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miércoles, diciembre 21, 2016

Intemperie, de Javi Rey. Viñetas tremendistas (en Culturamas)

Hemos publicado en Culturamas, vuestra revista cultural favorita, nuestra última reseña comiquera. En este caso, un cómic de Javi Rey que adapta la novela de Jesús Carrasco, del mismo nombre: Intemperie.
Se trata de una historia que recupera aquel tremendismo que tanto martilleó durante la postguerra literaria española, gracias a obras como La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Nos gustan muchas cosas del trabajo de Rey, su dibujo y su manejo del color son brillantes, los personajes están perfectamente trabajados y sus paisajes se ahogan en el polvo del camino y el frío de las noches al raso. En este escenario, Chico, el protagonista, busca un camino, una dirección, que le permita escapar de su pasado y de su vida, sobrevivir en definitiva.
Paséense por Culturamas y échenle uno ojo a "Intemperie, de Javi Rey. Viñetas tremendistas".

jueves, diciembre 08, 2016

Necrópolis, de Marcos Prior. Estamos hasta los huevos (en ABC Color)

Hemos dedicado nuestro último artículo en ABC Color a Necrópolis, el cómic de Marcos Prior que cierra su "trilogía de la crisis", después de Fagocitosis y Potlatch. Prior reformula la idea de cómic comprometido para hurgar en la herida de la "gran estafa global" que nos ha explotado a los ciudadanos en la cara por obra y gracia de nuestra clase política y su servidumbre ante los poderes financieros.
El suplemento cultural, se completa con un perfil del autor, a cargo de Julián Sorel, y una invotación a adentrarse en el trabajo de Prior ("Siete razones para leer Necrópolis"), de Montserrat Álvarez;  Les dejamos aquí las planchas del suplemento y el artículo extractado: "Necrópolis, de Marcos Prior. Estamos hasta los huevos".
 
 
RAE: Necrópolis: 1. f. Cementerio de gran extensión en que abundan los monumentos fúnebres.

