sábado, julio 31, 2010

Sin título, de Cameron Stewart. Ciffhangismo de raíz.

Hace años (y esta vez en un sentido casi literal) que no hablamos de cómics online, ni actualizamos la lista de los mismos en nuestra barra lateral. Para remediar el abandono, nos hemos puesto al día con Sin título, la historieta de Cameron Stewart ganadora de los últimos premios Eisner en la categoría de mejor cómic digital. Comenzó el 17 de junio de 2007 y se encuentra actualmente en su entrega 101. Sin duda, Sin título (cuya españolidad empieza y acaba en el mismo) es hija y signo de estos tiempos. 

Comentábamos en una charla reciente que de aquellas doce revoluciones que anunciara Scott McCloud hace diez años, las que menos parecen haber cuajado son las relativas a internet y la revolución digital. Es cierto que la oferta de webcomics es cada vez mayor; lo es también que internet ha permitido establecer vínculos casi personales entre lectores, autores, críticos y blogueros (haciendo incluso coincidir varias de estas figuras en una misma persona); también admitimos que la adquisición y lectura de cómics cambiará sustancialmente gracias a los nuevos soportes de lectura digital y las nuevas tiendas online; pero, desde el punto de vista formal, desde el aspecto puramente narrativo, los webcomics no han revolucionado el lenguaje ni las posibilidades expresivas del medio, nos parece. Trabajos de experimentación radical, como los de Daniel Merlin o los del propio Scott McCloud, tienen un seguimiento minoritario y su repercusión en los medios (incluso en el medio comicográfico) es relativamente escasa. 

Sin embargo, después de leernos Sin título, casi de un tirón, tenemos que replantearnos algunos puntos, quizás no tanto por la naturaleza concreta de este trabajo, sino porque hasta ahora no nos habíamos percatado de uno de los hallazgos formales que aportan los cómics digitales a la evolución del medio.

Uno de los factores esenciales que determinaban la estructura discursiva de las tiras periodísticas era el de la continuidad, con mayúsculas: se trataba de que el lector pudiera seguir las andanzas de su héroe favorito o los chistes del "animal sabio" de turno sin perder el hilo conductor de la serie, aunque efectivamente se hubiera perdido alguna de las entregas precedentes. Este sistema de serialización creaba continuas redundancias y requería de mecanismos de repetición (basicamente carteles de resumen y didascalias explicativas constantes), que tenían su razón de ser en los plazos de entrega (diarios, semanales, etc.) de las series. Hoy en día, cuando la lectura de las tiras se lleva a cabo de forma continuada gracias a libros-recopilatorios, constatamos con facilidad cuánto entorpece el ritmo de narrativo tanta explicación y resumen. Ésta es la principal razón de que el acercamiento a las tiras de Caniff o Gould resulte, en muchos casos, fatigoso; cosa diferente es, por razones obvias, el caso de las tiras humorísticas (cuya finalidad última, humorística, se satisfacía en cada entrega). Hablando en plata: muchas de las series clásicas periodísticas (con todo su caudal de innovaciones técnicas, virtuosismo visual y valía sociocultural) han envejecido fatal, en términos puramente narrativos.

Ahí es donde el webcomic aporta la solución definitiva al cómic seriado y la publicación regular por entregas. En las tiras de prensa, cuando un lector dejaba de leer una entrega (porque no compraba el periódico de ese día, por ejemplo), perdía la posibilidad de revisión de lo narrado: no había forma de moverse hacia atrás en el relato, de refrescar contenidos (un periódico es un objeto desechable). La web (el hipertexto multidireccional) elimina definitivamente la necesidad de resúmenes y redundancias narrativas: no hace falta repetir mil veces lo ya dicho o aportar indicios que guíen al lector; éste puede, simplemente, pinchar en la pestaña con la flecha o fecha correspondiente y moverse libremente por el relato. De este modo, el mismo fluye de forma mucho más natural y con muchas menos restricciones.

Sin título es un cómic excelente para ejemplificar lo aquí expuesto. Cameron Stewart es un autor que trabaja sobre todo para las grandes compañías estadounidenses de comic-books, encargándose de series regulares como Batman & Robin. Sin embargo, él mismo declara que donde se siente más cómodo y libre de restricciones es en trabajos como Sin título.

Su webcomic se plantea en entregas regulares (no en el tiempo, lamentablemente) de ocho viñetas divididas en dos tiras. Cada una de sus páginas funciona como unidad narrativa relativamente autónoma (dentro de la historia principal), en el sentido en que todas pretenden acabar en un momento de acción climática que enganche al espectador (como las antiguas tiras periodísticas, pero con un formato más amplio que permite una mayor ambición narrativa). En inglés a este recurso se le denomina cliffhanger, porque deja al espectador/lector al borde del abismo, del precipicio, anclado en el momento de máxima tensión. El propio Stewart revela sus influencias en uno de los breves comentarios con los que acompaña cada una de sus entregas (la de la página 39, en concreto):

One of my favorite pieces of serial fiction, and one of the indirect influences on Sin Titulo, is the tv series Lost. One of the things that Lost does exceptionally well, and which I am trying to emulate, is to advance the story while continually opening new narrative avenues, and to end each episode with a really exciting cliffhanger that hopefully keeps the audience hooked. One of the other things I enjoy about Lost is reading all the various theories that have been proposed about What’s Really Going On. Some of them make sense, some of them are really unlikely, and I’m sure that very few of them are what the writers actually have in store for us. So to that end I’d encourage readers of Sin Titulo to post their theories here – what do you think is happening? Where is the beach? Who is the woman in black? What happened in Room #3?

El autor remite a Perdidos y sus mil puertas abiertas y misterios no revelados, como influencia directa. Muchos de los comentarios de sus lectores mencionan a David Lynch. Hablamos de lo mismo, en realidad. Lo comentábamos aquí hace nada: la narración dislocada y el extrañamiento como factores de construcción narrativa parecen ya definitivamente anclados en la experiencia del lector/espectador contemporáneo. David Lynch, Daniel Clowes y Tarantino ya han plantado su semilla. Nadie se sorprende de la sorpresa hecha leitmotiv. Sin Título se nutre de ello, con una trama en la que se abre un interrogante tras otro sin dar respiro. Tensión en constante crescendo, una vuelta de tuerca tras otra, a lo Urasawa. Nos queda esperar y ver si las interrogantes son señales de humo o construcciones cerradas, constatar si al final del camino hay algo más que aire (ese es el riesgo de este tipo de relato); esperamos que no sean el sueño, la pesadilla o la amnesia, las decepcionantes respuestas, una vez más.

Hasta entonces, seguiremos disfrutando de Sin título, un tebeo de suspense, tremendamente hábil, adictivo como pocos y muy muy bien dibujado; con una línea claramente emparentada con el estilo de David Mazzucchelli y su minimalismo superdotado. Stewart usa el color (un expresivo bitono ocre) con maestría y sus dotes para la composición de escenas crean cuadros muy bellos visualmente que, como hemos señalado, funcionan con perfección dentro de su esquema narrativo. Y además, por la módica cantidad de una conexión a internet. No se queden sin este título.

viernes, julio 23, 2010

Wilson, de Daniel Clowes. El estilo produce monstruos.

