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lunes, junio 20, 2011

Generación X.

Estamos de vuelta en Inglaterra por motivos laborales. Una de las cosas que más nos gusta de este país es que la cultura es realmente accesible: queremos decir que, aparte de que muchos de los grandes museos son gratis, uno siempre encuentra razones y motivaciones para la contemplación arquitectónica, el disfrute de la música callejera (buskers) o la lectura de segunda mano. ¿Qué se queda usted colgado porque le falla la cita? No sufra, métase a una de las miles de tiendas Oxfam que inundan el país, cómprese un libro por una o dos libras, y a leer a un parque. Y además estará usted ayudando a una buena causa.
Tal que así nos sucedió en nuestra visita anterior. Estábamos ojeando estanterías y retoqueteando páginas de libros usados, cuando nos llamó la atención un lomo rosa chillón. Pertenecía a ese libro de Douglas Coupland que tanto dio que hablar y que dio nombre a toda una generación a principios de los 90: Generation X. Tales for an Accelerated Culture. Nos habíamos olvidado del fenómeno Coupland. Tuvo incluso su adaptación cinematográfica a manos de Ben Stiller (la primera película como director de este cómico), protagonizada por dos estrellas que ya no lo son tanto, como Winona Ryder y Ethan Hawke.
Pagamos los 70 centimos que costaba y nos fuimos al parque a leer. Generation X es un libro exigente, bien escrito y con un ácido sentido del humor. Abunda en neologismos, slang, juegos de palabras y guiños postmodernos; Coupland maneja el vocabulario con maestría y exuberancia. Alrededor de la historia de sus tres protagonistas, se despliega un juego de metarrelatos y cajas chinas, que actualiza esa vieja fórmula que tanto éxito deparara en el pasado a boccaccios y donjuanmanueles. En ese sentido, Generation X es un relato de relatos acerca de una juventud sin esperanzas, sin objetivos y sin futuro (de ahí su subtítulo). ¿Y saben qué? Leyendo sus páginas, buceando en las rutinas e inercias abúlicas de Andy, Dag y Claire, uno no puede dejar de extrañarse de lo poco que han cambiado las cosas. Parece como si ese término de "Generación X" que definiera a todo un colectivo de jóvenes ocupados en trabajos basura y que, por vez primera en la historia, parecía reservarse un futuro peor que el de sus padres, no se hubiera bajado aún del tren de la historia. Seguimos anclados en el desaliento de las bajas expectativas para la juventud: habitamos un escenario de cartón piedra levantado sobre esos trabajos precarios, existencias serviles y manejos especulativos; mientras los actores del astracán asistimos incrédulos a los horrores perpetrados en nombre del capital.
En párrafos como el siguiente, Generation X muestra una visión del mundo absolutamente actual:
My friends are all either married, boring, and depressed; single, bored, and depressed; or moved out of town to avoid boredom and depression. And some of them have bought houses, which has to be kiss of death, personality-wise. When someone tells you they've just bought a house, they might as well tell you they no longer have a personality. You can immediately assume so many things: that they're locked into jobs they hate; that they're broke; that they spend every night watching videos; that they're fifteen pounds overweight; that they no longer listen to new ideas. It's profoundly depressing. And the worst part of it is that people in their houses don't even like where they're living. What few happy moments they possess are those gleaned from dreams of upgrading.
Insitiendo en el juego autorreferencial e intertextextual, el libro está "glosado", además, con multitud de neologismos y definiciones a pie de página, que el propio Coupland utiliza para enriquecer el tono cínico y autosuficiente que sazona su obra.
Down-nesting: The tendency of parents to move to smaller, guest-room-free houses after the children have moved away so as to avoid children aged 20 to 30 who have boomeranged home.
Con idéntica finalidad aparecen aquí y allá pequeñas y mordaces viñetas, en un inconfundible estilo años 50, que no hacen sino ilustrar la parodia nihilista que vertebra la obra. Y así, ya ven, hemos llegado otra vez hasta las viñetas.
Una lectura interesante este Generation X, casi veinte años después. Veremos que sorpresas culturales nos depara nuestra nueva estancia británica.

lunes, mayo 02, 2011

Estocolmo: islas, museos, vikingos y (algunas) viñetas.

Acabado nuestro Salón, salimos contrarreloj de la Ciudad Condal, vía Gerona, para coger un vuelo a la capital de Suecia. Esta es la segunda etapa del periplo que les contábamos el otro día. Así de viajeros y vertiginosos nos mostramos a veces.
Hay países a los que te acercas con muchos alicientes a estribor, pero con no demasiadas expectativas tebeísticas. Estocolmo podría ser el caso. Claro, que también esperábamos frío y lluvia, y resultó que todas las tormentas se habían venido para España a aguarles la Semana Santa a procesionales y visitantes foráneos. Fue gracioso, llegamos a nuestro hogar sueco provisional y apareció Modesty Blaise casi en la puerta a recibirnos con un glamuroso hola.
Estocolmo es una ciudad preciosa, una de las capitales europeas más esplendorosas, como los son sus hombres y mujeres: ciudadanos civilizados, sonrientes y tan altos como guapos. La ciudad está formada por 14 islas y centenares de islotes, aunque los puntos más importantes de la ciudad se reparten entre cuatro o cinco de esas islas y la parte que ellos llaman tierra firme. Después de unos días de paseo por sus calles, cruzando puentes y recorriendo ínsulas, terminamos por familiarizarnos con nombres como Skeppsholmen (la isla de los museos, incluido el polémico Moderna Museet, diseñado por Moneo, o el National Museeum, que presentaba la también polémica exposición "Lust & Vice") o Djurgarden (una isla llena, también, de museos -como ese homenaje al fracaso náufrago que es el Vasamuseet-, parques y jardines).
Pasea uno por las callejuelas empedradas de Gamla Stan (la isla que encierra la parte antigua de la ciudad) y tiene la impresión de estar recorriéndose una villa medieval, con multitud de placitas bucólicas, cafeterías con encanto y estatuas de bronce; en ella se encuentra también la catedral y el Palacio Real. Nos topamos en Gamla Stan hasta con dos tiendas de cómics, llenas de cajas y expositores con novedades. Bastante tebeo familiar: resulta que en Suecia no son ajenos a las virtudes de los trabajos más recientes de Joe Sacco o Mazzucchelli.
Descubrimos otras dos tiendas de cómics en la isla de Sodermalm; dicen que esta es la isla bohemia de Estocolmo, el lugar a donde ir de compras o a pasear entre la modernidad juvenil de la capital. Es también la zona de marcha, donde se encuentran los locales de moda (con precios tan prohibitivos como en el resto de la ciudad, eso sí).
Constatamos también que hay ciertos cómics que aparecen en casi todos los escaparates de las librerías suecas: omnipresente es la serie humorística Bronto Berglin, de Jan & Maria Berglin, todo un éxito de ventas; el Rocky de Martin Kellerman (también publicado en nuestro país) es toda una celebridad, sus orejillas plegadas y su aire desaliñado son casi un icono de la vida sueca; también muy popular es el perfil heavymetalero-gótico de Nemi, el famoso personaje de la noruega Lise Myhre, que llegamos a encontrar incluso en versión joyera.
Para seguir ahondando en el mundo de las viñetas nórdicas, nos agenciamos los dos volúmenes de la antología de cómics suecos, From the Shadow of the Northern Lights, que publicó Top Shelf en 2008. Nuestras impresions acerca de los mismos, se las contamos en otro post un día de éstos.
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Ah, las gracias por las fotos a Paco y las gracias por el hogar a Dan.

lunes, septiembre 13, 2010

Japón (y III): calles, disfraces y panteones museísticos.

