miércoles, enero 06, 2021

2020, Cómics para una pandemia

No ha sido este el mejor de los años para el ciudadano. A base de pandemias y crisis encadenadas, nos hemos dado cuenta de que aquello de no hay mejor noticia que no tener noticias es un axioma perfecto para quienes aspiramos a la normalidad. Pero, como decíamos en nuestro último post, hasta un mal año trae buenas noticias. Los lectores perspicaces que hayan sido capaces de interpretar nuestra sidebar se habrán dado cuenta de que, para nosotros, 2020 será un año inolvidable por la mejor de las razones. En términos viñeteros, este ha sido un año igualmente glorioso. Las penurias aguzan el ingenio y no aplacan el buen hacer editorial, parece. 

La nómina de cómics notables de este curso no ha dejado de crecer hasta el último mes del año (como demuestra alguna de estas reseñas); no hemos tenido la posibilidad de leer todo lo que hubiéramos querido (se nos han quedado en el debe cosas como la última entrega de esa estupenda serie que es Orlando y el juego, de Luis Durán, y lo último de Jaime Martín, o lo de Magius y Nora Krug), pero entre lo leído, hay algunos cómics fantásticos. Allá va nuestra selección sin orden de preferencia: 

Preferencias del sistema (Ponent Mon), de Ugo Bienvenu: El cómic del dibujante, escritor, actor y director de animación Ugo Bienvenu sitúa la acción en un futuro culturalmente fantasmagórico, en el que la acumulación y difusión de información lo es todo (vamos, casi como en este presente que vivimos); un futuro en el que el interés de los bienes culturales depende de su capacidad para obtener reproducciones y difusión, más que de su calidad o su valor cultural intrínseco; un futuro en el que hay que sacrificar Odisea del espacio 2010 o la obra poética de Auden, para dejar espacio en el sistema a las retransmisiones de youtubers y a los posados de instagramers. Lo que más miedo da del cómic de Ugo Bienvenu es que todo cuanto cuenta suena perfectamente plausible. Hay quien le critica por su frialdad extrema, una sobriedad subrayada por el realismo de su dibujo (por algo la editorial que creó en 2018 con Cédric Kpannou y Charles Ameline se llama Réalistes) y por sus colores planos. Pero esa nos parece precisamente la mayor virtud de Preferencias del sistema: su precisión quirúrgica para diseñar un futuro distópico que, al margen del avanzado grado de evolución tecnológica y robótica que plantea, huele a presente en cada viñeta. La puerta a la esperanza de esta historia inclemente y sombría está personificada en la pequeña Isi, una niña que nos recuerda que la cultura, la música, el cine y la poesía podrían llegar a ser nuestros últimos rasgos de humanidad en esta inercia de materialismo consumista a la que nos hemos entregado.

El Humano (La Cúpula), de Diego Agrimbau y Lucas Varela: Aventuras de género. Humanoides, astronautas en hibernación y un planeta al borde de la extinción son los ingredientes de una historia de ciencia ficción en estado puro. Robert, el científico humano, regresa a la Tierra después de una hibernación orbital de 549.000 años. Su misión, salvaguardar el futuro de la especie humana después de que éstos estuvieran a punto de acabar con el planeta. Este es el punto de partida para las aventuras del protagonista y sus acompañantes robóticos. Como no podía ser de otro modo, detrás del relato de aventuras se esconden reflexiones acerca de la condición humana y su condición depredadora, que conducen a conclusiones desesperanzadas acerca de nuestra naturaleza vírica y destructiva. El nuevo trabajo de este eficiente tándem de autores argentinos puede presumir de un bonita y estilizada línea clara (en la mejor tradición de la escuela de Bruselas) y de un pulso narrativo vibrante que no abandona el relato hasta su sorprendente giro final.

Devastación (Alpha Decay), de Julia Gfrörer: Una rata le muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Devastación, el insólito cómic de Julia Gfrörer. Su estilo nos remite a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus cómics, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad, a un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes. La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Devastación la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. 

Del Trastévere al paraíso (Reservoir Books), de Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya: Continúa Hernández Cava (el gran guionista del cómic español) reconstruyendo el imaginario progresista del siglo XX, desde la lucidez democrática y con una mirada crítica y reflexiva hacia la barbarie de los totalitarismos y los extremismos. Se enfrenta en esta ocasión a uno de los episodios más turbios que acompañaron a las revueltas juveniles universitarias del 68 en buena parte de Europa: el surgimiento de facciones terroristas de inspiración anarquista, compuestas, en muchos casos, por jóvenes apenas mayores de edad. Valeria Stoppa, la protagonista de Del Trastévere al paraíso, fue una de aquellas adolescentes que se dejó cegar por el discurso del odio y la cosificación del adversario hasta integrarse en una de esas células terroristas que fueron germen de las Brigadas Rojas italianas. Ahora, desde su madurez, reflexiona acerca de una vida perdida y pone en duda sus propias convicciones de juventud. El dibujo evocador de Antonia Santolaya, con un trazo suelto cercano al esbozo y colores expresionistas, construye una mirada nostálgica y desesperanzada hacia el pasado de una juventud desperdiciada.

