martes, diciembre 04, 2007

Expocómic 2007: espartanos, cómics viejos y ramen con palillos.

A ver como cuento esto para no levantar sarpullidos, ni resultar injusto.
Este sábado pasado, me acerqué a Madrid para, entre otras cosas, acercarme a su vez a Expocómic 2007. Lo cierto es que la feria del cómic de Madrid ha mejorado mucho desde su reemplazamiento en el Pabellón de Convenciones del Recinto ferias de la Casa de Campo, después de su paso por localizaciones mucho menos adecuadas (como aquella en el Centro Conde Duque). Se ha hecho, igualmente, un esfuerzo importante a la hora de atraer editoriales, aumentar la oferta y ofrecer una buena agenda de actividades paralelas.
Pero, sin el ánimo de agraviar en demasía con la comparación, la feria comiquera capitalina sigue a bastante (mucha) distancia de la otra gran convención comiquera del país: el Saló de Barcelona. Por número de stands y novedades, por la cantidad y el renombre de los autores firmantes y conferenciantes y por el recinto en sí, parece que Expocómic aún juega en una liga inferior. No me hagan mohines reprobatorios, somos de los primeros que no nos cansamos de aplaudir cualquier iniciativa comiquera o incitación a la lectura tebeística. Tampoco tenemos el alma de piedra, ni nos excita la crítica como deporte lubricante. Simplemente, constatamos una evidencia, a Expocómic le queda un largo camino por recorrer:
No son de recibo, por ejemplo, esas conferencias al fondo de la nave, entre la masa de visitantes que va vociferando de una caseta a otra, uno chupeteando su regaliz gigante y el otro envainando su katana de madera, en plan mercado popular alborotado. Como la charla que tuvimos el horror de contemplar -oír pudimos oír poco-, con Crisse, Buckingham, D'Israeli, etc. Suponemos que eran ellos, porque, de hecho, después de preguntar a más de diez personas acerca de los conferenciantes, nadie pudo decirnos quiénes eran los que realmente estaban allí sentados. Parece que los espectadores resultaban ser, en su mayoría (excepto en la primera fila), despistados saloneros fatigados que no habían podido dejar pasar la oportunidad inmejorable de una silla vacía, para sentarse con sus colegas a hablar de sus cosas, mientras unos tipos disertaban al fondo (no molestaban tanto en realidad).
Porque el grueso de los visitantes, me darán la razón aquellos de ustedes que estuvieran allí, eran adolescentes disfrazados de sus héroes favoritos, en proceso de celebración freaky-carnavalera; lo cual, ni está mal ni bien, siempre y cuando la fiesta comiquera madrileña no corra el riesgo de perecer engullida por este hecho, convirtiéndose en un sucedáneo o segunda parte del Salón del Manga. Tuvimos en todo momento la extraña sensación de que ambos eventos estaban en realidad organizados para el mismo tipo de lector juvenil de género (no me hagan especificar más); una falsa intuición, quizás, sólo asistimos el sábado, ya decimos.

Las exposiciones, correctas, pero sin alardes, ni espaciales (sin instalaciones o recreaciones contextualizadoras), ni temáticos (interesante la de Buckingham y Saurí, anecdótica la de los primeros cómic americanos en España). Los autores invitados para las firmas en los stands, poquitos (al menos el sábado), muy escasos; además fallaron varios de los más esperados por motivos varios (Olivares, Vermunt, Pasqual Ferry). Menos mal que pudimos ver a Azpiri o
al maestro ahí arriba (su dedicatoria amable valió la visita, en realidad).
Ha habido en este Expocómic, no obstante, algunos detalles que nos han gustado y que no habíamos observado en el Saló: nos ha encantado, por ejemplo, pasear entre la gran canidad de tiendas de segunda mano y cómics antiguos; una gran ocasión para hacerse con ese TBO antiguo que nunca volviste a ver. También recibimos con sorpresa y agrado ese pequeño mostrador en la galería de las exposiciones con originales a la venta: buen material de Buckingham, Ramón Bachs o Víctor Santos, a precios más que correctos.
Además, nos llevamos esta obrita digital, numerada y firmada por Olivares, por 5 euros. No es mal consuelo.

viernes, noviembre 30, 2007

Los héroes en el lienzo, de Anthony Lister.

