jueves, junio 30, 2016

La muerte de Stalin, de Nury y Robin. El Aparato perverso

La primera referencia visual que se nos viene a la cabeza cuando abrimos La muerte de Stalin y le echamos un vistazo a los dibujos de Thierry Robin es Tim Sale. Los dos comparten un mismo gusto por la caricatura estilizada y sombría, y por un uso expresionista de las sombras y el color. El dibujo de Robin es, no obstante, más detallista y anguloso, más simbólico también. 
Sin embargo, en La muerte de Stalin no aparecen superhéroes, sólo supervillanos; y mucho peores que el Joker, Penguin o Kingpin. Hubo un tiempo en que la figura de Stalin (y el Aparato soviético de los años de plomo comunistas) contaron con cierta indulgencia por parte de la progesía europea. Todavía no existía la suficiente perspectiva histórica para calibrar la barbarie bolchevique y poder situar el sadismo psicópata de tipos como Stalin al nivel de otros monstruosos congéneres como Hitler y sus patéticos “subalternos” Mussolini y Franco. El posicionamiento anticapitalista ante los abusos interesados de Estados Unidos en geografías del Sudeste Asiático, Centro y Sudamérica, durante los años de la Guerra Fría y el Telón de Acero, hicieron el resto.
Una vez caídos el telón y la venda, la Historia se ha mostrado con toda su insoportable crueldad. El cine, la novela y el cómic han abordado el tema con interés creciente, dando lugar a trabajos muy estimables. Hablábamos de ello cuando reseñamos ese cómic de terror que es Cuadernos ucranianos, de Igort. En él, el italiano relataba con detalle la purga genocidio que Stalin llevo a cabo en Ucrania, provocando una hambruna con la finalidad de castigar a disidentes y latifundistas desafectos al régimen. 
La muerte de Stalin plantea el escenario histórico de los últimos días del dictador y las luchas intestinas de Politburó soviético por rellenar el vacío y ocupar las posiciones de poder. Las crías de la serpiente devorándose unas a otras en el nido junto al padre muerto. El guión de Fabien Nury captura la atmósfera sofocante y totalitaria de un régimen enloquecido, burocratizado hasta la paranoía y en proceso continuo de autocombustión fraticida. Lo hace con un ritmo trepidante y con un humor negro  que encaja perfectamente con las situaciones kafkianas del caos y la confusión que sucedieron a la muerte de Stalin (tan deseada por muchos de los suyos). Asistimos a los manejos de Beria para hacerse con el poder y al contraataque de Khrushchev, somos testigos del dolor fanatizado de Molotov y de la reacción descontrolada de Vassia, el cruel hijo de Stalin.
Comenta Thierry Robin que en 2008 recopiló importantes cantidades de material y documentación con el fin de dibujar una biografía sobre la figura de Stalin. Se rindió cuando se percató de la proporción de una tarea que le hubiera exigido más de 1000 páginas y muchos años de trabajo. De aquella empresa resultaron un buen número de páginas ya dibujadas y la base conceptual del proyecto que poco después le propondría Fabien Nury: dibujar los acontecimientos que rodearon la muerte de Stalin y las reacciones de sus protagonistas. 
Porque este es, en realidad, un cómic coral; un trabajo en el que el protagonista permanece siempre en un segundo plano, mientras la sombra de sus atrocidades cruza cada una de sus páginas creando una red de sobreentendidos, referencias a trágicos acontecimientos históricos e insinuaciones en voz baja sobre el gulag, las purgas intestinas, el miedo generalizado, la paranoia o las delaciones. La corte de personajes que rodeaban a Stalin protagoniza unas páginas y una Historia sobre cuyas licencias nos advierten sus propios autores:
A pesar de estar inspirada en hechos reales, esta historia no resulta ser menos ficticia. Está libremente construida a partir de una documentación parcelaria, en ocasiones parcial y a menudo contradictoria...
Los autores quieren dejar claro que, en cualquier caso, ellos apenas han tenido que forzar su imaginación, siendo incapaces de inventar nada remotamente parecido a la furiosa locura de Stalin y su entorno.
Es un mensaje calculadamente ambiguo y cargado de la misma ironía inteligente que recorre el cómic. De hecho, notará el lector que  los acontecimientos que en él se cuentan resultan en ocasiones tan disparatados, que es imposible que la Historia los escribiera de otro modo. En otros casos, como bien nos avisa el historiador Jean-Jacques Marie en el posfacio, las hipérboles, los desplazamientos temporales y los excesos caricaturescos, responden a unos fines narrativos que ofrecen “una imagen de conjunto a veces más verídica que los propios sucesos”. La de un fragmento de la historia oscuro, trágico y que nunca deberíamos olvidar. Terminamos de leer La muerte de Stalin y nos recorre un escalofrío, junto a la certeza de que no cualquier tiempo pasado fue mejor.

