Llevados por el buen sabor de boca que nos dejaron sus cuentos folclóricos sobre bosques, cazadores alienados y leñadores gigantes, nos hemos acercado a La laguna de Lilli Carré, en su edición inglesa (The Lagoon); la que publicó Fantagraphics el año pasado. Se trata de un ejercicio de impaciencia, claro, porque ya saben ustedes que sólo faltan unos días para que aparezca su versión española por gracia e imprenta de La Cúpula. La laguna mantiene algunas de las constantes de Tales of Woodsman Pete, como puedan ser cierto gusto por la fantasía mítica, un apego indisimulado por el folclore y sus matizaciones cuentísticas, y esa atmósfera oscura, que parece esconder secretos ancestrales camuflados detrás de un dibujo antiguo, matizado, como xilografiado en madera. Unos rasgos que desde ya podemos considerar marcas de estilo en una autora aún joven y prometedora.
Respecto a su trabajo precedente, La laguna aporta complejidad argumental y capacidad evocativa. Una niña crece y aprende de su abuelo esas historias eternas que le atan a uno a sus raíces, gracias al medio de comunicación más sugerente y efectivo entre una nieta y su abuelo: la narración oral. Así, entre cuentos e historias, los miembros de la familia protagonista viven los misterios cotidianos y asisten como testigos a esos fenómenos mágicos que alimentan las leyendas: como el de aquel animal mítico, mezcla de hombre, pez y anfibio, que algunas noches de verano emergía en su laguna para silbar melodías encantadas, reclamos y hechizos para los vecinos que pueblan los bosques, aldeas o casas de campo circundantes (como la de nuestros protagonistas). La belleza poética de lo narrado y la evocación sugerida por lo que se elide, convierten esta historia en un cuento moderno que, no obstante, suena como una cantinela centenaria, como aquellas viejas fábulas habitadas por seres mitológicos y construidas en bosques mágicos. Además, la narración se recrea en un gusto por el detalle simbólico que en algunos ejemplo roza la genialidad: como en el caso de ese monstruo que se esconde debajo de la cama para no asustar a los durmientes o el de la semejanza que se establece entre ese mismo monstruo y su silbido encantador con aquellas sirenas que encantaro a Ulises y sus argonautas.
Sucede que, en ocasiones, el recurso a la evocación como instrumento narrativo rector, llega a lastrar una historia o al menos su desarrollo completo, a causa de las ausencias narrativa que se intentan paliar con el mensaje sugerido. Sin llegar a esos extremos, en La laguna percibimos ciertas ausencias explicativas en algunas de las ramas del relato central (el rol real de los progenitores, la relación de los protagonistas con su entorno social, etc.). No se trata de grandes lagunas (teníamos que usar la palabra) si afrontamos la lectura desde el punto de vista de un hipotético lector-receptor de literatura oral transcrita o si, simplemente, pretendemos dejarnos llevar por el sugerente lirismo de lo narrado y el acabado preciosista e sus imágenes. Pero lo cierto es que, concluida nuestra lectura, nos la sensación de que el cuento es incompleto o, al menos, de que nos gustaría seguir "oyendo" más sucesos y eventos relativos a esta historia sobre la "criatura del lago".
En cierto sentido, lo que decimos suena más a halago que a crítica. Estamos convencidos de que a Lilli Carré le queda mucho recorrido dentro de su carrera comicográfica y lo estamos también de que su trabajo luciría aún más (y ya lo hace mucho) en una obra con mayor desarrollo narrativo, un cómic en el que todo su potencial y su personal vocabulario pueda expandirse de una forma compleja y detallada. Lean La laguna y nos cuentan.