Verdad (Liana Editorial), de Lorena Canottiere: El dibujo de Canottiere en Verdad es deslumbrante, con un empleo luminoso y sorprendente del color. Su expresionismo cromático parece ilustrar recuerdos y sensaciones más que una representación de realidad. Las imágenes evocadoras nos acercan a la historia, las historias más bien, que componen la biografía de la joven protagonista que da título al cómic (un nombre propio anómalo, Verdad, cargado de connotaciones e intenciones). El relato serpentea desde el pasado hacia el presente: la niñez de Verdad con su abuela, a la sombra de una madre desaparecida; su lucha en la Guerra Civil Española contra el fascismo; su renuencia a la derrota viviendo en el monte como un maqui... Y todas esas vidas empujan en una misma dirección, confluyen en un mismo anhelo: la búsqueda (utópica) de la libertad. El deseo irrefrenable de la protagonista de construir su propia existencia, sin ataduras, sin dependencias. En ese impulso, la lucha contra Franco, la vida en soledad en la naturaleza o la resonancia lejana, casi mítica, de Monte Veritá (la colonia hippy a la que se escapó su madre) funcionan como escenarios simbólicos e ideales de ese sueño imposible de libertad. Verdad es un cómic con muchas lecturas y, sobre todo, es un verdadero goce visual. 

La esperanza pese a todo. Segunda parte (Dibbuks), de Èmile Bravo: Èmile Bravo sigue embarcado en su tarea de transformar una serie que nació con vocación cómica y para un público infantil en un cómic adulto con conciencia histórica y voluntad política. El segundo volumen de La esperanza pese a todo (de los cuatro que conformarán la saga) continúa la epopeya de Spirou y Fantasio en el contexto de la Bélgica ocupada y colaboracionista durante la Segunda Guerra Mundial. Y Bravo no duda en meter a sus personajes en todos los charcos posibles. Desde la rectitud moral del niño Spirou y la inconsciencia sin malicia de su amigo Fantasio, el dibujante francés plantea una serie de interrogantes éticos acerca la implicación de ciertos países aliados (como Bélgica y Francia) en la contienda; cuestionando además aspectos como el papel de la iglesia o la actitud xenófoba y supremacista del nacionalismo flamenco. Sin abandonar nunca el espíritu original del personaje y su dinamismo aventurero, La esperanza pese a todo plantea una relectura audaz y madura de una de las series clásicas del cómic europeo. La mejor línea clara franco-belga del momento.

Blueberry. Rencor apache (Norma Editorial), de Joann Sfar y Christophe Blain: Mucho de lo dicho en la entrada anterior valdría para reseñar esta revisión de otro clásico del cómic europeo como es las aventuras del Teniente Blueberry, desde el respeto a la creación original de Charlier y Giraud, pero con buenas dosis de atrevimiento e innovación. Dos de los grandes autores del cómic actual se embarcan en una reconstrucción del western a partir del espíritu original de un personaje y una serie que nacieron con un tono fordiano, pero que, en esta nueva entrega, se acercan más a la violencia naturalista y el austero psicologismo de Peckinpah y Sergio Leone, respectivamente. El guion de Sfar desarrolla un episodio de violencia que amenaza con desbaratar la frágil paz que garantiza la convivencia entre los colonos, el ejército de caballería y los Apaches. La historia avanza firme con una tensión creciente, al mismo tiempo que va introduciendo nuevos ingredientes y personajes en la trama. Blain, que ya le había dado una patada al género en su estupenda serie Gus, lleva a su terreno con asombrosa maestría el estilo original de Giraud (aka Moebius) para construir una galería de personajes llenos de matices y dobleces morales. Y, de fondo, la bastedad de un paisaje infinito y reconocible por todo buen aficionado al género. Nos podemos esperar a la siguiente entrega.

La cólera (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: el de la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos que asedian la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia... Avanza el argumento de La colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que el relato se detiene en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media. Después del desconcierto inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos.

Un tributo a la tierra (Reservoir Books), de Joe Sacco: La obra de Sacco tiene la cualidad de abrumar al lector. La cantidad de información y el minucioso proceso de documentación que hay detrás de cada uno de sus cómics hacen de ellos una fuente de conocimiento exhaustiva sobre la realidad geopolítica del mundo en el momento concreto de su publicación. Además, en cada nuevo trabajo, el dibujo de Sacco se ha ido enriqueciendo en matices, en una evolución hacia un realismo lleno de texturas que, por un lado, remite al detalle de la ilustración xilográfica clásica, pero que nunca ha abandonado la herencia underground de la que se alimenta la obra de Sacco desde sus orígenes. Por su temática, pudiera parecer que Un tributo a la tierra se aparta de esa línea de periodismo bélico que define la producción del autor, sin embargo, aunque es cierto que la acción de este cómic no se sitúa en medio de una guerra o una zona en conflicto armado, sus páginas también describen un enfrentamiento; un desafío, cruento en muchos casos, del que seguramente depende el futuro de la humanidad: el de la naturaleza frente al dedsarrollo económico. El cómic arranca con una mirada hacia los usos y costumbres de las tribus indígenas del norte de Canadá, que mantuvieron sus formas de vida nómada prácticamente hasta finales del siglo XX. Aquella difícil existencia casi extinguida contrasta dramáticamente con la actual explotación petrolífera de las reservas originales y la adaptación de los nativos al trabajo en las mismas y a los modos de vida occidental. Una adaptación, en muchos casos impuesta por las administraciones políticas y las autoridades religiosas del país. Un tributo a la tierra es un reportaje acerca del cambio climático y la explotación de los recursos naturales, sí, pero también una mirada sincera a la vida difícil de unos pueblos cuya subsistencia depende de esa misma evolución que poco a poco va enterrando sus propias raices. Una vez más, Sacco lleva a cabo un ejercicio magistral de investigación periodística que confía en la inteligencia del lector para penetrar en las zonas grises de la historia. 