El manga es parte de la identidad japonesa, decíamos. El manga entendido como concepto abarcador y, en ocasiones, extravagantemente amplio. Así, decíamos también, cuando un visitante comiquero llega a las costas japonesas, los debes y visitas planificados se acumulan en la agenda de viaje. Son tantas las referencias directas e indirectas que hemos oído o sobre las que hemos leído, que algunos nombres, calles y lugares nos suenan a ya conocidos.
Por ejemplo, ¿quién no ha visto en alguno de esos programas-plaga de calagurritanos viajeros o calagurritanos por el mundo (que me perdone todo Calahorra al completo) a un viajero que se pasea un domingo por la mañana por la zona de Harajuku para ver a los chavales disfrazados en el puente que da al parque de Yoyogi? Es alucinante ver a toda esa chavalada primorosamente camuflada bajo el atuendo de sus ídolos manga, disfrazados de vampiros o de estrellas del rock. Una de las vestimentas más exitosas que vimos entre el género masculino fue la de viuda victoriana. Como lo oyen. La zona, por otro lado, está repleta de tiendas de ropa, accesorios y chuminadas diversas, modernísimas y muy fashion. Dicen por ahí (en Calagurritanos Viajeros) que los buscadores de tendencias sobrevuelan los alrededores de Harajuku en busca de la moda futura. No les vimos, pero seguro que estaban.
Otro lugar común del mangaka tokyota es el barrio de Akihabara. Allí  habitan esas muchachuelas disfrazadas de camareras-doncellas que te invitan a tomarte un refrigerio en su local, mientras escenifican servidumbres pretéritas. Pese al orgullo con que lucen sus atuendos estrafalarios, algunas se muestran reacias al posado fotográfico (al revés que los vampiros y las orgullosas lolitas de Harajuku); no es lo mismo posar que trabajar, suponemos. Akihabara es también el barrio de la electrónica y de los otakus. Tiene bastantes tiendas de manga; alguna de varias plantas.
Entrar a una tienda de cómics en Japón es un ejercicio de desesperación. Algo así como meterse en un buffet libre con el estómago revuelto. Uno se ve rodeado de miles de tebeos, sabe que entre ellos encontraría a algunos de sus autores favoritos de los últimos tiempos (Tezuka, Kago, Taniguchi...), pero no hay tu tía: rodeados del jeroglífico kanji, resulta imposible, no ya entender algo, sino siquiera localizar a dichos autores. Además, como no podía ser de otro modo, en Japón, hasta la librería más pequeña está repleta de cómics. Omnipresente, la nueva entrega de Naoki Urasawa, su Billy Bat, en plena promoción. La oferta es ingente (con mucho hentai -cómic erótico- de por medio), la respuesta del no iniciado en las destrezas lingüísticas niponas, la impotencia pura y dura. Aún y así, claro, nos compramos algún que otro manga: testimoniales algunos (a ver si adivinamos de quién es lo que nos agenciamos, porque tiene buena pinta) y sentimentalmente valiosos los otros (un Astro Boy viejísimo de segunda mano).
Hablando de Tetsuwan Atom, ya les dijimos que en la estación de Kyoto, la impronta Tezuka se deja notar desde los primeros pasos. En realidad, el despliegue estatuario tiene que ver con la tienda oficial del célebre mangaka, que se encuentra en la misma estación. No pudimos visitar el Tezuka Osamu Manga Museum, en Takarazuka (no encajaba en la ruta y tampoco está uno ya para esos excesos), así que tuvimos que conformarnos con el merchandising, variado y carísimo, de la tienda de la estación. Algo de utilísimo menaje para el hogar y el necesario atuendo cayó, por supuesto.En Kyoto estaba también el Museo del Manga, presidido de nuevo por una gigantesca estatua de Tezuka, su Fenix en este caso. Curioso museo, por la literalidad de su nombre, sobre todo: el museo del manga de Kyoto es una enorme biblioteca de mangas, miles y miles de ellos (incluido alguno en español), a la que acuden los aficionados, simplemente, a leer. Hay algunas vitrinas con una escueta historia del cómic japones, con algunos datos acerca de la industria y con ciertas menciones a los autores más importantes, pero sobre todo encontramos cientos de lectores, de todas las edades, devorando series enteras de personajes clásicos y modernos, que se suele decir. Cosas niponas, de nuevo.Otro museo que nos quedamos con las ganas de ver, éste en Tokyo, fue el Ghibli Museum, de Hayao Miyazaki. Dicen que vale la pena y que parece más un pequeño parque de atracciones que un museo, dicen que la entrada es una transparencia real de una las películas animadas de Miyazaki, pero (y esto no lo dicen, lo pudimos comprobar) la entrada está limitada a un reducido número de visitantes diarios y la alta demanda exige reservas con mucha más previsión de la que nosotros mostramos.
Tampoco nos aburrimos, en realidad. ¿Que no podemos entrar en el Ghibli? Vámonos al Mori Art Museum... En otro post les contamos lo que vimos por allí.
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lunes, septiembre 06, 2010

Japón (II): soba, matcha y manga.

