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lunes, septiembre 10, 2012

New York, New York (II). De museos.

Uno de los grandes alicientes de Nueva York es su impresionante oferta museística. Vasta, variada, irresistible. Teníamos numerosas visitas en mente, nos acercamos a un buen puñado de museos y, aún con todo, se nos quedaron algunos de los esenciales, como el Metropolitan o el Guggenheim, en el tintero. Les contamos lo que nos dio de sí, dejándonos llevar, como siempre, por las connotaciones viñeteras del recorrido.
Empezamos con el American Museum of Natural History, situado en uno de los laterales de Central Park. Un museo que parece una curso intensivo de historia, ciencia, geografía, antropología, astrología y todas las "-ías" que quieran ustedes añadirle. El visitante recorre alelado las estancias y se queda literalmente pegado a las enormes vitrinas de los grandes mamíferos disecados, representando a los cinco continentes. La mayoría de las pieza expuestas provienen de donaciones. Independientemente del debate acerca de la justificación ética de la taxidermia o las exhibiciones zoológicas, lo cierto es que los ejemplares expuestos son impresionantes y lo es también la recreación (mediante una combinación de recreación escultórica de árboles y arbustos y fondos pictóricos) de los diferentes hábitats de cada especie. El resultado son verdaderas postales, "naturalezas muertas" tridimensionales, que parecen sacadas de una pantalla de cine digital, pero que resultan tan reales como la naturaleza misma. Gran parte del mérito recae en la figura de James Perry Wilson, un artista en plantilla del museo, que ideó el sistema de dioramas que consigue crear el mencionado efecto de realidad tridimensional. Completamos la lista de excelentes artistas que trabajaron en los fondos gracias a la página correspondiente del museo: Belmore Browne, Charles Shepherd Chapman, Joseph Guerry, Francis Lee Jaques, Carl Rungius, Fred Scherer...
Metidos ya en temas de paleta pictórica y cincel, sin duda el verdadero must de todo amante del arte contemporáneo es el MoMA. Desde ya, nuestra pinacoteca favorita junto a la Tate Modern londinense. No faltaba nada, absolutamente nada. Pero no sólo es que estuvieran todos los miembros de las Vanguardias y corrientes artísticas del último siglo largo, es que casi todos los artistas representados lo estaban con alguna de sus obras maestras. Impresionante la representación de los Impresionistas y las Vanguardias Clásicas en la quinta planta ("Pintura y escultura I. 1880-1840"), con sus Van Goghs, unos inigualables nenúfares de Monet de varios metros, muchos Legers y Picassos (incluida Las Señoritas de Avignon) o una colección de Brancusis sin igual. Entre tanto cuadro, nos fijamos en la conocida ilustración que hizo Richard Boix en 1921 para testimoniar aquella reunión dadaísta tan fiel al espíritu del movimiento: "La sicología del arte moderno y Archipenko". Interesantes también los ejemplos de Realismo Norteamericano (Hopper, Wyeth, etc.)
Las corrientes posteriores a 1945 ocupan la extensísima planta cuarta ("Pintura y escultura II. 1940-1980"), un sueño para los amantes del Informalismo europeo o el Expresionismo Abstracto norteamericano de los Pollock, Rothko, De kooning o Newman; pero también un espacio privilegiado del arte pop, minimalista, conceptual, neodadaísta o de las variantes performativas y chamanistas del gran Joseph Beuys (con una sala entera dedicada a él). En la cuarta nos encontramos con obras como Rebus (1955), de Jasper Jones, un collage tridimensional hecho con óleo, pastel, tizas y recortes de... cómic (ver detalle). Collagero y más que comiquero es también el Spiderman (1971-1974) de Sigmar Polke.
La sala 3 está dedicadas a exposiciones temporales, a la fotografía y a la arquitectura, y la 2 al arte contemporáneo hasta el presente, con buenas representaciones de obra audiovisual o del arte urbano de Colonia y NY en los 80. Hay también una sala dedicada a los nuevos autores del arte japonés que persiguen la estela triunfante y multidisciplinar (manga, pintura, maquetas, escultura industrial, etc.) de Takashi Murakami; no faltaban las ilustraciones de Yoshitomo Nara, las muñecas de Mariko Mori o los posters fantasmagóricos de Tadanori Yokoo, que tanto recuerdan al estilo visual de Maruo.
Después de la sobredosis de obras maestras del MoMA, cualquier pinacoteca parece menos. Sin embargo, sería ridículo hacer de menos a espacios tan bonitos como el New Museum (cargado de conceptual, algunas obras clásicas del Op-art y con una interesante exposición temporal sobre Arte Holográfico) o el Whitney Museum of American Art, con su interesante colección de Expresionismo Abstracto y arte contemporáneo. En el Whitney no vimos a Hopper (que está ahora en Madrid), pero sí la exposición temporal de Yakoi Kusama, que con sus series de lunares y esculturas polimórficas construidas en materiales sintéticos representa la versión japonesa del Pop y la Psicodelia y ha sido un referente iconográfico para buena parte del manga contemporáneo (incluidas aquellas espirales del señor Junji Ito). El sábado, nos acercamos a uno de los "saraos" que últimamente se montan en PS1, la sucursal que se ha montado el MoMA en Queens y que es sin duda el espacio de exposiciones más loco, experimental y moderno de todo Nueva York. Rodeado de grafitis, en el PS1 habita desde hace unos meses Wendy, la estrella azul que purifica el aire de la zona y alrededor de la cual se congrega todo el universo posh-indy-punk-mod neoyorkino a lucir palmito al ritmo de los Djs y rockeros que amenizan las sesiones vespertinas de los sábados. Por allí nos paseamos nosotros con mucho menos glamour del que demandaba el escenario.
El domingo terminamos nuestro recorrido museístico con una visita también cargada de música y espíritu soul. Nos acercamos a Harlem y, aunque no asistimos a la preceptiva misa gospel, sí que pasamos al lado de barrios, puertas (ese 108 de la W139, confluencia con Malcolm X Boulevard, donde vivió una jovencísima Billie Holiday antes de debutar en el Jungle) y fachadas míticas, como la del Teatro Apolo. Por cierto, muy cerquita de éste, se halla The Studio Museum in Harlem, un centro dedicado al arte caribeño, afroamericano y al criollismo decimonónico... Entre tanta obra negra, ¡sorpresón!, llegamos a una pieza de 1860 titulada Cimarrón luchando con perros cazadores, firmada por un tal Víctor Patricio Landaluze. Suena un click en nuestra cabeza y nos acordamos de un artículo fundamental de la investigación comicográfica reciente, el que escribió don Manuel Barrero para Mundaiz titulado "El bilbaíno Víctor Patricio de Landaluze, pionero del cómic español en Cuba".Y pensamos, el mundo del arte es un pañuelo.
La semana que viene regresamos a las calles neoyorquinas.
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New York, New York (I). Dibujos y rascacielos

martes, septiembre 04, 2012

New York, New York (I). Dibujos y rascacielos.

Recién llegaditos de la ciudad de los mil nombres, de la misma que nunca duerme... Vamos a dedicarle varias entradas a Nueva York y a algunas de las cosas que vimos por allí.
Intentar hablar de Nueva York y no contar algo mil veces dicho ya puede parecer hasta pretencioso. Resumir lo mucho que la Gran Manzana da de sí en unas cuantas líneas es, además, directamente imposible, así que vamos a hacer un zigzagueo rápido entre rascacielos, museos y paradas de metros, para enseñarles por la ventanilla del blog las viñetas, grafitis, cuadros y anécdotas que nos llamaron la atención, junto a algunas foticos que tomamos para testimoniarlo (como esa supervista desde el Empire de la izquierda).
Cuando les hablábamos de Tokyo hace unos años, les contábamos que el manga (junto al té verde) es más que un divertimento dentro de la cultura nipona, es una constante icónica de su paisaje, una variante artística con inmenso calado social. Lo de Estados Unidos y Nueva York (léase Gotham City) con los superhéroes tiene muchas semejanzas con aquello, eso sí, revestido de la pátina dorada que siempre añade el showbusiness. No hay plaza o Times Square en la que no le aborde a uno un Batman o un Spiderman entradito en quilos; ni palmo de mercadillo en el que, en vez de Monalisas o Últimas Cenas, no aparezca un collage o póster enmarcado del Universo Marvel. Zapatillas, pastelitos, complementos, todo está habitado por superhéroes. Descubrimos, por ejemplo, que Spiderman ha llegado, con la música puesta, incluso a Broadway, y con unas críticas aceptables, parece.
El superheroísmo es omnipresente, no sólo por el momento de auge que vive su iconografía gracias a la explotación hollywoodiense, sino porque su arraigo en la ciudad está ya de sobra consolidado en el imaginario colectivo gracias a tebeos, series y eventos fílmicos no tan recientes. Nos encantó, por ejemplo, asomarnos al hall del Daily News Building (que no es otro que el célebre Daily Planet de Superman), con su lustrosa bola del mundo que parece que anuncia que no hay fronteras ni límites para los superhombres. Justo al lado, levantábamos la vista hacia el pináculo del Edificio Chrisler y extrañaba no ver a Batman agazapado en alguna de las águilas de acero inoxidable que adornan sus alerones a muchos metros de altura. En la misma calle 42, algunas cuadras antes, se encuentra la Gran Estación Central, de nuevo protagonista y contexto de tantos y tantos planos cinematográficos y viñeteros. Y así, hasta el infinito y más allá...
Pero si las alturas y los rascacielos conforman el perfil más reconocible de la Gran Manzana, también es cierto que, en nuestra imaginación modelada por la ficción, es en sus subsuelos donde se traman algunos de los más macabros planes para acabar con la tranquilidad planetaria. En realidad, el metro de Nueva York es bastante menos truculento y sombrío de los que nos han contado (aunque complicado y enrevesado como pocos), sobre todo en las zonas más céntricas de Manhattan (a los barrios más turbios del Bronx, Brooklyn y Queens, preferimos no acercarnos para rebatir esta impronta inicial). Desde 1985, además, muchas de las principales estaciones del metro neoyorquino han visto remozadas sus fachadas y andenes gracias a las intervenciones de importantes artistas. Visitar las paradas más vistosas es otra forma de recorrer Nueva York: los preciosos mosaicos dorados, con aire art-decó, de Nancy Espero en la parada del Lincoln Centre; la colección de sombreros sin dueño de Keith Godard, de la 23rd Street; o la impresionante locomotora de teselas de Roy Lichtenstein, que ilumina la entrada a Times Square. Nuestros favoritos (no los vimos todos, evidentemente) fueron esos personajillos de bronce de Tom Otterness, mitad leprechaun, mitad personaje de Floyd Gottfredson, que se esparcen en la parada entre la 8th Avenue y la 14 street.
También nos gustaron mucho los mosaicos de Liliana Porter dedicados a Alicia en el País de las Maravillas en la 50th street. Será porque Nueva York tiene algo de Wonderland, pero hemos visto multitud de referencias al universo de Carroll en la gran ciudad: la más destacada, quizás, esa bonita y disneyana estatua de bronce de José de Creeft que se erige en medio de Central Park, con Sombrerero Loco incluido. Lo curioso es que, pese a tanto homenaje, la verdadera entrada a Wonderland no está en NY, sino en Boston (donde también visitamos por la noche el barrio de Beacon Hill y estuvimos a punto de ver a Peter Pan).
El próximo día nos ponemos pictóricos y pintureros y les contamos más del viaje.

lunes, junio 04, 2012

Latidos y Pejac, dándole vueltas a la intervención.

