La caricatura de Pep Brocal, angulosa, sintética, deudora de los mejores ejemplos de la Escuela Bruguera (Manuel Vázquez, Cifré, Raf), parecería más adecuada para el humor que para la reflexión filosófico-existencial. Los dos polos coexisten, sin embargo, en Cosmonauta, el último trabajo de un autor que cuenta ya con un larguísimo recorrido dentro del mundo del cómic y de la ilustración; y a quien ya leíamos en las revistas clásicas de los años 80, como Totem, Cairo o Zona 84.
Cosmonauta luce como una obra de madurez, una reflexión tragicómica acerca del devenir de una humanidad que parece abocada a la autodestrucción, mientras se consume en propia falta de expectativas y soluciones. Héctor Mosca es nuestra última esperanza. Es uno de los últimos cosmonautas seleccionados en el "Second Chance Project" para alcanzar los confines del Universo y transmitirle al Creador el "memorial de agravios en el que se detalla que los hombres no somos los únicos responsables de este fracaso". El cosmonauta Héctor viajará en una cápsula espacial preparada para mitigar los efectos del paso del tiempo durante los 2.500 años necesarios para alcanzar los límites conocidos del espacio.
El escenario paródico que articula el relato crea el contexto para el monólogo reflexivo de su protagonista; un monólogo interrumpido solamente por las intervenciones "sintéticas" de Nic, el procesador Intelic 9.2 de última generación que se encarga de la navegación de la capsula. El cínico nihilismo, rasgo extremo de humanidad, frente al racionalismo desapasionado y pragmático de la Inteligencia Artificial: la garantía de un diálogo imposible que termina ahogado en un monólogo desesperado y rencoroso. A lo largo de su viaje hacia el vacío más absoluto, el cosmonauta Héctor nos hará participes de otros procesos de vaciado: el de su propia biografía, sumida en la amargura del fracaso amoroso y la mediocridad social; y el vaciado de humanidad de una civilización globalizada, imprudente y consumida por el miedo y la violencia (representada por ese simulacro de megalópolis gobernada por militares, obispos y políticos demagógicos llamado Globecity).
En su doble periplo (interestelar e interior), el protagonista acude con frecuencia a sus recuerdos (insatisfactorios casi siempre) y al refugio mental de su único hogar verdadero: la barra de Chez Guido, su bar de cabecera y diván psicoanalítico; el escenario de algunas de las secuencias más ácidas y clarividentes del cómic. Interactos de cruel humorismo terrenal dentro de una historia más grande que el mismo Cosmos, en la que se conjugan con ingenio las teorías científicas sobre la creación del Universo, con los planteamientos religiosos en torno a la figura de un Creador.
La lucidez reflexiva del cómic de Brocal se extiende a lo largo de un guión que juega con inteligencia en una calculada ambigüedad de recorrido circular y que concluye con un epílogo sorprendente que cierra la historia en una vuelta de tuerca cargada de humanidad (y un punto de divina trascendencia). Una lectura con poso la de Cosmonauta.