viernes, julio 20, 2007

Operación 700 (V)

El acabose. Desde chaval me gustó el Pogo de Walt Kelly, no porque lo entendiera (hecho improbable, dado el cripticismo de su crítica sociopolítica de la Norteamérica coetánea filtrado por la jerga incomprensible de su inglés sureño -¿cómo harán o habrán hecho sus traductores al español? Les admiraré eternamente), así que me imagino que sería por el trazo preciso y el irresistible encanto de su línea caricaturesca. Aparte de por la indiscutible afinidad autógrafa de sus autores, los “funny animals” de Walt Kelly siempre me recordaron a los muñequitos de Walt Disney, aunque por lo poco que entendía de sus palabras englobadas (Pogo o la maravilla tipográfica hecha cómic) le suponía al asunto mucha más mala leche. Ya de mayor, con más conocimientos de la lengua británica, lo he podido refrendar y he disfrutado de Walt y su zarigüeya con conocimiento de causa. Aún así, para que negarlo, todavía se me escapan dobles sentidos y algún giro de jerga estadounidense, pero, que quieren que les diga, cada vez que me acerco a los humedales de Okefenokee, disfruto como un animalillo silvestre.

Por eso, siempre estuvo entre mis primeros objetivos la adquisición de una tirita de Pogo; sucede que los precios, sin ser escandalosos, me desbordaban el presupuesto de la operación. Hasta que encontré esta tira que les muestro aquí abajo seccionada (ya les he explicado las limitaciones de mi impresora). Unos 240 euros del ala (el record inversor de la operación) muy bien empleados, juzgo yo. Lo sé, no sale Pogo, recórcholis, pero están muchos de los demás (Churchy-la-Femme, Beauregard Dog, bunny…), así que no me quiten la ilusión ¡qué carajo! Además, se ven las marcas azulitas inconfundibles del borrador de Kelly y su firma “waltdisneyana” (tan “eisneriana”, también) y la fecha de la publicación (18 de noviembre de1969) y todo ello bien dispuesto en esos 18 x 48 cms de sus tiras originales. ¡Qué contento estoy!

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miércoles, julio 18, 2007

Días como estos, días de ritmo y rosas.


