lunes, julio 01, 2013
La infancia de Alan, de Emmanuel Guibert. De la ficción y el recuerdo.
lunes, junio 24, 2013
lunes, junio 17, 2013
Sobre Bardín y Vapor en la SER.
lunes, junio 10, 2013
En la cocina con Alain Passard, de Blain. MasterChefs.
Como tantos otros, estamos enganchados a ese concurso gastronómico televisivo, mezcla de Con las manos en la masa y Operación Triunfo, que responde al nombre de MasterChef. Aunque su edición americana lleva ya años triunfando en antena, en nuestro país el estreno se ha hecho de rogar. Eso sí, ha entrado como un tiro. Son muchas las virtudes del programa: es dinámico, entretenido y apetitoso, está bien dirigido por sus presentadores (los cocineros "Michelín" Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, sobre todo, se han hecho un traje televisivo que les sienta impecable) y ofrece una visión ecléctica y atractiva del recetario tradicional español mestizado con la alta cocina. Hasta el punto de que sus espectadores estamos empezando a ser expertos en conceptos culinarios especializados; a ver a quién se le ocurre a partir de ahora "marcar" mal la carne o dejar muy líquida una brandada de bacalao.
Imposible no sentir aprecio por algunos de sus protagonistas o rechazo ante la prepotencia de otros. Media España se ha decantado por un tipo de buen corazón y voluntad infinita llamado Juan manuel. Nosotros también le deseamos la victoria. MasterChef es un concurso-reality con una factura espléndida y una gestión modélica de los tiempos y el suspense televisivo; el concuso se ve prestigiado, además, por la aparición regular de los mejores cocineros de este país, quienes (de forma testimonial, quizás, pero con una capacidad innegable para fascinar al espectador-comensal) realizan visitas sorpresas y pequeños talleres durante las grabaciones de los diferentes capítulos.
Liguemos ideas con una flor de sal y una nuez de mantequilla.
Afortunadamente, hace ya mucho tiempo que los cómics culinarios no son sólo cosa del tebeo japonés. Aún y así, uno de los mejores tebeos gastronómicos que hemos leído nunca lleva firma nipona, la del maestro Jiro Taniguchi. En El gourmet solitario, Taniguchi aúna su pasión por la comida japonesa con otras dos de su grandes obsesiones: el viaje y la contemplación (que combinó también, tan bien, en El caminante); es éste un cómic que se lee como una narración de viajes, al mismo tiempo que como una guía gastronómica y un tratado de reflexión interior. Maravilloso Taniguchi.
Dicen los expertos, sin embargo, que el mejor cómic de cocina que se ha hecho nunca (maximalismos canónicos al poder) es En la cocina con Alain Passard, del francés Christophe Blain.
Para los muy despistados, aclarar que Blain es el autor de una de las obras más libres, aventureras y magnéticas del cómic contemporáneo reciente: Isaac el Pirata. Una transgresión radical de uno de los géneros aventureros por excelencia, las aventuras de corsarios y bucaneros. También lo es (una transgresión), su particular revisión del western a través de su serie Gus. Encuadramos a Blain dentro del grupo reciente de renovadores del tebeo francés, unos autores que crecen a partir de la heterodoxia y de la experimentación. Muchos de ellos surgen del espíritu editorial radical del colectivo L'Association; otros muchos se han unido por el camino al recorrido experimental e independiente que abrieron autores como Baudoin: estamos pensando en artistas de la talla de Blutch, Sfar, De Crecy, Trondheim, Larcenet o el propio Blain. Y más recientemente Bastien Vivès. Todos ellos, dibujantes que trabajan desde cierta espontaneidad expresionista creada a partir de una revisión cuasi-minimalista de la línea clara tradicional.