Tatsumi (Satori Ediciones), de Yoshihiro Tatsumi: La editorial Satori (especializada en cultura y literatura japonesa) acaba de publicar Tatsumi, un cómic en el que se recopilan algunas de las mejores historias cortas del maestro japonés publicadas entre 1970 y 1972. Los relatos seleccionados (varios de los cuales ya habíamos tenido la oportunidad de leer en nuestro país en las publicaciones de La Cúpula) sintetizan con transparencia la poética del autor y resumen muchos de sus lugares comunes: la sombra alienante de la gran ciudad (“Cría”, “La montaña de los viejos abandonados en Tokio”), la soledad del trabajador asalariado en su lucha por una subsistencia precaria (“Escorpión”, “Querido Monkey”, “La campana fúnebre”), la sexualidad disfuncional como metáfora de la inadaptación social (“Ocupado”, “La primera vez de un hombre”), los estigmas afectivos y las cicatrices de la participación en el bando derrotado de la Segunda Guerra Mundial (“Infierno”, “Goodbye”), etc. Como sucede a lo largo de toda su producción, muchos de los episodios recogidos en este volumen incluyen elementos de naturaleza autobiográfica. En algunas de sus historias, Tatsumi apenas se esconde detrás de sus personajes. Este volumen será una buena introducción para todos aquellos que aún no conozcan al mangaka. La selección de relatos incluye algunas de sus historias cortas más singulares y conmovedoras, como “Infierno”, “Querido Monkey” o “Goodbye”. Además, gracias a los textos que acompañan a la edición (al “Epílogo” del propio Tatsumi se une una “Breve nota biográfica”, no tan breve, y un estudio “Sobre las historias publicadas en el presente volumen”) el lector será capaz de profundizar en la figura y obra de uno de los maestros del manga: el padre del gekiga.

La soledad del dibujante (Sapristi), de Adrian Tomine: Cuando uno de los dibujantes más célebres y admirados del planeta cómic decide aparcar cualquier tipo de autocomplacencia y quedarse en pelota picada creativa delante de sus lectores, puede surgir algo tan honesto y sugerente como La soledad del dibujante (el personal homenaje de Adrian Tomine a la célebre novela de Allan Silitoe). Aunque en su recuento de humillaciones y situaciones embarazosas Tomine abusa de cierto patetismo autocompasivo, lo cierto es que su cómic es realmente divertido. Observar bajo la lupa los complejos y las decepciones de uno de los genios más precoces del medio no deja de ser una lección de humanidad. El formato elegido para la edición del cómic encaja como un guante con esa mismo búsqueda de sencillez y espontaneidad: el de una pequeña libreta Moleskine de cubiertas negras y hojas cuadriculadas (la edición estadounidense incorpora incluso la goma negra de cierre que las caracteriza). Todo funciona en La soledad del dibujante, lo de dentro y lo de fuera. Tomine sigue manteniendo aquel realismo de línea clara que le hizo célebre, aunque su estilo parezca ahora más espontáneo y depurado; y aquellos finales repentinos e inesperados que hicieron de él el Carver del cómic se han convertido en La soledad del dibujante en los gags ocurrentes de un autor que se sabe tocado por el éxito y el talento (aunque en este cómic se empeñe en disfrazarlos a base de humildad, timidez y un fino sentido del humor). 

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (Gallo Nero Ediciones), de Shin'ichi Abe: Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage autobiográfico. Lo cierto es que Abe es un autor extraño en sí mismo, diferente. Pertenece, junto a Oji Suzuki o Seiichi Hayashi, a ese grupo escogido de autores japoneses que, bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge, publicaron en la revista alternativa Garo mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. Como hace Abe en los relatos de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad, muchas veces fragmentarias y profundamente críptica en su subjetividad. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir solitarias vidas precarias. Las poéticas imágenes de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma rostros y movimientos con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una secuenciación convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus historias de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones. 

A través (Pípala), de Tom Haugomat: Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el libro teórico que han publicado la Universidad de León y Trea este año, parece pensado para explicar una obra como la de Haugomat. Es un libro con pocos dibujos y menos texto, pero cuenta muchísimas cosas: una vida entera, de hecho. Lo hace combinando de forma sistemática dos puntos de vista de vista complementarios que crean una rutina secuencial: la mirada subjetiva de su protagonista aparece siempre continuada por el plano general que la explica. Así, a través de los ojos del personaje principal, asistimos a los instantes decisivos de su biografía y, junto a él, pasamos el tiempo de una vida. Las figuras minimalistas sin rostro de A través, sus paisajes evocadores y sus colores planos nos remiten a la ilustración estadounidense de los años 50-60, a aquellos diseños estilizados y utilitarios que abundaban en los magazines más elegantes y sofisticados de la época. Y, sin embargo, pese a esa frialdad aparente, el libro ilustrado/cómic de Haugomat está paradójicamente lleno de emoción y poesía; una lectura rápida de esas que dejan poso y apetece releer de vez en cuando. Un hallazgo.

Regreso al Edén (Astiberri), de Paco Roca: Vuelve quien seguramente es el autor más popular del cómic español reciente y lo hace a lo grande. Regreso al edén continúa indagando en esos procesos de reconstrucción de la memoria, biográfica, familiar e histórica, que ya había explorado en La casa. En este caso, el rastreo del pasado toma como punto de partida tres fotografías, que le sirven al autor para hacer la radiografía de una de tantas familias que vivieron la postguerra española entre penurias y privaciones de todo tipo. La familia elegida es la de su madre Antonia y, a través de su figura, la de sus padres y hermanos, se nos ofrece también el retrato fotográfico de una España que vivía uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. En realidad, el dibujo de Paco Roca tiene también cierta cualidad fotográfica a la hora de capturar con precisión los aspectos básicos de la realidad; pareciera que ningún detalle esencial se escapara a su trazo. En Regreso al edén, además, el autor continúa explorando en las posibilidades simbólicas y narrativas de un lenguaje que domina como pocos otros dibujantes. Este cómic vuelve a demostrar que Paco Roca es un autor en constante crecimiento y, parece, en perpetuo estado de gracia.