Me van a ustedes a perdonar estos días de ausencia, causada a partes iguales por los problemas internáuticos estivales, los Arcade Fire y otras an-danzas veraniegas. El hecho es que, como dijo aquel, I'm back, y, hablando de músicas del mundo, pues me he acordado de que aún no he comentado nada de Días como éstos, la obra de Scott Chantler y J. Torres, que ha publicado Dolmen.
Una de oportunismo inculpatorio: ya desde crío un servidor se dejó fascinar por el primer sonido Motown, por los diseños sonoros infalibles de ese tal Spector y por los grupos de doo-wop (para nosotros du-dua): "Call my baby lollipop, tell you why, his kiss is sweeter than an apple pie and when he does his shaky rockin' dance man, I haven't got a chance, I call him lollipop lollipop, oh lolli lolli lolli lollipop lollipop..... ". Por eso, y no sólo por eso, Chantler y Torres ya me tenían tocado el corazoncito de antemano, porque, como ya habrán leído ustedes, Días como estos habla precisamente del nacimiento de uno de aquellos grupos femeninos que a finales de los 50 y, sobre todo, en los años 60, consiguieron introducir sus gorgoritos vocales y sus melodías coloristas de menos de tres minutos en las listas de éxitos que se radiaban una y otra vez en los Estados Unidos (y desde allí al planeta entero). Las Ronettes, Las Chordettes, Las Supremes... nombres sonoros y colectivos para tríos y cuartetos de jóvenes chicas negras que cantaban como los ángeles y conseguían mover las caderas del más anquilosado de los viejos amantes de las ya viejas, por aquel entonces, Big Bands.
Tina y las Tiaras podía haber sido uno de aquellos grupos, al menos eso es lo que nos hacen creer (convincentemente) Chantler y Torres. El nacimiento, casi casual, de un grupo de éxito en un tiempo en el que el negocio de la música (la "música moderna") estaba tan abierto y era tan impredecible como la aún incipiente cultura popular. Días como estos es una crónica costumbrista y entretenida de los tejemanejes discográficos de aquellos años, de las reticencias sociales de las viejas generaciones ante la nueva música, de la urgencia musical del joven mercado, de la inocencia que adornaba a muchos de sus protagonistas, etc. La virtud de sus autores reside precisamente en eso, en su capacidad para crear un cuadro costumbrista al gusto de todos, partiendo de un campo tan especializado como podía ser el de la edición musical (toda una aventura fuera de las tierras niponas, donde, ya sabemos, hacen cómic hasta para cocineros).
Se trata de una lectura agradable, fluida, con un ritmo narrativo trepidante, que se apoya con firmeza en ese estilo de Chantler, asentado en el cartoon (tan cercano, a su vez, a nuestro admirado Bruce Timm). Un relato amable que se acerca en ocasiones el territorio de la alegría radiografiada y la comedia tópica con obvio final feliz, pero que evita el infantilismo gracias a su acertada descripción de personajes y al contrapunto que ejercen algunos de ellos sobre el tono naif global (ese padre hostil, machista, tan chapado a la antigua como debían de serlo el 80 % de los padres de aquellos años; o esa otra mujer, productora discográfica ambiciosa, divorciada y hostil con su ex-marido...). En el equilibrio y el pulso está la virtud de Días como estos, no lo duden. Se merece la oportunidad, tampoco lo duden (aunque estoy con 13 millones de naves en lo del desastroso epílogo final).
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Los incondicionales, tienen la posibilidad de adquirir el trabajo orginal de Chantler por algo más de 50 euros aquí. A mi me gusta la plancha que les he puesto ahí arriba. Mañana seguimos hablando de originales, por cierto.

martes, julio 10, 2007

World Trade Angels, tragedias pixeladas.