Se está hablando mucho últimamente de Marcos Prior debido a la publicación de Gran Hotel Abismo, el cómic que ha realizado con David Rubín. El resplandor de este último trabajo no debería, sin embargo, hacernos perder de vista el recorrido reciente del  guionista y dibujante catalán; porque, sin duda, estamos ante uno de los autores más coherentes y comprometidos del cómic español actual.
En una entrevista de hace unos años, la escritora Belén Gopegui se preguntaba: "¿Debería la literatura actual eludir el presente y las cuestiones principales del mundo? Desde luego, nadie tendría que imponerle el deber de eludirlo". Marcos Prior lleva ya tiempo suscribiendo sus palabras al pie de la letra. Tanto en Fagocitosis (2011) y Potlatch (2013), ambos dibujados por Danide, como en Necrópolis (guionizado e ilustrado por Prior en 2016), el autor se erige en portavoz de un hastío social que encuentra su raíz en el desenlace de la crisis económica de 2008, provocada por la codicia irresponsable de los mercados globales y el comportamiento criminal de bancos y entidades financieras. El encubrimiento vergonzoso y cómplice de los gobiernos occidentales (disfrazado eufemísticamente de rescate económico) y la gravosa responsabilización que sufrió el ciudadano de a pie desencadenaron una auténtica ola de indignación contagiosa que, por un breve instante, pareció que tendría consecuencias sísmicas regeneradoras en el actual sistema capitalista liberal, injusto, oscurantista y narcótico. 
Todo fue un espejismo. Con las heridas aún a flor de piel y los derechos ciudadanos adelgazados hasta el raquitismo, las élites dirigentes han conseguido sobreponerse a la tormenta casi indemnes. Excepto en países “civilizados”, como Islandia, nadie ha pagado por sus desmanes, y los pequeños y medianos empresarios, los trabajadores y las clases más desfavorecidas nos hemos tragado un sapo color neocon de dimensiones desproporcionadas. De postre, aquellos que nos condujeron a las arenas movedizas son los únicos que han conseguido salir andando ufanos de la ciénaga, vestidos de un blanco inmaculado.
Tenemos la sensación de que, ante la pasividad intencionada de las autoridades, el desinterés artero de muchos medios de comunicación y la amnesia colectiva, sólo algunos artistas, escritores, cómicos y periodistas están asumiendo la responsabilidad de canalizar la rabia y la desesperanza que envuelve a las sociedades convalecientes después de la crisis. Marcos Prior ha decidido que él va a ser uno de ellos. El periodo de madurez y ruptura de límites que está viviendo el cómic contemporáneo, le ha allanado el camino, de algún modo.
El desahogo se puede hacer desde la rabia o desde la crítica paródica. Esta última vía, profundamente postmoderna, es la que adopta Marcos Prior para describir una sociedad secuestrada, habitada por zombies, cadáveres y estatuas. Como hemos dicho, Necrópolis se disfraza de juguete postmoderno y abunda en técnicas como la cita intelectual, la autorreferencia, la narración fragmentaria, la crítica política disfrazada de parodia cyberpunk (que maldita la gracia) y la alternancia estilística y textual (dibujos, falsos textos periodísticos, entrevistas, contenidos digitales y mediales, etc.).
El dibujo de Prior hace también gala de esa variedad estilística, para lo cual se apoya en un grafismo digital que alterna el esbozo, la caricatura y un naturalismo casi fotográfico, distorsionado por un trazo sucio, nervioso y un vasto rayado. Debido a ello, las viñetas de Necrópolis transmiten siempre un reflejo velado y borroso de la realidad: una visión incómoda, llena de interferencias.
Como señala el subtítulo del cómic ("Retrato de grupo con ciudad"), el protagonismo de Necrópolis recae en New Pool, una ciudad distópica y sólo ligeramente futurista, que no es otra cosa que una proyección pesimista de cualquier ciudad contemporánea. La acción se sitúa en el centro de una campaña electoral, en la que podemos reconocer muchas referencias a los actuales partidos políticos españoles y sus líderes. Bajo la superficie esmaltada de los mitins políticos, las declaraciones televisivas y los gestos huecos de los candidatos, New Pool malvive sumida en la violencia, la rapiña y los deficientes servicios públicos (ejemplificados por los constantes apagones eléctricos que dejan la ciudad inmersa en el caos).
Prior proyecta hacia el absurdo la inercia de los acontecimientos contemporáneos, para dibujar un cuadro social presidido por la violencia, la corrupción, la miseria, la estupidez y la insolidaridad generalizada. La acumulación en las últimas páginas del libro de viñetas habitadas por paisajes desolados, locales abandonados y solares llenos de ruinas es la metáfora perfecta, la fotografía final de las necrópolis que habitamos. Ciudades en un proceso de autodestrucción tan obvio y predecible que resultaría cómico si no se parecieran tanto a las de las sociedades en las que nos ha tocado vivir. Autores como Marcos Prior sólo lo están subrayando desde la inteligencia y una visión renovada del compromiso narrativo. 
Aunque no nos demos por aludidos, estamos avisados.

