lunes, septiembre 10, 2012

New York, New York (II). De museos.

Uno de los grandes alicientes de Nueva York es su impresionante oferta museística. Vasta, variada, irresistible. Teníamos numerosas visitas en mente, nos acercamos a un buen puñado de museos y, aún con todo, se nos quedaron algunos de los esenciales, como el Metropolitan o el Guggenheim, en el tintero. Les contamos lo que nos dio de sí, dejándonos llevar, como siempre, por las connotaciones viñeteras del recorrido.
Empezamos con el American Museum of Natural History, situado en uno de los laterales de Central Park. Un museo que parece una curso intensivo de historia, ciencia, geografía, antropología, astrología y todas las "-ías" que quieran ustedes añadirle. El visitante recorre alelado las estancias y se queda literalmente pegado a las enormes vitrinas de los grandes mamíferos disecados, representando a los cinco continentes. La mayoría de las pieza expuestas provienen de donaciones. Independientemente del debate acerca de la justificación ética de la taxidermia o las exhibiciones zoológicas, lo cierto es que los ejemplares expuestos son impresionantes y lo es también la recreación (mediante una combinación de recreación escultórica de árboles y arbustos y fondos pictóricos) de los diferentes hábitats de cada especie. El resultado son verdaderas postales, "naturalezas muertas" tridimensionales, que parecen sacadas de una pantalla de cine digital, pero que resultan tan reales como la naturaleza misma. Gran parte del mérito recae en la figura de James Perry Wilson, un artista en plantilla del museo, que ideó el sistema de dioramas que consigue crear el mencionado efecto de realidad tridimensional. Completamos la lista de excelentes artistas que trabajaron en los fondos gracias a la página correspondiente del museo: Belmore Browne, Charles Shepherd Chapman, Joseph Guerry, Francis Lee Jaques, Carl Rungius, Fred Scherer...
Metidos ya en temas de paleta pictórica y cincel, sin duda el verdadero must de todo amante del arte contemporáneo es el MoMA. Desde ya, nuestra pinacoteca favorita junto a la Tate Modern londinense. No faltaba nada, absolutamente nada. Pero no sólo es que estuvieran todos los miembros de las Vanguardias y corrientes artísticas del último siglo largo, es que casi todos los artistas representados lo estaban con alguna de sus obras maestras. Impresionante la representación de los Impresionistas y las Vanguardias Clásicas en la quinta planta ("Pintura y escultura I. 1880-1840"), con sus Van Goghs, unos inigualables nenúfares de Monet de varios metros, muchos Legers y Picassos (incluida Las Señoritas de Avignon) o una colección de Brancusis sin igual. Entre tanto cuadro, nos fijamos en la conocida ilustración que hizo Richard Boix en 1921 para testimoniar aquella reunión dadaísta tan fiel al espíritu del movimiento: "La sicología del arte moderno y Archipenko". Interesantes también los ejemplos de Realismo Norteamericano (Hopper, Wyeth, etc.)
Las corrientes posteriores a 1945 ocupan la extensísima planta cuarta ("Pintura y escultura II. 1940-1980"), un sueño para los amantes del Informalismo europeo o el Expresionismo Abstracto norteamericano de los Pollock, Rothko, De kooning o Newman; pero también un espacio privilegiado del arte pop, minimalista, conceptual, neodadaísta o de las variantes performativas y chamanistas del gran Joseph Beuys (con una sala entera dedicada a él). En la cuarta nos encontramos con obras como Rebus (1955), de Jasper Jones, un collage tridimensional hecho con óleo, pastel, tizas y recortes de... cómic (ver detalle). Collagero y más que comiquero es también el Spiderman (1971-1974) de Sigmar Polke.
La sala 3 está dedicadas a exposiciones temporales, a la fotografía y a la arquitectura, y la 2 al arte contemporáneo hasta el presente, con buenas representaciones de obra audiovisual o del arte urbano de Colonia y NY en los 80. Hay también una sala dedicada a los nuevos autores del arte japonés que persiguen la estela triunfante y multidisciplinar (manga, pintura, maquetas, escultura industrial, etc.) de Takashi Murakami; no faltaban las ilustraciones de Yoshitomo Nara, las muñecas de Mariko Mori o los posters fantasmagóricos de Tadanori Yokoo, que tanto recuerdan al estilo visual de Maruo.
Después de la sobredosis de obras maestras del MoMA, cualquier pinacoteca parece menos. Sin embargo, sería ridículo hacer de menos a espacios tan bonitos como el New Museum (cargado de conceptual, algunas obras clásicas del Op-art y con una interesante exposición temporal sobre Arte Holográfico) o el Whitney Museum of American Art, con su interesante colección de Expresionismo Abstracto y arte contemporáneo. En el Whitney no vimos a Hopper (que está ahora en Madrid), pero sí la exposición temporal de Yakoi Kusama, que con sus series de lunares y esculturas polimórficas construidas en materiales sintéticos representa la versión japonesa del Pop y la Psicodelia y ha sido un referente iconográfico para buena parte del manga contemporáneo (incluidas aquellas espirales del señor Junji Ito). El sábado, nos acercamos a uno de los "saraos" que últimamente se montan en PS1, la sucursal que se ha montado el MoMA en Queens y que es sin duda el espacio de exposiciones más loco, experimental y moderno de todo Nueva York. Rodeado de grafitis, en el PS1 habita desde hace unos meses Wendy, la estrella azul que purifica el aire de la zona y alrededor de la cual se congrega todo el universo posh-indy-punk-mod neoyorkino a lucir palmito al ritmo de los Djs y rockeros que amenizan las sesiones vespertinas de los sábados. Por allí nos paseamos nosotros con mucho menos glamour del que demandaba el escenario.
El domingo terminamos nuestro recorrido museístico con una visita también cargada de música y espíritu soul. Nos acercamos a Harlem y, aunque no asistimos a la preceptiva misa gospel, sí que pasamos al lado de barrios, puertas (ese 108 de la W139, confluencia con Malcolm X Boulevard, donde vivió una jovencísima Billie Holiday antes de debutar en el Jungle) y fachadas míticas, como la del Teatro Apolo. Por cierto, muy cerquita de éste, se halla The Studio Museum in Harlem, un centro dedicado al arte caribeño, afroamericano y al criollismo decimonónico... Entre tanta obra negra, ¡sorpresón!, llegamos a una pieza de 1860 titulada Cimarrón luchando con perros cazadores, firmada por un tal Víctor Patricio Landaluze. Suena un click en nuestra cabeza y nos acordamos de un artículo fundamental de la investigación comicográfica reciente, el que escribió don Manuel Barrero para Mundaiz titulado "El bilbaíno Víctor Patricio de Landaluze, pionero del cómic español en Cuba".Y pensamos, el mundo del arte es un pañuelo.
La semana que viene regresamos a las calles neoyorquinas.
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New York, New York (I). Dibujos y rascacielos