La última obra de Daniel Clowesse llama Wilson y, como casi toda su producción reciente, está protagonizada por un sociópata, por un ser marginal, el mismo que da nombre al cómic. Como hacía en Ice Haven, Clowes se apoya en los episodios vitales de su personaje, en su sucesión de fracasos, para dar rienda suelta a la experimentación estilística y a la probatura de diferentes técnicas gráficas: se reconocen en las páginas de Wilson reminiscencias de la línea clara, un caricaturismo cercano al de la escuela Hanna-Barbera o ese estilo tan Clowes influido por el rayado underground y el cómic clásico americano de la Edad de Oro. Estamos ante un cómic "multiestilístico", pero, en esta ocasión, el recurso no atiende siempre a necesidades narrativas y, por momentos, huele a virtuosismo retórico; queremos decir que la historia hubiera funcionado igual de bien (o de mal) sin necesidad de señalado exhibicionismo técnico.
Como casi siempre, la fuerza de Clowes reside en su capacidad innata para la creación de outsiders, sean estas niñas friquis (Ghost World), jóvenes hipersensibles y depresivos (David Boring) o cabrones malnacidos, como Wilson. Cada una de las creaciones de Clowes rezuma humanidad y deshumanización. Quizás sea el momento de reconocer, de una vez, a Caricatura como su mejor y más completo muestrario de excentricidades, todo un bestiario de personajes degenerados y perdedores en el que sin duda hubiera tenido cabida una versión comprimida de este Wilson.
En este libro, Clowes compone el perfil de su protagonista a base de episodios cortos de una página (normalmente secuenciada en seis viñetas regulares), que construyen diferentes fragmentos vitales parcialmente autoconclusivos. Sólo cuando el lector ha leído varias de estas secuencias, reconoce la estructura lineal de la historia narrada y el hilo que constituye la estructura narrativa. Como señalábamos antes, cada página opta por una solución estilística diversa, aunque, mayormente, la naturaleza de dichas elecciones responde a cuestiones azarosas (si bien, en algún momento se intuye cierta lógica asociativa entre lo contado y la opción estilística elegida). Sea como fuere, insistimos, dudamos de que ese eclecticismo gráfico aporte una verdadera relevancia semántica al conjunto.
Nos quedamos por tanto con el personaje, con ese Wilson, un ser mezquino, egoísta, verborreico y cruel que se hace odiar desde la primera viñeta. Un personaje que demuestra a las claras aquella idea de que la sinceridad sistemática, incluso cuando ésta no es demandada, puede llegar a ser una forma de tortura. No necesitamos que "el otro" nos diga siempre todo lo que se le pasa por la cabeza; la honestidad no reside en decirle a tu esposa, novia o amiga que hoy no está tan guapa como siempre, ni en confesarle a un desconocido que su peinado es ridículo. La elipsis, el silencio, la tolerancia son factores que nos ayudan a vivir y a soportar nuestras diferencias. En Wilson, Clowes dibuja a un personaje anclado en el exabrupto y en la confesión intolerable, en el desprecio sistemático al prójimo y en el egoísmo más cerril. La creación de un perfil tan negativo satura parcialmente la tolerancia del lector y apacigua la capacidad de sorpresa de un trabajo que se construye cai exclusivamente a base de la acumulación de los desplantes y las insolencias del personaje principal; un ser con el que resulta del todo imposible establecer cualquier tipo de empatía y que, por esa misma razón, roza peligrosamente el terreno del estereotipo maniqueo.
Dicho lo cual, un cómic de Daniel Clowes siempre aporta alicientes y satisfacciones. No es necesario señalar que estamos ante uno de los dibujantes más agudos e inteligentes del panorama comicográfico actual. Las historias de Clowes están construidas a partir de una observación profunda de la realidad, sus personajes (incluso cuando rozan lo esperpéntico, como en este caso) son creaciones de carne y hueso; y sus diálogos son siempre convincentes y descubren la presencia de una pluma hábil y un oído atento a la palabra precisa y el giro cotidiano.
Clowes es, así mismo, un maestro en la plasmación visual de la rabia y el desconcierto de los desheredados. Lo hace a través de sus atmósferas sofocantes y el extrañamiento que sobrevuela toda su creación. Wilson puede que no sea su mejor trabajo, pero es, de nuevo, un buen cómic, un cómic de Clowes, en definitiva.

sábado, julio 17, 2010

Cómic y cine de animación en León. Apagones instruídos

Asistimos, finalmente, al curso de verano organizado por la Universidad de León, Cómic y cine de animación. Últimas tendencias y relaciones con otros lenguajes. Lo hicimos por partida doble, como espectadores y como invitados. Fue una experiencia fantástica en ambos sentidos. Sólo pudimos asistir a dos sesiones de las cuatro proyectadas, así que nos perdimos las intervenciones del primer y del último día, sin embargo tuvimos ocasión de presenciar dos grandes jornadas y un apagón.

El martes, 6 de julio, nuestro carcelero favorito, Álvaro Pons, nos instruyó con una disertación acerca de la autorrepresentación en el cómic (“Historietas sobre autores que hacen historieta, de McCay a Tatsumi”). Trazó un recorrido modélico a lo largo y ancho de la historia del cómic destacando a los muchos autores que, en mayor o menor grado, se han convertido en personajes de sus propias historias. Dibujantes autodibujados, autores que hablan de los mismos autores, historietas sobre el proceso de creación de historietas. Un interesantísimo campo de análisis para una charla que cautivó al auditorio con sus numerosísimos ejemplos e imágenes y con el buen hacer de don Álvaro.

A continuación, ocupó el estrado Manuel Barrero, archivista y sabio, artífice y padre de Tebeosfera. Con su erudición habitual, nos guió por un detalladísimo catálogo de los rasgos que hacen de cine y cómic dos vehículos narrativos diversos (“Imágenes fijas en movimiento: cine contra cómic”). En una charla que tuvo mucho de academia y  de acercamiento filológico, los espectadores asistimos al recorrido de estos dos medios artísticos prácticamente desde su nacimiento hasta el presente. Además, al igual que sucedió en un reciente partido de tenis londinense, podemos afirmar que se trató de la conferencia más larga de la historia. Comenzó la misma el martes a las 12 y terminó al día siguiente a las 11 de la mañana, casi 24 horas; y aún y así, se nos hizo corta.

En realidad, el culpable de tamaña dilatación fue un transformador. El mismo que, trascurrida la primera hora de la charla, decidió fundirse irremediablemente, para dejar el edificio a oscuras hasta el día siguiente; arruinando con ello la jornada vespertina y sumiendo a José Manuel Trabado, impulsor y organizador del evento, en la más profunda de las desolaciones. Afortunadamente, gracias a su eficiencia y buenas gestiones, todo estuvo solucionado a la mañana siguiente, de modo que Manuel pudo terminar su charla en la primera sesión del día 7. Además, no hay apagón que por bien no venga, el incidente nos permitió a los invitados unas buenas horas de charla y paseo leonés, con visitas incluidas a sus joyas arquitectónicas y demás "palacios" catedralicios.

El mencionado día 7, después de la señalada consumación tebeosférica, apareció en escena una de las estrellas verdaderas del cotarro: Miguel Ángel Martín. Provocador, afable y talentoso, sin duda uno de los nombres básicos del cómic español y un agitador infatigable del panorama viñetero de las últimas décadas. Además, un tipo la mar de simpático y un estupendo contertulio. En su charla, desgranó los mejores momentos de su carrera, se refirió a los altos y bajos de su biografía artística, nos deleitó con imágenes de su trabajo y relató innumerables anécdotas que hicieron sonreír al auditorio.


A continuación, nos tocó a nosotros aburrir al personal. Intentamos provocar no demasiados bostezos y tiramos de catálogo con tres señores que causan cualquier cosa menos indiferencia: “Chris Ware, Dash Shaw y Brian Chippendale. Tres caminos”. La amable concurrencia pareció empatizar con la propuesta de estos tres artistas, verdaderos renovadores del lenguaje comicográfico y representantes de tres propuestas inteligentes que demuestran los muchos caminos creativos que le quedan al cómic por explotar. Nos sorprendió el especial interés que muchos de los presentes mostraron ante el más contracultural de los tres, Chippendale, uno de los artistas de vanguardia favoritos de esta casa. Lo cierto es que resulta complicado permanecer indiferente ante la visión de un volumen tan exuberante como Ninja; fueron muchos los que, acabada la charla, subieron al escenario a echarle un vistazo a este macro-tebeo lleno de colores, manchas y talento creativo. Algún día hablaremos de él en este foro.

Lo dicho, toda una experiencia, "patrocinada" por la Universidad de León e inmejorablemente gestionada por José Manuel Trabado, amante del cómic y un anfitrión como pocos. Gracias por todo.

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Un post parco en imágenes debido a problemas técnicos. Cuando rescatemos alguna más de las que hicimos, se las haremos ver.

domingo, julio 11, 2010

Rebétiko, de David Prudhomme. Raki, hachís y buzukis.