miércoles, junio 22, 2016

Hotel California, de Nine Antico. Qué revival el de aquel año

Hotel California, de Nine Antico, se lee como quien escucha una canción de las Ronettes y luego otra de los Rolling y más tarde una de Love. En realidad, muchas de sus páginas se escuchan, más que se leen. Ya lo insinúa el título. La música es una de las dos grandes pasiones de Nine Antico; nos lo cuentan los de Sapristi Cómic en la biografía que hay en la solapa interior. En concreto, nos dicen que la autora es una gran aficionada al rock y que ha publicado numerosos trabajos sobre el tema. La segunda gran afición de Nine Antico es el cómic. Eso ya lo sabíamos nosotros, porque en nuestro país hemos podido disfrutar de dos obras suyas: Girls Don't Cry y El sabor del paraíso.
A veces pasa que uno lee un libro actual (un cómic como éste, por ejemplo) y cree estar leyendo una obra de hace décadas (de los años 60 ó 70, pongamos). Pasa con Hotel California. Nos metemos en la narración, con sus imágenes surferas, sus onomatopeyas galopantes, sus sinestesias musicales y esas luces de neón a lo Guy Peellaert, y cuando nos damos cuenta estamos en San Francisco en 1968 junto a un tal Robert Crumb, vendiendo comix en Haight-Ashbury, calle arriba, calle abajo, y nos llamamos Victor Moscoso. Bueno, nos llamamos Nine Antico, pero cuando alguien ve nuestros dibujos, se acuerda de Víctor Moscoso o de Skip Williamson.
O, quizás, leen nuestro cómic y se creen que somos la hermana pequeña de Guido Crepax, porque nuestras páginas se dividen y subdividen en viñetas cada vez más pequeñas e imprevisibles, como un zigoto que se multiplica en secuencias, sólo aparentemente regulares, guiadas, eso sí, por un hilo musical que recorre la historia del rock. Sí, a Crepax le encantaban esas historias que avanzaban en staccatto, como en un ritmo sincopado en el tiempo y en el espacio ajeno a la linealidad narrativa. Como le encantan a Nine Antico, que se inventa a una groupie rubia, bella, culta y virgen, llamada Ricitos, sólo porque a ella también le hubiera encantado ser groupie y haber besado los mismos labios que besaron a Mick Jagger; y haber bailado sobre la tumba de Lenny ‘Bruce’ Schneider justo antes de cruzarse con Brian Wilson en un supermercado; o, incluso, haberse recreado con el onanismo vulnerable de Captain Beefheart o de Jim Morrison, y seguir siendo virgen: una niña-groupie que sueña que se lo está inventando todo. Y así, saltamos de año en año, de un escenario a otro y de un guateque a una sala de conciertos en Sunset Boulevard o en Las Vegas, hasta recorrer la historia del gran rock de los años 60 y 70.
Hay que ser muy melómano y muy rockero para disfrutar de Hotel California como Hendrix manda. Para entender esa ruta de pequeñas geografías que recorren el oeste de Los Ángeles y pasan por The Ed Sullivan Show, los Festivales de Monterrey y Woodstock o entran en la Colmena de Mama Cass, mientras aún resuena el eco de una avioneta estrellada que acabó con la historia de la música en Clear Lake, Iowa.
Si no te gusta el rock and roll y no echas de menos una década que seguramente nunca llegaste a vivir, probablemente Hotel California no sea tu cómic, y Nine Antico te va a dejar más frío que una nota suspendida de Tangerine Dream.

miércoles, junio 15, 2016

Paciencia, de Daniel Clowes, en Culturamas

Hace unos días publicábamos en Culturamas una reseña sobre Paciencia, el último cómic de Daniel Clowes.
Hablar de Clowes es hacerlo de uno de los grandes renovadores del lenguaje comicográfico, de una de las figuras emblemáticas en lo que ha sido el asentamiento de la novela gráfica y su despegue como medio artístico de prestigio. Todas las obras del estadounidense son reconocibles y valientes; en casi todas ellas encontramos algún hallazgo narrativo o méritos estilísticos que las convierten en obras de referencia. Paciencia tampoco decepciona. Enmarcada dentro del territorio de la ciencia ficción, el nuevo cómic de Clowes desafía las convenciones y desborda las expectativas que se van planteando en cada una de sus páginas. 
Se trata de un cómic de género, sí, pero al mismo tiempo su autor nos brinda una de sus habituales y certeras aproximaciones a las alienantes sociedades contemporáneas; con su correspondiente galería de personajes grotescos y personalidades perturbadoras. 
Les dejamos con el texto: "Paciencia, de Daniel Clowes. Psicopatías futuristas".

