El fin de semana pasado publicamos en el suplemento cultural del ABC Color de Paraguay una reseña dedicada a Chapuzas de amor, de Jaime Hernandez; un trabajo perturbador y conmovedor a partes iguales. Una obra que se integra dentro de las grandes novelas río que estos dos hermanos están construyendo para la posteridad de la narrativa comicográfica. Chapuzas de amor es una novela gráfica de madurez, aglutinadora y completista; una historia que se disfruta sobremanera si conocemos los referentes que la justifican y el contexto narrativo en el que se integra; pero que también admite una lectura aislada, que será un hallazgo para el afortunado recién llegado. De todo ello hablamos en nuestro artículo "La gran novela chicana".
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
Se
menciona con frecuencia la dificultad de enfrentarse a una obra, la de Jaime y
Beto Hernandez, en la que, como en la vida misma, todo está interrelacionado y
es interdependiente. Durante su carrera como dibujantes de cómics, los dos
hermanos han construido sendos cómics-río al estilo de otros grandes autores
literarios que han hecho pivotar su narrativa alrededor de un espacio
ficcional, eje rector de sus entregas novelescas: el Macondo de Gabriel García
Márquez, el condado de Yoknapatawpha en la obra de Faulkner, la
Comala mágica y trágica de Juan Rulfo o la ciudad de Santa María en algunos
libros de Juan Carlos Onetti. Son, como las llama Luis Mateo Díez, las "geografías
de la imaginación", espacios de ficción que funcionan como microcosmos
de realidad.
Las
historias de Beto Hernandez transcurren en diferentes momentos de la historia
de Palomar, un pueblo de la frontera estadounidense-mexicana, como hay miles;
Jaime Hernandez sitúa a sus "Locas" en el barrio californiano de
Hoppers y luego dentro de un Los Ángeles reconstruido y reinventado. En esos
dos escenarios, tan vívidos y llenos de humanidad, los hermanos Hernandez
despliegan su muestrario de personajes y les hacen vivir a través del tiempo,
en sendas epopeyas fronterizas que, dentro de su componente ficcional
(enloquecido, a veces), transpiran verdad y algunas dosis de biografía propia.
Realismo mágico.
Con
estos datos en mente, enfrentarse a una obra como Chapuzas de amor (como
lo fue hacerlo a Penny
Century en su día), sin haber leído previamente los diferentes
episodios de su serie Locas, puede parecer un ejercicio complejo por la
falta de una narrativa contextualizadora; ya que los personajes de Chapuzas
de amor, son los mismos que habitan en ese gran cómic-río que Jaime ha ido
construyendo a lo largo de su vida artística. Es más, en este cómic, se nos
descubren algunos secretos de las historias biográficas de Maggie, Hopey, Reno
y compañía; se rellenan huecos de información que explican sus reacciones y
comportamientos en diferentes episodios de la saga. Y, pese a todo ello, esta
obra, no necesita contextos, ni referentes para emocionar. Como bien señala una
de las críticas promocionales en la contraportada del libro:
No es necesario haber leído la
historia de los hermanos Hernandez para apreciar la hazaña, pero para los que
lo han hecho, es imposible llegar al final sin derramar gruesos lagrimones. Es
así de bueno, desgarrador e impresionante, todo en su justa medida.
Así
de bueno es Chapuzas de amor, sí, tanto que su lectura conmueve aunque
no conozcas a sus protagonistas, aunque te tires de cabeza in media res
a bucear entre los fragmentos de vida de sus personajes. Tan bueno es que
empuja al lector a querer saber más de las vidas que muestra y le incita a leer
con avidez por primera vez, o a releer con interés renovado, las circunstancias
existenciales que rodean y contextualizan cada uno de los siete episodios que
conforman este libro.
Como
sucede siempre en la obra de Jaime Hernandez, los capítulos de Chapuzas de
amor no están organizados cronológicamente, ni construyen una línea de
relato única. Se trata de siete episodios que esbozan fragmentos de vida,
brochazos biográficos, no tanto de la existencia de un solo personaje (aunque
Maggie sea la principal protagonista de esta historia), sino de toda una
comunidad. Dentro de este uso maestro de la elipsis, la galería de personajes
que ha construido Hernandez en su saga aparece explícita o implícitamente
representada en cada episodio y acontecimiento, sus acciones tienen efectos
inmediatos en la acción directa, pero, al mismo tiempo, funcionan como causas
latentes e influencia de acontecimientos futuros (algunos de los cuales ya
conocemos como lectores quienes hemos leído los volúmenes de Locas).
Interrelación e interdependencia.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
No
hacen falta excusas para embarcarse en la lectura de una obra maestra, pero en
ocasiones un estímulo o acicate es un buen aliado. Si no conocían a Jaime
Hernandez o a su hermano Gilbert (Beto), quizás la publicación este año de Chapuzas
de amor pueda ser ese empujón definitivo que les ayude a sumergirse en una
narrativa gráfica compleja, rica y mágica que supone uno de los momentos
cumbres del cómic moderno. Atrévanse.