Últimamente, las actualizaciones veraniegas de este blog son menos fiables que una aplicación de Windows (esté o no sometida a los rigores estivales). Disculpen. Al menos, acabo de leer el Billy Avellanas de Tony Millionaire; le tenía ganas.
Arrancar una reseña con la información promocional de la contraportada es un recurso tan fácil, que uno puede arriesgar su escasa credibilidad en caso de abuso. Permítannos, sin embargo, hacer una excepción y repetir la letra impresa en este caso:
BILLY AVELLAS es un ser artificial dispuesto a dar con la cara oculta de la luna a la vez que descubre la suya propia. Para ello se embarcará en un viaje fantástico junto a Becky, la científica más inteligente de la granja Rimperton.
En la tradición del Pedro Melenas del doctor Hoffman, el Pinocho de Collodi, el Manostijeras de Tim Burton y otros tantos clásicos inolvidables, Billy Avellanas es una novela gráfica para adultos de edad indefinida con la que el multipremiado Tony Millionaire se acredita entre los grandes narradores de nuestro tiempo.
No tanto, la verdad, pero la cosa merece unos apuntes. Hacía tiempo que esperábamos a Millionaire por estos lares (como seguimos esperando a tantos otros, claro: Harkham, Catmull, Ralph, etc.). Es cierto que la figura del norteamericano no ha dejado de crecer entre los amantes del cómic y la crítica estadounidense, desde sus orígenes más o menos independientes hasta el momento actual en que su trazo inconfundible aparece en mil y una publicaciones norteamericanas. Sus obras se cotizan a lo grande, y el bostoniano consigue crear universos personales sorprendentes y llenos de magia.
De acuerdo también con los referentes autorales y narrativos mencionados: Billy Avellanas tiene puntos de conexión claros con la cuentística tradicional y moderna. Las referencias a Pinocho o Eduardo Manostijeras son obvias; como podrían serlo incluso a Frankenstein o, por qué no, a la tradición mítico-religiosa del Gollem o la misma creación del ser humano por Dios (Adán la tierra, Eva la carne). Como hemos señalado, especialmente clara nos resulta la semejanza entre Millionaire y Tim Burton. Ambos crean mundos a medio camino entre la tradición gótica y el cuento fantástico; ambos hurgan en el terreno desconocido de la psique humana (los miedos, los sueños, el deseo…), aludiendo, simbólicamente, con sus creaciones ficcionales a sentimientos, comportamientos y otros niveles de la existencia; ambos hacen discurrir las peripecias de sus personajes por un universo ficcional alucinado, que se rige por unas coordenadas propias, tejidas con hilos de la simbología cuentística y la fantasía onírica, un universo que no adquiere más sentido que el que determinan esas reglas internas propias de fantasía desbordada que dirigen y modelan sus tramas. Aquí está también la diferencia entre Burton (o Carroll o Perry) y Millionaire.
Mientras que aquellos, de un modo u otro, anclan sus trabajos a la realidad empírica y social (Eduardo Manostijeras es la anomalía de lo social; en Alicia todo es sueño dentro de un sueño; Peter Pan es el niño eterno que vive en un mundo de fantasía infantil). Billy Avellanas es un cuento de lo irreal, marciano, de principio a fin (¿se acuerdan de Jali?). Esa es su virtud y su defecto: la irrealidad lo preside todo sin excusas, de ahí que ni la línea onírica valga como excusa para sostener su trama. Y la trama de Billy Avellanas, en ocasiones, no se sostiene (en términos de equilibrio narrativo, nos referimos), todo parece desbordado. Millionaire termina por saturarnos con su cascada de sorpresas, detrás de cada viñeta, de cada secuencia, de cada página. De modo que, cuando uno termina de leer Billy Avellanas, se queda con la sensación de haber acabado un sprint demasiado largo. Si exceptuamos el emocionante y templado final, y algún otro instante de sosiego narrativo (bellísima la escena del naufragio con Billy y Becky, llevados por las olas, alejándose en el mar), todo es una vorágine en este cómic y se corre el riesgo de que el lector acabe fatigado, claro.