miércoles, diciembre 19, 2007

Diario de un fantasma. Ensayo para un exorcismo.

Hace unos años estuvimos un tiempo buceando en las aguas espesas de la metanarración dentro del cómic (espesas porque, por aquel entonces, no había demasiados afluentes científicos en los que chapotear, queremos decir). Tampoco hacía falta demasiada investigación precedente para intuir que los primeros acercamientos serios al cómic desde dentro (el cómic dentro del cómic, que eso es un metacómic) se los debemos al mismo al que tantas otras cosas. Después de McCay, un largo vacío (con el permiso de algún genio disperso, como Sterrett o Herriman, sobre todo).
Encontramos, eso sí, guiños metanarrativos y autorreferencias varias a lo largo de la historia del cómic durante esos primeros años, pero casi siempre con un interés artístico-cómico puntual. Al menos hasta los años 60, cuando gente como Crumb o los "autores europeos" comienzan a "autobiografiarse" en viñetas o a experimentar y reflexionar sobre la arquitectura de un tebeo y sus mecanismos internos. En los 80 y especialmente a comienzos de los 90, la aparición de metacómics propiamente dichos, en todas sus variantes, es un hecho: con Maus a la cabeza (metanarrativo, autorreflexivo, autorreferencial...) y con otros tantos, como Hicksville, Simple, los trabajos de los alegres muchachos de Drawn & Quarterly, etc., a rebufo. Hoy, ya en el siglo XXI, el metacómic está integrado dentro del lenguaje de los tebeos con naturalidad, y sus códigos, totalmente aceptados, son descifrados con facilidad por cualquier lector medianamente avisado. Hoy, podemos enfrentarnos a Diario de un fantasma (Ponent Mon) sin que un signo de interrogación sobre nuestras cabezas ilumine nuestro desconcierto; se ha transformado, simplemente, en exclamación de asombro y reconocimiento.
Nicolas de Crécy es un tipo complicado, como artista queremos decir (aunque leído el cómic, alguno podría pensar que no sólo como artista). ¿Se acuerdan de esto? Aquel viaje a Japón, aquel encargo y aquellas primeras páginas son al mismo tiempo antecedente y excusa para Diario de un fantasma. Describíamos aquella historia como "la historia del relato que se cuenta y se crea a sí mismo (el metarrelato más físico y palpable que se pueda idear), crece (literalmente, se va conviertiendo en un monstruito amorfo) y adquiere forma a partir de la informidad inicial concretada en esa única voz narrativa presente en los cartuchos; la historia de una mascota, un logo (el monstruito amorfo) que se transforma en historieta. Una metáfora, en realidad, del proceso de creación, una "metametáfora" (perdón), más bien, porque aquel cuento que apareció en Japón visto por 17 autores era, como el soneto de Violante, una historia que se construía a sí misma, como lo es Diario de un fantasma: un cómic que se hace mientras el autor reflexiona sobre el proceso creativo (autorreflexividad). Pero no sólo es eso.
Este trabajo de de Crécy es muchas otras cosas. Es, en gran medida, un ensayo sobre las motivaciones artísticas, pero también sobre los miedos. La historia del "logo-mascota-personaje" que va al Japón a recoger ideas e inspiración comercial y regresa a Francia en avión, es sólo una excusa (una más) para formalizar las inquietudes de su autor: en la primera parte de libro, bajo la apariencia de una narración en primera persona; como monólogo disfrazado de diálogo en la segunda (el personaje-mascota, alterego de una historieta, o de una idea de historieta, conversa con el propio de Crécy, sentado a su lado en el avión). Hablan de sí mismos (de Crécy comienza a descubrirle a su nuevo amigo su efímera naturaleza vehicular) y hablan de esperiencias pretéritas, como el viaje de de Crécy a Brasil para cubrir un encargo de la revista Géo. Hablan, pero en realidad todo es una única reflexión, un ensayo en el que, como dictan las normas, se engarzan las ideas y las líneas explicativas, una reflexión da pie a la siguiente y todas se relacionan por vasos comunicantes, que en este caso tienen la forma de un monigote informe, receptivo y bondadoso; un monigote que resulta ser el protagonista de Diario de un fantasma. Pero hablábamos de miedos también, de fantasmas. Los de de Crécy, claro. Muchos de ellos sobrevuelan estas páginas y salpican el argumento de la obra, al tiempo que fabrican sus materiales: desde el miedo a volar, hasta el miedo a la muerte, pero también otros miedos menos punzantes pero igualmente omnipresentes, como son la inseguridad personal, el miedo al ridículo o la tan poco divertida vergüenza ajena: "En mi caso el dibujo siempre ha sido un medio de huir de la realidad; de abrumarla con la distancia de la representación para reintegrarla a continuación en un universo que controlo", comenta el narrador en un momento dado. ¿El dibujo como medio para escapar a los miedos?
Diario de un fantasma es un trabajo difícil, un cómic lleno de esas aristas, formales y conceptuales, que suelen aparecer en los trabajos del francés, aunque expresadas probablemente desde un punto de vista más íntimo y personal que en cómics precedentes. Narraciones como ésta, ejercicios intelectuales así de densos, son los que llenan los cauces del cómic (discurso aún en pleno crecimiento, no lo olvidemos) y le hacen fluir en nuevas direcciones. Gusto da bucear en sus aguas.