Volvamos a los fogones. En la cocina con Alain Passard es un gran cómic, entre otras cosas, porque admite múltiples lecturas y se enriquece con cada una de sus capas interpretativas. Funciona en varios niveles: por un lado, sus páginas son un recetario ilustrado de uno de los grandes cocineros contemporáneos, uno de los pocos con tres estrellas Michelín. Blain recoge bastantes de las recetas clásicas del chef y combina la habitual descripción textual de la elaboración del plato con una "puesta en escena" narrativa dibujada. Se trata de recetas elaboradas pero no imposibles (bastantes de ellas), aunque, eso sí, de un gusto marcadamente francés: preparen la mantequilla para lanzarse con los "Guisantes 'caviar verde' y pomelo rosa a la menta fresca" o el "Fondue de cebollas blancas a la acedera, habitas de queso de cabra fresco y chutney de ruibarbo rojo" o ese "Carpaccio de langostinos al cebollino" (que me comprometo a intentar algún día).
En la cocina con Alain Passard es también una mirada abierta y admirada hacia el proceso creativo. En sus viñetas, Blain se revela como fan irredento (hasta el enamoramiento) del personaje que describe, del artista y filósofo de la cocina que es Alain Passard. El espectador completa el retrato de un personaje genial, pero también extravagante, caprichoso e inteligente, gracias al muestrario episódico de anécdotas y reflexiones acerca/por/sobre el cocinero. Leemos el cómic e intentamos desvelar los secretos del acto creativo a través de la narración (como se ha hecho en muchas más ocasiones partiendo de la imagen de pintores o músicos). El discurso de Passard es contagioso, que no siempre coherente, pero su fascinación ante lo que hace es tal (esas disertaciones acerca del color, sus caricias sinceras a hortalizas y verduras...), que el efecto contagio, la constancia de estar asistiendo a un genuino acto de fe, resulta magnética.
Por último, como sucede en casi todas sus obras, el trabajo de Blain está veteado de humor inteligente y una ironía, casi siempre autoinfringida. Desde la descripción de su predisposición inicial ante el encargo del cómic, hasta su capitulación definitiva ante la cocina de autor, Blain es fiel a sí mismo: su cómic es realmente divertido. La organización del la obra es tan expresionista como el estilo gráfico de sus imágenes: cada episodio se ventila en una o dos páginas, en las que Blain alterna las recetas de los platos de Passard señaladas anteriormente, con episodios intermedios en los que intenta concretar la filosofía personal del chef, su forma de entender la creación gastronómica. Entre estos dos caminos narrativos, el dibujante también incluye episodios acerca de su propia experiencia como comensal (los más claramente humorísticos de entre todos ellos).
Si nos paramos a reflexionar sobre todo lo dicho convendremos en que, en realidad, Blain compone su álbum como si él mismo fuera una receta: su fórmula encierra la creatividad y la espontáneidad de los grandes cocineros (eso tan abstracto que llamamos "tener mano"), pero detrás del trabajo se percibe con claridad el método que aportan su enorme talento gráfico y su capacidad enorme como creador de historias sinuosas y ricas en matices. Vayan poniendo el mantel.
lunes, junio 03, 2013
La teoría del arte versus la señora Goldgruber, de Mahler. Ironías de la alta cultura.
lunes, mayo 27, 2013
Ciudades vacías y latidos de hombres abandonados.
me abandone tan pronto; pero ya no la soporto,
ya no es una enfermedad ni un acceso pasajero:
soy yo.
lunes, mayo 20, 2013
lunes, mayo 13, 2013
El duelo, de Esteban Hernández. El laberinto de la mente.
martes, mayo 07, 2013
The Beats, de Harvey Pekar y Ed Piskor. Modas generacionales.
lunes, abril 29, 2013
martes, abril 23, 2013
Salón del cómic de Barcelona 2013. La bifurcación.
Repetimos hábitos y costumbres, como las de tomar cervezas y comer con amigos a los que vemos menos de lo que nos gustaría, hablar con otros tantos de viñetas y proyectos y, en el poco tiempo que dejan libres los compromisos, recorrer a galope los pasillos del Salón intentando sacarle jugo a exposiciones, charlas y sesiones de firmas (propias y ajenas). Este año nos paseamos por dos editoriales diferentes en amena sesión de rúbricas: estuvimos con Thule, junto a nuestro amigo Gaspar Naranjo, dándole aire y promoción a Marina está en la Luna y con Aleta gestionando el futuro de La arquitectura..., después de algunas zozobras distribuidoras; con editores tan afables como José y Joseba, bien se pasan las tardes. Sentados, con el boli en la mano y el libro abierto, se nos acercaron varios amigos cargados de buenas palabras, mejores intenciones y, en el caso de los chicos de Tebeosfera, con un tocho de dos quilos y medio que, sin duda, ha sido uno de los acontecimientos del Salón: la publicación de El gran catálogo de la historieta, un impagable "vademecum" bibliográfico que recoge casi todas las colecciones en español desde 1880 hasta nuestros días. Lo dicho, todo un acontecimiento editorial que tuvimos la suerte de felicitar, agradecer y recibir directamente de mano de sus artífices.