viernes, octubre 21, 2016

Talco de vidrio, de Marcello Quintanilha. El fracaso del éxito

Pese a su precocidad, y aunque cuenta ya con una larga trayectoria en Brasil, Francia y España (en nuestro país, sobre todo como ilustrador de prensa), no descubrimos la obra de Marcello Quintanilha hasta la publicación de Tungsteno: un thriller brasileiro de arrabal, descarnado y vibrante, que se apoyaba en un muy elaborado guión cargado de sutilezas. Un trabajo por el que su autor recibió numerosos halagos y merecidos galardones internacionales.
Quintanilha regresa este año con Talco de vídrio, una historia ambientada de nuevo en su Brasil natal, pero sostenida por el análisis psicológico de personajes, frente al predominio de la acción y el componente criminal que encontrábamos en Tungsteno.
Los dos cómics, sin embargo, comparten su apego por un realismo crudo que traspasa el costumbrismo para hundirnos en las miserias del hombre moderno: las de ese nuevo modelo de ciudadano impasible, codicioso e inmune al dolor ajeno, que habita nuestras ciudades. Ese individuo translucido que, con la cabeza baja, deambula por calles, boulevares, pasillos y oficinas, abrumado por el peso de unas obligaciones y expectativas que apenas le dejan vislumbrar más allá de su propia sombra. Un individuo que, de algún modo, somos todos los que empujamos la noria del insaciable capitalismo liberal.
Celia, la protagonista de Talco de vídrio, es también una de esas personas: el prototipo de triunfadora social, una dentista reconocida, con una familia aseada, segura de sí misma y cómodamente instalada en el holograma de perfección que ella misma se ha encargado de diseñar; en resumidas cuentas, una mujer profundamente infeliz y siempre insatisfecha. Como debe de ser.
El cómic disecciona el proceso vírico que conduce hacia la autodestrucción personal y la insensibilización final: una enfermedad estrechamente asociada a síntomas como la angustia, la competitividad o la envidia. 
Tenemos la sensación de que a Marcello Quintanilha no le gusta tomar atajos para contar sus historias; no es de esos autores que se aseguran lectores complacientes a costa de tramas lineales o soluciones manidas. Quizás por eso, sus relatos parecen recorridos por una sombra de extrañeza, por un tono y un enfoque que, en un primer momento, resultan desconcertantes. Luego, nos damos cuenta de que esa falta de amarre tiene que ver, entre otras cosas, con el peculiar empleo que el autor hace del punto de vista y la voz narrativa. Tungsteno, por ejemplo, se apoyaba en un narrador omnisciente en tercera persona, que adoptaba el punto de vista interno (homodiegético) de los diferentes personajes (dando voz a sus pensamientos y emociones), y que establecía con ellos un dialogo retórico interpelándoles tanto en segunda como en tercera persona. Un recurso original, muy poco común.
De modo semejante, en Talco de vidrio descubrimos una voz narrativa también en tercera persona que, desde una omnisciencia matizada por la timidez y salpicada de dudas, se dirige al lector con un tono coloquial: como el de ese vecino cotilla que le cuenta a uno con falso desinterés la historia de un escándalo y las desgracias de aquel conocido mutuo que acabó tan mal.
Marcello Quintanilha es un autor con voz propia y también con un estilo gráfico muy personal y reconocible. Detrás de la sencillez de su trazo realista, suelto y ligero, se adivina una mano certera para el detalle y una capacidad gráfica notable para la plasmación de realidades complejas desde una aproximación sintética: dibuja como si toda la diversidad de la vida cupiera en el mínimo espacio de una viñeta poco mayor que un sello; tiene la habilidad especial de captar la esencia fotográfica de lo inmediato, despojándolo de todo trazo superfluo.
La combinancion de un guión certero y la habilidad de su autor como dibujante se concretan en un cómic que se sumerge en las alcantarillas de la psique humana. Una historia que invita a la reflexión y que escuece, aunque sólo sea porque podría estar hablando de todos y cada uno de nosotros.