martes, septiembre 04, 2012

New York, New York (I). Dibujos y rascacielos.

Recién llegaditos de la ciudad de los mil nombres, de la misma que nunca duerme... Vamos a dedicarle varias entradas a Nueva York y a algunas de las cosas que vimos por allí.
Intentar hablar de Nueva York y no contar algo mil veces dicho ya puede parecer hasta pretencioso. Resumir lo mucho que la Gran Manzana da de sí en unas cuantas líneas es, además, directamente imposible, así que vamos a hacer un zigzagueo rápido entre rascacielos, museos y paradas de metros, para enseñarles por la ventanilla del blog las viñetas, grafitis, cuadros y anécdotas que nos llamaron la atención, junto a algunas foticos que tomamos para testimoniarlo (como esa supervista desde el Empire de la izquierda).
Cuando les hablábamos de Tokyo hace unos años, les contábamos que el manga (junto al té verde) es más que un divertimento dentro de la cultura nipona, es una constante icónica de su paisaje, una variante artística con inmenso calado social. Lo de Estados Unidos y Nueva York (léase Gotham City) con los superhéroes tiene muchas semejanzas con aquello, eso sí, revestido de la pátina dorada que siempre añade el showbusiness. No hay plaza o Times Square en la que no le aborde a uno un Batman o un Spiderman entradito en quilos; ni palmo de mercadillo en el que, en vez de Monalisas o Últimas Cenas, no aparezca un collage o póster enmarcado del Universo Marvel. Zapatillas, pastelitos, complementos, todo está habitado por superhéroes. Descubrimos, por ejemplo, que Spiderman ha llegado, con la música puesta, incluso a Broadway, y con unas críticas aceptables, parece.
El superheroísmo es omnipresente, no sólo por el momento de auge que vive su iconografía gracias a la explotación hollywoodiense, sino porque su arraigo en la ciudad está ya de sobra consolidado en el imaginario colectivo gracias a tebeos, series y eventos fílmicos no tan recientes. Nos encantó, por ejemplo, asomarnos al hall del Daily News Building (que no es otro que el célebre Daily Planet de Superman), con su lustrosa bola del mundo que parece que anuncia que no hay fronteras ni límites para los superhombres. Justo al lado, levantábamos la vista hacia el pináculo del Edificio Chrisler y extrañaba no ver a Batman agazapado en alguna de las águilas de acero inoxidable que adornan sus alerones a muchos metros de altura. En la misma calle 42, algunas cuadras antes, se encuentra la Gran Estación Central, de nuevo protagonista y contexto de tantos y tantos planos cinematográficos y viñeteros. Y así, hasta el infinito y más allá...
Pero si las alturas y los rascacielos conforman el perfil más reconocible de la Gran Manzana, también es cierto que, en nuestra imaginación modelada por la ficción, es en sus subsuelos donde se traman algunos de los más macabros planes para acabar con la tranquilidad planetaria. En realidad, el metro de Nueva York es bastante menos truculento y sombrío de los que nos han contado (aunque complicado y enrevesado como pocos), sobre todo en las zonas más céntricas de Manhattan (a los barrios más turbios del Bronx, Brooklyn y Queens, preferimos no acercarnos para rebatir esta impronta inicial). Desde 1985, además, muchas de las principales estaciones del metro neoyorquino han visto remozadas sus fachadas y andenes gracias a las intervenciones de importantes artistas. Visitar las paradas más vistosas es otra forma de recorrer Nueva York: los preciosos mosaicos dorados, con aire art-decó, de Nancy Espero en la parada del Lincoln Centre; la colección de sombreros sin dueño de Keith Godard, de la 23rd Street; o la impresionante locomotora de teselas de Roy Lichtenstein, que ilumina la entrada a Times Square. Nuestros favoritos (no los vimos todos, evidentemente) fueron esos personajillos de bronce de Tom Otterness, mitad leprechaun, mitad personaje de Floyd Gottfredson, que se esparcen en la parada entre la 8th Avenue y la 14 street.
También nos gustaron mucho los mosaicos de Liliana Porter dedicados a Alicia en el País de las Maravillas en la 50th street. Será porque Nueva York tiene algo de Wonderland, pero hemos visto multitud de referencias al universo de Carroll en la gran ciudad: la más destacada, quizás, esa bonita y disneyana estatua de bronce de José de Creeft que se erige en medio de Central Park, con Sombrerero Loco incluido. Lo curioso es que, pese a tanto homenaje, la verdadera entrada a Wonderland no está en NY, sino en Boston (donde también visitamos por la noche el barrio de Beacon Hill y estuvimos a punto de ver a Peter Pan).
El próximo día nos ponemos pictóricos y pintureros y les contamos más del viaje.

miércoles, agosto 29, 2012

Kovra cuatro, el underground necesario

Los chicos de Ediciones Valientes se retratan en su nombre. Hace años que seguimos con atención las correrías editoriales y las aventuras digitales de los Martín López e Irene Pérez. Hace mucho que esperamos y coleccionamos los imaginativos y siempre tonificantes números de El temerario, un mini-cómic descargable, imprimible y plegable, que además de ser gratuito, esconde buenas dosis de imaginación y talento. Además, en el listado de colaboradores del Laboratorio de Gráficas Valientes encontramos nombres que, si nos siguen, sabrán que gustan en esta casa; los Esteban Hernández, Álvaro Nofuentes, Miguel Porto, Mireia Pérez...

