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sábado, mayo 27, 2017

¿Cuánta tierra necesita un hombre?, de Martin Veyron. Hasta donde la codicia se expande

En muchos casos, la narrativa rusa del siglo XIX orbitaba alrededor de conceptos morales amplios, la culpa en Crimen y castigo o la pasión desordenada en Ana Karenina, por ejemplo. Es ese el caso también de Cuánta tierra necesita un hombre, el cuento de León Tolstói, que hace de la codicia y la pequeñez de la existencia el punto sobre el que pivota su trama.
El de Martin Veyron es uno de esos nombres clásicos autores franceses que toda una generación de lectores recordamos por sus apariciones frecuentes en revistas como Címoc o El víbora. Sus historias estaban cargadas de diálogos y relaciones, también morales, en las que se entretejían el sexo, los conflictos interpersonales y el desamor. Un tipo de autor, Veyron, que como Gerard Lauzier, conectaba el cómic con una forma muy francesa de entender el arte y la cultura, emparentada por ejemplo con el cine de la Nouvelle Vague.
Le habíamos perdido la pista a Martin Veyron hasta que ha llegado a nuestra manos este Cuánta tierra necesita un hombre. Se parece en poco al autor que recordábamos, sobre todo en el plano gráfico. Aquellas escenas cotidianas de línea clara, planos cerrados y entornos íntimos, han dejado paso ahora a un cómic que respira en un contexto rural de grandes espacios abiertos. Abunda el nuevo trabajo de Veyron en escenas paisajistas y estampas de bosques, lagos helados, trigales y estepas. Esos paisaje rurales latifundistas que tan importantes fueron en la narrativa de Tolstói y a los que el propio autor regresó en su vejez cuando la tierra ya no estaba en manos de los grandes terratenientes imperiales. De este modo, el propio escritor respondió a la pregunta de su cuento cuando abandonó todo cuanto tenía (incluida su familia), se despojó de posesiones y de los oropeles de la fama, y regresó a la vida sencilla del campo.
Esa idea esconde, en realidad, la historia y el trasfondo de Cuánta tierra necesita un hombre. La historia pequeña de Pajom, granjero y vecino de una aldea siberiana, que vive al día con su familia gracias a sus animales y una pequeña parcela para alimentarlos. La suya es también la historia de sus vecinos, con quienes comparte penurias y lindes con las vastas posesiones de otra vecina, una noble boyarda que hace ojos ciegos a las constantes intromisiones de sus vecinos en sus tierras de pasto, a los capturas que éstos pescan en los ríos de su propiedad y a los árboles que talan de sus bosques. Un día, sin embarga, la boyarda, por mediación de su hijo Andreï, contrata un capataz para que vigile sus latifundios y propiedades. Ese será el punto de inflexión decisivo en la vida de Pajom, su familia y sus vecinos.
Para recrear la historia de Tolstoi, Veyron recurre a un convincente realismo de líneas sueltas y ágiles que, en algunos momentos, nos recuerda al trazo de Blain y en otras ocasiones al estilo naturalista de Rubén Pellejero. Su recreación de los paisajes rurales y de las grandes planicias siberianas es de una belleza sobrecogedora, pero íntima y sencilla. El recorrido del protagonista por los paisajes de la Rusia antigua está subrayado por secuencias mudas de bellas postales que, por momentos, transforman una historia costumbrista con moraleja en un cómic de viajes y de miradas. Un disfrute para el lector-pasajero de unas viñetas con historia y con mensaje.
Monsieur Veyron, ha sido un placer el reencuentro.

miércoles, abril 12, 2017

Cómics Esenciales 2016 (de Jot Down y la ACDCómic)

