La escasa presencia de la mujer en el cómic hasta los años 60 nos ha facilitado un seguimiento ordenado (que no exhaustivo) del papel autorial de las feminas artistas y su peso en la evolución y liberación del medio. Lógicamente, el primer efecto de esos logros resulta en la diversificación de nombres, personalidades creativas y, por ende, líneas estilísticas; es decir, la intervención de ellas en "ello" se va normalizando poco a poco, afortunadamente. En consecuencia, a partir de los años 70 resulta tan difícil establecer líneas, categorías y clasificaciones de autores como de autoras (bueno, quizás estamos exagerando un poquito).
El "efecto underground" empieza a flaquear a mediados de los años 70. Las numerosas revistas planeadas y promovidas por mujeres (con Trina Robbins al frente) dejan de tener el impacto inicial en la misma medida en que los vientos que las generaron comienzan a perder fuelle: una jovencísima Phoebe Gloeckner participa y colabora en los últimos estertores del primer underground. Aún y así, la influencia del movimiento coleó durante mucho más tiempo. Encontramos autores y autoras underground dispersos durante las siguientes décadas.
Los referentes masculinos más obvios del "nuevo underground" pasan por personalidades de una individualidad artística tan marcada como Charles Burns o Daniel Clowes, que serán los modelos básicos de los 80 para el renacimiento underground de los 90, protagonizado por nuevos valores como Peter Bagge o Dave Cooper y mujeres de la fuerza de Julie Doucet o Debbie Dreschler. De igual modo, dibujantes pertenecientes a la vieja guardia del underground parecen vivir una segunda juventud a partir de los 90, con una reivindicación retrospectiva por parte de la crítica y un creciente aprecio del público; entre las féminas hablaríamos de gente como Roberta Gregory (más de moda que nunca), Mary Fleener o la mencionada Phoebe Gloeckner.
Sin embargo, a finales de los años 70 algunas de las autoras que habían crecido a la vera de las reivindicaciones feministas, decidieron optar por un camino menos árido que el que marcaba la tendencia underground, pero igualmente válido por lo que respecta a su poder reivindicativo: el del humor. No es difícil identificar rasgos comunes entre el trabajo paródico de mujeres como Carol Lay o Claire Bretécher y la trasgresión genérica de sus precedentes. El cómic decididamente lésbico de Bretécher (que encuentra su curioso refrendo gay en el alemán Ralf König) no dista mucho de las historias que sus colegas americanas publicaban en Girl Fight Comics, Twisted Sisters o Clits & Tits (aunque la francesa se formó en la escuela de Spirou y Pilote antes de decidirse a publicar su trabajo más personal); Lay, por su parte, antes de lanzarse a sus deliciosas tiras y páginas de Story Minute, había formado parte y publicado comix underground.
La huella de estas autoras humorísticas y decididamente feministas (femeninas, al menos) en sus temas, planteamientos y decisiones, aparece durante los 80 muy claramente en autoras como Maitena, Mariel Soria (la creadora de Mamen junto a Manel Barceló, en El Jueves) o la francesa Hélèn Bruller, de quien hemos hablado en estas páginas no hace tanto.
Como hemos señalado al comienzo de estas líneas, quizás lo más destacable de los años 80 no fue la continuidad de ésta o aquélla artista que había despuntado en los albores del verdadero cómic femenino, sino la aparición, precisamente, de artistas inclasificables, bien porque pese a ser mujeres su trabajo no distaba en absoluto del de sus colegas masculinos o porque su labor artística (y valga la redundancia conceptual) se regía por unas marcas individuales y personales. Hay diversos ejemplos de "cómics de autora", la mayoría de ellos (como sucedía con las historietas masculinas de la época) surgidos al auspicio del éxito de las revistas de cómics. Encontramos en esos años viñetas destacables de gente como Annie Goetzinger, Ana Miralles o Laura.
Caso aparte, desde luego es el del manga, donde también los años 70 generan un flujo de autoras como Riyoko Ikeda (La rosa de Versalles) o la pequeña gran Rumiko Takahashi (Maison Ikkoku, de la que en unos días recuperaremos una antigua reseña).
Pero en este proceso de la normalización del género en el cómic casi tan importante como el acceso de la mujer al medio (balbuciente aún no nos engañemos), ha resultado el cambio de mentalidad de los hombres; sobre todo por lo que respecta al tratamiento y entidad de sus personajes femeninos. Evidentemente, el cambio viene motivado por la sociedad y la autonomía de la mujer en sus diferentes campos de actuación (lo cual a su vez procede de las batallas ganadas años antes por los movimientos de liberación, etc.). Es decir, que la asimilación de la sensibilidad femenina tenía que llegar al cómic, sí o sí. Resulta curioso, no obstante, que ya a comienzos de los 80 aparezcan autores tan sensibles a esta evolución social como para presentar obras tan condicionadas por el rol de la mujer como las de los Bros Hernandez (¿puede alguien citarme un personaje femenino más importante -redondo, complejo y psicológicamente mejor elaborado- que Luba en la historia del cómic?) o las del francés François Bourgeon.
Añadan ustedes sus nombres favoritos a esta enumeración incompleta, aleatoria y personal, y vayan acercando el pie al freno, porque llegamos al final.
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