jueves, noviembre 05, 2015

Originales y arquitecturas superheroicas

Aunque no hablemos mucho de ello por aquí, de vez en cuando seguimos gastándonos algún euro en vicios duros como el coleccionismo de originales y la adquisición fetichista de ilustraciones. Hay que admitir que, desde que el cómic "es arte" y cosa de prestigio, cada vez es más difícil hacerse con páginas que no nos descontrolen la balanza mensual: ¿qué hipster no quiere una joyita underground para adornar su baño o un superhéroe que le proteja de las pesadillas desde la cabecera de su cama?
El otro día, precisamente, caíamos en la cuenta de qué poquitos originales hemos comprado, después de tantos años, sobre el tema superheroico. Es más, al guardar con mimo la última página que hemos adquirido, nos hemos dado cuenta de que la mayoría de las páginas originales de Marvel que tenemos, en realidad, tienen mucho más que ver con las alucinantes arquitecturas urbanas y ciudades míticas que crean sus talentosos artistas, que con sus personajes, grupos y universos heroicos propiamente dichos.
Un juego de agudeza visual. Les presentamos aquí cuatro de esas láminas y les retamos a que adivinen a qué cómics y artistas pertenecen...
 
Difícil, ¿verdad? Retomaremos el tema en alguna próxima ocasión para hablarles de muros y más originales, enmarcados esta vez.

miércoles, octubre 28, 2015

Maestros del anime: Miyazaki, sensibilidad y magia (en ABC Color)

