No ha sido este el mejor de los años para el ciudadano. A base de pandemias y crisis encadenadas, nos hemos dado cuenta de que aquello de no hay mejor noticia que no tener noticias es un axioma perfecto para quienes aspiramos a la normalidad. Pero, como decíamos en nuestro último post, hasta un mal año trae buenas noticias. Los lectores perspicaces que hayan sido capaces de interpretar nuestra sidebar se habrán dado cuenta de que, para nosotros, 2020 será un año inolvidable por la mejor de las razones. En términos viñeteros, este ha sido un año igualmente glorioso. Las penurias aguzan el ingenio y no aplacan el buen hacer editorial, parece.
La nómina de cómics notables de este curso no ha dejado de crecer hasta el último mes del año (como demuestra alguna de estas reseñas); no hemos tenido la posibilidad de leer todo lo que hubiéramos querido (se nos han quedado en el debe cosas como la última entrega de esa estupenda serie que es Orlando y el juego, de Luis Durán, y lo último de Jaime Martín, o lo de Magius y Nora Krug), pero entre lo leído, hay algunos cómics fantásticos. Allá va nuestra selección sin orden de preferencia:
Preferencias del sistema (Ponent Mon), de Ugo Bienvenu: El cómic del dibujante, escritor, actor y director de animación Ugo Bienvenu sitúa la acción en un futuro culturalmente fantasmagórico, en el que la acumulación y difusión de información lo es todo (vamos, casi como en este presente que vivimos); un futuro en el que el interés de los bienes culturales depende de su capacidad para obtener reproducciones y difusión, más que de su calidad o su valor cultural intrínseco; un futuro en el que hay que sacrificar Odisea del espacio 2010 o la obra poética de Auden, para dejar espacio en el sistema a las retransmisiones de youtubers y a los posados de instagramers. Lo que más miedo da del cómic de Ugo Bienvenu es que todo cuanto cuenta suena perfectamente plausible. Hay quien le critica por su frialdad extrema, una sobriedad subrayada por el realismo de su dibujo (por algo la editorial que creó en 2018 con Cédric Kpannou y Charles Ameline se llama Réalistes) y por sus colores planos. Pero esa nos parece precisamente la mayor virtud de Preferencias del sistema: su precisión quirúrgica para diseñar un futuro distópico que, al margen del avanzado grado de evolución tecnológica y robótica que plantea, huele a presente en cada viñeta. La puerta a la esperanza de esta historia inclemente y sombría está personificada en la pequeña Isi, una niña que nos recuerda que la cultura, la música, el cine y la poesía podrían llegar a ser nuestros últimos rasgos de humanidad en esta inercia de materialismo consumista a la que nos hemos entregado.
El Humano (La Cúpula), de Diego Agrimbau y Lucas Varela: Aventuras de género. Humanoides, astronautas en hibernación y un planeta al borde de la extinción son los ingredientes de una historia de ciencia ficción en estado puro. Robert, el científico humano, regresa a la Tierra después de una hibernación orbital de 549.000 años. Su misión, salvaguardar el futuro de la especie humana después de que éstos estuvieran a punto de acabar con el planeta. Este es el punto de partida para las aventuras del protagonista y sus acompañantes robóticos. Como no podía ser de otro modo, detrás del relato de aventuras se esconden reflexiones acerca de la condición humana y su condición depredadora, que conducen a conclusiones desesperanzadas acerca de nuestra naturaleza vírica y destructiva. El nuevo trabajo de este eficiente tándem de autores argentinos puede presumir de un bonita y estilizada línea clara (en la mejor tradición de la escuela de Bruselas) y de un pulso narrativo vibrante que no abandona el relato hasta su sorprendente giro final.
Devastación
(Alpha Decay), de Julia Gfrörer: Una rata le muerde en el cuello a otra;
dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la
joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias
lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Devastación, el insólito
cómic de Julia Gfrörer. Su estilo nos remite a las viejas ilustraciones del
siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen
pensar un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico
(e incluso satánico) se repite en casi todos sus cómics, en los que la
fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad,
a un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes.
La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria
responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa
como por su apuesta estética. En Devastación la autora elige los tiempos
terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Un
tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo
supersticioso a lo desconocido.