Retomamos el asunto del arte urbano y las intervenciones. Lo hacemos, además, con gusto, porque vamos a hablar de amigos de esta página.
Desde hace unos meses, un colectivo de artistas sorianos que responde al nombre de Latidos del olvido, se ha propuesto rescatar el recuerdo y restaurar las sombras que, junto al musgo y el escombro, se esconden entre los muros de los viejos pueblos castellanos abandonados o antiguas fábricas desmanteladas. El colectivo lo forman Javier Arribas, Paye Vargas, Enrique Rubio y Diego Llorente; cada uno de ellos maneja un lenguaje artístico, una mirada diferente a la hora de abordar lo que ellos denominan la “crea-ocupación" de dichos lugares abandonados. La profesora de historia Eva Lavilla nos deja adivinar la motivación que dirige los pasos de este proyecto colectivo, cuando señala que:
Habría que inventar un nuevo término para los lugares que ya no nos pertenecen, los que abandonamos o de los que hemos sido expulsados.
Marc Augé acuñó el de los no lugares para esos espacios de la postmodernidad en los que el ser queda en suspenso, donde la transitoriedad corroe la esencia del individuo (si es que tal cosa existe de forma objetiva). No nos gusta el concepto de arqueología industrial, demasiado emparentado con el espíritu romántico de la ruina porque sólo rescata aquello que es estéticamente bello e institucionalmente útil; las antiguas estaciones de ferrocarril y las fábricas de ladrillo con sus hermosas chimeneas son ahora centros cívicos de la democracia postindustrial. ¡Tan hermosas que han borrado definitivamente las huellas de la explotación y el hollín!
Sin embargo aquí hay una apuesta clara por el feísmo, que es una experiencia estética e intelectual tan fértil como la contemplación de la más bella de las arquitecturas. Lo que un día fue lugar de trabajo es hoy umbral hacia otra dimensión. Entramos a las tripas de la sociedad, accedemos al laberinto de puertas desvencijadas y mobiliario arrumbado. No sólo pasado y abandono pretérito. El ruido nos anuncia el encuentro con seres fagocitados por la voraz alimaña, hombres desdibujados que recorren nuestras ciudades como espectros en su búsqueda de un refugio. Tenemos miedo.
Uno de sus miembros fundadores, Javier Arribas, por ejemplo, llena las paredes y los muros abandonados de rabiosos trazos expresionistas, que recrean literalmente las sombras de personas que pudieron proyectarse sobre ese mismo espacio; su pintura es natural, orgánica, invade las paredes con agua y barro, o construye sus esculturas con materiales prestados de la naturaleza y amasados con espíritu póvera. No sorprende que sus intervenciones hayan ocupado, entre otros espacios, los muros de La Tabacalera, esa fábrica enorme que ha transformado el madrileño barrio de Embajadores en un nuevo Berlín vanguardista.
Son ya dos las revistas que el colectivo Latidos del olvido ha publicado recogiendo sus intervenciones artísticas, junto a un buen numero de textos críticos y literarios, que ayudan a conformar y confirmar su propia poética creativa. La última, "Carne: materia prima".


A nuestro segundo invitado ya lo conocen ustedes, porque hemos hablado de él aquí en numerosas ocasiones. Nos referimos al pintor-escultor, grafitero e ilustrador cántabro Pejac. Volvemos a traerle a colación porque su crecimiento artístico en los últimos tiempos no está pasando desapercibida entre la crítica y el público.
Después de su aparición en las páginas de Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, su actividad ha sido frenética y la calidad de su propuesta multidisplinar creciente. No ha abandonado la intervención urbana, es más, la ha extendido hasta las "costas" de París, los raíles de estaciones semi-abandonadas o su serie "Arte urbano desde casa". Pero es que, además, la línea más clásica de su producción (la de las ilustraciones sobre papel, las esculturas de pequeño tamaño y el collage) está viviendo un periodo brillante de inspiración y excelencia simbólica, gracias a series y motivos como el de las "medusas", que ha vertebrado su reciente exposición "La cara oculta" con la galería mallorquina Fran Reus, y que ha coleccionado críticas entusiastas.
Completa Pejac su actividad frenética con proyectos de ilustración llenos de sensibilidad y poesía, como la que encierra a un pájaro en la jaula de papel de libreta, para la agencia Mimuik, o la que libera a toda una bandada en la portada del último disco de la banda Haddoks Orphans. Talento desatado y creatividad sin bridas, los de Pejac.

Ya ven, imaginación y arte urbano para unos tiempos difíciles. La mirada crítica encauzada con barro y gesto airado o con ácida inteligencia simbólica. Afortunadamente, los caminos del arte son libres e inescrutables. Mientras haya gente capaz de ver más allá del muro blanco, de la pared que enclaustra y encierra, seguirá habiendo esperanza.

lunes, septiembre 26, 2011

La popaganda de Ron English (y alguna novedad editorial).