viernes, diciembre 14, 2007

Música y arte.

En los últimos tiempos, hemos estado de forma recurrente incidiendo en las relaciones del cómic con otros vehículos artísticos, como la pintura o el cine. Vamos hoy a estirar el debate y a recuperar la cuestión interdisciplinar, con motivo de una iniciativa que pudimos disfrutar en nuestra última visita a tierras sajonas, en concreto a la Tate Modern, en Londres.
El hecho es que a algún programador de este museo-saladeturbinas (con director español) se le pasó por la cabeza la idea de establecer relaciones cruzadas entre los fondos pictóricos de su colección y su posible capacidad evocadora (desde un punto de vista abierto y sinestésico). Dicho y hecho: eligieron a una docena de bandas musicales de vanguardia y les pidieron a cada una de ellas que eligiera a su vez un cuadro de la colección y compusiera una "banda sonora" inspirada en ella.
Estos son los resultados. La cosa, así en vivo y en directo (hay unos cascos al lado de cada cuadro para contagiarse del asunto), nos pareció fascinante. Las relaciones cruzadas son verdaderamente sustanciosas y, aunque en algunos casos los resultados son desconcertantes, la amalgama músico-pictórica es muy evocadora. Nuestra selección favorita, el "Circular Breathing", de Union of Knives para los cuadros de Cy Twombly; ¡una mezcla acongojante!. Casi tanto como la página en sí.

Posteriormente, el experimento se abrió al gran público, permitiendo que músicos aficionados (o no) se dejaran llevar por las esencias de la modernidad que llena de pigmentos los muros del museo. Los ganadores han sido Kotki Dwa, con un tema basado en este cuadro de Francis Picabia.
Lo reconocemos, la relación de este post con los cómics está traída un poco por los pelos, pero es que uno de los cuadros seleccionados es de Warhol, ya saben, uno de los maestros del pop-art.

lunes, diciembre 10, 2007

Shenzhen, el canadiense que se aburría en China.

Que los cómics de Guy Deslile nos traen de cabeza lo habrá adivinado cualquiera que se acerque a nuestras páginas de tanto en cuanto. Nos fascinó sobre todo con Pyonyang, ese cómic que discurre entre la crónica de viajes, el relato autobiográfico de cotidianeidad a lo "slice of life" y el humor costumbrista; y que, como se ha señalado en más de una ocasión, sea probablemente el mejor reportaje que uno pueda leer sobre Corea del Norte: esclarecedor como documento antropológico o reportaje de crítica socio-política, divertidísimo y sugerente como cómic.
Shenzhen marcó los pasos a "su secuela" coreana, y anticipó muchas de las características definitorias de aquélla. La solapa de contracubierta presenta el cómic al tiempo que plantea una reflexión interesante:

El cómic contemporáneo se ha reinventado en los últimos años, aumentando espectacularmente tanto su diversidad gráfica como la temática. Guy Delisle ilustra a la perfección esta nueva generación de creadores. A través de un dibujo naif pero preciso Delisle ilustra en Shenzhen una historia a caballo entre la autobiografía y el relato de viajes y comparte con el lector su vida cotidiana en China, entre el humor y el absurdo.