La semana pasada hablábamos de una asociación y de una publicación online en la que se ponía de relieve el estado de la industria del cómic en nuestro país durante 2016. En ésta, vamos a hacer lo propio acerca de otra asociación y una nueva publicación en la que, en este caso, se analizan y reseñan los cómics esenciales en español publicados en el mismo periodo tiempo; todo ello, según el criterio de sus redactores y el de la revista Jot Down, que es quien publica este interesante y muy recomendable volumen (y eso que en él participamos nosotros con dos reseñas).
Cómics Esenciales 2016 nace de la alianza de Jot Down con la ACDCómic (Asociación de Críticos de Cómic de España) y de la voluntad de dar forma impresa al trabajo de la Asociación en su selección semestral de cómics esenciales: dos tandas anuales con los 50 cómics más destacados publicados en España según el criterio de sus miembros. Una valiosa herramienta de divulgación y promoción del cómic en nuestro país.
El libro de Jot Down y la ACDCómic se aproxima a ese compendio de obras seleccionadas durante el año con todo lujo de referencias bibliográficas, recomendación de obras afines y reseñas exhaustivas. Además, Cómics Esenciales 2016 incluye una interesante e instruida conversación a tres bandas entre Paco Roca, Ana Galvañ y Pepo Pérez; tres de los autores esenciales del cómic español contemporáneo.
Nosotros hemos participado con reseñas de dos de las novelas gráficas que más nos han impresionado este curso: las espléndidas Beverly, de Nick Drnaso y La favorita, de Matthias Lehmann. Si le echan un vistazo al listado de participantes de más abajo, verán que la cosa tiene enjundia y recoge los nombres de muchos de los mejores críticos del país. Les adjuntamos también a continuación los párrafos introductorios de nuestras colaboraciones, a ver si enganchamos a alguno, que la publicación lo vale. Créannos.
Listado de participantes
Alberto García Marcos, Alex Serrano, , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , .
Beverly, de Nick Drnaso. Miserias corales
En 1993 el cineasta Robert Altman estrenó su película Vidas cruzadas (Shortcuts), en la que, a partir de diversos relatos y poemas de Raymond Carver, creaba un relato coral tejido a partir de las vidas de personajes sin relación aparente entre sí, cuyos itinerarios terminaban por confluir en una misma línea argumental para crear un cuadro social y costumbrista de más amplio alcance.
La idea no era nueva, encontramos ejemplos de este modelo de expresionismo narrativo en escritores modernistas del siglo XX, como John Dos Passos (Manhattan Transfer, 1925) o William Faulkner (Mientras agonizo, 1930), y en autores más recientes como Camilo José Cela (La Colmena, 1951). El mismo Robert Altman había recurrido con anterioridad a esta técnica en películas tan distanciadas en el tiempo como MASH (1970) o El juego de Hollywood (1992)... (continúa en Cómics Esenciales 2016)
La Favorita, de Matthias Lehmann. Otra vuelta de tuerca 
Algunas biografías literarias esconden detalles extraordinarios que harían sombra a muchos actos de ficción. ¿Sabían, por ejemplo, que la madre del poeta alemán Rainer Maria Rilke, durante siete años de su vida, vistió y trató a su hijo  como a una niña para poder superar el dolor que le causó la muerte de una hija anterior? ¿O que las precoces hermanas Brontë, paradigma de la exaltación romántica y las pasiones agitadas, vivieron una apacible vida sedentaria sin salir apenas de su casa de Haworth, y sin grandes historias sentimentales que llevarse al corazón? Podríamos referir también el caso de Henry James y sus hermanos, cuyas infancias estuvieron marcadas por las vívidas experiencias sobrenaturales que su padre les confesaba haber vivido y les relataba con frecuente sobresalto... (continúa en Cómics Esenciales 2016)