viernes, septiembre 30, 2016

Golem, de Lorenzo Ceccotti. De monstruos y mangas

Abre uno Golem por una página al azar y le salta a la cara el Akira de Katsuhiro Otomo en versión 3.0, como un alien japonés y futurista.
El cómic italiano de Lorenzo Ceccotti es un ejercicio de frenesí visual que fagocita muchos rasgos icónicos del manga de ciencia ficción clásico: su gestualidad y ruido cinético, la profusión tecnológica, cierta tendencia al horror vacui o la combinación entre los pasajes contemplativos y las escenas de violencia vertiginosa.
Los temas planteados en Golem también nos remiten a la poética temática de los Otomo, Shirow, Urasawa o el cine de Miyazaki: una distopía tecnológica de ciudades futuristas sometidas a los intereses de grandes corporaciones y totalitarismos autocráticos fuertemente militarizados; hackers digitales transmutados en fuerzas rebeldes de resistencia; genios científicos renegando de su sumisión al sistema; ciudadanos sometidos a la hipnosis catódica de las pantallas, etc. El argumento de Golem nos resulta familiar, como una versión actualizada de algo conocido: comenzando por esa figura del niño-demiurgo convertido en semilla nuclear que ya descubríamos en Akira.
Ceccotti, subyugado por la influencia de la estética manga, es un dibujante muy dotado. Dentro del barroquismo cibernético de su propuesta visual (apoyada por una paleta de colores vibrantes y satinados), las viñetas de Golem discurren a un ritmo vertiginoso y la narración (con sus claves ocultas y cierto cripticismo en aras del suspense) avanza con una engañosa facilidad. El abundante entramado cinético y la proliferación de señalética y capas digitales superpuestas para la creación de "diálogos virtuales" entre sus personajes (en cómplice interacción con el lector) proporciona densidad a la trama y ayuda a la creación de ambiente dentro de la historia. 
Resulta brillante el modo en que este cómic actualiza el recurso japonés de los insertos hiperrealistas o el empleo esporádico de páginas dibujadas en un estilo gráfico diferente al del resto de la obra (en algunos mangas en blanco y negro, por ejemplo, se aplica color a las primeras páginas). Ceccotti recurre a grandes páginas-viñeta sangradas, que elabora con estilos pictóricos heterogéneos, pero con una carga significativa importante para el relato: en las primeras planchas, por ejemplo, recurre a una imagen cercana al expresionismo abstracto, con el fin de mostrar actividades del subconsciente y la experiencia onírica del personaje; después, a medida que la historia va tomando forma y se consolida, el autor se adentra en un pictoricismo más figurativo: en ocasiones expresionista y angustioso (como un Bacon contemporáneo); más romanticista y simbólico, en otras.
Sin embargo, como bien señala Adriano Ercolani en el epílogo de la obra, seríamos injustos si limitáramos el valor de este cómic a su parentesco con el manga. Estaríamos dejando de lado su bagaje cultural y la originalidad de su propuesta. Obviaríamos, por ejemplo, las múltiples referencias culturales y alusiones a cineastas como Tarkovski o Ridley Scott; las ya señaladas influencias del arte pictórico y tantas referencias a la postmodernidad y al pensamiento filosófico contemporáneo; o las múltiples claves simbólicas que se incluyen en sus imágenes y en la nomenclatura de nombres propios, alusiones topográficas, etc.
El principal mérito de Golem reside en la habilidad de su autor para crear una ficción convincente dentro de sus propios parámetros imaginarios. El universo ficcional de la obra diseña una sociedad futurista no muy alejada de aquella que crearon Orwell o Huxley en sus distopías, pero angustiosamente verosímil si nos atenemos a la deriva de este capitalismo actual, alimentado por sociedades consumistas, sobreexcitadas, manipulables y entregadas a los caprichosos designios de las grandes corporaciones. Las construcciones urbanas futuristas de Ceccotti, sus proyecciones tecnológicas y biónicas, así como las claves de convivencia y los ritos sociales que gobiernan los actos de sus protagonistas, son tan convincentes como cualquier pesadilla económico-política de esas que nos asaltan diariamente desde las pantallas de nuestros televisores. De fondo, descubrimos el imaginario sempiterno de Blade Runner y las fabulosas construcciones ficcionales de Moebius, pero no hay que dejarse engañar, más allá de influencias y préstamos, Golem es una obra vigorosa: un cómic de ciencia ficción cargado de argumentos y méritos propios.

