martes, abril 02, 2019

Balthus y el conde de Rola, de Tyto Alba. De lo artístico, lo perversoy lo divino

Después de varios lustros de glorificación del género autobiográfico, podemos confirmar —sin temor a caer en generalizaciones oportunistas— que el cómic vive un momento de eclosión de las biografías; destacando entre ellas aquellas dedicadas a escritores, filósofos y artistas. 
Dentro de este último grupo, encontramos ejemplos recientes muy destacados, como los preciosistas acercamientos al arte de Monet (Monet. Nómada de la luz, de Rubio y Efa) y Magritte (Magritte. Esto no es una autobiografía, de Zabus y Campi); obras inclasificables como El tríptico de los encantados de Max; o ese mucho más heterodoxo y tangencial cruce de caminos entre Picasso y el cómic que con tanto brillo firmó Daniel Torres el año pasado.
Se intenta favorecer un diálogo entre dos discursos artísticos que se tocan en su empleo del lenguaje visual y en las muchas concomitancias estilísticas que han cruzado sus recorridos históricos. Estas biografías de artista suelen estar avaladas y bien recibidas por el mundo del arte y por sus creadores. Algunas de ellas se presentan y promocionan en museos, sus prólogos aparecen firmados por curadores, directores de pinacotecas y galerías y, en algunos casos, incluso, su edición está cofinanciada por esas mismas instituciones. Es el caso, por ejemplo, de Balthus y el conde de Rola, de Tyto Alba, cuya coedición corre a cargo de Astiberri (con quienes el autor ya había editado otro cómic pictórico: La vida. Una historia de Carles Casagemas y Pablo Picasso) y el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza; es el director de comunicación del museo, José María Goicoechea, quien firma el prólogo del cómic.
La presentación de Balthus y el conde de Rola coincide con (y promociona) la retrospectiva temporal que, entre el 19 de febrero al 26 de mayo de 2019, el museo le dedica al pintor polaco. El estreno de la exposición fue recibido con polémica por parte de voces que solicitaban algo parecido a una censura de su obra. La figura de Balthus y la temática de sus cuadros (habitados por desnudos adolescentes y cargados de cierto erotismo libidinoso) son objeto habitual de controversia entre aquellos que juzgan el pasado desde esa descontextualización ahistoricista a la que invita este presente infinito sobreinformado y, paradójicamente, tan moralista y coercitivo.
Precisamente, una de las cosas que más nos gusta del cómic de Alba es su acercamiento al pensamiento de Balthus (filtrado por los fragmentos extraídos de sus Memorias) y la verbalización del mismo por parte del personaje protagonista en primera persona. Algunos fragmentos del cómic ponen la mirada en las críticas y acusaciones de depravación que Balthus recibió en vida:
Siempre he comprendido la familiaridad que me une a Rossinière. Hay una claridad en la luz que hace más evidentes todas las cosas. Por eso admiro tanto a los primitivos italianos. Su pintura es sagrada, va más allá de las apariencias. Lo invisible de las cosas, el secreto del alma. Es lo mismo que veo desde mis ventanas. Un impulso hacia el cielo, la eternidad. Siempre empiezo un cuadro rezando. La pintura es una forma de oración, un camino para llegar a Dios. El rosario que me regaló el Santo Padre me ayudó mucho en este trabajo interior. Mi gran fuerza se debe a mi fe. Por eso, mis pinturas de niñas desvestidas no responden a una visión erótica que me convertiría en un voyeur que exterioriza sus tendencias maniáticas... Para mí son imágenes angelicales y celestiales. Creer que en mis niñas hay un erotismo perverso es quedarse en el nivel material de las cosas. Es no entender nada de las languideces adolescentes, de su inocencia, es ignorar la verdad de la infancia.
De Balthus y el conde de Rola nos agrada también su honestidad en la descripción del ser humano que vivía detrás del genio. La ventana que abre sobre un personaje cargado de contradicciones y sobre las dificultades que le acuciaron durante una vida llena de peregrinaciones y cambios. Nos gusta algo menos el exceso de elipsis biográficas que, en su apremio por hacer avanzar el relato, nos escamotean numerosos pasajes de la vida de Balthus resueltos con demasiada urgencia.
El estilo gráfico de Alba funciona bien: el aire pictórico que proporcionan las acuarelas nos recuerda a la primera época de Balthus, pero el dibujante no se obsesiona por conseguir la impronta texturada y realista de los lienzos más conocidos del protagonista. El relato logra, de este modo, un distanciamiento que nos permite observar la figura de Balthus desde cierta perspectiva crítica; aunque, como ya hemos comentado, los textos de apoyo recurran a la voz narrativa del protagonista en primera persona.
Nos parece una gran noticia que los intercambios entre el cómic y el arte sean cada vez más frecuentes. Pero si, como en este caso (o en el de las últimas incursiones del Museo del Prado en el cómic), el intercambio implica además una participación directa de las instituciones museísticas en la edición de obras y la promoción de autores, la buena nueva nos parece doblemente buena.