Para acompañar estos días de celebración popular y danzas colectivas nada mejor que un poco de música y arrabal.
Hace más de quince años que oíamos a Ramón Trecet "dialogar" con sus oyentes cada mediodía acerca de las virtudes de la música griega y turca. Le dio fuerte, pero algunos comulgamos con sus ouds, baglamás y buzukis. Tenían sus retransmisiones un aire hipnótico, con aquellos fraseos infinitos del armenio Ara Dinkjan acompañando a Eleftheria Arbanitaki o Sezen Aksu. Recordamos con un cosquilleo aquella fiebre que invadió a melómanas minorías étnofilas al ritmo del "Dynata Dynata" y los gritos percusivos de Arto Tunçboyaciyan. También nos acordamos del misterio que envolvía a aquellos discos de Eleftheria que comprábamos como el que lleva a cabo un rito místico: Τα κορμιά και τα μαχαίρια (Ta kormiá kai ta majeria, «Los cuerpos y los cuchillos») o Mένω εκτός (Méno ektós, «Me quedo fuera»), pero, sobre todo, ese doble en directo que se dio en llamar Εκτός προγράμματος (Ektós prográmmatos, Fuera de programa); un repertorio contagioso de canciones populares interpretadas al febril modo tradicional.
Trecet hablaba todo el tiempo de Rebetika (o Rebétiko, que entonces todo sonaba a griego), la música popular de los turcos emigrados a Grecia. Traducía sus letras, que hablaban de nostalgias, fracasos y amores de puerto. Sonaba todo a tango mediterráneo. Pero nunca llegamos a saber más de lo que se intuía. Por eso, cuando nos ha llegado a las manos este Rebétiko de David Prudhomme, se nos han encendido las alertas del recuerdo e iluminado algunas zonas de sombra cultural.
Siempre recibimos con agrado los buenos cómics que deleitan e instruyen. La navegación histórica bien documentada es siempre fuente de satisfaciones formativas; cuánta sapiencia le debemos a los Spiegelman, Delisle, Guibert y compañía. Gracias a Prudhomme aclaramos ideas y descubrimos, por ejemplo, que el Rebétiko es la música, mezcla de oriente y occidente, que cantaban los ortodoxos expulsados de Turquía después de la derrota griega de Esmirna. Una batalla que terminó con la ilusión histórica del imperio Heleno y que provocó el exilio de un millón y medio de griegos ortodoxos que llevaban generaciones y generaciones instalados en las costas turcas. Este "ejército" de parias pródigos se emplaza en las zonas más deprimidas de las grandes ciudades griegas, en puertos y arrabales, y allí malviven instalados en el mercadeo y la delincuencia. Su banda sonora, el rebétiko, una música hipnótica, mezcla de influencias árabes y griegas, que repite sus fraseos como mantras y que, en las cantinas de Atenas, mueve a su audiencia básicamente masculina a girar en danzas frenéticas que nos recuerdan a las inercias y los delirios rotatorios de los derviches. Como comenta Prudhomme en el prólogo:
Esta música es el eco de un poderoso vínculo entre Oriente y Occidente. En ella resuenan el dolor del exilio, el romanticismo de los puertos, el vagabundeo de los noctámbulos y sus miserables amores. El fracaso y el sentido del humor.
Así fue hasta que, en 1936, el dictador Metaxas, imbuido por el espíritu "regenerador" de sus adláteres europeos, decide que el origen y razón de la decadencia griega no puede achacarse a otra cosa que a la perniciosa influencia oriental; la solución: prohibir y perseguir todo aquello que recuerde a las influencias turcas que se entremezclan de forma inexorable con la esencia griega y la pureza helena; la consecuencia: se prohibe el rebétiko, se cierran las cantinas en las que se toca y se baila y se encarcela a los rebetes, sus intérpretes.Esta es la historia que Prudhomme narra en Rebétiko. Lo hace mezclando realidad y ficción y escondiendo detrás de sus muy vivos personajes (los Markos, Perro, Batis, Stavros, Artemis), las historias verdaderas de otros hombres de carne y hueso, como Markos Vamvakis, el dios del rebétiko en aquella Grecia real de la que habla el dibujante francés. La narración de Rebétiko respira historia y huele a miseria, a alcohol anisado (el rakis griego, pero también turco) y a narguiles de marihuana. Las calles de la Atenas de Prudhomme están sucias y llenas del polvo caliente del verano mediterráneo, sus cantinas suenan a voces gritonas y transpiran la sangre seca de la pelea que cobijaron la noche anterior.
Todo ello es posible gracias al talento magistral de Prudhomme en la faceta gráfica. El francés consigue dibujar el tiempo y el espacio con una sensibilidad pasmosa, con un ojo diestro a la hora de captar la luz del amanecer y del crepúsculo, así como cada mínimo detalle que compone este fresco de los bajos fondos. Frente a su trabajo en La virgen de plástico (con guión de Pascal Rabaté), con una línea mucho más suelta y más cercana a los perfiles libres y esbozados que inundan el cómic francés contemporáneo (la escuela Sfar, ya saben), en Rebétiko, Prudhomme apuesta por el detalle, la gestualidad y el realism0 estilizado como recurso para la recreación de atmósferas y paisanajes. Recurre en ocasiones, por supuesto, a un trazo más suelto y evanescentes (como en esas asombrosas escenas de baile, en las que los danzarines griegos navegan por las viñetas mudas como si flotaran al ritmo de los buzukis y las baglamás), pero, en general, en este trabajo de Prudhomme predomina la ya mencionada meticulosidad en la iluminación y una cuidada documentación por lo que respecta a la recreación de espacios, que se manifiesta en las bellas "escenografías", en el diseño de calles, barrios y demás geografías atenienses.Rebétiko es la historia de un fracaso colectivo. A pesar de la actitud desafiante, despreocupada y felizmente chulesca que demuestran los protagonistas, todos y cada uno de los manges y perdidos que pueblan estas páginas parecen ser conscientes de la derrota a la que están abocados: el fracaso existencial es el motor que guía a nuestros "antihéroes" hacia una vida que se presume corta, intensa y turbulenta. Su motivación, un arma temible, la música; su alimento, el raki y el humo narcótico de la pipa de agua; su futuro, ninguno: escenificado por el desprecio de Markos a la gloria hipotética de un triunfal viaje a América y la grabación de su música en unos grandes estudios. Cuando Perro toma el camino que desprecia sus amigo, en verdad no está sino alargando la historia de su fracaso personal, el fracaso de todo un pueblo y de una forma de leer la historia, el fracaso de un tiempo pasado superado y olvidado: "No podíamos gustarles cuando estábamos vivos en nuestras oscuras aguas. Después de salir de aquel caldo nuestro, nos volvimos comestibles. Aquí eso se celebra como una victoria".
Una victoria ajena. Resulta curioso como la historia se repite: manifestaciones culturales, artistas, estilos y obras que fueron ignorados, reprendidos y perseguidos por las clases pudientes y por las minorías dirigentes, muchos años después son reivindicados y disfrutados por el colectivo burgués, urbanita y adinerado que se presume, en muchos casos, heredero directo de aquellos (a quién no se le ha pasado por la cabeza este año, con motivo de las celebraciones institucionales al poeta, un "si Miguel Hernández levantara la cabeza..."). Menos mal que algunos valientes se anticipan a la moda e incluso se atreven a radiar melodías perdidas y a descubrirnos ritmos valientes antes de que las radiofórmulas y los anuncios televisivos se apropien del jingle. Menos mal que aún tenemos Radio3.

lunes, julio 05, 2010

De Culturama en rama.


Volveremos de nuevo esta semana, para que no nos llamen haraganes, pero, antes, otro breve aviso. Nuestro amigo el carcelero, que nos quiere demasiado bien, nos invitó hace unos días a participar en un portal de arte y cultura que merece mucho la pena y que ya está empezando a sonar por doquier en la red, hablamos de Culturamas.

Se trata de una página de actualidad, análisis y divulgación, en la que tienen cabida casi todas las manifestaciones culturales que a uno se le puedan ocurrir; desde la literatura al cine, los videojuegos, la fotografía, etc. pasando, por supuesto, por el cómic. A visitar regularmente ese "habitáculo" cultural es a lo que nos han invitado. Nos alojaremos en él, a partir de ahora, a razón de una noche cada tres o cuatro semanas. El precio, una ganga: un articulito littlenemoskatiano de tanto en cuanto. Huelga decirlo, será un honor compartir casa (hotel) con la nómina de colaboradores que participan en Culturamas; con nombres y plumas que hemos podido leer, entre otras páginas, en los mejores suplementos culturales de este país.

Como nos tenemos por buenos pagadores, ya hemos abonado nuestra primera pernocta: una suerte de declaración de principios acerca de nuestras pretensiones columnistas. Y como tampoco se trata de contarles aquí el affair hotelero al completo, les invitamos a que se pasen por el lugar in situ y a que disculpen nuestra indolencia bloguera leyendo las líneas que redactamos para otros.

