domingo, febrero 28, 2021

Esenciales ACDC 2020 (primer semestre)

Tenemos ya desde unos días la selección de Cómics esenciales de la segunda mitad de 2020, de la Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España.

La lista la conforman treinta novedades y cinco reediciones, elegidas de entre todos los cómics publicados en España entre julio y diciembre del pasado año. 

La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic) presenta la segunda ronda de sus ‘Esenciales 2020’, la selección semestral de cómics con la que esta organización busca destacar algunos de los títulos más relevantes de cuantos se han editado en el mercado nacional en dicho periodo. De ese modo, se pretende elaborar una especie de 'guía de lectura' orientativa, formada por un total de treinta novedades y cinco reediciones, que pueda utilizarse como referencia tanto para medios de comunicación o instituciones culturales, como para lectores, aficionados, libreros, bibliotecarios y otros profesionales.

Repasando dicho listado pueden percibirse todavía los efectos que la pandemia del coronavirus está provocado en el sector. No solo porque incluye algunas novedades que tenían prevista su fecha de lanzamiento durante la primera mitad del año y que fueron retrasadas, caso de ‘Tarde en McBurguer’s’, de Ana Galvañ, sino principalmente porque la especial situación que estamos viviendo se ve reflejada en obras como ‘Algo extraño me sucedió camino de casa’ o ‘Conviviendo 19 días’, crónicas íntimas de los estragos de la epidemia, dibujadas por Miguel Gallardo y David Ramírez respectivamente. 

Sin embargo, la característica más llamativa de la presente selección es su eclecticismo, con una variedad enorme de géneros, procedencias, temas y autores. 

Desde la recuperación de clásicos que permanecían parcialmente inéditos en España (El clan de los Poe de Moto Hagio, la antología Tatsumi de Yoshihiro Tatsumi o Mono de trapo de Tony Millionaire) a la fuerte irrupción de nuevos talentos, extranjeros o locales (la italiana Fumettibrutti con P. Mi adolescencia trans, o los españoles Gabri Molist con Dormir es morir, Andrés Tena con Astenia y Don Rogelio J. con Tierra muerta). Desde el retorno de grandes nombres del cómic norteamericano (Eleanor Davis con El difícil mañana, Joe Sacco con Un tributo a la tierra o Adrian Tomine con La soledad del dibujante) a los nuevos trabajos de los historietistas referentes en nuestro país, como Paco Roca (Regreso al Edén), Antonio Altarriba y Keko (que cierran su trilogía egoísta con Yo, mentiroso), Jaime Martín (Siempre tendremos 20 años) o Albert Monteys (acompañado en esta ocasión por el guionista Ryan North para adaptar la novela Matadero 5 de Kurt Vonnegut). Un rico y heterogéneo conjunto que demuestra el dinamismo del medio y sus posibilidades. 


La lista completa de "Esenciales" del segundo semestre de 2020, por orden alfabético, es la siguiente:

Novedades

 

  • ALGO EXTRAÑO ME PASÓ CAMINO DE CASA, de Miguel Gallardo (Astiberri)

  • ASPIRINA, de Joann Sfar (Fulgencio Pimentel)

  • ASTENIA, de Andrés Tena (Bang Ediciones)

  • BOX: HAY ALGO DENTRO DE LA CAJA, de Daijirô Morohoshi (Satori)

  • CONVIVIENDO 19 DÍAS, de David Ramírez (Norma Editorial)

  • DORMIR ES MORIR, de Gabri Molist (Bang Ediciones)

  • EL CLAN DE LOS POE, de Moto Hagio (Tomodomo)

  • EL DIFÍCIL MAÑANA, de Eleanor Davis (Astiberri)

  • HEIMAT, de Nora Krug (Salamandra Graphic)

  • JIMMY OLSEN, EL AMIGO DE SUPERMAN, de Matt Fraction y Steve Lieber (ECC)

  • LA SOLEDAD DEL DIBUJANTE, de Adrian Tomine (Sapristi)

  • LAS VARAMILLAS, de Camille Jourdy (Astronave)

  • MATADERO CINCO, de Ryan North y Albert Monteys (Astiberri)

  • METAMORFOSIS BL, de Kaori Tsurutani (Norma Editorial)

  • MONO DE TRAPO, de Tony Millionaire (Barrett)

  • NAFTALINA, de Sole Otero (Salamandra Graphic)

  • NO TE VAYAS SIN MÍ, de Rosemary Valero-O’Connell (Astiberri)

  • P. MI ADOLESCENCIA TRANS, de Fumettibrutti (Continta me tienes)

  • PRIMAVERA PARA MADRID, de Magius (Autsaider Cómics)

  • REGRESO AL EDÉN, de Paco Roca (Astiberri)

  • ROSIE EN LA JUNGLA, de Nathan Cowdry (Fulgencio Pimentel)

  • SANTA BÁRBARA, de Marek Šindelka, Vojtěch Mašek y Marek Pokorný (Reino de Cordelia)

  • SIEMPRE TENDREMOS 20 OS, de Jaime Martín (Norma Editorial)

  • SPACE RIDERS, de Fabian Rangel Jr y Alexis Ziritt (Gigamesh)

  • TARDE EN McBURGUERS, de Ana Galvañ (Apa Apa)

  • TATSUMI, de Yoshihiro Tatsumi (Satori)

  • TIERRA MUERTA, de Don Rogelio J. (Autsaider mics)

  • UN TRIBUTO A LA TIERRA, de Joe Sacco (Reservoir Books)

  • WONDER WOMAN: TIERRA MUERTA, de Daniel Warren Johnson (ECC)

  • YO, MENTIROSO, de Antonio Altarriba y Keko (Norma Editorial)

 

Reediciones

  • EL ALMANAQUE DE MI PADRE, de Jiro Taniguchi (Planeta Cómic)

  • LEO VERDURA, de Rafa Ramos (Norma Editorial)

  • LOS CASOS DE PERRO NICK, de Miguel Gallardo (La pula)

  • MUNDO MUTANTE, de Richard Corben (ECC)

  • NESTOR BURMA, de Leo Malet y Jacques Tardi (Norma Editorial)

 

ACDCómic es una asociación sin ánimo de lucro que agrupa a personas que realizan trabajos de periodismo, crítica, estudio, comisariado y otras actividades teóricas y divulgativas relacionadas con el cómic. La asociación se constituyó en 2012 con la voluntad de colaborar en la difusión del trabajo que ya desarrollan sus miembros de forma individual, emprender iniciativas conjuntas que no se podrían afrontar de forma separada y servir de interlocutor ante otros colectivos o instituciones.