No nos arriesgamos demasiado si decimos que el 11-S y sus secuelas ha sido el acontecimiento histórico reciente que más ficción artística ha generado a su alrededor. Con obras revestidas en muchos casos de ropajes documentales, lo cierto es que la recreación del atentado terrorista más trascendente de las últimas décadas y el drama por él desencadenado, han sido fuente inspiradora para guionistas de cine, pintores, escultores, arquitectos y... dibujantes de cómics, desde luego.
Así, a bote pronto, recordamos el polémico y controvertido ejercicio de estilo de Spiegelman en Sin la sombra de las torres o el más reciente El informe 11-S, de Sid Jacobson y Ernie Colon; bueno, claro, y todas las utilizaciones directas e indirectas del suceso en las colecciones superheróicas, que darían para más de un monográfico. Y también está aquel extraño cómic que sacaron el novelista Fabrice Colin y el ilustrador Laurent Cilluffo, en 2006, World Trade Angels.
Debo confesar que el tomo en cuestión, editado por Sins Entido el año pasado, ha estado en el montón de lecturas-en-espera durante bastantes meses, sin más razón que la simple y pura pereza. Quizás por los años que le he dedicado a la investigación del lenguaje comicográfico, tengo debilidad por la experimentación en viñetas; por eso, en cuanto huelo algo raro, me lanzo de cabeza a por ello (a la tienda), aunque luego, como en este caso, me cueste dar el paso subsiguiente esencial, el del buceo entre sus páginas (ya se sabe, la rareza narrativa suele requerir después de un esfuerzo mayor por parte del lector). En este caso, la falta de motivación venía motivada por la aspereza visual de la propuesta en sí: un ejercicio de narración pictográfica frío y bastante maquinal. Es decir, un cómic en el que el estilo recrea las toscas imágenes pixeladas de un ordenador; como decía Álvaro Pons hace unos meses, un estilo más cercano al pixel-art que a cualquier recreación estética comicográfica que nos pueda resultar familiar.
La aridez visual consiguiente se completa con un uso también parco del color, que se reduce únicamente a un tono salmón en dos grados de intensidad, que Cilluffo emplea con una evidente intención simbólica. Sucede, no obstante, que en ocasiones ese mismo sincretismo de la propuesta conduce a la ambigüedad y por la misma razón el simbolismo se convierte en confusión. La iconicidad del dibujo le resta dinamismo al conjunto y "escamotea" información necesaria. El uso connotativo del color (tanto en las líneas de dibujo como en el coloreado de superficies planas o, incluso, en su aplicación sobre las herramientas narrativas -globos, márgenes de viñeta, etc.) discurre entre la mencionada evocación figurativa y el simple ejercicio estético sin más trascendencia que el efectismo visual, de nuevo, creando algunos equívocos interpretativos.
Por lo que respecta a la historia en sí, World Trade Angels circula en el camino conocido de obras precedentes al describir un acontecimiento reciente, con tanta vigencia emocional en cada uno de sus posibles lectores: nadie puede negar que la comunicación global del atentado hizo a todo el orbe víctima, en diverso grado, de sus efectos; fue, por así decirlo, el primer "atentado mundial" de la historia. Debido a esa cercanía, resulta imposible abordar un tema como el que nos ocupa desde variantes genéricas que se le supondrían afines, léanse los dramas sobre desastres (naturales o provocados) o el thriller. En este sentido, y considerando la amplia producción cultural generada alrededor del 11-S, no sorprenden las ya señaladas recreaciones documentales o las obras y trabajos que indagan en la introspección psicológica de los personajes implicados, víctimas y verdugos. Este es el ámbito de actuación de World Trade Angels: el de las secuelas personales y la imposibilidad de romper la inercia negativa que genera un "terremoto" afectivo como éste en las personas que lo sufren de primera mano.
El resultado podría ser analizado en unos términos similares a los que ya le hemos dedicado al apartado gráfico: la contención informativa y la sugestión simbólica terminan por lastrar el resultado final. Cierto es que la trama adquiere fuerza y consistencia con el paso de las páginas y que en algunos momentos su carga de emotividad sincera ensalza el resultado final, pero no lo es menos que en ciertos momentos la confusión de la propuesta perjudica sus buenos propósitos y tiene un indeseado efecto anticlimático. Por ello, las rupturas temporales o la introducción de esbozos, que tan bien funcionan en ciertas narraciones líricas o en otras propuestas experimentales comicográficas, no encajan del todo bien con la asepsia visual de Cilluffo, ni con la pretendida tragedia personal del protagonista, que sólo se comprendería desde la señalada introspección psicológica, a tenor de las claves que va desvelando la historia según avanza.
Es loable, en todo caso, la propuesta de estos dos autores y prometedora por cuanto abre un camino inexplorado, que ha de dar frutos más maduros; quizás la cosa funcionara mejor con otros argumentos de una sensibilidad menos compartida. Estaremos a la espera.

viernes, julio 06, 2007

Operación 700 (IV)

Comienza el presupuesto previsto a escasear y la "operación coleccionista-fan" se acerca a su fin (o da sus últimos estertores, que dicen los finos). El hecho es que, casi desde el comienzo, uno de los anhelos inconfesables que cobijaba un servidor era hacerse con alguna pieza de este dibujante.

Por eso, cada vez que su asistente y amigo, Zeke Zekley, sacaba a la luz subastadora una de sus tiras, nos poníamos a pujar como locos contenidos (es decir, dentro de nuestros márgenes y posibles). Dura fue la negociación, pero cuando finalmente triunfamos en nuestro empeño y conseguimos el dibujito que ahí abajo les muestro, tengo que confesar que alguna lágrima de emoción sincera rodó en hilillo agradecido. Pues sí, nuestra era una de las piezas míticas de la mítica Bringing Up Father (fechada el 12/14/40), por apenas 150 euritos. Y es que, en la cuatrilogía de fundadores ilustres, junto a Outcault, McCay y Dirks, se sienta el señor McManus, ¡que me lo niegue alguien si hay narices!