Saludos.

miércoles, junio 30, 2010

Tres veces breves

Últimamente no le sacamos fuerzas, ni tiempos, ni a la flaqueza. Nos despachamos con tres breves que, no por muy comentados en la blogosfera estos días, queremos pasar por alto en ésta, su casa:
1) Ya llegó el cómic-restauración-acontecimiento de Feininger a manos de maese Caldas, ya lo saben. Ya hablamos de ello y le hemos puesto alguna palabra al asunto. Se trata de la restauración minuciosa y la traducción al español (por vez primera) de Los niños Kin-der, de Lyonel Feininger. No hemos podido aún ojear nuestro ejemplar, pero las primeras opiniones hablan de una edición modélica. Por ahora, sólo se puede obtener una copia del mismo a través de transferencia bancaria o giro postal al propio Caldas, aunque, muy seguramente, pronto se podrá obtener en librerías especializadas. Ante la importancia del acontecimiento, nosotros no esperaríamos demasiado, no fuera que se nos pasara el barco de "tamaño" evento; en la nota de prensa se decía:
Pago por giro-postal, Paypal o transferencia bancaria (IBAN: PT50003506660003845690063, BIC/SWIFT: CGDIPTPL; sí el banco le pide más dígitos, añada xxx). Además, puede aprovechar para adquirir alguno de los otros libros del mismo editor, los cuales se pueden ver aquí: www.manuelcaldas.com
2) Más cosas acerca de trabajadores esforzados del cómic. Nos llegó el otro día otra buena (excepcional) noticia en forma de la aparición integra online de 20 números de la revista Dominguín, uno de los hitos del cómic seminal en nuestro país. Como suele ser lógico, la lectura de publicaciones que tienen casi 100 años de antigüedad es un lujo normalmente reservado a coleccionistas. Por eso, cuando Rafael Ruiz y el propio Manuel Barrero nos comunicaron la aparición de Dominguín en el blog de Tebeosfera, se pueden imaginar ustedes nustra cara de sorpresa. La lectura detallada de los ejemplares es posible gracias a una nueva herramienta integrada también en Tebeosfera, el Tebeovisor. Más detalles: 
Tebeosfera  se enorgullece de presentar un hito en la historia de nuestros tebeos, la codiciada publicación Dominguín, cuya ficha hemos abordado tras meses de pesquisas y gracias al esfuerzo y el amor coleccionista de Jaume Bosch. Además Antonio Moreno y Francisco Álvarez han hecho posible disfrutar de esta histórica cabecera gracias a la creación de nuestro TEBEOVISOR, una aplicación que permite leer los 20 números de estos (y otros) tebeos casi imposibles de localizar desde la pantalla del ordenador, on line, y completamente gratis. Una entrada y una herramienta que será clave en el trabajo de los investigadores de la historieta tanto en nuestro país, como fuera de él. 
También nos informó Manuel de la creación de la Asociación Cultural Tebeosfera, una asociación sin ánimo de lucro destinada a la catalogación, organización y difusión del tebeo en español. Asociarse a la misma, 20 euritos de nada. La recompensa, la subsistencia de la misma Tebeosfera y... 
Actualmente, el volumen de datos e imágenes incorporados es tal (casi 100.000 fichas), y la gestión de las bases de datos generadas requiere tantos recursos que nos vemos obligados a cambiar a un servidor más potente, lo cual resulta más costoso. Por ello solicito que te asocies a Tebeosfera. Para sostener este servidor bastará con cien socios; y cuando el número de socios supere los 200, tenemos planeado lanzar una línea de libros teóricos que recojan ensayos sobre historieta y humor gráfico. El socio los recibirá gratuitamente en su domicilio.
La cuota de afiliación es de solamente 20 euros anuales, y la forma de afiliarse es a través de transferencia bancaria, o ingreso directo, en la cuenta mancomunada de la entidad BBVA número: 0182 6101 83 0201519741.  Se haga a través de transferencia, a través de ventanilla o de cajero automático de BBVA, es importante que se indique el nombre y apellidos del afiliado en el campo “asunto”, con el fin de llevar correctamente el registro de socios en nuestro Libro de Socios y en el de Cuentas.
La Asociación remitirá al asociado confirmación de su registro en el libro correspondiente, para lo cual sería conveniente disponer del correo electrónico, teléfono o dirección postal del nuevo miembro. 
y 3) De correos y noticias va la cosa. Estos días, ocupadísimos, pero no hemos dejado de recibir buenas noticias comiqueras (que las de ahí fuera parece que no tienen remedio). Resulta que después de su publicación en argentina en un tomo y su desaparición webera, una de nuestras tiras online favoritas, Edén, ha reaparecido con más brío que nunca. Su autor, Kioskerman, ha vuelto a la buena vieja costumbre de publicar una tira semanal de esos personajes líricos, filósofos de la fantasia, que pueblan las ensoñaciones de Edén. Se pueden ustedes "suscribir", sin apoquinar un chelín, claro, a la tira y recibirla como un regalo cada lunes en sus correos. No se arrepentirán, seguro.

martes, junio 22, 2010

El viejo Palomar y alrededores.

La evolución de los medios narrativos está condicionada en buena medida por la educación de sus lectores-receptores o, mejor dicho, por su grado de asimilación ante la novedad de las propuestas discursivas que aquellos plantean. Lo que queremos decir es que si les hubieramos soltado a los lectores del XVIII alguna de las obras de Virginia Wolf, éstos no hubieran sabido por donde cogerla. Hace falta tiempo, práctica y conocimiento del código para descifrar a (vamos a poner) un tipo tan crítico como Tarkovski. A nadie se le ocurriría comenzar su inmersión cinematográfica con El espejo, esperamos.
Otro asunto es el grado de maduración de los discursos. A los vehículos literarios se les supone un pasado florido y abundante en propuestas. Cuando los modernistas ingleses (Joyce a la cabeza) plantean sus imaginativas soluciones a comienzos del S. XX, los precendentes garantizaban una recepción halagüeña. Medios más jóvenes como el cine y el cómic recorrieron ese camino de evolución con velocidades diferentes. El séptimo arte se incorpora sin demora a la vanguardia. El cómic la roza tangencialmente. Por eso, cuando llega la Nouvelle Vague al cine, en el cómic las propuestas son mucho más clásicas, eminentemente "populares" (en todos sus sentidos) y aparecen "contaminadas" de otros discursos como el cine clásico.
A las series televisivas les sucedió otro tanto (con más razón, diacrónica): bastante intrascendencia narrativa durante largo tiempo; comedias costumbristas, series de acción y alguna joya esporádica que alude a la continuidad y al cuadro crítico-social detrás de la apariencia de género, como Canción triste de Hill Street. Somos de los que pensamos que hasta la irrupción rupturista, marciana e hipnótica de David Lynch, con su Twin Peaks, la cosa televisiva no vivió su seísmo de elaboración vanguardista. Sin Lynch no entendemos casi nada de lo que vino después, ni esas grandes películas de 50 horas, como son Los Soprano o, sobre todo, The Wire, ni esas series formadas por 40 grandes películas, como Madmen; o las enredaderas interconectadas de Perdidos.
Y aquí queríamos llegar (un post que pretende hablar de Gilbert Hernandez y su Palomar y que, tres párrafos después, ni los ha mencionado aún). El hecho es que comenzar a leer la saga del señor Hernandez a partir de Nuevas historias del viejo Palomar (recientemente publicada por La Cúpula) es tarea tan azarosa y complicada como intentar engancharse a los trucos adictivos de Perdidos a partir de la tercera temporada. Misión improbable.
La aparición de los Hernandez Bros en los 80, con su Love & Rockets y sus diferentes sagas narrativas, fue un pequeño cataclismo para el medio. Tuvo mucho de vanguardia, la verdad, o de postvanguardia o de postmodernidad. Sus historias fragmentarias, sus puntos de vista constantemente cambiantes, su visión dislocada de la realidad y su realismo mágico conectaban la obra de estos dos genios del cómic con la de los autores hispanoamericanos del Boom de los 50-60. Algunos lectores no estábamos preparados, reconozcámoslo, para aquellas entregas fraccionadas y fraccionarias que se nos regalaban en El Víbora. No entendíamos nada, ni reconocíamos a unas Lubas de otras.
Suponemos que esta es la misma causa del estupor que causo hace dos años en algunos lectores la elección sistemática de La educación de Hopey Glass, de Jaime Hernandez, como uno de los mejores tebeos del 2008, por parte de críticos y más críticos. Locas se lee en pequeñas dosis, pero se entiende como un todo. Lo mismo sucede con Palomar. Hace unos años, cuando hablábamos de Beto Hernandez y de su obra magna, señalábamos cuánto se disfruta de su trabajo cuando éste se lee agrupado bajo el formato de novela gráfica. Es lo que les sucede a muchos espectadores contemporáneos con las series televisivas: vistas (gracias a internet) sin pausas publicitarias y con la continuidad que garantizan los medios digitales, el disfrute se multiplica.
No sería de buenos anfitriones recomendarles que abordaran el trabajo de Beto Hernandez a partir de este Nuevas historias del Viejo Palomar, como no lo es tampoco pensar en Luba: En Norteamerica como episodio iniciático. No obstante, si deciden bautizarse en esta gozosa historia-río de familias numerosas, pueblos felizmente miserables y babosas alimenticias, les sugerimos dos itinerarios: si son amantes de los flashbacks audaces, lancense con los dos episodios de Palomar publicados por La Cúpula y completen luego los huecos de la historia con la lectura de Río Veneno; si son ustedes de aquellos de la linealidad con sobresaltos, cambien el orden lector y pasen del Río a los Palomares. Completado el prolegómeno necesario, aventúrense ya sin pudor a devorar este Nuevas historias del viejo Palomar, Luba: En Norteamerica, Luba: El libro de Ofelia o Luba: 3 hijas o cualquier otro de los episodios palomarescos que puedan venir.