Pues sí, Delisle es uno de esos autores que le hace uno creer en la definitiva madurez del medio artístico que nos ocupa: el de la narración gráfica. Después de años y años nadando en las aguas (limpias pero poco profundas) de la narrativa infantil y/o juvenil y la (vehicular) tira de prensa, aparecen autores como Delisle, Sacco o Guibert and company, para contarnos algo que en otras disciplinas se antojaba obvio: no existen límites genéricos para un vehículo narrativo o, lo que es lo mismo, existe vida más allá de Krypton. Se comenta también que los habitantes de una de esas nuevas galaxias recién descubiertas se alimentan de pequeños acontecimientos y detalles cotidianos, narrados con un trazo tan sencillo como expresivo, como el de Delisle.
Sucede que todo esto ya nos quedó meridianamente claro después de leer Pyonyang (editada en España con anterioridad) y que Shenzhen es un poco más de lo mismo, así que el factor sorpresa deja de ser tal. Parece, además, que en esta obra Delisle refuerza su retórica visual habitual, a base de un entramado más espeso, creando así unas atmósferas más sofocantes y recargadas, frente a aquella, cuyo dibujo se nos antojaba más diáfano y desnudo y minimalista.
Seguramente este aspecto tenga que ver con una filosofía creativa consustancial a Shenzhen: la obra nace y crece desde una sensación clara de aburrimiento y cierto hastío laboral, motivado por la visita obligada de Delisle a China ("Vuelvo a encontrar lo que había olvidado: los olores, la suciedad, el ambiente grisáceo"). Una negatividad que el autor consigue contagiar a base del lamento insistente y cierta ironía condescendiente, que esconde en sus fórmulas humorísticas algunos excesos propios de un observador orgullosamente occidental.
El resultado es una acumulación de anécdotas más o menos dispersas enhebradas con el doble hilo conductor de la monotonía laboral en el estudio de animación y la cuenta atrás para su regreso al París salvador. La misma estrategia que en Pyongyang funcionaba a partir de la crítica política traducida por la sorpresa del irónico observador extranjero, se convierte ahora en un ejercicio menos apasionante de aburrimiento existencial e ironía acumulativa en primera persona. De algún modo, el canadiense es consciente de ello y nos avisa en sus páginas: "Si algún día transformo todas estas anécdotas en imágenes, dará la sensación de que ha sido un viaje estupendo. Supongo que incluso el aburrimiento una vez sacado de contexto, se enaltece y toma finalmente una forma divertida..."
No siempre, en realidad, aunque (no crean que hemos sucumbido a la negatividad del canadiense) Shenzhen es en líneas generales un buen cómic, mucho mejor que la mayoría de los que se publican mes a mes entre las avalanchas editoriales que últimamente no nos dejan sacar la cabeza para tomar aire. Es un tebeo bien dibujado, diferente, por momentos muy divertido e interesante, aunque solo fuera por sus valores culturales. Suena a broma, pero su mayor defecto tiene nombre propio, Pyonyang.

martes, diciembre 04, 2007

Expocómic 2007: espartanos, cómics viejos y ramen con palillos.