sábado, marzo 25, 2017

The End of Summer, de Tillie Walden. La mansión de los niños cautivos

Conocimos a la jovencísima Tillie Walden gracias a I Love this Part (2015), un cómic pequeño y emocionante; un ejercicio de lirismo a partir de bellas páginas-viñeta y una narración en primera persona que descubría la sensibilidad de una autora tremendamente dotada para un dibujo realista y ligero. 
The End of Summer (2015), la que por unos meses fue su primera obra publicada, es todavía un trabajo más ambicioso y con un recorrido narrativo más elaborado que I Love this Part (debido a ello quizás es también menos redonda y perfecta que ésta). Pero ambas comparten cierta mirada poética y un estilo gráfico deslumbrante.
Imaginemos una infancia eterna en el entorno resguardado de una familia protectora y adinerada. Imaginemos que se nos ofrece una existencia despreocupada en un suntuoso palacio de fantasía, como ideado por un Piranesi juguetón, lleno de rincones secretos, salones de juego, camas con dosel cubiertas de colchas de plumas, piscinas de agua tibia, toboganes, pasadizos de juego y lujosos salones para celebrar banquetes familiares. Como si por fin hubiéramos llegado a aquella mítica Slumberland sobre el lomo de un gato gigante y nos tocara interpretar el rol de un Pequeño Nemo agasajado por sirvientes y vasallos. Imaginemos, por último, que desde la cálida protección de nuestro palacio familiar, con sus alfombras persas, sus almohadones de plumas y edredones de patchwork, pudiéramos observar desde unos ventanales enormes, ociosos, el transcurso de un invierno detenido en el tiempo durante más de tres años.
¿No seríamos felices? ¿No es ésta la descripción perfecta del refugio protector de la vieja poesía?
Probablemente lo sería si la primera sentencia en primera persona del cómic no fuera “I am going to die before the winter ends”. En la primera viñeta aún no lo sabemos, pero la afirmación, severa y autoconsciente, pertenece al pequeño Lars, el protagonista de The End of Summer. Su familia, como muchas familias, encierra secretos asfixiantes y una colección de rituales extravagantes que dirigen la vida de sus miembros hacia una endogamia enfermiza. Así, por debajo de la aparentemente estólida felicidad, discurre una corriente subterránea de misterios larvados que crecen y corroen la plácida cotidianidad. Es quizás en esta búsqueda etérea del oscurantismo familiar donde reside una de las inconsistencias de The End of Summer. Sobre todo en sus páginas finales, el cómic peca de cierto cripticismo que funciona en un nivel poético, pero que espesa la línea argumental y su resolución. Quizá sea una decisión estilística de la autora en su búsqueda de cierto lirismo visual, pero, en este mismo sentido de facilitar el seguimiento de la trama, no ayuda tampoco el hecho de cierta indefinición física de los personajes, cuya similar fisonomía e identificación resulta confusa en ciertos momentos. 
Pero no nos engañemos, el dibujo de Tillie Walden apabulla desde la portada misma del cómic. Su recreación minuciosa de salones y habitaciones, techos, suelos y escaleras, cúpulas y columnatas convierte este cómic en un maravilloso ejercicio gráfico de arquitecturas atemporales, preciosistas detalles arquitectónicos y profusas decoraciones ornamentales. Lo más curioso de todo es que, en su minuciosa construcción gráfica de un universo basado en el detalle arquitectónico y la intrincada miniatura decorativa, pareciera que Tillie Walden (estamos por asegurarlo) ha disfrutado con cada línea proyectada y cada una de las filigranas que adornan puertas, colchas, bóbedas y doseles. Nadie se embarcaría en una tarea de miniaturista medieval como ésta si no estuviera realmente enamorado de la idea que la cobija y enciende.
Detrás de los palacios fastuosos y los oropeles de The End of Summer, se esconde, sin embargo, una idea simbólica mucho más humilde y profunda que su lujoso envoltorio: la que convierte a la infancia en el refugio de toda nuestra existencia posterior. La juventud de Tillie Walden (nacida en 1997) todavía la mantiene cerca de un tiempo que para muchos de nosotros es un recuerdo lejano, pero al cual todos nos aferramos e intentamos regresar en nuestros peores momentos. Son los años protegidos de la felicidad inconsciente, del ocio infinito y de la invulnerabilidad ante el mundo exterior; es el tiempo de la familia y el hogar, en los que nos guarecíamos cada vez que se acababa el luminoso verano y llegaban aquellos inviernos que parecían eternos.

jueves, marzo 09, 2017

Black River, de Josh Simmons. The Walking Women

Conocimos a Josh Simmons con su serie Happy a comienzos de la primera década de este siglo. En la línea de otros fanzines y revistas unipersonales, los Happy de Simmons recogían historias cortas del autor publicadas en un formato cercano al de los comix-books de los 60-70. Con aquellos, Simmons compartía también un estilo informal marcadamente underground  y un espíritu crítico y transgresor; similar al de otras publicaciones más o menos coetáneas, como el Weasel de Dave Cooper, los minicómics de Jeff Brown o el Hate de Peter Bagg.
En los años de consolidación de la “novela gráfica”, las historias cortas de Happy vivían del sarcasmo salvaje y de una incorrección política mucho más extrema que la de las viejas publicaciones underground. Licencias narrativas del cambio de siglo: veníamos de las parodias crueles de Tom Solondz, del humor salvaje de Tarantino o los Hermanos Coen y del extrañamiento irónico en los cómics de Burns y Clowes, no se olviden.
Algo de ello perdura en casi todos los cómics posteriores de Simmons y también, desde luego, en Black River, su aclamada novela gráfica de 2015.
Después de la buena recepción de obras anteriores como Furry Trap y House, el estadounidense insiste en el género de terror para situarnos en un mundo postapocalíptico de esos que tanto abundan en las narrativas contemporáneas. Encontramos en Back River elementos familiares que habíamos visto ya en trabajos como La carretera, de Cormac MacCarthy o en el omnipresente The Walking Dead, de Robert Kirkman: paisajes desolados, crueldad extrema, degradación del ser humano, espíritu de supervivencia mezclado con sadismo, etc. Abunda la obra de Simmons en escenas poco aptas para estómagos delicados; el catálogo explícito de asesinatos y decesos no busca excusas ni elipsis reparadoras: degollaciones, machetazos, ahogamientos, violaciones, venganzas y asaltos desesperados son la materia prima que alimenta el horror de sus páginas y el recorrido de su argumento. La combinación de violencia extrema y caricatura no suaviza el resultado final, muy al contrario, lo hace parecer particularmente cruel. De algún modo, nos recuerda a esa otra obra, también despiadada y nihilista, que es Black Lung, de Chris Wright
Black River es una lectura deliberadamente incómoda, basada en la idea del camino y la búsqueda (the quest) de un mundo mejor que no existe, de una esperanza que, sus protagonistas son conscientes, ha quedado reducida al acto más simple y barbárico de la supervivecia diaria. Introduce además la novedad de un elenco de personajes protagonizado por mujeres; mujeres aguerridas, violentas y tan salvajes y endurecidas como ese entorno cuyo génesis ignoramos.
A través del itinerario de ese grupo nomádico de mujeres que recorre los paisajes calcinados del cómic, profundizamos en la naturaleza humana y, sobre todo, en el mismo proceso de desintegración de cualquier rasgo humanidad. Los episodios se hilvanan como secuencias sangrientas en las que la cronología y la geografía de la historia importan bien poco: como demuestra la secuencia final, tiempo y espacio se desvanecen en Black River como en una neblina tenue en la que sólo destacara el rojo de la sangre y el negro de las cenizas. En las situaciones dramáticas que describe el cómic de Josh Simmons, el aquí y el ahora del agua, la comida y la cruda supremacía darwinista se imponen a los conceptos superados del futuro y del pasado.
Ya lo hemos dicho, Black River es una lectura incómoda. Una historia de terror postapocalíptico que quizás deberíamos leer como imagen simbólica de esa lucha que todavía hoy, en pleno siglo XXI, las mujeres deben mantener contra unas sociedades machistas y violentas que se empeñan en poner piedras en su camino.