martes, marzo 19, 2019

Kafkiana, de Peter Kuper. Todos alienados

Descubrimos a Peter Kuper gracias a su participación en Spy vs. Spy, la célebre tira cómica de la revista de humor estadounidense MAD creada por el artista cubano Antonio Prohias. Sin embargo, fue su brillante adaptación de La metamorfosis de Kafka la principal razón para que, desde entonces, no le hayamos vuelto a perder la pista.
Gracias a su inconfundible estilo gráfico, Kuper es uno de esos artistas que no admiten comparación ni confusión con otros dibujantes. Su línea nos remite directamente a las ilustraciones xilografiadas de la primera mitad del siglo XX y a creadores como Frans Masereel, Lynd Ward o Giacomo Patri; todos ellos autores de "novelas ilustradas" (las antiguas "novelas gráficas") basadas en un modelo de dibujo expresionista que se apoyaba en un uso extremo del claroscuro. De esa veta estilística bebe Kuper y de esa fuerza visual se beneficiaba su adaptación de la obra maestra de Kafka. Un trabajo que en sus manos adquiría nuevos matices simbólicos y un vigor visual desconocido. Confesamos que La metamorfosis de Kuper nos dejó con ganas de ahondar en esa exploración gráfica iniciada por su autor (aunque ya se había acercado a la narrativa corta del escritor con Kafka: ¡Déjalo ya! y otros relatos, en la que adaptaba nueve de sus historias).
Afortunadamente, después de varios años y de muchos otros trabajos notables (como su libro de viajes Oaxaka o su obra Ruinas) Kuper ha recuperado aquella vieja senda transmedial para volver a reinterpretar algunos de los relatos breves más conocidos del genio checo en un nuevo cómic, Kafkiana, que la Editorial Sexto Piso acaba de editar en español.
Ha querido el azar que nuestra lectura de este cómic coincidiera con una visita a Praga, el escenario que inspiró y ambientó algunas de las narraciones más claustrofóbicas de Kafka. Poco queda de aquella su ciudad: sin perder un ápice de belleza monumental, las sombras expresionistas de la vieja capital checa han cedido su lugar a los escenarios idealizados de la ficción turística. Eso sí, sigue siendo un placer reencontrarse con sus callejuelas empedradas, sus edificios señoriales y ese puente maravilloso que articula su vida diaria y alimenta el recuerdo. 
Las siluetas deformadas de los muros y la media luz fantasmagórica que construye los escenarios del extrañamiento kafkiano sobreviven sólo en su literatura. Y ahora lo hacen también en las viñetas de Peter Kuper. De nuevo, el estilo del dibujante estadounidense se adapta como un molde a la búsqueda opresiva del sinsentido, la paradoja y el ahogo existencial que caracterizaba a aquellos relatos que marcarían un hito en la evolución de la narrativa universal.
Kafkiana recoge algunos de los cuentos más celebrados, reseñados y leídos del autor checo, como La madriguera, Un artista del hambre o Ante la Ley. El dibujo de Kuper añade nuevas capas interpretativas a las bien conocidas historias originales; y a las muchas interpretaciones que de ellas se han formulado. Es cierto que, en su paso al lenguaje comicográfico (necesariamente más sintético y selectivo), los textos pierden buena parte de su densidad conceptual y se tamizan los juegos del lenguaje y el sentido del absurdo, tan propios del pensamiento y el verbo kafkiano; sin embargo, lo que se pierde en literariedad, se gana en simbolismo y poesía visual. De este modo, la relectura comicográfica de Kuper adquiere giros expresivos novedosos y sorprendentes connotaciones metafóricas. En Kafkiana, el absurdo existencial, la alienación y la amenaza como concepto abstracto adquieren una concreción visual que no resta un ápice de desasosiego a la narración: así, el artilugio mecánico imposible de En la colonia penitenciaria cobra la forma pavorosa de una cama de tortura barroca con un mortífero dosel; los edificios de pesadilla de ¡Renuncia! y Los árboles se estiran hacia un lejano cielo plomizo y se distorsionan en perspectivas surrealistas que inciden en esa imagen ominosa de la ciudad como organismo alienante; y el miedo agónico que transpira el (inacabado) relato La madriguera se contagia a un espectador que, como el roedor protagonista, intenta encontrar una salida entre sus túneles subterráneos.
En su búsqueda de soluciones técnicas, Kuper juega con la estructura de la página y alterna el empleo de viñetas tradicionales con composiciones mucho más audaces, que incluyen el inserto de lexías (títulos y textos que se integran de forma activa en la narración), rupturas del ritmo de lectura y un manejo muy libre de las didascalias y los globos de viñeta.
Kafkiana es, en definitiva —y como ya sucedía con La metamorfosis—, un acercamiento heterodoxo y valiente a la obra de uno de los grandes escritores de la literatura universal. Un cómic que reúne muchas de las virtudes de ese artista brillante que es Peter Kuper.

