Hace algo menos de una semana se cumplían 101 años del nacimiento de una de las grandes voces del jazz, de la música: Billie Holiday. Decidimos celebrarlo por anticipado en el periódico ABC Color de Paraguay, con una reseña del homenaje que otros dos clásicos, los artistas José Muñoz y Carlos Sampayo, le dedicaron a la leyenda en forma de cómic. Curioso intercambio, en realidad, porque Muñoz y Sampayo son también dos leyendas vivas, de la narración gráfica en su caso.
Nuestra editora Montserrat Álvarez le dedica en el número un perfil biográfico a la gran cantante; el Doctor en Filosofía y melómano, Jorge Manuel Benítez, se acerca a su voz a través de la escucha de All or Nothing at All; y nosotros completamos el homenaje con nuestro artículo: "Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo. La canción de la mala vida".
Desde siempre, desde que, vanguardia viva, bucearon en el
nacimiento de un cómic adulto que se dio en llamar «cómic de autor»; desde que
se presentaron como invitados transatlánticos del hermano continental junto a
aquellos tipos del underground y a aquellos atildados auteurs europeos que
ahora entendemos como padres de la aclamada cosa gráfica novelada; desde que
empezaron rasgando la página y la viñeta a machetazos, y los bocadillos con
letras trazadas por un buril; desde entonces, Muñoz y Sampayo parecen arte nuevo
y revelación, más que cómic; o cómic artístico y vanguardia, que puede llegar a
ser lo mismo. Reinventores del lenguaje.
La edición preciosa de Billie Holiday, de Salamandra Graphic
(prestada de los franceses Casterman) se abre como si fuera un museo: páginas
doradas a lo Klein antes de los créditos; retrato plateado de ella, esbozado
sobre negro como una caligrafía arrugada, para ilustrar el título; y luego, la
foto enorme en plano medio de Francis Paudras de una Billie bellísima y
jovencísima: una diosa de la música en plena exuberancia subrayada por un
tocado de flores blancas sobre su pelo ensortijado. Un museo sin casi abrir el
cómic de Muñoz y Sampayo, aún.
«Prostituta, alcohólica, toxicómana. Muere joven... Una vida
sentimental desgraciada», dicta el cronista. La niebla de Billie Holliday es
demasiado densa como para que la realidad llegue algún día a despejar el mito
perfecto del malditismo, la gloria y el amor convertido en jirón de voz.
Con el estilo oblicuo y afilado de Muñoz, y la inclinación
de Sampayo por los relatos seccionados y la mirada múltiple, este cómic aborda
la historia de la gran dama del jazz como un relato construido a partir de
referencias cruzadas y testimonios fragmentarios; recreando, en algún sentido,
la propia vida de su protagonista. En el prólogo del cómic, Francis Marmande
así lo señala:
«Afortunadamente, Billie Holiday vivió varias vidas. Varias
vidas simultáneas, cruzadas, enredadas como el hilo de una madeja, con
suficientes placeres inauditos para transmitírselos a todo el mundo; con
aquella risa, a pesar de todo, sobre un fondo de muerte, y esa locura por los
hombres que la llevaría a la perdición.
»...Tuvo la energía para vivir todas esas vidas mil veces
más intensamente que nuestras vidas cuadriculadas, escrupulosas, renqueantes.
Tuvo, sobre todo, la capacidad dañina de vivirlas todas juntas en sus
intersecciones, en sus brechas, en sus heridas insoportables. Murió a los
cuarenta y cuatro años».
Aquel cronista que mencionábamos, un periodista al que le
han endosado la tarea de escribir sobre el trigésimo aniversario de la muerte
de una cantante de jazz a la que no conoce, es una de las esquinas de este
relato oblicuo, también fragmentario y entrecruzado. Una de las marcas de
estilo de Muñoz y Sampayo. Otra de esas marcas es la presencia protagonista en
Billie Holiday de Alack Sinner, personaje estandarte e icono del dúo creativo;
detective oscuro, torturado, complejo, que representa una de las cumbres de la
serie negra comicográfica, y referente fundamental, en las numerosas historias
protagonizadas por él, para el crecimiento del cómic adulto a partir de aquel
cómic de autor europeo e hispanoamericano de los años sesenta y setenta. En
Billie Holiday, Alack Sinner es un policía primerizo (ignorante aún del
serpenteante universo ficcional biográfico que le espera) que un día, de
niño, conoció a la más grande cantante de jazz; y que luego, ya de adulto,
volverá a encontrarse con ella un luctuoso 17 de julio de 1959, casi sin
saberlo. Vidas cruzadas, viajes autorreferenciales.
La tercera presencia del relato es, claro, la que le pone
nombre: Eleonora Holiday, Lady Day, Billie Holiday… La historia de una
desgracia continuada que llegó a parecer una vida; y que salpicó a quienes la
rodeaban, como a ese pobre Lester «Pres» Young, un hombre invisible que
respiraba a través de un saxofón.
El cronista indaga, recupera los retales de la biografía y
los une, no para ilustrar la imagen luminosa de su éxito y recuerdo póstumo (la
que resiste plastificada en las portadas de sus CDs recopilatorios), sino las
huellas casi perdidas de su fracaso como persona, de su vida infeliz sacudida
por el machismo de los hombres que no la quisieron y por el racismo de sus
conciudadanos, que no la respetaron. De fondo, suena «You might find th’night
time th’right time for kissin», como un mantra. Tonada del anhelo de lo que
nunca fue.
La voz de Billie Holiday encerraba el secreto del arte, y
sus canciones solo nos dejaban constatarlo por una rendija. Este cómic lo da
por hecho, y nos abre otra rendija para que descubramos la fragilidad, la
imperfección y la suerte perra que en realidad respiraban debajo de la
estrella.
El arte gráfico de José Muñoz, dueño del claroscuro, del
tenebrismo, el verdadero expresionista alemán de Buenos Aires, es de nuevo un
prodigio de manchas, intersecciones y rostros cortados por la tinta de una
navaja. Los globos y los textos de Billie Holiday se entretejen, van y vienen,
y, como en una banda sonora impresa sobre papel, crean un contexto, una
atmósfera pesada y densa, hecha de conversaciones anónimas, recuerdos casi
perdidos y muchas noches sin dormir (las del periodista, que necesita terminar
su artículo, las de Alack Sinner, que no sabe que ella se está muriendo en la
habitación contigua, y las de Billie Holiday, que fueron casi todas).
Este cómic está cargado de arte desde la portada hasta las
páginas finales, en las cuales, bajo el título de «Jam session», se recogen los
increíbles bocetos, dibujos rápidos y cuadros de situación creados por Muñoz
para terminar de redondear un trabajo, que es un homenaje a la vida triste de
una voz única.