Acabamos de publicar en el suplemento cultural de ABC Color un texto largo dedicado a Hayao Miyazaki y su obra. En él, analizamos algunos de los temas y motivos más recurrentes de sus películas y, de alguna manera, intentamos rendir homenaje a un maestro que se jubila después de firmar algunas de las cintas de animación más maravillosas de la historia del cine. El Suplemento completa nuestra aportación con un estupendo texto de Julián Sorel titulado "Sin miedo a volar".
Les dejamos aquí las páginas impresas del artículo, "Hayao Miyazaki, magia y sensibilidad", y el texto correspondiente.
Caja mágica
Una de las peores noticias de los últimos años, en términos puramente artísticos, fue el anuncio de la jubilación de Hayao Miyazaki en 2013. La llegada del director japonés a las pantallas occidentales en 1997, con el estreno mundial de La Princesa Mononoke, se vivió como un acontecimiento que los espectadores disfrutamos entre la sorpresa entusiasta y la fascinación ante lo desconocido. ¿Se podía hacer eso con dibujos animados? Casi inmediatamente, los grandes festivales y eventos cinematográficos empezaron a hacerse eco de ese nuevo cine de animación japonés que se acercaba a la fantasía con una sensibilidad hasta entonces desconocida. El Studio Ghibli, que el director fundó junto a su amigo Isao Takahata en 1985, se convirtió en una caja mágica de la que regularmente salía una joya de anime destinada a hacer historia y a hipnotizar a su cada vez más ingente legión de admiradores en el mundo entero.
Además de por su perfección y pericia técnica, las películas del mago Miyazaki brillan por dos rasgos esenciales: una imaginación desbordante que le permite crear asombrosos mundos de ficción y un gusto por el detalle que garantiza la verosimilitud de dichos universos, no importa cuán fantasiosos lleguen a parecer.
El detalle, el proceso o el gesto son componentes básicos de las cintas del director japonés. Sus personajes no se comportan como simples entes animados, sino que responden a pálpitos humanos. La niña ensoñada que se aburre mientras reposta el hidroavión de Porco Rosso, sopla a la mosca que se posa sobre el ala, ésta resbala hacia abajo antes de reemprender el vuelo; el pequeño incidente (anecdótico, trivial y, por eso mismo, absolutamente realista) saca a la muchacha de su ensoñación.
En la emocionante Mi vecino Totoro (1988), la niña Mei, en su desesperación ante los negros presagios comunicados por un telegrama, se aferra a una mazorca de maíz, convertida en símbolo de su afecto y de sus esperanzas. Abrazada a la panocha, corre, llora y se pierde en los mundos tenebrosos de sus miedos recién descubiertos. El espectador asiste conmovido a ese gesto de humanidad, a su desamparo. Vida animada.
Proceso y detalle
A Hayao Miyazaki siempre le ha gustado recrearse en los procesos artesanos e industriales o, tan sólo, en las faenas domésticas. Las construcciones, máquinas e ingenios de sus películas (sean éstos castillos andantes, fábricas metalúrgicas, hidroaviones, bicis voladoras o fortalezas defensivas) funcionan porque encierran un diseño y una elaboración artesanal o mecánica minuciosa. Han sido creados por alguien. Sus películas no se conforman con el resultado, nos muestran el proceso: en Nausicaä del Valle del Viento (1984) descubrimos a los habitantes del valle reparando sus molinos de viento, o revisando sus plantaciones en busca de hongos tóxicos; contemplamos a las mujeres milanesas diseñando, construyendo y montando las piezas del avión que pilotará el personaje principal de Porco Rosso (1992); al igual que son mujeres quienes trabajan en la gigantesca forja de la Ciudad de Hierro en La Princesa Mononoke; en Mi vecino Totoro, asistimos a la limpieza y restauración exhaustiva de la casa de campo que va a ocupar la familia protagonista y en Nicky, la aprendiz de bruja (1989), el pan y las empanadas de arenque se cocinan en hornos de leña cuyas ascuas vemos preparar antes de la cocción. Y, como colofón, en su última película, El viento se levanta (2013), Miyazaki ofrece un recorrido diacrónico por la historia de la ingeniería aeronáutica japonesa con un lujo de detalles mecánicos y una precisión tecnológica que apabullan al espectador.
El gusto por el detalle ayuda a dotar de verosimilitud a las construcciones ficcionales del maestro japonés: sus texturas presentan una proximidad casi física. El agua de las cintas de Miyazaki se puede beber, es fresca y apetecible, fluye cristalina por los arroyos de Mi vecino Totoro o se agita amenazante y tempestuosa en El viaje de Chihiro (2001). La madera cruje o crepita en El Castillo Ambulante (2004) en cada vaivén de la ciclópea construcción; el metal rechina con cada martillazo en las forjas de La Princesa Mononoke y con cada vuelta de tuerca de los mecánicos que construyen los aviones en El viento se levanta; el polvo revolotea y adquiere vida a base de escobazos en Mi vecino Totoro, como lo hace la harina en la tahona de Nicky, la aprendiz de bruja.
Vida animada
El realismo del detalle al servicio del relato. Miyazaki construye sus ficciones desde un entramado de realidad en el que la ficción comienza siempre a partir de una chispa que termina incinerando la historia. Una suerte de realismo mágico nipón. Todos reconocemos el mundo (en ocasiones gracias a referencias literarias o a la cuentística popular) que habitan los personajes de Miyazaki: sus ciudades, sus escenas campestres, sus parajes naturales. Sin embargo, la imaginación del creador enriquece esos escenarios realistas a base de fantasía: mediante la recurrencia a criaturas y a fenómenos mágicos que se integran con absoluta normalidad dentro de ese plano de realidad. Son en muchos casos elementos deudores de la espiritualidad japonesa: el animismo sintoísta que dota de vida a la multitud de dioses y espíritus que habitan los universos humanos y divinos. Sólo el espectador vive instalado en la sorpresa. En los mundos de la factoría Ghibli, las personas, los animales y los seres mágicos conviven con absoluta naturalidad, como si habitaran en un melting pot de ensueño.
Esta cohabitación de mundos, nunca enfrentados, unida a la sensibilidad exquisita de Miyazaki, facilita la creación de momentos bellísimos: como esa estela de hidroaviones caídos en combate que asciende hacia el cielo en Porco Rosso; la secuencia de la Princesa Nausicäa hechizada por la lluvia de esporas tóxicas en la Jungla Tóxica; o las escenas del Espíritu del Bosque sanando a Ashitaka en el corazón de la espesura en La Princesa Mononoke. Detrás de la fantasía y la magia, las cintas del artista japonés encierran una carga simbólica, no siempre trasparente, que resguarda valores positivos como la amistad o el amor filial, junto a códigos entroncados con el imaginario espiritual nipón: la memoria de los antepasados y el culto a los espíritus, el respeto a la naturaleza (el agua y el viento son omnipresentes en sus películas) y a las criaturas animales frente a la industrialización urbanita, la búsqueda interior y el ensueño como factores de superación, etc.
Donde se cocinan los sueños
Pero si hay un tema que sobrevuela la filmografía de Miyazaki, ese es el de la infancia como espacio de fantasía, como refugio secreto en el que se cocinan los sueños. Ese es el tema vertebral de cintas como El viaje de Chihiro, pero se repite de forma más o menos directa en casi todas sus películas. La infancia es el refugio que nos salva de los errores de la edad y de la monotonía existencial que encuentra su caldo de cultivo en las grandes ciudades y en las ocupaciones rutinarias que realizan los adultos. Por eso, la infancia se asocia normalmente a contextos rurales y al mundo de la naturaleza, unos escenarios que se cargan de valores positivos y se refuerzan con el peso del folklore y de los oficios tradicionales. En estos espacios, Miyazaki crea a su vez otros refugios habitacionales (el refugio dentro del refugio) en los que sus personajes se protegen de las amenazas exteriores, lugares que nos remiten a nuestros propios espacios de cobijo ante el miedo: en ese sentido funcionan la casa en el bosque de la pintora amiga de Nicky o la acogedora habitación abuhardillada de la panadería en Nicky, la aprendiz de bruja; o el montón de heno dentro del vagón en el que ésta se refugia a dormir durante una tormenta, en la misma película. Los encontramos en todas sus películas, como encontramos en casi todas ellas a personajes positivos y espirituales que se imponen a la mezquindad y bajezas humanas, para salvar al mundo del destino que parecen escribir sus propios habitantes.
Aunque cualquier excusa es buena para repasar su filmografía, ahora que sabemos que no va a volver a hacer más películas (no está aún claro si el Studio Ghibli seguirá los pasos de su fundador), el cine de Hayao Miyazaki se antoja más necesario que nunca: sus historias, cargadas de valores positivos, tienen la extraña cualidad de hacernos sentir mejor con nosotros mismos, las imágenes de sus películas encierran una calidez analgésica y sus construcciones fantásticas son un refugio excelente para esquivar, durante casi dos horas, los peligros de la edad. Ya le echamos de menos.