lunes, abril 15, 2013
lunes, abril 08, 2013
Dear Patagonia, de Jorge González. Amplitudes expresionistas.
El trabajo gráfico de Jorge González nos recuerda también a las asombrosas páginas del añorado Ricard Castells, uno de los grandes olvidados del cómic europeo. Sus composiciones expresionistas también se acercan en ocasiones a la abstracción. La gestualidad de sus lápices nos recuerda al informalismo de Tapies, mientras que su construcción de paisajes tiene una solidez casi matérica, mucho más cercana a la propuesta de autores como Zóbel o, incluso, Barceló. No siempre es fácil leer las viñetas de Dear Patagonia, pero siempre es un deleite asomarse a sus paisajes y extensiones infinitas, a sus inmensos cielos grises y a las planicies esteparias que con tanta precisión consiguen capturar el paisaje del gran desierto argentino. Jorge González interpreta el paisaje desde una óptica profundamente subjetiva, casi romántica, y lo convierte en el protagonista decisivo de su novela gráfica. Un paisaje que comprende (léanlo en el mejor de los sentidos) no sólo la contextualización geográfica de la historia, sino a todo el paisanaje nativo que llegó a habitar dichas geografías: las tribus seminómadas de los indios mapuches y tehuelches que recorrían sus parajes, los buscadores de fortuna y desesperados que se acercaban a un nuevo mundo improbable, los hombres de religión que buscaban debajo de cada pedrusco la evangelización del salvaje, los cuatreros, esclavistas, comerciantes, ganaderos y colonos que quemaban cada mala hierba que pisaban, etc. Es esta Patagonia, seguramente, la misma que recorrió Martín Fierro, está marcada por los mismos cruces de navajas y boleadoras, y habitada por los mismos guanacos, maras y lagartos.
Y Buenos Aires como paisaje contrapuesto. El Buenos Aires febril y expansivo, en ocasiones no menos gris y asfixiante que aquel otro desierto. Una ciudad que Jorge González ilustra como la cara arrabalera de aquellos cuadros llenos de luces de neón, coches y música que pintara Mark Tobey. La gran ciudad como símbolo y metáfora de una civilización (política, económica, social) que intenta escapar de su pasado o que, en un ejercicio de autoconsuelo aséptico, lo encierra en las urnas de los museos o lo enmarca en los estantes de una librería. En las últimas páginas del libro, el escritor Alejandro Aguado (guionista del último capítulo e inspirador parcial del cómic a través de su propio relato biográfico) le confiesa al periodista que lo entrevista:
domingo, marzo 31, 2013
lunes, marzo 25, 2013
Entrevista en Nueve Párrafos
Si comparamos el panorama de la última década con el de los años ochenta o los noventa, da la impresión de que se ha perdido parte del impulso renovador tan característico de aquellas décadas, especialmente en lo que podríamos llamar mainstream. Desde la reinterpretación de los superhéroes en Dark Knight o Watchmen hasta las obras de la línea Vértigo, pasando por la influencia del cyberpunk en el manga, el cómic más popular accedió a unos estándares de calidad narrativa que tenían mucho que ver con un interés generalizado por explorar los límites del medio. El éxito comercial de Spiegelman o de Ware probablemente tenga que ver con ese mismo clima de maduración del cómic. En la actualidad, da la impresión de que el cómic “popular” ha perdido ese interés por indagar en las posibilidades gráficas y expresivas del medio. ¿Qué crees que puede haber influido en que la experimentación haya perdido la posición de centralidad que tuvo hace no mucho?