Hay conceptos, objetos, alimentos, ideas que, por encima del estereotipo, parecen ayudar a conformar la idiosincrasia cultural de un país. El té es una de esas realidades topicalizadas en el caso de Japón. Resulta complicado pensar en la cultura, o incluso en la historia japonesa, sin tener presente la importancia que el té ha tenido en su evolución como país. Aquellas hojas que llegaron desde China unidas a la filosofía del budismo zen, fueron rápidamente adoptadas por las clases dirigentes niponas; fue el té la bebida emblemática de los samuráis y, a partir del S.XVI (durante el Shogunato Tokugawa), gracias a la influencia del monje Sen no Rikyu y su perfeccionamiento de la ceremonia té, llegó la sublimación de la bebida de jade, el elixir de los dioses que obnubiló al país.Como se suele decir, el sabor del matcha (el té verde en polvo que se emplea para la ceremonia) está "en todas las salsas" japonesas... bueno, y en los helados, los pasteles, los granizados y cualquier material ingerible que a uno se le ocurra; incluidos los mochis, las omnipresentes bolitas de arroz. En casi todos los contextos y horarios, se nos presentará la ocasión de degustar alguna de las variedades japonesas de té verde: en verano es habitual comer con un vaso frío de hojicha (té verde tostado al carbón); es también uno de los sabores habituales en las maquinas expendedoras con su infinita gama de botellas de agua aromatizada. Con los rigores estivales tampoco viene mal un traguito de genmaicha (té tostado con arroz).
En ocasiones, una taza de sencha o bancha (las dos variedades más comunes de té verde en Japón) acompañará a nuestros fideos udon o soba. Hablando de fideos, una de las primeras sorpresas que le esperan al comensal en un restaurante japonés son sus menús: muchos de los platos ofertados se exhiben en coloridos escaparates verticales; se necesita un rato y bastante atención para descubrir que todo ese despliegue gastronómico es de plástico. Los japoneses son unos maestros de la representación, en todos sus sentidos. Iconicidad al poder.Se dice que el lenguaje ayuda a conformar el pensamiento de un pueblo; el tópico al respecto es el del alemán y sus filósofos, ¿recuerdan? Por las mismas, cabría convenir que las gentes niponas están imbuidas de la fuerza representativa de los iconos. Después de todo, el más habitual de sus tres alfabetos (kanji) se compone de representaciones simbólicas convencionales: un dibujito para cada concepto. Quizás sea esa una de las razones de que en Japón las imágenes sean arte y parte lingüística. Y, claro, el manga se compone de imágenes.
El manga es japonés y Japón es manga. Los mangakas son auténticos ídolos de masas y muchos de sus personajes han adquirido el rango de iconos sociales y han saltado fuera de las páginas de los tebeos para convertirse en embajadores visuales de cualquier otro tipo de producto comercial. Pósters publicitarios, anuncios televisivos, marquesinas de autobuses, carteles luminosos, postes de señalización son los nuevos hábitats de creaciones como Doraemon, Detective Conan, Kakashi, Son Goku o Tetsuwan Atom, que lo invaden todo.
Es imposible dar un paso en Nara, por ejemplo, sin reconocer a uno de los personajes de Gosho Aoyama. El estilo de Yoshihiro Tatsumi o el de Mizuki se multiplican en juguetes, anuncios... Apenas se pone un pie en Kyoto y se sale por la puerta de su estación, cuando nos topamos de lleno con los personajes del más grande, de Osamu Tezuka.Manga, manga y más manga. En la siguiente entrega les concretamos el asunto con datos concretos, que esta entrada, nos consta, ha sido un tanto matcha revolutum.
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martes, agosto 31, 2010

Japón (I): Regreso al futuro.