Después de la anterior sesión, densa y extensa, vamos a aligerar un tanto la carga verbal. No es la primera vez que pretendemos hablar por aquí de relaciones interdiscursivas e influencias cruzadas entre diferentes soportes artísticos. Acuérdense, por ejemplo, de aquel debate acerca del cine comicográfico y el cómic cinematográfico, o de las muy obvias referencias que Lichtenstein tomaba prestadas de la narración gráfica.
De hecho, vamos a hablar de otro pintor, éste, mucho menos conocido: Anthony Lister. No obstante, mientras que el célebre artista pop neoyorquino utilizaba los elementos del cómic como simple materia prima, desnudándolos de significación por un simple proceso de descontextualización y aislamiento, Lister recurre y recrea personajes-iconos perfectamente reconocibles (de un modo más cercano, desde ese punto de vista, a los trabajos del Equipo Crónica). Sus lienzos están habitados por superhéroes como Spiderwoman, Superman o Batwoman, a los que trasforma en "esbozos pictóricos" muy personales, a medio camino entre el graffiti y un expresionismo figurativo lleno de colorido. Son, en definitiva, reinterpretaciones, versiones desmitificadas de la épica tebeística, pasadas por el filtro de los acrílicos "callejeros" de Lister. Un juego divertido el de este artista.



(Vía Adreaxmas)

martes, noviembre 27, 2007

A propósito de Crumb (y IV).