jueves, junio 09, 2016

Teatrorum, de José Luis Serzo. Lo irreal maravilloso


Desde el 19 de febrero y hasta el 19 de junio, el Domus Artium de Salamanca (DA2) presenta en sus salas un amplio recorrido por la obra de José Luis Serzo, bajo el título Teatrorum Descubrimo al autor y a su alter ego Blinky Rotred, el Hombre Cometa, en un Arte Santander hace ya varios años. Desde entonces, hemos seguido su obra con el interés y la maravillada curiosidad del niño al que le cuentan un cuento en el que no se atisba el final.
En la obra del artista albaceteño hay mucho de cuento fantastico/mítico/romántico... y trágico. Sin embargo, paradójicamente, en ella también hay un fuerte componente real filtrado por la visión alegórica del autor. Los cuadros, esculturas e instalaciones de Serzo reciben al espectador como una puerta abierta a un universo de fantasía, cargado de detalles y absolutamente coherente en su mitología alucinada. Nos recuerda en alguna instancia a los mundos en miniatura de Santiago Valenzuela y esa enorme saga histórico-filosófico-ficcional que se plasma en Las aventuras del Capitán Torrezno.
Como aquel, Serzo construye un mundo a imagen y semejanza de sus obsesiones, sueños y referencias personales y artísticas; una escenografía en la que da rienda suelta a episodios independientes, pero complementarios, protagonizados por un personajillo pelirrojo con espíritu de inventor aventurero y vocación áerea, llamado Blinky Rotred, sosías, alter ego y metáfora del propio Serzo. En cada una de sus aventuras (convertidas en series pictóricas o escultóricas), aquel se ve rodeado de personajes tan fantásticos como él, que no son en realidad sino los amigos, familiares y algunos de los personajes históricos y artistas que forman parte del panteón de referencias de su autor.
Cada sala o espacio de la exposición recoge una de estas "series" y funciona como relato independiente dentro de ese marco más amplio de las aventuras de Blinky Rotred. Los mismos títulos de cada trabajo, descriptivos y cargados de intenciones narrativas, explican de algún modo las intenciones fabulísticas que presiden todo la producción de José Luis Serzo: Todas y cada una de las historias de vuelo (2009), La historia más bella jamás contada (2010), Familia Gómez de los Señores del Bosque (2011), Visiones de Blinky para un Teatrorum Marino (2011) o Ensayos para una gran obra II. Dos declaraciones de amor para un entreacto (2014).

Nos remiten los encabezamientos a la literatura renacentista y barroca o a los grandes ciclos épicos (el Artúrico, el de los Nibelungos...). Hay bastante de tradición mítico-literaria y de cuentística en la obra de Serzo (Alicia en el País de las Maravillas, El Mago de Oz), pero también referentes pictóricos y artísticos muy obvios: desde Gustav Courbet, que protagoniza una de las colecciones y varias de las piezas presentes en la exposición (Un sueño hecho realidad, 2016), hasta el Bosco, Brueghel, Goya o Dalí; no falta el componente surrealista y las referencias freudianas de este último, filtradas, eso sí, por los nuevos códigos interpretativos que plantea el lenguaje de Serzo. Son constantes, por ejemplo, los motivos recurrentes y los leit motifs (el telón, la corona, el tractor, la balsa, los insectos, el escenario, los andamios...) que funcionan como hilo cohesivo entre las diferentes piezas y épocas del artista.
La impronta hiperrealista de cuadros y esculturas filtra el elemento mágico de cada uno de ellos, hasta redirigirlo hacia una interpretación teatralizada de la realidad: el espectador es consciente de que los gnomos, las hadas, los gigantes y los fenómenos de circo que habitan en el mundo de Blinky son, en ralidad y una vez despejados de la metáfora, seres reales que viven al otro lado del espejo, en la dimensión paralela de José Luis Serzo. La misma lectura nos permitiría descifrar sus escenografías de naufragios, bosques, circos y teatros de guiñoles. No es extraño que la exposición tome su nombre de Teatrorum (2016), una instalación creada para esta muestra y una pieza de síntesis en la que convergen todas las demás: un teatro abovedado que nos proyecta hacia la irrealidad de los sueños, la fantasía y la imaginación; y que da sentido al juego de identidades, disfraces y representaciones que fundamentan esta exposición.
En todo caso, que la realidad no nos impida descubrir la ficción maravillosa que encierra esta exposición. Si tuvieramos que jugar a los compartimentos estancos, podríamos decir que (junto a Gonzalo Rueda, Sergio Mora o Víctor Castillo) estamos ante uno de los grandes representantes en nuestro país de esa corriente que se ha dado en llamar Surrealismo Pop. Sin embargo, la riqueza conceptual, narrativa y técnica de la obra de Serzo, nos invita más bien a pensar que estamos ante un creador de historias, un fabulador ecléctico envuelto en ropajes de artista multidisciplinar.
No se pierdan Tetrorum. Maravilla.