Surfeando por la red, que dicen los modernos, regresamos a la casa de un viejo conocido. Les referimos a Ron English con motivo de aquella gran cinta grafitera que es Exit Through the Gift Door, de un tal Banksy. Hacía mucho también que no retomábamos el tema del arte urbano y sus derivados.

En realidad, Ron English no merece presentaciones dentro del colectivo de artistas urbanos, dentro de ese grupo selecto de creadores al margen del sistema que tan bien (y poco disimuladamente) ha sabido asimilar ese mismo sistema. No es nuevo: si el producto es resultón, el mercado fagocita hasta a los virus que lo atacan. Decíamos, Ron English, como el propio (o los propios) Banksy, Mr. Brainwash, Shepherd Fairey, etc. son ya toda una élite del arte contemporáneo. El surrealismo-pop, el collage icónico y el apropiacionismo serial no tienen secretos para el nuevo arte urbano: la mezcla del objeto de consumo y la alta cultura (una puesta de largo del arte pop de toda la vida) es una constante en la obra de, por ejemplo, Ron English. Mucho icono comiquero de por medio.

Algunos de sus últimos trabajos tienen bastante gracia: su "Homohulk" nos ha hecho sonreír, no se lo negamos; el Mickey Mouse (vía Maus, que ya es icono de la casa, también resulta resultón y saleroso (con ese aire de pesadilla disneyana) tanto en su versión bidimensional como en sus apariciones. Divertida e inquietante es también su ingeniosa manipulación del smiley, con trasfondo calavérico (un nuevo motivo recurrente en la obra del artista); tanto en su versión Charlie Brown, como en las que sólo manejan la referencia del sonriente logo amarillo.

Otros trabajos nos parecen más banales y efectistas, como sus habituales patchworks a base de viñetas y recortes comiqueros con los que estampa a G. Washington o a un Ronald McDonald alopécico. Nos quieren recordar lejanamente a la obra de aquel verdadero agitador del arte que fue Basquiat (otro creador que encontró en el cómic una fuente habitual de inspiración), pero se quedan en un jugueteo de diseño manufacturado, nos parece a nosotros. Échenle un vistazo a su página Popaganda, una visita amena y chispeante.

Precisamente porque hacía mucho que no hablábamos de grafiteros y arte urbano en el blog, no queremos acabar esta entrada sin mencionar un libro recién publicado, que tiene un aire estupendo: Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, del crítico y periodista Mario Suarez. Un recorrido por la producción nacional reciente de artistas callejeros y pintadores de muros: mucha obra de arte digna de verse y recuperarse, cuya exposición fue en muchos casos, ya se encargaron de ello los ayuntamientos, más que efímera. Además, entre mucho nombre ilustre, sale nuestro amigo Pejac. Pinta muy bien.

lunes, febrero 28, 2011

Exit Through The Gift Shop, de Banksy. Bromas, documentales y tiendas de regalos.

Vamos a intentar reconducir nuestros dos posts anteriores en un tercero de síntesis: la tercera vía. Deséennos esta vez algo más de suerte que la que tuvieron otros.

En los últimos años no sólo los cómics se han puesto de moda entre las tribus fashionistas, también lo han hecho el aloe vera, la música indie, el sushi japonés, las rotondas y... los documentales.

De hecho, los documentales ya no son lo que eran. Queremos decir que ya no son sólo lo que solían ser, sino muchas otras cosas. Dice la RAE (que también está más limpia y esplendorosa que nunca), que un "documental" es:

1. adj. Que se funda en documentos, o se refiere a ellos.
2. adj. Dicho de una película cinematográfica o de un programa televisivo: Que representa, con carácter informativo o didáctico, hechos, escenas, experimentos, etc., tomados de la realidad. U. t. c. s. m.

La primera es una de esas definiciones feas y sosas que abundan en nuestra biblia de la palabra. La segunda se nos hace más propicia para nuestros fines posteadores del día. En wikipedia, que es la nueva RAE pangeática de los nuevos buenos tiempos, bajo la entrada "documental" se esconden tesoros de los Lumière, experimentos de Vertov y los esquimales de Flaherty.

Como decíamos, en estos días extraños de industrias en hundimiento y bancarrota de sectores culturales (que dicen por ahí), se pueden ver acontecimientos tan singulares como una cola de individuos esperando para pagar por ver un documental... en un cine. Es curioso: en la era de la divinización de la imagen trivial y de la falacia convertida en noticia, resulta que el ciudadano está ansioso por presenciar un poco de genuina realidad y espera hasta para pagar por ello. La sala de cine convertida en celda de aislamiento y tanque de oxígeno, así en una sola estancia.

El interés ante la película "fundada o referida en el documento" ha provocado, lógicamente, dos fenómenos paralelos: uno de proliferación y otro de búsqueda. El género documental se ha convertido en un territorio artístico per se; lleno de experimentación, posibilidades y ramificaciones.

Dejando a un lado la larga lista de subcategorías wikipédicas, tenemos que hablar, por ejemplo, del "falso documental": ese que se rueda desde las técnicas y recursos propios del documental, pero que no disimula su falta de verdad o que la cobija detrás de la ironía y la ruptura de la ilusión. Orson Welles y Woody Allen son pauta y referencia, con sus Fraude (1973) y Zelig (1983), más falsos los dos que un discurso de Franco (y mucho más lúcidos e inteligentes también). Más recientemente, también han aparecido buenos ejemplos de la falsedad, como esa película que debería ser de visionado obligatorio entre alumnos, profesores y padres de alumnos en nuestros institutos, Entre los muros (2008), de Laurent Cantet, sólo parcialmente falsa, pero muy verosímil; el falso biopic sobre Joaquin Phoenix que es I'm Still Here (2010), de Casey Affleck o las pelis de Borat (aunque no estamos seguros de si éstas son en realidad documentales o versiones fílmicas hipertrofiadas de la cámara indiscreta, al más puro estilo Summers).