Concluímos la "travesía crumbiana" y lo hacemos retomando uno de esos puntos temáticos básicos en la obra del estadounidense: la confesión autobiográfica; algo que en el caso de Crumb implica dosis ingentes de sarcasmo, autoparodia sin flotador, ironía misógina y complejos y más complejos revelados en primera persona sin pudor alguno: "One of the keys to expressing yourself in your art is to try to break through self-restraint, to see if you can get past that socialized part of your mind, the superego or whatever you call it".
Por forzar la comparación, diríamos que Crumb es una suerte de Woody Allen desatado e hiperhormonado. En el fondo, la suya es la historia del niño ciclotímico y acomplejado que un buen día se venga de sus ofensores por la vía del talento reconocido. Una venganza basada en el abuso de todo aquello que se le había negado con anterioridad: la satisfacción del deseo. Son años de sexo desenfrenado a la luz de la fama, adulterios declarados y un uso indisimulado de la fan como instrumento de placer. Después de un primer periodo en San Francisco con su mujer (1967), invadido por la frustración que le produce no participar de esa ola de amor libre que todo lo invadía, Crumb conoce el éxito con Zap y suelta amarras y cinturones: "My pissant little fame had made my life so completely crazy by this time. I was only able to keep up the cartooning through sheer momentum. Most of my energy was now focused on dealing with the endless procession of hustlers and hangers-on, and getting rid of all this pent-up sex rage. The comics definitely suffered".
Cuenta el estadounidense además en su haber con un valor no discutido: Robert Crumb es uno de los primeros autores de cómic que moderniza el discurso, gracias a este hábil uso de la autorreferencia y la autoconsciencia ficcional que venimos comentando; valores ambos muy representativos de la postmodernidad y claramente extraños al vehículo que nos ocupa, hasta la aparición del genio de Filadelfia. Hace no demasiado hablábamos de ello en aquel número de Anthropos dedicado a la "Metaliteratura y metaficción". Por eso y porque, aunque está muy feo citarse a uno mismo, es del género tonto repetir dos veces lo mismo, soltamos aquí alguno de aquellos párrafos:
Muchas de las historietas de Crumb, son autobiográficas, sin embargo, dentro de su tono provocador, el autor americano no se conforma con la reflexión incisiva o con la recreación esperpéntica de situaciones vitales más o menos heterodoxas. Crumb en su afán por combatir las convenciones sociopolíticas conservadoras más arraigadas en la sociedad, decide plantear sus episodios biográficos en términos de una comunicación directa con el lector. Efectivamente, en muchas de las páginas de este artista, él mismo se dibuja como personaje-narrador (un autor implícito representado a través de su propia caricatura), pero no es menos relevante el papel que Crumb otorga a sus lectores. De hecho, en bastantes ocasiones, el Crumb-personaje establece un diálogo retórico con un lector implícito (no representado), al mismo tiempo que establece todas las marcas propias de un contacto dialógico con ese hipotético interlocutor no ficcional externo (dirige su mirada hacia el lector, fuera del campo visual de la viñeta, recurre a marcas cinéticas propias de una conversación entre dos personas, etc.).
La creación de un confidente ficticio, favorece la sensación de complicidad entre el autor (a través de su alter-ego ficcional, intencionadamente autoparódico y por tanto más digno de crédito en sus argumentaciones críticas) y un hipotético lector; al que Crumb se dirige en todo momento desde una pretendida afinidad ideológica e intelectual, con el fin de hacerle copartícipe de su visión crítica frente a la influencia perniciosa de las instituciones y sectores sociales que son objeto de su crítica. Gracias a este ejercicio de condescendencia compartida, Crumb consigue que el lector, halagado, se sienta impelido a reconsiderar cierta afinidad cómplice para con sus planteamientos; aunque sólo sea por el afán inconsciente de desmarcarse de aquellos individuos e instituciones que representan el polo opuesto.
En todo caso, las historietas de Robert Crumb no son en sí mismas metahistorietas. Es cierto que en sus comics las referencias al proceso creativo son frecuentes, sin embargo, éstas deben entenderse dentro de un proceso catártico más amplio: Crumb reflexiona sobre comics, se dibuja haciendo comics, del mismo modo que habla de sus mujeres o de sus crisis de fe; simplemente, porque todo ello nutre de savia su peripecia vital. Crumb recurre al metacómic como herramienta funcional para llevar a buen puerto su concepto de arte crítico y comprometido.


__________________________________________________________

viernes, noviembre 23, 2007

Recuerdos de Bardín.

A estas alturas no hay quien no sepa ya la noticia de la semana, del mes, del año, quizás. De hecho, noto en los últimos tiempos que parte de las visitas primerizas que llegan a este blog lo hacen vía aquella mini-reseña que le dedicamos a Bardín el Superrealista en FHM hace más de un año.


Para ellos, para los que no se enteraron en su día y para los completistas, queremos recordarles aquel largo monográfico de Tebeos en Palabras que le dedicamos a Max y a su pequeño intelectual cabezón existencial. En él se incluían, un análisis del Bardín dentro del conjunto de la obra de su creador, un perfil biográfico suyo y, para terminar, una interesantísima entrevista a Max, por parte de don Pepo Pérez estas dos últimas (los artistas cara a cara). Bien vale la cosa una lectura (o relectura). Pinchen en la imagen para descargarse el pdf.
No se vayan muy lejos que volvemos con Crumb para finiquitar la serie, en breve.

miércoles, noviembre 21, 2007

Malas nuevas para nuestras letras y pantallas.


Cierto es que aquí solemos hablar de cómics y también lo es que acabamos de postear ahora mismo, pero,casi a la vez, nos enteramos de una noticia luctuosa que nos deja tristes y un poco apagados. Permítanme que rompa inercias y hábitos blogueros para dedicarle un pequeño homenaje (vía Vizcarra) a este señor que tanto nos ha hecho disfrutar. Echaremos de menos su presencia... y su voz.

Un paréntesis vinculante.