En la selección de los Esenciales del segundo semestre de 2020 han participado cincuenta y dos miembros de ACDCómic: Anna Abella, Agus López “Bamf!”, Manuel Barreiro, Octavio Beares, Pablo Begué, Luigi Benedicto, Josep Maria Berengueras, David Brieva, Jordi Canyissà, Marc Charles, Borja Crespo, Oriol Estrada, Ángel Fernández, David Fernández de Arriba, Nerea Fernández, Iván Galiano, Diego García Rouco, Manuel González, Julio Andrés Gracia Lana, Óscar Gual, Cristina Hombrados, Kike Infame, Raúl Izquierdo, Jesús Jiménez, Joan S. Luna, Ander Luque, José L. García Vargas “Jota Lynnot”, Eduardo Maroño, Javier Marquina, Elena Masarah, Diego Matos, Elisa McCausland, Pedro Monje, Javier Mora Bordel, Francisco Naranjo, Josep Oliver, Jordi T. Pardo, Pepo Pérez, Quim Pérez, Carolina Plou, Mónica Rex, Iria Ros, Juan Royo, Francisco Sáez de Adana, Óscar Senar, Xavi Serra, Jose A. Serrano, Jon Spinaro, Raúl Tudela, Rubén Varillas, Jaume Vilarrubí y Gerardo Vilches.

miércoles, febrero 17, 2021

Ethel y Ernest, de Raymond Briggs. Una vida en viñetas

Después de muchos años, al fin se publica en español uno de esos cómics que inventaron la "novela gráfica" antes de la novela gráfica. Ethel y Ernest es, además, un cómic que arroja luz sobre la verdadera dimensión de Raymond Briggs, un autor capital para entender los muchos puentes que conectan al cómic con la ilustración y uno de los dibujantes de cómics más minusvalorados del panorama contemporáneo. De esto, de la importancia de Briggs en la consolidación del cómic autobiográfico y de muchas otras cosas hablamos en el estudio que publicamos recientemente en Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el estudio colectivo coordinado por José Manuel Trabado sobre las intersecciones entre los lenguajes del cómic y de la ilustración. 

Vamos a recuperar en este post algunas de las reflexiones que hicimos en aquellas páginas sobre Ethel y Ernest, publicado este año por Blackie Books. El artículo completo, lo tienen en este libro:

 

UNA VIDA EN VIÑETAS: ETHEL & ERNEST

Raymond Briggs siempre ha reconocido que Jim y Hilda, los personajes protagonistas de Gentleman Jim y When the Wind Blows, estaban directamente inspirados en sus propios padres. Pero la distancia ficcional motivada por el cambio de nombres y por el fuerte caricaturismo de su dibujo desaparecerá definitivamente en Ernest and Ethel (1999), la novela gráfica que Briggs dedica, ya sin disimulos argumentales o nominales, a la biografía de sus padres.[1]

Junto al título, la primera página interior de Ernest and Ethel muestra dos marcos ovalados con las fotografías en tonos sepias de los progenitores de Raymond Briggs. Las páginas que siguen abordarán el periplo vital de los protagonistas, una pareja trabajadora de clase media-baja que progresa lentamente y con gran esfuerzo en las difíciles condiciones la Inglaterra pre y postbélica.

En lo que es una constante dentro de la narrativa de Briggs, la historia comienza con una secuenciación reticular de pequeñas viñetas que describen un acontecimiento rutinario. Estamos en 1928 y, desde la ventana de una casa burguesa, vemos asomarse cada día a la joven sirviente, Ethel, para saludar el paso de Ernest en su bicicleta. Este breve preámbulo muestra el cortejo anterior a la boda entre ambos y al comienzo real de la historia: su vida como pareja. A partir de ahí, el cómic se divide en cuatro capítulos estructurados y titulados a partir de las cuatro décadas que Ethel y Ernest compartieron en común (“1930-1940”, “1940-1950”, “1950-1960”, “1960-1970”); y un quinto episodio breve que, a modo de epílogo, cierra el círculo con sus fallecimientos (“1970-1971”).

Al margen de las referencias cronológicas, la narración introduce varios hilos conductores que cohesionan el relato alrededor de ciertos indicios temáticos. Uno de los más obvios es el de la vivienda: una de las principales marcas de estatus social y un referente simbólico de la prosperidad burguesa en el siglo XX. A partir de 1945, el mercado de alquiler subvencionado (alquiler social) fue la opción de vivienda habitual en Gran Bretaña para las clases medias (gracias, en gran medida, al Plan Nacional de Vivienda impulsado por el Laborismo), frente a otras opciones más gravosas como la adquisición de inmuebles en propiedad. Por eso, a lo largo del libro, la vida del matrimonio Briggs orbitará alrededor de esa vivienda adosada de estilo eduardiano que compraron en 1930 gracias a una hipoteca de 825 libras, y en la que vivirán durante los siguientes cuarenta y un años. La narración estará parcialmente construida alrededor de varias páginas-viñeta que mostrarán la evolución histórica de esta casa familiar en los diferentes periodos de la vida en común del matrimonio Briggs.

En la narrativa de Briggs el espacio interior y cerrado de la vivienda familiar viene asociada generalmente a connotaciones positivas: el hogar es ese lugar protegido en el que los personajes no pueden sufrir ningún mal; el peligro proviene siempre del mundo exterior. Como observamos en obras como When the Wind Blows, The Man o The Bear, sólo cuando los protagonistas se asoman a las ventanas de sus casas son capaces de percibir esa amenaza exterior que amenaza con socavar la armonía familiar y la concordia que se vive en el interior de la casa.