Así seguro que sí. Y es que resulta que cada nueva reescritura de las vidas, desventuras y verdaderos milagros de los protagonistas de este Macondo viñetero, respira humanidad, de la de verdad, de la de la ficción verosímil. Episodios como los de Nuevas historias... son las piezas que completan un puzle, aparentemente, lleno de interrogantes y en constante crecimiento. Cada respuesta llama a una nueva incognita. En "Los niños de Palomar" se nos desvela la aparición súbita de Tonantzin y Diana, pero se nos deja desnudos de certezas ante su origen; cuanto más descubrimos de Gato y el resto de adolescentes del lugar (Soledad, Guero, Pintor, etc.), menos entendemos de su devenir vital; las visiones de la Tonantzin adolescente dejan vislumbrar una maternidad imposible, pero apenas revelan nada acerca de esas estatuas totémicas que jalonan los arrabales de Palomar y que tanto tienen que ver, aparentemente, con los misterios del lugar. Luba (la gran matriarca, uno de los personajes femeninos más importantes y fecundos del cómic) queda al margen en esta nueva colección de historias.
Lo que les decimos: ventanas y más ventanas que se abren para dejar entrar aire fresco (y parece imposible después de tantos años) a una historia que cuenta entre sus muchos méritos el de ser uno de los grandes cómics contemporáneos. Ahora sí, recuerden, comiencen por el principio si no quieren llevarse berrinches pecuniarios y llenarnos de reproches recomendatorios. 

martes, junio 15, 2010

Charlas comiqueras en la Universidad de León

Andamos liadillos últimamente, lo habrán notado. Por ahora, hasta que recuperemos ritmo, les comentamos un breve que no queremos que se nos pase. Resulta que hace unos días ya se han abierto los plazos para los cursos de verano de la Universidad de León. Entre ellos hay uno que brilla como un buen tebeo: Cómic y cine de animación. Últimas tendencias y relaciones con otros lenguajes. Tendrá lugar en la Obra Social de Caja España, los días 5, 6, 7 y 8 de julio de 2010 y su duración será de 30 horas.

El programa incluye nombres y charlas de esas que no apetece perderse; expertos, autores de relumbrón, blogueros de referencia, estudiosos... Échenle un vistazo (pinchen en la imagen para ampliar):


A nosotros nos han invitado a dar una charla sobre el cómic y sus posibilidades expresivas. Hemos decidido elegir a tres autores por los que, en esta casa, tenemos especial predilección: Ware, Shaw y Chippendale. Básicamente, porque nos parecen tres de los creadores que, con muy diferentes intenciones, medios y resultados, más han arriesgado a la hora de buscar nuevas vías expresivas para el cómic en los últimos años. Queremos dar las gracias más sinceras a José Manuel Trabado, organizador y director del curso, por habernos invitado a un evento del que,estamos seguros, sólo sacaremos experiencias positivas y magisterios memorables.

Si quieren unirse a nosotros, ya lo saben, referencias aquí y aquí. No se vayan demasiado lejos, retornamos en breve.

martes, junio 08, 2010

Poniendo caras.

Estuvimos recientemente en la feria del libro de Madrid. Vimos a pocos autores comiqueros, aunque también observamos un aumento considerable en el número de stands que contaban con cómics entre su oferta. La novela gráfica todo lo invade. Vimos a muchos futuros lectores arremolinándose alrededor de las obras de Ware, Kim y Altarriba o Gipi; probablemente, en mayor número que los que acercaban a otras casetas. Somos gente fiel. No obstante, este no es el tema, sino aquel primero.
No sé que pensarán ustedes, pero tenemos la impresión de que una de las razones por las que el lector asiste a ferias, exposiciones y banquetes editoriales varios, es la de ponerle cara a sus autores de referencia. Con los músicos, cineastas e incluso pintores, la cosa pinta clara, ya que cualquier celebración promocional que se preste no tiene mayor sentido sin la presencia del rostro protagonista. En el campo de la literatura el "implante facial" ha tardado en cuajar, pero hoy en día casi todos conocemos las caras de los Marías, Sabaters y Pérezrevertes de turno; en el cómic la cara no está tan clara. ¿Cómo luce Clowes? ¿Cómo lo hacía Caniff? (miren que hablamos de dos vacas sagradas y consagradas). ¿Pondrían la mano en el fuego sus lectores en una rueda de reconocimiento fisionómico?
Todo esto viene a cuento porque nos hemos topado últimamente con dos direcciones web que juegan a este asunto de ponerle cara a los autores de cómics. Una de ellas es bastante antigua, la de Seth Kushner, todo un personaje: artista visual, director de vídeos musicales, creador de cómics y photocómix, y fotógrafo de celebridades para prestigiosos medios. Dentro de esta última faceta, nos llama mucho la atención la larga serie de retratos que Kushner les ha dedicado a algunos de los más famosos autores contemporáneos de viñetas. En sus fotografías, en ocasiones, el autor intenta retratar a sus "personajes" dentro de su contexto ficcional, o lo más cercanamente posible a su obra comicográfica, para lo cual recrea escenografías en las que conviven los dibujantes y la atmósfera de sus creaciones. Kushner cuelga la mayoría de sus retratos comiqueros en la página web Graphic NYC, que administra al alimón con el escritor y periodista Chistopher Irving (autor de los textos). De sus proyectos, novedades y actualizaciones en general, da cuenta en su blog Seth Kushner News.  
Venga, no me hagan trampas y vamos a comprobar la teoría de ahí arriba, ¿a cuántos de los siguientes autores fotografiados por Kushner reconocen? Algunos, verdaderas leyendas, algún otro ya más que joven promesa.La segunda página que les queremos recomendar va en la misma línea, aunque en este caso se trata de una "web recopilatoria" más que de creación. Nos referimos a fotosdecomics, una web que lleva un tiempo recopilando fotografías referentes al mundo del cómic y sus autores. Un blog cuya cortinilla de presentación descubre a las claras la razón de su existencia y encaja en este post como una fotografía en su marco:
El artista, salvo contadas excepciones, suele ocultarse detrás de su obra, incluso para muchos el artista “es su obra” pero en algunas ocasiones que trataremos de compartir desde este espacio la mirada se aparta del personaje para captar a la persona y es en ese momento en que la ecuación se transforma.
Dos visitas gratificantes. Así, viéndonos las caras, cerramos este post. Anonimatos al descubierto, buen entretenimiento.

lunes, mayo 31, 2010

Hervir un oso, de Millán y Noguera. Coordenadas alteradas y disrupciones existenciales.