Pues eso, un interludio "crumbiano" (momentáneo) para engordar los blogs de autor de la derecha. Cuatro incorporaciones con aire cosmopolita; añadimos...
Al italiano Gipi porque es uno de los autores que más n0s gusta últimamente. Porque, aunque su blog se actualice con cuentagotas, sus obras no dejan de aparecer en nuestro país y nunca, nunca, decepcionan. Porque sus acuarelas son trasparentes y llenan de hermoso simbolismo la contundencia vital de sus historias. Y, en definitiva, porque es un placer disfrutar de sus trabajos y proyectos al margen de la ley editorial y en primerísima persona. ¿No es suficiente?

A los franceses Dupuy y Berberian por formar parte de esa parte de autores franceses que decidió que el cómic no era sólo una cuestión de álbums seriados para jóvenes lectores. Por ser los creadores de ese alterego de treintañero que es el Señor Jean (y por su portera, qué diablos) y por enseñarnos y enseñarse en el proceso de creación, con un título tan necesario como Diario de un álbum; la cuadratura de la metaviñeta. Y, por supuesto, por dejarnos mirar más allá de la línea a través de su página (no exactamente un blog). Un lugar privado hecho público de la mano y por la gracia de estos dos tipos, referentes en realidad, de aquella bande dessinee.

Al español Beroy, por su exitosa reaparición desde un Octubre cualquiera (aunque nunca se fuera). Por su barroquismo de ilustración antigua, por el misterio agazapado detrás de cada viñeta y por los secretos de su dibujo minucioso. Por sorprendernos hace ya más de 15 años en Cimoc y Cairo con unas historias que no se parecían a nadie, unas páginas que surgían como los misterios de un sueño febril o de una fiebre soñada, nunca se sabe. Por dejarnos entrar a su casa de proyectos, ideas y proyecciones de futuro.Y, por último, a un estadounidense de espíritu colorido y afanes psicodélicos, el gran Jim Woodring, que tiene un blog tan grande (dos en realidad) como sería de esperar de un tipo grande como él. Por ser un referente del cómic de fantasía surrealista, por su underground optimista y alucinado, por sus "animales sabios" pero felizmente enloquecidos y metamórficos. Por ser el autor de clásicos indiscutibles como Frank o The Book of Jim, y por seguir siendo un niño impredecible con pincel en mano y talento volando. Ah, y por ayudarnos a no perder, del todo, nuestro hilo underground de los últimos tiempos.


jueves, noviembre 15, 2007

A propósito de Crumb (III).