Disculpen la demora. Acabamos de regresar de Japón. Es un país que para el aficionado comiquero tiene resonancias mitológicas, no sin razón. En los siguientes posts les vamos a contar a ustedes por cómo nos ha ido por el Imperio del Sol Naciente.
La primera impresión que tiene uno cuando aterriza en Tokyo es que ha viajado al futuro. Dejamos de ser, como sucede en muchos viajes intercontinentales, los blanquitos ricos occidentales, para asistir perplejos a un estadio siguiente de civilización, así, sin exagerar. Nos gusta esa palabra, “civilización”, porque no se refiere únicamente a un nivel de evolución tecnológica, sino a un grado de respeto y a la capacidad de vivir en sociedad de forma civilizada; evidentemente, es mucho más sencillo ser civilizado cuando las necesidades básicas están cubiertas, pero precisamente por eso sorprende que en un país como España seamos tan incívicos con el prójimo en tantas ocasiones.
Evidentemente, pecamos y pecaremos de simplistas (cuestión de espacio y soporte). No queremos dejarnos alucinar por el fulgor nipón, además. Su sociedad es bastante machista y su arraigo tradicional llega en ocasiones a lo teatral, pero, señores, qué bien funciona la cosa pública.
Casi todos los parámetros de la realidad japonesa se explican en base a tres factores: se trata de un país relativamente pequeño (algo menor que California y con sólo un cuarto de la extensión del país habitable, debido a sus muchas zonas montañosas y boscosas), superpoblado (127,5 millones de personas que se amontonan literalmente en la llanura meridional de la isla más grande, Honshü) y condicionado por su pasado y sus tradiciones. Las grandes ciudades japonesas, con Tokyo a la cabeza, responden al tópico de las luces de neón, el desarrollo hípertecnológico y la muchedumbre en constante tránsito, que parece situarnos en el escenario de Blade Runner, afortunadamente sin que el pesimismo distópico rompa el sueño futurista. Pasear por los barrios de Shibuya o Shinjuku es una aventura technicolor que le deja a uno con la boca abierta. En ellos más que en otro sitio, se asiste con asombro a la realidad japonesa de las ciudades verticales. El espacio es tan necesario en las ciudades niponas que sus grandes barrios-ciudades crecen hacia arriba y hacia abajo: las estaciones de tren o de metro pueden llegar a tener decenas de pisos (asombrosa la de Kyoto con sus cientos de restaurantes, pasillos infinitos y grandes centros comerciales); son pequeñas y laberínticas ciudades subterráneas en las que siempre terminas encontrando la salida, aunque no sea siempre por donde uno quiere. Pero las ciudades (y quien dice ciudades, dice bares, tiendas y centros de negocio, no sólo sus rascacielos) también crecen hacia arriba: ir de compras o de marcha en Japón implica ir mirando hacia los segundos, terceros y cuartos pisos, porque quizás sea en ellos donde se encuentre el lugar que buscas; sólo hay que tomar un ascensor a pie de calle y salir en el piso indicado, de rondón en el local o tienda correspondiente. El espacio manda. Asombra la capacidad japonesa para ofrecer soluciones minimalistas a necesidades básicas en términos de espacio, tengan éstas que ver con cocinas, aprovechamiento de habitaciones o lugares de ocio. Por ejemplo, cuando uno entra a un bar muy pequeño hay que estar muy atento al famoso “cover charge” o dinero que se paga simplemente por ocupar una banqueta (que puede ir desde los 3 a los 10 euros); el abuso es menos si consideramos que algunos bares japoneses no tienen más de dos o tres asientos en la misma barra: ¿se imaginan el futuro del negocio si llegara a ellos un españolito dispuesto a pasarse la tarde con un café y el periódico? Espacio, tiempo y tecnología.
Japón es un arcade gigante. Hay miles de máquinas y todas funcionan siempre (e incluso devuelven el cambio justo, que no nos oigan los de Telefónica). Los millones de maquinas expendedoras de bebidas que inundan el país (para alivio de la humedad reinante) rebosan de bebidas imposibles, baratos paquetes de cigarrillos (el vicio nacional de un país en el que está prohibido fumar prácticamente en cualquier sitio) o tickets para solicitar el menú en el restaurante. Los váteres parecen paneles de mandos de naves espaciales, con mil botones que le exponen a uno (y a sus partes pudendas) a chorros de agua a presión, tazas calefactoras y vapores secadores insospechados. Los trenes bala, Shinkanshen y Nozomi, vuelan por encima de los 300 km/h antes de alcanzar su destino con una puntualidad milimétrica. Los edificios de juegos recreativos ocupan hasta cinco y seis plantas y en ellos, miles de japoneses, jóvenes y viejos, se dejan los sueldos en el pachinko, en hipódromos virtuales con pantallas de cine, en maquinitas de juegos que todavía no existen y, en el caso de las adolescentes, en fotomatones rosas que occidentalizan los ojos y permiten photoshopeos posteriores a las fotos.
Con tamaña abundancia y oferta, los cacos deberían ser una fauna feliz en ciudades como Tokyo o la muy marchosa Osaka (ante el tamaño gigantesco de sus ciudades y el precio de los taxis, el horario de fiesta lo marca el metro: el último a las 12 pm, el primero a las 5 am). Nada más lejos de la realidad: Japón es el país de la seguridad y la confianza en el prójimo (rozando la inocencia). Nadie te engaña, nadie te roba. Puedes ir con un fajo de billetes asomando del vaquero y volver con él intacto. Funcionan de modo excelente, como decíamos antes, los funcionarios de lo público. Hasta el exceso. De nuevo, suponemos, tiene que ver con la superpoblación: hay que colocar al personal, mucha mano de obra en un país rico hace posible un funcionariado ingente y eficiente. Encontrábamos hasta cuatro policías vigilando el tráfico en un paso de cebra. Igualmente, la poda del un árbol no requiere menos de cinco operarios: uno supervisando, otro avisando a los peatones, uno podando, otro recogiendo y cargando y el quinto, oteando, por si las moscas. El servicio de megafonía en estaciones y lugares públicos, siempre es unipersonal: léase, un tipo con megáfono dando instrucciones; nada se graba, todo se cuenta en primera persona: lo hace el conductor del autobús público con su pinganillo y lo hacen los cajeros del supermercado.
El contraste lo marca su conjunto de creencias y tradiciones, tan fuertemente arraigadas en el Japón contemporáneo y tan fuertemente enfrentadas por buena parte de la juventud que, con sus atuendos extravagantes, llena las discotecas de Roppongi o los lujosos comercios tecnológicos de Guinza. Hay que recordar que en este país prevaleció un régimen cuasi feudal y endogámico hasta muy entrado el S.XIX. Existe todavía un Japón tradicional que disfruta de sus onsens (baños tradicionales, como el famosísimo Dogo Onsen de Matsuyama), de la visita a los templos budistas y sintoístas de Takayama o Miyajima, los jardines de arena de Kyoto o de la ceremonia del té en una de las numerosas casas de té que se levantan en los primorosos jardines de las grandes ciudades como Kanazawa. En ciudades como Nikko, sus habitantes pasean entre miles de ciervos que recorren las calles como dóciles perritos y comen de la mano de los niños: un ejercicio de ecología (que, seguro, envidian los delfines de alguna ciudad vecina).
En Japón, la cortesía todavía es un grado: el agradecimiento ante la invitación o la ofrenda debe ser explícito y repetido, el respeto ante el prójimo patente y la hospitalidad manifiesta. El calendario nipón está poblado de fiestas y celebraciones que ponen de manifiesto ese respeto hacia el pasado, a las grandes ocasiones y banquetes se acude aún con el kimono y, en las casa, uno se sienta sobre el tatami (con los pies descalzos y vestido con la yakuta) y se duerme sobre el futón enrollable (de nuevo, la economía de espacio).
¿Y los manga, dónde quedan en esta historia? Hecha la introducción, se lo contamos en el capítulo 2.

domingo, septiembre 13, 2009

Muros viajeros.

Hablábamos el otro día de viajes, de leer imágenes sobre muros y de interpretar las historias secuenciadas del pasado. Sin embargo, hace bastante que no nos referimos al arte mural contemporáneo, a los grafitis. Después de tanto viaje intercontinental y estímulos culturales radicales, casi nos olvidamos de los pequeños hallázgos en otros itinerarios, propios y ajenos, mucho más breves pero igualmente intensos.
Cada vez hay más artistas anónimos y urbanos que decoran los muros de sus ciudades con grafitis y stencils. Y cada vez más de esos grafitis llaman nuestra atención porque nos sorprenden, nos hacen sonreír o nos traen recuerdos agradables. Este último es el caso de tres diseños murales que hemos descubierto en nuestros últimos viajes por el Viejo Continente.
Paseando por Roma, de noche, persiguiendo olores, perdiéndonos por las calles del Trastévere, nos encontramos con una descarada damisela de las que vuelven locos a vecinos y amigos (a ellos les dedicamos este post), simpática, extrovertida y guapetona. Se la presentamos:
Las siguientes damas, parecen italianas (¿no les suenan esas nalgas?), pero son francesas de pura cepa (se las debemos a nuestro amigo Pau, que se topó con ellas en alguna andanza parisien). Juegan en otra liga, la del erotismo y la provocación indisimulada, pero aparecen sutiles, esbeltas y con una irresistible y bella elegancia.

lunes, septiembre 07, 2009

Etiopía. Imágenes vivas.

