Leemos de noche mejor. Acabada la lectura -postergada más de la cuenta- de Fueye, de Jorge González, se nos vienen varias ideas un tanto deslavazadas a la cabeza. No nos apetece mucho entrar ahora en sesudas reflexiones de orden académico, avisamos.
Ganadora de un premio “novel", el de la Fnac y Sins Entido, Fueye concluyó el curso 2008 convertida en acontecimiento comiquero patrio, en tebeo reseñado, alabado y señalado en unas y otras listas compiladoras. Nos parece, además, que con justicia recibirá nuevas loas y galardones en este recién comenzado 2009. Básicamente, porque la obra de Jorge González rezuma vitalidad y modela la complexión nerviosa, imbricada y ramificada de las creaciones polisémicas. Como nos decía un antiguo profesor que ahora ocupa sillones elevados: la calidad de una obra depende de la riqueza latente en su red de asociaciones internas, la labor del lector es desenredar esa madeja. Fueye está lleno de nudos y de cabos enlazados: los de las historias que narra (la de tres generaciones emigradas y renacidas en Buenos Aires y la de un dibujante de cómics en busca de la inspiración detrás de su historia), los de la creación de la historia y los del recuerdo preñado de biografías (propias y ajenas).
Lo más curioso es que este tebeo que nace en una imprenta fecundada por un premio local, haya parido una obra tan ajena a lo hispano. No se trata tan sólo de la banda sonora que recorta viñetas al ritmo del bandoneón o de la (aún más) obvia deslocalización geográfica de lo narrado (paisanaje, acentos, paisajes urbanos), sino de algo más profundo: la naturaleza de Fueye es tan trasatlántica y arrabalera como el espíritu de su población (los gordos Vicentes, los Luises transexuados, la Nélida madre escondida o ese niño Horacio, niño-viejo sin sueños, desestructurado en su propio conformismo).
Fueye no pretende ser una obra perfecta, ni redonda, ni su orgullo reside en una “belleza ordenada” que no posee. El trabajo que nos ocupa presume, precisamente, de su imperfección, de sus vericuetos y pasajes abiertos (insinuados). No es una historia de emigrantes (solamente) y de fracasos existenciales (capítulo 1), sino (también) la historia autorreferencial de su creación (capítulo 2), plasmada en la descripción autobiográfica de los procesos artísticos e intelectuales que engendran una narración. Debido a esta dualidad, el conjunto se descoyunta en ese paisaje abierto que acabamos de mencionar, surcado de vías, calles y cables que se entrecruzan para crear una red de relaciones (la madeja, de nuevo). Argentinismo, elucubración bonaerense, mancha porteña desde el exilio: “Fuera de tu casa podés convertirte en quien quieras” o “Parte de mí, cuando viaja a Argentina, está “obligada” a matar recuerdos. Me defiendo”, dice su autor-personaje.
Tampoco nos pertenece el expresionismo de sus imágenes. Dejó de hacerlo el día que desterramos a Ricard Castells a vivir, con Aguirre, en su Dorado, hace ya muchos años. Estamos tajantes. Tampoco es para tanto, quizás, hasta la historia del cómic español sigue, en buena forma. Pero lo cierto es que González y sus formas esbozadas, bocetos que dibujan “la sombra en el viento, el olor a humedad, a adoquín y a cemento”, parece más cercanas al ideario estético de, por ejemplo, nuestros hermanos italianos (quién sabe si parientes de los mismos que empiezan esta aventura en un puerto de Génova el 19 de octubre de 1916): los Toppi, Mattotti, Bataglia, Gipi, Igort…o de autores hispanoamericanos como Breccia o Nine. En España, quizás debido a “la paciencia y rabia contenida mientras [vemos] en silencio [nuestros] armarios llenos de cadáveres, sepultados, generación tras generación”, no hemos estado en las últimas décadas para demasiados expresionismos. Hasta las reconstrucciones artísticas suelen ser ortodoxas, pulcras y asépticas; a no ser que quieran quedar expuestas al riesgo del insulto y el recalcitrante ninguneo revisionista (pobre Movida, pobres de sus miembros).
Fueye respira de la heterodoxia del otro lado: “Acá todo está por construir, y mucho más a pulmón. Los emprendimientos colectivos y respuestas creativas a los problemas a las crisis…”, le comenta uno de los personajes al Jorge González-personaje en el tramo final de la obra. Quizás por eso, sea tan disfrutable y haya sido elogiada en nuestro país: porque desde su espíritu complejo y contradictorio, un argentino que lleva quince años viviendo entre nosotros, ha sido capaz de desnudarnos su naturaleza de emigrante y, de paso, la nuestra propia, la de los gallegos que fuimos y somos.