La vivienda de Ethel y Ernest es el decorado en el que transcurre su vida y donde verán nacer a su hijo Raymond; pero también es el escenario del que se valdrá Briggs para mostrarnos el devenir histórico del siglo XX y algunos de sus acontecimientos más importantes. De este modo, su cómic se convierte en un cuadro de costumbres de la vida trabajadora en el agitado contexto socio-político del siglo XX. Al mismo tiempo que presenciamos el desarrollo cotidiano de las actividades domésticas y laborales de este matrimonio de clase media-baja, seremos testigos de sus esfuerzos por sobrevivir dignamente durante los duros años de la postguerra; de su escepticismo ante las promesas y las medidas gubernamentales de la clase política; o de su admiración ante el progreso tecnológico del siglo XX.  A partir de la mirada subjetiva de los personajes, el lector asiste a algunos de los acontecimientos históricos fundamentales del periodo, pero también a los pequeños hitos que modificaron definitivamente la vida diaria de las personas: como la llegada de la electricidad a los hogares y el abandono del carbón, la consolidación de consumismo como marca de estatus, la implantación de electrodomésticos como la lavadora o el horno eléctrico, el éxito masivo de la televisión en detrimento de la radio, etc.

Si bien es cierto que muchos de los motivos temáticos que mencionamos ya habían aparecido en Gentleman Jim y en When the Wind Blows[2], su repetición en Ethel & Ernest responde a una propuesta más amplia y cohesiva que prescindirá de otros subtextos (como el de la especulación fantasiosa), para centrarse exclusivamente en la construcción del perfil existencial de sus personajes. El diseño de éstos es más realista (aunque ligeramente impresionista en su trazo) que el de los personajes de obras precedentes. Aunque podemos ver claramente en ellos el reflejo del Jim Bloggs de Gentleman Jim o de los Jim y Hilda de When the Wind Blows, en esta ocasión la mirada de Briggs sobre sus personajes es más benévola. La ternura sustituye a la ironía, y el humor de Ethel & Ernest resulta más indulgente con la dignidad esforzada de sus ineducados protagonistas.

También la planificación narrativa del cómic plantea algunas soluciones diferentes de las que encontrábamos en sus predecesores. La historia no organiza sus acontecimientos a partir de una linealidad estricta, sino que se compone más bien de secuencias sucesivas encadenadas, que en muchos casos no ocupan más de media página. Mediante este recurso, Briggs compone un fresco impresionista —que, como acabamos de mencionar, encuentra su reflejo en el diseño de personajes— en el que la narración se debe a una acumulación de situaciones cronológicas encadenadas temáticamente, más que a una contigüidad temporal estricta. Son las elipsis (nunca demasiado extremas) las que nos ayudan a completar el tejido de los acontecimientos. Dentro de esta organización un tanto azarosa, Briggs combina las viñetas panorámicas con otras más pequeñas, en un juego de alternancias secuenciales que consigue dotar de dinamismo al conjunto; y que, cada ciertas páginas, verá aparecer la página-viñeta con el leitmotiv de la casa familiar. 

La adaptación a dibujos animados de Ethel & Ernest, dirigida por Robert Mainwood, se estrenó en 2016 directamente en la cadena inglesa BBC 1. La película sigue fielmente —secuencia a secuencia, prácticamente— la historia del cómic; si bien, desarrolla con más detalle algún pasaje concreto, como el de los bombardeos alemanes sobre Londres. El dibujo del filme es más estilizado y realista que el del cómic (excepto, quizás, en las escenas finales de la muerte de los protagonistas, en las que se recupera el trazo impresionista de la obra impresa). No obstante, salvo licencias mínimas, como la inclusión de los audios radiofónicos originales que se emitieron durante la contienda bélica o una banda sonora muy heterogénea y descriptiva, la versión animada de Ethel & Ernest se ciñe a las intenciones originales del cómic: las del relato sencillo y emocionante de una vida en común, la de la entrañable pareja que formaban los padres de Briggs.

Precisamente, a esa modesta normalidad se refiere el propio Briggs en el breve preámbulo documental que sirve de introducción a la película (recurso que ya habíamos presenciado en la primera versión de la adaptación animada de The Snowman). El prólogo se compone de dos escenas interrumpidas por el título de la película sobreimpreso sobre un fondo negro: en la primera, el dibujante está en la cocina sirviéndose un té en una taza decorada con motivos de The Snowman; en la segunda, le vemos en su estudio a punto de sentarse ante la mesa de dibujo para comenzar a realizar una caricatura de sus padres. De fondo, escuchamos su voz:

Mis padres no tenían nada de extraordinario. Ningún drama. Nada de divorcios ni cosas así. Pero eran mis padres y quería recordarlos haciendo un libro ilustrado. La verdad, es un poco raro tener un libro sobre mis padres entre superventas de futbolistas y libros de cocina. Supongo que les haría estar orgullosos. Y, probablemente, también algo avergonzados. Me los imagino diciendo: “No fue así”. O: “¿Cómo puedes hablar de esas cosas?”. Pues lo he hecho. Y esta es su historia.


[1] La figura de su padre ya había aparecido en Sledges to the Rescue (1963), la tercera novela juvenil que el autor escribió en los años 60, antes de decantarse laboralmente por la vía de ilustración. La novela —parcialmente autobiográfica— describía la historia de un niño que ayudaba a su padre Ernie en su trabajo como repartidor de leche.

[2] Algunos de estos motivos, como el de la preparación de los protagonistas ante un conflicto bélico inminente, son prácticamente idénticos en When the Wind Blows y en Ethel & Ernest; con la salvedad de que en el primer caso se trataba de la ficción especulativa de un posible ataque nuclear, mientras que en el segundo título se centraba en el contexto muy real de la Segunda Guerra Mundial. En ambos casos, los relatos incluyen escenas muy similares, como las de la adecuación de la vivienda para resistir a un ataque aéreo, la construcción de un refugio o la ansiedad de los protagonistas ante las funestas noticias que reciben desde la radio y la prensa.

domingo, enero 31, 2021

Tamara de Lempicka, de Virgine Greiner y Daphné Collignon. Una mujer diferente

Las biografías de pintores son ya un género en sí mismo dentro del cómic. Entre ellas nos gustan especialmente aquellas en las que el dibujante se inspira en el estilo pictórico del retratado en un intento de hacer converger vida y obra, biografía y estética. Desde este punto de partida creativo, hemos leído en años recientes obras tan notables como ese Monet: Nómada de la luz, de Ricard Efa y Salva Rubio, que maravilla por su empleo impresionista de la luz y el color; o el Magritte. Esto no es una biografía, de Vincent Zabus y Thomas Campi, imaginativo y sorprendente, tanto por lo que respecta a su realización gráfica como por el enfoque onírico de la historia. 