A ver como cuento esto para no levantar sarpullidos, ni resultar injusto.
Este sábado pasado, me acerqué a Madrid para, entre otras cosas, acercarme a su vez a Expocómic 2007. Lo cierto es que la feria del cómic de Madrid ha mejorado mucho desde su reemplazamiento en el Pabellón de Convenciones del Recinto ferias de la Casa de Campo, después de su paso por localizaciones mucho menos adecuadas (como aquella en el Centro Conde Duque). Se ha hecho, igualmente, un esfuerzo importante a la hora de atraer editoriales, aumentar la oferta y ofrecer una buena agenda de actividades paralelas.
Pero, sin el ánimo de agraviar en demasía con la comparación, la feria comiquera capitalina sigue a bastante (mucha) distancia de la otra gran convención comiquera del país: el Saló de Barcelona. Por número de stands y novedades, por la cantidad y el renombre de los autores firmantes y conferenciantes y por el recinto en sí, parece que Expocómic aún juega en una liga inferior. No me hagan mohines reprobatorios, somos de los primeros que no nos cansamos de aplaudir cualquier iniciativa comiquera o incitación a la lectura tebeística. Tampoco tenemos el alma de piedra, ni nos excita la crítica como deporte lubricante. Simplemente, constatamos una evidencia, a Expocómic le queda un largo camino por recorrer:
No son de recibo, por ejemplo, esas conferencias al fondo de la nave, entre la masa de visitantes que va vociferando de una caseta a otra, uno chupeteando su regaliz gigante y el otro envainando su katana de madera, en plan mercado popular alborotado. Como la charla que tuvimos el horror de contemplar -oír pudimos oír poco-, con Crisse, Buckingham, D'Israeli, etc. Suponemos que eran ellos, porque, de hecho, después de preguntar a más de diez personas acerca de los conferenciantes, nadie pudo decirnos quiénes eran los que realmente estaban allí sentados. Parece que los espectadores resultaban ser, en su mayoría (excepto en la primera fila), despistados saloneros fatigados que no habían podido dejar pasar la oportunidad inmejorable de una silla vacía, para sentarse con sus colegas a hablar de sus cosas, mientras unos tipos disertaban al fondo (no molestaban tanto en realidad).
Porque el grueso de los visitantes, me darán la razón aquellos de ustedes que estuvieran allí, eran adolescentes disfrazados de sus héroes favoritos, en proceso de celebración freaky-carnavalera; lo cual, ni está mal ni bien, siempre y cuando la fiesta comiquera madrileña no corra el riesgo de perecer engullida por este hecho, convirtiéndose en un sucedáneo o segunda parte del Salón del Manga. Tuvimos en todo momento la extraña sensación de que ambos eventos estaban en realidad organizados para el mismo tipo de lector juvenil de género (no me hagan especificar más); una falsa intuición, quizás, sólo asistimos el sábado, ya decimos.

Las exposiciones, correctas, pero sin alardes, ni espaciales (sin instalaciones o recreaciones contextualizadoras), ni temáticos (interesante la de Buckingham y Saurí, anecdótica la de los primeros cómic americanos en España). Los autores invitados para las firmas en los stands, poquitos (al menos el sábado), muy escasos; además fallaron varios de los más esperados por motivos varios (Olivares, Vermunt, Pasqual Ferry). Menos mal que pudimos ver a Azpiri o
al maestro ahí arriba (su dedicatoria amable valió la visita, en realidad).
Ha habido en este Expocómic, no obstante, algunos detalles que nos han gustado y que no habíamos observado en el Saló: nos ha encantado, por ejemplo, pasear entre la gran canidad de tiendas de segunda mano y cómics antiguos; una gran ocasión para hacerse con ese TBO antiguo que nunca volviste a ver. También recibimos con sorpresa y agrado ese pequeño mostrador en la galería de las exposiciones con originales a la venta: buen material de Buckingham, Ramón Bachs o Víctor Santos, a precios más que correctos.
Además, nos llevamos esta obrita digital, numerada y firmada por Olivares, por 5 euros. No es mal consuelo.

viernes, noviembre 30, 2007

Los héroes en el lienzo, de Anthony Lister.

Después de la anterior sesión, densa y extensa, vamos a aligerar un tanto la carga verbal. No es la primera vez que pretendemos hablar por aquí de relaciones interdiscursivas e influencias cruzadas entre diferentes soportes artísticos. Acuérdense, por ejemplo, de aquel debate acerca del cine comicográfico y el cómic cinematográfico, o de las muy obvias referencias que Lichtenstein tomaba prestadas de la narración gráfica.
De hecho, vamos a hablar de otro pintor, éste, mucho menos conocido: Anthony Lister. No obstante, mientras que el célebre artista pop neoyorquino utilizaba los elementos del cómic como simple materia prima, desnudándolos de significación por un simple proceso de descontextualización y aislamiento, Lister recurre y recrea personajes-iconos perfectamente reconocibles (de un modo más cercano, desde ese punto de vista, a los trabajos del Equipo Crónica). Sus lienzos están habitados por superhéroes como Spiderwoman, Superman o Batwoman, a los que trasforma en "esbozos pictóricos" muy personales, a medio camino entre el graffiti y un expresionismo figurativo lleno de colorido. Son, en definitiva, reinterpretaciones, versiones desmitificadas de la épica tebeística, pasadas por el filtro de los acrílicos "callejeros" de Lister. Un juego divertido el de este artista.



