Hace unos días leíamos el detallado y revelador post que hizo Werewolfie sobre el All Star Superman de Grant Morrison y Frank Quitely. En él analizaba el género de superhéroes (y sus últimas derivaciones hacia la violencia) a la luz del componente judeo-cristiano que, desde sus orígenes, condiciona la existencia de personajes superpoderosos y superheroicos. Se analizaba en el post el código ético que tradicionalmente ha regido la actuación de los superhéroes, frente a la mucho más laxa conducta de que parecen hacer gala muchos héroes contemporáneos:
Resumiendo y simplificando mucho, el superhéroe de espíritu judaico (o judeocristiano) es alguien que no se caracteriza tanto por llevar un traje llamativo o por tener grandes poderes, sino por los principios que guían su actuación. Y dentro de los mundos de ficción superheroica ha habido quienes han tenido cuidado en distinguir cuidadosamente a los superhéroes, de un lado, frente a otros personajes que pueden ser superficialmente similares -esto es, pueden vestir trajes llamativos y/o tener grandes poderes, e incluso pueden enfrentarse a villanos-, pero que no siguen el estricto código de conducta superheroico.
Frente al posicionamiento moral inquebrantable en pos del bien, los últimos héroes reflejados en series como The Ultimates o The authority, son mucho más ambigüos y sospechosos en sus actuaciones: "El 'nuevo tono', más violento, más oscuro, menos estricto respecto a los superhéroes, clásicos o no tan clásicos, se nos vende además como algo cool". Parece que algo empieza a oler a podrido en Metrópolis. En todo caso, algo está cambiando en el mundo de la comuna heroica. Probablemente todo empezó con el cuestionamiento del mito que llevaron a cabo los Moore, Miller y demás patrullas crepusculares, allá por los 80.
Nos hemos acordado de todo ello cuando hemos revisado los trabajos de Gregg Segal, de profesión fotógrafo e histrión desmitificador. En su obra, Segal juega a la descontextualización del personaje retratado, casi siempre con un trasfondo irónico inserto en el guiño autorreferencial: tan pronto nos encontramos a un capitán (no sabemos si de barco) a punto de ahogarse entre basuras (serie profiles), como a Abraham Lincoln jugando a la comba con un castor (serie dreams), o una escena nocturna con una mujer plantada en su propio porche a la espera de alguien o algo que no ha de llegar nunca (serie nightscapes).
En sus fotografías, el americano se ríe con ostentación o abusa con crueldad, cámara en mano, de las "víctimas" que atrapa en su objetivo; pero también los retratados participan de la fiesta. Casi todo son rostros relajados y sonrisas francas en las instantáneas de Greg Segal (excepto en sus pocas series cargadas de gravedad y suspense, como nightscapes). La obvia artificiosidad de cada puesta en escena, de cada composición, se difumina detrás de unos cuadros que rezuman naturalidad por las cuatro esquinas: parece como si, efectivamente, el fotógrafo hubiera conseguido captar un momento único en la vida ordinaria de seres extraordinarios. El contraste mueve a la sonrisa espontánea, pero en el fondo de la instantánea sobreviven instaladas la ironía y la paradoja, entidades mucho más inteligentes y abstractas, y también mucho más exigentes para el espectador (no se pierdan su serie somparativa cost of living, en la que el fotógrafo enfrenta cínicamente algunos productos de esos que definen a una sociedad civilizada con su correspondiente par antiglamuroso). Es lo bueno que tienen las instantáneas de Segal, que permiten varios acercamientos progresivos.
Da lo mismo que estemos ante un personaje ficticio como su Detritus (que hace visitas sorpresa en Tokio y visita cementerios) o ante arquitecturas imposibles, perfectamente localizadas en espacios reales, pero recubiertas de un brillante y hueco celofán publicitario, las imágenes de Segal no parecen de este mundo, tal vez pertenecen a una irrealidad paralela en la que los piratas andan por las urbes despojados de mitología. Eso es lo que sucede en su serie de superhéroes, quizás la más estrambótica y alegremente chabacana de todas las suyas. Cada una de las instantáneas que la componen nos parece un hallazgo, no sabemos si por pura y simple inercia de intereses o porque, como anticipábamos al comienzo del post, los tiempos de la desglorificación heroica se sobrellevan mucho mejor cuando vienen cargados de comedia (en vez de nihilismo). Son impagables las imágenes de Spiderman tendiendo sus disfraces, Superman rociando el inodoro con el Pato WC, una loca Cat Woman en sesión fotosexual cachonda o Batman presto a arrancar su Bat-scooter.
¿Dónde ha quedado aquella heroicidad clásica fabricada en titanio e identidades secretas?
Vía: andreaxmas