El Tamara de Lempicka, de Greiner y Collignon avanza en esa misma línea. Con la extensión habitual de un álbum (44 páginas), pero con un formato más reducido, esta biografía de la celebrada pintora rusa intenta conjugar el espíritu modernista de su estilo junto a su filosofía de vida libertaria en unas pocas páginas. Sin ser decididamente cubista, el dibujo de Collignon apuesta por una estilización en la que las curvas sinuosas de rostros y cuerpos invaden los espacios angulosos de estancias y edificios que, con su decoración art decó, reflejan el espíritu modernista de la época. El empleo predominante de colores grises y ocres genera una impresión monocromática que sitúa la historia en esa temporalidad vaga y misteriosa de las noches sin fin y las vigilias febriles. Todas las soluciones gráficas del álbum avanzan en esa búsqueda de conjugar fondo y forma para construir una biografía visual que haga justicia a la talla creativa y existencial de su protagonista.

Las autoras no disimulan en ningún momento el tono encomiástico de la obra: la reivindicación emancipatoria de una mujer libre y moderna que vivió en un tiempo en el que parecía que el futuro sería otro muy diferente, más esperanzado del que realmente fue. La personalidad de Lempicka, provocadora, independiente y vitalista, se eleva entre las anécdotas relatadas para mostrarnos la valentía de una mujer adelantada a su época, pero que, al mismo tiempo, define muy bien la suya propia.


 

miércoles, enero 06, 2021

2020, Cómics para una pandemia

No ha sido este el mejor de los años para el ciudadano. A base de pandemias y crisis encadenadas, nos hemos dado cuenta de que aquello de no hay mejor noticia que no tener noticias es un axioma perfecto para quienes aspiramos a la normalidad. Pero, como decíamos en nuestro último post, hasta un mal año trae buenas noticias. Los lectores perspicaces que hayan sido capaces de interpretar nuestra sidebar se habrán dado cuenta de que, para nosotros, 2020 será un año inolvidable por la mejor de las razones. En términos viñeteros, este ha sido un año igualmente glorioso. Las penurias aguzan el ingenio y no aplacan el buen hacer editorial, parece. 

La nómina de cómics notables de este curso no ha dejado de crecer hasta el último mes del año (como demuestra alguna de estas reseñas); no hemos tenido la posibilidad de leer todo lo que hubiéramos querido (se nos han quedado en el debe cosas como la última entrega de esa estupenda serie que es Orlando y el juego, de Luis Durán, y lo último de Jaime Martín, o lo de Magius y Nora Krug), pero entre lo leído, hay algunos cómics fantásticos. Allá va nuestra selección sin orden de preferencia: 

Preferencias del sistema (Ponent Mon), de Ugo Bienvenu: El cómic del dibujante, escritor, actor y director de animación Ugo Bienvenu sitúa la acción en un futuro culturalmente fantasmagórico, en el que la acumulación y difusión de información lo es todo (vamos, casi como en este presente que vivimos); un futuro en el que el interés de los bienes culturales depende de su capacidad para obtener reproducciones y difusión, más que de su calidad o su valor cultural intrínseco; un futuro en el que hay que sacrificar Odisea del espacio 2010 o la obra poética de Auden, para dejar espacio en el sistema a las retransmisiones de youtubers y a los posados de instagramers. Lo que más miedo da del cómic de Ugo Bienvenu es que todo cuanto cuenta suena perfectamente plausible. Hay quien le critica por su frialdad extrema, una sobriedad subrayada por el realismo de su dibujo (por algo la editorial que creó en 2018 con Cédric Kpannou y Charles Ameline se llama Réalistes) y por sus colores planos. Pero esa nos parece precisamente la mayor virtud de Preferencias del sistema: su precisión quirúrgica para diseñar un futuro distópico que, al margen del avanzado grado de evolución tecnológica y robótica que plantea, huele a presente en cada viñeta. La puerta a la esperanza de esta historia inclemente y sombría está personificada en la pequeña Isi, una niña que nos recuerda que la cultura, la música, el cine y la poesía podrían llegar a ser nuestros últimos rasgos de humanidad en esta inercia de materialismo consumista a la que nos hemos entregado.

El Humano (La Cúpula), de Diego Agrimbau y Lucas Varela: Aventuras de género. Humanoides, astronautas en hibernación y un planeta al borde de la extinción son los ingredientes de una historia de ciencia ficción en estado puro. Robert, el científico humano, regresa a la Tierra después de una hibernación orbital de 549.000 años. Su misión, salvaguardar el futuro de la especie humana después de que éstos estuvieran a punto de acabar con el planeta. Este es el punto de partida para las aventuras del protagonista y sus acompañantes robóticos. Como no podía ser de otro modo, detrás del relato de aventuras se esconden reflexiones acerca de la condición humana y su condición depredadora, que conducen a conclusiones desesperanzadas acerca de nuestra naturaleza vírica y destructiva. El nuevo trabajo de este eficiente tándem de autores argentinos puede presumir de un bonita y estilizada línea clara (en la mejor tradición de la escuela de Bruselas) y de un pulso narrativo vibrante que no abandona el relato hasta su sorprendente giro final.

Devastación (Alpha Decay), de Julia Gfrörer: Una rata le muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Devastación, el insólito cómic de Julia Gfrörer. Su estilo nos remite a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus cómics, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad, a un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes. La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Devastación la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. 

Del Trastévere al paraíso (Reservoir Books), de Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya: Continúa Hernández Cava (el gran guionista del cómic español) reconstruyendo el imaginario progresista del siglo XX, desde la lucidez democrática y con una mirada crítica y reflexiva hacia la barbarie de los totalitarismos y los extremismos. Se enfrenta en esta ocasión a uno de los episodios más turbios que acompañaron a las revueltas juveniles universitarias del 68 en buena parte de Europa: el surgimiento de facciones terroristas de inspiración anarquista, compuestas, en muchos casos, por jóvenes apenas mayores de edad. Valeria Stoppa, la protagonista de Del Trastévere al paraíso, fue una de aquellas adolescentes que se dejó cegar por el discurso del odio y la cosificación del adversario hasta integrarse en una de esas células terroristas que fueron germen de las Brigadas Rojas italianas. Ahora, desde su madurez, reflexiona acerca de una vida perdida y pone en duda sus propias convicciones de juventud. El dibujo evocador de Antonia Santolaya, con un trazo suelto cercano al esbozo y colores expresionistas, construye una mirada nostálgica y desesperanzada hacia el pasado de una juventud desperdiciada.