La tira se la ofrecemos partida en dos, de nuevo por rigores del escaneo.

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lunes, julio 02, 2007

Cómics Online: Cat Garza


Por motivos varios que no vienen a cuento pero que, esperamos, nos sirvan de disculpa (¿cómo se come esto?), hace días que no posteamos. Hace aún más tiempo que no nos metemos con esta seccioncita nuestra de cómics online, así que hemos decidido arreglarlo todo de golpe y presentarles a ustedes a uno de los pioneros y más prolíficos individuos en estos menesteres de los webcomics y similares; nada menos que a don Cayetano Garza Jr., Cat Garza para los amigos y fans, músico, dibujante y lo que le echen.

Cat Garza es uno de los primeros y más prolíficos autores-creyentes de las capacidades de Internet como vehículo (soporte) de la publicación comicográfica. Su obra creativa arranca hace casi 10 años, con la serie ya clásica The Magic Inkwell Comic Strip Theatre, que además de homenajear a algún clásico, nominaliza la página web de nuestro amigo (recientemente renovada, por cierto). Las aventuras de Dingbat the Cat, no han dejado de crecer y cambiar de imagen a lo largo de estos años, pero siempre con un alto interés y unos índices de calidad muy aceptables. Se trata de una serie con clara influencia disneyana, pero bastante menos políticamente correcta, cuyos seguidores en la web se cuentan por legión.

La labor creativa online de Garza se completa con algunas otras series paralelas, que responden a diferentes etapas artísticas y urgencias vitales del autor. Algunas de ellas, como Yakity Shmakity, Those Were the Salad Days o Whimville, comparten la afición de Garza a la psicodelia (que observamos en su música) con su uso extensivo de los "animales sabios" o animalicos antropomórficos. Toda una declaración de intenciones que nos sitúa a Garza cerca de sus influencias underground.

Lo dicho, investiguen y viajen por los meandros creativos de este dibujante atípico, que la aventura promete entretenimiento para unas cuantas tardes.

martes, junio 26, 2007

Blutch, las curvas del sueño.

Blutch es un niño travieso en busca de espectadores incautos que observen sus piruetas narrativas, sus juegos infantiles de papel, sus sueños proyectados. La voluptuosidad es uno de esos sueños (uno de los de niño grande) y funciona con las coordenadas alteradas de cualquier otro: las de la lógica-ilógica y el camino aleatorio por el mapa de lo conocido.
De pocos cómics se ha hablado más en los últimos tiempos que de éste de Blutch. Quizás, precisamente, porque casi todos nos reconocemos de un modo u otro (en alguno de sus momentos) en su extrañeza aparatosa de sueño azaroso. Detrás del absurdo, de la aparente exhibición narrativa impresionista de La voluptuosidad, existen pautas de comportamiento, anhelos y frustraciones perfectamente diseccionable. No se trata tanto de analizar una trama, con sus supuestas directrices diegéticas (personajes-escenario-acciones), sino de abordar las pasiones que en ella se simbolizan y desde ella se generan. Sería tan sencillo liquidar el efecto desconcertante de La voluptuosidad en un altar de adoración al surrealismo, que no nos vamos a tomar la molestia, siquiera. Hay que ser más ambicioso, penetrar con obstinación en el cripticismo simbólico de sus imágenes, en su agresiva sensualidad.
Aceptada la armazón onírica del relato como guía narrativa, no resulta tan impertinente recorrer las páginas de Blutch y rastrear, a través de ellas, en los bajos fondos de la corteza humana. Según leía La voluptuosidad, me acordaba de esa última obra casi maestra de Kubrick, que fue Eyes Wide Shut (a la que le sobraba algún subrayado o sobre-insistencia, para haber entrado en el olimpo de las obras póstumas). Me acordaba de Eyes Wide Shut, decía, porque, como en aquella, en La voluptuosidad se abordan las proyecciones poliédricas del deseo: los rayos torcidos de ese fractal que es el instinto sexual. El ser humano esconde, y pretende no reconocer, aquello que más anhela: la carne. Nadie en su sano juicio rompería su estatus social, ni las normas de la sociedad que lo ha "adoptado", en aras de una sinceridad no demandada. Ni siquiera un dibujante tan heterodoxo como Blutch.
Por eso, hasta La voluptuosidad se escuda en el artificio impresionista de su esqueleto narrativo (la historia de un sueño o la historia como sueño o las historias que se enlazan, como en un sueño), para hacernos probar la seta venenosa del deseo animal sin que nos intoxiquemos; una coartada. Ni el lector más desinhibido hubiera aceptado de otra manera ver reflejados sus infiernos interiores (o, en todo caso, no los hubiera admitido como propios): y es que, las bajas pasiones (hasta la ofensa) o el bestialismo simbólico necesitan esconderse detrás de una máscara (y hay muchas en La voluptuosidad) o bajo un saco cualquiera.