jueves, junio 02, 2016

Diez años y muchos cómics después...

Diez años hace, ya, que abrimos esta ventana bitacórica.
Al principio, sólo queríamos un archivador, un cuaderno vivo en el que colgar y dejar respirar los textos que escribíamos aquí y allá: aquellos artículos, por ejemplo, que un buen día Antonio Marcos nos invitó a publicar en un periódico de Salamanca que ya ni siquiera existe. Qué finos son los hilos que se entretejen en el tiempo y la distancia. Hoy aquellas páginas de un suplemento cultural se nos confunden con otras que ahora publicamos en un periódico mucho más lejano y exótico, gracias a una nueva invitación, igualmente amable.
Entre medias, nos dice el contador de Blogger que hemos recibido más de medio millón de visitas. En tanto tiempo tampoco parecen tantas. Bastantes, lo sabemos, son nuestras, porque seguimos siendo tan torpes como al principio y sigue costándonos lo mismo que entonces trastear en las tripas de esta plataforma bloguera que siempre nos enreda y confunde con su html y fuentes cambiantes. También hay mucho rastreador de imágenes en la red, y nosotros hemos colgado centenares de ellas. Pero tiene un eco bonito: medio millón. Sabemos, además, que, entre tanta visita casual, durante esta década nos han visitado muchos lectores de forma regular o racheada. Nuestro Little Nemo's Kat ha sido una barra de bar llena de cómics. Un punto de encuentro en el que nos hemos cruzado con amigos y con desconocidos que luego han sido nuestros amigos. Hemos aprendido de blogueros ilustres que empezaron mucho antes que nosotros y de otros que nacieron casi a la vez y ya son referente. Nos hemos dejado aconsejar, enseñar y sorprender por todos esos socios invisibles que en algún momento han llamado a nuestra puerta para contarnos sus secretos. Gracias a todos ellos hemos descubierto nombres, obras y lugares que ya no vamos a olvidar.
Personalmente, esta pequeña bitácora ha sido la excusa perfecta para atrevernos a airear rincones privados. Fue la parada y posta en la que un editor apasionado e idealista nos empujó a publicar páginas que habían nacido para morir en la academia. En la que otras editoras, igualmente soñadoras, nos invitaron a viajes selenitas copilotando cohetes amigos. Gracias a nuestro pequeño gato (viste mucho salir a las calles digitales con un minino al hombro) nos han invitado a fiestas congresales, guateques revisteros y botellones web. Hemos bailado, viajado, escrito y hablado, solos y en compañía. Y, sobre todo, hemos tenido la suerte de conocer a algunos de los protagonistas de una fiesta en la que los galanes y las divas dibujan y los directores escriben al ritmo de guiones con más estampas que palabras.
Pero, sobre todo, durante esta década hemos disfrutado de una penitencia autoimpuesta que, con religiosidad semanal y contadísimas excepciones, nos ha empujado a leer y escribir sobre páginas y más páginas de tebeos, cómics, novelas gráficas, historietas o como a bien tengan definirlas los señores McCay y Herriman que cada día nos vigilan (junto a nuestros amigos Gaspar, Pejac y López Cruces) desde los márgenes de este blog.
Por todo eso, y hasta que la indolencia crónica o alguna obligación insoslayable nos lo impidan, aquí seguiremos y aquí les esperamos, como cada siete días. Hasta ahora, amigos.

