Por una de esas paradojas cruzadas, el desastroso 2013 ha sido un gran año para el cómic en nuestro país y, parece, fuera de él. En 2013 lloramos por la insultante estulticia de nuestros gobernantes, por la manipulación de los órganos de justicia, por el desmantelamiento del estado del bienestar, por la codicia infinita de financieros y grandes empresarios, por la humillación constante que sufre el más débil; y, al mismo tiempo, aplaudimos las imaginativas y valerosas reacciones sociales ante las injusticias, la creatividad en ebullición que se percibe en plataformas, colectivos culturales y editoriales, el evidente florecimiento de la respuesta crítica que se proyecta en todo tipo de manifestaciones artísticas y, lo que más interesa para este blog, aplaudimos la publicación regular de muchos buenos tebeos internacionales y muchos, de verdad, grandes tebeos nacionales.
No ha sido fácil, pero en nuestra selección de lo mejor del año han entrado (sin orden de preferencia):
Los surcos del azar (Astiberri), de Paco Roca: el mejor cómic de Paco Roca, lo cual ya es decir mucho. Un trabajo fabuloso. Los surcos del azar recrea la historia de la División 9, los héroes antifranquistas que participaron en la liberación europea de las tropas nazis, y lo hace con una fidelidad exhaustiva a la Historia y con un respeto encomiable a las historias de sus protagonistas; en particular a la de Miguel Ruiz (alias Miguel Campos), su narrador en segunda instancia. Roca nos demuestra, una vez más, que es uno de los mejores narradores de nuestro país, y pone su talento al servicio de una historia olvidada: resulta paradójico que, sistemáticamente, busquemos consuelo anestésico en los héroes de ficción y nos olvidemos de los verdaderos protagonistas de nuestro pasado. Es sonrojante que, en estos tiempos turbios que nos toca vivir, hasta el análisis de nuestra Historia reciente parezca bajo sospecha, velado por la mugre revisionista de un franquismo que no estamos seguros de haber superado. El cómic de Roca nos devuelve un poco de dignidad y se erige en otro homenaje a una memoria histórica de la que muchos aún huyen como de la (su) propia peste. Los surcos de azar es ya una obra imprescindible de cómic español.
Los surcos del azar (Astiberri), de Paco Roca: el mejor cómic de Paco Roca, lo cual ya es decir mucho. Un trabajo fabuloso. Los surcos del azar recrea la historia de la División 9, los héroes antifranquistas que participaron en la liberación europea de las tropas nazis, y lo hace con una fidelidad exhaustiva a la Historia y con un respeto encomiable a las historias de sus protagonistas; en particular a la de Miguel Ruiz (alias Miguel Campos), su narrador en segunda instancia. Roca nos demuestra, una vez más, que es uno de los mejores narradores de nuestro país, y pone su talento al servicio de una historia olvidada: resulta paradójico que, sistemáticamente, busquemos consuelo anestésico en los héroes de ficción y nos olvidemos de los verdaderos protagonistas de nuestro pasado. Es sonrojante que, en estos tiempos turbios que nos toca vivir, hasta el análisis de nuestra Historia reciente parezca bajo sospecha, velado por la mugre revisionista de un franquismo que no estamos seguros de haber superado. El cómic de Roca nos devuelve un poco de dignidad y se erige en otro homenaje a una memoria histórica de la que muchos aún huyen como de la (su) propia peste. Los surcos de azar es ya una obra imprescindible de cómic español.