Hace poco, ha llegado a nuestras manos (gracias Martín) el nuevo número de su comix-zine Kovra #4, un fanzine que, por su cada vez más cuidada edición y volumen, empieza a parecer un libro en realidad. Lo hemos disfrutado como disfrutamos las buenas publicaciones de vanguardia. Defendemos en estas páginas la existencia de revistas, editoriales y autores que se muevan en el margen de la oficialidad. Siempre lo hemos hecho, porque nos parece que la salud del arte (y de la cultura) está condicionada en gran medida por los hallazgos de esos outsiders que, en este mundo de culturas uniformadas y fórmulas repetidas hasta la extenuación, nos 0frecen un poco de aire fresco. ¡En cuántos casos, además, termina el mercado engullendo y masticando los hallazgos del extrarradio para convertirlos en papilla cultural digerible por una masa que la consume irreflexivamente al ritmo del jingle y el slogan!

Alabamos en su día la existencia, también valiente, de La Cruda, el libro-fanzine de Gonzalo Rueda y los suyos, otra publicación esporádica, aleatoria e impredecible, que resulta ser una puerta abierta a la vanguardia artística (no sólo comicográfica) contemporánea. Kovra funciona en otro nivel, en el mundo subterráneo y refrescante, desde su incorrección política y libertad mental, del cómic underground. Aunque el movimiento primigenio se ubicó entre los años 60 y 70, la escuela del underground, su ideario estético, nunca se ha cerrado y ha mutado en miles de formas, a partir de geografías, intenciones y contextos muy concretos. En este sentido, podemos decir que el cómic actual no se entendería sin las diversas publicaciones underground que renuevan constantemente su cauce temático; e incluso editorial, porque ¿no fue también underground la concepción inicial de autoedición de aquellos mini-cómics estadounidenses que, en los años 90, sirvieron de escuela y taller a las estrellas del presente (los Tomine, Millionaire o Ware)?

Publicaciones como Kovra (o el Argh! de Jorge Parras) hacen esa labor necesaria en nuestro país, del mismo modo que en Suecia lo hizo Galago en su día o en Italia lo hace Canicola (sólo similar en espíritu, ya que los italianos se mueven en una línea mucho más cercana a la vanguardia experimental y al diseño gráfico de aquella Raw de don Art Spiegelman). La lista es interminable, desde los eslovenos de Stripburger, a las publicaciones del Institute Pacôme y los increíbles e inabarcables proyectos de Le Dernier Cri en Francia. Kovra es una de nuestras mejores revistas underground y ellos lo reivindican desde esta etiqueta autoacuñada de comix-zine, que les viene como un guante.

Kovra tiene además una vocación internacional. Lo comprobamos en su número cuatro con el número creciente de colaboradores extranjeros y con la traducción de todos los textos al español (e inversa, al inglés). Encontramos un buen puñado de historias dignas de mención: nos han impresionado la línea impecable y la inteligencia narrativa del peruano Rodrigo La Hoz en La madriguera, sin duda, una de las mejores historias del volumen.

Andrés Magán se demuestra como un continuador legítimo de la línea chunga y de sus mejores representantes, con un estilo gráfico que nos recuerda sobremanera al gran Paco Alcázar. Leíamos la historia de la norteamericana Mickey Zacchilli y nos acordábamos de nuestro muy admirado Brian Chippendale y de sus Fort Thunder. El neo-underground encuentra su refrendo más claro en My Love, una historia irreverente y amputada, que parece un divertido mano a mano entre Martí y Burns. Claro que, para irreverentes, "McFly", la mosca viciosa de Santi Z (que cuenta con varias participaciones en el número), la breve colaboración de Jorge Parras, el homenaje a Steve Jobs que se marca Nofu o esa historieta políticamente incorrectísima de Cristina Daura que es Les Bruixes Catalanes.

El chino June Lee se lleva el premio a la participación más surrealista, gracias a su reducción al absurdo de las convenciones del manga (¿o del manhwa?, ¿hay "palabro" chino?). La otra cara de la moneda la marcan el costumbrismo social de las dos historias de Martín López y el biopic jazzístico de Pablo E. Soto. Nos gusta, finalmente, el simbolismo existencial que se esconde detrás de las historias de Don Rogelio J., de la colombiana Paola Gaviria y de la belga Martha Verschaffel.

Ya ven, cómic de vanguardia para todos los gustos, nacionalidades y sexualidades, aunque, como buen underground, no para todas las edades. Que sí para la suya.

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(Actualización: 31 - agosto - 2012)

El mismo Martín López nos ayuda a completar el post sobre el underground europeo con dos o tres vínculos de verdadero interés. Reproducimos sus palabras:

Tonto comics, de Graz (Austria), a mi parecer, hacen la mejor revista de comic con mucha diferencia. La última está dedicada al noise, entablando relacion entre la narrativa dentro del comic con la forma de componer la música.
Komikaze de Croacia tienen version online y version impresa. Lo de los croatas es flipante. Echa un vistazo por la red a Igor Hofbauer y Dunja Jankovic. Precisamente, Dunja, que colabora en el Kovra, esta organizando un festival de Comic Experimental llamado THE PROJECTX en Portland.

lunes, agosto 20, 2012

Adivinando tendencias y tensiones en ArteSantander 2012.

