Él, Manara
La cola de Manara.
A falta de Giardinos, buenos son sus originales.
Él, Manara
La cola de Manara.
A falta de Giardinos, buenos son sus originales.
No acabamos de recuperarnos de la lectura de Maggots. Por eso, antes de meternos a valorar las siempre gratificantes experiencias del pasado Saló, vamos a descender una vez más a las catacumbas "chippelendianas".
Resulta que, cerrado el post anterior, no hemos podido dejar de pensar y comentar con amigos y afines algunas de las peculiaridades narrativas y visuales de este cómic peculiar. Le hemos dado vueltas, por ejemplo, a su sobre-acumulación de secuencias e imágenes, que conforman un conjunto de viñetas abigarradas, en ocasiones prácticamente idénticas, y con un muy breve recorrido temporal. Así, con este pensamiento (esta imagen) en el cerebelo, nos hemos acordado de dos nombres esenciales de la fotografía moderna, pero escasamente reconocidos fuera de su ámbito artístico: nos referimos a Eadweard Muybridge y a Jules Marey, dos de los padres principales de la cronofotografía o, lo que es lo mismo, las serialización fotográficas de personas y animales en movimiento; un hallazgo que permitió, por fin, "congelar" los momentos exactos y las posturas "imposibles" del hasta ese momento intuido vuelo de las aves o el galope de un caballo. Vean una muestra...
Pues resulta que, con un esfuerzo limitado de nuestra percepción, llegamos a la sencilla conclusión de que las páginas de Chippendale tienen una plasmación visual no muy diferente a aquellas secuencias de Muybridge. Ya lo aventuraba Tom Spurgeon cuando señalaba al respecto de Maggots que: "Chippendale's labyrinthian studies of movement and action come with a built-in quandary as anyone's first-comic-ever".
En el fondo, la experimentación de Chippendale juega con la trasgresión de la esencia del arte comicográfico: la ruptura de la elipsis. Con la eliminación parcial de eso que McCloudd llamaba "closure" (la acción que se desarrolla entre dos viñetas), Chippendale está escamoteándonos el fundamento mismo de la narración gráfica: la realidad imaginada. De ahí que sus páginas nos resulten saturadas y repetitivas; por eso (y por las muchas razones que mencionamos en el post anterior), sus historias se nos aparecen laberínticas, redundantes y fatigosas: Chippendale "no reconoce" (no quiere reconocer) la elipsis, la sugerencia, el elemento intuido. Frente a ello, nos ofrece series de movimientos secuenciados en detalle, como si estuvieramos leyendo en continuidad las instantáneas cronofotográficas de Muybridge o los fotogramas sucesivos que componen una película o cinta de animación. El resultado, ya se lo hemos enseñado.
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Pero para jugueteos formales, marcianadas experimentales y quebraderos narrativos, el Maggots de Brian Chippendale, un tebeo tan citado y mencionado que se hace querer... y odiar. Vamos a hacer las cosas bien, comencemos por ofrecer las instrucciones de lectura de este post (no bromeamos): a partir de este punto comiencen a leer el post desde el último párrafo y suban hacia arriba.
Maggots es, decíamos, un (mini) cómic de tamaño reducido, pero desbordado de páginas, viñetas y excentricidades narrativas. Si han tenido paciencia, han llegado hasta aquí y han soportado esta ¿reseña?, quizás deberían intentarlo con el trabajo de Chippendale. Les prometemos que esto no ha sido nada. (Ah, Chippendale también es músico, toca la batería, el saxo y canta en Lightning Bolt).
¿Y saben lo peor, o lo mejor, de todo? Que superado el cripticismo y la aparente ilegibilidad inicial, cuando uno ha conseguido descifrar 40 ó 50 de las trescientasypico páginas que componen Maggots, uno comienza a nadar con relativa naturalidad dentro del magma caótico-narrativo que plantea su autor. Se trata simplemente, imaginamos, de dejarse llevar por la acumulación hipnótica de imágenes, sin esperar nada que responda a nuestra lógica narrativa aprendida. Algo así como lo que busca David Lynch en esa también rarísima (y para muchos también maestra) Inland Empire. Sucede que, nosotros, nunca llegamos a entrar en el último delirio de nuestro, por otro lado, admirado Lynch. Con Maggots el hechizo funcionó (más o menos).
Lo apabullante es que no se trata de una broma paródico-verbal, como las que nos regala don Chris Ware en sus prólogos y solapas. Lo de Chippendale es literal, literalmente confuso: algunas páginas se leen en ziz-zag de arriba a abajo, para cambiar en la contrapágina en dirección ascendente (de izquierda a derecha, de abajo a arriba), pero (¿alguien se creía que la cosa sería tan fácil? ¡debiles de espíritu y paciencia!) ¿por qué no improvisar y alternar modos de lectura sin avisar al lector, ni dar más clave que los itinerarios indescifrables de unos personajes sumidos en una historia que discurre entre lo onírico, lo orgiástico y lo puramente masturbatorio? Así, algunas páginas parecen continuar en la línea de viñetas de la derecha, para de golpe y porrazo, recuperar su ritmo zig-zagueante; otras culminan (como nos avisa en la introducción) con dos líneas de viñetas sucesivas que se leen de izquierda a derecha; otras llegan al final con viñetas seccionadas que hacen imposible reconocer lo que está sucediendo y, en consecuencia, estar seguro de la dirección a seguir. ¡Una fiesta!