En 2005, Werner Herzog rizó el rizo con su Grizzly Man y se sacó de la manga un documental verdadero que parece falso. Un nuevo género lleno de posibilidades, la vuelta de la tortilla con forma de oso gigante. Hablaban de ello hace tiempo en el Rockdelux, pero no fue en esta crítica, seguro.

Luego están los documentales que hablan de la realidad, pero lo hacen desde una intención narrativa. Aquellos que detrás del relato de acontecimientos, la aportación de datos o los testimonios de los protagonistas, encierran una intención estilística narrativo-simbólica; que se descubre, como siempre, en las eleciones autoriales: en el montaje, en la búsqueda de momentos climáticos, en las referencias cruzadas, etc. Hemos visto en las últimas décadas historias y cuentos preciosos con una apariencia documental: como la luminosa y casi mística El sol del membrillo (1992), de Erice; el ejemplo de dedicación y amor a la pedagogía que es Hoy empieza todo (1999), de Bertrand Tavernier; el grito agónico que se escucha a lo lejos en el El cielo gira (2005), de Mercedes Álvarez; o ese canto a la vida y a la utopía que es el Man on Wire (2008), de James Marsh. Y el Crumb de Zwigoff que les comentábamos el otro día, por supuesto.

Muy populares son también los llamados "documentales de denuncia", juguetes autopromocionales, en ocasiones, discursos cargados de demagógia, en otras, pero, casi siempre, bofetadas sonoras en toda la cara de ese capitalismo bienpensante neoliberal que nos ha conducido hacia un armagedón del que, ahora dicen, sólo nos pueden sacar ellos. Hablamos y pensamos en trabajos como Una verdad incómoda (2005), de Davis Guggenheim; Super Size Me (2004), de Morgan Spurlock o, desde luego, en Michael Moore y sus combativas Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11.

Algunas otras cintas golpean en la conciencia del espectador con menos ruido, pero haciendo mucha más sangre. Nos acordamos ahora de S-21: La máquina de matar, del camboyano Rithy Panh, o de cómo la memoria histórica y el perdón posterior no son incompatibles, pese a lo que muchos preconizan.

Pero aquí habíamos venido a hablar de arte y de grafitis, si recuerdan bien. Sucede que hace unos días hemos tenido la suerte de ver Exit Through The Gift Shop, el documental de Banksy, y que quieren ustedes que les digamos, no podemos dejar de darle vueltas. Lo comentaba el otro día un amigo de esta casa en los comentarios, es una de esas obras que "motiva largas conversaciones en la barra del bar". Por de pronto, porque resulta difícil discernir si lo que hemos visto es un falso documental, un documental verdadero que parece falso, un ejercicio de denuncia social o una incursión clandestina de algún comando revolucionario neomaoísta en el mundo del arte. Para todo eso da y para bastante más.

Como señala el propio Banksy al comienzo de la cinta, Exit Through the Gift Shop comienza con unas intenciones, pero evoluciona de manera muy diferente. Es un trabajo sobre el arte urbano, sí, pero también es una obra al servicio de un personaje único, Thierry Guetta, el francés emigrado a Los Ángeles que se dedicó durante años a grabar con una cámara portatil todo cuanto le rodeaba y que, por puro azar (el encuentro con un primo suyo, el grafitero francés Invader), terminó convertido en el cronista del arte urbano de las últimas décadas. El documental nos cuenta sus andanzas, cámara al hombro, al lado de gente como Monsieur André, Shepherd Fairey, Ron English, Zevs o el propio Banksy, hasta que, finalmente, termina convertido él mismo en artista superventas de la vanguardia neo-pop-urbana contemporánea, bajo el nombre de Mr. Brainwash. Como lo oyen. El cuento de hadas del arte contemporáneo pasado a fotogramas (o chips digitales, que lo mismo da).

El propio Guetta desmenuza su camino hacia el éxito de forma detallada y exhaustiva: su determinación propia de un iluminado que se siente destinado a cotas más altas, su relación ambigua y parasitaria con el mundo del grafiti y sus creadores, su tardía fe inquebrantable en el arte urbano, su apuesta definitiva por la gloria con la exitosa exposición "Life Is Beautiful"...

En el fondo, como sospechan, todo huele a gran broma, a artificio inteligente trufado de sospechas y muchas preguntas. No dudamos de la existencia de Thierry Guetta ni de la de sus miles y miles de horas grabadas con material intrascendente y ocasionales hallazgos documentales. Tampoco de que el resultado de su aparición en el documental pueda tener que ver con ciertas dosis de azar y algo de fe irracional en su propio talento, pero hasta ahí llegamos: sólo nos creemos la mitad de esta gran película. El brillante objeto artístico que es Exit Through the Gift Shop consigue esquivar con éxito los puntos más turbios del proceso de glorificación de Guetta (sus nunca claros tejemanejes financieros, su intempestiva intromisión dentro de la clandestinidad grafitera o, especialmente, la misteriosa aparición de su obra casi de la nada) y nos sumerge en un mar de suposiciones: ¿Es Banksy el autor último de las obras de Guetta o, lo que es lo mismo, es Guetta un sosías del propio Banksy? ¿Existe Banksy realmente o está su leyenda forjada a partir de un esfuerzo colectivo estudiado al milímetro? ¿Es Banksy (un tipo capaz de añadir a sus talentos el de la dirección de una gran película como ésta) el gran genio del arte contemporáneo o es simplemente un prestidigitador del icono y del golpe de efecto? ¿Son el arte postmoderno y sus ramificaciones urbanas un símbolo esteticista de la oquedad contemporánea y de la falta de contenidos de sus objetos artísticos?