miércoles, octubre 21, 2015

Sonrisas de Bombay, de Susanna Martín y Jaume Sanllorente. Un viaje de ida

A todos nos sucede que alguna vez nos vemos postergando el visionado de una película o la lectura de un libro o un cómic que sabemos que tenemos que ver o leer, que queremos ver o leer, pero que, por alguna razón, nos genera un sentimiento que interpretamos como pereza. Sucede que, en muchos casos, esa dejadez es en realidad otra cosa mucho más cercana a la cobardía, al miedo a que le saquen a uno de su zona de confort y le enfrenten al aprieto intelectual o, aún peor, al abismo de la conciencia y de la desigualdad. Algo así nos ha sucedido con Sonrisas de Bombay, la novela gráfica de Susanna Martín sobre la gran aventura de Jaume Sanllorente, que Norma publicó hace ya unos años y que no hemos leído hasta ahora.
Se trata de un cómic de viajes y de un libro de testimonio, una especie de crónica con conciencia y agradecimiento, que bebe de las mismas fuentes comicográficas que han inspirado a tantos jóvenes artistas contemporáneos: la crudeza histórica del Maus de Spiegelman filtrada por el simbolismo de la imagen; él testimonio biográfico sin amortiguador de Marjan Satrapi en Persépolis; y el acercamiento curioso y agudo a la "otredad" que lleva a cabo Guy Delisle en sus cómics de viaje. Sonrisas de Bombay tiene un poco de todos ellos, de los que también adopta la elección de cierto esquematismo gráfico; en este caso, una línea clara suelta y ligera, dotada de gran capacidad descriptiva y evocadora.
Estuvimos en la India hace casi diez años. Uno viaja a ese país que parece un continente con la certidumbre de que no saldrá indemne; probablemente será lo más cerca que estemos de otro planeta. Se sabe de antemano, en la India nos toparemos de bruces con la Miseria y la Desigualdad, y nuestra conciencia occidental tendrá que lidiar cara a cara con el tercer mundo y la realidad despiadada. Todos regresamos sacudidos de la India, a algunos el combate de conciencias les cambia la vida y, a unos pocos, el impacto les transforma en héroes. Es el caso de Jaume Sanllorente que viajó por primera vez al Indostán hace algo más de diez años (casi como nosotros). De su figura y obra se ha inspirado Susanna Martín para escribir y dibujar Sonrisas de Bombay.
El título del cómic es el nombre de la ONG que Jaume fundó en la ciudad para dar una segunda oportunidad a los cientos de miles de niñas prostitutas y niños de la calle que se multiplican en la India como entes invisibles condenados a la calamidad. En sus páginas se nos relatan la visicitudes y obstáculos que el periodista tuvo que afrontar desde el día que regresó de su primer viaje y decidió que su vida iba a comenzar de cero: como en las grandes epifanías, Jaume abandonó su cómoda, pero estresante realidad barcelonesa, para sumergirse en la otra realidad caótica, exuberante y violenta de la India. 
En el arranque de la historia, Babu, un joven estudiante que se benefició de los proyectos de la organización Sonrisas de Bombay, se entrevista con su fundador para completar su trabajo universitario de sociología. El recurso narrativo (similar al que Spiegelman empleara en Maus) permite que el propio Jaume (o Jaumeji, como le llaman los indios en señal de respeto) nos cuente su historia en primera persona, a partir de un gran flashback que constituye el material narrativo de dicha entrevista. En sus confesiones, el protagonista no elude ningún episodio, por muy descarnado que resultara en su día: asistimos a su primer contacto con Dharavi, el gigantesco poblado chabolista de Matunga, microcosmo de violencia, enfermedades y prostitución infantil, un espacio de supervivencia más que de vida; Jaume nos cuenta su visita a Kamathipura, el barrio de las niñas prostitutas, la antigua y triste "zona de descanso" de las tropas coloniales británicas; relata el ex-periodista también su enfrentamiento con las mafias y las constantes amenazas que recibe por parte de los temerosos habitantes locales que repudian el contacto con la casta de los "intocables".  Y, sobre todo, Jaume nos habla de la felicidad, de la plenitud vital  que el contacto con los desfavorecidos, con los parias de la tierra, le ha proporcionado a lo largo de todos estos años.