Grandes preguntas (Fulgencio Pimentel/Sins Entido), de Anders Nilsen: otra obra colosal (y no sólo por su tamaño). Dicen que lo más profundo o lo más sublime se condensa en una gota de agua. Y en una bandada de pájaros, parece añadir Nilsen. La del americano es una fábula contemporánea que cuestiona la naturaleza humana y el sentido último de la existencia a partir de las reflexiones y vivencias de unos cuantos pequeños pinzones. Así, a través del viejo recurso de la personificación, asistimos a una revisión de las convenciones sociales y a un cuestionamiento de nuestros valores éticos y morales desde la mirada ornitológica de nuestros pequeños protagonistas y la del resto de personajes animales que habitan las páginas de este cómic (que su autor publicó por entregas a lo largo de más de quince años). Curiosamente, las lecciones más importantes que aprendemos en Grandes preguntas, las pocas respuestas que parecen esbozarse, tienen poco que ver con el factor humano, y nos sitúan en un estadio mucho más importante: el hecho de estar vivos.
Nela (Astiberri), de Rayco Pulido: como diría alguno de nuestros muy galdosianos dirigentes decimonónicos, Rayco Pulido ha hecho una adaptación del Marianela de Benito Pérez Galdós como Dios manda. En este caso la expresión define la habilidad del artista canario a la hora de adaptar la obra literaria de Galdós al lenguaje del cómic evitando "literariedades" innecesarias y haciendo gala de toda una batería de recursos imaginativos y muy eficaces. Pulido ya nos había mostrado su vena más experimental en la muy estimable y postmoderna Sin título. 2008-2011; todavía sorprende más que, en su búsqueda de un lenguaje propio, el autor haya logrado modernizar el folletín decimonónico, sin perder un ápice de la emoción y la sensibilidad galdosianos. Bien por Rayco.
Todo y nada (Fulgencio Pimentel), de Sammy Harkham: Harkham tiene una sensibilidad máxima. Una habilidad especial para desentrañar los pequeños detalles significativos que se esconden detrás de la existencia ordinaria; sus historias se pueblan de gestos, despechos y sonrisas de medio lado que tienen mucho más sentido que un acto heroico, un insulto abrupto o una carcajada franca. Todo y nada es la recopilación de muchas de esas historias que Arkham ha estado publicando esporádicamente a lo largo de los últimos años. La recopilación encierra algunos relatos soberbios y muchos instantes de genialidad verdadera (desde el Napoleón inicial a las desarmantes monotonías veraniegas de la adolescente Iris en Somersault). Seguimos prefiriendo la edición no remontada de Pobre marinero, pero tener aquí tanto de Harkham y tanto bueno es un triunfo.
Hawkeye (Panini), de Matt Fraction y David Aja: siendo de los que no encontramos demasiadas alegrías en las franquicias superheroicas, el placer es doblemente intenso cuando uno se topa con un trabajo tan original y divertido como este Hawkeye. La apuesta de Fraction y Aja es arriesgada: las aventuras de paisano del menos glamuroso de los vengadores, Clint Barton (alias Ojo de Halcón), así, a ras de suelo, el día a día de un héroe en su bloque de vecinos. Envido. Si, además, como sucede, los guiones de Fraction están cargados de frescura, humor, inteligencia y referencias a la modernidad, y David Aja se revela, con su minimalismo-pop, como un nuevo referente para los tebeos de superhéroes (su dibujo es la verdadera actualización iOS7 de Los Vengadores tradicionales), el éxito está garantizado. Órdago a la grande.
La Hermandad de Historietistas del Gran Norte (Sins Entido), de Seth: ¿es posible realizar un cómic puramente descriptivo? Gregory Gallant, alias Seth, se empeña en demostrarnos que sí, sobre todo si el detalle se filtra a través de la mirada irónica y la recreación paródica. La Hermandad de Historietistas del Gran Norte sigue la misma línea de historiografía bufa que ya observáramos en Wimbledon Green, aunque supera en lirismo y ensoñación a ésta última. Seth nos regala una visita turística por el escenario ficticio de un club de dibujantes de cómic y, a través de su irónica mirada subjetiva, nos conduce por las diferentes estancias del local mientras desgrana su historia y la de sus miembros. Así, con paso firme y mucha guasa, a partir de su tramoya de cartón piedra este cómic invita, a partir de la metarreferencia, a la reflexión acerca de la historia del cómic y el papel de sus creadores.