Dudas razonables, todas ellas, que ya han hecho correr ríos de tinta. Vean ustedes la película y nos dicen que piensan. Y si lo de escribir en blogs ajenos no les motiva demasiado, se nos lanzan a la calle y lo plasman en un muro, que, ya lo saben, el éxito espera a la vuelta de la esquina.

lunes, febrero 21, 2011

Pejac y BLU, alumbrando la ciudad

Nos echamos a la calle. Hacía mucho, pero saben que nos encanta el street art y sus derivaciones grafiteras. Hoy les proponemos dos "visitas" urbanas especiales.
Nuestro amigo Pejac (¿se acuerdan de Vuelo rasante?) lleva unos días colgando en su blog una serie de intervenciones que últimamente está llevando a cabo en su ciudad. Son pequeñas y fugaces obras de arte, perecederas y sutiles. Intromisiones amables en el paisaje urbano que, no sólo no agreden al medio, sino que embellecen y dotan de significado simbólico a los escenarios muertos y muñones tumefactos que salpican nuestras urbes. Siguiendo el modelo de algún otro antiguo stencil suyo (como aquel picaporte que abría puertas invisibles), Pejac ha decidido abrir lienzos como ventanas en muros de ladrillo, convertir farolas en cuchillos y aceras en carne o dotar a tocones de una identidad dactilar, única e intransferible.

En realidad, no importa la herramienta o el vehículo artístico que emplee Pejac (grafiti, carboncillo, collage, óleo o viñetas), su técnica, su personalidad estilística, es fácilmente reconocible. La obra de este artista se mueve casi siempre en el campo de la metonimia y de la asociación simbólica inteligente; el trasvase entre el referente y la representación, planteado siempre desde una mirada crítica social. El mensaje de la forma, el símbolo que grita.
Nuestra segunda propuesta alude también a un viejo conocido de este portal. Un fenómeno del arte contemporáneo, del más contemporáneo de los artes, en realidad: hablamos de BLU. Tenemos devoción por el italiano invisible y por su trabajo. La suya es una obra que no deja de crecer en cantidad y, sobre todo, en creatividad.
Si en MUTO conseguía asociar las técnicas del grafiti y del stop-motion para crear un arte urbano orgánico, vírico y metamórfico (superando radicalmente la idea del wall-painting tradicional), en sus últimas "producciones" el salto tridimensional, que se anticipaba en algunas fases de sus trabajos anteriores, aparece ya plenamente consolidado. Se pierde en capacidad de sorpresa y en el impacto visual que ofrecían los muros en movimiento, pero BLU consolida la idea que sobrevuela toda su producción: la que preconiza una vitalidad subyacente en el objeto inanimado. Las ciudades de BLU son entes mutables y decididamemente orgánicos; organismos que evolucionan y crecen a un ritmo cronológico, el de las horas del día, como lo puedan hacer cada uno de sus habitantes.
Quizás por esa razón, en Big Bang Big Boom o en Combo (su colaboración con David Ellis), la pintura y los objetos se salen definitivamente de los muros (gusanos de embalaje, chorros de cableado, bolsas-medusa) para danzar en una coreografía enloquecida que sólo parece conducir en una dirección, la del caos: el mismo ritmo, en realidad, que gobierna (o desgobierna) el latido arrítmico de las grandes urbes contemporáneas. Detrás del simbolismo biológico, leemos una metáfora desesperanzada: todo organismo acaba por morir, invadido por un cancer polimórfico (el gran cangrejo omnipresente en Big Bang Big Boom), que se manifiesta en la contaminación, la proliferación industrial y la deshumanización de los espacios sociales. Esperemos que el final de nuestras metrópolis no esté reflejado en ese gran Big Bang que abre y cierra el vídeo de BLU.
Vida y muerte, intervención desafiante, animación del objeto... No estaría mal que el arte conviviera más frecuentemente con el peatón. Ojalá todas las intervenciones urbanas nos retaran desde la inteligencia y superáramos de una vez la era de las firmas mongoloides estampadas sobre el muro.

lunes, noviembre 23, 2009

The Reverse Graffiti Project: "ensuciando" con agua.

No es casual que lleguemos a Paul Curtis (alias Moose) y su proyecto Reverse Graffiti Project a través de nuestro buen amigo Pejac (¿les hemos dicho lo lustroso que luce su blog últimamente?). Cuestión de estencils: ya saben, esas plantillas (de acetato, como el de las radiografías, o similares) que se utilizan para dejar pulcrísimos grafitis en muros y demás mobiliario urbano; ironía callejera sofisticada y aparente (sic. Superman de la derecha).