Superado el shock inicial, la primera dificultad que le surge a uno después de leer Hervir un oso es ponerle nombre al asunto. Parece un cómic (creemos), pero ¿qué tipo de cómic? En realidad, quizás no sea necesario avanzar en esa dirección. Podemos recurrir al socorrido “inclasificable”. Lo único cierto en esta propuesta llena de incertidumbres es que, como anuncia Jordi Costa en la banda promocional de la cubierta, “Nadie vuelve a ser el mismo tras la lectura de estas páginas”.
Todo el mundo está hablando estos días de Hervir un oso. Hay un ronroneo en los mentideros de la viñeta y suena como si esta lectura empezara a cobrar la forma de una de esas obras de culto reconocidas sólo por un selecto club de lectores privilegiados. Dividamos el mundo entre los que han leído Hervir un oso y los no iniciados en sus secretos. Como si sus páginas escondieran un código secreto o el arcano codificado para interpretar un otro mundo (imposible). Nos vamos acercando.
De eso se trata, en el fondo: de una obra que crea sus propios códigos. Imaginación desbordada, humor surrealista, paranoias gráficas; sería muy sencillo quedarse en un listado descriptivo tan obvio. De todo ello hay en la obra de Jonathan Millán y Miguel Noguera, pero el truco interpretativo no es tan fácil. En sus páginas se concretan pequeñas historias que van mucho más allá del gag surrealista: cada uno de sus dibujos o secuencias glosadas plantean reflexiones profundas acerca de realidades, en muchos casos aparentemente triviales. Pero lo hacen para darle la vuelta a la realidad hasta el forro, para cuestionar el sentido común y la interpretación ortodoxa de nuestra realidad inmediata. En Hervir un oso se cambian las coordenadas de la existencia tal y como la conocemos (o se nos presenta) y se plantea la hipótesis alarmante de que el mundo podría, en realidad, ser totalmente diferente a cómo lo interpretamos. El catálogo de hipótesis numeradas que compone Hervir un oso es tan complejo y rico en ideas que cada una de ellas podría haber funcionado perfectamente como guión para una historia larga: una colección de Lost de bolsillo, si lo quieren ver así.

Cuando se describe el cine de David Lynch o los trabajos de Clowes, y demás iconos de la postmodernidad narrativa, se mencionan aspectos como su capacidad para romper la lógica del relato o su habilidad para reflexionar desde dentro de la historia trasgrediendo sus normas y dejando al aire el andamiaje ficcional (revelando el truco narrativo, en una palabra). Este libro que ahora tenemos entre manos también admitiría una lectura postmoderna en esa línea, pero en vez de jugar con la lógica del lenguaje, lo hace con la de la narración en sí misma. Lo que se nos desvela no es el entramado técnico del relato, sino el de las asunciones lógicas que rigen nuestra visión del mundo: lo necesario y lo contingente, que decían nuestros profesores de filosofía. Las cosas son como son, pero podrían ser de otro modo. Millán y Noguera nos abren una de esas miles de puertas para revelarnos el secreto de otro mundo posible. Tiene que haber tantas (puertas, miradas) como seres pensantes hay sobre la tierra, pero la mayoría somos incapaces de acceder aún a ese plano de pensamiento que, seguro, se esconde en algún lugar de nuestro hemisferio cerebral izquierdo. Por eso, este ejercicio de ingenio sorprende tanto, porque va más allá del pensamiento racional. 
La sensibilidad ante el humor cambia con el tiempo. Bromas y chistes que desternillaban a nuestros padres y abuelos nos resultan ahora inexplicables. Amanece que no es poco es hoy una película reverenciada, en su día pasó más o menos desapercibida y fue despreciada por la crítica. A Faemino y Cansado se les entiende ahora mejor que nunca, Pajares y Esteso no tienen ninguna gracia. Berlangas sólo hay uno. Últimamente, está de moda excavar en la cotidianidad en busca del chiste privado compartido por miles. Mirada sagaz para descubrir a “señoras que van por el medio de la acera y no se dejan adelantar fácilmente” o “Ver venir al recogevasos y agarrar el cubata como si no hubiera mañana”. Hervir un oso juega en esa misma escena humorística, pero da un paso a un lado para subrayar la diferencia de su propuesta: no se trata de dar forma aguda a ese instante que todos hemos vivido desde la inconsciencia, sino de trazar nuevas coordenadas de realidad en las que ningún otro haya pensado jamás (y mucho menos haya vivido).
Somos conscientes de que todo esto suena un tanto confuso. Es difícil explicar lo inexplicable. Nosotros no sabemos hacerlo. Así que les proponemos que lean Hervir un oso y que cada uno haga su propio intento.

viernes, mayo 21, 2010

El egocentrismo de Juanjo Sáez. Honestidad brutal.

Ya puestos, vamos a jugar a las verdades. En este blog tenemos la buena (o mala, según como se mire) costumbre de hablar solamente de aquellos cómics que nos gustan. Hasta ahora, los tebeos de Juanjo Sáez no nos habían interesado demasiado. Habíamos leído con poca pasión su Vivir del cuento y con interés racheado El arte.
Nos hacía gracia, como fórmula artística, su dibujo infantil y espontáneo y sus textos salpicados de errores y tachaduras. Una propuesta fresca y juguetona, sin más. No nos hacía ninguna gracia, por otro lado, su posición demiúrgica camuflada detrás de una humildad que nos sonaba a trampa. Recelamos de los "modernos" que se erigen en jueces del papanatismo imperante, desde el cinismo autorial o desde el micrófono unidireccional. Nos resultaba poco convincente (poco honesta) la presencia de ese reflejo icónico provocador dándonos lecciones de actitud vital, casi siempre esgrimiendo el yo como bandera y riéndose abiertamente del otro. Tampoco acabábamos de cuadrar la actitud del crítico artístico-cultural (ligeramente condescendiente) que se presenta desde la modestia para, a continuación, pasar la podadora de la provocación. Quizás es que no nos identificábamos con el chiste paródico, con la ambigüedad meta-irónica o con el flagelo autorreferencial de la propuesta. O pudiera ser también que el trabajo de Juanjo Sáez nos parecía un tanto fragmentario (lo cual tiene sentido si nos atenemos a que, como señala él mismo en
Yo. Otro libro egocéntrico de Juanjo Sáez, sus libros son, en parte, una excusa compilatoria):
En principio, era un poco reacio a hacer libros recopilatorios pero, por otra parte, también me parecía necesario porque dan cierta unidad  a mi trabajo, ya que todo está dispersado por distintos medios y muy poca gente lo ha podido ver porque la mayoría se ha publicado solo en Cataluña.
Ahora estamos hablando de Juanjo Sáez porque Yo. Otro libro egocéntrico de Juanjo Sáez nos parece un muy buen cómic. No tiene sentido, porque es más de lo mismo ("capítulos de un mismo libro"), dirán algunos. Puede ser, pero por lo que a nosotros respecta, esta vez sí que hemos cogido el chiste y nos ha hecho mucha gracia. Es cierto que el libro incide en ese "egocentrismo" que anuncia el título como broma irónica exculpatoria y es cierto que su autor sigue sin reprimir la tentación de defenderse atacando, pero también lo es que, dentro de su fragmentación (la obra comprende tiras e historietas aparecidas en muy diversos medios), Juanjo Sáez ha conseguido componer un trabajo coherente, orgánico y muy inteligente.
La ordenación temática de los diferentes capítulos-episodios aporta a esta obra "abiertamente introspectiva" un aire de catálogo emocional que nos guía con fluidez por entre los intereses, los quebrantos y las dudas existenciales del autor. Lo hace a través del reflejo que dichas facetas muestran en sus trabajos para publicaciones como Rock de Lux, .H, La Luna (el suplemento cultural de El Mundo), el Periódico de Cataluña o El País, entre otras. Funciona el ejercicio sobre todo gracias a la argamasa narrativa que aporta ese Juanjo Sáez personaje-narrador (homodiegético) y su desdoblamiento en una doble conciencia externa. La primera de las entidades narrativas (su alterego ficcional) es habitual en la obra de este autor; el segundo de los recursos, creemos recordar, no es totalmente nuevo en sus páginas, pero nunca lo había empleado con tanta habilidad. Lo meritorio es que estas dos proyecciones de la conciencia autorial (representadas por un monigote negro y uno blanco) no responden a las habituales categorizaciones maniqueas de rasgos morales del autor (el bien y el mal, el deseo y la realidad, lo ético y lo tentador, el ego y los complejos, etc.); al menos no lo hacen de forma estanca. Las discusiones que mantienen los dos iconos-personaje (la sombra y la luz) proyectan un juego de reflexiones complejas acerca de la naturaleza humana, a partir del modelo biográfico del autor. Y cada una de estas entidades (incluida la autorrepresentación icónica de Juanjo Sáez) muestra sus debilidades y cierta falta de coherencia en algún que otro momento; un rasgo muy humano. En este sentido, es cierto que el trabajo de Sáez supone un ejercicio de narcisismo autorial, pero al mismo tiempo, en su propia naturaleza catártica, revela un testimonio de verdadera honestidad asumible, en muchos casos, por el resto de los lectores (que podrán identificarse fácilmente con muchas de las reflexiones expuestas, una vez descontextualizadas y extrapoladas a la situación personal de cada uno). Está en la naturaleza humana sentirse diferente, después de todo. Por eso, la obra de Sáez nos recuerda claramente a la de otro ilustre observador de la realidad, Mauro Entrialgo, con el que comparte ironía, mala leche y perspicacia:
En mis tiras y trabajos en general me gusta usar los asuntos personales por varios motivos. Uno de ellos, para que el lector se identifique: "Joder, a todos nos pasan las mismas chorradas". Eso nos hace sentir menos desgraciados. "Mal de muchos, consuelo de tontos".
Así, gracias a una manipulación del esquema de los niveles narrativos (texto-autor-lector, discurso-narrador-narratario, historia-personajes), no muy diferente a la que llevaba a cabo Federico del Barrio en Simple, Juanjo Sáez consigue tejer un "supertexto" de diálogos, preguntas y respuestas (que en realidad, conforman un único monólogo biográfico) que le permite recorrer y aglutinar parte de su producción artística bajo una estructura narrativa única. Sus tiras, chistes y páginas se integran en el relato-madre gracias a la irrupción (en los márgenes o a pie de página) de esos tres personajes-narradores, que comentan, contextualizan o puntualizan cada uno de los ejemplos expuestos. Obras que fueron creadas y concebidas en momentos muy concretos se integran de esta manera en el "hipertexto" como si fueran ilustraciones ejemplificadoras, mientras el autor se persona en la página a través de sus yo-personajes para glosarlas (enriquecerlas) al modo de los antiguos copistas medievales. Interdiscursividad y metatextos a tutiplén, que diría un postmoderno.
A ver si en el fondo de lo que Juanjo Sáez está hablando es de eso, de postmodernidad (o del fin de la misma). Sea como fuere, la verdad es que Yo. Otro libro egocéntrico de Juanjo Sáez hace honor a su propuesta: es un libro honesto, lleno de verdad (tremenda es la narración de su etapa en El País) y muy disfrutable. Pero además, sus páginas están plagadas de reflexiones brillantes y diálogos hilarantes. Las anécdotas y los mensajes de sus tiras, contextualizadas en el conjunto de la obra, resultan aún más ingeniosas: parecen multiplicar sus significados y adquirir nuevas lecturas. Volveremos a leer su obra anterior, con otros ojos, lo prometemos.
Por ahora, nos encanta que don Juanjo haya visitado esta casa por vez primera. Seguro que para quedarse. 