Es cierto que, en algunos momentos, el cómic no puede evitar cierta carga sentimental o el empleo de recursos simbólicos que parecen caer en lugares comunes del relato confesional y la espiritualidad, sin embargo, cuando se cuenta una historia tan extraordinaria como la de Jaume Sanllorente, cuando se relata con la honestidad y limpieza con la que lo hace Susanna Martín, el resultado sólo puede ser una novela gráfica emocionante y reconfortante como esta Sonrisas de Bombay. Una historia necesaria, que no quiere decir fácil.

martes, octubre 13, 2015

¡Oh diabólica ficción!, de Max. La depuración del lenguaje

Max (Francesc Capdevila) es uno de los nombres esenciales en la historia del cómic español. Así, sin matices.
Desde aquellos comienzos influidos por el underground, primero, y por la línea clara francobelga estilizada de autores como Chaland, después, el trabajo de Max ha sufrido un proceso de depuración formal y conceptual que tiene mucho que ver con el magisterio Chris Ware que todo lo invade en los últimos tiempos. Pero estaríamos siendo injustos si equiparáramos a Max con otros discípulos de Ware; como éste, el barcelonés es un pionero de la forma, un verdadero vanguardista, que en paralelo al norteamericano ha rastreado en la tradición clásica para crear un lenguaje propio y un estilo que ya es marca registrada. Nos recuerda su ejemplo y su evolución a la de otro autor fundamental del cómic español, aunque mucho más olvidado que Max: hablamos de Federico del Barrio, un creador que viró desde el asombroso virtuosismo gráfico de trabajos como El artefacto perverso o Lope de Aguirre (la conjura) a la estilización máxima de las dos obras que publicó bajo el pseudónimo de Silvestre, Relaciones y Simple; dos cómics en los que el autor reflexionaba acerca de las posibilidades narrativas del cómic y la metaficción comicográfica.
Desde que creara al mítico Bardín, el superrealista en 1999, Max tampoco ha dejado de moverse hacia un cómic conceptual y postmoderno, anclado en recursos como la autorreferencialidad, la interdiscursividad y la ironía. Desde entonces (podríamos incluso retrotraernos a publicación de El prolongado sueño del Sr. T), sus cómics se han vuelto mucho más intelectuales e introspectivos. Vapor, por ejemplo, funcionaba como ejercicio de indagación metafísica y reflexión existencial a través de su protagonista Nicodemo, un eremita impaciente en busca de respuestas acerca de su propia existencia y el mundo material que nos rodea. A través de su alterego ficcional, Max despliega con humor e inteligencia su colección de reflexiones cruzadas por referencias filosóficas, históricas y artísticas (con una buena dosis de cultura pop en ellas).
El último cómic de Max, ¡Oh diabólica ficción!, continúa en esa misma línea de exploración formal y conceptual, para indagar, en este caso, en el sentido último del concepto artístico, abarcando nociones como las de creación, inspiración y valía cultural. En su búsqueda metaficcional, el Max-autor dialoga con sus personajes, con el lector y con sus diferentes alteregos (representados o simbólicos) repartidos por las páginas del tebeo.
La mayoría de las historias cortas que componen ¡Oh diabólica ficción! aparecieron publicadas en diferentes momentos en El País Semanal entre 2013 y 2015, aunque el volumen recoge también páginas inéditas y algunos dibujos e ilustraciones recogidos en otros medios. Paradójicamente, es ahora, después de las correspondientes fases de recopilación, ampliación y edición, cuando la obra alcanza una coherencia y una profundidad conceptual que se diluía parcialmente con la publicación fragmentaria periódica de los diferentes episodios. Leída como obra total, ¡Oh diabólica ficción! resulta una reflexión lúcida y afilada acerca de los procesos comunicativos (creación, recepción, interpretación, metalenguaje…) que rodean a los textos literarios y comicográficos. Todo ello expuesto de forma simbólica gracias a la presencia de una urraca-narrador (que ya aparecía en Vapor en una de sus múltiples representaciones), personaje de fábula que nos guiará con sus circunloquios, engaños y parábolas por entre los recovecos del relato.
El hecho de que la historia esté conformada a partir de fragmentos y episodios que se presentan como historias cortas, condiciona que la sensación de totalidad del texto dependa en gran medida de una participación activa por parte del lector a la hora de descifrar la ironía y el humor que recorre la obra. Ese es uno de los grandes méritos de ¡Oh diabólica ficción!, se trata de un cómic exigente y abierto, una reflexión intelectual que nace de la abstracción y de la carga simbólica que proyectan los animales sabios y las recreaciones icónicas que lo habitan. El dibujo de Max, con un acabado redondo y perfeccionista, proyecta una ingenuidad amable, pero engañosa, que contribuye de forma esencial a estirar el mencionado componente irónico-humorístico de la obra. Nada resulta ser lo que parece en los “cuentos” de la urraca protagonista, ni siquiera ella misma, que se presenta primero bajo el nombre de Mr. Brown, como Ismael después, para enmendarse a sí misma apenas unas páginas después: “Permítanme que me presente. Soy el Diablo Cuentacuentos. Estoy con ustedes desde la noche de los tiempos, trabajando a la sombra”.
En última instancia, sus parlamentos, fábulas y parábolas resultan tan engañosos y convencionales como lo es toda ficción, y es en esa autoconsciencia ficcional donde reside la magia de ¡Oh diabólica ficción!, porque en el fondo el éxito de su mensaje sólo depende de que exista un lector dispuesto a traspasar la ficción y a participar en el diabólico juego de espejos de Max:
¿Les he hablado ya alguna vez de mi fascinante, compleja, intrincada e inabarcable personalidad? Ya saben que soy urraca y soy demonio… divina y diabólica a un tiempo… femenina y masculina por igual. Pero no acaba aquí la cosa, porque aún hay más… sí, mucho más…