miércoles, septiembre 21, 2016

Una entre muchas, de Una. Voces silenciadas

Hay libros que le revuelven a uno por dentro. Se nos agarran de las tripas y nos tienen varios días retorciéndonos de estupor y vergüenza por ser tan complacientes en nuestra forma de mirar al Otro. Una entre muchas, de Una, entra dentro de esa categoría. Como lo hizo en su día Luchadoras, de Peggy Adam.
Tenemos la sensación de que este cómic atípico nunca se hubiera publicado hace 10 ó 20 años. En esta era de la comunicación global y de la exhibición obscena de la privacidad, hay temas que aún escuecen y se silencian. Hace sólo unos pocos lustros esos mismos silencios apestaban, además, a complicidad.
La batalla contra la violencia machista apenas se ha empezado a librar: la conciencia popular sobre el tema está, por vez primera, asomando por encima de abusos enquistados y convenciones perversas. De otros asuntos turbios, no tenemos apenas noticias. ¿Por qué nadie parece hablar de los niños desaparecidos cada día en tantas partes del mundo? ¿Por  qué cada vez que se desarticula una red de pederastia, la investigación parece embarrancarse en la orilla y nunca se llega a las instancias superiores? Volvemos a Luchadoras de Peggy Adam, por ejemplo, y nos preguntamos si sus  estremecedoras asunciones acerca de los secuestros y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, con la connivencia de ciertas clases dirigentes mexicanas (asunciones confirmadas por multitud de otras fuente), no deberían resonar una y otra vez con estruendo en noticieros, reportajes y programas de investigación. Es imposible no preguntarse a quién interesan tantos silencios.
Una entre muchas aporta luz sobre uno de esos casos de infamia colectiva: el del Destripador de Yorkshire, que entre 1972 y 1981 asesinó a trece mujeres e intentó matar a otras siete sin conseguirlo. La autora desafía la incredulidad del lector en un desglose continuado de despropósitos: la negligencia policial reforzada por patrones misóginos, las manipulaciones sensacionalistas de los medios de comunicación ingleses y la connivencia machista de una sociedad que tenía muy claras sus conservadoras prioridades morales como para que la realidad viniera a cuestionárselas.
Hablamos de la misma sociedad enferma, no lo olvidemos, que durante décadas se dedicó a aplaudir las ocurrencias y el desparpajo televisivo de un pederasta y violador en serie, sin que nadie se atreviera a denunciar lo obvio, por miedo a que la burbuja dorada del éxito catódico explotara y salpicara a unos u otros. El Destripador de Yorkshire también estuvo en el foco de atención policial en multitud de ocasiones, sin que llegaran a detenerle: los investigadores lo interrogaron numerosas veces, había descripciones detalladas de su modus operandi por parte de víctimas que habían sobrevivido a sus ataques, existía incluso un preciso retrato-robot del autor y, sin embargo, su detención costó más de diez asesinatos en diez años. ¿Por qué? Porque los testimonios y las declaraciones fueron realizados por mujeres, a quienes ni se prestó atención ni se otorgó la credibilidad necesaria. Eran tiempos en los que a un asesino de mujeres se le dedicaban cantos guerreros en un campo de fútbol, mientras que a sus víctimas se las “maquillaba” de prostitutas para que el asunto diera menos miedo y éstas se parecieran lo menos posible a la novia o la hermana de uno. Así de clarito habla este cómic.
Sólo con estos ingredientes la historia ya resultaría desarmante, pero si añadimos que la narración está expuesta desde el punto de vista traumático de una mujer víctima de abusos infantiles y varias violaciones, la lectura de Una entre muchas se convierte poco menos que en necesaria. Aunque fuera tan sólo porque da voz a quienes durante siglos han estado silenciados, porque busca rescatar a las víctimas de la vergüenza, del oprobio y de ese injusto sentimiento de culpa hacia el que les empuja una sociedad cómplice y cobarde instalada en un perenne escenario de perfección televisiva y corrección política, sólo por ello, insistimos, ya habría que leer y recomendar este cómic. Su autora se erige en voz autorizada del dolor sofocado y, al mismo tiempo, se diluye en el título de la obra entre tantas otras que nunca se han atrevido a hablar o han sido acalladas, como lo fue ella durante tanto tiempo:
En 2010, una niña de Rochdale dijo que algunas personas contactaron con servicios sociales acerca de su situación -su escuela, sus padres-, pero a sus padres les dijeron que era una prostituta y que como tenía casi 16 años, no se podía hacer nada.
Su situación -sufría abusos y era explotada por grupos de hombres mucho mayores- fue descrita por las autoridades que podrían haberla protegido como "una elección de estilo vida". 
Nos referíamos el otro día a la expresión del dolor subjetivo a través de viñetas simbólicas, a propósito de La ternura de las piedras, de Marion Fayolle. Destacábamos que pocas veces habíamos contemplado un trasvase poético hacia el lenguaje comicográfico de esa naturaleza y con tanta variedad de recursos figurativos. Una entre muchas también recurre al simbolismo gráfico para trasladar su mensaje, pero sus intenciones y estilo son totalmente diferentes. Donde el cómic de Fayolle empleaba una metáfora lírica con intención catártica, el de Una se inclina por la asociación (a veces casi surrealista) de imágenes simbólicas profundamente subjetivas y tan oscuras como pueda serlo la plasmación visual del subconsciente. El estilo elegido por este cómic es deliberadamente simple, no así la organización de sus materiales: su dibujo responde a un minimalismo esquemático (cercano a la ilustración) apoyado por un selectivo uso simbólico del color (el rojo sangre, esencialmente); la secuenciación, muy libre, juega con las combinaciones espaciales de texto e imagen y recurre en algunos momentos a las soluciones del libro ilustrado y el collage (en sus páginas se mezclan noticias, cartas, anuncios, fotografías...); así mismo, Una entre muchas abunda en la repetición de motivos icónicos que terminan funcionando como leit motifs y argamasa para el relato central.
Y pese a ello, pese a ese cripticismo y la subjetividad de alguna de sus imágenes y textos, cualquier lector puede navegar entre los símbolos, las metáforas visuales y la narración fragmentada de un relato cuyas páginas nos estallan en la cara llenándonos de vergüenza y pudor culpable por no haber sabido mirar antes en algunas direcciones; o por decidir que ciertas ambivalencias le hacen a uno la vida más fácil.