jueves, mayo 26, 2016

Decepciones, sombras y triunfos del 34 Salón del Cómic de Barcelona

Dos semanas después de la clausura del 34Salón del Cómic de Barcelona, hemos tenido tiempo para reflexionar sobre lo que vivimos en él. Sobre lo bueno y lo malo.
Entre esto último (comencemos con la cal, para que queme menos), nos volvió a desconcertar la lista de premios. No porque los elegidos no tuvieran la calidad necesaria para formar parte de ella, sino porque, como ocurriera el año pasado, algunas ausencias fueron estruendosas. Que los premios del Salón del Cómic más importante de nuestro país hayan ignorado durante dos campañas obras como Fabricar historias, de Chris Ware, Aama, de Frederik Peeters, Aquí, de Richard McGuire, Chapuzas de amor, de Jaime Hernandez, El árabe del futuro, de Riad Sattouf o las dos “Casas”, de Daniel Torres y Paco Roca (todas ellas, obras llamadas a perdurar y dejar huella en la historia del medio), dice poco a favor de uno de los principales eventos comiqueros de Europa. Hitchcock y Kubrik nunca ganaron un Oscar, pero el demérito no fue suyo, sino de los miopes que no supieron elegirlos.
El problema de base es, seguramente, la falta de transparencia de un proceso en el que no sabemos ni quiénes, ni cuántos votamos. La ausencia de listas públicas tiene un doble efecto pernicioso: por un lado, favorece la indolencia y el desinterés de una parte de la crítica, que ni se ve retratada, ni puede evidenciar de forma pública las posibles razones de su negativa a participar en el proceso; por otro lado, el voto oculto invita a las suspicacias y a la participación interesada o “colegiada”; hace, por ejemplo, que dudemos de premios y editoriales, cuando éstos confluyen de forma abrumadora en un mismo sentido (y con ello, insistimos, no pretendemos arrojar dudas sobre la calidad de los premiados). Simplemente, algunas ausencias duelen por inexplicables. Entonamos también un mea culpa por la dosis de responsabilidad que, como votantes, podamos tener en el asunto.
Se nos anuncia que en su 34ª edición el Salón ha batido nuevamente su récord de asistencia con un total de 118.000 visitantes, 5.000 visitantes más que en la edición precedente. No vamos a decir que echemos de menos las aglomeraciones del pasado, pero es cierto que si hasta esos más de 100.000 aficionados parecían pocos en los 45.000 metros de capacidad de los Palacios 1 y 2, qué podemos decir de las exposiciones y actos celebrados en ellos. Hubiera sido interesante, por ejemplo, cerrar espacios, añadir muros de separación y contextualizar (escenografiar) de alguna manera una exposición como la del homenaje a Ibáñez que, diseminada como estaba en la nave este del Palacio 2, ofrecía un espectáculo desangelado y de inmerecido abandono. El resto de exposiciones, ubicadas entre stands, expositores y tiendas, corrieron mejor suerte y minimizaron el contraste de proporciones. Nos divertimos intentando adivinar los autores de los originales de la muestra “Ellas tienen superpoderes”; y nos maravillamos ante la exposición que recogía el meticuloso, documentado y laborioso proceso que se esconde detrás de ese cómic fabuloso llamado Las Meninas, que tan merecidamente obtuvo el premio a mejor cómic español del año pasado.
Superpoderosas
La maña de Santiago y Javier
Cumpleaños con eco
Aunque la plantilla de nacionales fue espléndida (con la presencia de maestros del medio como Daniel Torres, Javier Olivares, Miguel Gallardo, Miguelanxo Prado, Antonio Altarriba o Esteban Maroto), entre los autores invitados internacionales no había tantos nombres de relumbrón como en otras ocasiones; aparte de unos tales Serpieri y Azzarello, que firmaron toneladas de cómics. Se contó, eso sí, con la presencia de muchos artistas, más o menos jóvenes, más o menos consolidados, de los que se está hablando mucho o que darán mucho de qué hablar, y cuya obra muestra ya rasgos de excelencia. Nos encantó volver a ver a un Jali que creíamos desaparecido, conocer al talentoso Gustavo Rico, inmejorablemente acompañado de ese gran guionista que es Jorge García (a quien un día nos encontramos en un autobús) y observar en acción a artistas tan dotadas como Marion Fayolle, Zeina Abirached o Mathilde Domecq.
Eleuterio Serpieri. Hacedor de beldades
Brian Azzarello. A mí los fans
Daniel Torres. Como arquitecto por su casa
García y Rico, talento y simpatía
Marion Fayolle. La délicatesse
Zeina Abirached. Oriente es oriente