Verdad (Liana Editorial), de Lorena Canottiere: El dibujo de Canottiere en Verdad es deslumbrante, con un empleo luminoso y sorprendente del color. Su expresionismo cromático parece ilustrar recuerdos y sensaciones más que una representación de realidad. Las imágenes evocadoras nos acercan a la historia, las historias más bien, que componen la biografía de la joven protagonista que da título al cómic (un nombre propio anómalo, Verdad, cargado de connotaciones e intenciones). El relato serpentea desde el pasado hacia el presente: la niñez de Verdad con su abuela, a la sombra de una madre desaparecida; su lucha en la Guerra Civil Española contra el fascismo; su renuencia a la derrota viviendo en el monte como un maqui... Y todas esas vidas empujan en una misma dirección, confluyen en un mismo anhelo: la búsqueda (utópica) de la libertad. El deseo irrefrenable de la protagonista de construir su propia existencia, sin ataduras, sin dependencias. En ese impulso, la lucha contra Franco, la vida en soledad en la naturaleza o la resonancia lejana, casi mítica, de Monte Veritá (la colonia hippy a la que se escapó su madre) funcionan como escenarios simbólicos e ideales de ese sueño imposible de libertad. Verdad es un cómic con muchas lecturas y, sobre todo, es un verdadero goce visual. 

La esperanza pese a todo. Segunda parte (Dibbuks), de Èmile Bravo: Èmile Bravo sigue embarcado en su tarea de transformar una serie que nació con vocación cómica y para un público infantil en un cómic adulto con conciencia histórica y voluntad política. El segundo volumen de La esperanza pese a todo (de los cuatro que conformarán la saga) continúa la epopeya de Spirou y Fantasio en el contexto de la Bélgica ocupada y colaboracionista durante la Segunda Guerra Mundial. Y Bravo no duda en meter a sus personajes en todos los charcos posibles. Desde la rectitud moral del niño Spirou y la inconsciencia sin malicia de su amigo Fantasio, el dibujante francés plantea una serie de interrogantes éticos acerca la implicación de ciertos países aliados (como Bélgica y Francia) en la contienda; cuestionando además aspectos como el papel de la iglesia o la actitud xenófoba y supremacista del nacionalismo flamenco. Sin abandonar nunca el espíritu original del personaje y su dinamismo aventurero, La esperanza pese a todo plantea una relectura audaz y madura de una de las series clásicas del cómic europeo. La mejor línea clara franco-belga del momento.

Blueberry. Rencor apache (Norma Editorial), de Joann Sfar y Christophe Blain: Mucho de lo dicho en la entrada anterior valdría para reseñar esta revisión de otro clásico del cómic europeo como es las aventuras del Teniente Blueberry, desde el respeto a la creación original de Charlier y Giraud, pero con buenas dosis de atrevimiento e innovación. Dos de los grandes autores del cómic actual se embarcan en una reconstrucción del western a partir del espíritu original de un personaje y una serie que nacieron con un tono fordiano, pero que, en esta nueva entrega, se acercan más a la violencia naturalista y el austero psicologismo de Peckinpah y Sergio Leone, respectivamente. El guion de Sfar desarrolla un episodio de violencia que amenaza con desbaratar la frágil paz que garantiza la convivencia entre los colonos, el ejército de caballería y los Apaches. La historia avanza firme con una tensión creciente, al mismo tiempo que va introduciendo nuevos ingredientes y personajes en la trama. Blain, que ya le había dado una patada al género en su estupenda serie Gus, lleva a su terreno con asombrosa maestría el estilo original de Giraud (aka Moebius) para construir una galería de personajes llenos de matices y dobleces morales. Y, de fondo, la bastedad de un paisaje infinito y reconocible por todo buen aficionado al género. Nos podemos esperar a la siguiente entrega.

La cólera (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía postmoderna invade los diálogos y va desanclando al cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: el de la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos que asedian la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia... Avanza el argumento de La colera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que el relato se detiene en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya postmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media. Después del desconcierto inicial (un desafío de las convenciones lectoras, un desafío de las expectativas, un desafío del equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: la de que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de esta otra Europa nuestra de lo que suponíamos.

Un tributo a la tierra (Reservoir Books), de Joe Sacco: La obra de Sacco tiene la cualidad de abrumar al lector. La cantidad de información y el minucioso proceso de documentación que hay detrás de cada uno de sus cómics hacen de ellos una fuente de conocimiento exhaustiva sobre la realidad geopolítica del mundo en el momento concreto de su publicación. Además, en cada nuevo trabajo, el dibujo de Sacco se ha ido enriqueciendo en matices, en una evolución hacia un realismo lleno de texturas que, por un lado, remite al detalle de la ilustración xilográfica clásica, pero que nunca ha abandonado la herencia underground de la que se alimenta la obra de Sacco desde sus orígenes. Por su temática, pudiera parecer que Un tributo a la tierra se aparta de esa línea de periodismo bélico que define la producción del autor, sin embargo, aunque es cierto que la acción de este cómic no se sitúa en medio de una guerra o una zona en conflicto armado, sus páginas también describen un enfrentamiento; un desafío, cruento en muchos casos, del que seguramente depende el futuro de la humanidad: el de la naturaleza frente al dedsarrollo económico. El cómic arranca con una mirada hacia los usos y costumbres de las tribus indígenas del norte de Canadá, que mantuvieron sus formas de vida nómada prácticamente hasta finales del siglo XX. Aquella difícil existencia casi extinguida contrasta dramáticamente con la actual explotación petrolífera de las reservas originales y la adaptación de los nativos al trabajo en las mismas y a los modos de vida occidental. Una adaptación, en muchos casos impuesta por las administraciones políticas y las autoridades religiosas del país. Un tributo a la tierra es un reportaje acerca del cambio climático y la explotación de los recursos naturales, sí, pero también una mirada sincera a la vida difícil de unos pueblos cuya subsistencia depende de esa misma evolución que poco a poco va enterrando sus propias raices. Una vez más, Sacco lleva a cabo un ejercicio magistral de investigación periodística que confía en la inteligencia del lector para penetrar en las zonas grises de la historia. 