viernes, septiembre 02, 2016

Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2016/08/29/manifiesto-incierto-de-frederik-pajak-ensayo-de-una-vida-dibujada/
Abrimos nuestra reseña sobre el manifiesto de Frédéric Pajak con una cita también incierta, por lo que tiene de paradójico viniendo de quien viene:
Resulta curioso que las palabras parezcan una necesidad, un consuelo, al mismo tiempo que encarnan una equivocación, un desliz, una fuente de incomprensión. Me dejan perplejo y consternado la desenvoltura oratoria, esas bocas llenas de sí mismas, esas voces que lucen, que proclaman alto y claro su permanencia a la “realidad” -quiero decir a la autoridad-. Naturalmente, ante ese vasto ruido demasiado bien ordenado se abren abismos, y no me creo ni una palabra. Creo en el balbuceo, en la palabra hecha añicos entre sus zarzas y su maleza. Creo en una verdad total y absoluta, y perfectamente inefable.
Se queja Pajak de la oratoria, pero él escribe, con palabras, como un torrente que fluye vertiginoso y cristalino, y con imágenes, en un claroscuro expresionista que dibuja la vida de poesía. Hablamos de su libro, de Walter Benjamin, de Samuel Beckett y de muchas otras cosas en: "Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak. Ensayo de una vida dibujada".