Mis cien demonios (Reservoir Books), de Lynda Barry: Es imposible no claudicar ante el estilo naif de Lynda Barry y la honestidad confesional de sus historias. En Mis cien demonios, la autora aborda el género del slice of life desde un original recuento de sus miedos y complejos infantiles. En el prólogo del libro, Barry confiesa cómo decidió inspirarse en los demonios (onis) de un rollo japonés del siglo XVI para elaborar su propia lista de "monstruos" personales a partir de sus recuerdos infantiles y adolescentes. En su enumeración variopinta se cuelan objetos, rasgos de su personalidad y referencias simbólicas a momentos concretos y obsesiones insistentes que, de alguna manera, dejaron una huella en su biografía y marcaron su personalidad posterior: su descoordinada forma de bailar, las discusiones constantes con su madre, la muerte de algún amigo, el olor de su hogar, su apego fetichista a ciertos objetos de la infancia... Mis cien demonios es la prueba palpable de que algunos autores elegidos pueden llegar a resumir toda la complejidad de la existencia en el espacio humilde de una anécdota infantil. El lenguaje sencillo de Barry y el candor infantil sus ilustraciones encierran momentos reveladores y una emoción verdadera que se contagia al lector casi desde las primeras páginas. Un cómic para todos los públicos que difícilmente decepcionará a nadie.

Mono de trapo (Barrett), de Tony Millionaire: Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En toda su producción, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc. Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. 

Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel), de Nathan Cowdry: Los personajes de Cowdry son simplemente adorables. El achuchable perrito algodonoso y las bellas muchachas de formas redondeadas que protagonizan Rosie en la jungla tienen cierto aire disneyano, aunque en su diseño se observan también influencias del manga y del surrealismo pop big eyes. Sin embargo, lo que parecería la materia prima adecuada para una historia infantil o un relato de shojo manga, en manos de Cowdry sirve para construir un cómic de jóvenes traficantes de droga, mascotas que utilizan sus estómagos como mula y agresivas bragas parlanchinas dispuestas a matar y morir por un puñado de libras. Sexo duro, violencia y transgresión en un envoltorio de caramelo. Perturbador y fascinante a partes iguales. Como señala alguien en la faldilla promocional del libro, la experiencia de leer Rosie en la jungla se parece un poco a ver una película porno por primera vez. A ratos, uno intenta mirar para otro lado, pero no hay manera.

jueves, diciembre 24, 2020

Verano indio, de Joaquín López Cruces. Viajar con dibujos

Hasta un año aciago trae alguna buena noticias. No hay más que ver el asombroso muestrario de cómics que nos ha deparado este 2020 (intentaremos dar debida cuenta de él en nuestro habitual repaso a lo mejor del año del Día de Reyes).

Una de esas buenas noticias es que, después de mucho tiempo, hemos vuelto a tener noticias artísticas de nuestro buen amigo don Joaquín López Cruces. Por partida doble. Nos sorprendió encontrarnos con él en las entregas de La residencia de historietistas, jugando a los espejos con Javier Olivares. Y nos ha encantado poder leer Verano indio, su nuevo cuaderno de viajes ilustrado.

Nos maravillan los viajeros capaces de fotografiar la realidad con un lápiz. Esos artistas que dibujan sus aventuras exploratorias en un diario de abordo. Verano indio sigue la misma vereda de Por el camino yo me entretengo, el librito de viajes que el añorado Paco Camarasa editó en 2008, o Cuaderno de Vietnam. En aquellas obras, López Cruces ilustraba sus viajes a países como Uganda, Egipto o Chile, en el primer caso, y a Vietnam y Camboya, en el segundo; en este nuevo librito, publicado por Libros de Autoengaño, el autor nos deja acompañarle por el viaje a la India que realizó hace ocho años: “En 2012, Lucía me pidió que la acompañara en un viaje del que esperaba obtener tanto salud como negocios. En este cuaderno, más un pequeño diario que un libro de aventuras, fui anotando y dibujando aquellos días. Sólo para no olvidar.”


De Joaquín solemos decir, medio en broma medio en serio, que es el “último romántico del cómic español”. Su delicado realismo de filigrana finísima no ha perdido la frescura poética que tenía ya en aquellos lejanos tiempos de exploración y vanguardia que él y otros artífices del nuevo cómic español alumbraron en publicaciones como Madriz o Cairo. Da lo mismo lo que dibuje, sus trazos siempre esconden un gesto poético y una mirada nostálgica.

“No son ni el libro ni el viaje más alegres del mundo, pero creo que te gustará”, me confesaba el autor cuando le pedí que me lo dedicara. Es cierto. Como se anuncia en la contraportada, “El viaje traerá a la vez pérdida y aprendizaje”. Cuando uno termina de leer Verano indio (nos gusta el guiño a Manara), no tiene la sensación de que el autor y su acompañante hayan vivido una de esas experiencias extáticas de las que suelen presumir los viajeros (con visa) que vuelven de la India transformados e irradiando espiritualidad. Más bien, todo lo contrario. El diario transmite la fascinación del viajero, el deslumbramiento cultural, pero también un poso de incomprensión e incomodidad, tanto por el choque de culturas como por las incomodidades coyunturales de un viaje que no siempre pareció feliz.