Evidentemente, cuando viajamos no lo hacemos con las viñetas en la cabeza (uno viaja para mirar más que para leer), sin embargo, en nuestros periplos siempre intentamos mantener los ojos abiertos ante cualquier estímulo comiquero, para poder contarselo luego a ustedes en este blog.
Acabamos de llegar de África, de Etiopía, uno de los países más bellos y más pobres del mundo. En Etiopía no hay cómics, nosotros no los hemos visto. Apenas hay libros más allá de algunos viejísimos manuales técnicos y antiguos libros de texto que se venden en mantas extendidas sobre el suelo o en pequeñas casetas de contrachapado convertidas en liberías; igual que otras son fruterías, tiendas de abalorios, cacharrerías o tenderetes de inciesos y complementos para la liturgia (en este país predomina el culto cristiano ortodoxo, copto).
La cultura en lugares como éste está unida a la tierra, al rito ancestral, a la experiencia vital inmediata. El arte se entiende, entonces, como parte integrante de sus cultos, tradiciones y celebraciones sociales. La música es un buen ejemplo de ello: no hace falta más que entrar en una iglesia y oír cómo suena el aquaquam, que se repite como una letanía percusiva ceremonial, para darse cuenta de que la religión impregna todos y cada uno de los rincones de la vida etiope, incluido el del arte. Hasta la música secular está profundamente influida por la religiosa en sus ritmos, instrumentación y bailes. Quizás el personaje más colorista e irreverente de las melodías etiopes sea el azmari, verdadero juglar errante que, con su arpa de una sola cuerda (masenko), improvisa canciones humorísticas y tonadillas amablemente jocosas (a costa de los sorprendidos visitantes extranjeros, la mayor parte de las veces) en bares y locales de tej (vino de miel, auténtico néctar nacional).
Por supuesto, lo mismo sucede con las demás manifestaciones artísticas. La pintura se ha entendido en la tradición etiope como una rama de la artesanía dirigida a la recreación de escenas bíblicas o a la exaltación de personajes (reyes) e hitos históricos; muchas veces de forma combinada: el acontecimiento histórico y el religioso conjugando sus resonancias míticas/místicas en un mismo mural. Los ecos de la trascendencia artística y la singularidad coleccionista están, no obstante, llegando también a África (la TV, Internet y la Coca-Cola están amalgamando el mundo) y cada vez son más los pintores y escultores nacionales que gozan de prestigio dentro y fuera de las fronteras etiopes, con Afewerk Tekle (varios de cuyos cuadros se pueden disfrutar en el Museo Nacional de Adís Abeba) a la cabeza.
Uno de los prodigios artísticos que más nos impresionaron (junto a las apabullantes iglesias excavadas en la roca de Lalibela) fueron los palacios reales en la fortaleza de Gonder. En la misma ciudad (gigantesca aldea de más de 100.000 habitantes) vimos también la iglesia de Debre Berhan Selassie, increíble templo del S.XV que, dentro de su estructura de cabaña lujosa, guarda algunas de las pinturas y murales más importantes del continente. Las vigas del techo están decoradas con 104 dibujos de la misma (pero siempre diferente) cara, que sonríen al espectador como enigmáticas monalisas africanas. En los muros se reproducen escenas histórico-religiosas, algunas con una evidente intención narrativa. Aunque mucho más modernas, observándolas, no pudimos dejar de acordarnos de todos esos ejemplos de grabados, pinturas y tapices secuenciados que Will Eisner (y otros muchos) señalaban como antecedentes del lenguaje comicográfico. Pensábamos (y eso que todavía no intuíamos la tormenta que iba caer al respecto de la narratividad y la secuenciación) en los grabados y pintura mural egipcia, en la Columna Trajana, en el tapiz de Bayeux o en los pórticos y capiteles medievales e intentábamos torpemente mirar con los ojos de aquellas gentes capaces de leer historias y descubrir misterios revelados donde nosotros ahora sólo veíamos contornos y colores vibrantes. Somos pasajeros de las palabras. Quizás sólo en lugares tan alejados de la apisonadora cultural estandarizante de occidente y tan enclavado en las tradiciones pretéritas como Etiopía, decíamos, quizás sólo allí pervivan esas otras miradas: las que son capaces de leer en la piedra y en el friso más allá de lo que se reconoce con el ojo simplificador.


Pero aparte de esas conexiones endebles, como decíamos, el cómic no existe en esas tierras. Es una pena porque hay mucho que contar. Quizás algún día se den las condiciones necesarias y aparezca alguien capaz de encerrar en viñetas toda la fascinación de un universo tan mísero y fértil a la vez: sus vastísimas y verdes praderas salpimentadas de ganado, chozas de barro y paja (tukuls) ; sus caóticas ciudades, grandes poblados chabolistas regidos aún por la autoridad del origen tribal, hormigueros llenos de vida, habitados por niños, víctimas de todas las guerras y buscadores del pan para hoy. Estaría bien que alguien nos narrara (algún Kapuscinski del bocadillo) la vida de una de esas personas que sin pausa, sin descanso, caminando, recorren los caminos y los arcenes de unas (escasas) carreteras habitadas por las cabras más que por los coches; o la de uno de los habitantes de las montañas (varias de ellas por encima de los 4000 metros, Adís Abeba está a 2600 metros de altura) que, regularmente, tienen que recorrer decenas y decenas de quilómetros para vender sus cosechas de sorgo, mijo, tef (el cereal con el que se prepara la injera, el "pan" que alimenta el país) o las hojas de gesho, con las que se elaboran el tej o las difícilmente digeribles "cervezas" locales de cereal fermentado. Nos encantaría saber algo más de los habitantes de las fascinantes tribus del sur, de los Hamer, los Konso, los Arbore, los Mursi o los Bana, de sus noches dormidas en chozas de adobe plantadas en el medio de la sabana, de sus diarios viajes en busca del agua, de sus trueques y conversaciones los días de mercados en Dorze o Dimeka...
Hasta que ese día llegue, conservaremos la imagen de Etiopía y sus gentes en nuestra memoria, como la de una narración en primera persona, indeleble, intensa, luminosa. Nuestra historia africana.
Igual que en el pasado, África es hoy contemplada como un objeto, como reflejo de una estrella diferente, terreno de actuaciones de colonizadores, mercaderes, misioneros, etnógrafos y toda clase de organizaciones caritativas (sólo en Etiopía su número supera las ochenta).
Sin embargo, más allá de todo esto, África existe para sí misma y dentro de sí misma, como un continente aparte, eterno y cerrado, tierra de bosques de plátanos, de campos de mandioca, pequeños e irregulares, de selva, de inmenso Sáhara, de ríos que van secándose lentamente, de florestas cada vez más ralas, de ciudades monstruosas y cada vez más enfermas; como una parte del mundo cargada con una especie de electricidad inquieta y violenta (R. Kapuscinski).

martes, abril 21, 2009

Más de secretos y cómics berlineses.