Del
Trastévere al paraíso (Reservoir Books), de Felipe Hernández Cava
y Antonia Santolaya: Continúa Hernández Cava (el gran guionista del
cómic español) reconstruyendo el imaginario progresista del siglo XX, desde la
lucidez democrática y con una mirada crítica y reflexiva hacia la barbarie de
los totalitarismos y los extremismos. Se enfrenta en esta ocasión a uno de los
episodios más turbios que acompañaron a las revueltas juveniles universitarias
del 68 en buena parte de Europa: el surgimiento de facciones terroristas de
inspiración anarquista, compuestas, en muchos casos, por jóvenes apenas mayores
de edad. Valeria Stoppa, la protagonista de Del Trastévere al paraíso,
fue una de aquellas adolescentes que se dejó cegar por el discurso del odio y
la cosificación del adversario hasta integrarse en una de esas células
terroristas que fueron germen de las Brigadas Rojas italianas. Ahora, desde su
madurez, reflexiona acerca de una vida perdida y pone en duda sus propias
convicciones de juventud. El dibujo evocador de Antonia Santolaya, con un trazo
suelto cercano al esbozo y colores expresionistas, construye una mirada
nostálgica y desesperanzada hacia el pasado de una juventud desperdiciada.
Verdad
(Liana Editorial), de Lorena Canottiere: El dibujo de Canottiere en Verdad
es deslumbrante, con un empleo luminoso y sorprendente del color. Su
expresionismo cromático parece ilustrar recuerdos y sensaciones más que una
representación de realidad. Las imágenes evocadoras nos acercan a la
historia, las historias más bien, que componen la biografía de la joven
protagonista que da título al cómic (un nombre propio anómalo, Verdad, cargado
de connotaciones e intenciones). El relato serpentea desde el pasado hacia el
presente: la niñez de Verdad con su abuela, a la sombra de una madre
desaparecida; su lucha en la Guerra Civil Española contra el fascismo; su
renuencia a la derrota viviendo en el monte como un maqui... Y todas esas vidas
empujan en una misma dirección, confluyen en un mismo anhelo: la búsqueda
(utópica) de la libertad. El deseo irrefrenable de la protagonista de construir
su propia existencia, sin ataduras, sin dependencias. En ese impulso, la lucha
contra Franco, la vida en soledad en la naturaleza o la resonancia lejana, casi
mítica, de Monte Veritá (la colonia hippy a la que se escapó su madre)
funcionan como escenarios simbólicos e ideales de ese sueño imposible de libertad.
Verdad es un cómic con muchas lecturas y, sobre todo, es un verdadero goce visual.
La esperanza
pese a todo. Segunda parte (Dibbuks), de Èmile Bravo: Èmile Bravo sigue
embarcado en su tarea de transformar una serie que nació con vocación cómica y
para un público infantil en un cómic adulto con conciencia histórica y voluntad
política. El segundo volumen de La esperanza pese a todo (de los cuatro
que conformarán la saga) continúa la epopeya de Spirou y Fantasio en el
contexto de la Bélgica ocupada y colaboracionista durante la Segunda Guerra
Mundial. Y Bravo no duda en meter a sus personajes en todos los charcos
posibles. Desde la rectitud moral del niño Spirou y la inconsciencia sin
malicia de su amigo Fantasio, el dibujante francés plantea una serie de
interrogantes éticos acerca la implicación de ciertos países aliados (como
Bélgica y Francia) en la contienda; cuestionando además aspectos como el papel
de la iglesia o la actitud xenófoba y supremacista del nacionalismo flamenco.
Sin abandonar nunca el espíritu original del personaje y su dinamismo
aventurero, La esperanza pese a todo plantea una relectura audaz y
madura de una de las series clásicas del cómic europeo. La mejor línea clara
franco-belga del momento.