jueves, junio 21, 2007

Operación 700 (III)

Ya teníamos a una de las jóvenes promesas y a uno de los clásicos contemporáneos, claramente, estábamos obligados a intentarlo con algún histórico. Como el presupuesto tampoco daba para grandes derroches, había que afinar el dardo pujador e intentar tirar de criterio y conciencia de clase (humilde, ehem).

Comienza la búsqueda ("the quest") y ¡anda! ¡qué es eso! Sí, esto me lo puedo permitir sin descabalar el presupuesto, ni futuros intentos de ampliación coleccionista (esto es, sin agotar el presupuesto setecientoseuril). Pujamos y... ¡nuestro!

Dirán ustedes, "¿y esto qué es?". Pues, damas y caballeros, nada menos que una tira original de 1928 de Mutt & Jeff, la creación de Bud Fisher, ¿aún no? Pues sepan que, entre otras muchas virtudes, a este caballero se le atribuye la creación del formato de la tira cómica, en 1907. Claro, la paternidad se discute hoy en día desde bastantes frentes, pero, lo cierto es que el amigo Bud fue, si no el primero, sí, uno de los primeros; y, en todo caso, uno de los padres indiscutibles del cómic tal y como lo conocemos hoy día. Dicho lo cual, tener la posibilidad de adquirir uno de sus originales por algo más de 200 eurillos, al menda le supo a "boccato di cardinale".

Perdonen ustedes el tamaño cuasi-inapreciable de la imagen, pero es que el escaneo resulta complicado cuando se maneja una pieza de las dimensiones de la que nos ocupa, ¿sabían que el señor Fisher hacía sus tiras de Mutt & Jeff, nada menos que a una escala de (así a ojo, que no la tengo delante) unos 30 x 75 cms; imposible que quepa en mi pequeña y casera scanjet.

Lo dicho, feliz como una perdiz, seguí con el propósito de hacer de esta una pequeña aventura privada llena de sorpresas. El siguiente encuentro no lo fue menos (sorprendente).

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martes, junio 19, 2007

Tutankamón, el nuevo héroe.