Mathilde Domecq. No, no somos hermanas
Pero si por algo recordaremos esta Edición del Salón, en el plano personal, fue por el “momento mágico” que vivimos el sábado a las 5 en punto de la tarde. 
La llegada de “el señor de la noche” se aguardaba con expectación desmedida: los afortunados que habían ganado en un sorteo el privilegio de saludarle en persona y disfrutar de una firma dedicada se apelotonaban junto al stand de firmas preparado ex profeso para él, junto al stand de ECC Ediciones; los miembros de seguridad les daban instrucciones acerca de como proceder en su presencia; el periodista que iba a entrevistarle antes de la sesión esperaba junto al cámara de televisión y repetía para el cuello de su camisa las preguntas que había de hacerle antes de que comenzaran las firmas; y los curiosos revoloteábamos alrededor, con la única intención de ver en directo y fotografiar con el móvil al mito. En esas, apareció un miembro de la organización y nos preguntó a los presentes si estábamos interesados en asistir a la conferencia del homenajeado. Ante nuestro asentimiento bovino, nos soltó entradas de primera fila a quienes tuvimos a bien estirar la mano. Tick-tack, tick-tack. Dieron las cinco y asomó él, serio pero con una mueca de sonrisa irónica, ligeramente encorvado y consciente de que a todos los presentes nos tenía ganados de antemano. Señoras y señores, con todos ustedes, un genio, el Señor Frank Miller. Muy por encima de incomprensibles e insultantes perfiles periodísticos y rumores sobre serias dolencias, estábamos ante uno de los nombres esenciales en la historia del cómic. Un tipo que se merece el mismo respeto que los mejores directores de cine y novelistas vivos. Aplausos.
Genio 1: Miller, rockandroll star
Un momento... Ya hemos aplaudido, ¿nuestra ovación tiene eco? Estalla otra ola aplausos, pero suena en la distancia. Dejamos a Miller unos instantes en busca de otro acontecimiento. Sólo unas decenas de metros más allá, otra masa de fans enfervorizados se agolpa, grita y agita palmas (con más vehemencia aún que en el caso del Señor de la Noche). “¿Qué pasa?” “Es Ibáñez. Acaba de llegar”. Son las 17:05 y se acumulan los genios en el Salón. Alguien le canta el cumpleaños feliz a un tipo calvo y sonriente de 80 años que durante mucho tiempo fue la industria del cómic en España y que ahora acaba de ver publicada en un sólo volumen una de las series más macanudas, influyentes y desternillantes del tebeo español: 13, Rue del Percebe. En el recibimiento a Ibáñez hubo mucho de admiración, reconocimiento espontáneo y homenaje a un señor que es maestro de maestros y al que algún día (tarde, seguro) se le dedicarán calles y Honoris Causa póstumos.
Genio 2: Ibáñez, rockandroll star
Así, con esa sensación de “pues-a-lo-mejor-sí-que-hay-que-volver-el-año-que-viene”, que suele seguir al hastío cansino de un mediodía con lata y bocata en el suelo de una nave industrial, paseamos, compramos tebeos (de los que ya les hablaremos aquí) e hicimos tiempo hasta la hora de la conferencia a pachas Miller-Azarello. Colas y más expectación, pero, amigos, teníamos un ticket de primera fila. No se lo pusieron fácil los agasajados al presentador de la charla ni al traductor, pero, poco a poco, los dos dibujantes se soltaron y fueron desglosando planes, opiniones y agradecimientos. Dejó entrever Miller, por ejemplo, que a lo mejor Sin City vuelve a aparecer en un mapa. Confesó muy serio, entre las risas (perplejas o cómplices) de la audiencia, que en su carrera ha trabajado más con DC porque son los que tienen buenos personajes. Durante la ronda de preguntas de un público, que después de la pugna por ganarse un sitio tuvo que hacer cola ordenada en el pasillo para preguntar por turnos, Azzarello tuvo tiempo hasta de hablar bien del cómic español y de un autor como David Rubín (nos sumamos al club de fans), quien entre el público y algo descolocado por la situación (la escena no estaba preparada) agradeció los halagos a un sonriente Azzarello. Después, distendido ya el ambiente y con la carcajada a flor de piel, Azarello le soltó un “sonofabitch” amistoso a un agudo e impertinente joven preguntador, pero  esa ya es otra historia...
Yo estuve allí
Se la contamos cuando, cabreados como una mona por los premios, nos encontremos con alguno de ustedes en el siguiente Salón.
e deuien le canta el cumpleańoseliz a un tipo calvo y feli pero suena en la distancia. Dejamos a Miller unos instantes en busca