A propósito de Crumb, un buen amigo de este blog como Choko, hacía la siguiente reflexión en los comentarios del último post: "[c]urioso, nunca me imaginé a Crumb como parte del movimiento hippy, más bien como un observador marciano de todo, no me lo imagino queriendo ir a San Francisco con algunas flores en el pelo... (a no ser que eso le dejara la oportunidad de subirse a dar una vuelta en el culo de una fornida hippy". No le falta razón. Maticemos, no obstante.
Cierto es que Crumb no parece uno de esos hippies sesenteros, floreados y abducidos por las odas alucinadas de Ginsberg y los salmos exaltados de Timothy Leary. Pero Crumb estuvo allí y estuvo en San Francisco (aunque sus áreas de acción discurrieron entre Cleveland, Europa y Nueva York, inicialmente). Nos referimos a que también el bueno de Crumb, con su aire desgarbado y su carita de pánfilo, se dejó tentar de algún modo por esa ola de libertad y huida hacia adelante que recorría América (ya me entienden): "It was about a month and a half after that I tool LSD. Dana got her LSD from her psychiatrist in a glass vial. I went to work speechless the next day." Como señala Rosenkranz en Rebel Visions, la marihuana y el LSD tienen mucho que ver con el cambio de perspectiva vital en Crumb (estamos en 1965); es entonces cuando empieza a cuestionarse la monogamia como forma de vida y "se lanza en buscar de pastos más verdes". Deja Cleveland y se va a Nueva York, donde a su vez, deja a su mujer.
Como vemos, la onda expansiva del naciente espíritu hippy alcanza de lleno a nuestro dibujante, sin necesidad de túnicas, melenas ondeantes y flores al cuello. Pese a su fracaso neoyorquino (había ido hasta allí para trabajar en Help! -la segunda gran revista de Kurtzman- y nunca llegó a hacerlo), estos años de afectos lisérgicos fueron tremendamente productivos para el dibujante: en cuestión de poco tiempo, pare un buen número de sus clásicos:
...and what a boon to my art (...) It was during that fuzzy period that I recorded in my sketchbook all the main characters I would be using in my comics for the next ten years: Mr. Natural, Flakey Foont, Schuman the Human, the Snoid, Eggs Ackley, tje Vulture Demonesses, Shabno the Shoe-Horn Dog, this one, that one. It was a once-in-a-life-time experience, like a religious vision that changes someone's life, but in my case it was the psychotic manifestation of some grimy part of America's collective unconscious (The Complete Crumb, vol. 4).
Una época de inconsciencia colectiva, no es mala definición para ese periodo que otros han llamado la era del "flower-power". Demasiado para un tipo ordinario como Crumb. Con el rabo entre las piernas, pasada la euforia psicodélica, vuelve a Cleveland, vuelve con su mujer y vuelve a su viejo empleo: "It was a big mistake. I was a coward".
Dos años más tarde (1967), haciendo caso a ese aguijonazo en la conciencia, decide agarrar su vida creativa por los cuernos y se va a San Francisco, junto a dos amigos "errantes". Es su época hippy, vivida junto a hippies, en la ciudad hippy por excelencia. Es la vuelta a la marihuana y al LSD; y es el tiempo de sus cómics más alucinados y psicodélicos ("My comic thing flowered in this fertile environment... I began to submit LSD-inspired strips to underground papers"); y, claro, son los años de ZAP. Encontramos en el repertorio "crumbiano" mucha historia alucinada, diversiones lúdicas, humor dislocado y optimismo efervescente. La época de la sonrisa tonta y del viaje marciano. Una fase sin la cual resulta difícil entender a Crumb, al otro Crumb, el más político y reivindicativo, que veíamos en los posts anteriores, o al Crumb biográfico, que veremos más adelante.
Los neófitos estarán preguntándose, ¿qué tipo de comix pudo inspirar tanta acidez y humareda? Cosas posteriores como éstas:
____________________________________________________________
A propósito de Crumb (I).
A propósito de Crumb (II).
A propósito de Crumb (IV).

lunes, noviembre 12, 2007

A propósito de Crumb (II).

