Últimamente no me saco el Fresa y chocolate de Aurelia Aurita de la francesa, perdón de la cabeza (¿ven lo que les digo?). Estímulos diversos biblio-vitales juntos y revueltos. El hecho es que, en una de esas ráfagas, me he acordado de una reseña que hice hace ya bastante dedicada precisamente a Frédéric Boilet, el compañero de acrobacias sexuales de Aurelia Aurita.
Me gusta mucho Boilet y me parece un hallazgo su propuesta de "Nouvelle Manga", que ahora secundan otros autores como su amiga Kan Takahama. Me recuerda, salvando todas las distancias (que son muchas), a otras propuestas estilísticas "prefabricadas" con una intención rupturista, como el "Dogma" de Lars Von Trier. Tan criticadas y cuestionadas como la de Boilet, este tipo de iniciativas experimentales suelen resultar en un puñado de obras llenas de encanto y superiores en calidad a la mayoría de producciones coetáneas, acomodaticias, mercantilistas y facilonas. También la "Nouvelle Vague" fue un pinchazo experimental en la línea de flotación de la industria cinematográfica en su día, y miren ahora su influencia y valoración.
Aprecio el experimento de Boilet y me entristecen las críticas que hablan del "nouvelle manga" en términos de propuesta vacía, truco efectista o flor de un día. Puede que lo sea, pero que bonitos pétalos ¿no creen? Ahora la reseña.
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Cuando Ponent Mon publicó en el año 2003 La espinaca de Yukiko, los lectores de nuestro país ya empezábamos a presentir la existencia de otros territorios manga allende los amoríos adolescentes de Masakazu Katsura o los fragores cyberfuturistas de Masamune Shirow. La cosa no dejaba de tener gracia: el estandarte editorial del cómic juvenil, la gran esperanza amarilla que estaba alimentando la industria y reenganchando a la chavalería en esto de los comics… ¡también podía sustentar ambiciones artísticas dirigidas a un público adulto!
Esta circunstancia, que resultaba una evidencia incontestable para los propios artistas de manga o para los numerosos aficionados japoneses (en Japón existe un tipo de cómic adecuado prácticamente para cada lector, independientemente de su edad, aficiones o situación social), se nos había empezado a revelar parcialmente algunos años antes, gracias a autores como Satoshi Kon (Regreso al mar), Jiro Taniguchi (El caminante, El almanaque de mi padre) o Hisashi Sakaguchi (Ikkyu).
No obstante, y pese a tan preclaros predecesores, la aparición de Frédéric Boilet no dejó indiferente a nadie. Ahí es nada: un joven dibujante francés que, becado por la editorial Kodansha, decide irse a trabajar a Japón (donde aún vive) y que se decide a remover los cimientos estéticos del manga. Se acabaron las caricaturas infantilizadas de ojos refulgentes, no más sobre-explotación de las líneas cinéticas y de la onomatopeya. El nuevo dogma (como bien diría nuestro amigo Lars Von Trier) debería incluir figuras realistas y una apariencia en ocasiones cuasi-fotográfica, idónea para la narración de escenas cotidianas. Había nacido el “nouvelle manga”; sus seguidores, comenzando por la joven Kan Takahama (Kinderbook, Ponent Mon, 2003), se presumen legión. Después de La espinaca de Yukiko, se publicó Mariko Parade (un mano a mano entre Boilet y la misma Takahama) y ahora le ha llegado el turno a Tokio es mi jardín (como la anterior, también en Ponent Mon); habrán de venir muchos más, estamos seguros.
En realidad, Boilet no es ningún novato. Tokio es mi jardín, sin ir más lejos, se publicó en Francia nada menos que en 1997 (como resultado del mencionado patrocinio de Kodansha), bastante antes que La espinaca de Yukiko, por tanto. Tampoco es del todo correcto otorgarle al francés todos los laureles de la autoría, ya que el guión de la historia recayó en Benoit Peeters (creador junto a Schuiten de Las ciudades oscuras, Norma); además, ambos contaron con la colaboración en el entramado del gran Jiro Taniguchi (algunas de cuyas obras ya hemos mencionado antes y responsable de maravillas como Barrio lejano, editada en España también por Ponent Mon).
Tokio es mi jardín es la historia de un joven francés que trabaja en la capital japonesa como representante de una modesta marca gala de brandy. Después de unos meses, David Martin (que así se llama nuestro protagonista), alcanza unos niveles de asimilación y apego a la cultura japonesa inesperados a priori (¿les suena de algo la historia?). Por esa razón, cuando su jefe francés le exige cuentas sobre la rentabilidad de su estancia nipona en términos de ventas y promoción, el único miedo de David es tener que abandonar Japón, sus tradiciones, sus mujeres y su lengua (esa caligrafía mágica creada en torno al pictograma que el joven francés ha llegado a dominar y a amar como sólo lo hacían aquellos sabios escribas del pasado).
Precisamente, el lenguaje de los “kanji” está muy presente en la edición de Ponent. Una buena parte de los diálogos del libro aparecen en japonés con su traducción en los correspondientes cartuchos, sitos en la parte inferior de la viñeta. El efecto de extrañamiento que produce la caligrafía japonesa, nos sitúa como lectores en una posición de observadores curiosos, con el sentido de la sorpresa encendido ante un panorama cultural que nos es del todo distante; para evitar el tedio de un subtitulado excesivo, una vez introducida la situación, Boilet sustituye el japonés por la marca de un “kanji” asignada a cada globo (no podemos decir en este caso aquello de “lost in translation”).
En todo caso, se nota que Tokio es mi jardín está concebido, paradójicamente, desde un punto de vista japonés. Boilet nos enseña el espectáculo de las ceremonias, la gastronomía y el día a día japonés desde dentro; nos convierte en sus invitados personales en una gira por su cotidianeidad, de tal manera que la rutina de sus desamores y sus sofocos laborales, se nos aparece como un viaje antropológico apasionante. El mimetismo fotográfico de sus viñetas no hace sino empujar en esa misma dirección, en la del documental de las emociones esenciales, las que cualquier lector identifica como propias hasta en parajes tan lejanos como los de la tierra del sol naciente. No estaría de más preguntarle a Bill Murray al respecto.