Tatsumi (Satori Ediciones), de Yoshihiro Tatsumi: La editorial Satori (especializada en cultura y literatura japonesa) acaba de publicar Tatsumi, un cómic en el que se recopilan algunas de las mejores historias cortas del maestro japonés publicadas entre 1970 y 1972. Los relatos seleccionados (varios de los cuales ya habíamos tenido la oportunidad de leer en nuestro país en las publicaciones de La Cúpula) sintetizan con transparencia la poética del autor y resumen muchos de sus lugares comunes: la sombra alienante de la gran ciudad (“Cría”, “La montaña de los viejos abandonados en Tokio”), la soledad del trabajador asalariado en su lucha por una subsistencia precaria (“Escorpión”, “Querido Monkey”, “La campana fúnebre”), la sexualidad disfuncional como metáfora de la inadaptación social (“Ocupado”, “La primera vez de un hombre”), los estigmas afectivos y las cicatrices de la participación en el bando derrotado de la Segunda Guerra Mundial (“Infierno”, “Goodbye”), etc. Como sucede a lo largo de toda su producción, muchos de los episodios recogidos en este volumen incluyen elementos de naturaleza autobiográfica. En algunas de sus historias, Tatsumi apenas se esconde detrás de sus personajes. Este volumen será una buena introducción para todos aquellos que aún no conozcan al mangaka. La selección de relatos incluye algunas de sus historias cortas más singulares y conmovedoras, como “Infierno”, “Querido Monkey” o “Goodbye”. Además, gracias a los textos que acompañan a la edición (al “Epílogo” del propio Tatsumi se une una “Breve nota biográfica”, no tan breve, y un estudio “Sobre las historias publicadas en el presente volumen”) el lector será capaz de profundizar en la figura y obra de uno de los maestros del manga: el padre del gekiga.

La soledad del dibujante (Sapristi), de Adrian Tomine: Cuando uno de los dibujantes más célebres y admirados del planeta cómic decide aparcar cualquier tipo de autocomplacencia y quedarse en pelota picada creativa delante de sus lectores, puede surgir algo tan honesto y sugerente como La soledad del dibujante (el personal homenaje de Adrian Tomine a la célebre novela de Allan Silitoe). Aunque en su recuento de humillaciones y situaciones embarazosas Tomine abusa de cierto patetismo autocompasivo, lo cierto es que su cómic es realmente divertido. Observar bajo la lupa los complejos y las decepciones de uno de los genios más precoces del medio no deja de ser una lección de humanidad. El formato elegido para la edición del cómic encaja como un guante con esa mismo búsqueda de sencillez y espontaneidad: el de una pequeña libreta Moleskine de cubiertas negras y hojas cuadriculadas (la edición estadounidense incorpora incluso la goma negra de cierre que las caracteriza). Todo funciona en La soledad del dibujante, lo de dentro y lo de fuera. Tomine sigue manteniendo aquel realismo de línea clara que le hizo célebre, aunque su estilo parezca ahora más espontáneo y depurado; y aquellos finales repentinos e inesperados que hicieron de él el Carver del cómic se han convertido en La soledad del dibujante en los gags ocurrentes de un autor que se sabe tocado por el éxito y el talento (aunque en este cómic se empeñe en disfrazarlos a base de humildad, timidez y un fino sentido del humor). 

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (Gallo Nero Ediciones), de Shin'ichi Abe: Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage autobiográfico. Lo cierto es que Abe es un autor extraño en sí mismo, diferente. Pertenece, junto a Oji Suzuki o Seiichi Hayashi, a ese grupo escogido de autores japoneses que, bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge, publicaron en la revista alternativa Garo mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. Como hace Abe en los relatos de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad, muchas veces fragmentarias y profundamente críptica en su subjetividad. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir solitarias vidas precarias. Las poéticas imágenes de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma rostros y movimientos con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una secuenciación convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus historias de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones. 

A través (Pípala), de Tom Haugomat: Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el libro teórico que han publicado la Universidad de León y Trea este año, parece pensado para explicar una obra como la de Haugomat. Es un libro con pocos dibujos y menos texto, pero cuenta muchísimas cosas: una vida entera, de hecho. Lo hace combinando de forma sistemática dos puntos de vista de vista complementarios que crean una rutina secuencial: la mirada subjetiva de su protagonista aparece siempre continuada por el plano general que la explica. Así, a través de los ojos del personaje principal, asistimos a los instantes decisivos de su biografía y, junto a él, pasamos el tiempo de una vida. Las figuras minimalistas sin rostro de A través, sus paisajes evocadores y sus colores planos nos remiten a la ilustración estadounidense de los años 50-60, a aquellos diseños estilizados y utilitarios que abundaban en los magazines más elegantes y sofisticados de la época. Y, sin embargo, pese a esa frialdad aparente, el libro ilustrado/cómic de Haugomat está paradójicamente lleno de emoción y poesía; una lectura rápida de esas que dejan poso y apetece releer de vez en cuando. Un hallazgo.

Regreso al Edén (Astiberri), de Paco Roca: Vuelve quien seguramente es el autor más popular del cómic español reciente y lo hace a lo grande. Regreso al edén continúa indagando en esos procesos de reconstrucción de la memoria, biográfica, familiar e histórica, que ya había explorado en La casa. En este caso, el rastreo del pasado toma como punto de partida tres fotografías, que le sirven al autor para hacer la radiografía de una de tantas familias que vivieron la postguerra española entre penurias y privaciones de todo tipo. La familia elegida es la de su madre Antonia y, a través de su figura, la de sus padres y hermanos, se nos ofrece también el retrato fotográfico de una España que vivía uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. En realidad, el dibujo de Paco Roca tiene también cierta cualidad fotográfica a la hora de capturar con precisión los aspectos básicos de la realidad; pareciera que ningún detalle esencial se escapara a su trazo. En Regreso al edén, además, el autor continúa explorando en las posibilidades simbólicas y narrativas de un lenguaje que domina como pocos otros dibujantes. Este cómic vuelve a demostrar que Paco Roca es un autor en constante crecimiento y, parece, en perpetuo estado de gracia.