Hablábamos de Crumb y de sus reivindicaciones económicas y socio-políticas. Hablábamos de cómo algunas de ellas parecen haberse quedado un tanto obsoletas (cada vez nos cuesta más creer en revoluciones inocuas) cuando se revisan desde la perspectiva histórica de las tres décadas transcurridas. Pero también hablábamos de cuán vigentes son aún algunas de sus proclamas, en estos tiempos de grúas especulativas, desprecio florafaunístico e incumplimiento de protocolos humanitarios.
Demandas, algunas de ellas, que bien merecerían menciones "nobelísticas" (que le pregunten a algún ex-vicepresidente norteamericano acerca de sus verdades incómodas). No era (es) mérito exclusivo de Crumb, claro: el canto optimista por la vida, en todos sus sentidos (hedonismo de por medio), estaba en el ideario hippy y sus contagios underground. Pero no es menos cierto que Crumb supo dotarle al discurso de una muy saludable acidez paródica y cinismo trasgresor. Así, de sus iniciales proclamas antiautoritarias pasa Crumb (con la troupe underground al pleno) a la fe sincera en la revolución política y, posteriormente, a un más sencillo activismo ecológico-humanista, basado claramente en filosofías orientales y ascetismos lisérgicos (piensen en Mr. Natural). Patrick Rosenkranz menciona, en esa biblia del underground que es Rebel Visions, una entrevista radiofónica de 1998 ("Crumb on the Run") en la que el propio Crumb declaraba:
Everybody in San Francisco seemed to believe that the world had been permanently transformed. As soon as all those nasty up-tight old farts over 30 died off we'd turn this planet back into a Garden of Eden, nothing to it! Skeptical though I was of some of the excess of hippy behaviour, I, too, was swept up by the incredible optimism. It was a breath of fresh air in the weary world. No telling when we'll see the like again.
Posteriormente, como bien presagiaba Crumb, la ingesta del fruto del desengaño post-hippy derivaría la euforia underground hacia territorios menos idealistas. Nuevos tiempos para el movimiento, en los que se mezclaría la herencia edenista-ecológica precedente, con la ciencia-ficción pura y dura, junto a un nuevo gusto por la estética gore (que permanecía casi olvidada desde la caída en desgracia de la EC y sus criptas). La vieja guardia (los autores de ZAP) pondría el grito en el cielo en balde. Para 1975, ya no quedaba casi nada de aquellas ínfulas revolucionarias iniciales; en su lugar, un mucho de descontento y desilusión. Cuánto más viejo, vemos a un Crumb más desencantado, más pesimista y autobiográfico. Lejos de aquel nihilismo contracultural que leíamos en, por ejemplo, "La ciudad del futuro", del ZAP Comix nº 0 (1967).



__________________________________________________

A propósito de Crumb (I).

A propósito de Crumb (III).

A propósito de Crumb (IV).

martes, noviembre 06, 2007

A propósito de Crumb.

Entre 1968 (Zap) y 1981 (Weirdo), Robert Crumb no dejó de publicar comix-books (oséase, comic-books de 32 páginas en un papel de baja calidad, concebidos con una temática-estilo-filosofía underground). En esos años de vértigo editorial, prolífica creatividad y éxito creciente, el señor Crumb publicaba comix como churros, incluso en series de solamente uno o dos números. Curiosamente (no tanto, en realidad), algunos de ellos son los tebeos underground más solicitados en el mercado de venta y subasta internáuticos. Encontramos títulos como Bijou Funnies, Snatch Comics, Jiz Comics, Mr. Natural o Best Buy Comics; algunos han intentado poner orden a tanta página procaz. Todo esto viene a cuento porque precisamente el último de los tebeos de Crumb que ha pasado por nuestras manos es Best Buy Comics (nota para observadores perspicaces y completistas: la tercera edición -la de ahí al lado- vivió un cambió de portada).
