Nos echamos a la calle. Hacía mucho, pero saben que nos encanta el street art y sus derivaciones grafiteras. Hoy les proponemos dos "visitas" urbanas especiales.
Nuestro amigo Pejac (¿se acuerdan de Vuelo rasante?) lleva unos días colgando en su blog una serie de intervenciones que últimamente está llevando a cabo en su ciudad. Son pequeñas y fugaces obras de arte, perecederas y sutiles. Intromisiones amables en el paisaje urbano que, no sólo no agreden al medio, sino que embellecen y dotan de significado simbólico a los escenarios muertos y muñones tumefactos que salpican nuestras urbes. Siguiendo el modelo de algún otro antiguo stencil suyo (como aquel picaporte que abría puertas invisibles), Pejac ha decidido abrir lienzos como ventanas en muros de ladrillo, convertir farolas en cuchillos y aceras en carne o dotar a tocones de una identidad dactilar, única e intransferible.
En realidad, no importa la herramienta o el vehículo artístico que emplee Pejac (grafiti, carboncillo, collage, óleo o viñetas), su técnica, su personalidad estilística, es fácilmente reconocible. La obra de este artista se mueve casi siempre en el campo de la metonimia y de la asociación simbólica inteligente; el trasvase entre el referente y la representación, planteado siempre desde una mirada crítica social. El mensaje de la forma, el símbolo que grita.
Nuestra segunda propuesta alude también a un viejo conocido de este portal. Un fenómeno del arte contemporáneo, del más contemporáneo de los artes, en realidad: hablamos de BLU. Tenemos devoción por el italiano invisible y por su trabajo. La suya es una obra que no deja de crecer en cantidad y, sobre todo, en creatividad.
Si en MUTO conseguía asociar las técnicas del grafiti y del stop-motion para crear un arte urbano orgánico, vírico y metamórfico (superando radicalmente la idea del wall-painting tradicional), en sus últimas "producciones" el salto tridimensional, que se anticipaba en algunas fases de sus trabajos anteriores, aparece ya plenamente consolidado. Se pierde en capacidad de sorpresa y en el impacto visual que ofrecían los muros en movimiento, pero BLU consolida la idea que sobrevuela toda su producción: la que preconiza una vitalidad subyacente en el objeto inanimado. Las ciudades de BLU son entes mutables y decididamemente orgánicos; organismos que evolucionan y crecen a un ritmo cronológico, el de las horas del día, como lo puedan hacer cada uno de sus habitantes.
Quizás por esa razón, en Big Bang Big Boom o en Combo (su colaboración con David Ellis), la pintura y los objetos se salen definitivamente de los muros (gusanos de embalaje, chorros de cableado, bolsas-medusa) para danzar en una coreografía enloquecida que sólo parece conducir en una dirección, la del caos: el mismo ritmo, en realidad, que gobierna (o desgobierna) el latido arrítmico de las grandes urbes contemporáneas. Detrás del simbolismo biológico, leemos una metáfora desesperanzada: todo organismo acaba por morir, invadido por un cancer polimórfico (el gran cangrejo omnipresente en Big Bang Big Boom), que se manifiesta en la contaminación, la proliferación industrial y la deshumanización de los espacios sociales. Esperemos que el final de nuestras metrópolis no esté reflejado en ese gran Big Bang que abre y cierra el vídeo de BLU.
Vida y muerte, intervención desafiante, animación del objeto... No estaría mal que el arte conviviera más frecuentemente con el peatón. Ojalá todas las intervenciones urbanas nos retaran desde la inteligencia y superáramos de una vez la era de las firmas mongoloides estampadas sobre el muro.