Ya lo hemos dicho, una ciudad como Berlín da de sí para mucho. El diseño, la ilustración, la vanguardia se mueven a sus anchas por las vías oficiales y extraoficiales de la capital alemana. Entre estas últimas, por ejemplo, destacaremos siempre la apabullante calidad y variedad de los grafitis que adornan sus muros.
Andábamos paseando por Warschauer Straße en busca de ese quilómetro largo de muro que permanece en pie como monumento y memoria del despropósito, cuando nos dimos casi de frente con un viejo conocido y una de sus obras más reconocible; desde el puente, siguiendo el curso del río, asomaba otra entrega más del fenómeno. No es mal arranque para empezar una ruta grafitera por Berlín. No obstante, no faltan muestras allá por donde uno vaya: mención especial a los que brotan en los alrededores de Tacheles, la casa okupa instituida en centro cultural alternativo, o en muchas de las galerías y patios interiores de Kastanienallee. Grafitis y más grafitis, pintados la mayoría, pegados como stickers o collages muchos otros (en una nueva tendencia que parece extenderse como la pólvora de imprenta por la ciudad). Y, por supuesto, entre todos, no faltan referencias al discurso que alimenta este blog, el cómic; éste de aquí abajo lo encontramos en el muro de entrada a Yaam, una playa-disco-bar de considerables dimensiones plantada en medio de la ciudad (al final de ese quilómetro de muro que acabamos de mencionar).
Más viñetas esparcidas encontramos en estaciones de metro, en aparadores abandonados y en folletos varios, pero donde realmente creímos reconocer la esencia alternativa berlinesa trasmutada en establecimiento comiquero fue en esa tienda, cueva de los tesoros, que se encuentra escondida al final de la galería en Rosenthaler strasse 39. Un lugar digno del Nueva York prepunk. Les explicamos como llegar: una vez en la dirección indicada, se reúne valor y se entra en el oscuro callejón, dejando atrás algunos de esos acogedores y oscuros cafés improvisados en locales que inundan los barrios de Berlín; se cruzan las dos o tres arcadas interiores, seguro que sin poder dejar de mirar, de nuevo, los grafitis, instalaciones y esculturas extraterrestres que adornan los muros de ladrillo descubierto y, entonces, llegamos al último patio, el que ocupa uno de los mejores locales nocturnos underground de la ciudad, el Kaffee Kaschemme, que comparte espacio y nombre con una galería de arte y un portal de empinadas y grafiteras escaleras en dirección a Neurotitan, nuestro sitio.
Allí al fondo

Pocas veces hemos estado en una tienda de cómics tan, tan "peculiar" y ajena a la oficialidad editorial (lo cual ya es decir, hablando de un medio tan poco ortodoxo editorialmente como éste). Nada más adentrarnos en el espacio franco, invadido de mesas y estanterías, de esta librería-galería empezamos a movernos a una velocidad cercana a cero por hora, hipnotizados ante fanzines, revistas, mini-cómics y tebeos alternativos o como ustedes quieran llamarlos, a medio camino entre la rareza experimental, la trasgresión underground y el cómic-arte de serie limitada y numerada. Descubrimos casas y editores que nunca habíamos oído tan fascinantes como los franceses Le Dernier Cri, el Institute Pacôme o el berlinés estudio Bongoût; junto a proyectos frescos que demuestran que aún quedan cosas por hacer en el campo de las revistas comicográficas, echenle un vistazo al fanzine esloveno Stripburger. Entren y ojeen. Les dejamos algunas instantáneas de lo que vimos tras esa puerta. Algún otro día les hablamos de alguna rareza que allí compramos.

miércoles, abril 15, 2009

Berlín, biografías y Joseph Beuys.

Berlín es una ciudad llena de estímulos, culturales, gastronómicos, festivos, artísticos y visuales. Una de las plazas europeas más jóvenes y efervescentes pero, al mismo tiempo, en gloriosa paradoja, más ricas en historia e información esencial sobre lo que somos los europeos y por qué lo somos. En cada visita tenemos la sensación de que la capital alemana es un espacio en constante transformación, una ciudad que no deja de forjarse una identidad a partir de los restos de ese naufragio histórico-político del que emergió en los últimos años del siglo pasado. Tierra baldía, zona franca que, quizás por puro espíritu de subsistencia, quizás por ánimo de resistencia ante el estigma diacrónico o quién sabe si por el enorme solar que se abrió tras el derrumbe, se ha convertido en un enorme lienzo en blanco sobre el que artistas nómadas, buscavidas, desheredados de occidente, nostálgicos de la vanguardia y jugadores del día a día han decidido pintar el irregular skyline de esta ciudad imprevisible.
Nos gusta pasear por sus enormes avenidas entre edificios históricos y oscuras torres de viviendas que nunca desvelan con claridad si su pasado pertenece al bloque comunista o a la vieja alianza. Entramos una y otra vez en sus bellos museos amueblados con las ruinas de saqueos míticos o con esos otros construidos a sí mismos con espíritu pragmático y afán didáctico. Museos irresistibles, habitados por reinas de la belleza o por monstruos de la ruptura, como Joseph Beuys. La del Hamburger Bahnhof es una de las visitas que siempre repetimos cuando viajamos a Berlín, sobre todo por mucho que nos impresiona un tipo como Beuys.
El alemán es una figura legendaria del arte contemporáneo, pero al mismo tiempo un artista con limitada ascendencia popular. Creador y personificador de una obra rupturista, Beuys intentó superar en todo momento la concepción tradicional de los museos y el arte, mediante la destrucción de su significación denotativa: "cada hombre, un artista". Ideario ético y filosofía estética al servicio de la diferencia artística. La trayectoria de Beuys está unida a la ciudad de Düsseldorf y sus comienzos conectados al grupo Fluxus, de los que pronto se desmarca, siguiendo una línea creativa marcada por una heterodoxia aún mayor que la de aquellos.
Beuys compaginó sus célebres intervenciones y acciones, con una labor docente reformista enfrentada a la enseñanza tradicional. Buscaba una enseñanza libre en todos sus sentidos, en la que el papel protagonista recayera en el alumno y a la que cualquier persona tuviera acceso. Fue expulsado de su puesto titular como profesor de escultura en la Academia Nacional de Düsseldorf después de que varios aspirantes a cursar sus enseñanzas fueran rechazados por el claustro de profesores de la Academia; antes, Beuys ocupó la secretaría del centro junto a algunos de esos alumnos y escribió una carta abierta al director sin guardarse ninguna opinión sobre las autoridades in-competentes. Las presiones estudiantiles y un fallo favorable de los tribunales alemanes favorecieron la admisión de los alumnos inicialmente rechazados y la readmisión de Beuys, pero él, en un órdago final, presentó su dimisión. Dos años antes de morir (1986) ingresa en la Academia de Arte de Berlín, la ciudad que guarda buena parte de su legado atístico.<
Para Beuys todo es susceptible de convertirse en objeto artístico (la política, la religión...) y él oficiará siempre como sumo sacerdote en unas liturgias perfectamente organizadas, cargadas de simbolismo mágico y mensajes crípticos. Oficiará sus acciones buscando la complicidad del espectador que deberá descifrar el mensaje social/artístico/político que se esconde detrás de títulos como Como explicar cuadros a una liebre muerta (1965) o I Like America and America Likes Me (1974), por citar dos de los vídeos grabados con las acciones del artista que se pueden ver en el museo. Valeriano Bozal señalaba al respecto en Modernos y postmodernos: "Beauys actúa como un chamán, y con sus gestos y movimientos, con los objetos y materiales que utiliza, crea un espacio o dominio en el que la revelación se hace posible".
Los trabajos "más clásicos" de Beuys (esculturas, ¿pinturas?, objetos, etc.) tampoco se lo ponen fácil al espectador tradicional. Obras crudas, feístas, voluminosas e intencionadamente simbólicas, siguen recurriendo a la organicidad de sus materiales y a referencias constantes a la naturaleza: enormes moles de grasa seca convertidos en rocas disformes, rollos de fieltro atravesados por jabalinas, vigas coronadas por moldes de hierro de cabezas humanas... Símbolo, transgresión, reformulación y grito airado para reiventar el arte, todo eso es Beuys.
En plena digestión, enfilamos la salida del museo y en su surtida librería de arte contemporáneo nos topamos con una sorpresa que enlaza este post con el de "ayer". Un tebeíto, minicómic (por su tamaño y número de páginas) con editorial detrás, acerca de la biografía de Beuys, titulado: Joseph Beuys. Der lärchelnde Schamane (El chamán sonriente, creemos); firmado por Bernd Jünger y Willi Blöss. No entendemos ni hablamos una palabra de alemán, pero los tres euros que cuesta el tebeo nos empujan a la compra (dentro de ese conocido afán por la adquisición de curiosidades inutiles que sufrimos los lectores políglotas frustrados). Se trata ésta, claramente, de una iniciativa didáctica en la que prima el concepto divulgativo sobre la búsqueda artística. El tebeíto, descubrimos luego, tiene continuidad en toda una serie de biografías artísticas que incluyen a Andy Warhol, Frida Kahlo o Egon Schiele, entre otros. Realmente curiosa esta mini-colección (cada volumen tine 24 páginas a un tamaño de 10'5 x 14'5 cms) editada por Willi Blöss Verlag.
En la siguiente entrega volvemos a Berlín pero prometemos centrarnos en curiosidades más intrínsecamente comiqueras.