El caso de Reverse Graffiti Project es insólito, por lo que tiene de paradoja más allá incluso de lo postmoderno: el burguesismo más inmovilista ha tenido a los artistas urbanos y grafiteros por vándalos, así en bloque y sin distinciones (que no negamos que los haya, como en todas las esferas); salvajes ensuciaparedes, destructores incívicos de la armonía ciudadana. Moose junto al documentalista Doug Pray decidieron el 14 de abril del 2008 darle un giro de 360 grados al prejuicio y toda su argumentación conservadora: recorrerían la ciudad de San Francisco (fuente de otras trasgresiones muy poco retóricas en épocas precedentes) y la inundarían de estencils a mayor gloria de la ética ciudadana y el ecologismo urbano. ¿Cómo? Limpiando sus muros con patrones artísticos. En vez de pintar sobre los muros con tinta o spray, utilizarían agua a presión sobre sus plantillas y estencils superpuestos sobre muros ennegrecidos por la polución, el humo y la mierda propia de los nucleos civilizados, para dejar en ellos sus armónicos diseños florales y críticas gráficas. Un ejercicio dibujístico lleno de humor, ironía y bastante ácido disparado a presión contra las incosecuentes conciencias mojigatas de las sociedades hiperdesarroladas (abajo tienen uno de los muchos vídeos ilustrando el proceso). Nos lo explica sucintamente el propio Moose:

I'm not the world's biggest environmentalist, but it's impossible not to tow the environmental line," Moose tells the camera. "The whole core of what I do is based around drawing in pollution and writing in nature. Nature's voice, if you like, is written in dirt like it would be written in blood.



Así,él y su equipo ilustraron las paredes de túneles, muros y demás joyas arquitectónicas como las que lucen orgullosas en todas nuestras ciudades. Sin embargo, la lectura más interesante de toda esta historia no tiene que ver con la ejecución del proyecto, sino con la reacción de los espectadores administrativos (burócratas del esperpento); lo describía muy bien Pejac en el correo que nos mandó en su día:

Este artista urbano, en vez de meter pintura sobre los muros, lo que hace es quitarles el hollín del humo de los coches...no solo limpia, además dibuja; se hace llamar Moose. Aunque a algunos de nosotros nos pueda parecer increíble, muchas de sus obras artísticas son sistemáticamente "limpiadas" por operarios, con la coña añadida de que solo limpian hasta donde Moose ha intervenido con sus dibujos; el resto del muro, que está negro de contaminación sedimentada, lo dejan tal cual. ¡Sólo limpian los dibujos! ¡Qué santas pelotas! El ser inhumano es la hostia.

Después del éxito, Moose y sus secuaces decidieron seguir "limpiando" paredes en latitudes más exóticas, se llevaron su proyecto a lugares como Eslovaquia. Seguro que allí las bienpensantes y concienciadas autoridades públicas se tomaron el asunto con mucho más humor y salero, al estilo eslavo.

domingo, septiembre 13, 2009

Muros viajeros.

Hablábamos el otro día de viajes, de leer imágenes sobre muros y de interpretar las historias secuenciadas del pasado. Sin embargo, hace bastante que no nos referimos al arte mural contemporáneo, a los grafitis. Después de tanto viaje intercontinental y estímulos culturales radicales, casi nos olvidamos de los pequeños hallázgos en otros itinerarios, propios y ajenos, mucho más breves pero igualmente intensos.
Cada vez hay más artistas anónimos y urbanos que decoran los muros de sus ciudades con grafitis y stencils. Y cada vez más de esos grafitis llaman nuestra atención porque nos sorprenden, nos hacen sonreír o nos traen recuerdos agradables. Este último es el caso de tres diseños murales que hemos descubierto en nuestros últimos viajes por el Viejo Continente.
Paseando por Roma, de noche, persiguiendo olores, perdiéndonos por las calles del Trastévere, nos encontramos con una descarada damisela de las que vuelven locos a vecinos y amigos (a ellos les dedicamos este post), simpática, extrovertida y guapetona. Se la presentamos:
Las siguientes damas, parecen italianas (¿no les suenan esas nalgas?), pero son francesas de pura cepa (se las debemos a nuestro amigo Pau, que se topó con ellas en alguna andanza parisien). Juegan en otra liga, la del erotismo y la provocación indisimulada, pero aparecen sutiles, esbeltas y con una irresistible y bella elegancia.

sábado, marzo 28, 2009

Más grafitis: pasmados ante el muro blu

Lo mejor de este invento es, repetimos, la interacción. Que no acabábamos de colgar nuestro post-manifiesto con sus grafitis granadinos estampando muros y se nos dirige amablemente en los comments el amigo haddock para informarnos de otro grafitero la mar de resultón y "granaíno" también, para más señas: el niño de las pinturas.

Merece la pena pas(e)arse por su página y pinchar en los cajones de madera de esa estantería hasta llegar a sus obras en muros, escaleras, miradores y edificios de Granada y otras latitudes. Todo un catálogo de arte urbano regido por algunos de esos factores que insinuábamos el otro día; léanse inteligencia, talento, actitud y estudio del medio.Pero es que, sólo un poco después, nos escribe por una vía menos pública nuestro buen amigo Gaspar para ponernos en conocimiento de otro grafitero, foráneo éste: don (no merece otro tratamiento, como verán en breve ustedes) BLU. Una celebridad, a tenor del ingente número de entradas, posts y halagos que se le dedican en la red y aledaños, pero un artista desconocido para nosotros. Un Banksy italiano universal, que dirían, y nosotros como un gato de yeso que observa el circo desde fuera, ciegos e ignorantes.