viernes, febrero 03, 2017

Laid Waste, de Julia Gfrörer. Santificados sean los vivos

Una rata le muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Laid Waste, el insólito cómic de Julia Gfrörer. Una autora que no deja de recibir críticas elogiosas con cada nuevo cómic que publica: Flesh and Bone (2010), Too Dark (2011), Black Is the Color (2013) o este Laid Waste (2016) que nos ocupa.
La norteamericana pertenece a una generación de jóvenes autores (Anders Nilsen, Sammy Arkham, Francesco Cattani) que han optado por una sutil línea clara, frágil, suelta y quebradiza, deliberadamente imperfecta, para abordar la endeble naturaleza humana y sus pasiones íntimas. Un psicologismo que indaga en el presente, en ocasiones mirando al pasado, como sucede con Laid Waste.
Nos remite el estilo de Gfrörer a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar en un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus trabajos, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad y un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes.
La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Laid Waste la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Sus páginas nos muestran un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. En nuestro viaje de pesadilla por la decadencia del poblado emponzoñado, seremos testigos de las ceremonias de la enfermedad y la muerte más mísera, del correteo repulsivo de las ratas carroñeras y pasearemos entre las tenebrosas hogueras prendidas sobre cadáveres apilados. 
En este contexto, sitúa Gfrörer a su protagonistá Agnès: una joven superviviente rodeada de miseria y angustia que observa desconcertada como el mundo se desmorona a su alrededor, mientras ella parece indemne a la muerte y a la degradación que le rodea. En ese punto, Laid Waste introduce el elemento metafísico para jugar con una idea de santidad y espiritualidad. Recurre para ello a secuencias que aportan valores simbólicos (las ratas comiéndose el pan, los perros peleando entre sí, los hombres enterrando y quemando a sus muertos...) a una trama principal fragmentaria y discontinua, que se asienta en el recurso a la elipsis. La narración de Gfrörer se estructura como un collage en el que se alternan las escenas costumbristas del poblado diezmado por la peste, junto a los episodios que siguen el recorrido de la protagonista.
Pese a su reducida extensión, Laid Waste no es un tebeo sencillo, ni afable. Invita a la relectura y a la reflexión; y, en algunos momentos, deja bastante mal cuerpo. Con tanto relato histórico barnizado y maquillado como encontramos últimamente a nuestro alrededor, se agradece que Julia Gfrörer nos ahorre los eufemismos.

viernes, enero 06, 2017

Veintiún cómics de 2016 (y un estudio)

Como es tradición en esta casa, hemos escondido una lista con los mejores cómics de 2016 en nuestro roscón de  Reyes.
Este año, de nuevo, hemos tenido una excelente cosecha viñetera. Pero por encima de la calidad y cantidad de cómics y autores, nos llena de alegría que un porcentaje alto de nuestras lecturas favoritas de 2016 sean de producción local. Quizás no haya mejor indicador de la buena salud (creativa, no tanto pecuniaria) del cómic nacional que la publicación por parte de Fantagraphics de Spanish Fever; una antología de autores españoles que está teniendo repercusión y aparece en varias listas norteamericanas de los mejores cómics de 2016. Aunque la obra es, en realidad, una edición inglesa de Panorama (la recopilación que Astiberri publicó en 2013), no es casualidad que algunos de los autores recogidos en ella vuelvan a repetirse en muchas de las listas con lo mejor de este año, incluida la nuestra:
Vencedor y vencido (autoeditado), de Sento: Podríamos haber incluido a Sento entre lo mejor del año con cualquiera de las dos obras anteriores que componen esta trilogía sobre la vida del Doctor Uriel y la Guerra Civil Española vista desde dentro. Tras Un médico novato y Atrapado en Belchite, se cierra el ciclo con Vencedor y vencido, si cabe, la entrega más desesperanzada de la saga. Basados en la historia real y los diarios de Pablo Uriel, los cómics de Sento escapan de sentimentalismos, intrigas gratuitas y efectismos de acción; quizás sea por eso que se ha visto obligado a autoeditar las dos últimas entregas de la serie. Por su honestidad, por su labor de investigación y por como lo cuenta, hay que leer al señor Sento Llobell.
El ala rota (Norma Editorial), de Antonio Altarriba y Kim: El ala rota es el cómic de Antonio Altarriba, dibujado de nuevo por Kim, que completa su díptico familiar dedicado a los derrotados de la Guerra Civil Española: memoria histórica necesaria. Otra vez artistas y creadores haciendo lo que no hacen nuestras instituciones. El de Altarriba y Kim es un cómic áspero y honesto, un ejercicio confesional de restitución por partida doble: a su madre Petra, pero sobre todo, a todas esas mujeres que sobrevivieron de forma heroica al drama de la muerte de los seres queridos, la humillación y el menosprecio sistemático que recibieron por parte de una sociedad machista, embrutecida y profundamente cruel. 
Intemperie (Planeta Cómics), de Javi Rey: Tremendismo y mucha aspereza para contar la historia de un superviviente en un medio hostil. Javi Rey adapta la novela del mismo título de Jesús Carrasco y construye un relato que convierte en imágenes la tradición literaria española de postguerra: esa dureza que La familia de Pascual Duarte ejemplificó como pocas. Chico, el protagonista, es un niño que intenta escapar de su familia, de su pueblo y de su vida, y que, en su huida de animal acorralado, tras sus encuentros con individuos honestos, terminará por convertirse en un superviviente, es decir, en un hombre (que no adulto). Javi Rey reconstruye los paisajes rurales de la desolación con un sólido dibujo realista y un deslumbrante (y medido) empleo del color. Intemperie es un relato clásico, una historia dura que nos devuelve a un pasado de amos, esclavos, dominación y un control ideológico que parece lejanísimo, pero que está en realidad a la vuelta de la esquina o a unas páginas de periódico de distancia. 
Talco de vidrio (La Cúpula), de Marcelo Quintanilla: Después del éxito de Tungsteno, Marcelo Quintanilha vuelve a impresionar con un trabajo de naturaleza muy diferente: Talco de vidrio, un relato psicológico del desaliento. Celia, su protagonista, es una triunfadora eternamente insatisfecha, el prototipo del fracaso de este modelo social en el que nos hemos instalado los países capitalistas. La obra de Quintanilha es una crónica realista y convincente de la envidia, la codicia y la desesperación como motores sociales. Un cómic que quema y nos invita a repensar hacia dónde vamos y qué caminos estamos dispuestos a tomar.
Intrusos (Sapristi Ediciones), de Adrian Tomine: La última obra de Adrian Tomine recopila seis historias breves; género en el que el norteamericano se ha revelado un auténtico maestro desde que publicara sus primeras historietas en su fanzine Optic Nerve. Tomine bucea en las inconsistencias de lo real, en las miserias de cada día con una profundidad y un pulso narrativo al alcance de pocos autores contemporáneos. Intrusos es un trabajo complejo y ambicioso, una obra de madurez y, en cierto sentido, una declaración de principios por parte de uno de los nombres esenciales de la revolución de la novela gráfica.
Beverly (Fulgencio Pimentel), de Nick Drnaso: Los relatos breves sutilmente cruzados que componen Beverly parecen resultar de una mezcla curiosa entre Carver, Solondzt, Clowes y Porcellino. Una mirada aguda sobre las miserias humanas y el crudo egoísmo del ciudadano común. La línea clara clarísima de Drnaso (así, sin vocal) reproduce la falsa asepsia de las existencias inmaculadas: el American Dream convertido en la cobertura glaseada de un pastel de mierda. Debajo del trazo finísimo de este cómic y sus perfectos colores planos, detrás de sus historias de familias felices, adolescentes efervescentes y esos resorts vacacionales de ensueño en los que le pedirías la mano a tu amor eterno se esconde la existencia miserable y hueca  que santifica al común de los mortales: una planicie que se disfraza de sonrisa hipócrita y maravilla de cartón piedra en simulacros de vida como Facebook o Instagram. El brillo, los focos y la música de Barry Manilow de fondo son un invento de Hollywood. Así nos lo cuenta Nick Drnaso, con mucho pulso narrativo, momentos incómodos y dobles sentidos, en Beverly.
Chiisakobee (ECC Cómics), de Minetarô Mochizuki: Hacía tiempo que no disfrutábamos tanto de un manga. Entre otras cosas, porque los cuatro volúmenes que componen Chisakobee no se parecen a nada que hayamos leído antes. Detrás de la, sólo aparentemente trivial, trama de un joven ingeniero que hereda la empresa de construcción de sus padres después de la muerte de éstos en un incendio, se esconde uno de los cómics más osados y asombrosos en la planificación de escenas que se recuerdan. El lenguaje del cómic recurre a la alternancia de planos para dinamizar la acción; Mochizuki lo hace para describir sentimientos profundos y estados de ánimo que parecían difícilmente traducibles a un lenguaje gráfico. Parece imposible que una acumulación de primeros planos de manos, piernas y nucas pueda llegar a transmitir la carga emocional que consigue esta obra. Dejándose llevar por la estética y la forma de vida de sus personajes, muchas voces han definido el de Mochizuki como un "manga hipster". No se compliquen la vida: más allá de etiquetas, Chiisakobee es un cómic prodigioso. Y punto.
La favorita (La Cúpula), de Matthias Lehmann: No conocíamos a Lehmann en nuestro país, pero habrá que seguirle con atención después de leer La favorita. El francés recurre a un dibujo heredero de la ilustración decimonónica (no por algo es un maestro en el linograbado) para contar una historia que arranca como un homenaje a la novela gótica y concluye en un acercamiento postmoderno a cuestiones tan complejas como la identidad sexual, los derechos de la infancia o el peso de las apariencias en las sociedades conservadoras. Entre medias, secuenciaciones audaces y alguna vuelta de tuerca sorprendente que dejará al lector en un estado de plácido estupor y le regalará unas buenas horas de reflexión.
Una entre muchas (Astiberri), de Una: Una entre muchas es un cómic necesario, uno de esos trabajos que zarandean conciencias y remueven pasividades cómplices. Una, su autora, aborda sin excusas temas como el maltrato machista, la pederastia, la violación o la connivencia y el silencio social en el asesinato de mujeres. Se nos relata con crudeza el caso del Destripador de Yorkshire, cuyas atrocidades se vieron amparadas por la inacción y los prejuicios sociales. Y Una habla de sus traumas personales, como víctima de abusos y violaciones a lo largo de su vida. Una voz autorizada, un cómic sobrecogedor. 
La ternura de las piedras (Nørdica Cómics), de Marion Fayolle: La ternura de las piedras, de Marion Fayolle, es un ejercicio único de mestizaje entre el cómic y la literatura: la autora francesa dibuja y escribe su cómic como una alegoría poética y lo dota de una profundidad lírica tan íntima y sutil que el lector no puede sino sobrecogerse por lo que en él se narra. Porque La ternura de las piedras no es otra cosa que una elegía a la muerte del padre edificada en viñetas, un ejercicio de exorcismo convertido en símbolo y metáfora de la tragedia. Fayolle recurre al símbolo y la metáfora para, con su estilo delicado y evocador, construir un relato cargado de dolor, empatía y belleza. Uno de los cómics más bonitos e intimistas de este curso.
Diagnósticos (La Cúpula), de Lucas Varela y Diego Agrimbau: Diagnósticos fue concebido tras un año de estancia en la Maison de Auteurs de Angoulême por parte de sus dos autores argentinos. Seguramente no ha tenido la repercusión que hubiera merecido, pero este trabajo es la prueba fehaciente de que en cómic todavía quedan muchas cosas por hacer. Usar la enfermedad como excusa creativa es la vía que han tomado Varela y Agrimbau para construir un conjunto de historias cortas cohesionadas por la vinculación literal entre forma y contenido: seis personajes aquejados de seis trastornos mentales (agnosia, claustrofobia, sinestesia, afasia, akinetopsia y prosopagnosia) son la excusa para experimentar con la secuenciación narrativa y la manifestación gráfica de los síntomas y efectos de la enfermedad. Cada relato se desarrolla desde el interior de la mente enferma y cobra forma a partir de la disfunción de sus protagonistas. Una idea valiente que funciona en su traslación a viñetas.
El fin del mundo y antes del amanecer (Norma Editorial), de Inio Asano: Últimamente, se habla de Inio Asano en todos los foros. No nos extraña. Su actualización de algunos géneros tradicionales del manga (hentai, shojo, gekiga...) y su acercamiento, curioso, perspicaz y excéntrico, a la sociedad nipona, no deja de ganar adeptos para su causa y para el manga adulto. Pero es que, además, Asano dibuja como pocos: el hiperrealismo de sus escenarios impone y sus personajes desbordan expresividad. El fin del mundo y antes del amanecer recopila varios relatos cortos para componer un inquietante fresco urbanita de jóvenes melancólicos y desilusionados que miran con inquietud hacia un futuro sombrío, como quien observa la llegada inminente de un apocalipsis inevitable. En este contexto, Asano entreteje con maestría una urdimbre de detalles existenciales, hábitos del día a día, diálogos cargados de intenciones e indicios filosóficos y teleológicos que parecen señalar a una instancia superior. Son intuiciones y símbolos que emergen de historias cotidianas. Apuntes para una crisis, que a lo peor deberían leerse como un vaticinio agorero dedicado a nuestra forma de vida, frenética y sofisticada.
Necrópolis (Astiberri), de Marcos Prior: Necrópolis es el cómic de Marcos Prior que cierra su "trilogía de la crisis", después de Fagocitosis y Potlatch. El autor reformula la idea de cómic comprometido para hurgar en la herida de la "gran estafa global" que nos ha explotado a los ciudadanos en la cara por obra y gracia de nuestra clase política y su servidumbre ante los poderes financieros. Sus páginas proyectan hacia el absurdo postmoderno la inercia de los acontecimientos contemporáneos, para dibujar un cuadro social presidido por la violencia, la corrupción, la miseria, la estupidez y la insolidaridad generalizada.
Todos los hijos de puta del mundo (Astiberri), de Alberto González Vázquez: La fina mala hostia de Alberto González Vázquez es tan fina y está tan repartida que estamos todos invitados en la dispensa. Que le llamen a uno gilipollas a la cara, debe de ser muy jodido, pero es tremendamente gracioso para quien observa desde otro lado de la viñeta. Todos los hijos de puta del mundo, la recopilación de las páginas que González Vázquez ha ido publicando en El Mundo Today y Orgullo y Satisfacción a lo largo de estos años, es un cómic que busca soltar lastre a base de escupitajos e inteligencia: un tebeo dedicado a todos esos que siguen pensando que España va bien, mientras aplauden con las orejas y disculpan resignados a fulanos trajeados con tarjetas black. González Vázquez ha publicado un cómic hilarante como una patada en los huevos. No puede uno dejar de reírse, oigan. 
Paciencia (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Hablar de Clowes es hacerlo de uno de los grandes renovadores del lenguaje comicográfico, de una de las figuras emblemáticas en lo que ha sido el asentamiento de la novela gráfica y su despegue como medio artístico de prestigio. Todas las obras del estadounidense son reconocibles y valientes; en casi todas ellas encontramos algún hallazgo narrativo o méritos estilísticos que las convierten en obras de referencia. Paciencia tampoco decepciona. Enmarcada dentro del territorio de la ciencia ficción, el nuevo cómic de Clowes desafía las convenciones y desborda las expectativas que se van planteando en cada una de sus páginas. 
Los dientes de la eternidad (Norma Editorial), de Jorge García y Gustavo Rico: El cómic de Jorge García y Gustavo Rico resuena como un viejo cantar moldeado por gestas milenarias y dioses inmortales. Con su narración densa y épica del ocaso de los dioses, del triunfo efímero y amargo del hombre sobre la gloria legendaria de Asgard, García confirma que es uno de los grandes guionistas de nuestro país; un autor capaz de construir historias que parecen surgir de la memoria de los pueblos. La reconstrucción de esta mirada mítica habitada por dioses escandinavos y guerreros de hielo moldea sus dimensiones heroicas definitivas gracias a la enérgica imaginería de un Gustavo Rico en estado de gracia: no exageramos si afirmamos que, en muchos momentos, el torbellino expresionista de su dibujo nos devuelve la imagen exuberante de maestros como Alberto Breccia y Miguel Calatayud... ¿Hace falta decir más? 