(Vía Adreaxmas)

martes, noviembre 27, 2007

A propósito de Crumb (y IV).

Concluímos la "travesía crumbiana" y lo hacemos retomando uno de esos puntos temáticos básicos en la obra del estadounidense: la confesión autobiográfica; algo que en el caso de Crumb implica dosis ingentes de sarcasmo, autoparodia sin flotador, ironía misógina y complejos y más complejos revelados en primera persona sin pudor alguno: "One of the keys to expressing yourself in your art is to try to break through self-restraint, to see if you can get past that socialized part of your mind, the superego or whatever you call it".
Por forzar la comparación, diríamos que Crumb es una suerte de Woody Allen desatado e hiperhormonado. En el fondo, la suya es la historia del niño ciclotímico y acomplejado que un buen día se venga de sus ofensores por la vía del talento reconocido. Una venganza basada en el abuso de todo aquello que se le había negado con anterioridad: la satisfacción del deseo. Son años de sexo desenfrenado a la luz de la fama, adulterios declarados y un uso indisimulado de la fan como instrumento de placer. Después de un primer periodo en San Francisco con su mujer (1967), invadido por la frustración que le produce no participar de esa ola de amor libre que todo lo invadía, Crumb conoce el éxito con Zap y suelta amarras y cinturones: "My pissant little fame had made my life so completely crazy by this time. I was only able to keep up the cartooning through sheer momentum. Most of my energy was now focused on dealing with the endless procession of hustlers and hangers-on, and getting rid of all this pent-up sex rage. The comics definitely suffered".
Cuenta el estadounidense además en su haber con un valor no discutido: Robert Crumb es uno de los primeros autores de cómic que moderniza el discurso, gracias a este hábil uso de la autorreferencia y la autoconsciencia ficcional que venimos comentando; valores ambos muy representativos de la postmodernidad y claramente extraños al vehículo que nos ocupa, hasta la aparición del genio de Filadelfia. Hace no demasiado hablábamos de ello en aquel número de Anthropos dedicado a la "Metaliteratura y metaficción". Por eso y porque, aunque está muy feo citarse a uno mismo, es del género tonto repetir dos veces lo mismo, soltamos aquí alguno de aquellos párrafos:
Muchas de las historietas de Crumb, son autobiográficas, sin embargo, dentro de su tono provocador, el autor americano no se conforma con la reflexión incisiva o con la recreación esperpéntica de situaciones vitales más o menos heterodoxas. Crumb en su afán por combatir las convenciones sociopolíticas conservadoras más arraigadas en la sociedad, decide plantear sus episodios biográficos en términos de una comunicación directa con el lector. Efectivamente, en muchas de las páginas de este artista, él mismo se dibuja como personaje-narrador (un autor implícito representado a través de su propia caricatura), pero no es menos relevante el papel que Crumb otorga a sus lectores. De hecho, en bastantes ocasiones, el Crumb-personaje establece un diálogo retórico con un lector implícito (no representado), al mismo tiempo que establece todas las marcas propias de un contacto dialógico con ese hipotético interlocutor no ficcional externo (dirige su mirada hacia el lector, fuera del campo visual de la viñeta, recurre a marcas cinéticas propias de una conversación entre dos personas, etc.).
La creación de un confidente ficticio, favorece la sensación de complicidad entre el autor (a través de su alter-ego ficcional, intencionadamente autoparódico y por tanto más digno de crédito en sus argumentaciones críticas) y un hipotético lector; al que Crumb se dirige en todo momento desde una pretendida afinidad ideológica e intelectual, con el fin de hacerle copartícipe de su visión crítica frente a la influencia perniciosa de las instituciones y sectores sociales que son objeto de su crítica. Gracias a este ejercicio de condescendencia compartida, Crumb consigue que el lector, halagado, se sienta impelido a reconsiderar cierta afinidad cómplice para con sus planteamientos; aunque sólo sea por el afán inconsciente de desmarcarse de aquellos individuos e instituciones que representan el polo opuesto.
En todo caso, las historietas de Robert Crumb no son en sí mismas metahistorietas. Es cierto que en sus comics las referencias al proceso creativo son frecuentes, sin embargo, éstas deben entenderse dentro de un proceso catártico más amplio: Crumb reflexiona sobre comics, se dibuja haciendo comics, del mismo modo que habla de sus mujeres o de sus crisis de fe; simplemente, porque todo ello nutre de savia su peripecia vital. Crumb recurre al metacómic como herramienta funcional para llevar a buen puerto su concepto de arte crítico y comprometido.