Playground (Ediciones Valientes), de Berliac: un tebeo pequeño de una pequeña editorial independiente, pero un gran cómic. El más experimental de nuestra lista, sin duda. Playground juega sobre la "falsa" premisa de una biografía, la del director norteamericano John Cassavetes, para desarrollar, en realidad, un ensayo acerca del lenguaje del cómic y la naturaleza de la narración secuencial fílmica por comparación con la comicográfica. De este modo, la forma y el contenido de Playground confluyen en un ensayo autorreferencial tan complejo, inspirador o libre como el mismo cine de Cassavetes; cuya vida y obra inspiran sus páginas.
La propiedad (Sins Entido), de Rutu Modan: la israelí se ha hecho de rogar, pero la espera ha merecido la pena. La historia de la anciana que regresa, junto a su nieta, a la Varsovia que tuvo que abandonar a causa de la invasión Nazi, para arreglar unos viejos asuntos inmobiliarios, es el punto de partida de una aventura que mezcla reflexiones históricas, costumbrismo judío e incluso ciertas dosis de intriga. La propiedad es un thriller de andar por casa, un cómic entretenido y muy bien dibujado que nos habla del peso de la memoria, de la restitución, el perdón y las viejas deudas que nunca llegan a cobrarse del todo.
Beowulf (Astiberri), de Santiago García y David Rubín: épica en estado puro. Santiago García y David Rubín adaptan al cómic uno de los textos clásicos de la literatura inglesa, el viejo poema anglosajón que narra la lucha del héroe Beowulf contra la bestia Grendell, y lo hacen sin regatear ninguna de las dificultades o requerimientos que demanda tamaña empresa. Así, este nuevo Beowulf se revela como un fantástico espectáculo visual, apoyado en una secuenciación audaz y dinámica, que hace honor a las gestas de su protagonista, pero que, al mismo tiempo, plantea profundas reflexiones acerca del paso del tiempo, la condición humana del héroe y la mezcla peligrosa que conforman la política y el poder.
La infancia de Alan (Sins Entido), de Emmanuel Guibert: Guibert nos tiene ganados de antemano. No hace un cómic malo. La infancia de Alan es muy bueno, de hecho. El francés continúa completando la biografía de su personaje (que conocimos en La guerra de Alan) con un detallismo y una verosimilitud exhaustivos. El personaje de Alan está basado en un excombatiente norteamericano que Guibert conoció en la isla de Ré y con el que entabló una amistad estrecha. La infancia de Alan desgrana diferentes episodios y anécdotas significativas de la niñez de su protagonista, y su autor consigue nada menos que insuflar vida auténtica a su creación ficcional. El lector se sumerge en el itinerario apasionante de la vida de Alan y, a lo largo de sus páginas, asiste admirado al minucioso despliegue de realismo gráfico de un autor enormemente dotado para la escritura y el dibujo.
Fénix (Planeta DeAgostini), de Osamu Tezuka: no es una novedad (bonus-track), de acuerdo, pero sí la primera vez que se recopila como merece la obra de toda una vida de uno de los grandes del cómic. Tezuka trabajó durante décadas en esta fantasía diacrónica que recorre la historia del hombre a la estela del vuelo inmortal del Fénix, el pájaro eterno que, como ha hecho el ser humano a lo largo de la Historia, parece renacer una y otra vez de sus propia cenizas. En casi todos los trabajos de "El Padre del Manga" encontramos trazos de su magisterio comicográfico, pero en ninguno como en Fénix se condensan con tanta claridad todas sus virtudes y la influencia universal de su obra: la fluidez y expresividad de su dibujo, su habilidad inigualable para la creación de secuencias y montajes de página novedosos o el sentido del espectáculo que demuestra en la elección y el desarrollo de sus historias-río corales se pueden disfrutar ahora con la continuidad que merecen gracias a la recopilación de Planeta.
A ver si, efectivamente, la reedición de este Fénix simboliza de algún modo nuestra entrada en el 2014. Salud.