Somos muchos los que crecimos y creímos en el manga adulto gracias a Jiro Taniguchi. Algunos de sus tebeos son auténticas obras de referencia: no se puede hablar de la evolución artística del cómic en las últimas dos décadas sin mencionar trabajos como El almanaque de mi padre o Barrio lejano, por ejemplo.
Ahora bien, lo primero que leímos de Taniguchi fueron aquellos episodios de aire contemplativo, casi filosófico, que protagonizaba el protagonista de El caminante. Creemos recordar que fueron los editores de El Víbora, en sus buenos tiempos, quienes tuvieron la brillante idea de incluir al japonés entre sus colaboradores habituales.
El gourmet solitario, el cómic de Taniguchi con guión de Masayuki Kusumi, sigue un planteamiento estructural similar al de aquel El caminante. A lo largo de 19 episodios, se hace un recorrido narrativo por la geografía japonesa (con un claro predominio tokiota) y sus variedades gastronómicas. El cómic funciona, desde este punto de vista, como guía gastronómica y, secundariamente, como relato de viajes. Pero es bastante más, en realidad.
Todos hemos oído hablar de la ingente producción de tebeos que abarca el mercado de los manga. Cuando se quería impresionar al neófito, hace años se comentaba que dentro de tamaña oferta había incluso espacio para mangas especializados en los más variopintos aspectos de la vida japonesa: aparte de los obvios tebeos infantiles (bien diferenciados los de niños y los de niñas), había mangas dedicados particularmente al juego del gon, mangas históricos, mangas dirigidos a los economistas y hombres de negocios y mangas gastronómicos, entre muchos otros. Aquí, a causa de la obvia diversidad cultural y el consiguiente riesgo empresarial que podía suponer una edición de este tipo, no solíamos tener acceso a estas variedades lectoras del tebeo japonés. Se publicaban puntualmente rarezas como Atrévete con el sushi o tebeos en líneas temáticas concretas, pero casi siempre desde puntos de vista abiertos y generalistas.
El gourmet solitario es un representante claro, sin embargo, de aquella serie de mangas especializados en temáticas muy cerradas. Es cierto que la gastronomía japonesa está ahora mismo, en nuestro país, más en boga que nunca, pero la oferta gastronómica del trabajo de Taniguchi y Kusumi es tan selectiva, tan sibarita, que parecería únicamente reservada a los paladares más exquisitos y avezados en la cocina nipona. No es el caso, sin embargo: como insinuábamos unas líneas más arriba, el interés de este libro sobrepasa su planteamiento inicial.
Los 19 capítulos se desarrollan de forma semejante: son episodios autoconclusivos que muestran al personaje (un representante de productos de importación que trabaja por cuenta propia), en diversas escenas culinarias. Los títulos contextualizan geográficamente la acción de cada capítulo y mencionan el plato que el protagonista engullirá en sus páginas; el resultado puede resultar en ocasiones un tanto críptico si uno no ha visitado Japón: “Kawasaki, pasada la región industrial Meihin; ‘Yakiniku’ en.la Avenida del Cemento” o “Distrito Toshima, Tokio; ’Sanuki-udon’ en la azotea de unos grandes almacenes en Ikebukuro”. En realidad es como si estuviéramos ante una de esas series típicas de televisión en las que cada capítulo plantea y resuelve un conflicto, dentro de un marco general de la serie (personajes, peripecia, etc.) bien conocido por los espectadores. El riesgo que se corre con planteamientos narrativos tan encorsetados es evidente: la monotonía.
El gourmet solitario salva ese escollo gracias al habilidoso guión de Masayuki Kusumi y al ingente talento visual de Taniguchi. A través de las andanzas gastronómicas del protagonista, la obra nos revela, con gran sutilidad, valiosos detalles culturales que nos permiten entender mejor la idiosincrasia del pueblo japonés. De igual manera, en cada capítulo se esboza sutilmente algún detalle biográfico del protagonista o descubrimos en alguno de sus gestos la información necesaria para completar el perfil (siempre parcial, siempre semioculto) de ese desconocido que nos ha invitado a ser testigos de sus desayunos, comidas y cenas. Se nos hace así partícipes de su apetito voraz (cercano a la gula), pero también de su carácter impregnado de una nostalgia profunda y al mismo tiempo de un vitalismo contagioso.
Del talento gráfico de Taniguchi poco se puede añadir a estas alturas. En El gourmet solitario demuestra su habilidad infinita para el detalle y se revela su permanente estado de gracia en la construcción de ambientes y arquitecturas y en la recreación de atmósferas llenas de vida. Es enorme el mérito que tiene el trabajo visual de una obra en la que el protagonista verdadero es el plato de comida: Taniguchi consigue abrir el apetito del lector, literalmente; sus platos de udon, sus cuencos de sopa de miso y sus sushis de toro de atún, huelen a gloria, sus texturas se sienten en la boca y la apariencia de los platos es realmente apetitosa. El dibujante consigue dotar de veracidad a algo tan matérico y aparentemente irrelevante (en términos de pertinencia visual) como un nabo encurtido o una bola de arroz.
Quizás dentro de la obra de Taniguchi, El gourmet solitario (como lo era El caminante) sea un trabajo menor, pero ya saben lo que se suele decir en estos casos: hasta el menor de los trabajos de un genio suele ser mejor que la media.