Golem (Roca Libros), de Lorenzo Ceccotti: El de Ceccotti es un cómic que bebe del manga clásico para  crear un sorprendente universo de ciencia ficción: una propuesta brillante y vertiginosa que nos presenta a un dibujante sobresaliente y a un creador de mundos ficcionales diferente y complejo. El manga del italiano Lorenzo Ceccotti es un ejercicio de frenesí visual que fagocita muchos rasgos icónicos de la ciencia ficción clásica y del cibermanga de autores como Otomo o Shirow: su gestualidad y ruido cinético, la profusión tecnológica o la combinación entre los pasajes contemplativos y las escenas de violencia vertiginosa son características que Golem recupera, actualiza y trasnsforma en un tebeo que se lee sin dejar de sudar.
Enter the Kann (Autsider Comics), de Víctor Puchalski: Si le hacía falta un Tarantino al cómic, alguien que recuperara los viejos géneros de la serie B y el pulp para revestirlos de colorido barniz kitsch y efervescente violencia gratuita, si hacía falta, decíamos, Víctor Puchalski acaba de proponer su candidatura en firme con Enter the Kann. Ya desde esa alucinante portada holográfica que le golpea (literalmente) al lector en la cara en tres fases, el cómic de Puchalski destila incorrección política, violencia underground en tonos psicodélicos y un homenaje a la cultura pop desde su primera página: a los videojuegos de arcade, al cine de artes marciales de Bruce Lee, a la línea chunga española iluminada por el espíritu de Clay Wilson y Gary Panter... Enter the Kann es lowbrow en estado puro que en sus escenas más violentas y alucinadas roza la abstracción. Enter the Kann es un espectáculo visual fabuloso, un tebeo mestizo, irreverente, asalvajado y además muy divertido... 
Safari Honeymoon (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: El sólo hecho de recorrer las viñetas mutantes de Jesse Jacobs y pasear por los paisajes metamórficos, abigarrados y exuberantes de sus cómics resulta en sí un festín visual. El neoyorquino ha conseguido convertir su estilo gráfico en un lenguaje: Safari Honeymoon es un valioso muestrario de su caligrafía. La historia de los dos recién casados que organizan, para su luna de miel, una expedición a las selvas de un peligroso y fecundo planeta es sólo la excusa argumental que emplea Jacobs para desplegar su catálogo de criaturas multiformes y la alucinante flora imposible que habita sus páginas. Con su amable estilo underground y una combinación preciosista de tonos verde, Safari Honeymoon es una delicia para amantes de la ciencia ficción y la rareza freak, pero, sobre todo, es un tebeíto que se lee con el deleíte hipnótico de quien emprende un viaje excitante al planeta soñado. 
La visión (Panini Cómics), de Tom King, Gabriel Hernandez Walta, Jordie Bellaire: El cómic de superhéroes más citado, aclamado y premiado del año. La idea no es nueva: adentrémonos en la cotidianidad del superhéroe, intentemos capturar la normalidad de lo extraordinario (como hicieron, por ejemplo, Aja y Fraction con Ojo de Halcón de forma deslumbrante). En La visión, sin embargo, el ejercicio especulatorio se enriquece con unas buenas dosis de crueldad, humor negro y, sobre todo, gracias a la propia naturaleza sintética de sus protagonistas. ¿Cómo se cuenta la humanidad de algo que no es humano? Debido a estos factores, el cómic de King, Walta y Bellaire invita a reflexiones propias del género superheroico, como la hostilidad social, la identidad o la inadaptación, pero planteadas desde una óptica muy diferente y novedosa. Una lectura refrescante.
Noche Oscura: Una historia verídica de Batman (ECC), de Paul Dini y Eduardo Risso: Uno de los mejores cómics de superhéroes de 2016 no es un cómic de superhéroes, sino el ejercicio de catarsis biográfica de un guionista que adquirió su fama gracias a ellos. Paul Dini fue uno de los responsables (junto a tipos como Bruce Timm, Joe Chiodo, Michael Avon Oeming, etc.) del exitoso giro cartoon que los personajes de DC vivieron a comienzos de este siglo. Cuando su carrera como guionista de animación parecía lanzada, dos atracadores le dieron una brutal paliza a Dini que lo dejó a las puertas de algo peor... Batman, una historia verdadera cuenta esa experiencia traumática. Azzarello (100 Balas) recurre a su talento gráfico para dar forma a un relato en el que se mezclan los hechos reales, el recuerdo, la narración en primera persona del propio Paul Dini, convertido en personaje, y las historias cruzadas de los personajes de ficción que han ayudado a Dini a ser quien es. El cómic autorreferencial de un exorcismo en toda regla (Batman mediante).
Y si se quedan con ganas de leer más, este año ACDCómic (la Asociación de Críticos de Cómics) ha publicado el esperado Cómic Digital Hoy: 33 capítulos que recorren el panorama contemporáneo del cómic digital internacional a base de estudios (entre ellos este nuestro) y análisis llenos de interés. Una de las buenas publicaciones de este 2016; y encima de balde.
http://www.acdcomic.es/comicdigitalhoy/