Lo que comentas puede que sea cierto, como señalas, para la industria mainstream, para la línea superheroica de Marvel, DC y sus filiales. De hecho, tengo la impresión de que la decadencia del cómic de superhéroes arranca de bastante antes. No voy a decir que sea una fórmula (un subgénero, propiamente hablando) agotada, pero su renacimiento en los 80-90, y repito, esto es una simple impresión, me parece un fenómeno crepuscular más que otra cosa; como sucedió con el western cinematográfico durante esos mismos años. Cómics como Arkham Assylum, Watchmen o El retorno del Señor de la Noche han tenido un efecto capital en la concepción del cómic, pero sus consecuencias son limitadas y su fórmula, una vez más, se ha convertido en molde. Por lo demás, con excepciones honrosas, que todos conocemos (los Sienkiewicz, Chaykin, Morrison, Millar, Bruebaker…), el cómic de superhéroes lleva ya lustros instalado en el formulismo y en un esteticismo manierista que aporta poco desde el punto de vista narrativo.
Sin embargo, no creo que esta situación del cómic superheroico sea extrapolable al cómic en general. Muy al contrario, siento que la narración gráfica está viviendo su momento de madurez. Las llamadas Edad de Oro y de Plata estadounidenses, e incluso el underground y el cómic de autor europeo de los 60-70, fueron periodos formativos (que dieron luz a varios genios del cómic, desde luego), un caldo de cultivo para una experimentación que se extendió hasta los años 80 y que ha desembocado en un periodo de plenitud formal y narrativa como el que vivimos a finales de los 90, y continúa hasta hoy en día. En estos últimos años el cómic ha alcanzado un nivel creativo y cultural que lo equipara a otros vehículos artísticos contemporáneos. Diríamos incluso que, junto a manifestaciones artísticas como el vídeo arte, el arte urbano y las series televisivas, el cómic se sitúa como uno de los discursos que mejor están sabiendo captar la esencia viral e interdiscursiva de este S.XXI.
Hay varios ejemplos que demuestran esta idea. Está desde luego el fenómeno Ware, que está barriendo cualquier idea preconcebida acerca de las convenciones comicográficas (su último Building Stories es un prodigio de creatividad, experimentación y técnica narrativa) y que está creando escuela. Pero otros autores norteamericanos, como Burns, Clowes o el grupo canadiense de Drawn & Quarteterly (Seth, Chester Brown, Joe Matt), también parecen estar viviendo un momento de plenitud. En un terreno más deudor del underground clásico, observamos que la línea experimental y art brut abierta en los 90 por colectivos como Fort Thunder (Mat Brinkman, Brian Chippendale…), se ha visto continuada con éxito por diferentes autores con espíritu indie, como Johnny Ryan, Jesse Moynihan, CF, etc. (a los que Santiago García denominaba recientemente “Los primitivos cósmicos”). También me interesa el trabajo de otros jóvenes creadores, como Anders Nilsen, Sammy Arkham o Ben Catmull, que conecta con el mundo de la ilustración decimonónica.
varias tendencias como esa línea clara expresionista que arrancaba con los primeros trabajos de Baudoin (deudores de Hugo Pratt) y que hoy está ya consolidada en figuras del cómic de la talla de Sfar, Blain, De Crecy o Blutch. O la línea clara minimalista que comparten muchos autores de diferentes latitudes, desde Trondheim o Dupuy y Berberian en Francia, a Fermín Solís, Juan Berrio y Calo, en España, o Rabagliatti y Andy Watson en Norteamérica.
Este es un extracto de la larga entrevista que nos ha hecho Julio César Iglesias, para inaugurar su blog Nueve Párrafos. En ella hablamos de lo humano y de los crumbiano, de la novela gráfica, del presente y del pasado del cómic, de narratología y hasta de nuestros gustos personales. Polemizamos, reflexionamos y divagamos. Un poco de todo y bastantes de nuestras convicciones acerca de las viñetas. Por su extensión, nuestro anfitrión ha dividido la entrevista en tres entregas (va ya por la segunda). Queremos desde aquí agradecerle la confianza, su amabilidad y el espacio prestado en casa ajena; es un honor que se nos haya invitado a la fiesta de bienvenida de un proyecto tan prometedor como Nueve Párrafos y es un halago que nos haya elegido como padrinos del bautismo. Larga vida.