martes, agosto 28, 2007

Papeles viejos en Candem.

Haciendo recuento de experiencias veraniegas (que de eso trata el recordar), miro hacia atrás y llego hasta la capital británica. Me gusta pasearme por Londres de tanto en cuanto, cuando la ocasión o la profesión lo brindan y el presupuesto lo permite (porque miren que se ha vuelto inasequible la vieja Britania). Hacía mucho, sin embargo, que no me pasaba por sus célebres mercados.
En la visita anterior recuerdo haber callejeado por Portobello Road, pero casi ni me acuerdo de la última vez que fui a Candem Town. A un mercado se va de compras, claro, aunque en el caso de los dos clásicos londinenses se trate más bien de dos de los paisajes de turisteo habituales, casi monumentos, del visitante londinense. De hecho, a Portobello se va porque se quieren ver sus calles pintorescas, el toque chic y sofisticado de su paisanaje o esas elegantes casas que popularizó aún más la divertida-sin-más Notting Hill. Lo de comprar comprar, poco; mucho abalorio étnico, ropaje de adorno y antigüedad de las de mírame y no me toques.
Candem es otra cosa. Se puede encontrar "material" asequible y objetos affordable (que dicen ellos). Además, es toda una aventura pasear por sus estrechas calles llenas de puestos, por sus cuevas de ladrillo (que a uno le recuerdan a esos callejones del London de los destripadores), por sus muelles rehabilitados y las pasarelas estratégicamente distribuidas; en ellos, seguimos encontrando mucha metralla de latón y falsas sedas, pero también comida folklorista de verdad (y a los mejores precios de la capital), libros baratísimos, ropa vintage (vamos, de segunda mano) que después de un lavado nos hace los más modernos del lugar, vinilos de otros tiempos y números antiguos de periódicos y revistas del S.XIX, por poquito dinero (incluso tratándose de libras).
Entenderán cual fue mi sorpresa cuando, en una de esas viejísimas naves al lado del canal, me encuentro un quiosquillo con un vejete lector y toda una colección de primeros números de Punch o The Boy's Own Paper. Dos de esas publicaciones en las que según muchos (Antonio Martín, por ejemplo) aparecen algunos de los primeros cómics de la historia y según otros (Javier Coma, por ejemplo) nacen los precursores europeos. Se trataba de suplementos y publicaciones en papel de prensa, dirigidas a una población de clase alta y ocupadas por farragosos (por lo amplios) artículos en torno a los intereses de sus lectores (política, deportes, curiosidades exóticas, viajes). Incluía cada número generosas ilustraciones (en número y calidad), varias de las cuales terminaron por evolucionar hacia una sucesión de imágenes secuenciadas (equiliqua, cómics).
Ya se imaginaran la emoción, uno allí con sus 3 libritas y todo ese material de coleccionista al alcance del presupuesto... Pasó lo que tenía que pasar, la indecisión y la falta de espacio, adecuado, en la mochila (junto a los rigores de empaquetamientto de las compañías de vuelo baratas) me hicieron volver con las manos vacías. La próxima vez, no habrá excusa.

viernes, agosto 10, 2007

De shopping por la Gran Bretaña.

Les cuento que me he venido a pasar unos días al Reino Unido, por motivos semi-académicos. Es un placer regresar de tanto en cuanto a estas tierras insulares para recuperarle el pulso a la campiña inglesa y a las peculiaridades de su paisanaje. Resulta también una buena piedra de toque para relativizar nuestros valores y constatar la evidente diferencia cultural que separa a los países mediterráneos de los "norteños"; tan lejos y tan cerca, que se suele decir (a modo de anécdota les diré que las estoy pasando canutas para usar la "ñ" y las tildes).

Una de las cosas que más me gusta hacer en Gran Bretaña es ir de compras, en concreto ir "de librerías". Es curioso como hasta la ciudad británica más pequeña cuenta con una pequeña librería de segunda mano (con verdaderos chollos -lo cual es doblemente atractivo hablando de un país tan, tan caro-) y de dos o tres grandes buenas librerías (normalmente pertenecientes a una cadena tipo Waterston's o similares). Además, en ellas no es difícil encontrar una sección propia dedicada a "novelas gráficas" y manga, bien surtidas de autores como Ware, Clowes o Spiegelman; y eso que tampoco el cómic es una prioridad cultural por estos lares, no nos engañemos.
Así las cosas, uno no puede evitar las odiosas comparaciones y se imagina a sí mismo rebuscando en las estanterías de la librería de su calle (en una pequeña ciudad de provincias) lo último de Max, Rubín o Solís y... pues miren, como que no resulta fácil el ejercicio mental. Disfrutaremos mientras dure esto, nos aprovisionaremos de rarezas y novedades, y seguiremos contándoles nuestras aventuras abroad.

martes, febrero 13, 2007

I'm back: el resumen pampero.