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viernes, noviembre 23, 2007

Recuerdos de Bardín.

A estas alturas no hay quien no sepa ya la noticia de la semana, del mes, del año, quizás. De hecho, noto en los últimos tiempos que parte de las visitas primerizas que llegan a este blog lo hacen vía aquella mini-reseña que le dedicamos a Bardín el Superrealista en FHM hace más de un año.


Para ellos, para los que no se enteraron en su día y para los completistas, queremos recordarles aquel largo monográfico de Tebeos en Palabras que le dedicamos a Max y a su pequeño intelectual cabezón existencial. En él se incluían, un análisis del Bardín dentro del conjunto de la obra de su creador, un perfil biográfico suyo y, para terminar, una interesantísima entrevista a Max, por parte de don Pepo Pérez estas dos últimas (los artistas cara a cara). Bien vale la cosa una lectura (o relectura). Pinchen en la imagen para descargarse el pdf.
No se vayan muy lejos que volvemos con Crumb para finiquitar la serie, en breve.

miércoles, noviembre 21, 2007

Malas nuevas para nuestras letras y pantallas.


Cierto es que aquí solemos hablar de cómics y también lo es que acabamos de postear ahora mismo, pero,casi a la vez, nos enteramos de una noticia luctuosa que nos deja tristes y un poco apagados. Permítanme que rompa inercias y hábitos blogueros para dedicarle un pequeño homenaje (vía Vizcarra) a este señor que tanto nos ha hecho disfrutar. Echaremos de menos su presencia... y su voz.

Un paréntesis vinculante.

Pues eso, un interludio "crumbiano" (momentáneo) para engordar los blogs de autor de la derecha. Cuatro incorporaciones con aire cosmopolita; añadimos...
Al italiano Gipi porque es uno de los autores que más n0s gusta últimamente. Porque, aunque su blog se actualice con cuentagotas, sus obras no dejan de aparecer en nuestro país y nunca, nunca, decepcionan. Porque sus acuarelas son trasparentes y llenan de hermoso simbolismo la contundencia vital de sus historias. Y, en definitiva, porque es un placer disfrutar de sus trabajos y proyectos al margen de la ley editorial y en primerísima persona. ¿No es suficiente?

A los franceses Dupuy y Berberian por formar parte de esa parte de autores franceses que decidió que el cómic no era sólo una cuestión de álbums seriados para jóvenes lectores. Por ser los creadores de ese alterego de treintañero que es el Señor Jean (y por su portera, qué diablos) y por enseñarnos y enseñarse en el proceso de creación, con un título tan necesario como Diario de un álbum; la cuadratura de la metaviñeta. Y, por supuesto, por dejarnos mirar más allá de la línea a través de su página (no exactamente un blog). Un lugar privado hecho público de la mano y por la gracia de estos dos tipos, referentes en realidad, de aquella bande dessinee.

Al español Beroy, por su exitosa reaparición desde un Octubre cualquiera (aunque nunca se fuera). Por su barroquismo de ilustración antigua, por el misterio agazapado detrás de cada viñeta y por los secretos de su dibujo minucioso. Por sorprendernos hace ya más de 15 años en Cimoc y Cairo con unas historias que no se parecían a nadie, unas páginas que surgían como los misterios de un sueño febril o de una fiebre soñada, nunca se sabe. Por dejarnos entrar a su casa de proyectos, ideas y proyecciones de futuro.Y, por último, a un estadounidense de espíritu colorido y afanes psicodélicos, el gran Jim Woodring, que tiene un blog tan grande (dos en realidad) como sería de esperar de un tipo grande como él. Por ser un referente del cómic de fantasía surrealista, por su underground optimista y alucinado, por sus "animales sabios" pero felizmente enloquecidos y metamórficos. Por ser el autor de clásicos indiscutibles como Frank o The Book of Jim, y por seguir siendo un niño impredecible con pincel en mano y talento volando. Ah, y por ayudarnos a no perder, del todo, nuestro hilo underground de los últimos tiempos.


jueves, noviembre 15, 2007

A propósito de Crumb (III).