Blueberry. Rencor apache (Norma Editorial), de Joann Sfar y Christophe Blain: Mucho de lo dicho en la entrada anterior valdría para reseñar esta revisión de otro clásico del cómic europeo como es las aventuras del Teniente Blueberry, desde el respeto a la creación original de Charlier y Giraud, pero con buenas dosis de atrevimiento e innovación. Dos de los grandes autores del cómic actual se embarcan en una reconstrucción del western a partir del espíritu original de un personaje y una serie que nacieron con un tono fordiano, pero que, en esta nueva entrega, se acercan más a la violencia naturalista y el austero psicologismo de Peckinpah y Sergio Leone, respectivamente. El guion de Sfar desarrolla un episodio de violencia que amenaza con desbaratar la frágil paz que garantiza la convivencia entre los colonos, el ejército de caballería y los Apaches. La historia avanza firme con una tensión creciente, al mismo tiempo que va introduciendo nuevos ingredientes y personajes en la trama. Blain, que ya le había dado una patada al género en su estupenda serie Gus, lleva a su terreno con asombrosa maestría el estilo original de Giraud (aka Moebius) para construir una galería de personajes llenos de matices y dobleces morales. Y, de fondo, la bastedad de un paisaje infinito y reconocible por todo buen aficionado al género. Nos podemos esperar a la siguiente entrega.
La cólera
(Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: La cólera
es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el
poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en
ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos
y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la
reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento
conocido: el de la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos que asedian
la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles
parecen a punto de derrotar su resistencia... Avanza el argumento de La
colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que el
relato se detiene en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya
postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas
arriba y la cabeza del lector de vuelta y media. Después del desconcierto
inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las
expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una
intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad
mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos.
Un tributo a la tierra (Reservoir Books), de Joe Sacco: La obra de Sacco tiene la cualidad de abrumar al lector. La cantidad de información y el minucioso proceso de documentación que hay detrás de cada uno de sus cómics hacen de ellos una fuente de conocimiento exhaustiva sobre la realidad geopolítica del mundo en el momento concreto de su publicación. Además, en cada nuevo trabajo, el dibujo de Sacco se ha ido enriqueciendo en matices, en una evolución hacia un realismo lleno de texturas que, por un lado, remite al detalle de la ilustración xilográfica clásica, pero que nunca ha abandonado la herencia underground de la que se alimenta la obra de Sacco desde sus orígenes. Por su temática, pudiera parecer que Un tributo a la tierra se aparta de esa línea de periodismo bélico que define la producción del autor, sin embargo, aunque es cierto que la acción de este cómic no se sitúa en medio de una guerra o una zona en conflicto armado, sus páginas también describen un enfrentamiento; un desafío, cruento en muchos casos, del que seguramente depende el futuro de la humanidad: el de la naturaleza frente al dedsarrollo económico. El cómic arranca con una mirada hacia los usos y costumbres de las tribus indígenas del norte de Canadá, que mantuvieron sus formas de vida nómada prácticamente hasta finales del siglo XX. Aquella difícil existencia casi extinguida contrasta dramáticamente con la actual explotación petrolífera de las reservas originales y la adaptación de los nativos al trabajo en las mismas y a los modos de vida occidental. Una adaptación, en muchos casos impuesta por las administraciones políticas y las autoridades religiosas del país. Un tributo a la tierra es un reportaje acerca del cambio climático y la explotación de los recursos naturales, sí, pero también una mirada sincera a la vida difícil de unos pueblos cuya subsistencia depende de esa misma evolución que poco a poco va enterrando sus propias raices. Una vez más, Sacco lleva a cabo un ejercicio magistral de investigación periodística que confía en la inteligencia del lector para penetrar en las zonas grises de la historia.
Tatsumi (Satori
Ediciones), de Yoshihiro Tatsumi: La editorial Satori
(especializada en cultura y literatura japonesa) acaba de publicar Tatsumi,
un cómic en el que se recopilan algunas de las mejores historias
cortas del maestro japonés publicadas entre 1970 y 1972. Los relatos seleccionados (varios de los cuales ya habíamos
tenido la oportunidad de leer en nuestro país en las publicaciones de La
Cúpula) sintetizan con transparencia la poética del autor y resumen muchos de sus lugares comunes: la sombra alienante
de la gran ciudad (“Cría”, “La montaña de los viejos abandonados en Tokio”), la
soledad del trabajador asalariado en su lucha por una subsistencia precaria
(“Escorpión”, “Querido Monkey”, “La campana fúnebre”), la sexualidad
disfuncional como metáfora de la inadaptación social (“Ocupado”, “La primera
vez de un hombre”), los estigmas afectivos y las cicatrices de la participación
en el bando derrotado de la Segunda Guerra Mundial (“Infierno”, “Goodbye”),
etc. Como sucede a lo largo de toda su producción, muchos de los episodios
recogidos en este volumen incluyen elementos de naturaleza
autobiográfica. En algunas de sus historias, Tatsumi apenas se esconde detrás de
sus personajes. Este volumen será una buena introducción para todos
aquellos que aún no conozcan al mangaka. La selección de relatos incluye
algunas de sus historias cortas más singulares y conmovedoras, como “Infierno”,
“Querido Monkey” o “Goodbye”. Además, gracias a los textos que acompañan a la
edición (al “Epílogo” del propio Tatsumi se une una “Breve nota biográfica”, no
tan breve, y un estudio “Sobre las historias publicadas en el presente
volumen”) el lector será capaz de profundizar en la figura y obra de uno de
los maestros del manga: el padre del gekiga.