jueves, octubre 08, 2015

Matt Madden, Drawn Onward y 20 Lines Project. Más experimentos

Como muchos otros, llegamos a Mat Madden gracias a su 99 Ways to Tell a Story (99 ejercicios de estilo, en español) su homenaje al modelo Oulipo y al gran Raymond Queneau; quien casi un siglo antes había escrito sus Ejercicios de estilo, en el que contaba una misma historia de 99 formas diferentes. El propio Madden es el máximo representante estadounidense de Oubapo, el Taller de la Historieta Potencial versión comicográfica. Confesamos que hemos utilizado 99 Ways to Tell a Story en muchas ocasiones en nuestras clases, y que su exposición visual de los diferentes “matices discursivos” resulta una herramienta pedagógica excelente para acercar a los chavales a conceptos teóricos como el del punto de vista, el género o la voz narrativa. A partir de ese momento, seguimos con interés los trabajos del dueto que forman Madden y su mujer, la también dibujante Jessica Abel, con quien vive en Francia; sin duda, dos de los nombres importantes en la eclosión del cómic independiente desde finales de los 90.
Volvemos ahora al dibujante estadounidense con una excusa doble: la publicación este 2015 de su minicómic Drawn Onward y la exposición 20 Lines Project, que permanecerá en la Galería etHALL hasta el 07 de noviembre, y que se inauguró con motivo del Barcelona Gallery Weekend.

Drawn Onward es un cómic muy en consonancia con las inclinaciones experimentales y los constantes juegos narrativos de Matt Madden, ya que el autor ha hecho nada menos que una historia reversible (o capicúa).
Tenemos que reconocer que nos hicimos con este tebeíto con formato de comic-book de 32 páginas atraídos por una portada que nos recordaba a otra portada de una historieta ya clásica. En ella, un personaje torturado escapaba de sus sombras pasadas en el andén de un metro que podría ser el de Nueva York. La portada de Drawn Onward repite el mismo contrapicado de aquella secuencia, que mostraba las vigas de techo en perspectiva, y en ella también un personaje se aleja de otro; si bien, en este caso lo hace con una sonrisa burlona en la boca. Son los dos protagonistas de la historia: la joven narradora, una dibujante de cómics, y el extraño que un día la aborda en un tren.
Con estos elementos, Madden construye un relato circular que literalmente se muerde la cola; un ejercicio de simetría narrativa (nada que ver con esta otra simetría formal vanguardista y alucinante) que consigue ser algo más que simple artificio gracias a la habilidad de Madden para el ritmo secuencial y al peso de un guión que le aporta matices e indicios a la historia, y que consigue que su cierre no sea en falso. No desvelamos más detalles, estamos seguros de que Drawn Onward formará parte de alguna antología con lo mejor de 2015 en fechas no lejanas.
20 Lines Project es una exposición comisariada por Jorge Bravo, el máximo responsable de la siempre interesante etHALL barcelonesa, una galería que nunca pierde de vista al lenguaje del cómic entendido como material artístico y fuente de inspiración.
En realidad, no conocíamos la faceta artística de Matt Madden, pero no nos ha sorprendido descubrir que se mueve en un territorio lindante con el arte conceptual, la cinética y el esbozo. El norteamericano es un tipo polifacético y prolijo: compagina su condición de dibujante con la de docente, traductor y editor, además de artista. 20 Lines Project está inspirada en el trabajo del autor Oulipo Harry Mathews: el escritor se dedicó durante un periodo de su vida a escribir 20 líneas de prosa cada mañana, siguiendo el consejo de Stendhal “escribe 20 líneas al día, seas un genio o no”.
Con la misma filosofía con la que Madden trasvasó la obra de Queneau al cómic, ahora ha puesto en práctica el experimento de Mathews realizando diferentes dibujos compuestos por únicamente 20 líneas. Son las planchas que se han podido ver en la exposición de etHALL.
Ya ven que con Matt Madden no hay tiempos muertos o espacio para el aburrimiento. No le perderemos de vista, como hasta ahora.