 

El texto y las imágenes se funden con naturalidad en Verano indio. Y López Cruces demuestra, una vez más que, además de un ojo atento al detalle y una prosa amena, tiene esa rara habilidad de capturar la complejidad de la existencia y todas sus arquitecturas con un dibujo exuberante y cargado de detalles, pero tan nítido y espontáneo como un esbozo a mano alzada. Una pequeña joya.

lunes, noviembre 23, 2020

Mono de trapo, de Tony Millionaire. La juguetería mágica (en ABC Color)

Afirman desde la editorial sevillana Barrett que sólo publican un libro infantil y un cómic al año. Ojalá mantengan siempre el nivel de la antología de Mono de trapo que acaban de editar este 2020. Palabras mayores. Por el continente en sí, una preciosa edición limitada de pastas duras que combina con acierto el blanco y negro con el color, y por el contenido: una de las obras de referencia del estadounidense Scott Richardson, más conocido como Tony Millionaire; uno de los dibujantes y guionistas más heterodoxos y fascinantes del cómic actual.

Dentro de aquella generación de autores independientes que irrumpieron en Estados Unidos a mediados de los 90, a caballo entre la edición en papel, los blogs y el webcómic (los Kochalka, Arkham, Shaw, Weing, etc.), Millionaire fue uno de los que más éxito y reconocimiento tuvo gracias a la multipremiada Maakies; su celebrada y enloquecida galería de "animales sabios" que nació como tira de prensa para el New York Press en 1994. Luego llegarían sus series Billy avellanas (editado en español por La Cúpula en 2007) y Mono de trapo (que vio en nuestro país una primera edición parcial a cargo de la Editorial Rossell en 2008), en las que “recicla” y adapta algunos de los personajes aparecidos en sus tiras.  

Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En su estilo encontramos huellas del underground más sofisticado y abigarrado de Robert Crumb, efectivamente, pero su empleo minucioso de las tramas y del rayado demuestra también una influencia de la ilustración decimonónica y los grabados xilográficos de Tenniel o Cruikshank; o de pioneros del cómic como Winsor McCay o Lyonel Feininger. En su actualización de lo gótico y de lo macabro (una original combinación de tópicos y parajes románticos junto a referencias a la cuentística popular) y en su construcción de personajes antropomórficos podemos ver también la huella de ilustradores como Gorey o Sendak.


En toda su producción, desde sus cómics a sus películas de animación, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. El propio Millionaire se encarga de cultivar esa imagen de chamarilero loco. No hay más que rastrear las fotos que de él circulan por Internet: tan pronto aparece con un smoking de gala con chorreras imposibles, como disfrazado de guerrero carnavalesco, con melenaza y casco alado con pico de pato. Ese es el espíritu que preside sus cómics: un espacio mágico en el que conviven lo extravagante y lo inesperado, las referencias infantiles con temas y contenidos claramente adultos. La Villa Kunterbunt de Pippi Langstrum filtrada por el oscuro realismo mágico de Tim Burton. 

Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc.


Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. Cada página del cómic nos remite a ese pasado que sólo sobrevive en ilustraciones y fotografías sepias. Cuando Millionaire decide añadir un texto al pie de cada página, está apuntando directamente a los grabados del siglo XIX; de este modo, la página funciona, no sólo como parte de una secuencia, sino como una unidad en sí misma que nos recuerda a viejas ilustraciones llenas de encanto. De este ejercicio de nostalgia que enhebra el imaginario infantil tradicional con el tenebrismo de las historias góticas nace la narrativa mágica y el riquísimo imaginario gráfico de Tony Millionaire.


Junto a los ocho episodios alrededor de las aventuras de Tío Gabby y Señor Cuervo, la antología de Barrett incluye tres capítulos más (dos de ellos en color): "El pomo de cristal" (construido como un cuento ilustrado), "El episodio de Pulgadas" y el brillante cierre que supone "Tío Gabby"; un pequeño relato en sí mismo, que nos habla de los anhelos imposibles de la infancia perdida, y que consigue cerrar el círculo de forma emocionante.

No exageramos si decimos que Mono de trapo es uno de los acontecimientos viñeteros de este año complicado. Un libro que nos invita a huir de la realidad para refugiarnos en el desván de la infancia y los recovecos de la nostalgia. 

____________________________________________ 

Y así ha quedado la cosa en la edición impresa del cultural dominical del periódico paraguayo ABC Color

lunes, noviembre 02, 2020

Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado. Entre el cómic y la ilustración

Sigue la Universidad de León, con José Manuel Trabado Cabado al frente, haciendo una labor impagable en su empeño de impulsar los estudios académicos en torno al cómic y su historia. En esta ocasión, para la publicación de Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado la Universidad ha colaborado con la editorial asturiana Trea, que cuenta con un más que interesante catálogo sobre estudios académicos de las más diversas áreas y materias. Trabado ha planteado este estudio colectivo como una incursión en el análisis de las intersecciones y territorios afines entre los lenguajes del cómic y de la ilustración. Entre la nómina de participantes, que han colaborado bajo el paraguas académico que proporciona Greconagra (Grupo de Estudios sobre Cómic y Narración Gráfica). En el índice de participantez encontramos algunos de los nombres más importantes de la investigación comicográfica reciente, como Roberto Bartual, Inés González Cabeza o el propio José Manuel Trabado Cabado, quien participa con un estupendo estudio dedicado a las incursiones de Neil Gaiman y Art Spiegelman en el campo de la ilustración infantil.