Mis cien demonios (Reservoir Books), de Lynda Barry: Es imposible no claudicar ante el estilo naif de Lynda Barry y la honestidad confesional de sus historias. En Mis cien demonios, la autora aborda el género del slice of life desde un original recuento de sus miedos y complejos infantiles. En el prólogo del libro, Barry confiesa cómo decidió inspirarse en los demonios (onis) de un rollo japonés del siglo XVI para elaborar su propia lista de "monstruos" personales a partir de sus recuerdos infantiles y adolescentes. En su enumeración variopinta se cuelan objetos, rasgos de su personalidad y referencias simbólicas a momentos concretos y obsesiones insistentes que, de alguna manera, dejaron una huella en su biografía y marcaron su personalidad posterior: su descoordinada forma de bailar, las discusiones constantes con su madre, la muerte de algún amigo, el olor de su hogar, su apego fetichista a ciertos objetos de la infancia... Mis cien demonios es la prueba palpable de que algunos autores elegidos pueden llegar a resumir toda la complejidad de la existencia en el espacio humilde de una anécdota infantil. El lenguaje sencillo de Barry y el candor infantil sus ilustraciones encierran momentos reveladores y una emoción verdadera que se contagia al lector casi desde las primeras páginas. Un cómic para todos los públicos que difícilmente decepcionará a nadie.

Mono de trapo (Barrett), de Tony Millionaire: Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En toda su producción, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc. Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. 

Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel), de Nathan Cowdry: Los personajes de Cowdry son simplemente adorables. El achuchable perrito algodonoso y las bellas muchachas de formas redondeadas que protagonizan Rosie en la jungla tienen cierto aire disneyano, aunque en su diseño se observan también influencias del manga y del surrealismo pop big eyes. Sin embargo, lo que parecería la materia prima adecuada para una historia infantil o un relato de shojo manga, en manos de Cowdry sirve para construir un cómic de jóvenes traficantes de droga, mascotas que utilizan sus estómagos como mula y agresivas bragas parlanchinas dispuestas a matar y morir por un puñado de libras. Sexo duro, violencia y transgresión en un envoltorio de caramelo. Perturbador y fascinante a partes iguales. Como señala alguien en la faldilla promocional del libro, la experiencia de leer Rosie en la jungla se parece un poco a ver una película porno por primera vez. A ratos, uno intenta mirar para otro lado, pero no hay manera.

jueves, diciembre 24, 2020

Verano indio, de Joaquín López Cruces. Viajar con dibujos

Hasta un año aciago trae alguna buena noticias. No hay más que ver el asombroso muestrario de cómics que nos ha deparado este 2020 (intentaremos dar debida cuenta de él en nuestro habitual repaso a lo mejor del año del Día de Reyes).

Una de esas buenas noticias es que, después de mucho tiempo, hemos vuelto a tener noticias artísticas de nuestro buen amigo don Joaquín López Cruces. Por partida doble. Nos sorprendió encontrarnos con él en las entregas de La residencia de historietistas, jugando a los espejos con Javier Olivares. Y nos ha encantado poder leer Verano indio, su nuevo cuaderno de viajes ilustrado.

Nos maravillan los viajeros capaces de fotografiar la realidad con un lápiz. Esos artistas que dibujan sus aventuras exploratorias en un diario de abordo. Verano indio sigue la misma vereda de Por el camino yo me entretengo, el librito de viajes que el añorado Paco Camarasa editó en 2008, o Cuaderno de Vietnam. En aquellas obras, López Cruces ilustraba sus viajes a países como Uganda, Egipto o Chile, en el primer caso, y a Vietnam y Camboya, en el segundo; en este nuevo librito, publicado por Libros de Autoengaño, el autor nos deja acompañarle por el viaje a la India que realizó hace ocho años: “En 2012, Lucía me pidió que la acompañara en un viaje del que esperaba obtener tanto salud como negocios. En este cuaderno, más un pequeño diario que un libro de aventuras, fui anotando y dibujando aquellos días. Sólo para no olvidar.”


De Joaquín solemos decir, medio en broma medio en serio, que es el “último romántico del cómic español”. Su delicado realismo de filigrana finísima no ha perdido la frescura poética que tenía ya en aquellos lejanos tiempos de exploración y vanguardia que él y otros artífices del nuevo cómic español alumbraron en publicaciones como Madriz o Cairo. Da lo mismo lo que dibuje, sus trazos siempre esconden un gesto poético y una mirada nostálgica.

“No son ni el libro ni el viaje más alegres del mundo, pero creo que te gustará”, me confesaba el autor cuando le pedí que me lo dedicara. Es cierto. Como se anuncia en la contraportada, “El viaje traerá a la vez pérdida y aprendizaje”. Cuando uno termina de leer Verano indio (nos gusta el guiño a Manara), no tiene la sensación de que el autor y su acompañante hayan vivido una de esas experiencias extáticas de las que suelen presumir los viajeros (con visa) que vuelven de la India transformados e irradiando espiritualidad. Más bien, todo lo contrario. El diario transmite la fascinación del viajero, el deslumbramiento cultural, pero también un poso de incomprensión e incomodidad, tanto por el choque de culturas como por las incomodidades coyunturales de un viaje que no siempre pareció feliz.

 

El texto y las imágenes se funden con naturalidad en Verano indio. Y López Cruces demuestra, una vez más que, además de un ojo atento al detalle y una prosa amena, tiene esa rara habilidad de capturar la complejidad de la existencia y todas sus arquitecturas con un dibujo exuberante y cargado de detalles, pero tan nítido y espontáneo como un esbozo a mano alzada. Una pequeña joya.

lunes, noviembre 23, 2020

Mono de trapo, de Tony Millionaire. La juguetería mágica (en ABC Color)

Afirman desde la editorial sevillana Barrett que sólo publican un libro infantil y un cómic al año. Ojalá mantengan siempre el nivel de la antología de Mono de trapo que acaban de editar este 2020. Palabras mayores. Por el continente en sí, una preciosa edición limitada de pastas duras que combina con acierto el blanco y negro con el color, y por el contenido: una de las obras de referencia del estadounidense Scott Richardson, más conocido como Tony Millionaire; uno de los dibujantes y guionistas más heterodoxos y fascinantes del cómic actual.