Las historietas de Crumb evolucionan desde esas obras "buenrollistas" enfundadas en el habitual tono desenfadado del surrealismo psicodélico ("Keep on Trucking"), hasta aquellas otras de tono autobiográfico, que hurgaban en los complejos y prejuicios del propio autor (Self-loathing Comics). En el camino, encontramos otros trabajos también habituales dentro del panorama y la temática underground: los comix de denuncia; páginas al servicio de una crítica socio-política con tintes transgresores. Una serie de cómics que abundan en reivindicaciones acordes con los tiempos que las conciben: la exaltación del individuo libre (en todos los sentidos -estamos en la era hippy, no se olviden), el sentimiento de conexión con el medio ambiente, la crítica descarnada contra los poderes fácticos y reales, etc. Causas, en su mayoría, que podrían ser plenamente reivindicadas por la progresía contemporanea en diferentes grados (dependiendo, por supuesto, del escoramiento político de cada uno). Esta última línea temática es la que prevalece en Best Buy Comics.
Curiosamente, algunos de los tópicos y reivindicaciones que Crumb agitaba por bandera, observados desde nuestros días, lejos de resultar transgresores o ácidos, se nos revelan un tanto rancios y bastante carcas (antes de seguir, qué conste aquí y ahora que estamos hablando de uno de nuestros tres o cuatro autores de cómics favoritos). Aunque hay más ejemplos en Best Buy Comics, tenemos ahora mismo en mente "Space Day Symposium", una crítica despiadada del maestro contra la carrera espacial (que en los 70 estaba acompañada de alguna que otra ración fría de belicismo en bloque) y de sus promotores: el gobierno de US y las grandes corporaciones aeronáuticas que buscaban réditos económicos con la operación, en concreto.
En cuatro páginas, Crumb narra como, durante su periodo de máxima popularidad, es invitado como visitante de prestigio al Space Day Symposium, celebrado en California el 11 de agosto de 1977. Allí, sufre progresivamente varios síntomas de rechazo que van desde el desconcierto y aburrimiento inicial, hasta el arrepentimiento y la crítica airada contra el simposio, sus organizadores, la carrera espacial y, en última instancia (por contagiosa inercia de repudio), hacia cualquier tipo de progreso. Es en este punto (página 4) donde a Crumb le aparece su vena más retrograda y recalcitrante. Es conocida la devoción del norteamericano por algunos elementos culturales de la tradición estadounidense (el jazz de los años 30) y su nostalgia dolosa ante ciertos valores que ya peligraban allá por los años 70 (acuérdense de esa maravillosa oda a la naturaleza arrasada por la civilización, que es "A Short History of America"). No obstante, y volviendo al tema de "Space Day Symposium" ¿cómo se interpretarían hoy en día las invectivas crumbianas de sus última viñetas ("Yes, the space hype is dangerous") aplicadas a campos de progreso como la fecundación in vitro o la investigación con células madre? ¿en boca de quién pondríamos los correspondientes globos? No me tiren de la lengua..., que Crumb es mi ídolo.
Les regalo el escaneo para que juzguen ustedes.
___________________________________________________________
Observo que había algún problema con la descarga de las imágenes. Espero que ahora vaya la cosa.