Como pueden ver en este índice, una vez más, la Universidad de León nos ha invitado a participar en el volumen con un estudio acerca de la figura de uno de los ilustradores más relevantes e influyentes del siglo XX: el británico Raymond Briggs. Hemos tenido la oportunidad de releer sus obras más importantes y acercarnos a trabajos que desconocíamos; hemos profundizado en los vínculos estrechos entre su obra y su biografía, analizando la evolución de una poética que no dejó de enriquecerse a lo largo de su vida y de su evolución como autor. El título de nuestro ensayo, Una industria llamada Raymond Briggs, se explica por la capacidad que sus libros han tenido para desbordar cualquier tipo de género, audiencia e incluso vehículo discursivo. Difícilmente encontraremos un autor mas exitoso y adaptado (interdiscursivamente) que Briggs; y difícilmente hallaremos un autor de su relevancia al que se le haya dedicado menos atención académica. Con nuestro ensayo esperamos añadir un pequeño aporte, por lo que respecta al menos a su difusión y estudio desde la crítica en español.

Les dejamos ahora con la información promocional proporcionada por el propio coordinador del volumen:

El presente libro pretende mostrar un diálogo entre dos formas de narración gráfica —el álbum ilustrado y el cómic— que pertenecen a tradiciones diferentes y que han poseído, también, una consideración cultural muy dispar. Sin embargo, es posible rastrear numerosos puntos de encuentro que sirven para ilustrar parcelas menos atendidas de la la obra de autores consagrados dentro del panorama de la novela gráfica. En esa intersección de formas y poéticas se instalan ejemplos refractarios a la clasificación estricta. Estas páginas surgen de la voluntad de documentar una necesidad de contar que desborda y enriquece los moldes formales.



sábado, octubre 24, 2020

Tatsumi, de Yoshihiro Tatsumi, en Culturamas

Nos acercamos de nuevo a Culturamas, nuestra revista online de cabecera, para reseñar Tatsumi, el cómic que Satori Ediciones acaba de publicar recopilando algunas de las mejores historias cortas del maestro del manga y padre del género gekiga Yoshihiro Tatsumi. Aprovechando la buena nueva, repasamos fugazmente la producción del mangaka e intentamos poner su figura en relieve dentro de la historia del manga y del cómic en general.

Les dejamos aquí con el comienzo de nuestro texto. Más en: "Tatsumi, de Yoshihiro Tatsumi. La confirmación de un clásico"

Tengo la sensación de que nos ha costado aprender a querer a Yoshihiro Tatsumi en occidente. Y eso que fue uno de los primeros mangakas reputados de los que tuvimos noticias. En nuestro país, relativamente pronto. Probablemente fue el primer autor de manga publicado en español. Sus historias aparecieron en El Víbora a comienzos de los 80. Luego, en 1982, La Cúpula recopilaría algunos de aquellos relatos cortos que venía publicando en su revista en el cómic Qué triste es la vida y otras historias (que sin duda hoy definiríamos como «novela gráfica»).

Pese a ello, el impacto de Tatsumi no alcanzó ni de lejos la repercusión que tuvieron algunos de sus compatriotas editados a lo largo de la siguiente década en publicaciones similares. Su realismo, el tono oscuro y desesperanzado de sus relatos, no consiguió cautivar a las audiencias occidentales como luego harían otros dibujantes de manga adulto como Katsuhiro Otomo con su exuberancia cinética ciberpunk o Jiro Taniguchi y el realismo contemplativo de obras como El caminante o El almanaque de mi padre. El sobrio costumbrismo existencial de Tatsumi no estaba envuelto en el halo misterioso y las resonancias míticas que acompañaban a mangakas como Yoshiharu Tsuge o Shigeru Mizuki, cuyo eco llegaba a occidente a través de menciones bibliográficas y referencias en antologías, incluso antes de haber sido publicados fuera de Japón.



domingo, octubre 11, 2020

Sobre el coleccionismo (continuación) y el tamaño de Robbins

Cuando les contábamos el otro día algunos caminos para iniciarse en el mundo del coleccionismo de originales, sin hipotecar el ajuar de la abuela, se nos olvidaron dos o tres detalles.

No mencionamos, por ejemplo, lo interesante que es siempre visitar las webs oficiales de los propios autores para obtener su arte obviando comisiones y mediadores. Es cierto que las páginas de algunos creadores consagrados muy apetitosos siguen teniendo precios difíciles de asumir, sin embargo, otros muchos están abiertos a aceptar encargos (comissions) o directamente ponen sus originales en venta a precios asumibles. Vean, por ejemplo, las estupendas recreaciones-homenaje que está vendiendo últimamente el reciente triunfador del Premio ACDCómic 2019 y candidato número uno al Premio Nacional de Cómic, Pep Brocal; a un precio imbatible, por cierto. Aunque alguno de estos autores a los que nos referimos venden su arte directamente desde sus páginas, otros prefieren recurrir a plataformas como Etsy para sacar a la luz su trabajo; es todo un entretenimiento dedicarse un rato a navegar por la plataforma en busca de nombres consagrados o futuras promesas (les recomendamos tener prudencia con Etsy, no obstante, ya que abundan los tributos y las reproducciones que se anuncian con la etiqueta "original").