miércoles, septiembre 30, 2015

Un océano de amor, de Lupano y Panaccione. Vodevil marinero sin palabras

Un cómic con ingredientes, peso neto y valores nutritivos en 100 gramos. Una edición cuidadosa de Reservoir Books con olor a sardina. Y un prólogo de Paco Roca, que nos cuenta cosas tan sustanciosas como que:
Un océano de amor habla de gente que vive junto al mar, en un pueblo evocador, con todo el sabor de las poblaciones costeras de novelas como La isla del tesoro o El canto de la tripulación. Este relato es un homenaje al mar, a ese mar que tanto a hecho soñar a aventureros y escritores y que en la actualidad está amenazado por el progreso humano. En una entrevista, Lupano cuenta cómo la semilla que hizo nacer esta historia se remonta a 2005, cuando viajó al estado de Chiapas y se encontró con un río de residuos en lugar de las aguas cristalinas que esperaba disfrutar.
Un oceano de amor es, efectivamente, un libro marinero, un relato de aventuras y una ensoñación romantica; pero el guión de Wilfrid Lupano encierra igualmente un gran vodevil con trazas de comedia costumbrista, un enredo en el que tienen cabida piratas del Índico, guapas modelos de revista, plañideras bretonas y hasta un Fidel Castro convertido en bailarín improvisado... Como lo oyen.
El arranque del relato es una pequeña maravilla de romanticismo cotidiano: como cada mañana, Monsieur se levanta antes del amanecer y se enfrenta a su miopía de Rompetechos y a un día que se antoja largo y tempestuoso; su mujer, le espera en el comedor con un desayuno contundente de tortitas, jamón y huevo que Monsieur devora como un niño pequeño; en la tartera con el almuerzo, como todos los días, una lata de sardinas..., sus odiadas sardinas, que, paradoja del sino Romántico, habrán de salvarle la vida. Estas primeras páginas están cargadas de cariño y sensibilidad, de heroicismo de zapatillas, gafas de culo de vaso y sartén oxidada. Un matrimonio que sobrevive al mar día a día con ánimos renovados, un homenaje a la dura vida marinera y un ejercicio de respeto silente y admiración respetuosa al mar que a tantos da de comer y a muchos otros entierra.
A partir de ese arranque, la historia comienza a girar en un vértigo de enredos, situaciones imposibles y comedia muda que, por momentos (casi todos los protagonizados por la mujerona de Monsieur), nos remite al slapstick más gestual y bufo de Jacques Tatí o de los clásicos del cine mudo (o el cómic mudo, como el de Milt Gross, por supuesto). 
Porque, no lo hemos dicho, pero Un océano de amor es también un cómic sin palabras, silente, mímico, pero al mismo tiempo vívido, expresivo y dominado por un mar estruendoso. No hubiera sido posible sin el arte admirable de Grégory Panaccione, sin sus efectos digitales que brillan como pinceladas de acrílico, o sin su uso expresionista de la línea y el paisaje. Los escenarios de Panaccione componen una colección de frescos y naturalezas que nos invitan a embarcarnos en un crucero transatlántico, no siempre gozoso: la belleza agreste de la costa bretona se cruza con los amaneceres marinos y la calidez caribeña de La Habana, pero en la travesía descubriremos también la sal en la herida, la pesca incontralada, los vertidos ilegales, la "sopa tóxica" del Atlántico o a los nuevos y terribles piratas del Caribe.
Un océano de amor es una tragicomedia con conciencia y corazón, un cómic sin palabras que, gracias a los lápices de Panaccione, tampoco parece necesitarlas.