Más de arte. Entre el 18 y el 22 de julio tuvo lugar la vigésimo primera edición de ArteSantander en la capital cántabra. Con una afluencia de público moderada y pocas ventas, la exposición nos permitió extraer pequeñas conclusiones acerca del estado general del mundo de las galerías y las exposiciones de arte contemporáneo en estos tiempos de crisis.
Frente a ediciones anteriores, observamos, por ejemplo, una apuesta firme por pequeños formatos y el abandono por parte de las galerías del lujo de los grandes nombres y las piezas imposibles. En este sentido, ayudó el formato Solo Projects planteado por la organización. Se ve que es momento de ventas más que de ostentaciones o reafirmaciones. Pese a todo, muy pocos puntos rojos el último día del evento.
Durante los últimos años, hemos tenido la sensación de que el mundo del arte culto había apostado claramente por el dibujo, frente a la pintura, el collage, las instalaciones o la reproducción seriada de otras épocas. Estamos en los años de apogeo del arte urbano y del éxito de los Juan Francisco Casas y compañía. Ha coincidido este periodo con el momento de madurez del cómic y con la celebración cultural de algunos de sus autores, que han alcanzado el grado de estrellas artísticas y han llenado las paredes de prestigiosos museos con su obra. No es casualidad.
Constatamos ahora que en las paredes de muchas galerías se observa una nueva bifurcación plástica interdisciplinar, aunque en este caso, hacia un universo aparentemente mucho más acotado: el de la ilustración infantil. Aparecen más y más ejemplos de autores que manejan el lienzo (o directamente la hoja de papel) como un nuevo jardín de las delicias influido por el manga y la ilustración japonesa, el surrealismo-pop y la ilustración clásica; y, lo que es más notable, parece ser que son estos creadores quienes más éxito están teniendo entre el selecto grupo de coleccionistas adinerados. De algunos de los representantes de este emergente universo artístico ya hemos hablado en estas páginas.
Pero vayamos por partes y acerquémonos con más detalle a las propuestas planteadas en ArteSantander 2012. Estudio Ariza, de Tenerife, presentaba diferentes piezas de La floresta mágica, del cubano Manuel Mendive, una serie de témperas, bastones de madera decorados y cuadros sobre madera troquelada que recrean, dentro de su surrealismo mágico, motivos de bosques encantados muy en la línea de la tradición pictórica vanguardista caribeña; por su uso del color y la temática elegida, a nosotros nos recordó mucho al trabajo de un ilustrador ya mítico, Maurice Sendak. También la madrileña Blanca Berlín se movió en territorios próximos a la ilustración infantil gracias a una colección de dibujos y acuarelas sobre papel con un aire naïve e informal y un punto desasosegante, firmadas por The Children Pox (el español Juan Zamora y la belgo-mexicana Alejandra Freymann). Otro tanto hacía Aranapoveda, al presentar el trabajo My animal dance, de una artista que nos gusta, Rosana Antolí, compuesto por varias piezas de pequeño tamaño, una videoinstalación y un gran dibujo central (habitado por bellas jovencitas en un contexto zoológico), que podrían haber estado firmadas por Howard Cruse en un mano a mano con Shintaro Kago; una mezcla sólo aparentemente imposible, que funcionaba muy bien sobre todo en las piezas más grandes. Los dibujos que ocupaban los muros de la valenciana pazYcomedias no eran de Shaun Tan, que así lo parecían, sino de Sergio Luna, y debían su cualidad hiperrealista al uso virtuoso de la tinta china por parte de su autor. La propuesta de Diego del Pozo Barriuso, en la salmantina Adora Calvo, resultó mucho más mecánica y estilizada, con su juego cruzado de diagramas, letreros y dibujos antropomórficos próximos a la estética de la señalética (muy a lo Julian Opie o Rutu Modan).
También nos gustó redescubrir en Ethall, de Barcelona, la premiada obra de Martín Vitaliti (ha obtenido el premio Museo ABC de Dibujo este mismo año), un amigo reciente de este blog, que basa sus obras inclasificables (¿instalaciones, decoupage, collage, assemblage?) en el apropiacionismo, no sólo de las técnicas del cómic, sino del cómic físico en sí mismo.
Una de las galerías que más atenciones concitó fue la madrileña Liebre, que dedicó su espacio a las instalaciones de luz de Laramascoto (Santiago Lara y Beatriz Coto): sus Grandes avatares, a partir de smartphones, nos recordaron, precisamente, a la obra del arriba mencionado Juan Zamora (que vimos hace dos años en el DA2); realmente interesantes ambos. Más atractiva aún nos pareció El pacto de las luces, de nuevo un juego de videoproyecciones sobre un dibujo mural, cargado de connotaciones lóbregas y referencias a las criaturas nocturnas de la cuentística popular. Fantástica pieza.
En una línea completamente diferente, nos gustaron mucho los fotocollages sobre acetato de Simon Edmonson, en Álvaro Alcázar; las falsas composiciones espaciales tridimensionales de Nicolas Grospierre (en Alarcón Criado); las preciosas y atmosféricas fotografías granuladas de Petra Lindholm, de la berlinesa Collectiva; y la efectista y técnicamente perfecta propuesta de Sicart, con los murales y las cajas de neón de Fernando Navarro Viejo.
Un año más, Santander ha sido un foco de interés artístico dentro del verano español. Esperemos que no sea la última, a la vista del negocio (la ausencia del mismo) surgido a su alrededor, pese a que, esta vez, la entrada al recinto era gratuita. Como suponemos que las instituciones locales y regionales (que están entre los "inversores" más fiables en este tipo de eventos) tampoco han aliviado en demasía la falta de actividad comercial, cada vez nos cuesta más atisbarle un futuro optimista a la miriada de ferias y exposiciones de arte contemporáneo que han florecido en nuestro país durante los años de abundancia y derroche. Tendrán que empezar por abaratar o incluso ofrecer el espacio expositor de forma gratuita a las galerías y, luego, cruzar los dedos para que esos ricos que, nos dicen, lo son cada día más, entre la desgracia colectiva, sigan pensando que el arte es un buen campo de inversión. Sea como fuere, ojalá a ArteSantander le queden muchos años de vida y mejor salud, y que Superman nos pille confesados.
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(Actualización: 23-agosto-2012):
Para profundizar más en el trabajo de Vitaliti, les remitimos a las dos siguientes entradas de Pablo Turnes; analíticas y verdaderamente instructivas:
http://bibliapobre.wordpress.com/2011/10/26/al-infinito-y-mas-aca/
http://bibliapobre.wordpress.com/2012/03/08/la-paradoja-del-carbono-14/