Para obtener un cuadro amplio del mercado de originales online de autores y galerías, les recomendamos que visiten la estupenda recopilación de links y direcciones que ha reunido Rafael Amat (autor y uno de los grandes coleccionistas de nuestro país) en su página web ARTCÓMICenventa

El otro día mencionamos también Heritage Auctions, la casa subastas estadounidense que podía llegar a cobrarle a uno (literalmente) más por los costes de envío y manipulación que por la obra original. Pero se nos olvidó hablar de Catawiki, otra casa de subastas online que ha venido a ocupar una parte del espacio que los coleccionistas-vendedores de ebay han dejado libre, con esa falta de salida de originales al mercado que mencionábamos el otro día. La política de Catawiki es la de mantener abiertas varias subastas simultáneas organizadas temáticamente (originales europeos, originales de cómics estadounidenses, planchas eróticas, subasta Disney, etc.).

Si se le dedica tiempo y se está dispuesto a correr ciertos riesgos, en Catawiki se pueden obtener páginas originales a precios muy interesantes; y si suena la flauta y la subasta en concreto muestra poca actividad, uno puede hacerse incluso con algún chollo. Además, como la mayoría de las subastas están organizadas por curadores europeos, los gastos de envío resultan mucho más razonables que los de Heritage Auctions (aparte de que se anticipan con claridad en la hoja de puja).

En una subasta reciente de Catawiki hemos conseguido una tira de un autor al que llevábamos siguiendo algún tiempo en busca de una "oportunidad" ventajosa. Frank Robbins no tiene tanto nombre como Milton Caniff o Alex Toth, pero pertenece a esa misma escuela de autores estadounidenses, técnicamente superdotados, que renovaron el lenguaje visual del cómic de aventuras en sus tiras de prensa, gracias a la introducción de recursos cinematográficos (iluminación, planificación, angulaciones, etc.). Aunque no fue tan celebrada como el Terry y los piratas de Caniff, la serie Johnny Hazard, de Robbins, fue tremendamente popular durante los años 40-60. A esta serie pertenece la tira de Robbins que obtuvimos recientemente por unos 60€ (a los que tuvimos que sumar los gastos de envío). Es un ejemplo muy tardío de la serie (sólo tres años antes de su cancelación) y no es espectacular ni especialmente representativa (no incluye ninguna de esas escenas de aviación en las que Robbins era un maestro), pero nuestra adquisición muestra algunas de esos rasgos tan cinematográficos que definen a su autor, así como su talento infinito en la condensación temática y la composición de planos:


Una de las cosas que más nos sorprendió cuando nos llegó a casa fue su reducido tamaño. Curioso asunto el de los tamaños de originales. Aunque la historia ofrece infinitos ejemplos que demuestran que cada autor dibuja de una manera y se impone sus propias condiciones por lo que respecta a técnicas y formatos (sobre todo ahora, tras la irrupción de lo digital), lo cierto es que —en Estados Unidos, sobre todo, pero también en el mercado europeo de los álbumes y en el mundo editorial manga— existen multitud de constricciones técnicas que vienen impuestas por las editoriales: cualquiera reconoce las láminas pautadas en ese estandarizado formato cercano al A3 (alrededor de 40 x 30 cm) que Marvel o DC imponían a sus dibujantes. En el caso de los dailies y los sundays eran los syndicates (agencias de distribución) quienes determinaban las condiciones de creación y publicación de los cómics en prensa.

Por ejemplo, la gran mayoría de tiras originales periodísticas a las que hemos tenido acceso estos años mantienen un formato que oscila entre los 12 x 46 cm de McManus y el más estándar 19 x 59 cm de Al Capp, Walter Kelly, Frank King o Milton Caniff; luego están los gigantescos formatos que se estilaban en las tiras de los primeros años, como las de Bud Fisher (de las que hablamos aquí). Con lo que no nos habíamos topado nunca es con una tira de material clásico de un tamaño tan pequeño como el que emplea Robbins en nuestra adquisición más reciente, con un área de dibujo de 11 x 36'5 cm. 

Como ven, en el mundo del coleccionismo el tamaño también importa. Y suele deparar sorpresas.


viernes, septiembre 18, 2020

La burbuja del coleccionismo de páginas originales

Quienes siguen este blog desde sus comienzos saben que el coleccionismo de originales es uno de nuestros vicios confesables. Comenzamos a comprar páginas de cómic y a escribir en esta bitácora casi al mismo tiempo. Mucho ha cambiado el panorama coleccionista desde aquel entonces. Se afirma en el mundillo, seguramente con razón, que la compraventa de cómics originales está viviendo su burbuja particular. Queremos apuntar algunas notas al respecto desde nuestra experiencia personal.

Cuando comenzamos a adquirir originales teníamos claro que no íbamos a hacer grandes dispendios económicos. Ni contábamos con los posibles ni nos apetecía hipotecarnos. Hace quince años, si uno tenía paciencia y le dedicaba tiempo al asunto, podía conseguir páginas de autores clásicos a precios más que interesantes. El camino más fácil era seguir las subastas de ebay de coleccionistas-vendedores y pujar insistentemente con pequeñas cantidades hasta que sonara la flauta. Con esa filosofía nos hicimos con un buen puñado de originales, como contamos en aquella serie de posts que titulamos "Operación 700"; en la que, a lo largo de varios meses, jugamos a adivinar que podíamos comprar con una inversión planificada de 700 eurillos (de los de aquel entonces) que teníamos ahorrados. 

Muchos de aquellos "subastadores" que comenzaban en Ebay son ahora propietarios de algunas de las mejores galerías de originales del mercado. A Scott Eder (con su pseudónimo chesslov en ebay), por ejemplo, le debemos muchas de las piezas de nuestra colección. Su actividad en la casa de subastas ha pasado a ser testimonial, y las piezas que expone en la actualidad en su galería web han dejado de ser tan accesibles como podían llegar a ser en una puja afortunada. Es el signo de los tiempos. El mercado estadounidense, por lo que respecta a proveedores y a las obras en sí, está bastante inflado.