miércoles, septiembre 23, 2015

Cómics Online: Go Get a Roomie!, de Chloé C. Divertida desvergüenza

Por causas que les explicaremos en otro momento, estamos últimamente volcados en un campo, el de los cómics online, que teníamos bastante abandonado. Así que, aprovechando el rebufo, les vamos a "regalar" una dirección web que es un cajón lleno de sorpresas y momentos de diversión a coste cero:
Hablamos de Hive Works Comics, una página de hospedaje para proyectos digitales, que promociona y ayuda a los artistas a obtener beneficios con la difusión de sus trabajos. Aunque muchos de ellos son nombres desconocidos para el lector de cómics habitual, el catálogo de artistas y la calidad media de los trabajos expuestos es ciertamente notable, con profusión de contenidos eróticos, humorísticos y fantásticos. Casi todos los cómics de Hive Works Comics responden al formato de tira o página comicográfica trasvasadas al medio digital.
Go Get a Roomie! es un buen ejemplo de sus contenidos. Chloé C. comenzó su serie en 2010 sobre una premisa ingeniosa y un divertido personaje principal: Roomie es una muchacha feliz, un poco hippy, lesbiana, desinhibida y amante de la cerveza, que ha decidido huir de compromisos, ataduras y domicilios estables. Sus días pasan entre su cervecería de cabecera, las casas de sus amigos y sus múltiples novias, a quienes "gorronea" regularmente alojamiento y con quienes comparte cama, risas y desacuerdos. Roomie es una nomada de la noche y su vida es un cúmulo de situaciones divertidas que Chloé C. desarrolla con mucho humor, buenas dosis erotismo y sana irreverencia.
http://www.gogetaroomie.com/comic/professional-sleeper
La tira se actualiza tres veces por semana y, después de cinco años, muestra una salud excelente; además, con el tiempo, su autora ha depurado su estilo gráfico, con una línea que nos recuerda cada vez más a artistas como Jeff Smith o Scott Chandler (ese trazo sensual y disneyano al mismo tiempo). De tanto en cuanto, Chloé C. alterna sus tiras habituales con composiciones de página más osadas y pequeños "extras" que ayudan a completar y dotar de matices al divertido universo de sus personajes. El éxito de Go Get a Roomie! se ha visto reflejado en un variado merchandising y en la edición en papel de los materiales online.
http://www.gogetaroomie.com/comic/scarf
Diversión, provocación y entretenimiento en estado puro. No siempre hay que buscarle trascendencia a cada viñeta que leemos, ¿verdad?

miércoles, septiembre 16, 2015

Premios de la crítica 2014-2015 de la Revista Dolmen

Hace ya quince años que la Revista Dolmen entrega los Premios de la Crítica a los mejores tebeos y autores del año, durante la clausura de las Jornadas del Salón del Cómic de Avilés. En su selección, participamos críticos de todo el país, nominando y eligiendo los mejores cómics publicados en España en el periodo comprendido entre dos ediciones de Salón del Cómic de Barcelona (este curso, las obras aparecidas desde junio de 2014 hasta abril de 2015). 
Los premios este año han hecho justicia con un clásico como Hernández Cava y han repartido menciones entre Las Meninas y Yo, asesino, dos obras enormes publicadas en nuestro país:
33
Mejor Dibujante Extranjero
Jillian Tamaki por Aquel Verano
Mejor Guionista Extranjero
Brian K. Vaughan por Saga
Mejor Dibujante Nacional
Javier Olivares por Las Meninas
Mejor Guionista Nacional
Antonio Altarriba por Yo, Asesino
Mejor obra extranjera
Saga
Mejor obra nacional
Mejor Obra Teórica
Jan, El Genio Humilde (VV.AA)
Premio a una carrera extranjera
Alan Davis
Premio a una carrera nacional
Felipe Hernández Cava

viernes, septiembre 11, 2015

Las joyas imposibles de Micharmut, Sento y Javier de Juan

Gracias a un amigo comiquero hemos tenido la ocasión de disfrutar de tres joyitas editoriales de otro tiempo. Ya habíamos tenido en nuestras manos en otra ocasión algún ejemplar de la Colección Imposible, que la editorial Arrebato publicó en los años 80, pero ha sido todo un disfrute poder leer o releer cómics primerizos de Sento, Micharmut o Javier de Juan. El catálogo de la colección incluía además obras emblemáticas del tebeo español, como El carnaval de los ciervos, de Max, o La pista atlántica, de Miguel Calatayud; amén de curiosidades tan sonadas como Invasión de los Elvis Zombis, del artista Gary Panter. 

Con ese primor con el que trabajaban algunas pequeñas editoriales, cada librito de la Colección Imposible es un objeto de colección con sus tapas durase acabado mate y sus lomos forrados en tela. El formato de álbum en tamaño reducido es una anomalía preciosista, que nos devuelve el gusto por el detalle.

Dogon, de Micharmut, fue el número uno de la colección; y el único que no editó Arrebato, sino la valenciana Ediciones del Cingle. Nos gustan las palabras que un tal Clark Kent (cuya identidad secreta se desvela aquí) le dedica en contraportada a su autor:

Micharmut es sin duda la eminencia gris de la escuela valenciana y el hombre que más ideas ha puesto en ella. (...) La obra de Micharmut está llena de ideas renovadoras, su estilo es asombrosamente personal -es casi imposble rastrearle influencias- y puede colocarse en la misma línea de los últimos grandes europeos como Clerc o Yves Chaland.