Paréntesis en la operación. Este mes, la revista Descubrir el arte cumple 100 números. Para celebrarlo, elabora un canon de esos que tanto nos gustan: en este caso, el de "Los cien artistas vivos más influyentes". Por el mismo precio (3,60 euros), incluye dos suplementos: el número 10 de los siempre interesantes Cuadernos del IVAM y una separata especial con otro nuevo canon, la super-lista, nada menos que el top 100 del arte de todos los tiempos. Humilde propósito, voto a bríos.
La iniciativa tiene interés más allá de lo anecdótico, gracias sobre todo a la lista de eminencias que participan en la elaboración de la retahíla, pero, sobre todo, por el hecho de que cada obra viene glosada por las palabras de un artista que encuentra en ella alguna motivación especial, cauce de inspiración o energía sinérgica. Así, Barceló deja al descubierto su (por otro lado evidente) debilidad por las pinturas de Altamira; Oriol Bohigas se quita el sombrero ante el Coliseo y Chema Madoz encuentra la llave en La persistencia de la memoria, de Dalí. La lista es enorme: Bernardí Roig, Miquel Navarro, Luis Feito, Ouka Leele, José Manuel Broto, Rafael Canogar, Agustín Ibarrola... y entre ellos, algunos viejos conocidos, de esos cuya aparición no sorprende en esta casa: Nazario, Ceesepe, Rodrigo o Ana Juan.
Pero entre todas, la "glosa" que más me ha llamado la atención es la que le dedica el escultor Mateo Maté a la Máscara de Tutankamón. Lean y vean por qué:
El personaje de Tutankamón entró en mi vida en una época en la que el mundo de los superhéroes, buenos o malos, convivió durante algún tiempo con la educación católica. La concepción cristiana no consiguió imponerse a la mágica interpretación panteísta de la naturaleza de las ilustraciones por fascículos. Batman, Los X-Men, Superman eran semidioses que dominaban las fuerzas de la naturaleza. El nuevo héroe, Tutankamón, se convirtió rápidamente en amo y señor de todo el submundo de la muerte. Toda la iconografía funeraria egipcia parecía diseñada por alguno de los maestros dibujantes de cómics. Los encriptados jeroglíficos parecen pensados para ser reproducidos en los tebeos. Y si ocupó este puesto en mi imaginación, seguramente fue porque la reproducción de las facciones de su rostro, sobre todo sus ojos, era de las más naturalistas de todos los objetos del arte egipcio. Como un cyborg de oro, Tutankamón domina el mundo de los muertos, a los que convierte en sus huestes. Ninguna película, ni ningún cómic que yo conozca, ha explotado todavía las posibilidades que nos ofrece la iconografía funeraria egipcia. Espero que Tutankamón resurja de su tumba en el cine con todo su fasto. En miles de años, su mito no ha perdido brillo.
Interesante y muy personal relato de experiencia, ¿verdad? Eso sí, si no lo conoce, creo que a don Mateo le gustaría Bilal ;)

sábado, junio 16, 2007

Operación 700 (II)

Abierta la veda, llegó el momento de empezar la caza mayor. Entre las posibles presas futuras, por supuesto, los admirados, los disfrutados y los más influyentes. Descartados dos o tres intocables de esos que se cotizan ya a precios inmanejables, nos quedaba, sin embargo, todo un muestrario de talentosos.

Miramos, por ejemplo, cosas de un tal Bill Sienkiewicz (casi nada); uno de esos autores que, al ser descubiertos, le hacen a uno cuestionarse casi todo lo que creía saber sobre el noble arte del dibujo tebeístico. Un tipo que, junto a su apellido impronunciable, exhibe un catálogo de virtudes visuales tal, que da pena penita pena que no se prodigue más. ¿Se acuerdan de Elektra: Asesina o de Stray Toasters? Pues eso, que buscando, buscando, llegué hasta esta planchita que tienen ahí abajo: "DR ZERO, Issue # 3 - Page 7, 7 Panel Art Created By Comic Great Bill Sienkiewicz". Bueno, la cosa tiene algo de truco; en realidad, parece que los lápices de la página corrieron a cargo de Dennis Cowan y Sienkiewicz fue el que la pasó a tinta. En todo caso, la plancha huele a Bill en cada una de sus cuatro esquinas, ¿no creen? Valía la pena el intento.

Dicho y hecho, comenzamos la puja y... ¡bingo! La primera en la frente: para nuestra sorpresa, por menos de 10.000 de las antiguas pesetillas, esta espectacular y enorme página original (50 x 33 cms) era nuestra. La cosa empezaba bien. Mejor habría de seguir, suponíamos.

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martes, junio 12, 2007

Pablo Auladell, el príncipe está triste...

