El fotógrafo es uno de nuestros cómics favoritos. Quizás por eso, nos acercamos a las páginas de Un viaje entre gitanos con ciertos prejuicios. A saber: el efecto sorpresa de la combinación interdiscursiva (fotos y viñetas en una misma secuencia) que supuso El fotógrafo dentro del mundo del cómic, ha desaparecido, o se ha amortiguado al menos. En segundo lugar, de aquella tripla que formaban el dibujante Emmanuel Guibert, el diseñador y colorista Frédéric Lemercier y el fotógrafo Didier Lefèvre, sólo repiten los dos primeros debido a la muerte de Lefèvre en 2007. Por último, a priori, el componente exótico del Afganistán pretalibán deja paso en este nuevo cómic a una realidad mucho más prosaica para un europeo, la de los gitanos más pobres que viven en una situación marginal. Así de injustos somos, resulta que cuanto más lejos nos pilla la miseria, más exótica se nos vuelve y más interés despierta en nosotros la descripción de su realidad.
Dejando los prejuicios a un lado, lo cierto es que Un viaje entre gitanos es una obra inferior a El fotógrafo por razones mucho más objetivas. Resulta más fragmentaria y episódica que aquella: la coherencia del viaje con un objetivo concreto que condicionaba la trama de El fotógrafo (un ejemplo clásico de búsqueda narrativa, the quest) desaparece en pos de una serie de brochazos descriptivos, una acumulación de episodios y vivencias, que si bien se presentan con cierta ordenación cronológica, terminan creando en el lector una sensación de dispersión acumulativa. Como en un cuadro expresionista con afanes costumbristas, el relato de Un viaje entre gitanos funciona al ritmo de los diferentes brochazos que trazan cada uno de los breves episodios que aglutinan la historia (la cual, insistimos, sí que está marcada por el recorrido más o menos cronológico de su protagonista: el fotógrafo Alain Keler).
Además, frente a la crónica mucho más objetiva de El fotógrafo, pesa en Un viaje entre gitanos el tono marcadamente subjetivo de un narrador que se posiciona claramente desde el primer momento. Una voz narrativa que subraya, critica y amonesta a partir de unos juicios de valor (en ocasiones acompañados de ciertas matizaciones sarcásticas) que no le permiten al lector otro análisis que el que ya viene dado por las propias páginas del cómic. De este modo, el relato pierde parte de la fuerza documental que aportan sus testimonios fotográficos, el relato de los acontecimientos y las propias motivaciones filantrópicas del tema.
Hasta aquí los peros. Porque, en realidad, Un viaje entre gitanos encierra también muchas virtudes. Venimos diciendo desde hace tiempo que el cómic, un cómic, además de ser un objeto cultural, es un lenguaje, un modelo discursivo que permite articular diversos temas y contenidos. Entre ellos, y esta obra es buena muestra de ello, la crónica social o el relato periodístico (del que Joe Sacco es máximo representante).
En este sentido, Un viaje entre gitanos resulta ser un excelente documento social, un testimonio visual y narrativo de una realidad que convive con nosotros, pero que nos empeñamos en barrer bajo las alfombras de nuestras ciudades metalizadas y digitalizadas. Es estimable que periodistas como Alain Keler se empeñen (literalmente) en mostrarnos la otra cara del espejo, la que encierra los horrores de la civilización. Cierto es que, como él mismo señala en su epílogo, "los lugares deprimentes gozan de un extra de felicidad cuando no se está deprimido, igual que los lugares felices tienen un extra de melancolía cuando se está triste", pero en ocasiones asomarse al abismo es también un ejercicio de salud ciudadana, más que un consuelo de tontos.
Los episodios dedicados a los poblados gitanos de Calabria y de Letanovce, en Eslovaquia, están llenos de vida, que no de vitalidad, y huelen a realidad en cada viñeta. Las palabras de Keler en el prólogo y el epílogo son tan sentidas que nos invitan a una reflexión honda. Y los dibujos de Guibert funcionan como un reloj a la hora de engranar el relato y cementar la argamasa narrativa que cohesiona los documentos fotográficos insertos. Guibert es un dibujante excelente, su realismo sobrio y esquemático tiene una fuerza descriptiva asombrosa y, siempre, dota de matices y contenido aquellas historias en las que se embarca el autor francés.
Ya lo ven, no faltan razones para acercarse a Un viaje entre gitanos, más allá de las siempre odiosas comparaciones.