viernes, marzo 01, 2019

Esenciales ACDC 2018 (segundo semestre)

De nuevo, La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic) publica su listado de esenciales con los cómics favoritos de la crítica durante el segundo semestre de 2018. Y, de nuevo, la ocasión es estupenda para completar lecturas, sacar ideas para futuros regalos y disfrutar de cómics que se nos pudieran haber pasado por alto en el curso anterior.
Éstas son las planillas con las portadas de los títulos seleccionados y debajo les extractamos el listado:
  • Andy, una fábula real, de Typex (Reservoir Books)
  • Atelier of Witch Hat, de Kamome Shirahama (Milky Way)
  • Beastars, de Paru Itagaki (Milky Way)
  • Berlín 3: Ciudad de la luz, de Jason Lutes (Astiberri)
  • Catarsis, de Moto Hagio (Ediciones Tomodomo)
  • Cénit, de María Medem (Apa Apa) 
  • Cuéntalo, de Laurie Halse Anderson y Emily Carroll (La Cúpula)
  • El hombre garabateado, de Frederik Peeters y Serge Lehman (Astiberri)
  • Esclavos del trabajo, de Daria Bogdanska (Astiberri)
  • El Inmortal Hulk, de Al Ewing, Joe Bennett y otros (Panini)
  • El príncipe y la modista, de Jen Wang (Sapristi)
  • El tesoro del Cisne Negro, de Guillermo Corral y Paco Roca (Astiberri)
  • Guantánamo Kid, de Alexandre Franc y Jérôme Tubiana (Norma)
  • Joselito, de Marta Altieri (cómic digital)
  • La balada del viento y los árboles, de Keiko Takemiya (Milky Way)
  • La danza de los muertos, de Pierre Ferrero (La Cúpula)
  • Las aventuras del Capitán Torrezno: La última curda, de Santiago Valenzuela (Panini)
  • La increíble Masacre-Gwen, de Christopher Hastings, Gurihiru y otros (Panini)
  • La Gran Novela de la Patrulla-X n.º 1: La Patrulla-X Original, de Ed Piskor (Panini)
  • Línea editorial, de Arnau Sanz (AIA)
  • Los Picapiedra integral, de Mark Russell y Steve Pugh (ECC) 
  • Mi vida sexual y otros relatos eróticos, de Shotaro Ishinomori (Satori)
  • Nejishiki, de Yoshiharu Tsuge (Gallo Nero)
  • Obscenidad, de Rokudenashiko (Astiberri)
  • Orlando y el juego n.º 4: la danza de los errantes, de Luis Durán (Diábolo) 
  • Poochytown, de Jim Woodring (Fulgencio Pimentel)
  • Rey Carbón, de Max (La Cúpula)
  • Señora, de Ana Belén Rivero (Plan B)   
  • Xerxes: La caída de la casa de Darío y el ascenso de Alejandro, de Frank Miller y Alex Sinclair (Norma)
  • Yo, loco, de Antonio Altarriba y Keko (Norma)
Reediciones:
ACDCómic es una asociación sin ánimo de lucro que agrupa a personas que realizan trabajos de periodismo, crítica, estudio, comisariado y otras actividades teóricas y divulgativas relacionadas con el cómic. La asociación se constituyó en 2012 con la voluntad de colaborar en la difusión del trabajo que ya desarrollan sus miembros de forma individual, emprender iniciativas conjuntas que no se podrían afrontar de forma separada y servir de interlocutor ante otros colectivos o instituciones.
En la selección de los Esenciales del segundo semestre de 2018 han participado cincuenta miembros de ACDCómic:  Anna Abella, Daniel Ausente, Jorge Iván Argiz, Agus López “Bamf!”, Mikel Bao, Octavio Beares, Josep Maria Berengueras, Marc Bernabé, José Martínez “Bouman”, David Brieva, Jordi Canyissà, Xulio Carballo, Marc Charles Palau, Isabel Cortés, Borja Crespo, Oriol Estrada, Ángel L. Fernández, David Fernández de Arriba, Iván Galiano, Manuel González, Julio Andrés Gracia Lana, Óscar Gual, Cristina Hombrados, Kike Infame, Raúl Izquierdo, Jesús Jiménez, Joan S. Luna, Jota Lynnot, Javier Marquina, Elena Masarah, Diego Matos, Elisa McCausland, Pedro Monje, Javier Mora Brodel, Francisco Naranjo, Pepo Pérez, Carolina Plou, José Andrés Santiago, Óscar Senar, Xavi Serra, Alex Serrano, Jose A. Serrano, Jon Spinaro, Henrique Torreiro, Raúl Tudela, Rubén Varillas, Pablo Vicente, Jaume Vilarrubí, Gerardo Vilches y Yexus.