___________________________________________________

A propósito de Crumb (II).
A propósito de Crumb (III).
A propósito de Crumb (IV).

miércoles, octubre 31, 2007

Asa el ejecutor, de prejuicios.

Hace menos de lo que muchos presumen, a los lectores de (perdonen ustedes) cómic adulto "occidental" (incluyo los USA), nos mencionaban el manga y nos entraban sudores fríos. Habíamos oído que el pérfido nipón se aprestaba a la invasión del globo c0miquero con toda una tropa de pintureros kamikazes, montados en astroboys y mazingerzetas, que habrían de inocular el virus de la eterna adolescencia a esos tebeos de bien que conocíamos. El contagio inicial entre jóvenes y niños fue tan fulgurante que el miedo inicial se convirtió en pánico y el prejuicio en imprecación. Además, la artillería era de calibre grueso, tanto por lo que respecta al número de páginas, como al número de autores-inoculadores (mangakas se hacían llamar los malditos). La vacuna, la de siempre, la soberbia autóctona: "éstas son cosas para críos", "si sólo hablan de cyber-robots, aventurillas de instituto y jovenzuelas enamoradas..." (menos Otomo, menos Otomo).
No me queda ni uno solo de los prejuicios que quizá escondí hacia el manga (y me arrepiento uno por uno de los que pude tener). Me duraron tan poco como lo que tardé en conocer, allá por los 90, a Satoshi Kon, a Hisashi Sakaguchi, a Jiro Taniguchi o, entre todos, a Osamu Tezuka. Luego llegaron otros muchos, algunos jóvenes valores, llenos de valores, y otros tantos, clásicos de publicación tardía en nuestro país.
Entre estos últimos sitúo a Goseki Kojima y Kazuo Koike, los celebradísimos autores de la mítica El lobo solitario y su cachorro. Se recibió su publicación, por parte de Planeta, como todo un acontecimiento. Nos habíamos cansado de oír a dibujantes que confesaban su devoción por esta obra, con Miller a la cabeza. Las expectativas no defraudaron a casi nadie: páginas y páginas de acción desbordada (plenas en recursos organizativos absolutamente novedosos), que se cruzaban con escenas contemplativas de una belleza plácida y armoniosa; ritmo manga alterno, hipnotizante, en estado puro. No obstante, aunque pocos llegaron o llegarán a agotar el arco de las aventuras de este Ronin impasible que es Itto Ogami, los que siguen la serie con fidelidad no pueden negar que los cientos de páginas que componen la serie terminan repitiendo motivos y situaciones y, confesémoslo, pueden resultar saturantes para los lectores no entregados.
Uno de los muchos personajes que pueblan las páginas de El lobo solitario y su cachorro es Asaemon Yamada (también conocido como Yoshitsugu), protagonista a su vez de otra serie de Koike y Kojima, Asa el ejecutor. Hace bien poco, uno de los blogueros de referencia comentaba su preferencia por Yamada frente a Ogami. Las dos series fueron ejecutadas en épocas similares (Asa... precede a El Lobo..., en todo caso), ambas cubren el mismo periodo cronológico (el Japón de la época Edo) y ambas son un documento valioso en términos antropológicos y culturales para acercarse a un país que se mantuvo en un régimen feudal hasta casi el S.XX; amen de ser, ambas, ejemplo de un cómic de aventuras lleno de virtudes y razones para la lectura amena. Sin embargo, como bien decía Pepo, Asa gana este combate a mandoble limpio (paradójico).
Por un lado, la historia de este "espadero" (o comprobador de katanas al servicio del shogún) abre el abanico temático de Asa el ejecutor. Lo hace al introducir la cámara en dos contextos sociales enfrentados: el de los nobles daimyos (para quienes trabaja Asaemon), con el de la vida miserable del lumpen nipón que representan aquellos a los que ajusticia mientras prueba sus katanas (prostitutas, ladrones, asesinos, violadores, etc.). Esta doble vía le permite a Koike desarrollar toda una serie de conflictos morales que enlazan con las ideas de honor y clase, en una sociedad en la que ambos valores determinaban la existencia y posibilidades sociales del individuo.
Además (a ver como se me entiende esto), Asa no tiene que cargar con un niño-cachorro a sus espaldas, así que no tiene más rémora narrativa o carga actancial que sus propias convicciones y recuerdos; como el de su padre (anterior probador de katanas) y su "Neha-gyo", trasmitido de generación en generación, que a modo de mantra taoista habrá de guiar los pasos de nuestro héroe:

Por el índice: Todo fluye, nada permanece.
Por el mayor: Ningún ser vive eternamente.
Por el anular: La vida es el sueño de la existencia.
Por el meñique: todo es ilusión.

El individualismo de Asa, su apego inquebrantable a los valores de la fidelidad y el honor, le convierten en un ejecutor frío y aséptico, un ser cuyas emociones están supeditadas a su sentido del deber. Este hecho, favorece la sucesión de encrucijadas morales y conflictos éticos de digestión difícil que, en estos tiempos de correcciones políticas, pueden terminar en cortes de digestión lectora, si no se lleva a mano una buena ración de relativismo socio-temporal. Ya desde el primer volumen de la colección (sobre un total de 10), impresionan, sobrecogen y deslumbran episodios tan crudos como el que abre la serie, "El llanto del filo del diablo", pero no lo hacen menos el terrible "Tosho Dai-Gongen" o la historia de bajada a los infiernos y sacrificio que es "Las cañas".
En julio del 2006 Planeta ya había publicado el décimo volumen de la serie, así que para muchos de ustedes esta recomendación (que no es otra cosa) llegará tarde, seguro. Los que aún no conozcan a este tandem mágico del cómic histórico de aventuras, samurais y shogunatos, déjenme decirles que están tardando ya en afilar sus katanas.