martes, mayo 18, 2010

Diálogos intertextuales: cómics infantiles, la infancia en los cómics.

Un título "despistante" para cambiar de tercio. Recibimos hace unos días un libro de estudios universitarios en el que se nos había invitado a participar hace ya casi dos años (las cosas de palacio y academia siempre van despacio). Nos gustó la idea entonces y nos gusta el resultado ahora que lo vemos en nuestras manos. Les explicamos.
Se trataba de participar en una compilación de estudios de literatura infantil y juvenil, centrados en medios audiovisuales. La invitación partía de la Universidad de Vigo (gracias Carmen) y el compendio habría de estar coordinado por los profesores Susana Pérez Pico y Manuel Candelas Colodrón. La editorial que ha publicado el estudio ha sido la alemana Peter Lang, aunque sus colaboraciones están escritas en castellano (una de ellas en gallego). Se llama el volumen en cuestión: Diálogos intertextuales 4: Discursos (audio)visuales para un receptor infantil y juvenil; ahí es nada.
Sin tiempo para leerlo aún, el resultado es, cuando menos, variopinto y atractivo: se incluyen artículos hablando de animación infantil (El bosque animado: la industria de la animación infantil en Galicia, de José F. Colmeiro), de videojuegos (Los lectores de Super Mario Bros. Contextualización de las literaturas infantil y juvenil en el mundo ficcional de los videojuegos, de María Teresa Vilariño Picos), de cine juvenil (Big Fish de Tim Burton o la necesidad de narrar, de Carmen Luna Sellés), etc.
Nosotros hemos escrito de cómics, como es lógico. No hemos sido los únicos, Ana Belén Chimeno del Campo publica un artículo sobre la adaptación a las viñetas de un mito medieval: El Preste Juan: narrador de historias en la serie Avataars. Covenant of the Shield. Nuestra participación tiene más que ver con una visión diacrónica del cómic infantil en Europa y Estados Unidos, que con los trabajos específicos acerca de adaptaciones audiovisuales para un público infantil y juvenil que componen el grueso del libro.
Decidimos titular nuestras páginas Los cómics infantiles y la infancia en los cómics europeos y norteamericanos. Se trataba, en definitiva, de hacer un repaso somero y a vuelapluma por la presencia de niños y jóvenes (compradores, lectores, personajes, etc.) en la historia de los cómics occidentales. Una apuesta demasiado ambiciosa para las veintitantas páginas de que disponíamos. Por eso, nos hemos limitado a determinar una serie de momentos histórica y geográficamente relevantes (pivotes significativos en términos artísticas y culturales), que nos permitieran considerar muy por encima la presencia del niño en el cómic. Comenzamos nuestro texto con una apreciación muy obvia, pero que, nos parece, hubiera sido del todo imposible hace no tantos años:
Para algunos lectores de cierta edad y aficionados coyunturales, el cómic ha sido, es y será un discurso artístico conectado de forma más o menos implícita a su infancia o juventud: una etapa en la que los tebeos constituían una fuente de diversión y un acercamiento ligero a la lectura. Sin embargo, hace ya varias décadas que la percepción sobre el cómic ha cambiado sustancialmente, gracias a su cada vez mayor presencia en los medios de comunicación y contextos académicos, pero, sobre todo, gracias al surgimiento de nuevos autores y creadores que ven en este vehículo artístico un medio eficaz para dar salida a inquietudes eminentemente adultas.
La organización de nuestras páginas es cronológica y está guiada por diferentes epígrafes. Comenzamos hablando del primer cómic europeo ("I. Los niños pueblan las páginas") y de la abundancia de infantes que protagonizan sus páginas; de cómo estos primeros niños (Max und Moritz, por ejemplo) fueron guía y modelo para muchos tebeos que habrían de venir luego en Estados Unidos (The Katzenjammer Kids) y Europa (nuestros Zipi y Zape, sin ir más lejos). Hablamos de cómo muchos de estos primeros niños-protagonistas no habitaban páginas destinadas, precisamente, a lectores infantiles, sino que aparecían en publicaciones periodísticas como el New York Journal (The Yellow Kid) el New York Herald o el Chicago Sunday Tribune (The Kin-der-Kids).