martes, febrero 26, 2019

Solid State, de Coulton, Fraction y Monteys, en Culturamas

https://www.culturamas.es/blog/2019/02/25/solid-state-de-coulton-fraction-y-monteys-vinetas-multimedia/
Nos acercamos Solid State, una novela gráfica que debe leerse e interpretarse como la pieza secuencial en viñetas de un puzle más amplio: el que Jonathan Coulton, cantautor visionario y gurú del pop internáutico, ha montado a pachas con Matt Fraction y Albert Monteys; dos de los nombres con más tirón del cómic reciente.
Solid State es una obra exigente, esotérica por momentos, que, entre saltos temporales y líneas narrativas múltiples, nos presenta un relato futurista con más elipsis que certezas. El guión abandona al lector a su suerte en el centro de un escenario distópico habitado por robots, ancianos suspendidos en líquido amniótico y obreros siderales que no se pueden arrancar el casco de su cabeza. No les destripamos más del asunto, si quieren continuar informándose de Solid State y de lo que nos ha sugerido su lectura, pueden hacerlo en Culturamas; éste es nuestro texto: "Solid State, de Coulton, Fraction y Monteys. Viñetas multimedia".

martes, febrero 05, 2019

10 cómics de 2018 para ABC Color

De aquella lista llena de tebeos imperdibles que hicimos hace unas semanas con lo mejor de 2018, tuvimos que reseleccionar (a las publicaciones prensa no les valen los scrolls del muro bitacórico) diez cómics para el suplemento cultural de ABC Color. Decidimos ser clásicos y optar por la variedad. La lista de cómics fue en páginas centrales y quedó de este modo:
Si se perdieron aquella primera y más amplia selección o si quieren repasar la lista sin dejarse los ojos, pueden echarle un vistazo al texto desde la página web del periódico: "10 cómics de 2018".

