Uno de los amigos habituales de este blog nos recomendó hace unos días la lectura de Ciudad 14, a raíz de ciertas reseñas alusivas al surrealismo viñetero. Buenos consejos son amores (aunque la bondad de los mismos no se sepa sino a posteriori) y no está la cosa como para hacerle ascos a la expectativa, así que, sin más, nos pusimos a leer la "Primera Serie" de este trabajo de Pierre Gabus y Romuald Reutimann.
En ocasiones el exceso de referencias es una pesadez. Muchas veces cuando leemos un libro, un cómic o vemos una película, lo que menos nos estimula es constatar lo mucho que dicha obra se parece a tal o cual otra. En estos tiempos de imaginaciones agostadas y exceso de best-sellers o taquillazos, abunda el fenómeno copista, a la vera de trabajos-molde inspiradores verdaderamente originales. No nos interesa seguir pagando por ver la enésima versión (o secuela, directamente) de El Silencio de los corderos, ni por prolongar la lectura de versiones descafeinadas del Persépolis o a los ultimates de los ultimates; ni siquiera creemos que nos apetezca perder el tiempo con el próximo superhéroe resucitado (aunque la reencarnación la firme el mismísimo Brubaker, miren ustedes).
Otra cosa muy distinta es que un tebeo recurra a fuentes, precedentes o referencias múltiples y muy diversas para crear algo nuevo. Eso es lo que pasa con Ciudad 14, obra que resultó nominada a los esenciales de Angoulême (mérito al que uno debe acercarse con cautela). El tomo publicado en España por Planeta recoge, como hemos dicho, la primera serie de la historia: sencillamente porque ésta apareció publicada en tebeos independientes y económicos, doce de los cuales se recopilan en este volumen. Se trata de un cómic protagonizado por animales antropomórficos (deudores en el fondo y en la forma de la fauna humanizada que aparece en el Blacksad de Díaz Canales y Guarnido), dibujado con un estilo caricaturesco, ágil y tremendamente expresivo, pero al mismo tiempo muy detallista, que nos recuerda a las estrellas del último cómic de autor francés, a los Sfar, Trondheim o Larcenet. Un lenguaje apropiado para desarrollar una trama complicada, llena de vericuetos, y con una carga importante de humorismo.
En la primera viñeta un barco arriba a puerto y se "deshace" de su carga. Podría ser el Nueva York de principios del siglo pasado y sus antiguos pasajeros podrían ser los padres de aquellos que forjaron el misticismo clásico de la gran manzana. Gente que escapaba de su pasado o que simplemente perseguía sueños de providencia. Emigrantes, extranjeros, alienígenas recién llegados a un mundo forjado con nuevas claves y poco benigno para todo aquel que no las conociera. Reconocemos el comienzo, la misma historia con tintes más dramáticos en aquella obra enorme que fue, precisamente, Emigrantes. En Ciudad 14 todo es más ligero, mucho más humorístico, como anunciábamos hace unas líneas. De hecho, la obra se construye a base de mestizajes genéricos; los que resultan de mezclar en el matraz de sus páginas diferentes fuentes muy distantes entre sí. Tenemos por un lado la visión charlotesca tragicómica de esa emigración llegada a norteamérica, hombres y mujeres que llegan con los bolsillos vacíos y unas semillas como única fuente de riqueza. Pero Ciudad 14 también comparte con Chaplin o Buster Keaton el tono grueso de su humor, basado en trompazos, persecuciones surrealistas y topetazos diversos, slapstick en estado puro.
No es la única clave genérica que debemos manejar para interpretar este cómic, porque a la vez que comedia Ciudad 14 presume de cine negro, con aromas también muy clásicos. Hay en ella gangsters duchos en el chantaje, la extorsión y el asesinato con mutilaciones de por medio; hay bellas secretarias, transformadas en amantes heroínas, hay políticos corruptos, periodistas osados dispuestos a arriegar su vida por "publicar" esa corrupción y, por supuesto, hay pesquisas detectivescas llevadas a cabo por los protagonistas. Pero es que, por si el batido genérico no fuera suficiente, en el cómic de Gabus y Reutimann hay hasta un superhéroe, invulnerable, fotogénico, omnipresente, pero con un oscuro pasado y una dudosa ética; y alienígenas del pueblo Braxzzl, también emigrantes, del espacio, llenos de secretos, aunque adoptados e integrados socialmente.
Ya lo hemos dicho, la Ciudad 14 podría ser una metáfora diacrónica de Nueva York; afortunadamente no lo es. La ciudad que en el fondo también protagoniza esta obra es un ente ambigüo en lo geográfico y en lo temporal. Una localización despojada de referencias consistentes que facilita su carácter simbólico, universal y distópico. Porque en ella se mezclan futuro y pasado para crear un espacio de mascarada agobiante, un copntexto ahogado por una burocracia infinita y habitado por unos ciudadanos que son sus víctimas más que sus habitantes; algo así como si hubieramos pasado a Kafka por un filtro cómico (y nos acordamos de El apartamento). Es la Ciudad 14, ya desde su nombre, una ciudad retro-futurista poco esperanzada, una de esas propuesta distópicas tan queridas en las décadas postbélicas del S.XX, inhabitable pero llena de atractivos futuristas, como los que encontrábamos en Brazil y las otras películas de un loco cinematográfico como Terry Gillian.
Referencias y más referencias para una historia que, sobre todo, es divertida e imaginativa, pero que, debido a su fecundo enredo argumental, cae en ocasiones en cierto grado de desorden (llámenlo desequilibrio) narrativo. Imperfecciones. Demasiadas puertas abiertas, demasiado efecto sorpresa y demasiados gags ingeniosos. Quizás la razón haya que buscarla en su carácter seriado y la consiguiente urgencia por la resolución abrupta sorpresiva (llámenlo suspense). En todo caso, no echemos piedras sobre nuestro aludido divertimento. Esperaremos a siguientes entregas (series) para concretar posturas; por ahora, le auguramos a esta Ciudad 14 un futuro distópico, pero la mar de entretenido.