La soledad del dibujante (Sapristi), de Adrian
Tomine: Cuando uno de los dibujantes más célebres y admirados del planeta
cómic decide aparcar cualquier tipo de autocomplacencia y quedarse en pelota
picada creativa delante de sus lectores, puede surgir algo tan honesto y
sugerente como La soledad del dibujante (el personal homenaje de Adrian
Tomine a la célebre novela de Allan Silitoe). Aunque en su recuento de
humillaciones y situaciones embarazosas Tomine abusa de cierto patetismo
autocompasivo, lo cierto es que su cómic es realmente divertido. Observar bajo
la lupa los complejos y las decepciones de uno de los genios más precoces del
medio no deja de ser una lección de humanidad. El formato elegido para la
edición del cómic encaja como un guante con esa mismo búsqueda de sencillez y
espontaneidad: el de una pequeña libreta Moleskine de cubiertas negras y hojas
cuadriculadas (la edición estadounidense incorpora incluso la goma negra de
cierre que las caracteriza). Todo funciona en La soledad del dibujante,
lo de dentro y lo de fuera. Tomine sigue manteniendo aquel realismo de línea
clara que le hizo célebre, aunque su estilo parezca ahora más espontáneo y
depurado; y aquellos finales repentinos e inesperados que hicieron de él el
Carver del cómic se han convertido en La soledad del dibujante en los
gags ocurrentes de un autor que se sabe
tocado por el éxito y el talento (aunque en este cómic se empeñe en
disfrazarlos a base de humildad, timidez y un fino sentido del humor).
Los sentimientos de Miyoko en
Asagaya (Gallo Nero
Ediciones), de Shin'ichi Abe: Los relatos breves que componen Los
sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage
autobiográfico. Lo cierto es que Abe es un autor extraño en sí mismo,
diferente. Pertenece, junto a Oji Suzuki o Seiichi Hayashi, a ese grupo
escogido de autores japoneses que, bajo el influyente magisterio de Yoshiharu
Tsuge, publicaron en la revista alternativa Garo mangas que discurrían
entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. Como hace Abe en
los relatos de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus
propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad, muchas
veces fragmentarias y profundamente críptica en su subjetividad. Los
sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y
sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas
de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir solitarias vidas
precarias. Las poéticas imágenes de paisajes nocturnos conviven con un diseño
de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma
rostros y movimientos con la intención de transmitir las emociones
particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su
renuncia a una secuenciación convencional en términos de fluidez narrativa
consiguen dotar a sus historias de un lirismo intimista que termina por atrapar
al lector dentro de su red de significados e insinuaciones.
A través (Pípala), de Tom Haugomat: Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el libro teórico que han publicado la Universidad de León y Trea este año, parece pensado para explicar una obra como la de Haugomat. Es un libro con pocos dibujos y menos texto, pero cuenta muchísimas cosas: una vida entera, de hecho. Lo hace combinando de forma sistemática dos puntos de vista de vista complementarios que crean una rutina secuencial: la mirada subjetiva de su protagonista aparece siempre continuada por el plano general que la explica. Así, a través de los ojos del personaje principal, asistimos a los instantes decisivos de su biografía y, junto a él, pasamos el tiempo de una vida. Las figuras minimalistas sin rostro de A través, sus paisajes evocadores y sus colores planos nos remiten a la ilustración estadounidense de los años 50-60, a aquellos diseños estilizados y utilitarios que abundaban en los magazines más elegantes y sofisticados de la época. Y, sin embargo, pese a esa frialdad aparente, el libro ilustrado/cómic de Haugomat está paradójicamente lleno de emoción y poesía; una lectura rápida de esas que dejan poso y apetece releer de vez en cuando. Un hallazgo.