lunes, agosto 13, 2012

Barcazza, de Francesco Cattani. La claridad

Nos encontramos por primera vez con Francesco Cattani en el excelente catálogo de Canicola, su editorial italiana. Y allí ojeamos también por vez primera las páginas luminosas y acuáticas de Barcazza, la premiada obra que acaba de publicar Sins Entido en nuestro país.

Abrimos la primera página y nos topamos con el título y dos planchas elaboradas con un trazo nervioso, semiabocetado (muy De Crecy o Sfar). Es una falsa impresión. El dibujo de Cattani se caracteriza por una línea clara (clarísima) firme y sin modulaciones. Uno de esos trabajos precisos y meticulosos que parecen obra de un delineante, como es el caso de los Anders Nilsen o Sammy Arkham. Cattani prescinde totalmente de tramas y sombreados, y fía toda la fuerza de su dibujo preciosista al poder de la línea desnuda. Son, en consecuencia, las páginas de Barcazza una fuente de luz, de luminosidad estival (la historia se desarrolla entre chapuzones veraniegos y villas situadas en calas rocosas), y escenario para espacios desnudos y atmósferas contemplativas.

Y es que Barcazza es uno de esos cómics donde, en realidad, no pasa nada, pero, como en la obra de otros creadores contemporáneos afines (escritores como Richard Yates o Raymond Carver -se puede ser contemporáneo y estar muerto-, y directores como Abbas Kiarostami o Atom Egoyan), se presiente todo. También lo hacen Tomine o el Porcellino en el mundo del cómic. El ejercicio narrativo consiste en seleccionar un instante preciso en la vida de un personaje, de un grupo de personajes en este caso, y desvelarnos a través de sus actos esos matices de la personalidad, esos secretos de la biografía, que permanecen ocultos al observador externo. Algo así como un extracto del día a día, un concentrado (significativo) del slice of life.

Comienza Barcazza, como hemos señalado, con una escena veraniega más o menos habitual: lo que parecen los miembros de una familia disfrutan de un día en alta mar en una lancha junto a un pequeño atolón de riscos, desde los que los niños saltan y se zambullen en el agua. Los adultos toman el sol y charlan en la barca, sin perder de vista las correrías acuáticas de los menores. Así de normal todo y, sin embargo, la escena y las conversaciones entre los personajes alumbran segundas lecturas y dejan entrever la estructura profunda de la realidad. Ya desde estas primeras secuencias, no hemos podido evitar acordarnos de esa magistral película de Michelangelo Antonioni que es La aventura, una historia llena de elipsis y misterios que también habla de paseos en yate, islotes rocosos y baños en alta mar.

La segunda parte de la obra se desarrolla en el contexto de una preciosa casa costera de muros encalados, aislada del interior por acantilados y arrecifes de rocas. El escenario ideal para el aislamiento y para la paz interior, pero también para la cocción de inquinas y la ebullición sexual. Cattani recurre al silencio cargado de emotividad de los espacios vacíos, a las transiciones lentas, a los planos de detalle y a sigilosos zooms espaciales y "movimientos de cámara" subjetivos que sitúan al espectador en la posición del voyeur que espía por el ojo de buey de un camarote (o de un muro blanco en medio de la nada). Y sobre nuestras cabezas, un cielo como un mar que proyecta una luz blanquísima.

lunes, agosto 06, 2012

Pop en Pucela.

