Hace unos años estuvimos un tiempo buceando en las aguas espesas de la metanarración dentro del cómic (espesas porque, por aquel entonces, no había demasiados afluentes científicos en los que chapotear, queremos decir). Tampoco hacía falta demasiada investigación precedente para intuir que los primeros acercamientos serios al cómic desde dentro (el cómic dentro del cómic, que eso es un metacómic) se los debemos al mismo al que tantas otras cosas. Después de McCay, un largo vacío (con el permiso de algún genio disperso, como Sterrett o Herriman, sobre todo).
Encontramos, eso sí, guiños metanarrativos y autorreferencias varias a lo largo de la historia del cómic durante esos primeros años, pero casi siempre con un interés artístico-cómico puntual. Al menos hasta los años 60, cuando gente como Crumb o los "autores europeos" comienzan a "autobiografiarse" en viñetas o a experimentar y reflexionar sobre la arquitectura de un tebeo y sus mecanismos internos. En los 80 y especialmente a comienzos de los 90, la aparición de metacómics propiamente dichos, en todas sus variantes, es un hecho: con Maus a la cabeza (metanarrativo, autorreflexivo, autorreferencial...) y con otros tantos, como Hicksville, Simple, los trabajos de los alegres muchachos de Drawn & Quarterly, etc., a rebufo. Hoy, ya en el siglo XXI, el metacómic está integrado dentro del lenguaje de los tebeos con naturalidad, y sus códigos, totalmente aceptados, son descifrados con facilidad por cualquier lector medianamente avisado. Hoy, podemos enfrentarnos a Diario de un fantasma (Ponent Mon) sin que un signo de interrogación sobre nuestras cabezas ilumine nuestro desconcierto; se ha transformado, simplemente, en exclamación de asombro y reconocimiento.
Nicolas de Crécy es un tipo complicado, como artista queremos decir (aunque leído el cómic, alguno podría pensar que no sólo como artista). ¿Se acuerdan de esto? Aquel viaje a Japón, aquel encargo y aquellas primeras páginas son al mismo tiempo antecedente y excusa para Diario de un fantasma. Describíamos aquella historia como "la historia del relato que se cuenta y se crea a sí mismo (el metarrelato más físico y palpable que se pueda idear), crece (literalmente, se va conviertiendo en un monstruito amorfo) y adquiere forma a partir de la informidad inicial concretada en esa única voz narrativa presente en los cartuchos; la historia de una mascota, un logo (el monstruito amorfo) que se transforma en historieta. Una metáfora, en realidad, del proceso de creación, una "metametáfora" (perdón), más bien, porque aquel cuento que apareció en Japón visto por 17 autores era, como el soneto de Violante, una historia que se construía a sí misma, como lo es Diario de un fantasma: un cómic que se hace mientras el autor reflexiona sobre el proceso creativo (autorreflexividad). Pero no sólo es eso.
Este trabajo de de Crécy es muchas otras cosas. Es, en gran medida, un ensayo sobre las motivaciones artísticas, pero también sobre los miedos. La historia del "logo-mascota-personaje" que va al Japón a recoger ideas e inspiración comercial y regresa a Francia en avión, es sólo una excusa (una más) para formalizar las inquietudes de su autor: en la primera parte de libro, bajo la apariencia de una narración en primera persona; como monólogo disfrazado de diálogo en la segunda (el personaje-mascota, alterego de una historieta, o de una idea de historieta, conversa con el propio de Crécy, sentado a su lado en el avión). Hablan de sí mismos (de Crécy comienza a descubrirle a su nuevo amigo su efímera naturaleza vehicular) y hablan de esperiencias pretéritas, como el viaje de de Crécy a Brasil para cubrir un encargo de la revista Géo. Hablan, pero en realidad todo es una única reflexión, un ensayo en el que, como dictan las normas, se engarzan las ideas y las líneas explicativas, una reflexión da pie a la siguiente y todas se relacionan por vasos comunicantes, que en este caso tienen la forma de un monigote informe, receptivo y bondadoso; un monigote que resulta ser el protagonista de Diario de un fantasma. Pero hablábamos de miedos también, de fantasmas. Los de de Crécy, claro. Muchos de ellos sobrevuelan estas páginas y salpican el argumento de la obra, al tiempo que fabrican sus materiales: desde el miedo a volar, hasta el miedo a la muerte, pero también otros miedos menos punzantes pero igualmente omnipresentes, como son la inseguridad personal, el miedo al ridículo o la tan poco divertida vergüenza ajena: "En mi caso el dibujo siempre ha sido un medio de huir de la realidad; de abrumarla con la distancia de la representación para reintegrarla a continuación en un universo que controlo", comenta el narrador en un momento dado. ¿El dibujo como medio para escapar a los miedos?
Diario de un fantasma es un trabajo difícil, un cómic lleno de esas aristas, formales y conceptuales, que suelen aparecer en los trabajos del francés, aunque expresadas probablemente desde un punto de vista más íntimo y personal que en cómics precedentes. Narraciones como ésta, ejercicios intelectuales así de densos, son los que llenan los cauces del cómic (discurso aún en pleno crecimiento, no lo olvidemos) y le hacen fluir en nuevas direcciones. Gusto da bucear en sus aguas.