A propósito de Crumb, un buen amigo de este blog como Choko, hacía la siguiente reflexión en los comentarios del último post: "[c]urioso, nunca me imaginé a Crumb como parte del movimiento hippy, más bien como un observador marciano de todo, no me lo imagino queriendo ir a San Francisco con algunas flores en el pelo... (a no ser que eso le dejara la oportunidad de subirse a dar una vuelta en el culo de una fornida hippy". No le falta razón. Maticemos, no obstante.
Cierto es que Crumb no parece uno de esos hippies sesenteros, floreados y abducidos por las odas alucinadas de Ginsberg y los salmos exaltados de Timothy Leary. Pero Crumb estuvo allí y estuvo en San Francisco (aunque sus áreas de acción discurrieron entre Cleveland, Europa y Nueva York, inicialmente). Nos referimos a que también el bueno de Crumb, con su aire desgarbado y su carita de pánfilo, se dejó tentar de algún modo por esa ola de libertad y huida hacia adelante que recorría América (ya me entienden): "It was about a month and a half after that I tool LSD. Dana got her LSD from her psychiatrist in a glass vial. I went to work speechless the next day." Como señala Rosenkranz en Rebel Visions, la marihuana y el LSD tienen mucho que ver con el cambio de perspectiva vital en Crumb (estamos en 1965); es entonces cuando empieza a cuestionarse la monogamia como forma de vida y "se lanza en buscar de pastos más verdes". Deja Cleveland y se va a Nueva York, donde a su vez, deja a su mujer.
Como vemos, la onda expansiva del naciente espíritu hippy alcanza de lleno a nuestro dibujante, sin necesidad de túnicas, melenas ondeantes y flores al cuello. Pese a su fracaso neoyorquino (había ido hasta allí para trabajar en Help! -la segunda gran revista de Kurtzman- y nunca llegó a hacerlo), estos años de afectos lisérgicos fueron tremendamente productivos para el dibujante: en cuestión de poco tiempo, pare un buen número de sus clásicos:
...and what a boon to my art (...) It was during that fuzzy period that I recorded in my sketchbook all the main characters I would be using in my comics for the next ten years: Mr. Natural, Flakey Foont, Schuman the Human, the Snoid, Eggs Ackley, tje Vulture Demonesses, Shabno the Shoe-Horn Dog, this one, that one. It was a once-in-a-life-time experience, like a religious vision that changes someone's life, but in my case it was the psychotic manifestation of some grimy part of America's collective unconscious (The Complete Crumb, vol. 4).
Una época de inconsciencia colectiva, no es mala definición para ese periodo que otros han llamado la era del "flower-power". Demasiado para un tipo ordinario como Crumb. Con el rabo entre las piernas, pasada la euforia psicodélica, vuelve a Cleveland, vuelve con su mujer y vuelve a su viejo empleo: "It was a big mistake. I was a coward".
Dos años más tarde (1967), haciendo caso a ese aguijonazo en la conciencia, decide agarrar su vida creativa por los cuernos y se va a San Francisco, junto a dos amigos "errantes". Es su época hippy, vivida junto a hippies, en la ciudad hippy por excelencia. Es la vuelta a la marihuana y al LSD; y es el tiempo de sus cómics más alucinados y psicodélicos ("My comic thing flowered in this fertile environment... I began to submit LSD-inspired strips to underground papers"); y, claro, son los años de ZAP. Encontramos en el repertorio "crumbiano" mucha historia alucinada, diversiones lúdicas, humor dislocado y optimismo efervescente. La época de la sonrisa tonta y del viaje marciano. Una fase sin la cual resulta difícil entender a Crumb, al otro Crumb, el más político y reivindicativo, que veíamos en los posts anteriores, o al Crumb biográfico, que veremos más adelante.
Los neófitos estarán preguntándose, ¿qué tipo de comix pudo inspirar tanta acidez y humareda? Cosas posteriores como éstas:
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A propósito de Crumb (I).
A propósito de Crumb (II).
A propósito de Crumb (IV).