Verano pop, oigan. No acabamos de hablar de lo de Hockney en Bilbao y volvemos ya con otro evento expositor, en Valladolid esta vez.
Resulta que desde el 19 de junio y hasta el 19 de septiembre, tendremos la oportunidad de ver una exposición de lo más granado del Pop Art estadounidense en la Sala Municipal de Exposiciones del Museo de Pasión, en Pucela. "This is Pop Art", se llama la muestra, y recoge algunos de los trabajos más conocidos de Andy Warhol, Keith Haring, Robert Indiana, Roy Lichtenstein, Steve Kaufman, el fotógrafo Bert Stern y el genial, y muy reivindicado en los últimos años, Robert Rauschenberg. De varios de ellos, hemos hablado en numerosas ocasiones en este blog. Ahora tenemos la oportunidad de contemplar en vivo más de 90 obras clave del movimiento.
El POP ART, cuyos orígenes habría que buscar en el dadaísmo, muestra los rasgos esenciales asociados al ambiente cultural de los años sesenta y al sentir de una sociedad consumista que idolatra a las estrellas de Hollywood y convierte a los mass media en testigos imprescindibles de un mundo que empieza a sentirse global. Las firmas comerciales -como Kellog´s, Heinz o Campbell- pasan de las estanterías de los supermercados a las paredes de las galerías de arte, acuñando códigos de una nueva era. La American way of live, la modernidad propulsada por los medios de comunicación masivos, el consumo desbordante en el mundo del próspero capitalismo tejían nuevos conceptos de cultura y ruptura.
El Pop Art se apropia de técnicas plásticas propias de los medios de comunicación masivos, como el comic, la fotografía y los distintos procedimientos derivados de ella -ampliaciones y yuxtaposiciones, collages, fotomontajes-, y el cartel publicitario, con sus diferentes técnicas visuales -acumulación, oposición, supresión-. La utilización de la pintura acrílica, derivada de los colores planos del cartel, el cultivo de la bidimensionalidad, el recuso del dibujo nítido y la utilización del gran formato son otras tantas características del pop-art americano.
La serigrafía se convierte en una de las técnicas más empleadas entre los artistas pop, por la libertad de creación que permite, la posibilidad de realizar trabajos de forma más rápida y porque permite al artista realizar gran número de obras, lo que se adapta al concepto de trabajo de repetición.
De casi todo ello encontraremos ejemplos en el Museo de Pasión: desde las Merilyns de Warhol o sus latas Campbell, al apropiacionismo viñetero de Lichtenstein, los collages de Rauschenberg o ese Love de Indiana que ya se ha convertido en icono del diseño tipográfico y la moda. Y todo ello presentado bajo el formato de serigrafías, litografías, collages, fotografías o grabados, las técnicas reproductivas favoritas del Pop Art, por su naturaleza seriada y la asequibilidad económica que aportaban a la obra. Recordemos que uno de los argumentos básicos del Pop residía precisamente en esa naturaleza popular y accesible de la obra: el arte al alcance del pueblo, junto al objeto de consumo introducido en el museo y convertido en obra de arte. En esta muestra se prescinde de óleos y acrílicos, aunque la obra de Lichtenstein y Rauschenberg, por ejemplo, reuna muchas obras relizadas con estas técnicas, en pos de piezas seriadas (por otro lado, mucho más fáciles de reunir, claro).
Otra de las virtudes de la exposición reside en el espacio elegido para la misma: una antigua iglesia que multiplica los matices simbólicos y ofrece un marco de lectura irónico a muchas de las obras representadas en sus salas. Es refrescante estudiar los diez cuadros de la serie Apocalypse, la serie de obras de Keith Haring elegidas para la exposición (que realizó junto al escritor beat William Burroughs en 1988), en un edificio que otrora servía para ensalzar y dar cobijo a casi todo lo que sus cuadros, profundamente antirreligiosos, critican: un ataque abierto y cruento contra la iconografía religiosa y el insoportable peso moralizante y punitivo que la religión tiene en la vida de las personas (más aún en la de un homosexual como él). Algo similar sucede con la ubicación de Saint Apollonia, de Andy Warhol, en los muros del rellano de la escalera que conduce al piso superior. Trasgresión Pop en estado puro.
Una exposición muy recomendable para todos los amantes del Pop Art, y una ocasión inmejorable para constatar la supervivencia de tantos y tantos iconos nacidos a la vera de un movimiento que, hace unas décadas que parecen siglos (así de rápido avanza el arte y el mercado que todo lo fagocita), fue el summum de la provocación.

lunes, julio 30, 2012

Viajes por la Red. "Tebeosferando" y aclarando líneas.

Esta semana les vamos a remitir a páginas ajenas, pero sin eludir la responsibilidad de lo escrito.
Hace algunos meses, los amigos de Tebeosfera nos invitaron a participar en su (con las decenas de artículos publicados, ya se puede decir) excelente, ambicioso e ilustrativo nuevo número digital, dedicado al tratamiento de la figura femenina y del sexo en el cómic. Todo un honor a la vista del listado de articulistas que han participado y la categoría de los documentos aportados. Nos ofrecieron varias posibilidades temáticas, entre ellas, un caramelo con sabor a Ware-Clowes-Burns, que es el que finalmente nos llevamos a la boca y estuvimos rechupeteando durante unas semanas. Escribimos un artículo largo largo, sobriamente titulado "Mujeres y sexo en la obra de Charles Burns, Daniel Clowes y Chris Ware".
Les invitamos a acercarse a él desde su último párrafo (que nosotros sepamos, el ensayo no entiende de spoilers):
Charles Burns, Daniel Clowes y Chris Ware, tres formas de considerar la figura femenina y el sexo (mostrado, en cada caso, como objeto de pecado y fuente de problemas, como motivo de frustraciones personales e insatisfacción y como espejo de las más diversas psicopatologías). Tres nombres básicos para entender la eclosión contemporánea del cómic, a través de la novela gráfica, y su consolidación como vehículo artístico narrativo abierto a nuevos temas y posibilidades expresivas. Y en definitiva, tres formas afines de entender el mundo de las viñetas desde diferentes poéticas que, en los tres casos, han creado escuela y cuentan con legión de seguidores.
Unos días antes de que este artículo apareciera en la blogosfera, otro blog amigo, La Línea Clara, nos invitó también a abrir el periodo vacacional a ritmo de recomendaciones estivales: tres lecturas para que nuestros lectores y afines pudieran acompañar sus horas de tumbona y visitas monumentales con buenas páginas viñeteras. Así, junto a las sugerencias de entendidos tan bien documentados como el Tío Berni o Juan F. Molinera, nosotros tiramos de dos tebeos que nos han gustado en los últimos tiempos (y de los que ya hemos hablado aquí) y de un clásico-moderno, viajero y experimental, como El fotógrafo, uno de nuestros cómics favoritos de los últimos años, y una obra que nunca nos cansaremos de recomendar. Pasen y lean nuestra mini-lista de "Cómics veraniegos para aclarar la línea".

martes, julio 24, 2012

David Hockney y su artística vejez tecnológica.