viernes, mayo 20, 2016

Wonderland, de Tom Tirabosco. El peso de la mirada

El auge presente de la novela gráfica se asienta, en sus orígenes, sobre los ejercicios autobiográficos ácidos y descarnados de aquellos Robert Crumb y Justin Green que desnudaban sus vergüenzas impúdicamente ante un lector desacostumbrado. Luego tomaron el testigo los canadienses de Drawn & Quarterly (Doucet, Seth, Joe Matt...) y los innovadores autores de L'Association (David B, Jean-Cristophe Menu...), entre otros.
La autobiografía es ahora una de las marcas diferenciales del cómic adulto, un género que la narración gráfica ha desarrollado con una naturalidad desconocida en otros discursos narrativos.
Wonderland, del italiano Tom Tirabosco, es un ejemplo notable de novela gráfica en primera persona. En ella, recoge sus experiencias vitales infantiles y rastrea entre las influencias culturales que en aquellos años dejaron una huella posterior en su obra. Nos confiesa sus primeras influencias artísticas: el amor por los pintores italianos del Renacimiento que le contagió su padre; la impresión que le causaban las estampas ilustradas de la naturaleza y de la prehistoria del dibujante checo Zdenek Burian; o los cómics de Herge. En un momento de su repaso autobiográfico, cuando se refiere a los estímulos provocados por el cine, la television y el cómic, menciona a Walt Disney; y a Bambi en particular:
…era un fanático de las películas de Disney / Peter Pan, La Isla de los Piratas, Mowgli, Bancanieves y Merlín… / Bambi. Todavía hoy sigo calculando la magnitud de los daños causados por esta gran película elegíaca y mórbida en algunos de mis trabajos actuales: cierto lirismo y una tendencia al sentimentalismo…
Wonderland es una constatación del despiadado espíritu crítico del dibujante en su mirada al pasado, al mismo tiempo que una prueba evidente de que los temores sugeridos en la cita eran infundados. Porque si este cómic peca de excesos, lo hace por su crudeza, nunca por su sentimentalismo. Tirabosco recorre su infancia sin ahorrarse resentimientos, frustraciones y autocrítica.
En su catarsis autobiográfica, el dibujante le dedica abundantes páginas a las relaciones familiares. Aunque en muchos momentos habla con nostalgia de su infancia y descubre su cariño de hijo y hermano, tampoco hace demasiadas concesiones al amor paterno o fraternal: en Wonderland se subraya la dureza de carácter y el distanciamiento egoísta del padre; se reprocha, sin aspereza, la naturaleza sumisa y débil de la madre; pero, sobre todo, se descubre con dolorosa crudeza la impotencia infantil y la confusión del niño que no sabe gestionar la invalidez física de su hermano, ni es capaz de convivir con la constante necesidad de cuidados y atenciones que éste demanda. En este terreno, Tirabosco se mueve en unas coordenadas no demasiado alejadas de las que David B trazara en Epiléptico. La ascension del gran mal, un cómic también autobiográfico en el que es central la figura del hermano discapacitado y la convivencia con la enfermedad.