No obstante, no son esas las mayores dificultades a la hora de enfrentarse a este cómic... peculiar. Chippendale juega al desconcierto y no hay mejor atajo para confundir al lector de cómic habitual (y bienintencionado) que cambiarle las reglas del juego, las de lectura. Rizando el ritmo lector , al americano no se le ocurre otra cosa que juguetear con la convención; en la solapa de cubierta se nos suelta con alegría la siguiente instrucción del tipo os-vais-a-enterar-a-que-huelen-las-flores: "Down page one, up page two! back 'n forth, or sometimes its fricky like page 4 gets weird. Read bottom two lines from left. Huh, funny. Stay alert!"????
Porque Chippendale tampoco dibuja demasiado bien, ni lo pretende. Sus personajes, con Mr. Potato a la cabeza, son esbozos de personaje, garabatos cuasi-infantiles que gesticulan espasmódicos sobre el rayado negrísimo que hace de fondo en casi todas las viñetas de Maggots (suponemos que resulta el mecanismo más eficaz para tapar las letras japonesas que acabamos de mencionar). Unos personajes que, para más inri, no acaban de disinguirse con claridad entre ellos.
Maggots es un (mini) cómic de tamaño reducido, pero desbordado de páginas y viñetas. Su autor, Brian Chippendale, lo creo jugando con la idea de caos. Un lector despistado que se acerque a Maggots sufrirá varios shocks sucesivos (con síntomas parecidos a una indigestión acompañada de migrañas y desespero cultural). El primer sobresalto es visual: Maggots es caótico, febril. Chippendale lo dibujó sobre unas hojas de un folleto comercial japonés, así que sus viñetas ínfimas de tinta negra desparramada se mezclan con el alfabeto kanji. El poco texto que tiene es indescifrable (hasta con lupa), lo que sucede en sus secuencias, casi incomprensible.
¿Se acuerdan?, hace poco más de un año. Recordamos, además, que terminada aquella aventura prometimos deslindarnos de veleidades coleccionistas y del sucio arte de la acumulación materialista, sí. Pero que quieren, abierta la veda y constatada la oferta, ha sido recaudar (ahorros y queridas "regalaciones" materno-familiares) otros 700 euros del ala y no hemos podido resistirnos. Nos hemos vuelto a lanzar a la piscina de los originales vía-subasta internáutica. Somos de lo peor... con criterio (el nuestro), eso sí.
¿Razones para este desfalco pecuniario y atraco al cerdito de cerámica? Similares a las que aportábamos en aquel entonces:
a) Creemos en la valía artística de un Pogo o un Bringing Up Father. Nos encanta el cómic y admiramos a algunos de sus creadores, en el mismo grado o similar al que nos lleva a recrearnos con trabajos cinematográficos, pictóricos o literarios (si bien, reconocemos que a la historiografía viñetera le queda un trecho por recorrer antes de alcanzar maestros y maestrías como las que alumbran a los otros vehículos artísticos). Dicho lo cual, y salvando ese inevitable ramalazo fetichista que a todos nos sacude en mayor o menor medida, ¡qué bonito es deleitarse con el arte original que cuelga de una pared!
b) En estrecha relación con el punto anterior y para curarme de sibaritismos clasistas o elitismos mal entendidos: comprar cómic original es infinitamente más asequible que adquirir pintura o escultura. Sobre todo en este momento. Subrazones:
b.1/ La relación de la sociedad con el cómic se está normalizando y, en consecuencia, el cómic está empezando a adquirir "cierto" prestigio entre la crítica, los medios y "cierto tipo" de lectores que hace 4 años no hubieran leído un tebeo jamás de los jamases. Dicho lo cual, su consideración artística (y su precio de salida) está aún cogido con los alfileres del ajuste de mercado. Es un buen momento para hacerte con esa página de Sienkiewicz que siempre has querido a precios populares. El debate (¿cuánto vale el trabajo de un artista gráfico?) se abrió en otro momento; no sabemos cuándo se cerrará o cómo, si lo hace.
b.2/ El dollar está cayendo tanto y tal velocidad respecto al euro, que cualquier compra transoceánica presenta un descuento aproximado del 33% respecto a la valoración inicial. Es decir, que sumados los gastos de envío (mucho más baratos también en US que en, digamos, UK) un original por la estimable suma de $150, cuesta en realidad €100 (que tampoco está mal la gracia).
c) Una de patética exculpación: algunos se meten en hipotecas, nosotros nos compramos originales para decorar los muros de la casa nuestra que algún día nos hipotecara. En román paladino, que suele decir el de las barbas, cada uno gasta su dinero como bien quiere. Esperamos que surjan aquí ideas y sugerencias para inconscientes de nuestra quinta y curiosos varios. Ya conocen la regla primaria: límite inicial de la inversión €700. Los resultados, sorprendentes.
Dicho lo cual, nuestra primera adquisición de esta segunda "Operación 700" ha sido...
Nos encanta Dave Cooper y su interpretación orgánico polimórfica del underground y, además, nos convence casi siempre con sus historias marcianas, sus personaje-plaga epidémicos y su trazo inmaculado. Así que cuando nos vimos en la chance de pagar €100 por esta fantástica página, la número 23 de Suckle, no dejábamos de pestañear.
Llegada la página a nuestras manos, nos llamó la atención el tamaño reducido sobre el que trabaja Cooper (9 1/2 x 12 pulgadas, unos 24 x 30 cms) y la precisión milimétrica de su acabado, sin restos del lápiz por ningún lado y apenas dos o tres huellas de corrector. Asusta un tipo con el pulso tan firme dibujando trozos de carne en mutación constante. Suckle está publicado en España por La Cúpula, es uno de los mejores trabajos de Cooper y cada vez que nos acercamos a él nos recuerda lo olvidado que últimamente está su hacedor por estos lares.