Regreso al Edén (Astiberri), de Paco Roca: Vuelve quien seguramente es el autor más popular del cómic español reciente y lo hace a lo grande. Regreso al edén continúa indagando en esos procesos de reconstrucción de la memoria, biográfica, familiar e histórica, que ya había explorado en La casa. En este caso, el rastreo del pasado toma como punto de partida tres fotografías, que le sirven al autor para hacer la radiografía de una de tantas familias que vivieron la postguerra española entre penurias y privaciones de todo tipo. La familia elegida es la de su madre Antonia y, a través de su figura, la de sus padres y hermanos, se nos ofrece también el retrato fotográfico de una España que vivía uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. En realidad, el dibujo de Paco Roca tiene también cierta cualidad fotográfica a la hora de capturar con precisión los aspectos básicos de la realidad; pareciera que ningún detalle esencial se escapara a su trazo. En Regreso al edén, además, el autor continúa explorando en las posibilidades simbólicas y narrativas de un lenguaje que domina como pocos otros dibujantes. Este cómic vuelve a demostrar que Paco Roca es un autor en constante crecimiento y, parece, en perpetuo estado de gracia.
Mis cien
demonios (Reservoir Books), de Lynda Barry: Es imposible no claudicar ante
el estilo naif de Lynda Barry y la honestidad confesional de sus historias. En Mis
cien demonios, la autora aborda el género del slice of life desde un
original recuento de sus miedos y complejos infantiles. En el prólogo del
libro, Barry confiesa cómo decidió inspirarse en los demonios (onis) de
un rollo japonés del siglo XVI para elaborar su propia lista de
"monstruos" personales a partir de sus recuerdos infantiles y
adolescentes. En su enumeración variopinta se cuelan objetos, rasgos de su
personalidad y referencias simbólicas a momentos concretos y obsesiones
insistentes que, de alguna manera, dejaron una huella en su biografía y
marcaron su personalidad posterior: su descoordinada forma de bailar, las discusiones
constantes con su madre, la muerte de algún amigo, el olor de su hogar, su
apego fetichista a ciertos objetos de la infancia... Mis cien demonios es
la prueba palpable de que algunos autores elegidos pueden llegar a resumir toda
la complejidad de la existencia en el espacio humilde de una anécdota infantil.
El lenguaje sencillo de Barry y el candor infantil sus ilustraciones encierran
momentos reveladores y una emoción verdadera que se contagia al lector casi
desde las primeras páginas. Un cómic para todos los públicos que difícilmente
decepcionará a nadie.
Mono de trapo (Barrett),
de Tony Millionaire: Aunque suele adscribírsele al nuevo
underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se
alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de
artistas y pintores, seguramente. En toda su producción, el bostoniano hace
gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que
discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como
una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y
muñecos de trapo. Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios
de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones
victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas
están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da
título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de
trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas
imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles
que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a
cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo,
cacerías de insectos, etc. Mono de trapo nos devuelve a un
tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana,
caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas.
Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel), de Nathan Cowdry: Los personajes de Cowdry son simplemente adorables. El achuchable perrito algodonoso y las bellas muchachas de formas redondeadas que protagonizan Rosie en la jungla tienen cierto aire disneyano, aunque en su diseño se observan también influencias del manga y del surrealismo pop big eyes. Sin embargo, lo que parecería la materia prima adecuada para una historia infantil o un relato de shojo manga, en manos de Cowdry sirve para construir un cómic de jóvenes traficantes de droga, mascotas que utilizan sus estómagos como mula y agresivas bragas parlanchinas dispuestas a matar y morir por un puñado de libras. Sexo duro, violencia y transgresión en un envoltorio de caramelo. Perturbador y fascinante a partes iguales. Como señala alguien en la faldilla promocional del libro, la experiencia de leer Rosie en la jungla se parece un poco a ver una película porno por primera vez. A ratos, uno intenta mirar para otro lado, pero no hay manera.