En el 2005 Edicions de Ponent publicó La Torre Blanca de Pablo Auladell (dibujante, ilustrador y músico), entre parabienes y halagos varios de sus lectores y críticos. Ahora, dos años después, la obra ha cobrado nueva actualidad con motivo de la reciente exposición que le dedicó el Saló de Barcelona de este curso. En un ejercicio de oportunismo con precedentes, devuelvo ahora la mirada sobre esa obra grande que es La Torre Blanca

- Déjame decirte algo que arroje una luz sobre esa búsqueda tan lírica que estás llevando a cabo por los territorios de tu adolescencia.
Primero: deberías saber que los recuerdos engañan. Aquello no fue tan magnífico. Pasaste tardes enteras escondido en las escaleras de la Torre Blanca porque te avergonzaba que nadie contara contigo para nada. ¡Cuando ibas con ellos eras un pegote una casualidad!
Segundo: ¿quieres saber qué ha sido de la ninfa, tu gran obsesión, tu fascinación más sangrante? Yo te lo diré: ¡Es una mujer normal! ¿Y absolutamente engullida por la mediocridad! Así sucede siempre. Ya se cayó todo el polvillo mágico de sus alas. ¿Alguna vez te has parado a pensar qué hubieras hecho con ella si le llegas a gustar? ¡Si no tenía conversación y era más bien tonta del culo!
Y tercero: ¿En serio has follado ya?
Algo está definitivamente cambiando en el panorama del cómic. La Torre Blanca es un cómic adulto y un cómic para adultos: sí, quiero decir eso, que un niño difícilmente podría disfrutarlo y un adolescente lo comprendería sólo a medias. Sin embargo, no se parece en nada a "aquellos cómics adultos", los que nos vendían en los 70 y 80 como anomalías de mercado: aquí no sale ni una teta de aquellas (bueno sí, una) que nos recalentaban las meninges. El estado (el estadio) adulto de La Torre Blanca se huele en otros detalles y se adivina en otras intenciones: en la nostalgia profunda de su protagonista-narrador; en las imágenes idealizadas de su pasado colorido, que contrastan con la aspera angulosidad del presente (su presente); en el dolor por los momentos perdidos y la experiencia malganada...
¿Cómo puede sufrir alguien que no conoce el dolor? Cierto que el dolor de la adolescencia es profundo, intenso, desgarrado, pero está fabricado en cristal soplado. Duelen más los años, la asunción de que aquel dolor de juventud (que nos parecía infinito y agónico) no volverá, porque ya no vivimos la vida como lo hacíamos, como un drama-aventura bizantina. No quiero ponerme tremendo, claro, porque el trabajo de Auladell regala muchos instantes de belleza ensoñadora, y porque de nada sirve recrearse en el óxido que nos afecta o ha de afectar a todos. Pero si algo me gusta de La Torre Blanca, es su capacidad para recoger ese instante fugaz de desesperación existencial, ese pinchazo que a todos nos escuece cada cierto tiempo.
Las soluciones narrativas y visuales del autor se revelan muy efectivas, en todo caso: la mezcla de evocaciones infantiles (recreadas desde la fragilidad del recuerdo idealizado), subrayadas por la amable calidez de los colores pastel, contrasta con las frías tramas grises y las líneas cortadas sobre el vacío de la viñeta. Las mil aventuras de la infancia (cuántas cosas viven los niños, y todas a la vez), se enfrentan a los paseos solitarios del protagonista, que rumia sus viejos recuerdos al tiempo que construye una realidad presente, monótona y, en muchos casos, de espaldas a sí misma.
Como señalaba nuestro artista del abecedario, hace poco, es La Torre Blanca una de esas historias en las que apenas pasa nada, al menos en la superficie, pero en las que se dice mucho y se tocan muchas teclas. Una obra adulta, para adultos agarrados por su pasado. Ya lo decían Les Luthiers, "suéltame pasado"; o no, mejor no me dejes, que da gusto sufrir de buenos recuerdos.
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Interesante maxi-entrevista de los chicos de Zona Negativa (a los que les hemos tomado prestadas las imágenes) a Pablo Auladell, en dos entregas: una y dos.