No es la primera vez que Tom Tirabosco construye su relato a partir de la  mirada al pasado. Era ésta, por ejemplo, una de las claves temáticas de esa historia luminosa repleta de secretos familiares que es Los ojos del bosque (2003) y también de El fin del mundo (2008), el intimista relato preapocalíptico que realizó junto a Pierre Wazen en 2008. En Wondeland, no obstante, el dibujante y guionista pone el acento sobre la idea de la mirada subjetiva y la percepción fragmentaria: como se nos muestra con lucidez reflexiva en el breve epílogo del cómic, casi todos nuestros recuerdos (en estrecha correlación con su antigüedad) son incompletos, inexactos o están filtrados por el tamiz deformante de nuestra siempre personal e interesada interpretación de los acontecimientos. Esta premisa nos conduce hacia una encrucijada a la hora de interpretar el sentido último de la obra: ¿hasta qué punto es fidedigno el relato de los hechos que nos trasmite Tirabosco y en qué medida está condicionado decisivamente por la mirada deformante del niño? Quizás sea ésta una de las claves de Wonderland: su honestidad nace de la asunción de su naturaleza imperfecta.
Pero volvamos a la cita en la que el artista se disculpaba por su inclinación hacia la sensiblería. Es cierto, como señalaba, que las formas redondeadas y la caricatura de sus cómics nos remiten de algún modo a los entrañables iconos dulcificados de la factoría Disney. El efecto que consigue Tirabosco con su estilo no está, sin embargo, sujeto al chantaje sentimental de las imágenes amables. Al contrario, con su estilo consigue crear una especie de enmascaramiento caricaturesco que, paradójicamente, subraya la crueldad del alma humana: detrás de una sonrisa y unos enormes ojos brillantes se esconden diablos insospechados. Lo hemos visto en casi toda su producción. En Kongo (2013), por ejemplo, empleaba su línea preciosista de ilustrador infantil para contar los episodios más oscuros y sanguinarios de la biografía de Joseph Conrad en la África colonial, esclavista y agreste de finales del S. XIX. La cosificación del indígena en un viaje al corazón de la civilizada barbarie de los colonizadores occidentales, filtrada por el trazo cartoon de un narrador sin remilgos. 
Encontramos disociaciones similares entre la imagen y lo narrado en numerosos trabajos de la extensa bibliografía de su autor, con aproximaciones a diferentes territorios que van desde de cuentística infantil al suceso histórico. Sin embargo, en pocos casos alcanza su obra el tono confesional y la patética desnudez que despliega en Wonderland. El de Tirabosco es, no cabe duda, un cómic lleno de virtudes y un paso adelante dentro del ya fructífero campo de la autobiografía comicográfica.

miércoles, mayo 11, 2016

La muerte y Román Tesoro, de Lorenzo Montatore. Depresión de un dadaísta

Venimos señalando a propósito de una nueva hornada de autores de cómic (Deforge, Schrauwen, Hanselmann, José Ja Ja Ja...) cómo las viñetas contemporáneas están pescando en las aguas de unas vanguardias históricas con las que el cómic apenas compartió inquietudes o intenciones. Cada vez encontramos más tebeos que bucean en el futurismo, el dadaísmo, el cubismo o el surrealismo, abriendo unas puertas que, al convertirse en viñetas, nos conducen a estancias que no conocíamos. En otro orden de prioridades y con una poética diferente, es lo mismo que están haciendo Ware, Seth y compañía con el cómic y la ilustración de comienzos del S.XX. Lo viejo hecho nuevo, el pasado transmutado en herramienta y lenguaje moldeable.
Por las mismas causas, y una vez perdido el miedo, los editores se están atreviendo también a publicar obras de difícil categorización. La muerte y Román Tesoro, de Lorenzo Montatorees un ejemplo de lo que decimos. Un cómic de humor dadaísta, pero negro como una depresión, que se viste con ropajes cubistas y se teje desde un extraño onirismo surreal, tiene mucho más futuro que pasado (aunque, quizás, Mihura, Tono y Coll nos negarían la mayor).
Es cierto que en los últimos tiempos estamos leyendo bastantes tebeos que se alimentan de rasgos parecidos a los de este La muerte y Román Tesoro: a saber, la urgencia y la brevedad, el humor tibio bañado de cierto lirismo y un trasfondo surrealista. Nos acordamos de la obra de Kioskerman, Tute o Jim Pluk, aunque en ninguna de sus páginas aparezcan el cante jondo de Camarón o Francisco Umbral y Supermario Bros haciendo cameos. No es algo baladí si queremos entender a Lorenzo Montatore y de qué va su propuesta.
Con una composición libre, que en algunos casos se vale de la estética visual de los videojuegos de plataformas (pixelado incluido), las historias breves de Román Tesoro funcionan como reflexiones pseudofilosóficas y existenciales cargadas de mucha coña marinera y posthumor absurdo (valga la redundancia): “¡Universo! ¡Háblame, coño! ¿No ves que estoy sólo?”, le grita Román al cielo en la primera viñeta. Y espera, hasta que una voz divina le responde en la tercera: “Tiene tres mensajes nuevos”.
De fondo, reconocemos a los autores de La Codorniz o de Hermano Lobo; a los Summers, Perich, Gila, Chumy Chúmez... En la superficie, brillan los colores estridentes, el uso surrealista del paisaje que inventó Herriman y una caricatura extrema, esquemática y mutante que da buena cuenta de la naturaleza disparatada de este invento viñetero, difícil de clasificar, pero que, desde la imaginación y la inteligencia, mueve a la sonrisa y la reflexión.
“¡A la mierda con Freud!”, que diría Román Tesoro.., o Lorenzo Montatore.