Hemos visitado Bruselas tantas veces que nos resulta difícil localizarlas en el tiempo. Sin embargo, de lo que estamos seguros es de que hasta este verano no habíamos estado nunca en el Magritte Museum (lleva abierto tan sólo cinco), sito en el interior de The Royal Museums of Fine Arts of Belgium, en la Plaza Real justo enfrente del Palacio Real.
La visita merece verdaderamente la pena, sobre todo para aquellos que disfruten de las Vanguardias históricas y sus representantes. La colección incluye más de 200 obras del artista belga, lo que la convierte en la mayor colección de Magritte en el mundo. Están sus trabajos organizados cronológicamente a lo largo de tres plantas, que le permiten un recorrido ordenado al visitante por los diferentes periodos del artista: desde sus comienzos constructivistas, hasta su producción surrealista más conocida, previo paso por sus etapas en el mundo de la publicidad y el cartelismo (los que el denómino como sus "trabajos idiotas") y su fase impresionista ("surrealismo a plena luz"). En las salas del museo se recogen, por supuesto, pinturas, pero también muchas de las publicaciones, manifiestos y revistas surrealistas en las que participó, así como ejemplos de esculturas, botellas decoradas y cadáveres exquisitos realizados por el belga; se estudian sus vínculos con otros artistas de la Vanguardia (De Chirico, Nougé, Eluard, Breton, Aragon) y se analiza su filiación con la ideología comunista en pleno auge de los fascismos en Europa y su posterior desencanto.
Pero si algo nos sorprendió del recorrido biográfico y artístico por la trayectoria de un autor a quien creíamos conocer fue, precisamente, descubrir que todavía nos quedaban muchas cosas que descubrir alrededor de su persona. Nunca habíamos oído hablar, ni visto obra alguna, de su llamado "Pèriode Vache", algunas de cuyas obras descubrimos en la segunda planta del museo.
Resulta que en el año 48, Magritte, hastiado del conservadurismo artístico contemporáneo, se embarcó en un frenético proceso artístico que le llevo, durante unas pocas semanas, a elaborar una treintena de oleos y acuarelas realizados con una técnica espontánea y urgente, inspirada en la caricatura satírica y el cómic (junto a las obras aparecían en los textos explicativos ejemplos de páginas de prensa con viñetas de la época); muy alejada en todo caso de su depurada técnica pictórica minuciosa y detallista. Definió su estilo como "vache" (literalmente "vaca", como eufemismo de "mal gusto"), en lo que la crítica ha querido ver una paradodia del movimiento expresionista fauve. El escándalo fue instantáneo entre el público y sus coetáneos. Magritte había conseguido lo que buscaba: provocar a los espectadores y agitar el ambiente artístico parisino del momento.
Las obras Vache, pese a su premura en el trazo y su temática desenfadada, nos descubren a un artista lleno de ironía, muy dotado para el dibujo y tremendamente abierto a otros estilos y discusos artísticos. Cuadros como L'Ellipse, Les Profondeurs du Plaisir o La Galet funcionan como provocación, sí, pero también lo hacen como ejercicio estilístico que demuestra el talento de un autor ecléctico y vitalista.
Nunca deja uno de descubrir alicientes y novedades ni en aquello que cree conocer. Pese a que el Magritte Museum no cuenta con algunas de las obras icónica que han hecho del autor belga un referente artistico del S.XX (La Traición de las Imágenes, Golconda o El hijo del hombre), lo cierto es que entre los más de 200 cuadros que se recogen en sus estancias encontramos muchas de sus obras maestras, como La magia negra, dos fabulosas versiones de su El Imperio de la Luz o Los valores personales (que el museo exhibe en préstamo). Una visita, ésta, que satisfará a los amantes de don René Magritte y que encandilará tanto a los aficionados al arte como a los simples curiosos. Volveremos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario