprobamos todos los días en nuestra oficina, en la escuela, ante ciertas actuaciones de la autoridad, cuando esperamos delante de algún mostrador… La existencia siempre termina desenmascarando a los desertores de responsabilidades y a los incompetentes emocionales; Mister Wonderful es uno de ellos.
Clowes es un maestro de su fórmula: su creación de personajes y perfiles psicológicos complejos sitúa su obra entre lo más brillante del arte contemporáneo (vean que no hemos dicho únicamente “cómic”). Personalmente, a nosotros nos funcionan mejor sus relatos menos manieristas, su obra menos formalista; la fuerza de su relato es tal que, nos parece, no requiere de un exceso de adornos experimentales o retóricas digresivas. Pero no nos malinterpreten, sin llegar a los extremos de Wilson o Ice Haven, Mister Wonderful está lleno de búsquedas e indagaciones narrativas: como esas pequeñas secuencias incisas que, mediante un cambio estilístico (hacia un esquematismo infantil), introducen en el relato principal los deseos o las suposiciones anticipatorias del protagonista; como los escasos e inteligentes flashbacks que se integran naturalmente en el relato con una intención completiva no exenta de carga paródica (abunda el tono cínico en este cómic, ya desde su mismo título); o, finalmente, como esas dudas internas del personaje que Clowes convierte en una lucha entre la voz narrativa homodiegética de las didascalias y la conciencia de Marshall transmutada en personaje y representada (a modo de Pepito Grillo) por medio de un incordioso enanito cargado de malos consejos.
Mister Wonderful podría ser un capítulo más de aquella excepcional Caricatura, Marshall podría ser el tío raro de David, el personaje de David Boring, o incluso el padre separado de cualquiera de las niñas de Ghost World. Es hijo de Clowes y la suya es una historia que entra como un guante de seda forjado en papel y tinta dentro de la narrativa más tradicional del norteamericano. Otro trabajo que sirve para aumentar la leyenda bibliográfica de un narrador único con un estilo visual que ya se siente icónico.
Clowes es un maestro de su fórmula: su creación de personajes y perfiles psicológicos complejos sitúa su obra entre lo más brillante del arte contemporáneo (vean que no hemos dicho únicamente “cómic”). Personalmente, a nosotros nos funcionan mejor sus relatos menos manieristas, su obra menos formalista; la fuerza de su relato es tal que, nos parece, no requiere de un exceso de adornos experimentales o retóricas digresivas. Pero no nos malinterpreten, sin llegar a los extremos de Wilson o Ice Haven, Mister Wonderful está lleno de búsquedas e indagaciones narrativas: como esas pequeñas secuencias incisas que, mediante un cambio estilístico (hacia un esquematismo infantil), introducen en el relato principal los deseos o las suposiciones anticipatorias del protagonista; como los escasos e inteligentes flashbacks que se integran naturalmente en el relato con una intención completiva no exenta de carga paródica (abunda el tono cínico en este cómic, ya desde su mismo título); o, finalmente, como esas dudas internas del personaje que Clowes convierte en una lucha entre la voz narrativa homodiegética de las didascalias y la conciencia de Marshall transmutada en personaje y representada (a modo de Pepito Grillo) por medio de un incordioso enanito cargado de malos consejos.
Mister Wonderful podría ser un capítulo más de aquella excepcional Caricatura, Marshall podría ser el tío raro de David, el personaje de David Boring, o incluso el padre separado de cualquiera de las niñas de Ghost World. Es hijo de Clowes y la suya es una historia que entra como un guante de seda forjado en papel y tinta dentro de la narrativa más tradicional del norteamericano. Otro trabajo que sirve para aumentar la leyenda bibliográfica de un narrador único con un estilo visual que ya se siente icónico.
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