Dentro de aquella generación de autores independientes que irrumpieron en Estados Unidos a mediados de los 90, a caballo entre la edición en papel, los blogs y el webcómic (los Kochalka, Arkham, Shaw, Weing, etc.), Millionaire fue uno de los que más éxito y reconocimiento tuvo gracias a la multipremiada Maakies; su celebrada y enloquecida galería de "animales sabios" que nació como tira de prensa para el New York Press en 1994. Luego llegarían sus series Billy avellanas (editado en español por La Cúpula en 2007) y Mono de trapo (que vio en nuestro país una primera edición parcial a cargo de la Editorial Rossell en 2008), en las que “recicla” y adapta algunos de los personajes aparecidos en sus tiras.  

Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En su estilo encontramos huellas del underground más sofisticado y abigarrado de Robert Crumb, efectivamente, pero su empleo minucioso de las tramas y del rayado demuestra también una influencia de la ilustración decimonónica y los grabados xilográficos de Tenniel o Cruikshank; o de pioneros del cómic como Winsor McCay o Lyonel Feininger. En su actualización de lo gótico y de lo macabro (una original combinación de tópicos y parajes románticos junto a referencias a la cuentística popular) y en su construcción de personajes antropomórficos podemos ver también la huella de ilustradores como Gorey o Sendak.


En toda su producción, desde sus cómics a sus películas de animación, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. El propio Millionaire se encarga de cultivar esa imagen de chamarilero loco. No hay más que rastrear las fotos que de él circulan por Internet: tan pronto aparece con un smoking de gala con chorreras imposibles, como disfrazado de guerrero carnavalesco, con melenaza y casco alado con pico de pato. Ese es el espíritu que preside sus cómics: un espacio mágico en el que conviven lo extravagante y lo inesperado, las referencias infantiles con temas y contenidos claramente adultos. La Villa Kunterbunt de Pippi Langstrum filtrada por el oscuro realismo mágico de Tim Burton. 

Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc.


Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. Cada página del cómic nos remite a ese pasado que sólo sobrevive en ilustraciones y fotografías sepias. Cuando Millionaire decide añadir un texto al pie de cada página, está apuntando directamente a los grabados del siglo XIX; de este modo, la página funciona, no sólo como parte de una secuencia, sino como una unidad en sí misma que nos recuerda a viejas ilustraciones llenas de encanto. De este ejercicio de nostalgia que enhebra el imaginario infantil tradicional con el tenebrismo de las historias góticas nace la narrativa mágica y el riquísimo imaginario gráfico de Tony Millionaire.


Junto a los ocho episodios alrededor de las aventuras de Tío Gabby y Señor Cuervo, la antología de Barrett incluye tres capítulos más (dos de ellos en color): "El pomo de cristal" (construido como un cuento ilustrado), "El episodio de Pulgadas" y el brillante cierre que supone "Tío Gabby"; un pequeño relato en sí mismo, que nos habla de los anhelos imposibles de la infancia perdida, y que consigue cerrar el círculo de forma emocionante.

No exageramos si decimos que Mono de trapo es uno de los acontecimientos viñeteros de este año complicado. Un libro que nos invita a huir de la realidad para refugiarnos en el desván de la infancia y los recovecos de la nostalgia. 

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Y así ha quedado la cosa en la edición impresa del cultural dominical del periódico paraguayo ABC Color

lunes, noviembre 02, 2020

Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado. Entre el cómic y la ilustración

Sigue la Universidad de León, con José Manuel Trabado Cabado al frente, haciendo una labor impagable en su empeño de impulsar los estudios académicos en torno al cómic y su historia. En esta ocasión, para la publicación de Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado la Universidad ha colaborado con la editorial asturiana Trea, que cuenta con un más que interesante catálogo sobre estudios académicos de las más diversas áreas y materias. Trabado ha planteado este estudio colectivo como una incursión en el análisis de las intersecciones y territorios afines entre los lenguajes del cómic y de la ilustración. Entre la nómina de participantes, que han colaborado bajo el paraguas académico que proporciona Greconagra (Grupo de Estudios sobre Cómic y Narración Gráfica). En el índice de participantez encontramos algunos de los nombres más importantes de la investigación comicográfica reciente, como Roberto Bartual, Inés González Cabeza o el propio José Manuel Trabado Cabado, quien participa con un estupendo estudio dedicado a las incursiones de Neil Gaiman y Art Spiegelman en el campo de la ilustración infantil.


Como pueden ver en este índice, una vez más, la Universidad de León nos ha invitado a participar en el volumen con un estudio acerca de la figura de uno de los ilustradores más relevantes e influyentes del siglo XX: el británico Raymond Briggs. Hemos tenido la oportunidad de releer sus obras más importantes y acercarnos a trabajos que desconocíamos; hemos profundizado en los vínculos estrechos entre su obra y su biografía, analizando la evolución de una poética que no dejó de enriquecerse a lo largo de su vida y de su evolución como autor. El título de nuestro ensayo, Una industria llamada Raymond Briggs, se explica por la capacidad que sus libros han tenido para desbordar cualquier tipo de género, audiencia e incluso vehículo discursivo. Difícilmente encontraremos un autor mas exitoso y adaptado (interdiscursivamente) que Briggs; y difícilmente hallaremos un autor de su relevancia al que se le haya dedicado menos atención académica. Con nuestro ensayo esperamos añadir un pequeño aporte, por lo que respecta al menos a su difusión y estudio desde la crítica en español.

Les dejamos ahora con la información promocional proporcionada por el propio coordinador del volumen:

El presente libro pretende mostrar un diálogo entre dos formas de narración gráfica —el álbum ilustrado y el cómic— que pertenecen a tradiciones diferentes y que han poseído, también, una consideración cultural muy dispar. Sin embargo, es posible rastrear numerosos puntos de encuentro que sirven para ilustrar parcelas menos atendidas de la la obra de autores consagrados dentro del panorama de la novela gráfica. En esa intersección de formas y poéticas se instalan ejemplos refractarios a la clasificación estricta. Estas páginas surgen de la voluntad de documentar una necesidad de contar que desborda y enriquece los moldes formales.