En nuestro siguiente bloque pasamos a hablar de cómics europeos ("II. En Europa los jóvenes también leen cómics") y nos encomendamos a don Antonio Martín para describir el proceso en el que los tebeos en el Viejo Continente pasan de su continente periodístico y su intención crítica (caricaturesca) a habitar publicaciones eminentemente infantiles y juveniles, y a "fosilizarse" en esquemas mucho menos evolucionados (con los textos al pie de las viñetas) de los que se estaban ya poniendo en práctica en América. Allí, precisamente, llegarían el formato del comic-book y las historietas de aventureros, detectives y superhéroes ("III. El público juvenil toma el mando en los USA: los cómic-books") para revolucionar el mercado de los tebeos destinados a niños y adolescentes.
La caída en desgracia de los héroes (reales y ficticios), después de la Gran Guerra, alumbra el auge de la fantasía y la ficción truculenta ("IV. Del horror de la E.C a la censura del Comics Code y los lectores del baby-boom"); la época dorada de la EC. Lo que vino después ya lo conocen ustedes: la política del miedo, el infausto Dr. Wertham, la censura, la crisis de Gaines y los suyos (la EC) y, por efecto rebote, el relanzamiento del cómic puramente infantil a manos de editoriales como Harvey Comics y autores como el propio Alfred Harvey (hacedor de creaciones tan populares como Little Dot o Little Audrey).
Afortunadamente, la reinvención de la EC gracias a revistas como MAD, así como la fuente de inspiración que éstas fueron para los autores underground norteamericanos, generaron una verdadera etapa de fecundidad creativa en el tebeo estadounidense, primero, luego contagiada al cómic de autor europeo. El afianzamiento del cómic adulto, su reivindicación como vehículo artístico, motivó, no obstante, un largo periodo de crisis para el cómic infantil ("V. El declive del cómic infantil y juvenil"); con las gloriosas excepciones de algunas editoriales europeas que dieron cierta continuidad a su producción anterior (léanse, por ejemplo, Bruguera o las franco-belgas Dupui o Spirou, entre otras) y que consiguieron mantener su popularidad entre el sector infantil hasta llegados los años 80. Desde entonces, el cómic para los más pequeños (como ya señaló un experto observador de los vaivenes del mercado comicográfico, hace bastante tiempo), parece sumido en una crisis evidente, sólo cuestionada por el éxito de ciertos productos manga.
En líneas generales, de esto les hablamos en ese artículo. Al que quiera más detalle, le remitimos a la fuente. Les prometemos menos espesuras en posts venideros.

jueves, mayo 13, 2010

El Salón 2010: Páginas célebres, celebraciones y celebridades.

Vaya por delante: ¡qué bien nos lo hemos pasado este año en el Salón! Eximidos de las tensiones promocionales del curso pasado, este salón nos hemos dedicado al paseo atento (como los viejos flâneurs), al conchabeo entre celebridades y a la dilapidación de nuestra (escasísima) fortuna salarial, así, sin disimulo.
Max y Liberatore. Clásicos
El templo
Sólo pudimos asistir el sábado, lo que nos ha quitado el mal sabor de boca que, al parecer, ha dejado la pobre asistencia que hubo el jueves y el viernes. El sábado no cabía ni una alfiler y las caras de los mercaderes se aparecían felices entre las montañas de tebeos. Los organizadores aseguran que la asistencia ha sido similar, pese a los tiempos críticos, a la de otras ocasiones. Les creemos.
Planeamos el viaje con nuestro buen amigo Gaspar y con él nos plantamos a primera hora del sábado en la convocatoria de críticos y comentaristas comiqueros (por asuntos corporativos y viñeteros varios); estaba allí la creme de la creme del mundo de la reseña viñetera. Lo mejor de todo es que pudimos conocer (ponerles cara al menos) a algunos de los nombres que más se aparecen en nuestras pantallas computerizadas: conocimos a Antoni Guiral, por fin pudimos charlar con el infatigable Manuel Barrero y sus mil proyectos de investigación, recibimos con sonrisa agradecida las preciosas postales que nos ofreció J. A. Serrano, agradecimos antiguas reseñas a Quim Pérez, conocimos, al fin, a Santiago García (que nos debe un parlado), descubrimos la identidad secreta de Yexus, de Moliné... Además, saludamos a otros viejos conocidos, como Pepo, Jesús Jiménez Varea, los premiadísimos chicos de Entrecómics o el maestro Antonio Martín. Sólo nos faltó el Carcelero, que se había escapado para luchar contra chupetes y pañales.
Luego, ya en la nave del Salón, nos fuimos como flechas a por ellos, a por los reyes, monarcas, majestades, y sacrosantos triunfadores de esta jornada: a por Antonio Altarriba y Kim, los pergeñadores de esa obra de referencia que es y será a partir de ahora El arte de volar. Estaban felices, casi tanto como Paco Camarasa, el patrón de abordo. Fue un alegrón saber que esta historia honesta, cruel y entrañable de un perdedor se había llevado los tres premios grandes de la edición (dibujo, guión y mejor obra española), fue un alegrón felicitar y constatar la alegría de un tipo tan simpático y sabio como Antonio Altarriba; y fue un alegrón conocer a Kim, claro. Una de las mejores cosas del Salón de Barcelona 2010 es que todos los premios nos han sentado de maravilla: ha habido un poco de todo, una pizca de justicia poética para con Dos Veces Breve (entrañable fue la charla que tuvimos con Vicente, el jefe de la nave, ese mismo día por la tarde), una buena dosis de realidad necesaria con el mencionado El arte de volar, un gesto de amor al talento con el premio a Pellejero, un reconocimiento al trabajo para Entrecómics, etc. Nada que objetar.
Kim y Altarriba. The Men
Después de saludos y parabienes, superado el sofoco de los encuentros, los planes y las charlas de un minuto, nos fuimos a reponer fuerzas y a llenar estómagos, que todavía quedaban emociones mil para la jornada vespertina.
Comenzó la tarde con paseos y mandíbulas colgantes. No habíamos visto nunca tantos originales de calidad y tan juntos como este año en el Salón. Las numerosas exposiciones le daban luz a los pasillos cada pocos metros: la de Ana Miralles (a quien conocimos fugazmente a última hora de la tarde) y sus bellas mujeres; los originales de Las serpientes ciegas (de Hernández Cava y Seguí), la de Hugo Pratt (quizás la más decepcionante de todas ellas por la poca enjundia de las planchas presentes), la del cruce de autores Holanda-España,  las bonitas páginas de La revolución de los pinceles (de Busquet y Mejan), las de Gallardo, Tardí y Fontdevilla o la impresionante retrospectiva de Vázquez, con ejemplos de toda su producción, desde Angelito a Anacleto, pasando por Las hermanas Gilda o La familia Cebolleta. Pero, para originales con pasado y con enjundia, para exposición enjoyada, la de "Los ritmos del cómic": un juego narrativo-musical que le sirvió de excusa al crítico Miquel Jurado para reunir páginas originales de, agárrense, Herriman, Caniff, Eisner, McManus, Capp, Crumb, Shelton, Max y Foster, entre muchos otros. Claro que de Foster y de su Príncipe Valiente había todo un stand llenito de originales sólo unos pocos metros más allá. Siempre nos quedamos embobados ante las gigantescas páginas de Harold Foster, no sólo por su tamaño, obviamente, sino porque cada una de sus viñetas es una obra maestra del dibujo y porque cuando observamos detenidamente a sus personajes nos da la sensación de que la leyenda de su estatismo se deshace en una danza interna de batallas, confabulaciones y heroicidades. Lo que les decíamos, a veces sufrimos alucinaciones con este señor.
La mesa de Vázquez
Ritmo
Teníamos luego el firme propósito de asistir a la conferencia de Moebius. No lo hicimos, pero vimos a su mujer. Se apareció ante nosotros cuando estábamos en plena cháchara con los chicos de La Cruda. Todo sucedió, en realidad, cuando este colectivo de artistas, aventureros y buscadores de tesoros, nos estaban relatando las aventuras surrealistas de su último número y cómo consiguieron fichar para el mismo al mismo Moebius (¿ven? nada es azaroso, en el fondo), a Max, a Martí (en plena forma, nos contaron) y al resto de clásicos y jóvenes talentos que surcan su último número. Buena gente, estos tipos de La Cruda, van a tener suerte. Nos invitaron a unas cervezas que cobijaban en su frigorífico mágico, además. No vimos a Moebius, pero vimos y hablamos sobre sus dibujos que, después de todo, es de lo que se trata. Dicho lo cual, no se crean que hemos comprado demasiadas lecturas en este viaje. No había, como en otras ocasiones, novedades refulgentes, aunque sí nos hemos traído el Cerebus debajo del brazo, para que negarlo.
Se nos iban agotando las fuerzas, por fuerza, pero aún nos quedó aliento para rematar la noche con más ritmo y cómics. Apuramos la luna rocanroleando al ritmo de los Hives en garitos oscuros, en compañía de buenos amigos como Inés, Gaspar, don López Cruces (ese último gran romántico) y un nuevo invitado al club a quien nos encantó conocer, don Javier Olivares. Y que no pare la fiesta.
Reporteros de noche
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Oigan, qué divertida la crónica filmada que se ha trabajado don Santiago: "Hervir un salón de cómic"