En los años 60 David Hockney se convirtió en la cara elegante, británica y sofisticada del pop artístico, un movimiento que entre sus credenciales presentaba, precisamente, su adscripción al suelo firme y a la trivializción mundana y serial del objeto artístico.
Sin embargo, las lujosas piscinas californianas del creador inglés y sus retratos de millonarios gustaron mucho entre la intelligentsia estadounidense y, por ende, a la vanguardia crítico-artística del momento (que desde unos años antes seguía con obnubilación la inercia del stardom pictórico post-impresionista-abstracto). Pese a su detallismo y a lo identificables que eran los personajes de sus retratos, la pintura de Hockney nunca desentonó dentro del ideario pop: sus cuadros mostraban escenas convencionales de la clase alta, cuadros costumbristas de la jet set, pero al espectador se le aparecían tan fríos y seriados como una colección de botes de sopa Campbell; porque, en el fondo, el modo de vida que representaban, su exaltación aparentemente exitosa del cacareado triunfo del sueño americano, escondía el mismo fracaso de la insatisfación y la rutina que atenazaban al resto de la población, al ciudadano de a pie convencional. Las piscinas turquesas y los lujosos cuartos de estar que presidían el lienzo ofrecían, en principio, imágines idealizadas, realizaciones pecuniarias del deseo obrero, pero sus personajes resultaban tan fríos (gélidos) y carentes de atractivo, que el espectador terminaba compadeciéndose de ellos más que envidiándolos. El conjunto nos recordaba más a la soledad de Hopper que al festivo brochazo de Lichtenstein o a la realidad licuada y colorida de Rosenquist.
Después, Hockney evolucionó desde el realismo pop de sus inicios hacia propuestas más acordes con los tiempos, dentro del trabajo con fotomontajes fotográficos a partir de polaroids y el esquematismo pictórico que marcaban los preceptos del pop más ortodoxo.
En 2001, el Hockney crítico y amante de la pintura nos sorprendió con una obra fascinante, uno de los estudios sobre la historia del arte más interesantes que hemos podido leer, El conocimiento secreto. Una obra que intenta explicar con el uso de técnicas ópticas y mecánicas, como la cámara oscura, la sorprendente evolución técnica que pareció experimentar la pintura renacentista italiana y flamenca en apenas dos décadas. Cómo, a partir de 1430, maestros consagrados del retratismo (los Giorgione, Holbein o Campin), consiguen que sus cuadros evolucionen desde un realismo que conservaba parte del hieratismo del último gótico, hasta un preciosismo basado en el detalle mimético, cuasi-hiperrealista. Para Hockney fue el empleo de lentes y artificios mecánicos lo que facilitó esta evolución sin precedentes (por lo súbito y repentino) dentro del mundo del arte.
Ahora, y hasta el 30 de septiembre de este año, tenemos la ocasión de acercarnos a otra faceta de la figura de David Hockney, gracias a la exposición "David Hockney: una visión más amplia", que ocupa varias salas de exposiciones del Museo Guggenheim de Bilbao. Se trata de un recorrido por la fecunda producción que ha ocupado al artista en sus últimos años: una vuelta a sus orígenes ingleses, a partir de la revisitación paisajista de la campiña de su Inglaterra natal. Parte de la exposición está compuesta por una prolija colección de óleos que, si bien demuestran que Hockney sigue conservando una mano excelente para la pintura, aportan más bien poco a su producción precedente. Cuadros con un aire nostálgico pastoril que demuestran su apego a la tierra y su amor por el condado de Yorkshire que le vio crecer.
Hay también abundantes muestras, sin embargo, de cierta evolución expresionista a partir de estos mismos motivos, que se ejemplifica a la perfección en obras como los excelentes Tala de invierno (2009) o La llegada de la primavera en Woldgate (2011); con una paleta de colores refulgentes que nos recuerdan a la brillantez impresionista de Van Gogh o al exacerbado cromatismo antinatural del fauvismo.
Son sorprendentes, asimismo, muchos de los cuadros de Hockney realizados mediante un iPad y ampliados a posteriori a tamaño de lienzo. Hockney es, y ha sido siempre, un autor "moderno", un hombre abierto a ese mismo empleo "tecnológico" y mecánico que, en El conocimiento secreto, él mismo alababa en los pintores del quattrocento. Por eso, a nadie que haya seguido su trayectoria (que comprende trabajos como diseñador, ilustrador o escenógrafo), puede sorprender su incursión en el mundo de la tecnología digital y el vídeo arte en alta definición que se puede contemplar en algunos de sus trabajos expuestos ahora en el Guggenheim. En sus "cuadros" ampliados sobre dibujos hechos con iPad se observa su capacidad como dibujante, la rapidez de su trazo, su certeza en la elección de efectos y paletas digitales, y se demuestra a las claras el talento artístico de uno de los pintores esenciales del S.XX y, ahora, del S.XXI.

Además, si aún quedara algún espectador insatisfecho con todo esto, le restaría la oportunidad de disfrutar in situ de La autopista de Pearblossom (1986) una de las obras esenciales de la fotografía de las últimas décadas.

martes, julio 17, 2012

Viajes cantábricos, musiqueos y pintxos a fuego negro.