Entramos en su brillante página web y notamos que se nos empiezan a dislocar las meninges, o así lo sentimos, si tal cosa no fuera posible. Apabulla el BLU con su exaltación del art brut, la experimentación mimetizadora sobre el medio y una técnica artística que ya la quisieran para sí algunos de los inquilinos de los museos cuyas paredes ilustra. En su colección de "muros" encontramos juegos sarcásticos tridimensionales, crítica social referencial, interactuación con el "lienzo" por medio de recursos prestados y retóricos frisos descomunales en su mensaje y concepción. No hay página, fotografía o collage pictórico que deje indiferente; no observamos en los trabajos de BLU una sola esquina, cúpula con membranas ilustradas, estructura urbana, entrada a propiedades privadas o estancia en edificios públicos que no renazca transformada en obra de arte estimable o superlativa. Ya lo insinuábamos en el título mismo del post, anonadados estamos. Más cuando descubrimos varios de sus trabajos en nuestros muros hispánicos, en ciudades que nos gusta visitar y a cuyos muros nos apena no haber prestado mayor atención. En su sketchbook seguimos descubriendo más arte gráfico (sobre papel, en este caso) apoyado en el mensaje y el diseño elaborado, con un gusto definitivo por el desguace anatómico, que ya veíamos en sus grafitis, y un mucho de humor sarcástico forense (en la línea de las últimas ilustraciones de ese otro fenómeno que responde al nombre de Shintaro Kago, y que empieza a rozar la genialidad en su peculiar concepción del humor sádico). También nos recuerda, por supuesto, a esos autores del colectivo Fort Thunder de los que tanto hemos hablado en estas páginas. La misma (similar) organicidad en sus monstruos-persona-personaje, el mismo interés por la mutación polimórfica, por los laberintos interiores y exteriores o por la simetría multiplicadora. Viejos conocidos en una nueva y motivante versión.Miren que llevamos hablado, pues bueno, después de tanta loa y alabanza, aún no hemos mentado la obra que más nos ha llegado a impresionar del impresionante BLU. Y no vamos a hacerlo, véanlo ustedes por sí mismos. Incluimos por vez primera un vídeo en esta bitacorita, creemos que la ocasión lo merece. Siéntense, relájense y saquen tiempo de donde no lo tengan, pero no se pierdan lo que sigue: MUTO.

lunes, marzo 23, 2009

Hablando de grafitis hablados

Parece haber un debate eterno en torno a los grafitis. ¿Cuándo debemos hablar de grafitis y cuándo estamos simplemente ante egos vandálicos con efectos secundarios en paredes ajenas? Una pregunta con tantas respuestas, seguramente, como "opinadores". Entre ellos nos encontramos.
Ya saben ustedes del origen italiano del término, así como de su referencia plural. Por eso, cuando buscamos su acepción equivalente española en el DRAE, nos topamos con la siguiente referencia:
grafiti.
1. m. grafito (‖ letrero o dibujo).
Nos vamos a la segunda acepción de "grafito" y encontramos lo que sigue:
grafito 2.
(Del
it. graffito).
1. m. Escrito o dibujo hecho a mano por los antiguos en los monumentos.
2. m. Letrero o dibujo circunstanciales, generalmente agresivos y de protesta, trazados sobre una pared u otra superficie resistente.
Así, desde la denotación pura, casi todo es grafiti, casi todo lo que se pinte o dibuje sobre un muro. Cuánto más si el mensaje denota rabia, agresividad o protesta. Sucede que, como tantas otras veces, los diccionarios de las academias viajan a rebufo del contexto social que intentan enmarcar con sus definiciones. Porque, ¿puede concebirse hoy en día una definición de "grafiti" que escamotee alguna referencia a su condición de vehículo artístico popular, vanguardista en muchos casos y plenamente contemporáneo en prácticamente todos? Obviamente, cuando nos aventuramos a reivindicar la valía cultural del grafitero, lo hacemos con algunas matizaciones en mente. Manifiesto personal.
1) Rechazamos el grafiti puramente nominativo, la cutre-firma sin contenido malpintada a la carrera, la rúbrica de la nada, el nombre ostentado que parece esconder incapacidades, complejos o eyaculaciones de ego adolescente. Eso no es grafiti, más allá de la simple definición. Vandalismo firmado que, en ocasiones, desnuda doblemente su cutrerío al suplantar e invadir incluso verdaderas obras de arte murales.
2) Rechazamos los grafitis que equivocan su habitat-superficie-espacio, sin que éste tenga necesariamente que ver con conceptos tan herméticos como los de público-privado, individual-colectivo... El grafitero que cuida de su talento sabe que hay lugares que no funcionan como lienzo: no lo hacen, por ejemplo, los muros de una catedral o un palacio barroco (por encima de fes o confesiones) o las paredes de edificios históricos o los escaparates de un comercio, que harán del grafiti un pasaje gráfico mucho más efímero de lo que su propia condición urbana determina... Curiosamente, cada vez que encontramos pintadas en tales espacios, suelen estas limitarse, de nuevo, al antes mentado ejercicio autógrafo-pajillero. Hasta el más airado de los vindicadores es consciente de que un lema iracundo soltado en el lugar equivocado juega en contra de lo reivindicado.
3) Creemos en el grafiti como técnica de intervención urbana, como manifestación lúdica que promueve la interacción social e invita a la reflexión. Creemos en el grafiti que protesta, motiva, empuja, subraya, matiza, desafía o critica desde la inteligencia, no desde el escupitajo visual primitivo. Una sola frase ingeniosa llena un muro.
4) Creemos en el grafiti como vehículo artístico estéticamente valioso, generoso en su falta de pretensiones autoriales, pero devoto en la manifestación de su técnica; incluido ese grafiti que, nacido en la calle, juega con la iconografía y crea su propia caligrafía retorcida, "dibujando" nombres propios, apodos, palabras o figuras a mayor gloria de su clandestinidad artística.
Nos encantan grafitis como esos tan sugerentes y espectaculares que descubrimos en Granada hace bien poco y que varios colegas (alguno de ellos grafitero himself) nos empujaron a retratar en previsión de este post que ahora finalizamos. Arte del bueno y una certeza interdiscursiva: en Granada las paredes hablan con bocadillos. Gracias, artistas.