Lo vemos en las frecuentes subastas de la casa de apuestas Heritage Auctions, una de las fuentes más fecundas de salida de originales al mercado. En sus subastas todavía se pueden obtener páginas a precios aceptables, pero si sumamos el Buyer's Premium (la comisión), los gastos de manipulación y envío, y las tasas de aduana, la cosa deja de ser tan rentable y apetecible. En una puja reciente nos hicimos con unas tiras estupendas del Moon Moolins, de Frank Williard (un autor clásico detrás del que llevábamos bastante tiempo) por poco más de 100 euros. Nos frotábamos las manos y los ojos. Una vez cumplimentados todos los trámites de tasas, gastos de envío y aduanas, el precio inicial se doblo sobradamente.

Pero para constatar la existencia de una burbuja de oríginales, sólo hay que echarle un vistazo a las cifras que alcanzaron algunas de ellas en una puja posterior de la misma casa de subastas. Atención a los precios de venta de las siguientes páginas (algunas de ellas muy representativas, es cierto) de Frank Frazetta, Lee Elias, Jack Kirby o Frank Miller (tampoco se nos asusten con el precio alcanzado por el ejemplar de Action Comics #7); a su lado, las estupendas páginas de Herriman y Winsor McCay parecen baratas.


Lo realmente paradójico es que cuando comenzamos con nuestra colección, en general era mucho más sencillo hacerse con una pieza de un autor clásico del cómic estadounidense por un precio módico que con la de un dibujante español o europeo de renombre. Las tornas han cambiado. Por eso, si a alguno de ustedes les pica el gusanillo del coleccionismo o quieren darse un capricho, nuestra recomendación es que se acerquen a webs locales de venta como Todocolección o a páginas españolas como Artcoholics (mucho material de los autores españoles en Marvel y DC), ECC Arte y Coleccionismo (algunos de los clásicos del cómic español), Yojimbo Cómics (con obras de las grandes estrellas del cómic actual en nuestro país: Paco Roca, David Rubín, Cristina Durán...) o El arte del cómic (con un amplio surtido de páginas españolas, estadounidenses y europeas). 

En el mercado europeo también se está notando la burbuja en la mayoría de las galerías importantes, pero siguen existiendo tiendas online en las que aún pueden encontrarse obras interesantes a precios razonables: tres de nuestras favoritas son la canadiense The Beguiling (con lo más granado del cómic independiente) y las italianas Hollow Press (una cueva de tesoros del underground contemporáneo) y Tavoleoriginali.net (con un surtido muy interesante de cómics italianos, norteamericanos e hispanoamericanos). En todo caso, añadir una nueva pieza a tu colección es emocionante, pero el juego de rastrear y descubrir oportunidades también puede ser un estupendo entretenimiento.

jueves, agosto 27, 2020

Cómics esenciales 2019, de Jot Down y ACDCómic

La publicación con los mejores cómics del año a cargo de Jot Down y la ACDCómic va camino de convertirse en (gloriosa) tradición. Por cuarto año seguido, se ha editado el anuario con los mejores cómics de este curso. Y, por cuarta entrega, hemos participado en Cómics Esenciales 2019 reseñando una de nuestras lecturas favoritas del año. En esta ocasión hemos juntado algunas letras sobre esa bendita rareza que es Guy, retrato de un bebedor, de Olivier Shrauwen y Ruppert & Mulot, publicada por Fulgencio Pimentel. Un cómic que desborda cualquier etiqueta estilística para poner patas arriba el género de aventuras y reflexionar acerca de la condición humana.

Como siempre, pueden adquirir el anuario a través de la tienda web de Jot Down. Les dejamos aquí con el índice del volumen y con los primeros párrafos de nuestro artículo para abrir boca e invitarles a morder el anzuelo.

Parecía un cómic de piratas

Por Rubén Varillas

Olivier Schrauwen lleva años descolocando a sus lectores y a la crítica con una sucesión de cómics ajenos a géneros o escuelas. Es belga, sí, y su estilo parece una línea clara actualizada y despojada de adornos, pero sólo a veces. Otras, creemos estar ante un adepto anacrónico del underground más alucinado y surrealista de los 60-70; y, en ocasiones, tenemos la tentación de situarle dentro de ese expresionismo esquemático contemporáneo que ha encumbrado a autores como Gipi, Blain, Blutch o Sfar… No es fácil encasillar su obra, sin embargo, sí que podemos reconocer en su trabajo una línea creativa que le vincula con las vanguardias históricas mediante un proceso de actualización postmoderna. Es ese el nexo que conectaba a Mi pequeño con el modernismo y con el surrealismo, con el ornamento art déco y con los cadáveres exquisitos; o el que explicaba el dadaísmo de Arsène Schrauwen, igualmente salpicado de ensoñaciones surrealistas freudianas.

También encontramos esa devoción hacia la vanguardia y sus mecanismos en la obra de Jérôme Mulot y Florent Ruppert; en muchos casos, como paso previo a una deconstrucción de sus convenciones y su manipulación metaficcional. No faltan ejemplos en su bibliografía: cómics que desbordan los límites impuestos por los géneros tradicionales (Le Tricheur), ruptura de expectativas (Maison Close; La técnica del perineo), composiciones vanguardistas (Safari, Monseigneur; Panier de singe), etc. Los juegos del lenguaje de Ruppert & Mulot beben de la autorreferencialidad contemporánea y de su atracción por la experimentación interdiscursiva, sin dejar de mirar a los hallazgos modernistas de las vanguardias clásicas...