Regresamos de una escapada norteña cargada de turisteo gastronómico, visitas culturales y festivales con aíres de gran evento: The Cure y sus maratones góticos, las ceremonias electro-religiosas de unos Radiohead amasados por miles de devotos, la borrachera de felicidad rockabilly de los Corizonas...
Entre medias, Bilbao te ofrece la posibilidad de disfrutar de una gastronomía de lujo (en todos los sentidos, incluido el pecuniario) y de unas barras de pintxos que parece catálogos de arte contemporáneo (en el mejor de los sentidos). Así, entre croquetita de bacalao y canutillo de idiazábal con aceite de trufa, nos hemos acordado de ese cómic-recetario que publicó la Editorial Everest hace tres o cuatro años: se llamaba A fuego negro y, como anunciaba el subtítulo en portada ("Pintxos y viñetas"), sus páginas mostraban una combinación sorprendente de recetas de alta cocina y cómic. Esta obra ganó el Gourmand World Cook Award al libro más innovador en su edición de 2009.
Los protagonistas son Edorta Lamo e Iñigo Cojo a los fogones (cocineros afamados en el arte de la tapa euskaldún, premiados y reconocidos en multitud de ocasiones por sus pintxos y tapas), Amaia García a la dirección, Mikel Alonso a la fotografía y Bruno Hidalgo a los lápices. "A fuego negro" es también el restaurante donostiarra donde Iñigo Cojo y Edorta Lamo ponen en práctica y ofrecen a sus clientes el proyecto que presentan en su cómic. Las viñetas del libro describen/narran/ilustran recetas llenas glamour e ironía, muy en la línea de la nueva alta cocina española de los Ferrá Adriá o Carme Ruscalleda (la cocina experimental e innovadora de una España que ya empieza a parecer lejana e inasequible): sugerencias tan apetitosas como el vaso de karrakelas, manzana verde y txakolí o el risotto crujiente, txuri black de idiazabal y txipirón, ¡ñam!
Los dibujos de Bruno Hidalgo nos recuerda en su trazo a los trabajos de Migelanxo Prado, sus historias son entretenidas y dinámicas y, casi siempre, están bien engarzadas en el conjunto de un trabajo que, pese a su extravagancia conceptual, se lee y disfruta con la naturalidad de un buen paseo gastronómico por el barrio viejo de Bilbao, San Sebastián o Vitoria.
Aprovechen el verano para viajar, comer y deleítar el oído, que cada vez nos va quedando menos espacio para el capricho. Y consuélense, cuando ya ni el derecho al placer nos dejen los mismos que se sacian y se ríen de nosotros con la boca abierta llena de langosta, al menos nos quedará el lujo de la lectura.

lunes, julio 09, 2012

Podría ser peor, de Ana Galvañ. Lo perverso y lo cándido.

Hace años ya que conocemos, seguimos y disfrutamos en la web del trabajo de Ana Galvañ (léase Elmyra Duff). Siempre nos ha extrañado que el talento visual, el humor ácido y la agudeza de sus trabajos no empujaran a ningún editor a apostar por ella, a la hora de proponerle una historia larga o, al menos, recopilar sus relatos dispersos (aparecidos en su blog, en Dos Veces Breve, Barsowia, etc.) en un único volumen. Ha tenido que ser una editorial recién llegada, la muy activa y atrevida Ultrarradio, la que nos haya dado el gustazo y se haya decidido lanzarse a por el segundo de los propósitos mentados.
Podría ser peor compila, como acabamos de decir, trabajos de Ana Galvañ previamente publicados en otras publicaciones periódicas y fanzineras, pero también incluye dos relatos inéditos, los excelentes "El amigo pusilánime" (una historia de personajes acomplejados con vuelta de tuerca) y "Oniaeh" (una de esas pesadillas marcianas que tanto abundan en la obra de la autora). Junto a ellos, el cómic recoge un muestrario de historias cortas que reúnen casi todas las "marcas de fábrica" de la narrativa de Ana Galvañ: encontramos pantomimas del relato psicológico y la digresión intelectual (como sucede en "Constanax 20 mg" o en "El balcón"), manipulaciones paródicas de modelos genéricos ("La leyenda de Jimmy Rowland"), cuadros sociales cargados de acidez y mala uva ("Que hago con mi perro", "Mi amigo el minotauro", "Ramona no sufras más" o "Noche de rock"), o jugueteos surrealistas con aire de pesadilla gótica infantil ("Todo era un sueño", "Verde era mi valle" o "Evaristo Hundlebert"), que nos conducen ineludiblemente hacia el imaginario artístico de directores de cine como Tim Burton o David Lynch, dibujantes de cómics como Jali, Carlos Vermut y Alberto Vázquez, o los japoneses Shintaro Kago y Suehiro Maruo, e ilustradores como Edward Gorey, Aleksandra Kopff y alguno más. Referencias y más referencias, influencias y ascendentes (deberíamos mencionar también a Daniel Clowes, claro), para intentar entender, para aprehender verbalmente, el espíritu que se encierra en la narrativa de Ana Galvañ; consecuencias de una poética aún breve pero rica en referencias intertextuales.
Pero no se equivoquen, si hay algo de lo que puede presumir ostentosamente la obra de esta joven autora es de no tener complejos (como demuestra la utilización cohesiva de viñetas de su serie web "Alguien dijo", al principio de cada historia) y de poseer una voz propia y una enorme personalidad. La tienen sus dibujos, en parte candorosos, en parte perversos, que fagocitan sin prejuicios manga, ilustración clásica, surrealismo pop y cartoon, en proporciones diversas según los requerimientos de la historia (sic. "Constanax 20 mg"). Y la tienen sus relatos, cargados de ironía y reflexión, pero presididos todos ellos por atmósferas inquietantes y giros narrativos inesperados, para crear un efecto de distanciamiento con la realidad que, paradójicamente, nos atrae hacia el interior de la historia como un imán con espinas.
Ahora, sólo esperamos que, algún día, Ana Galvañ se ponga de largo y algún editor valiente se atreva a pedirle la mano.