Aunque se base en un guión inconsistente que desarrolla una intrincada trama de espías, Dogon reúne muchas de las virtudes estilísticas de Micharmut: su heterodoxia vanguardista, su capacidad para crear un lenguaje gráfico absolutamente novedoso y un magnetismo visual que incita al lector a navegar entre unas viñetas cargadas de claves y detalles sorprendentes.

En la Colección Imposible se publicó también Romance, el primer álbum de Sento. Se trata de un folletín bufo costumbrista, lleno de personajes extravagantes y situaciones surrealistas, recreadas en un precioso bicolor con la línea angulosa y el detallismo preciosista de aquel primer Sento. Romance es al mismo tiempo un homenaje a Valencia y a la vida de barrio.

Sic Transit es una tragedia taurina sobre el arte y la muerte, sobre los presagios y el destino. El dibujo elegante  de Javier de Juan y el el aire estilizado a lo Modigliani de sus personajes contrastan con el rayado  libre e irregular de las tramas. Se percibe una intención pictórica, que también insinúa Felipe Hernández Cava en el epílogo del libro, cuando comenta que:

Vista entonces su práctica desde esa prioridad de lo lúdico, resulta difícil predecir hacia dónde pueden ir [los] pasos [de Javier de Juan]. Pero los que pensamos que nuestros tebeos necesitan de revulsivos como estos para rejuvenecerse, en la medida en que algunos fundamentos tenidos por tal son puestos en cuestión, mucho nos tememos su fuga hacia otros campos más libres. Y no está el medio para perder a De Juan, después de haber perdido ya a tipos como Ceesepe, Mariscal o El Hortelano.

No andaba muy desencaminado, don Felipe.

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(Actualización: 16/12/2015)

En los comentarios de esta entrada, Pedro Porcel, editor de la colección, nos regala una serie de matizaciones y aclaraciones que nos parece interesante reproducir aquí con el fin de iluminar el texto original:

Qué agradable ver de nuevo tras tanto tiempo la colección Imposible, que yo mismo edité. Precisar solo que Dogón salió bajo el sello de El Cingle porque por entonces no teníamos legalizada la marca Arrebato y Nacho Errando, hermano de Mariscal, nos "prestó" la suya del Cingle. Y que Clark Kent no es, como dice Tebeosfera, Jesús Cuadrado, sino mi hermano Andrés Porcel, que ejerció de introductor desde el anonimato... Gracias por estos recuerdos! ¡Un saludo! 

viernes, septiembre 04, 2015

Nada, de Esteban Hernández. El dios de las pequeñas cosas

En la introducción y el epílogo de Nada se condensa su espíritu, en el título se resumen modestamente sus pretensiones. El protagonista-autor se desnuda ante el lector cuando confiesa su falta de rigor narrativo en las primeras páginas del tebeo. La voz narrativa del epílogo nos termina por descubrir el truco cuando revela el carácter convencional y artificioso de toda construcción humana (social, artística o personal). Somos poco más que pensamiento.
El último cómic autoeditado de Esteban Hernández no es una historia al uso; por momentos no es ni siquiera una historia, sino una divagación, una digresión existencial mantenida con carga filosófica de fondo, una búsqueda. Como suele, Esteban no nos pone las cosas fáciles.
No es sencillo su dibujo: abigarrado y barroco desde la transparencia de una línea clara que, en ocasiones, se enreda como un jeroglífico azteca. El trazo de Esteban Hernández es inconfundible, como lo son sus personajes hechos de parches y líneas moduladas. Un puzzle en el que todas las piezas encajan.
Tampoco son fáciles sus historias: ¿se puede contar una vida a base de detalles triviales, a base de gestos y pensamientos racheados? ¿Se puede escribir una biografía huyendo del tiempo y saltando de espacio en espacio sin un mapa? Ese es el objetivo de Nada. Cuánto hay en estas páginas de confesión, de catarsis, de elaboración ficcional o de simple juego predictivo, sólo su autor lo sabe. 
Al lector únicamente le resta dejarse llevar expectante por el relato fragmentario, en algunas páginas; por la fe en el narrador (como el ciego que da pasos confiado en su lazarillo), en otras; o embelesado ante la retórica existencialista y la filosofía de las pequeñas cosas que se construyen a partir del monólogo del protagonista de Nada. Porque, en realidad, esa nada que titula el cómic de Esteban Hernández se traduce en una colección de vivencias y reflexiones que nos ayudan a dibujar la personalidad de un ser humano tan extraño, tan único, que podríamos ser cualquiera de nosotros.