martes, enero 22, 2019

Berlín, ciudad de luz, de Jason Lutes. Presagios de tormenta

Cuando Michael Haneke estrenó La cinta blanca en 2009, ésta fue recibida con gran entusiasmo crítico. La película obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes, el Globo de Oro, cuatro Premios del Cine Europeo y estuvo nominada al Oscar a mejor película extranjera. Se reconocía la complejidad y valentía detrás del clasicismo aparente que presentaba su puesta en escena y su fotografía en blanco y negro. Es cierto que la cinta de Haneke recordaba en ciertos momentos al cine clásico de Jacques Becker o de René Clément, pero sobre todo a ciertos trabajos de Bergman, llenos de simbolismo y espíritu crítico. Se especuló mucho sobre el tema y el significado de una obra que "dibujaba" el esbozo sincrónico de un momento histórico que, más que el propio Haneke, podrían haber conocido sus abuelos y sus padres: la Alemania de 1913. Lo curioso de La cinta blanca es que el director austriaco había filmado un cuadro de costumbrismo rural, no el escenario prebélico que haría intuir la Gran Guerra (1914-1918) que se avecinaba como una nube negra de devastación. La acción de la película de Haneke se centra en un pueblecito alemán anclado en su orgullo histórico y en sus tradiciones estrictas; un lugar que parece vivir ajeno al destino inminente del país. Sin embargo, en su atmósfera, en la mirada torva de sus gentes severas e intolerantes, se transluce la tragedia.
Recordamos haber leído críticas que hablaban del "huevo de la serpiente"; que, en sus análisis simbólicos de La cinta blanca, desbordaban el contexto inmediato de la película, para anticipar el surgimiento de una mentalidad racial y una forma de ver el mundo que terminarían por explicar el devenir posterior de Alemania en la Historia. Los hombres y mujeres que protagonizan la película de Haneke son los padres, profesores, pequeños burgueses y trabajadores que educarían a la futura generación de nazis que habría de dominar Alemania; y casi el Mundo.
Se nos vienen éstas referencias culturales y cinematográficas a la cabeza después de haber leído el tercer libro de Berlín, la obra magna que el estadounidense Jason Lutes ha tardado veintidós años en completar. Los tres volúmenes de esta trilogía rellenan el hueco que transcurre desde el final de aquella devastadora primera guerra y los albores del apocalipsis hitleriano. Son los años de la República de Weimar, el tiempo en el que los hijos de La cinta blanca alcanzan los puestos de poder y se empiezan a consolidar en el inconsciente colectivo aquellos pensamientos cargados de intransigencia y supremacismo racial; una huella histórica alimentada por el rencor del castigo europeo a los perdedores de la guerra y por un tratado de paz que marcaba con hierro el límite entre los derrotados y los vencedores. La Alemania de Weimar había salido hacia adelante con éxito, prosperidad y un importante bagaje intelectual, pero sus heridas seguían supurando odio y sed de venganza.
En los tres libros que componen Berlín, ciudad de luz, Lutes rastrea el lento despertar de esa Alemania herida y su transformación en una hidra desencadenada. Lo hace, además, de una forma similar a la que había empleado Haneke: sin estridencias o subrayados violentos. Desde el costumbrismo histórico (urbano, en este caso) que facilita el género narrativo de las vidas cruzadas. A lo largo de los tres cómics, el autor desarrolla una galería de personajes de toda condición (ideológica, social, cultural y religiosa), cuyas vidas terminan por entretejerse en una serie de episodios que anticipan la deriva prebélica de un país que, poco a poco, va dejándose atrapar por la tela de araña ideológica del nacionalsocialismo.
El hilo conductor de la obra (la aguja que enhebra todas esas vidas cruzadas) es la figura del periodista Kurt Severing, personaje sumido en un nihilismo desesperanzado y autodestructivo. Augur de la tragedia y cronista de un fracaso social que no deja de autoalimentarse como una bola de fuego. Junto a él, ama, bebe y sufre la artista Martha Müller, consumida también por el (des)amor atormentado de su amante y camarada de pesares. En las relaciones inestables de esta pareja protagonista se refleja la preocupación incesante y la fractura de una clase intelectual y una burguesía que en los años inmediatamente anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial se vieron obligados a tomar partido. Muchos de aquellos hombres de cultura (filósofos, escritores y científicos de entre los más preparados y sagaces de Europa) se dejaron arrastrar por el espejismo febril del desagravio y la apología racial. Al resto no les quedó otro camino que la huida, el tormento o la muerte. Algunos, como el gran Stefan Zweig, huyeron para terminar sucumbiendo a otro tormento aún peor: el de la pena y la desesperanza.
Kurt, cuyo futuro no se nos revela en el cómic, es de los que decidió quedarse; al igual que Silvia, la niña comunista que reniega de su padre nazi; o Anna la joven lesbiana enamorada de Martha. Otros personajes de Berlín, como la familia judía del viejo Schwartz o la propia Martha, huyen del país o intentan esconderse dentro de su territorio. Tanto da. Todos ellos funcionan como representaciones simbólicas de un periodo y de una geografía tenebrosos.
Para su recreación, Jason Lutes recurre a una línea clara realista que, con el paso de las páginas y desde sus inicios en el primer tomo de Berlín, va ganando consistencia y fluidez. La rigidez inicial de algunas de aquellas primeras secuencias cede paso a un dibujo más fluido y a un empleo cada vez más insistente del claroscuro (eficaz para la construcción del creciente tono sombrío de la obra). Con cada página, la lectura de Berlín, ciudad de luz (la paradoja del título completo se revela en toda su magnitud a lo largo de esta tercera entrega) se vuelve más densa; las relaciones entre sus personajes, más dramáticas y dolidas; y la atmósfera que dibuja se presiente, en general, más irrespirable.
En este sentido, se agradece el final abierto del cómic, su falta de soluciones fáciles y de respuestas argumentales individuales para personajes concretos. Las cuatro doble páginas panorámicas (splash-pages) que cierran el conjunto son una respuesta diacrónica a una historia por todos conocida. Y, al mismo tiempo, un pequeño resquicio a la esperanza de un presente reconstruido. No por casualidad, los títulos de los tres volúmenes de la serie han sido: Berlín, ciudad de piedras (vol. 1), Berlín, ciudad de humo (vol. 2) y Berlín, ciudad de luz (vol. 3). Esperemos que, efectivamente, a la luz de el presente que estamos viviendo y de los síntomas que se vislumbran, no volvamos a repetir los mismos errores del pasado. La serpiente aún se revuelve en su nido.