jueves, agosto 25, 2016

La ternura de las piedras, de Marion Fayolle. Viñetas alegóricas

Entre los rasgos principales de eso que hemos dado en llamar Postmodernidad deberíamos sitúar la eliminación de fronteras y el rechazo a las categorías estancas por lo que respecta a formatos, géneros e incluso disciplinas artísticas; en estos nuevos tiempos, toda manifestación cultural es susceptible de mestizaje o trasvase discursivo.
No es algo nuevo, en realidad. En las vanguardias históricas encontramos un sinfín de ejemplos basados en el apropiacionismo y la hibridación: la poesía caligramática futurista, los cadáveres exquisitos del surrealismo, el arte encontrado dadaísta... Dentro de la idea de ruptura con el arte oficial, la experimentación interdisplinar cumplía una labor importante, y el desafío a las convenciones parecía el signo de los tiempos; así lo ejemplifican la prosa poética de Gabriel Miró, las greguerías de Gómez de la Serna, los acercamientos de Dalí al cine o, algo más tarde, los poemas objeto de Joan Brossa.
La llegada del arte pop difumina las fronteras aún más, empezando por la ruptura del eje fundamental entre alta y baja cultura. El cómic, que durante muchas décadas había sido circunscrito a la segunda categoría, se ve por primera vez libre de ataduras para experimentar con temas, formatos y estéticas en los que nunca antes se había adentrado. De aquellos tiempos, estos logros (novela gráfica mediante).
Hemos tirado de introducción generosa para presentar un cómic que es en sí mismo de difícil clasificación. A decir verdad, pocas veces hemos visto trabajos parecidos. La ternura de las piedras, de Marion Fayolle, es un cómic, pero podría situarse en algún territorio indefinible entre la poesía libre, la prosa poética o la ilustración lírica.
Es cierto que hay muchos cómics cargados de un profundo espíritu lírico: cómo no pensar en Edmond Baudoin y obras suyas como El viaje; o en Cinco mil kilómetros por segundo de Manuele Fior y en los trabajos de Bastien Vives, por referir ejemplos más cercanos. Haciendo memoría, tendríamos que mencionar también al gran Javier Olivares y sus Cuentos de la estrella legumbre como ejemplo puro de cómic poético (si en verdad se puede afirmar tal cosa). Sin embargo, insistimos, hasta ahora no habíamos leído un cómic que, en sus  intenciones y estética visual, trasladara con tanto acierto las herramientas del discurso poético a ese territorio doblemente articulado por la imagen secuenciada y la palabra que llamamos cómic.
Y es que, si fuéramos rigurosos en el análisis de La ternura de las piedras, tendríamos que concluir que la obra de Fayolle es toda una alegoría y que su historia se construye por medio de la acumulación de tropos y figuras retóricas: en particular metáforas y metonimias; pero también repeticiones, paradojas, elipsis y sobreentendidos.
La ternura de las piedras es una elegía atípica, un peculiar ejercicio de duelo por parte de su autora: son las viñetas a la muerte de su padre. Confiesa Fayolle que comenzó el libro con el principio de la enfermedad de su padre: un cómic que arranca como terapia y concluye como epitafio. Entre medias, se esboza la convivencia familiar con la enfermedad, trágica como una losa, y los recuerdos sobre el padre que fue; sin ahorrar reproches, sin dulcificar los desafectos a costa de la enfermedad. No es fácil hablar del dolor, librarse de él y exorcizarlo a través del arte o la literatura (sobre todo sin caer en el sentimentalismo o en lugares comunes). Esta joven artista opta por dibujar su pena dotándola de carga simbólica, convirtiendo sus recuerdos y vivencias en metáfora y símbolo mismo; lo hace despojando sus sentimientos de sentido y sustituyendo ese significado que desaparece por otra cosa: por una imagen, por una idea, por un objeto... La definición misma de "tropo".
La concreción visual de ideas tan líricas podría resultar banal, obvia, forzada, pero no es el caso de La ternura de las piedras. Cuando leemos sus páginas (algunas secuenciadas en viñetas, otras sobre una estructura de dibujo-trayecto o formadas por una única página-viñeta convertida en metáfora), traspasamos con facilidad la frialdad de la nueva imagen simbólica para penetrar en el sentimiento vivo que se encierra en su interior.
Para sus fines, recurre Fayolle a un dibujo delicado y a una línea tan fina, tan leve y quebradiza, que parece que sus imágenes se sostienen sólo en el precario equilibrio de la memoria efímera. Su dibujo nos recuerda al de Anders Nilsen, otro orfebre del cómic. Todo es sutil en estas páginas: el profuso rayado que nunca es intrusivo, el uso sensible del color e incluso la propia caligrafía de Fayole. Esta última, diminuta e igualmente delicada, resulta tan íntima como las ideas que expresa: el relato de la decadencia paterna huye de vaguedades, de generalidades o de pensamientos colectivos, nos conduce en la única dirección de un yo autoral que parece hablar de sí mismo y para sí mismo. Fayolle quiere que sepamos que su historia es suya, que su dolor es suyo: no sabemos si nos cuenta su historia para compartirlo con nosotros, sus lectores, o simplemente porque es la mejor manera que ha hallado para librarse de él. 
Se dibuja junto a su hermano trepando por la silueta negra de su padre y nos confiesa con falsa ingenuidad: "Papá fue muy amable al pensar en una treta para que pudiéramos irnos discretamente. Pero, ahora que se había vuelto una persona frágil, me apetecía cuidarlo y preferí retrasar el momento de volar". En otro momento del libro, cuando la salud de su padre se deshace a raíz de su cáncer, Fayole se imagina a su madre protegiéndolo en una urna de cristal: "Mi papá era muy frágil", dice. El lenguaje simple, casi infantil, y la metáfora trasparente trabajan en una misma dirección: la de personalizar la narración y convertirla en una experiencia única de la memoria. Una experiencia tan singular como pueda serlo la lectura de este cómic conmovedor e inclasificable.