Pues sí, ya estoy de vuelta; ahora, a ver si consigo normalizar mi vida, mis aconteceres laborales y este blog. Por de pronto, el viernes tengo una cita con mi destino académico-comiquero que... ya les contaré. Retomemos el hilo de la argentinidad, entre tanto.
Qué decir, me ha encantado aquella tierra, vengo desbordado de experiencias, abrumado por la naturaleza desbordada del país y con la mochila desbordante de energía para intentar superar la resaca de las buenas vivencias. Cómics, menos de los que suponía. Resulta que es tan complicado encontrar tebeos en argentina como lo es aquí (si no más).
Verán, verdad es que en casi todas las librerías podemos encontrar Quinos a destajo (el rey del mambo viñetero por goleada). Incluso resulta sencillo toparse con Maitenas y los ya mentados y comentados Macanudos. El segundo triunfador del globo pampero es Fontanarrosa, también omnipresente. Me he comprado un volumen de su gaucho Inodoro Pereira, la mar de divertido; una especie de Martín Fierro narigudo y filósofo, cargado de argentinismo. Publicado, como tampoco podía ser de otro modo, por Ediciones de la Flor (que en el tema editorial se comen mucha parte del pastel).

Con suerte, uno también puede encontrar en las librerías alguno de los voluminosos tomos naranjas de Doedytores con cosas de Trillo, A. Breccia y Robin Wood (con cuentagotas, eso sí). Alguna edición en pastas duras del Perramus, Enrique Breccia y vale.

Luego están los quioscos, en donde sí es posible encontrar algunas cosillas más que en los de nuestro país (lo cual dinamiza el mercado y la divulgación de obras y autores, sin duda). En un quiosco, por ejemplo, me compré el primer tomo de El Eternauta, el clásico de Oesterheld y Solano López, en la edición de Ediciones Record. Circulaban también el volumen 2 y el 3, así como el de El regreso de el Eternauta, la edición de los 50 años autorizada por los autores y un sinfín de continuaciones, ramificaciones y reediciones entre las que me pierdo (si alguien conoce alguna fuente estructuradora para tal maremagnum, que lo diga ahora o calle para siempre). También en un quiosco me compré algunos de los números de la renacida Fierro, con un nivel más que alto, una nómina de autores que asusta (Maitena, Max Cachimba, Liniers, Carlos Nine, Oscar Grillo-Carlos Trillo, José Muñoz, Enrique Breccia, etc.) y algunos guiños al pasado (como esa portada de Oscar Chichoni del número 3 y el póster del mismo autor que incluyen en el 2, con la primera portada del viejo Fierro; que aquí veríamos años más tarde abriendo el número 20 de la revista Totem).
Tiendas de cómics... miren que me recorrí de arriba a abajo las calles Florida y Corrientes (la que más librerías tiene por metro cuadrado del universo, doy fe); pues nada, sólo me topé con una tiendecita de cómics, la más minúscula a este lado del cosmos, que no tenía nada aparte de lo que ya hemos mencionado (casi menos que en el quiosco de enfrente). Así que, miren por donde, volví con la cesta de cómics tan liviana y ligera, que me la tuve que rellenar de alfajores, oigan.

viernes, enero 19, 2007

¡Al rico voltio pampero!

Pues eso, que durante unas semanitas me voy a recorrer la Argentina con el corazón henchido de mate y el coco abierto a nuevas vivencias. Los efectos colaterales de tamaño goce, como ustedes entenderán, afectarán casi seguro a las actualizaciones de este blog. Intentaré, no obstante, escribir entradas al menos una vez por semana y recurriré a algunos articulillos del Culturas de esos con que a veces les martirizo.
En todo caso, prometo hacer acopio de Patoruzús, Oesterhelds, Breccias y más Breccias, como para rellenar de reseñas, homenajes y palabrerías los próximos meses (autoridades aeroportuarias mediante). ¡Palabrita del niño gatuno! Pórtenseme bien, boluditos.
PS. En el entretiempo, léanme algo:
La historia del cómic en Argentina (datos a tutiplén, vínculos y más vínculos).
Impresionante página dedicada al cómic argentino y la dictadura (artículos de Federico Reggiani, Alejo Steimberg, etc.)
Más sobre la historieta argentina (página virtuosa de visita obligada).

lunes, enero 15, 2007

Una de trapenses, paises bajos y líneas claras.

Me disculparán por la ausencia. Regreso de un tour por algunos de los países miembros del Benelux y territorios anexos, y lo hago con una barriga cervecera que parece cobrar vida propia por momentos. De hecho, escribo desde la felicidad del borrachín, porque -aunque nada tenga que ver con los cómics- les confieso que he cumplido uno de mis sueños más viciosos y perversos: probar la séptima de las trapenses, la imposible, la mítica Westvleteren (impresionante la 12).
Comprendan la emoción. Por otro lado, Bélgica y su capital en particular, sí que tienen mucho que ver con los cómics. No nos vamos a poner ahora y aquí a hablar de la línea clara y las escuelas (líneas editoriales, más bien) de Bruselas (Editions du Lombard) y Charleroi (Editions Dupuis), ni de los grandes nombres que forman ya parte de la historia del cómic; ya hay suficientes blogs dedicados a ello, tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Nos interesa más bien referirles cómo Bruselas y los belgas viven y respetan el cómic. Cada vez que me acerco allí, me admira la devoción enorme que ese pueblo muestra hacia el séptimo arte y sus creadores. Como ya sabrán, en Bruselas podemos visitar el "Centre Belge de la Bande Dessinée" (el museo del cómic más famoso del mundo; donde es posible encontrar originales de Hergé, Alex Raymond o Hal Foster); existen numerosas tiendas de tebeos por toda la ciudad e incluso una dedicada en exclusiva a Tintín. Pero es que, además, muchas de las fachadas bruselenses están decoradas con grandes murales dedicados a artistas reconocidos de la línea clara (servidor tiene debilidad por el del gran Chaland, que además está en la misma calle que dos ilustres cervecerías locales). Es decir, que existe toda una ruta de la Bruselas del cómic ("les parcours BD"), que nos permitirá disfrutar durante unas horitas de algunos de los nombres ilustres en éste vicio común que compartimos.
Todo un gustazo que pueden ustedes rematar con una buena abadía entre las mas de 2000 cervezas que oferta el Delirium Café o una lambic en el Mort Subite (ninguno de los dos demasiado lejos de la Grand-Place). Lo dicho, a saborearlo.